CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
domingo, 12 de febrero de 2017
William Ford Gibson. Novela: Neuromante.
William Ford Gibson, (Conway, Carolina, 17 de marzo de 1948) es un escritor de ciencia ficción estadounidense-canadiense, considerado el padre del cyberpunk, un género de la ciencia ficción que retrata mundos de un futuro próximo en los que sociedades descentralizadas se encuentran saturadas de tecnologías complejas y dominadas por grandes corporaciones multinacionales.
Sus primeros relatos de ciencia ficción aparecieron a finales de la década de 1970, muchos de ellos en la revista `Omni`. Su primer libro, `Neuromante` (1984), está reconocido como la primera novela cyberpunk y muchos consideran que se trata de la obra de ciencia ficción más importante de la década de 1980. En ella. se muestra un mundo impersonal en el que los derechos individuales están constantemente amenazados por grupos de corporaciones que controlan la sociedad. Los héroes del libro, Case y Molly, tienen cuerpos con alteraciones cibernéticas -es decir, incluyen elementos mecánicos y electrónicos- y utilizan sus habilidades para operar directamente en el ciberespacio, el mundo creado nacido de la yuxtaposición de la mente humana y la infromática. El lenguaje empleado en `Neuromante` contribuyó enormemente al desarrollo de un vocabulario cyberpunk con la incorporación de palabras como ciberespacio o realidad virtual (un entorno simulado por ordenador y similar al mundo real). La novela también se refiere a la posibilidad de un futuro apocalíptico y los aspectos inherentes a la alteración tecnológica del cuerpo humano. Gibson obtuvo, con `Neuromante`, los Premios Nebula (1984) y Hugo (1985), dos de los más importantes para literatura de ciencia ficción.
Gibson es autor también de otras obras cyberpunk como la colección de cuentos `Quemando cromo` (1986), que incluye `Johnny Mnemonic` y las novelas `Conde Cero` (1986), `Mona Lisa acelerada` (1988) y `Luz virtual` (1993). `La máquina de la diferencia` (1990), escrito junto al también americano Bruce Sterling, emplea elementos de las novelas policíacas y de la intriga histórica en su narración situado en una Inglaterra victoriana (mitad final del siglo XIX), en la que los ordenadores son el motor de la revolución industrial. También ha experimentado con otras formas literarias: `Dream Jumbo` (1989) es un texto pensado para acompañar una manifestación artística, y concibió `Agripa, un libro de los muertos` (1992) como un poema sobre su padre bajo un conjunto de imágenes y textos contenidos en un disco informático y que estaban pensados para desvanecerse rápidamente una vez que se hubieran leído.
***
«El cielo sobre el puerto era del color de la televisión, sintonizada en un canal muerto.» El primer enunciado de la novela de Gibson establece el tono de esta historia ultramoderna de gente que se mueve en un paisaje electrónico. Siguiendo las huellas de Alfred Bester, William Burroughs y (tal vez) Samuel R. Delany, pero inspirándose en los sueños del Silicon Valley, el autor ha creado un thriller romántico y triste, tan actual como los juegos de video, los trasplantes de órganos y la investigación sobre inteligencia artificial, todo lo cual tiene su papel en la narración. Es un libro ágil, sólidamente escrito, ingeniosamente inventivo, ocasionalmente divertido y siempre poético, a veces desconcertante y tan bien ajustado como un circuito de microchip. Tiene algunos de los defectos previsibles en un primer libro: efectos algo forzados y una complejidad excesiva que una y otra vez entorpece la línea narrativa. Pero son defectos propios de una ambición auténtica y de un talento exuberante. El héroe, Case, es un vaquero computarizado, con cultura callejera. Gracias a la utilización de su sofisticado equipo electrónico del mundo del siglo XXI, es capaz de entrar en el «ciberespacio», un área donde la información acumulada de los circuitos de ordenadores del planeta adquiere una realidad aparentemente tridimensional. Moviéndose en el ciberespacio, puede alterar los programas de computación y penetrar en la memoria de los bancos comerciales para robar valiosos datos.
Fuente: N.N.
Fragmento
WILLIAM GIBSON
Neuromante
A Deb
que lo hizo posible
con amor
I
Los blues de Chiba City
1
EL CIELO SOBRE EL PUERTO tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.
-No es que esté desahogándome -Case oyó decir a alguien mientras a golpes de hombro se abría paso entre la multitud frente a la puerta del Chat-. Es como si mi cuerpo hubiese desarrollado toda esta deficiencia de drogas -era una voz del Ensanche y un chiste del Ensanche. El Chatsubo era un bar para expatriados profesionales; podías pasar allí una semana bebiendo y nunca oír dos palabras en japonés.
Ratz estaba sirviendo en el mostrador, sacudiendo monótonamente el brazo protésico mientras llenaba una bandeja de vasos de kirin de barril. Vio a Case y sonrió; sus dientes, una combinación de acero europeo oriental y caries marrones. Case encontró un sitio en la barra, entre el improbable bronceado de una de las putas de Lonny Zone y el flamante uniforme naval de un africano alto cuyos pómulos estaban acanalados por precisos surcos de cicatrices tribales.
-Wage estuvo aquí temprano, con dos matones -dijo Ratz, empujando una cerveza por la barra con la mano buena-. ¿Negocios contigo tal vez, Case?
Case se encogió de hombros. La chica de la derecha soltó una risita y lo tocó suavemente con el codo. La sonrisa del barman se ensanchó. La fealdad de Ratz era tema de leyenda. Era de una belleza asequible, la fealdad tenía algo de heráldico. El arcaico brazo chirrió cuando se extendió para alcanzar otra jarra. Era una prótesis militar rusa, un manipulador de fuerza retroalimentada con siete funciones, acoplado a una mugrienta pieza de plástico rosado.
-Eres demasiado el artiste, Herr Case. -Ratz gruñó; el sonido le sirvió de risa. Se rascó con la garra rosada el exceso de barriga enfundada en una camisa blanca. - Eres el artiste del negocio ligeramente gracioso.
-Claro -dijo Case, y tomó un sorbo de cerveza-. Alguien tiene que ser gracioso aquí. Ten por seguro que ése no eres tú.
La risita de la puta subió una octava.
-Tampoco tú, hermana. Así que desaparece, ¿de acuerdo? Zone es un íntimo amigo mío.
Ella miró a Case a los ojos y produjo un sonido de escupitajo lo más leve posible, moviendo apenas los labios. Pero se marchó.
-¡Jesús! -dijo Case-. ¿Qué clase de antro tienes? Uno no puede tomarse un trago en paz.
-Mmm -dijo Ratz frotando la madera rayada con un trapo-. Zone ofrece un porcentaje. A ti te dejo trabajar aquí porque me entretienes.
Cuando Case levantó su cerveza, se hizo uno de esos extraños instantes de silencio, como si cien conversaciones inconexas hubiesen llegado simultáneamente a la misma pausa. La risa de la puta resonó entonces, con un cierto deje de histeria.
Ratz gruñó: -Ha pasado un ángel.
-Los chinos -vociferó un australiano borracho-; los chinos inventaron el empalme de nervios. Para una operación de nervios, nada como el continente. Te arreglan de verdad, compañero...
-Lo que faltaba -dijo Case a su vaso, sintiendo que toda la amargura le subía como una bilis-; eso sí que es una mierda.
Ya los japoneses habían olvidado más de neurocirugía de lo que los chinos habían sabido nunca. Las clínicas negras de Chiba eran lo más avanzado: cuerpos enteros reconstruidos mensualmente, y con todo, aún no lograban reparar el daño que le habían infligido en aquel hotel de Memphis.
Un año allí y aún soñaba con el ciberespacio, la esperanza desvaneciéndose cada noche. Toda la cocaína que tomaba, tanto buscarse la vida, tanta chapuza en Night City, y aún veía la matriz durante el sueño: brillantes reticulados de lógica desplegándose sobre aquel incoloro vacío... Ahora el Ensanche era un largo y extraño camino a casa al otro lado del Pacífico, y él no era un operador, ni un vaquero del ciberespacio. Sólo un buscavidas más, tratando de arreglárselas. Pero los sueños acudieron en la noche japonesa como vudú en vivo, y lloraba por eso, lloraba en sueños, y despertaba solo en la oscuridad, aovillado en la cápsula de algún hotel de ataúdes, con las manos clavadas en el colchón de gomaespuma, tratando de alcanzar la consola que no estaba allí.
-Anoche vi a tu chica -dijo Ratz, pasando a Case un segundo kirin.
-No tengo -dijo Case, y bebió.
-La señorita Linda Lee.
Case sacudió la cabeza.
-¿No tienes chica? ¿Nada? ¿Sólo negocios, amigo artista? -Los ojos pequeños y marrones del barman anidaban profundamente en una piel arrugada. - Creo que me gustabas más con ella. Te reías más. Ahora, una de estas noches, tal vez te pongas demasiado artístico; terminarás en los tanques de la clínica; piezas de recambio.
-Me estás rompiendo el corazón, Ratz. -Case terminó su cerveza, pagó y se fue, hombros altos, estrechos y encogidos bajo la cazadora de nailon caqui manchada de lluvia. Abriéndose paso entre la multitud de Ninsei, podía oler su propio sudor rancio.
Case tenía veinticuatro años. A los veintidós, había sido vaquero, un cuatrero, uno de los mejores del Ensanche. Había sido entrenado por los mejores, por McCoy Pauley y Bobby Quine, leyendas en el negocio. Operaba en un estado adrenalínico alto y casi permanente, un derivado de juventud y destreza, conectado a una consola de ciberespacio hecha por encargo que proyectaba su incorpórea conciencia en la alucinación consensual que era la matriz. Ladrón, trabajaba para otros: ladrones más adinerados, patrones que proveían el exótico software requerido para atravesar los muros brillantes de los sistemas empresariales, abriendo ventanas hacia los ricos campos de la información.
Cometió el clásico error, el que se había jurado no cometer nunca. Robó a sus jefes. Guardó algo para él y trató de escabullirlo por intermedio de un traficante en Amsterdam. Aún no sabía con certeza cómo fue descubierto, aunque ahora no importaba. Esperaba que lo mataran entonces, pero ellos sólo sonrieron. Por supuesto que era bienvenido, le dijeron, bienvenido al dinero. E iba a necesitarlo. Porque -aún sonriendo- ellos se iban a encargar de que nunca más volviese a trabajar.
Le dañaron el sistema nervioso con una micotoxina rusa de los tiempos de la guerra.
Atado a una cama en un hotel de Memphis, el talento se le extinguió micrón a micrón y alucinó durante treinta horas
El daño fue mínimo, sutil, y totalmente efectivo.
Para Case, que vivía para la inmaterial exultación del ciberespacio, fue la Caída. En los bares que frecuentaba como vaquero estrella, la actitud distinguida implicaba un cierto y desafectado desdén por el cuerpo. El cuerpo era carne. Case cayó en la prisión de su propia carne.
El total de sus bienes fue rápidamente convertido a nuevos yens, un grueso fajo del viejo papel moneda que circulaba interminablemente por el circuito cerrado de los mercados negros del mundo como las conchas marinas de los isleños de Trobriand. En el Ensanche era difícil hacer negocios legítimos con dinero en efectivo; en Japón ya era ilegal.
En Japón supo con firme y absoluta certeza que conseguiría curarse. En Chiba. Ya fuese en una clínica legalizada o en la tierra umbría de la medicina negra. Sinónimo de implantes, de empalmes de nervios y microbiónica, Chiba era un imán para las subculturas tecnodelictivas.
En Chiba, vio cómo sus nuevos yens se desvanecían en una ronda de dos meses de exámenes y consultas. Los hombres de las clínicas negras, la última esperanza de Case, admiraron la pericia con que lo habían lisiado, y luego, lentamente, menearon la cabeza.
Ahora dormía en los ataúdes más baratos, los más cercanos al puerto, bajo los faros de cuarzo halógeno que iluminaban los muelles toda la noche como vastos escenarios; donde el fulgor del cielo de televisor impedía ver el cielo de Tokio y aun el desmesurado logotipo holográfico de la Fuji Electric Company, y la bahía de Tokio era un espacio negro donde las gaviotas daban vueltas en círculo sobre cardúmenes de poliestireno blanco a la deriva. Detrás del puerto se extendía la ciudad, cúpulas de fábricas dominadas por los vastos cubos de arcologías empresariales. Puerto y ciudad estaban divididos por una estrecha frontera de calles más viejas, un área sin nombre oficial. Night City, y Ninsei, el corazón del barrio. De día, los bares de Ninsei estaban cerrados y no se distinguían unos de otros: el neón apagado, los hologramas inertes, esperando bajo el envenenado cielo de plata.
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