jueves, 23 de febrero de 2012

CAMILO JOSÉ CELA.


Si existe una novela que ha dejado una huella indeleble en mi memoria de joven fue: LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE. Una obra descarnada, sincera, sórdida y con ecos existencialistas. Es por tal motivo que, los lectores curiosos la pueden bajar en digital. 
De esta novela se dice que:

La novedad de esta obra consistía en un argumento truculento, sórdido, abundante en escenas de violencia gratuita, narrado con un lenguaje que evoca el habla rural, pero al mismo tiempo muy cuidado. Es una novela que, aunque situada en una época imprecisa, fue capaz de reflejar el ambiente de pesimismo existencial que vivía la España de posguerra. En realidad, la visión del mundo subyacente en esta obra no estaba muy lejos del existencialismo francés o del neorrealismo italiano. Pero a diferencia de los autores existencialistas, Cela optó por rehuir la ambientación contemporánea y recuperar la tradición realista española: la picaresca, el naturalismo, Pío Baroja y la novela social de los años treinta.
Reseñado por Pilar 26/10/2007J.Méndez-Limbrick. Escritor.

Premio Cervantes 1995
CAMILO JOSÉ CELA


Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y
articulista español
(Iria Flavio, La Coruña, 1916 – Madrid, 2002)
Estudia Derecho y asiste a clases en la
Facultad de Filosofía y Letras en Madrid. En 1935 se anuncia como poeta en El
Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la
dudosa luz del día, que se imprime en 1945.
A partir de 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos periodos de reposo
en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria:
Cervantes, Quevedo y Ortega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada
visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Inclán. A este
esperpentismo corresponde, en buena medida, el carácter brutal de algunas páginas
de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego
y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte
(1942); con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más
allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma
esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el
conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El
gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida
(1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla,
Huelva, y sus tierras (1989).
En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del
desolador panorama de la narrativa española de posguerra. Su excelente estilo se
ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación
de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia
Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana.
El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de
reposo (1943). En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas
andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca
especialmente por la riqueza léxica.
En La Colmena, publicada en 1952 y en Buenos Aires por los problemas que le causó la
censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su
cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes,
muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o
tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar
un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo
experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955),
asistimos a la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano. En 1969 publica
Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid, ambientada en los
primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el
primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española.
Las últimas novelas del autor son: Oficio de Tinieblas (1973), su obra más personal, a la
que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa, como a
"una purga de mi corazón”. Se encuentran también Mazorca para dos muertos (1983);
Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994).
Entre 1956 y 1979 fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans,
auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en
libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario
(1963, sobre Rafael Zabaleta); de fotografía, como Toreo de salón (1963).
Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados
en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos
ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981); Rol de cornudos (1985).
En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro
titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del
garrote. En septiembre de 1989 presentó Madera de boj, la novela que aplazó al
recibir el Premio Nobel.
Ya consagrado, como uno de los grandes escritores del siglo, durante las dos últimas
décadas de su vida se sucedieron los homenajes, los premios y los más diversos
reconocimientos, entreverados ocasionalmente con algunas polémicas. Entre aquéllos
es obligado citar, en orden cronológico, los tres más importantes: el Príncipe de
Asturias de las Letras (1987); el Nobel de Literatura (1989) y el Miguel de Cervantes
(1995). El 10 de marzo de 1991 se casó con Marina Castaño. En 1996, el día de su
octogésimo cumpleaños, el Rey don Juan Carlos I le concedió el título de Marqués de
Iria Flavia; el lema que Cela adoptó para el escudo de marquesado fue El que resiste,
gana. Falleció en Madrid, el 17 de enero de 2002.


SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y articulista español (Íria Flavia, La Coruña, 1916). Nacido en el seno de una familia de ascendencia inglesa e italiana por parte de madre, vivió en Madrid desde su niñez, ciudad en la que estudió Derecho y asistió también a clases en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1935 se anunció como poeta en El Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la dudosa luz del día, que sería impreso en 1945.

En 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos períodos de reposo en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria: Cervantes, Quevedo y Órtega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Ínclán. A este esperpentismo corresponde en buena medida el carácter brutal de algunas páginas de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte (1942), con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida (1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva, y sus tierras (1989).

En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del desolador panorama de la narrativa española de postguerra. Su excelente estilo se ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana. El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de reposo (1943).

En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca especialmente por la riqueza léxica. En La Colmena, publicada en 1952 en Buenos Aires por los problemas que le causó la censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes, muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955), la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano.

En 1969 publica Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid (1969), ambientada en los primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española. Las últimas novelas del autor son: Óficio de Tinieblas 5 (1973), su obra más personal a la que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa como `una purga de mi corazón`, Mazorca para dos muertos (1983), Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994). Entre 1956 y 1979, fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans, auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario (1963, sobre Rafael Zabaleta), de fotografía, como Toreo de salón (1963).

Es autor de varios volúmenes de memorias y numerosos relatos, artículos periodísticos y trabajos de erudición, entre los que destaca su Diccionario secreto (1968 y 1971). Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981), Rol de cornudos (1985) o Rol de comidas (1989). En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del garrote. En septiembre de 1999 presentó Madera de boj, la novela que aplazó hace diez años, al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1989.

En su importante faceta como articulista, colaboró con los periódicos El Independiente, El País, El Mundo, ABC, entre otros. En 1985 se constituyó la Fundación Camilo José Cela, con sede en el conjunto arquitectónico del siglo XVIII conocido como la Casa de los Canónigos, en Iria Flavia (Galicia), que alberga el legado del autor y tiene como principal objetivo la difusión y el estudio de su obra. En 1977 fue nombrado senador por designación real en las primeras Cortes Generales Constituyentes de la transición española, cargo que ejerció hasta 1979. En 1996 fue nombrado marqués de Iria Flavia. Murió el 17 de enero de 2002, en Madrid, y sus restos mortales fueron enterrados en su ciudad natal.
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CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1995
Discurso de CAMILO JOSÉ CELA



Señor. Señora.
Dignísimas autoridades. Señores académicos. Señoras y señores.
Merece la pena esperar los años que Dios disponga para recibir este premio de la mano
de Vuestra Majestad. Nunca se llega tarde a ningún sitio, jamás se nace ni se muere
cinco minutos antes, y todos los puertos son seguros tan pronto como se rinde en ellos la
más azarosa y difícil singladura. El tiempo lima las asperezas de la conciencia y amansa
la voz del hombre si se acierta a ponerla a remojo en el benevolente rocío de la
paciencia; aliado con el tiempo, al decir de Shakespeare, al miserable no le queda más
medicina que la esperanza: ni siquiera la caridad ni el azar aunque quizá sí el amor y la
fe, esas dos palancas que sólo los más clementes dioses enseñan a manejar a los
elegidos. Hay que dar tiempo al tiempo para que pueda granar con opimo provecho y no
se debe ensayar a acelerarlo puesto que jamás abdica de su ritmo previsto y cadencioso
o vertiginoso, según se mire. El mundo es tal cual se nos presenta y para San Agustín, el
mundo de nuestros afanes y nuestras impaciencias, el mundo en que vivimos, se hizo no
en el tiempo sino al mismo tiempo que el tiempo, ya que el tiempo no existía antes del
mundo.
En mi espera, eso tan parecido al vicioso naipe solitario, jamás perdí la esperanza,
aunque a veces la vi tan huidiza como una liebre en campo abierto y, en los instantes de
mayor desconcierto e impaciencia, en las pausas que alimentaban de aire la
desesperanza e incluso el estupor, siempre busqué cobijo a la sombra de Tirso de
Molina y de Antonio Machado, aquellos dos hábiles prestidigitadores de la palabra
cuando, prestando oídos al saber popular, decían que el que espera, desespera: ¡qué
verdad tan verdadera! La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al
revés.
Dentro de pocos días, Deo volente, voy a cumplir ochenta años; el novelista Gutiérrez
Gamero, de las Reales Academias Española y de Jurisprudencia y Legislación, hubiera
dicho "mis primeros ochenta años". Pues bien: a los ochenta años y caminando ya, en
consecuencia, por el último recodo del sendero de la vida, se hacen sinceras las
humildades, honestos los propósitos y circunstanciadas y serenas hasta las vanidades.
Este oficio que ejerzo y en el que todavía no me corté la coleta, me dio todo lo que le
pedí y más, sin duda alguna, de lo que hubiera merecido. Cuando me concedieron el
premio Nobel pensé que cuatro o cinco escritores españoles de mi generación lo
hubieran podido recibir al mismo tiempo y aun antes y con mayor mérito y dignidad que
yo, y ahora que recibo el Cervantes no puedo desechar de mi mente la idea de que lo
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1995
Discurso de CAMILO JOSÉ CELA
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consigo amparado por la fortuna y ayudado por la siempre generosa casualidad. Dos
alemanes acuden a sacarme de dudas: Schiller, que supone que sólo cuando está maduro
cae el fruto de la suerte, y Schopenhauer, que piensa que la suerte echa las cartas pero
nosotros las jugamos. Al primero le expreso mi gratitud por advertirme que mi obra no
maduró hasta hoy, supuesto que ni pongo en cuarentena, y al segundo le digo que sé de
sobras que en la timba de la vida me tocaron muy buenas cartas: la verdad es que casi
no tuve ni que jugarlas.
Es mi voluntad de hoy, también mi deber, el hablar, por tanto, con palabra mesurada
para decir lo que quisiera decir, porque aprendí de Aristóteles que el habla es la
representación de la mente y la escritura lo es del habla, y mi mente es hoy sosegada, mi
palabra aspira a ser clara y mi discurso, lo que antes fue mi escritura, pretende enseñarse
diáfano y sincero; sé de sobras que, tal como pensaba Gracián que decía Fernando el
Católico, es la espera fruta de grandes corazones y muy fecunda de aciertos, ya que en
los hombres de pequeño corazón ni caben el tiempo ni el secreto. Quizá nuestra mejor
prudencia sea la de hablar, con muy discreta razón, con la palabra de Cervantes, el
hombre a quien zurró el destino y derrotó la envidia, el árbol frondoso a cuya sombra
nos acogemos respetuosa y devotamente.
Hablé poco antes del largo trecho que hube de recorrer hasta llegar a este gozoso
momento de hoy; Cervantes, en Persiles y Sigismunda, me trajo el consuelo al decirme
que no hay ningún camino que no se acabe, como no se le oponga la pereza y la
ociosidad. Aunque la sabiduría no es pegadiza -recuérdese que todo se contagia menos
la hermosura-, sí es, al menos, manantial de consuelo y esperanza y próvida fuente de
abiertos y bien dibujados horizontes; cuando yo era pequeño oí decir -y creí a pie
juntillo- que la mejor medicina contra la pereza era la diligencia, y ahora veo cuán cierto
era lo que tuve la bienaventuranza de aprender a su debido tiempo.
En este trance para mí tan vitalizador y solemne, quisiera alabar la palabra y confesar mi
amor por la palabra; para ello empiezo por declarar mi buen deseo de ahorrar palabras
para decir lo que pienso, recordando que Cervantes, también en el Persiles, nos advierte
que no hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca y en el Quijote
nos avisa de lo mismo cuando pide brevedad en los razonamientos, ya que ninguno es
gustoso si es largo; en la misma obra alerta contra el énfasis al pedir llaneza, puesto que
toda afectación es mala.
Amo la palabra ya que en ella habita la idea y reside el primer huevecillo de la
literatura, ese raro y punto menos que misterioso planeta cuya consideración hoy nos
convoca aquí, en esta mañana de primavera. Goethe temía a las palabras, en plural -en el
Fausto dice que cuando faltan ideas siempre hay palabras para substituirlas-, pero yo
hablo ahora de otra cosa, yo discurro ahora sobre la palabra en singular esencia.
Amo siempre la palabra como a veces se ama a una mujer, con frenesí, pasión e
inconveniencia, y este desmelenado amor me envara el sentimiento porque, otra vez el
Quijote, donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. Y puesto que
amo la palabra también alabo, oso y me arriesgo a alabarla, aun corriendo el riesgo de
darme de hoz y coz con el envés de mi propósito puesto que, de nuevo el Persiles, la
alabanza tanto es buena cuanto es bueno el que la dice, y tanto es mala cuanto es vicioso
y malo el que alaba. Confiemos una vez más en la suerte.
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En El laberinto de amor Cervantes canta en verso de romance:
Es el amor, cuando es bueno,
deseo de lo mejor;
si esto falta, no es amor,
sino apetito sin freno.
Y aquí se me presentan primero la duda y después el estupor porque, ¿amo yo así a la
palabra y a su bosque umbrío, la literatura? ¿Les deseo lo mejor y no lo más duradero y
bello y eficaz? ¿Estaré confundiendo el amor con el desenfreno? ¿Estaré tomando el
rábano, por las hojas y los celos por los temores? ¿No será Cervantes el equivocado al
querer ponerle puertas al campo del amor? Tampoco es ese el camino por el que haya de
seguir porque las apologías, como los ditirambos y los arrebatos nadan por diferentes
cauces que el sentimiento o el pensamiento en llamas.
Señor, Señora. Ya estoy llegando al fin, ya no me queda sino desollar el rabo de mi
discurso y os pido un poco de paciencia para escuchar mi última razón ya que, como el
solitario Amiel, no podría contentarme con tener razón yo solo. Hace ya algunos años y
con motivo de recibir el premio Príncipe de Asturias, tuve ocasión de decir en público y
ante un ilustre senado presidido por S.A. el Príncipe Don Felipe que en España, el que
resiste, gana. Lo dije en la noble ciudad de Oviedo y lo repito hoy, ante Vuestras
Majestades y también el instruido y selecto cónclave que nos arropa y en la noble
ciudad de Alcalá de Henares, a .medio camino entre la capital de España y el paraíso.
Sí me permitiría aclarar con mi voz más desnuda y sincera, sí quisiera pregonar con mi
acento más cierto y verdadero, que esta victoria de hoy no es mía sino de la palabra
dicha en español y a esta o a la otra orilla de la mar, que acierta a comparecer ante
Vuestras Majestades en cada aniversario de Miguel de Cervantes y resistiendo siempre
todas las tarascadas. Yo no soy más que el cambiable excipiente de la medicina de la
literatura (úsese y tírese). Cervantes dice, en las misteriosas y enriquecedoras páginas
del Persiles, que el arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades
del alma. No puedo arrepentirme de haber visto pasar la vida entera con la pluma en la
mano, yo ya no puedo dar marcha atrás por haberme pasado la vida escribiendo,
tampoco quiero ni debo hacerlo y proclamo mi lealtad a mi oficio. Me reconforta pensar
que la palabra tiene su mejor premio en sí misma, y doy gracias a Dios, también a los
hombres, por no haberme querido mudo ni muerto.

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