sábado, 24 de septiembre de 2016

Jorge Luis Borges. PARA LAS SEIS CUERDAS (1965). Poesía.

 
PARA LAS SEIS CUERDAS
  (1965)


  PRÓLOGO

  Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad. En el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una ópera cantada en un idioma que no conoce; en el Martín Fierro, un vaivén de bravatas y de quejumbres, justificadas por el propósito político de la obra, pero del todo ajenas a la índole sufrida de los paisanos y a los precavidos modales del payador.
  En el modesto caso de mis milongas, el lector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes.
  He querido eludir la sensiblería del inconsolable «tango-canción» y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas.
  Compuestas hacia mil ochocientos noventa y tantos, estas milongas hubieran sido ingenuas y bravas; ahora son meras elegías.
  Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos.
  J. L. B.
 Buenos Aires, junio de 1965


  MILONGA DE DOS HERMANOS

  Traiga cuentos la guitarra
  de cuando el fierro brillaba,
  cuentos de truco y de taba,
  de cuadreras y de copas,
  cuentos de la Costa Brava
  y el Camino de las Tropas.
  Venga una historia de ayer
  que apreciarán los más lerdos;
  el destino no hace acuerdos
  y nadie se lo reproche–ya
  estoy viendo que esta noche
  vienen del Sur los recuerdos.
  Velay, señores, la historia
  de los hermanos Iberra,
  hombres de amor y de guerra
  y en el peligro primeros,
  la flor de los cuchilleros
  y ahora los tapa la tierra.
  Suelen al hombre perder
  la soberbia o la codicia;
  también el coraje envicia
  a quien le da noche y día–el
  que era menor debía
  más muertes a la justicia.
  Cuando Juan Iberra vio
  que el menor lo aventajaba,
  la paciencia se le acaba
  y le armó no sé qué lazo–le
  dio muerte de un balazo,
  allá por la Costa Brava.
  Sin demora y sin apuro
  lo fue tendiendo en la vía
  para que el tren lo pisara.
  El tren lo dejó sin cara,
  que es lo que el mayor quería.
  Así de manera fiel
  conté la historia hasta el fin;
  es la historia de Caín
  que sigue matando a Abel.

  ¿DÓNDE SE HABRÁN IDO?

  Según su costumbre, el sol
  brilla y muere, muere y brilla
  y en el patio, como ayer,
  hay una luna amarilla,
  pero el tiempo, que no ceja,
  todas las cosas mancilla.
  Se acabaron los valientes
  y no han dejado semilla.
  ¿Dónde están los que salieron
  a libertar las naciones
  o afrontaron en el Sur
  las lanzas de los malones?
  ¿Dónde están los que a la guerra
  marchaban en batallones?
  ¿Dónde están los que morían
  en otras revoluciones?
  –No se aflija. En la memoria
  de los tiempos venideros
  también nosotros seremos
  los tauras y los primeros.
  El ruin será generoso
  y el flojo será valiente:
  No hay cosa como la muerte
  para mejorar la gente.
  ¿Dónde está la valerosa
  chusma que pisó esta tierra,
  la que doblar no pudieron
  perra vida y muerte perra,
  los que en el duro arrabal
  vivieron como en la guerra,
  los Muraña por el Norte
  y por el Sur los Iberra?
  ¿Qué fue de tanto animoso?
  ¿Qué fue de tanto bizarro?
  A todos los gastó el tiempo,
  a todos los tapa el barro.
  Juan Muraña se olvidó
  del cadenero y del carro
  y ya no sé si Moreira
  murió en Lobos o en Navarro.
  –No se aflija. En la memoria…

  MILONGA DE JACINTO CHICLANA

  Me acuerdo. Fue en Balvanera,
  en una noche lejana
  que alguien dejó caer el nombre
  de un tal Jacinto Chiclana.
  Algo se dijo también
  de una esquina y de un cuchillo;
  los años nos dejan ver
  el entrevero y el brillo.
  Quién sabe por qué razón
  me anda buscando ese nombre;
  me gustaría saber
  cómo habrá sido aquel hombre.
  Alto lo veo y cabal,
  con el alma comedida,
  capaz de no alzar la voz
  y de jugarse la vida.
  Nadie con paso más firme
  habrá pisado la tierra;
  nadie habrá habido como él
  en el amor y en la guerra.
  Sobre la huerta y el patio
  las torres de Balvanera
  y aquella muerte casual
  en una esquina cualquiera.
  No veo los rasgos. Veo,
  bajo el farol amarillo,
  el choque de hombres o sombras
  y esa víbora, el cuchillo.
  Acaso en aquel momento
  en que le entraba la herida,
  pensó que a un varón le cuadra
  no demorar la partida.
  Sólo Dios puede saber
  la laya fiel de aquel hombre;
  señores, yo estoy cantando
  lo que se cifra en el nombre.
  Entre las cosas hay una
  de la que no se arrepiente
  nadie en la tierra. Esa cosa
  es haber sido valiente.
  Siempre el coraje es mejor,
  la esperanza nunca es vana;
  vaya pues esta milonga
  para Jacinto Chiclana.

  MILONGA DE DON NICANOR PAREDES

  Venga un rasgueo y ahora,
  con el permiso de ustedes,
  le estoy cantando, señores,
  a don Nicanor Paredes.
  No lo vi rígido y muerto
  ni siquiera lo vi enfermo;
  lo veo con paso firme
  pisar su feudo, Palermo.
  El bigote un poco gris
  pero en los ojos el brillo
  y cerca del corazón
  el bultito del cuchillo.
  El cuchillo de esa muerte
  de la que no le gustaba
  hablar; alguna desgracia
  de cuadreras o de taba.
  De atrio, más bien. Fue caudillo,
  si no me marra la cuenta,
  allá por los tiempos bravos
  del ochocientos noventa.
  Lacia y dura la melena
  y aquel empaque de toro;
  la chalina sobre el hombro
  y el rumboso anillo de oro.
  Entre sus hombres había
  muchos de valor sereno;
  Juan Muraña y aquel Suárez
  apellidado el Chileno.
  Cuando entre esa gente mala
  se armaba algún entrevero
  él lo paraba de golpe,
  de un grito o con el talero.
  Varón de ánimo parejo
  en la buena o en la mala;
  «En casa del jabonero
  el que no cae se refala.»
  Sabía contar sucedidos,
  al compás de la vihuela,
  de las casas de Junín
  y de las carpas de Adela.
  Ahora está muerto y con él
  cuánta memoria se apaga
  de aquel Palermo perdido
  del baldío y de la daga.
  Ahora está muerto y me digo:
  ¿Qué hará usted, don Nicanor,
  en un cielo sin caballos
  ni envido, retruco y flor?

  UN CUCHILLO EN EL NORTE

  Allá por el Maldonado,
  que hoy corre escondido y ciego,
  allá por el barrio gris
  que cantó el pobre Carriego,
  tras una puerta entornada
  que da al patio de la parra,
  donde las noches oyeron
  el amor de la guitarra,
  habrá un cajón y en el fondo
  dormirá con duro brillo,
  entre esas cosas que el tiempo
  sabe olvidar, un cuchillo.
  Fue de aquel Saverio Suárez,
  por más mentas el Chileno,
  que en garitos y elecciones
  probó siempre que era bueno.
  Los chicos, que son el diablo,
  lo buscarán con sigilo
  y probarán en la yema
  si no se ha mellado el filo.
  Cuántas veces habrá entrado
  en la carne de un cristiano
  y ahora está arrumbado y solo,
  a la espera de una mano,
  que es polvo. Tras el cristal
  que dora un sol amarillo
  a través de años y casas,
  yo te estoy viendo, cuchillo.

  EL TÍTERE

  A un compadrito le canto
  que era el patrón y el ornato
  de las casas menos santas
  del barrio de Triunvirato.
  Atildado en el vestir,
  medio mandón en el trato;
  negro el chambergo y la ropa,
  negro el charol del zapato.
  Como luz para el manejo
  le firmaba un garabato
  en la cara al más garifo,
  de un solo brinco, a lo gato.
  Bailarín y jugador,
  no sé si chino o mulato,
  lo mimaba el conventillo,
  que hoy se llama inquilinato.
  A las pardas zaguaneras
  no les resultaba ingrato
  el amor de ese valiente,
  que les dio tan buenos ratos.
  El hombre, según se sabe,
  tiene firmado un contrato
  con la muerte. En cada esquina
  lo anda acechando el mal rato.
  Un balazo lo tumbó
  en Thames y Triunvirato;
  se mudó a un barrio vecino,
  el de la Quinta del Ñato.

  MILONGA DE LOS MORENOS

  Alta la voz y animosa
  como si cantara flor,
  hoy, caballeros, le canto
  a la gente de color.
  Marfil negro los llamaban
  los ingleses y holandeses
  que aquí los desembarcaron
  al cabo de largos meses.
  En el barrio del Retiro
  hubo mercado de esclavos;
  de buena disposición
  y muchos salieron bravos.
  De su tierra de leones
  se olvidaron como niños
  y aquí los aquerenciaron
  la costumbre y los cariños.
  Cuando la patria nació
  una mañana de Mayo,
  el gaucho sólo sabía
  hacer la guerra a caballo.
  Alguien pensó que los negros
  no eran ni zurdos ni ajenos
  y se formó el Regimiento
  de Pardos y de Morenos.
  El sufrido regimiento
  que llevó el número seis
  y del que dijo Ascasubi:
  «Más bravo que gallo inglés».
  Y así fue que en la otra banda
  esa morenada, al grito
  de Soler, atropelló
  en la carga del Cerrito.
  Martín Fierro mató un negro
  y es casi como si hubiera
  matado a todos. Sé de uno
  que murió por la bandera.
  De tarde en tarde en el Sur
  me mira un rostro moreno,
  trabajado por los años
  y a la vez triste y sereno.
  ¿A qué cielo de tambores
  y siestas largas se han ido?
  Se los ha llevado el tiempo,
  el tiempo, que es el olvido.

  MILONGA PARA LOS ORIENTALES

  Milonga que este porteño
  dedica a los orientales,
  agradeciendo memorias
  de tardes y de ceibales.
  El sabor de lo oriental
  con estas palabras pinto;
  es el sabor de lo que es
  igual y un poco distinto.
  Milonga de tantas cosas
  que se van quedando lejos;
  la quinta con mirador
  y el zócalo de azulejos.
  En tu banda sale el sol
  apagando la farola
  del Cerro y dando alegría
  a la arena y a la ola.
  Milonga de los troperos
  que hartos de tierra y camino
  pitaban tabaco negro
  en el Paso del Molino.
  A orillas del Uruguay,
  me acuerdo de aquel matrero
  que lo atravesó, prendido
  de la cola de su overo.
  Milonga del primer tango
  que se quebró, nos da igual,
  en las casas de Junín
  o en las casas de Yerbal.
  Como los tientos de un lazo
  se entrevera nuestra historia,
  esa historia de a caballo
  que huele a sangre y a gloria.
  Milonga de aquel gauchaje
  que arremetió con denuedo
  en la pampa, que es pareja,
  o en la Cuchilla de Haedo.
  ¿Quién dirá de quiénes fueron
  esas lanzas enemigas
  que irá desgastando el tiempo,
  si de Ramírez o Artigas?
  Para pelear como hermanos
  era buena cualquier cancha;
  que lo digan los que vieron
  su último sol en Cagancha.
  Hombro a hombro o pecho a pecho,
  cuántas veces combatimos.
  ¡Cuántas veces nos corrieron,
  cuántas veces los corrimos!
  Milonga del olvidado
  que muere y que no se queja;
  milonga de la garganta
  tajeada de oreja a oreja.
  Milonga del domador
  de potros de casco duro
  y de la plata que alegra
  el apero del oscuro.
  Milonga de la milonga
  a la sombra del ombú,
  milonga del otro Hernández
  que se batió en Paysandú.
  Milonga para que el tiempo
  vaya borrando fronteras;
  por algo tienen los mismos
  colores las dos banderas.

  MILONGA DE ALBORNOZ

  Alguien ya contó los días,
  Alguien ya sabe la hora,
  Alguien para Quien no hay
  ni premuras ni demora.
  Albornoz pasa silbando
  una milonga entrerriana;
  bajo el ala del chambergo
  sus ojos ven la mañana,
  la mañana de este día
  del ochocientos noventa;
  en el bajo del Retiro
  ya le han perdido la cuenta
  de amores y de trucadas
  hasta el alba y de entreveros
  a fierro con los sargentos,
  con propios y forasteros.
  Se la tienen bien jurada
  más de un taura y más de un pillo;
  en una esquina del Sur
  lo está esperando un cuchillo.
  No un cuchillo sino tres,
  antes de clarear el día,
  se le vinieron encima
  y el hombre se defendía.
  Un acero entró en el pecho,
  ni se le movió la cara;
  Alejo Albornoz murió
  como si no le importara.
  Pienso que le gustaría
  saber que hoy anda su historia
  en una milonga. El tiempo
  es olvido y es memoria.

  MILONGA DE MANUEL FLORES

  Manuel Flores va a morir.
  Eso es moneda corriente;
  morir es una costumbre
  que sabe tener la gente.
  Y sin embargo me duele
  decirle adiós a la vida,
  esa cosa tan de siempre,
  tan dulce y tan conocida.
  Miro en el alba mis manos,
  miro en las manos las venas;
  con extrañeza las miro
  como si fueran ajenas.
  Vendrán los cuatro balazos
  y con los cuatro el olvido;
  lo dijo el sabio Merlín:
  morir es haber nacido.
  ¡Cuánta cosa en su camino
  estos ojos habrán visto!
  Quién sabe lo que verán
  después que me juzgue Cristo.
  Manuel Flores va a morir.
  Eso es moneda corriente;
  morir es una costumbre
  que sabe tener la gente.

  MILONGA DE CALANDRIA

  Servando Cardoso el nombre
  y Ño Calandria el apodo;
  no lo sabrán olvidar
  los años, que olvidan todo.
  No era un científico de esos
  que usan arma de gatillo;
  era su gusto jugarse
  en el baile del cuchillo.
  Cuántas veces en Montiel
  lo habrá visto la alborada
  en brazos de una mujer
  ya tenida y ya olvidada.
  El arma de su afición
  era el facón caronero.
  Fueron una sola cosa
  el cristiano y el acero.
  Bajo el alero de sombra
  o en el rincón de la parra,
  las manos que dieron muerte
  sabían templar la guitarra.
  Fija la vista en los ojos,
  era capaz de parar
  el hachazo más taimado.
  ¡Feliz quien lo vio pelear!
  No tan felices aquellos
  cuyo recuerdo postrero
  fue la brusca arremetida
  y la entrada del acero.
  Siempre la selva y el duelo,
  pecho a pecho y cara a cara.
  Vivió matando y huyendo.
  Vivió como si soñara.
  Se cuenta que una mujer
  fue y lo entregó a la partida;
  a todos, tarde o temprano,
  nos va entregando la vida.

Fuente: EMECÉ EDITORES, 1965. Buenos Aires, Argentina.

1 comentario:

  1. Un lector vive mil vidas antes de morir. El que nunca lee solo vive una". (George R.R. Martin). Encontra miles de libros usados, raros y descatalogados en www.libreriausados.com.ar

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