CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
sábado, 11 de marzo de 2017
(Fragmento. Novela. Inédito. BELFEGOR O LA IRA DEL DIABLO. De próxima publicación en URUK EDITORES).
(Fragmento. Novela. Inédito. BELFEGOR O LA IRA DEL DIABLO).
"¿Cómo sería una condena, mi condena? En ocasiones, al emprender mis labores en la Rutland-Hall de Argentina y cuando se comenzaban a filtrar las sombras crepusculares como las finas sedas de un cortinaje negro, y escuchaba el reloj de péndulo en mi habitación, o cuando despertaba, no podía dejar de meditar que aquellos mis sirvientes a los pocos minutos de enterarse de que ya me encontraría en el salón de la Rutland-Hall, empezarían sus recorridos de un lado para el otro.
Me imaginaba a mis servidores sin hablar, furtivos se desplazarían de salón en salón porque nadie deseaba perturbar mis inicios vespertinos con ruidos innecesarios.
En oportunidades me parecía observarlos en mis primeras caminatas de la tarde y por los diferentes pasadizos como sombras veloces y de seda que, en fuga, acariciaban el aire apenas respirable de la mansión. Un quietismo agónico y delirante consumía aquellos minutos crepusculares. En esos primeros momentos los demonios no me hablaban, en un ritual esperaban que yo me posesionara en mi sillón preferido y encendida una lámpara de pie, iban apareciendo en un orden y protocolo establecido... y aquel aliento frío y de sombras desaparecía por completo.
Esta sensación... ese letargo, esa agonía del inicio de todos los días vespertinos, esa abulia –si se le puede llamar así– fraguaba el terror de lo insospechado, de lo no-conocido por mortal alguno: una danza demoníaca estaba ahí aunque no lo quisiera aceptar. Lo maravilloso y armónico de una vida de luces en un teatro se encendían ante el público, pero puertas adentro lo apoteósico se volvía en una lenta agonía del temor a lo desconocido: ¿me condenaría? ¿Podría cumplir con el Pacto?
En otras ocasiones –situaciones disímiles en pensamientos– salía en mi bata de levantarme y antes de llegar al Salón de las Fuentes, recorría pocos metros y me instalaba en el scriptorium para acomodar algunos textos que la noche anterior no lo hiciera y nada de malas premoniciones o de sombras fingidas o reales observaba en la Rutland-Hall.
Pero lo que deseo contar fue un sueño extraño que se haría recurrente a partir de la mitad de los años pactados. Como ya lo señalé: una disciplina férrea siempre giraría a mi alrededor patrocinada por Belfegor y mi persona. En el sueño despertaba y me veía cobijado en una penumbra crepuscular. ¿Ruidos? Ninguno. Solo el ti-tac del reloj de péndulo –obsequio de mis asistentes al cumplirse el primer año de convivencia–, escuchaba y me señalaba el fluir del tiempo y también el ocaso de mi simple vida mortal.
Me levantaba y aquellas sombras oblongas y sigilosas que ya me había acostumbrado a observar de tanto en tanto y de hito en hito todas las tardes en mis primeros minutos del despertar no estaban allí. ¿Por qué no estaban? No hacía ningún ruido e inicié una caminata por la mansión. No entendía pero presentía una sensación del abandono, no lo podía aprehender ni explicar. Sospeché una fuga de “mis asistentes”. ¿Adónde se marchaban? ¿Por qué se fugaban como pilluelos? Imagino que las sombras fugaces de los fámulos en los primeros minutos de todos los días ya me eran muy familiares y al no percibirlas esa tarde, me parecía extraño, un desequilibrio de lo cotidiano, algo que no poseía la armonía de una convivencia de rituales de la que yo estaba acostumbrado.
En el sueño desde que entornaba los ojos tenía una sensación de abandono –repito–, entonces, inicié el recorrido, mi paseo: husmeando por el corredor que comunica mi habitación con la de los 7 demonios tuve una esperanza tonta de mirarlos y que esa sensación del abandono era absurda: los “asistentes” tenían que cumplir el Pacto como yo también tenía que cumplir lo pactado. Volví a mirar el corredor que comunicaba todas las habitaciones: en el pasadizo, un pasadizo de una luz azulada, tenue... no existían señales de mis servidores. Primero sentí cólera de por qué se retiraban sin anunciar razones o motivos de sus ausencias. Pensé en una posibilidad: de tanto en tanto, los Ahrimanes se arrogaban mis presentaciones en actos protocolarios para que mi persona pudiera descansar muchas horas más. El séquito mefistofélico pensaba en todo y pensar “en todo” era no perturbar mis horas de sueño...".
J. Méndez-Limbrick.
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