sábado, 28 de mayo de 2016

J.Méndez-Limbrick. Novela. Mariposas Negras para un Asesino.


Fragmento. Novela. Mariposas Negras para un asesino. Premio UNA-Palabra 2004. Cuarta Reimpresión 2015.
A las últimas palabras de don Julián aparecía  el joven con un pequeño carro con licores, una fuente con hielo y algunas botellas para las mezclas. En aquel momento,  - desde las frases del octogenario y la llegada del joven -, Henry se sintió el hombre más estúpido sobre la faz de la Tierra: ridiculizado por los dos morgueros... sintió  cómo la cara se encendía de cólera para dar paso  a un frío intenso que invadía el cuerpo.
Pero, también se dijo que ¿quién era él para ingresar a un submundo al que no era llamado, sino que por azar llegaba?
-Nosotros, lo de siempre Adriano, respondieron al unísono Oscar y Juancho a la pregunta de don Julián.
-A mí, no, por favor, Adriano me da un brandy. La verdad con esta noche – sentenció Casasola Brown  enroscándose más que nunca en la semipenumbra de la habitación -, lo mejor es calentar los huesos.
- Ultimo aviso, don Henry, ¿ whisky,  brandy, vodka, vino?- reiteró don Julián.
- En confianza, doctorcito, en confianza, adelantó a decir el Efebo.
- Whisky, sí,  whisky, creo que me caería bien un whisky.
-¿En las rocas, con agua, o con club soda?- preguntó el joven en actitud expectante.
-En las rocas, gracias.
Don Julián o su rostro quiso salir de la semipenumbra, pero la misma oscuridad lo retenía como a un prisionero. Prisionero de las sombras y de sí mismo Casasola Brown continuó con su voz  grave:
-Mire, don Henry, a estos muchachos yo los quiero como si fueran mis hijos. Porque entiendo su trabajo cruel, devastador que es el oficio de morguero, porque es el oficio de la muerte después de la muerte. ¡Ahhh y que no me vengan a decir los patólogos que ellos si les toca la parte fea: las disecciones! ¡Nooo, que vaaa, esa no es la parte fea!, ¿sabe don Henry cuál es la parte dolorosa? ¿lo sabe señor De Quincey? El eterno monólogo con los muertos... la soledad  a la una o dos de la mañana con  estos hombres, mujeres o niños, porque también los niños se mueren. Esa es la parte devastadora del trabajo. Por eso, yo entiendo las bromas pesadas a que son blanco fácil algunas personas y...  perdónelos, porque creo que usted ha sido el último de ellas.
Casasola Brown, el octogenario, el hombre afable, encendió un cigarro, hizo una pausa y prosiguió con su voz  grave:
- Oscar, no me vas a decir que también le contaste a don Henry De Quincey la famosa historia que siempre contás de la chica muerta en el Hospital San Juan de Dios, y que lenguas malintencionadas se encargaron de propalar...
Henry tembló, quería que su cuerpo no tiritara de frío, pero no lo podía evitar.
A las últimas frases de don Julián, Henry miró al Efebo.
El Efebo agachó la cabeza, no porque estuviera avergonzado por lo que adivinaba aquel viejo y de la historia contada, no, bajaba la cerviz porque era indudable que la mirada de Henry era de pocos amigos.
Se hizo un silencio, más allá de los ventanales se oía el viento rasgar los cipreses.
- Le repito, “es un juego” como acostumbran decir estos dos buenos muchachos que yo quiero como si fueran mis hijos que nunca tuve. Porque como le comentaba...  ellos serán mis herederos. ¿A quién más les iba a dejar mi fortuna, si no tengo familia?
Hizo un impasse Casasola, dejó escapar el humo del cigarro y  su brasa ardió como un corazón que bombeara sangre, continuó:
-¿Que si tengo conocimiento de las fotografías?Así es, pero eso no es nada don Henry, es una piedra, es un escollo en el camino que se da y punto.
Nosotros sabemos - y no se ofenda - que su visita obedece a otros derroteros y que usted no es un fanático de la necrofilia. ¡Nooo, por favor! Por supuesto que no. También hago la advertencia que nosotros tampoco lo somos (fanáticos de la necrofilia). Sí estamos conscientes que  hurgamos en los mismísimos límites de lo lúdico y lo macabro. Escuche, don Henry... lo de las fotografías y que yo tuviera sexo con una jovencita muerta son invenciones, personas sin escrúpulos que manchan el nombre o la reputación de una persona sin el menor pudor. ¿Sexo?,  jamás, además,   no se puede llamar sexo tener acceso carnal con una muerta... ignorantes eso no es ni sexo ni violación,  eso se llama profanación de cadáver-  argumentó Casasola -.
Henry miró a los dos morgueros: estaban como dos estatuas con las  cabezas bajas escuchando a su protector don Julián.
- Mi renuncia del Nosocomio del San Juan de Dios, lo hice por problemas personales y laborales con mi jefe superior inmediato, un patólogo de apellido De la Fuente, y punto. La historia negra se vino conmigo al Organismo de Investigaciones Criminales, a la Morgue Judicial. ¿Quién la propaló? No me interesa ya saber quién o quiénes fueron. Tuve mis sospechas y como no tenía pruebas fehacientes... Incluso estos muchachos- y pronunció la frase apuntando con su mano temblorosa y con el cigarro en ella a Juancho y a Oscar - creyeron la historia al principio. Pero, al conocer la verdad, “mi verdad”  reafirmamos la historia, queríamos devolverle a la sociedad que injustamente me endilgaba una mentira con otra mentira. Además, para esa época estaba próximo a recibir la herencia de mi abuelo materno.
¡Ah, perdón, creo que me he desviado de mi comentario inicial, don Henry!
Terminando la frase y de inmediato apuntaló Henry con un tono suave, nervioso:
- No, por favor don Julián, puede ser sincero conmigo en lo que desee.
- Le decía que nosotros sabemos que usted ha venido aquí, a mi casa por la investigación... por los homicidios.
Henry calló, estaba sorprendido en parte y  en parte no.
Reflexionó con rapidez. Los pensamientos  invadieron su cerebro como una corriente eléctrica: era probable que la fuga de información fuera del Organismo de Investigaciones Criminales  y de allí llegara hasta los  morgueros, que él estaba tras la pista del asesino, de La Sombra.
De nuevo escuchó al octogenario.
- Probablemente usted ha pensado que si nosotros teníamos este tipo de prácticas necrófilas, debíamos de saber “algo” sobre los homicidios, ¿estoy en lo correcto don Henry?
Antes de contestar a estas preguntas y otras más que usted es posible se haga déjeme contarle algo de mi vida.
Henry había acabado el trago de  whisky y antes que  pusiera el vaso  sobre la mesita de los licores, don Julián lo invitó a servirse de nuevo  mientras escuchaba su historia.
Ahora en el ambiente se filtraba el frío, no importaba que en la chimenea crepitaran los leños.
Henry escuchó la respiración de Casasola: lenta, pausada.
Fuente: Editorial EUNA.

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