lunes, 24 de marzo de 2014

Un Balzac desconocido.

  

Un advenedizo llamado Balzac.

por  Carlos Yusti.

El escritor que imitaría sin contemplación alguna y el cual, de algún modo, constituiría, en mi museo personal de mitos, un ideal, una inagotable fuente de inspiración, podría ser Honoré de Balzac. Si bien no el Balzac perseverante, obstinado, incansable y disciplinado escribiendo ( bajo el reclamo de deudas, acreedores y editores) una obra literaria profusa, y, que en muchas de sus páginas logró alcanzar, con indiscutible genialidad, una enorme versatilidad literaria y una grandilocuencia más realista que metafórica. No. Mi inclinación es por ese otro Balzac, quien a causa de un ansioso apetito se hizo de una adiposa contextura, de ese Balzac preocupado en ser un dandy, y, que debido a ello gastaba fortunas en llamativos trajes o lujos extravagantes e innecesarios; de ese Balzac que anhela por encima de todo tener éxito financiero, ser un burgués menos imbécil e insoportable que los burgueses caligrafiados en sus novelas o de la vida real, con los que se codeo siempre a distancia, debido a su origen plebeyo.
(Mesa de trabajo de Balzac)
 
El ansia de riqueza y triunfo en Balzac fue una obsesión, por tal circunstancia se convirtió en una máquina de la creación literaria, en un empresario vital y derrochador para acceder al círculo de ricachones de los salones parisinos. Fue a todas luces un advenedizo jalonado entre el romanticismo y su profesión de escritor. Sus amores con damas distinguidas, bellas, ingeniosas y algo excedidas en edad fueron para el escritor peldaños en su paranoica carrera hacia la cúspide social. La vida amorosa e intelectual de Balzac, intensa y siempre al borde de los ensueños, fue azarosa y caótica. Su obra, escrita con altibajos y en la madrugada bajos los efectos de muchas taza de café, constituye una metáfora estética, un pase de factura, de la sociedad de su tiempo.
Los primeros tanteos de su carrera como escritor fueron en extremo complicados. Su familia al enterarse sobre la intenciones del joven Balzac de consagrarse a la escritura desaprueba desproporcionada insensatez. No obstante ante la impetuosidad del joven le conceden un plazo para que demuestre si tiene aptitudes para la literatura.
El joven Balzac se muda a una buhardilla en París, con las privaciones de rigor dirige su energía juvenil y soñadora a escribir dramas. Piensa que el teatro es un medio fácil para hacerse de un nombre y por ende de algo de dinero. Se equivoca, su primer drama Cronwell, ( un mamotreto conformado por quinientas páginas y en cinco actos) resultó un aparatoso revés. En alguna crítica de la prensa de ese entonces se aseguraba que el autor debía dedicar sus esfuerzos a otros menesteres, menos a la literatura. Por suerte Balzac se desentiende de las críticas adversas, tanto públicas como familiares, y para no contrariar más a su familia vuelve al hogar, no esta ni desilusionado, ni se siente fracasado.
En un segundo aliento retoma de nuevo la escritura, sólo que esta vez se inclina por la novela. Para ese momento la novela de moda en el gusto de la gente es aquella que narra historias truculentas y de horror, con veladas insinuaciones sexuales que oscilan entre lo patológico y esotérico. Balzac con ese olfato de advenedizo que siempre lo caracterizó redacta varias noveletas en ese estilo. Claro esta que dichas narraciones, publicadas bajo el seudónimo de Horace de Saint Aubin eran un tanto infames y descosidas en cuanto al estilo. A la par de escribir malas novelas y ansiar con pasión el éxito, realiza su primera conquista amorosa: Madame de Berny, a la que nuestro enamorado escritor denominará «La dilecta», mujer casada, y algo pasada en años, le va a proporcionar al novel escritor el aplomo necesario para que no desista en su empeño de «colearse» en los círculos sociales de prestigio. Hastiado de escribir novelas populares que no rinden la liquidez monetaria esperada, Balzac (ya tiene veintisiete años) adquiere una imprenta y comienza un trabajo anárquico de editar libros. Sus deseos de hacerse rico parecen aumentar con la edad. Cree con firmeza en lo que hace y por ese motivo se esfuerza con tremendo ahínco por convertirse en un editor de prestigio. Se esmera arduamente, pero fracasa: los libros se venden escasamente y como editor no puede cubrir los gastos que produce la empresa impresora. La deuda con los acreedores asciende a una cantidad aproximada de sesenta mil francos. Balzac imperturbable, a pesar de los apremios financieros, se concentra en escribir. Trabaja con un frenesí poco común y da punto final a lo que será su primera novela, «Los Chuanes», que firmará con su nombre. Esta primera obra, que ya contiene algunos elementos característicos del estilo a rajatabla de Balzac, es una crónica belicista con tintes románticos. El relato se va a vertebrar a partir de la sublevación de Bretaña y Normandía durante los años de la RevoluciónFrancesa. El éxito comienza a tocar al impetuoso y envolvente escritor. Puede relacionarse a sus anchas con el zoo de nobles y burgueses en los salones parisinos.
Para poder asistir a dichos salones debe endeudarse con los sastre. Todo lo que ha ganado, o piensa ganar, ya lo debe. Viste con gran pompa: usa guantes amarillos, bastones con empuñaduras de oro y marfil, camisas de seda. Su conversación locuaz e inteligente le gana rápida admiración y hace olvidar a sus contertulios su estirpe bizarra y su gordura poco elegante. Si para estos ricachos de salón Balzac resulta un tipejo peculiar, para él ellos representan especímenes ideales para sus novelas. Más que compartir con ellos el escritor los estudia, se los aprende de memoria y luego los traspapelas en sus narraciones con un virtuosismo/verismo implacable. La vida social de Balzac es intensa, cuestión que en lo absoluto no le impide publicar novelas cortas con relativa frecuencia para distintos periódicos de la ciudad. Escribe de noche sin descanso y en 1813 obtiene un éxito indiscutible con «La Piel de Zapa», novela corta donde lo fantástico se interacciona con una sarta de reflexiones filosóficas. Esta novela le proporciona algún dinero, que ya adeuda como era de esperarse, y un gran nuevo número de lectores.
Su vida amorosa también sufre algunos vaivenes. La «dilecta» es sustituida por la duquesa de Abrantes, otra dama algo ajada por los años, pero que le introduce por la puerta de enfrente de los salones más importantes de un París mortalmente frívolo y donde el gusto era por esos días chirriante y fachoso. Esa capacidad de conversación libresca, combinada con su atuendo ostentoso y de rebuscado lujo, del que todavía no ha pagado ni la primera cuota, permite a Balzac desenvolverse bien en un mundo de persona con títulos dinásticos y altamente creída. En uno de estos lujosos salones conoce a la condesa Eveline Hanska, la cual con el transcurrir de los años se convertirá una ferviente protectora. Así mismo tiene lances sentimentales con Sarah Frances Lowell, Hane Disby y Lady Ellenbaroug. Subrayamos estos primeros tanteos amorosos del escritor para recalcar su nítido sentido del negocio del arribismo. No obstante tan vital y desprejuiciado como era sintió por estas mujeres de edad un sincero amor. Al final de los días de Balzac la Condesa Hanska consintió en casarse con él por lastima. Le sobrevivió treinta y dos años. Pagó las innumerables deudas que el escritor no pudo cancelar.
Esta conducta amoral de Balzac esta plenamente justificada si se toma en consideración que el hombre era un personaje del montón, un tipejo pedestre, vulgar y su prosa era un poco como su personalidad, es decir carente de toda elegancia, algo tosca y con más imperfecciones sintácticas y estilísticas de lo que se cree. Su falta de refinamiento, su carencia de una sintaxis educada se perciben en su trabajo literario. Sin embargo todo ello no fue obstáculo para que su arrebatada y verbosa fecundidad expresara con talento un buen número de sentencias y apotegmas que crecen en sus novelas como la mala hierba. Balzac pregonaba: «El protagonista de mi obra es la sociedad francesa, y yo no actúo sino como secretario».
Oscar Wilde dijo: «La muerte de Lucien de Rubempré es el gran drama de mi vida». Rubempré es la imagen contraria a ese incomparable e inescrupuloso arribista como lo es Eugenio de Rastignac. La clave de todo la ha escrito estupendamente William Somerset Maugham: «Balzac tenía una notable preferencia por Rastignac. Le proporcionó un origen de noble cuna, buen aspecto, encanto e ingenio; y además lo hizo intensamente atractivo para las mujeres. ¿Sería caprichoso sugerir que tuvo en Rastignac al hombre por el que hubiera dado todo por ser, salvo su fama? Balzac adoraba el éxito. Es posible que Rastignac fuera un bribón, pero había logrado hacerse de una posición. Es cierto que su fortuna fue `producto de la ruina de otros, pero fueron tontos al dejarse embaucar por él, y Balzac no tenía poco estima por los tontos. Lucien de Rubempré, otro de los aventureros de Balzac, fracasó porque era débil;…».
Rastignac era un poco Balzac, o al menos el personaje tenían bastante de su personalidad. Ser un arribista social y buen escritor son cuestiones que nunca se dan juntas, sin embargo en Balzac se complementaron con equilibrado estilo. Luego en la literatura han aparecido muchos advenedizos. Ninguno con la capacidad creadora de Balzac
 

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