Carta N.º 7[21]
Muy querido León Ostrov:
Espero que habrá recibido mi carta anterior, dedicada exclusivamente al tema «televisión y trabajo». Lamento anunciarle que lo de la televisión no anduvo pero que en cambio me sirvió para ponerme en contacto con la revista Cuadernos, en la que soy ahora empleada (y robadora de hojas, como es evidente). Trabajo desde el lunes, hoy es mi cuarto día, estoy contenta y no lo estoy, tengo un horario de oficinista, 9 a 12 y 14 a 18. El sueldo es muy bueno y sirve para vivir tranquilamente en esta ciudad que ya está en mí y que, según todos mis deseos, no abandonaré tan pronto. Pero le escribo a usted todo esto porque me siento un poco confusa con la novedad de que mi deseo de quedarme será realizado (si bien me excedo en el optimismo pues los tres primeros meses de todo empleo parisino son de prueba, y nosotros sabemos lo lejana que estoy de la empleada eficaz y necesaria. En fin…). El gran y enorme problema es, como decíamos ayer, mi madre. Ella sabe que tengo pasaje que me sirve para volver hasta marzo (mi anhelo secreto es devolverlo y comprarme algún autito viejo). Ahora bien: necesito de todas las fuerzas del mundo para no hacer la hija pródiga, para no volver y llorar y prometer ser buena y pedir perdón por haber nacido. Todos estos meses de soledad, de cambio de domicilio, de búsqueda de empleo, me han fortalecido algo. Para darle una idea de mi vida por aquí: dejé la casa de mi tío en Agosto y me fui a la residencia universitaria de Antony (veinte minutos de París) donde me quedé dos meses hasta que me cansé de su confort, de su ambiente universitario, de su poca relación con París, etc. La semana pasada me conseguí una pieza en un sexto piso de la Place de Clichy (en el corazón de Clichy, lleno de prostitutas y compañía). El hecho de que yo, la nacida temerosa y miedosa por orden y venganza de no sé quién, habite sola y solitaria una chambre de bonne en una dudosa calle de Montmartre, no es un hecho vulgar y corriente en la historiografía alejandrina. La pieza es muy hermosa pues no tiene ratas ni pieles sarnosas de viejas locas, pero en cambio no tiene agua y el baño (un agujero detrás de una puerta) queda a unos sesenta metros, y para ir allí ¡¡¡¡¡¡¡no hay luz de noche!!!!! Quiere decir que te prendes un fósforo y tanteas las paredes y las puertas hasta llegar a un infecto agujero casi siempre ocupado por un viejo siniestro que te saluda con los ojos en tu… Bueno, estoy exagerando, como siempre. Y ya que hablamos de corredores oscuros y agujeros volvamos al tema «madre»: a mi temor de volver por temor a su temor. A su venganza silenciosa. En fin, a todo eso que está en cualquier manual de psicoanálisis. Pero me gustaría quedarme varios años, ganarme mi vida varios años, trabajar como cualquier ser adulto, escribir (estoy escribiendo), no pensar en publicar sino escribir algunos años, sin urgencia, lentamente, tranquila, etc. Y además leer, estudiar, en fin, vivir adultamente. Si consigo quedarme en este empleo (estoy trabajando con Edmundo Eichelbaum, quiero decir, en la misma oficina, creo que usted lo conoce; en verdad, fue él quien le habló de mí a Gorkin y fue por él que conseguí el empleo). Lo que sucede es que no deja de parecerme irrisorio y sorprendente donar siete horas de mi día, donarlas así, sabiendo que la muerte existe, y muchas cosas hermosas existen, y muchas cosas terribles, y trabajar así, como si no pasara nada, como si uno no viniera a la tierra por un tiempo breve. Todo esto me asombra profundamente, pero considerando racionalmente que hace un mes yo me quería suicidar, considerando que la imagen de mi vida era un golpearse la cabeza en la pared, y que ahora, cuando salgo de aquí, sólo tengo sed de cosas bellas, considerando todo esto, creo, en fin, que todo irá mejor. Y ahora lo dejo. Abrazos para usted, Aglae y Andrea,
Alejandra
Respuesta de León Ostrov
Buenos Aires, octubre 21 de 1960.
Querida Alejandra:
Me pregunta Ud. si recibí su carta anterior, dedicada al tema: T. V. y trabajo. Sí, la recibí, y a mi vez le pregunto si recibió la mía porque su interrogante me lleva a pensar que no llegó a Ud. La mandé al Consulado, y en ella trataba de colaborar con Ud. en el asunto Vallejo.
Me alegra todo lo que me dice en su carta. Creo que es el camino para Ud., por lo menos inmediatamente. Si siente que está logrando conciliar sus proyectos, a pesar de las siete horas de oficina, no ceda. Defiéndase, defiéndalos. Veo —complacido— que lo que siempre sostuve —que París es terapéutico— se está cumpliendo. Espero que no me defraude, y que pueda pasar por esos tres meses de prueba y poder quedar así en el empleo. Yo la «veo» a Ud. viviendo en París. Es una ciudad para espíritus como el suyo. Me acuerdo que Phillips —un psicoanalista inglés que estuvo hace un par de años en Buenos Aires, excepcionalmente culto— me decía que sus vacaciones —y eventualmente los fines de semana— los pasa en París. Y me acuerdo que yo, cuando estuve en el 55 en Europa, la primera ciudad que visité fue París. Arreglé mis cosas para recorrer algunas otras, pero para terminar mi estada en Europa de nuevo en ella, como si necesitara, como última impresión, llevarme la de París, que está en mí y me dibuja un futuro feliz pensando que alguna vez estaré de nuevo allí.
Arregle sus cosas, acepte que en esta breve vida —es inevitable— tenemos que dormir y trabajar a veces en cosas que no nos interesan del todo, es decir, reducir las horas de la contemplación y de la tarea que expresa nuestra vocación mejor. Todo eso que, aparentemente es perder tiempo puede, en definitiva, no serlo. Recuerde aquel cartelito que Saint Paul Roux colocaba sobre la puerta de su habitación cuando se iba a dormir: «Se ruega no molestar. El poeta trabaja».
Trabaje, en lo suyo y en la oficina, puesto que esto último es condición inexorable para seguir en París. Y vaya ahorrando, si puede, algunos francos y córrase a Roma cuando pueda. Y ya me dirá.
Un gran abrazo mío, de Aglae y de Andrea,
León Ostrov
Como la dirección que pone en el sobre es ilegible, resuelvo mandarle ésta a la de su oficina. En todo caso, acláreme la suya, particular.
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