viernes, 2 de septiembre de 2016

Jorge Luis Borges. Poesía. LUNA DE ENFRENTE. (1925). Final del poemario.



DAKAR

  Dakar está en la encrucijada del sol, del desierto y del mar.
  El sol nos tapa el firmamento, el arenal acecha en los caminos, el
  [mar es un encono.

  He visto un jefe en cuya manta era más ardiente lo azul que en el
  [cielo incendiado.

  La mezquita cerca del biógrafo luce una claridad de plegaria.
  La resolana aleja las chozas, el sol como un ladrón escala los muros.
  África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas,
  [ídolos, reinos, arduos bosques y espadas.

  Yo he logrado un atardecer y una aldea.

  LA PROMISIÓN EN ALTA MAR

  No he recobrado tu cercanía, mi patria, pero ya tengo tus estrellas.
  Lo más lejano del firmamento las dijo y ahora se pierden en su
  [gracia los mástiles.

  Se han desprendido de las altas cornisas como un asombro de
  [palomas.

  Vienen del patio donde el aljibe es una torre inversa entre dos
  [cielos.

  Vienen del creciente jardín cuya inquietud arriba al pie del muro
  [como un agua sombría.

  Vienen de un atardecer de provincia, lacio como un yuyal.
  Son inmortales y vehementes; no ha de medir su eternidad
  [ningún pueblo.

  Ante su firmeza de luz todas las noches de los hombres se
  [curvarán como hojas secas.

  Son un claro país y de algún modo está mi tierra en su ámbito.

  CASI JUICIO FINAL

  Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la
  [noche.

  La noche es una fiesta larga y sola.
  En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo.
  He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
  He cantado lo eterno: la clara luna volvedora y las mejillas que
  [apetece el amor.

  He conmemorado con versos la ciudad que me ciñe
  y los arrabales que se desgarran.
  He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
  Frente a la canción de los tibios, encendí mi voz en ponientes.
  A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños
  [he exaltado y cantado.

  He sido y soy.
  He trabado en firmes palabras mi sentimiento
  que pudo haberse disipado en ternura.
  El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón.
  Como el caballo muerto que la marea inflige a la playa, vuelve a
  [mi corazón.

  Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
  El agua sigue siendo grata en mi boca y el verso no me niega su
  [música.

  Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si
  [esta gran luna de mi soledad me perdona?


  MI VIDA ENTERA

  Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
  He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de
  [la pena.

  He atravesado el mar.
  He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres
  [hombres.

  He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
  He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada
  [inmortalidad de ponientes.

  He paladeado numerosas palabras.
  Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré
  [cosas nuevas.

  Creo que mis jornadas y mis noches
  se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos
  [los hombres.


  ÚLTIMO SOL EN VILLA LURO

  Tarde como de Juicio Final.
  La calle es una herida abierta en el cielo.
  Ya no sé si fue un Ángel o un ocaso la claridad que ardió en la
  [hondura.

  Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia.
  Al horizonte un alambrado le duele.
  El mundo está como inservible y tirado.
  En el cielo es de día, pero la noche es traicionera en las zanjas.
  Toda la luz está en las tapias azules y en ese alboroto de chicas.
  Ya no sé si es un árbol o es un dios, ese que asoma por la verja
  [herrumbrada.

  Cuántos países a la vez: el campo, el cielo, las afueras.
  Hoy he sido rico de calles y de ocaso filoso y de la tarde hecha
  [estupor.

  Lejos, me devolveré a mi pobreza.

  VERSOS DE CATORCE

  A mi ciudad de patios cóncavos como cántaros
  y de calles que surcan las leguas como un vuelo,
  a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso
  y arrabales azules, hechos de firmamento,
  a mi ciudad que se abre clara como una pampa,
  yo volví de las viejas tierras antiguas del Occidente
  y recobré sus casas y la luz de sus casas
  y la trasnochadora luz de los almacenes
  y supe en las orillas, del querer, que es de todos
  y a punta de poniente desangré el pecho en salmos
  y canté la aceptada costumbre de estar solo
  y el retazo de pampa colorada de un patio.
  Dije las calesitas, noria de los domingos,
  y el paredón que agrieta la sombra de un paraíso,
  y el destino que acecha tácito, en el cuchillo,
  y la noche olorosa como un mate curado.
  Yo presentí la entraña de la voz las orillas,
  palabra que en la tierra pone el azar del agua
  y que da a las afueras su aventura infinita
  y a los vagos campitos un sentido de playa.
  Así voy devolviéndole a Dios unos centavos
  del caudal infinito que me pone en las manos.

Fuente:
Fuente:
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, SEPTIEMBRE 2012.


 

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