domingo, 21 de febrero de 2016

VINDICACIÓN DE "BOUVARD ET PÉCUCHET" Jorge Luis Borges.


Obras Completas. Jorge Luis Borges.
EMECÉ Editores. 1972.

VINDICACIÓN DE "BOUVARD ET PÉCUCHET"
La historia de Bouvard y de Pécuchet es engañosamente simple.
Dos copistas (cuya edad, como la de Alonso Quijano, frisa con
los cincuenta años) traban una estrecha amistad una herencia
les permite dejar su empleo y fijarse en el campo, ahí ensayan
la agronomía, la jardinería, la fabricación de conservas, la anatomía,
la arqueología, la historia, la mnemónica, la literatura,
la hidroterapia, el espiritismo, la gimnasia, la pedagogía, la veterinaria,
la filosofía y la religión; cada una de esas disciplinas
heterogéneas les depara un fracaso al cabo de veinte o treinta
años. Desencantados (ya veremos que la "acción" no ocurre en
el tiempo sino en la eternidad), encargan al carpintero un doble
pupitre, y se ponen a copiar, como antes.1
Seis años de su vida, los últimos, dedicó Flaubert a la consideración
y- a la ejecución de ese libro, que al fin quedó inconcluso,
y que Gosse, tan devoto de Madame Bovary, juzgaría una
aberración, y Rémy de Gourmont, la obra capital de la literatura
francesa, y casi de la literatura.
Emile Faguet ("el grisáceo Faguet" lo llamó alguna vez Gerchunoff)
publicó en 1899 una monografía, que tiene la virtud
de agotar los argumentos contra Bouvard et Pécuchet, lo cual
es una comodidad para el examen crítico de la obra. Flaubert,
según Faguet, soñó una epopeya de la idiotez humana y superfluaménte
le dio (movido por recuerdos de Pangloss y Candide
y, tal vez de Sancho y Quijote) dos protagonistas que no se com-
• plementan y no se oponen y cuya dualidad no pasa de ser un artificio
verbal. Creados o postulados esos fantoches, Flaubert les
hace leer una biblioteca, parra que no la entiendan. Faguet denuncia
lo pueril de este juego, y lo peligroso, ya que Flaubert,
para idear las reacciones de sus dos imbéciles, leyó mil quinientos
tratados de agronomía, pedagogía, medicina, física, metafísica,
etc., con el propósito de no comprenderlos: Observa Faguet: "Si
uno se obstina en leer desde el punto de vista de un hombre que
lee sin entender, en muy poco tiempo se logra no entender absolutamente
nada y ser obtuso por cuenta propia." El hecho es
que cinco años de convivencia fueron transformando a Flaubert
en Pécuchet y Bouvard o (más precisamente) a Pécuchet y Bouvard
en Flaubert. Aquéllos, al principio, son dos idiotas, menos-
1 Creo percibir una referencia irónica al propio destino de Flaubert.
2(Í0 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
preciados y vejados por el autor, pero en el octavo capítulo ocurren
las famosas palabras: "Entonces una facultad lamentable
surgió en su espíritu, la de ver la estupidez y no poder, ya, tolerarla."
Y después: '-Los entristecían cosas insignificantes: los
avisos de los periódicos, el perfil de un burgués, una tontería
oída al azar." Flaubert, en este punto, se reconcilia con Bouvard
y con Pécuchet, Diqs con sus criaturas. Ello sucede acaso en toda
obra extensa, o simplemente viva (Sócrates llega a ser Platón;
Peer Gynt a ser Ibsen), pero aquí sorprendemos el instante en
que el soñador, para decirlo con una metáfora afín, nota que
está soñándose y que las formas de su sueño son él.
La primera edición de Bouvard et Pécuchet es de marzo de
1881. En abril, Henry £éard ensayó esta definición: "una especie
de Fausto en dos personas". En la edición de la Pléiade, Dumesnil
confirma: "Las primeras palabras del monólogo de Fausto,
al comienzo de la primera parte, son todo el plan de Bouvard
el Pécuchet." Esas palabras en que Fausto deplora haber estudiado
en vano filosofía, jurisprudencia, medicina y ¡ay! teología.
Faguet, por lo demás, ya había escrito: "Bouvard et Pécuchet
es la historia de un Fausto que fuera también un idiota." Retengamos
este epigrama, en el que de algún modo se cifra toda la
intrincada polémica.
Flaubert declaró que uno de sus propósitos era la revisión
de todas las ideas modernas; sus detractores argumentan que el
hecho de que la revisión esté a cargo de dos imbéciles basta,
en buena ley, para invalidarla. Inferir de los percances de estos
payasos la vanidad de las religiones, de las ciencias y de las artes,
no es otra cosa que un sofisma insolente o que una falacia grosera.
Los fracasos de Pécuchet "no comportan un fracaso de
Newton.
Para rechazar esta conclusión, lo habitual es negar la premisa.
Digeon y Dumesnil invocan, así, un pasaje de Maupassant, confidente
y discípulo de Flaubert, en el que se lee que Bouvard
y Pécuchet son "dos espíritus bastante lúcidos, mediocres y sencillos".
Dumesnil subraya el epíteto "lúcidos", pero el testimonio
de Maupassant —o del propio Flaubert, si se consiguiera— nunca
será tan convincente como el texto mismo de la obra, que parece
imponer la palabra "imbéciles".
La justificación de Bouvard et Pécuchet, me atrevo a sugerir,
es de orden estético y poco o nada tiene que ver con las cuatro
figuras y los diecinueve modos del silogismo. Una cosa es el
rigor lógico y otra la tradición ya casi instintiva de poner las
palabras fundamentales en boca de los simples y de los locos.
Recordemos la reverencia que el Islam tributa a los idiotas,
porque se entiende que sus almas han sido arrebatadas al cielo;
DISCUSIÓN 261
recordemos aquellos lugares de la Escritura en que se lee que
Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los sabios.
O, si los ejemplos concretos son preferibles, pensemos en Manalive
de Chesterton, que es una visible montaña de simplicidad y un
abismo de divina sabiduría, o en aquel Juan Escoto, que razonó
que el mejor nombre de Dios es Nihilum (Nada) y que "él mismo
no sabe qué es, porque no es un qué. . .". El emperador Moctezuma
dijo que los bufones enseñan más que los sabios, porque
se atreven a decir la verdad; Flaubert (que, al fin y al cabo, no
elaboraba una demostración rigurosa, una Destructio Philosophorum,
sino una sátira) pudo muy bien haber tomado la precaución
de confiar sus últimas dudas y sus más secretos temores
a dos irresponsables.
Una justificación más profunda cabe entrever. Flaubert era
devoto de Spencer; en los First Principies del maestro se lee
que el universo es inconocible, por la suficiente y clara razón
de que explicar un hecho es referirlo a otro más general y de
que ese proceso no tiene fin 1 nos conduce a una verdad ya tan
general que no podemos referirla a otra alguna; es decir, explicarla.
La ciencia es una esfera finita que crece en el espacio
infinito; cada nueva expansión le hace comprender una zona
mayor de lo desconocido, pero lo desconocido es inagotable.
Escribe Flaubert: "Aún no sabemos casi nada y queríamos adivinar
esa última palabra que no nos será revelada nunca. El
frenesí de llegar a una conclusión- es la más funesta y estéril de
las manías." El arte opera necesariamente con símbolos; la mayor
esfera es un punto en el infinito; dos absurdos copistas pueden
representar a Flaubert y también a Schopenhauer o a Newton.
Taine repitió a Flaubert que el sujeto de su novela exigía
una pluma del siglo xvm, la concisión y la mordacidad (le mordantyác
un Jonathan Swift. Acaso habló de Swift, porque sintió
de algún modo la afinidad de los dos grandes y tristes escritores.
Ambos odiaron con ferocidad minuciosa la estupidez •humana;
ambos documentaron ese odio, compilando a lo largo de los
años frases triviales y opiniones idiotas; ambos quisieron abatir
las ambiciones de la ciencia. En la tercera parte de Gulliver,
Swift describe una venerada y vasta academia, cuyos individuos
proponen que la humanidad prescinda del lenguaje oral para
no gastar los pulmones. Otros ablandan el mármol para la fabricación
de almohadas y de almohadillas; otros aspiran a propagar
una variedad de ovejas sin lana; otro creen resolver los enigmas
del universo mediante una armazón de madera con manijas de
1 Agripa el Escéptico argumentó que toda prueba exige a su ve? una prueba,
y así hasta lo infinito.
262 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
hierro, que combina palabras al azar. Esta invención va contra
el Arte magna de Lulio. . .
Rene Descharmes ha examinado, y reprobado, la cronología
de Bouvard et Pécachet. La acción requiere unos cuarenta años;
los protagonistas tienen sesenta y ocho cuando se entregan a la
gimnasia, el mismo año en que Pécuchet descubre el amor. En
un libro tan poblado de circunstancias, el tiempo, sin embargo,
está inmóvil; fuera de los ensayos y fracasos de los dos Faustos
(o del Fausto bicéfalo) nada ocurre; faltan las vicisitudes comunes
y la fatalidad y el azar. "Las comparsas del desenlace son
las del preámbulo; nadie viaja, nadie se muere", observa Claude
Digeon. En otra página concluye: "La honestidad intelectual
de Flaubert le hizo una terrible jugada: lo llevó a recargar su
cuento filosófico, a conservar su pluma de novelista para escribirlo."
; Las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert
han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo.
El hombre que con Madame- Bovary forjó la novela realista fue
también el primero en romperla. Chesterton, apenas ayer, escribía:
"La novela bien puede morir con nosotros." El instinto de Flaubert
presintió esa muerte, que ya está aconteciendo —¿no es el
Ulises, con sus planos y horarios y precisiones, la espléndida agonía
de un género?—, y en el quinto capítulo de la obra condenó
las novelas "estadísticas o etnográficas" de Balzac y, por extensión,
las de Zola. Por eso, el tiempo de Bouvard et Pécuchet se inclina
a la eternidad; por eso, los protagonistas no mueren y seguirán
copiando, cerca de Caen, su anacrónico Sottisier, tan ignorantes
de 1914 corrió de 1870; por eso, la obra mira, hacia atrás, a las
parábolas de Voltaire y de Swift y de los orientales y, hacia adelante,
a las de Kafka.
Hay, tal vez, otra clave. Para escarnecer los anhelos de la
humanidad, Swift los atribuyó a pigmeos o a simios; Flaubert,
a dos sujetos grotescos. Evidentemente, si la historia universal es
la historia de Bouvard y de Pécuchet, todo lo que la integra es
ridículo y deleznable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

Páginas