4.
El hijo de Andrés Aparicio
a
la memoria de Pablo Neruda
No tiene santuario alguno,
ningún techo.
Carta de Milena
El
lugar
No tuvo nombre y por eso no
tuvo lugar. Otras colonias fueron nombradas. Esta no. Como por
descuido. Como si un niño hubiera crecido sin ser bautizado. Peor
tantito: sin ser nombrado siquiera. Fue una como complicidad de
todos. ¿Para qué nombrar este barrio? Puede que alguien dijo, sin
pensarlo mucho, que nadie viviría demasiado tiempo aquí. Fue un
lugar pasajero, como las chozas de cartón y lámina corrugada. El
viento se coló por las paredes de bagazo mal ensamblado; el sol se
quedó a vivir para siempre sobre los techos de lámina. Esos eran
los habitantes de veras de este lugar. La gente vino aquí por
distracción, medio atarantada, sin saber por qué, porque peor es
nada, porque este llano de matorrales enanos, hierbas cenizas y
gobernadoras fue la frontera siguiente, después del barrio anterior
que ese sí tuvo nombre. Aquí ni nombre ni desagüe y la luz
eléctrica se la robaron de los postes, conectando los alambres de
sus focos a la corriente pública. No le pusieron nombre porque se
imaginaron que estaban allí de paso. Nadie se sentó sobre su propio
terreno. Eran paracaidistas y sin decirlo se pusieron de acuerdo en
que no opondrían resistencia al que viniera a sacarlos de allí. Se
irían a la siguiente frontera de la ciudad. De todos modos el tiempo
que pasaran aquí sin pagar renta sería tiempo ganado, un respiro.
Muchos de ellos vinieron de colonias más acomodadas, con nombres,
San Rafael, Balbuena, Canal del Norte, hasta Nezahualcóyotl que ya
tenía dos millones de gentes viviendo mal que bien allí con una
iglesia de cemento y uno que otro supermercado. Vinieron porque ni en
esas ciudades perdidas pudieron juntar los cabos y se negaron a
sacrificar la última apariencia decente, se negaron a ir a dar por
los rumbos de los pepenadores de basura o los areneros de las Lomas.
Bernabé tuvo una idea. Que este lugar no tuvo nombre porque era algo
así como todo lo que fue la ciudad grande, aquí estaba lo peor de
la ciudad y puede que lo mejor también, trató de decir y por eso no
pudo tener un nombre especial.
No lo pudo decir porque las
palabras siempre le costaron reteharto.
Su madre
conservó un espejo antiguo y se miró en él muchas veces.
Pregúntale Bernabé si miró el barrio, la ciudad perdida con sus
costras de tierra sepultada en el invierno, sus remolinos de polvo en
la primavera y en el verano sus lodazales de lluvia confundidos por
fin con los arroyos de excremento que corrieron el año entero
buscando la salida que nunca hallaron. ¿De dónde viene el agua,
mamá? ¿A dónde va la mierda, papá? Bernabé aprendió a respirar
más despacio para tragarse el aire negro, aplastado bajo las nubes
frías, aprisionado entre el circo de montañas. Un aire vencido que
apenas logró ponerse de pie, tambaleándose en el llano, buscando
las bocas abiertas. No le dijo a nadie su idea porque las palabras
nunca le salieron. Se le quedaron todititas adentro. Las palabras le
costaron mucho, porque lo que su madre dijo nunca tuvo nada que ver
con lo que pasó, porque los tíos rieron y aullaron a fuerzas como
para sentirse bien por obligación una vez a la semana antes de
regresar al banco y a la gasolinera pero sobre todo porque ya no
recordó la voz de su padre. Llevaban once años viviendo aquí.
Nadie los había molestado, nadie les había corrido. No tuvieron que
oponerle resistencia a nadie. Hasta se murió el viejo ciego que le
cantaba a los postes con su guitarra el corrido de la luz eléctrica,
luz
eléctrica refulgente y luminosa.
¿Por qué, Bernabé? El tío Rosendo dijo que era una burla. Habían
venido de paso y se habían quedado once años. Y si se habían
quedado once años, se iban a quedar para siempre.
—Sólo tu
papacito se peló a tiempo, Bernabé.
El
padre
Lo recordaron por los tirantes.
Nunca dejó de usarlos, como si de ellos dependiera su salvación. De
ellos dijeron que se prendió a la vida y que ojalá hubiera sido
como ellos, se hubiera estirado un poquito más. Vieron que la ropa
se le hizo vieja pero los tirantes no; fueron siempre nuevos,
brillosos, con hebillas doradas. Los tirantes fueron como su
gentileza, proverbial dijeron los viejos que todavía usaban palabras
como esa. No, le dijo el tío Richi, terco como las mulas y
arrastrando su decepción, así fue tu padre. En la escuela Bernabé
tuvo que pelearse con un grandulón sabroso que le preguntó por su
papá y Bernabé dijo se murió y el grandulón se rió y dijo eso
dicen todos, la mera verdad es que ningún padre se muere nunca, lo
que pasa es que tu papá te abandonó o a la mejor nunca lo
conociste, ni eso, se cogió a tu mamá y la abandonó cuando tú ni
nacías. Terco pero buena gente, dijo el tío Rosendo, ¿te fijaste?,
si no sonreía, se veía viejo, por eso sonreía sin razón toditito
el tiempo ah qué guasón el marido de la Amparito ríe que te ríe
sin razón cual ninguna, con esa amargura adentro de haber sido un
joven pasante de agronomía que lo mandaron muy ciruelito a ocuparse
de una cooperativa en un pueblo del estado de Guerrero, recién
casado con tu mamacita Bernabé. Cuando llegó el lugar estaba
quemado, muchos cooperativistas asesinados y las cosechas robadas por
el cacique y los dueños de los camiones. Tu padre quiso reclamar,
dizque iba a poner en marcha a la autoridad central y a la suprema
corte, lo que no dijo, lo que no prometió, lo que no intentó. Era
su primer trabajo y el mar se le hacía chiquito para un buche de
agua. Pues ahí tienes que apenas se las olieron que iban a venir
extraños a remediar las injusticias y los crímenes, todos se
juntaron, las víctimas lo mismo que los verdugos, para negar la
acusación de tu padre y hacerlo responsable a él. Entrometido,
chilango lleno de ideas de justicia, empedrador de infiernos, qué no
le dijeron. Ellos estaban aliados por viejas historias de rencillas,
rivalidades y muertes pesadas. Las generaciones se encargarían de ir
equilibrando las cosas. La justicia estaba en las familias, su honor
y su orgullo, no en un ingenierito metiche. Cuando vino la autoridad
federal, hasta los hermanos y las viudas de los muertos dijeron que
el culpable era tu papá. Se rieron; que la justicia federal se las
entienda con el agrónomo federal. Él nunca se recuperó de esta
derrota, como quien dice. En la burocracia lo miraron con recelo por
idealista y por incompetente y ya nunca avanzó. Al contrario, se
quedó pasmado en un empleíto de escritorio, sin avances ni aumentos
y con deudas sobre deudas, todo porque se le quebró algo allá
adentro, se le apagó una lucecita en el corazón, así dijo él, sin
dejar nunca de sonreír, estirándose los tirantes con los pulgares.
Quién le manda. La justicia puede estar enemistada con el amor, dijo
a veces, aquellas gentes se amaban hasta en el crimen y eso fue más
fuerte que mi promesa de justicia. Era como ofrecerles una estatua de
mármol de una bellísima diosa griega cuando ellos ya tenían su
prieta feicita pero cariñosa y muy tibiecita entre las cobijas.
¿Para qué buscarle? Tu padre Andrés Aparicio se quedó pensando,
sonriendo siempre, en las montañas del Sur, en un pueblo perdido sin
carretera ni teléfono donde el tiempo lo medían las estrellas, las
noticias sólo llegaban por la memoria y lo único seguro es que
todos iban a ser enterrados juntos, en la misma parcela vigilada por
ángeles color de rosa y cempazúchiles secos y lo sabían. Ese
pueblo se juntó y lo derrotó, mira nomás, porque la pasión une
más que la justicia y tú también, Bernabé, ¿quién te pegó, por
qué traes la boca rota y el ojo morado? Pero Bernabé no les iba a
contar a sus tíos lo que le dijo el grandulón sabroso de la escuela
ni cómo se agarraron a cates porque Bernabé no supo explicarle al
grandulón quién era su padre Andrés Aparicio, las palabras nomás
no le salían y por primera vez supo oscuramente, sin permitir que
nada de esto se volviera claro, que si no había palabras entonces
había cates. Pero la verdad es que hubiera querido decirle al abusón
ese jijo de su chingada madre que su padre se murió porque sólo le
quedaba esa dignidad, porque un muerto posee poder ante los vivos,
aunque sea un muerto desgraciado. A un muerto se le respeta, ¿o qué
carajos no?
La
madre
Ella mantuvo ese vocabulario
decente con mucho esfuerzo, en él debe haberse formado su carácter
a la vez sentimental y frío, soñador y duro, como para hacer
creíble su lenguaje que ya nadie hablaba en este barrio perdido.
Sólo algunos viejos, los que hablaron de la proverbial gentileza de
su marido Andrés Aparicio le dieron por su lado y ella insistió en
poner un mantel en la mesa y los cubiertos en su lugar, dijo que
nadie empezara hasta que todos estuvieran servidos y que nadie se
levantara de la mesa mientras ella la mujer la esposa la señora de
la casa no hiciese lo propio. Todo lo pidió por favor o pidió a los
demás que no olvidaran el por favor. Su casa fue siempre la casa de
usted, la casa del invitado, cuando aun vinieron invitados y hasta
hubo cumpleaños, Santos Reyes y hasta una posada con peregrinos,
velitas y piñata. Pero eso era cuando todavía vivía su marido
Andrés Aparicio y traía su sueldo del Departamento Agrario; ahora
sin pensión siquiera no alcanzó, ahora sólo vinieron los viejos
que con ella decían palabras como esmerado y puntual, dispense y
permítame, finezas y por descuidos. Pero también los viejos se
fueron acabando. Llegaron con vastas familias unidas, tres y a veces
cuatro generaciones ensartadas como un collar de abalorios pero en
menos de diez años ya sólo se veían jovencitos y niños y hubo que
buscar como agujas en el proverbial pajar a los viejos que decían
palabras bonitas. ¿Ella qué iba a hablar si sus viejos se le fueron
muriendo todos?, pensó mirándose en el espejo de ondulante marco
plateado que heredó de su madre cuando vivían todos juntos en las
calles de República de Guatemala antes de que se descongelaran las
rentas y el propietario don Federico Silva les aumentara sin piedad
las suyas. Ella no pudo creer lo que el propietario mandó a decir,
que eran exigencias de su mamá, que doña Felícitas era tiránica y
avara, porque luego la vecina doña Lourdes le contó que la mamá
del señor Silva se murió y sin embargo él no bajó las rentas, qué
va. Cuando Bernabé tuvo edad de razón, trató de asociar las
cortesías de su madre, el esmero de sus palabras en público con
alguna forma de ternura pero no pudo. Sólo se ponía sentimental
cuando hablaba de la pobreza o del padre; pero nunca se ponía más
dura que cuando hablaba de lo mismo. Bernabé no supo qué
significaban esos teatros de su mamá pero sí supo que a él no le
tocaba lo que ella parecía decir, como si entre los actos y las
palabras hubiera una barranca, tú eres un niño decente Bernabé no
lo olvides nunca, evita rozarte con los peladitos de tu escuela,
trátalos con distancia, recuerda que tú tienes un tesoro que no
tiene precio, la buena cuna y las buenas costumbres. Sólo dos veces
su mamá Amparo fue distinta. Una vez lo oyó a Bernabé por primera
vez gritarle chinga tu madre a otro chiquillo en la calle y cuando el
niño entró a la casucha ella se derrumbó sobre la mesita del
tocador, juntó los puños sobre la frente y dejó caer el espejo al
suelo diciendo Bernabé no pude darte lo que quería, tú merecías
otra cosa, mira nomás dónde te tocó crecer y vivir, no es justo
Bernabé. Pero el espejo no se rompió. Bernabé nunca le pidió
razón. Entendió que cada vez que se sentó ante el tocador con el
espejo en la mano y se miró de reojo a sí misma, acariciándose el
mentón, dibujándose con un dedo silencioso la ceja, borrando con la
palma de la mano el goteo del tiempo en los ojos, su mamá habló y
esto le importó más que lo que ella dijo porque para Bernabé
hablar fue siempre algo milagroso, se necesitó más coraje para
hablar que para los trancazos porque los trancazos sólo ocuparon el
lugar de las palabras. Cuando regresó del pleito en la escuela con
el grandulón no supo si su mamá habló sola o si supo que por allí
andaba él, detrás de una de las cortinas de manta que los tíos
colocaron para separar los espacios de la pequeña casa que los
domingos fueron sustituyendo poco a poco, cambiando cartón por adobe
y adobe por ladrillo hasta darle cierto aire de decencia, como el que
tuvieron cuando su padre de ellos fue el ayuda de campo del general
Vicente Vergara, el famoso general Tompiates de las leyendas que los
invitaba a desayunar menudo en el aniversario de la Revolución
Mexicana, la fría madrugada del fin de noviembre. Ahora ya no;
Amparito tuvo razón, los viejos se murieron y los jóvenes tuvieron
caras tristes. Andrés Aparicio no, siempre sonrió para no verse
viejo. Su proverbial gentileza. Sólo una vez dejó de sonreír. Un
hombre aquí del barrio le dijo algo feo y tu papá lo mató a
patadas, Bernabé. Nunca lo volvimos a ver. Mira hijito cómo te han
puesto dijo por fin doña Amparo pobrecito hijo mío mira dónde te
tocó pelear y dejó de mirarse en el espejo hasta ver a su hijo mi
escuincle del alma mi chamaquito santo mira nomás por qué te pegan
a ti santito mío y el espejo cayó al suelo de ladrillos nuevos y
esta vez se rompió. Bernabé la miró sin asombrarse de la ternura
que tan pocas veces le mostró. Ella lo observó como si entendiese
que él entendió que no debía asombrarse de lo que siempre mereció
o que la ternura de doña Amparo fue tan pasajera como el barrio
perdido donde vivieron los últimos once años sin que nadie llegara
con una orden de desalojo, al grado que los tíos se animaron a
cambiar el cartón por adobe y el adobe por ladrillo. El muchacho se
preguntó si su padre había muerto. Ella le dijo que nunca lo soñó.
Le contestó con palabras exactas, dándole a entender a su hijo que
su lado frío y preciso no fue vencido por la ternura. Mientras no
soñara a su marido muerto, no lo daría por muerto, le dijo. Esa era
toda la diferencia, se soltó, quiso ser lúcida y emotiva al mismo
tiempo, ven y abrázame Bernabé te quiero mi monigotito adorado y
óyeme bien. No mates nunca porque te paguen. No mates sin saberlo.
Aprovecha la oportunidad de matar por tu razón, por tu pasión. Te
harás limpio y fuerte. Nunca mates mi hijito sin ganarte un poco de
vida para ti santo.
Los
tíos
Fueron los
hermanos de su mamá y ella los llamó los muchachos aunque los tres
tenían entre treinta y ocho y cincuenta años. El tío Rosendo fue
el mayor y trabajó en un banco contando los billetes viejos que se
devolvieron al gobierno para que los quemara. Romano y Richi, el más
joven, fueron empleados en una gasolinera pero se vieron más viejos
que Rosendo porque él se la pasó de pie casi todo el día y aunque
ellos se movieron para despachar clientes, engrasar y limpiar
parabrisas, vivieron alrededor de una nevera llena de gaseosas y las
barrigas se les hincharon. En las horas muertas de la gasolinera que
quedaba por el rumbo de una nube de polvo en el barrio de Iztapalapa
desde donde no se veía bien nada ni gente ni casas sino coches
mugrosos y manos pagando Romano bebió pepsis y leyó los periódicos
de deportes pero Richi tocó la flauta sacándole sones sabrosos y
calientes y refrescándose de vez en cuando con su pepsi. Sólo los
domingos bebieron cervezas antes y después de irse al campo yermo
detrás de las casuchas de la colonia con sus pistolas a matar
conejos y sapos. Se pasaron los domingos en eso y Bernabé los miró
desde la parte de atrás de la casa, trepado en un montón de tejas
rotas. Rieron con una como alegría babeante, limpiándose los
bigotes con las mangas después del trago de cerveza, codeándose,
aullando como coyotes cuando cayó muerto un conejo más grande que
los demás. Los vio luego abrazarse, palmearse las espaldas y
regresar arrastrando de las orejas a los conejos sangrientos y Richi
con un sapo muerto en cada mano. Mientras Amparo abanicó la cocina
de brasas y les sirvió los elotes espolvoreados con chile y el arroz
enjitomatado ellos se disputaron porque Richi dijo que iba para los
cuarenta y no quería morirse panzón y pendejo con perdón de
Amparito en una gasolinera propiedad del licenciado Tin Vergara que
les hizo el favor por órdenes del viejo general y que en un cabaré
de San Juan de Letrán le iban a dar audición para entrar como
flautista a la orquesta tropical. Rosendo cogió enojado el elote
entre las manos y Bernabé vio la lepra de sus dedos enfermos de
tanto contar billetes sucios. Dijo que tocar la flauta era de maricas
con perdón de Amparito y Richi le contestó que si era tan macho por
qué nunca se había casado y Romano le dio un coscorrón entre
cariñoso y enojado a Richi, porque se le quería escapar de la
gasolinera donde era su única compañía pero dijo que porque entre
los tres sostenían esta casa, a su hermana Amparo y al niño Bernabé
por eso nunca se casaron, no iban a alimentar más de cinco bocas con
lo que ganaban tres hermanos y ahora sólo dos si Richi se largaba
con una banda danzonera. Se pelearon y Richi dijo que en la orquesta
iba a ganar más, Romano que se lo iba a botar en viejas para
apantallar qué sé yo a los de la marimba, Rosendo que por pinche
que fuera con la venia de Amparito la pensión de Andrés Aparicio en
algo ayudaría si por fin lo dieran por muerto y Amparo lloró y dijo
que era su culpa claro y pidió disculpas. Todos la consolaron menos
Richi que se acercó a la puerta y se quedó callado mirando el
atardecer pardo del llano sin hacerle caso a Rosendo que volvió a
hablar como el mayor de la familia. No es tu culpa Amparito pero tu
marido pudo avisarnos si se murió o no. Todos trabajamos en lo que
podemos mira mis manos Amparito crees que me divierte eso pero sólo
tu marido quiso ser algo más (por mi culpa dijo la mamá de Bernabé)
porque un barrendero o un elevadorista gana más que un burócrata
pero tu marido quiso obtener carrera para tener pensión (por mi
culpa dijo la mamá de Bernabé) pero para tener pensión hay que
estar muerto y tu marido nomás se hizo humo Amparito. Allá afuera
hay una enorme oscuridad gris dijo Richi desde la puerta y Amparito
que su marido luchó como un caballero para evitar que todos nosotros
nos hundiéramos en lo más bajo. ¿Qué tiene de bajo el trabajo?,
dijo Richi con irritación y Bernabé lo siguió al llano lento y
dormido en el crepúsculo con los olores fuertes de mierda seca y
tortilla humeante y la imaginación de las plantas gobernadoras
verdes y chaparras. El tío Richi tarareó el bolero de Agustín Lara
cabellera
de plata, cabellera de nieve, ovillo de ternuras donde un rizo se
atreve
mientras los aviones volaron bajo acercándose al aeropuerto
internacional y las únicas luces eran las de una pista distante.
Ojalá me acepten en la orquesta le dijo Richi a Bernabé mirando la
bruma amarilla, en septiembre van a Acapulco a tocar en las fiestas
patrias y puedes venir conmigo Bernabé. No nos vayamos a morir sin
conocer el mar Bernabé.
Bernabé
A los doce años dejó en
secreto de ir a la escuela. Se acercó a la gasolinera donde
trabajaban los tíos y ellos le dieron permiso de agarrar un trapo
desgarrado y aventarse sobre los parabrisas de los coches sin pedir
permiso, como parte del servicio: por pocos centavos que se ganen
siempre es mejor que nada. En la escuela ni notaron su ausencia ni
les importó. Las clases estaban repletas a veces con cien niños y
niñas y uno menos era un alivio para todos aunque nadie se enterara.
A Richi siempre no lo aceptaron en la sonora tropical y le dijo
Bernabé de plano vente a ganar unos centavos y no pierdas más
tiempo o vas a acabar como tu pinche jefecito. Dejó de tocar su
flauta y le firmó los cuadernos para que Amparo creyera que seguía
en la escuela y así se selló la complicidad entre los dos que fue
la primera relación secreta en la vida de Bernabé porque en la
escuela él estuvo demasiado dividido entre lo que vio y escuchó en
su casa donde su mamá habló siempre de decencia y buena cuna y
malos tiempos como si hubiera otros que no fueran malos y cuando él
quiso decir algo de esto en la escuela se encontró con miradas
ciegas y duras. Una maestra lo notó y le dijo que aquí nadie daba o
quería compasión porque la compasión era un poco como el
desprecio. Aquí nadie se quejaba y nadie era superior a los demás.
Bernabé no entendió pero le dio muina la maestra que se daba aires
de entenderlo mejor de lo que él se entendía solito. Richi sí lo
entendió, anda Bernabé gánate tus fierros y mira lo que puedes
tener si eres rico mira ese Jaguar que viene entrando a la gasolinera
jijos si por aquí pasa pura carcacha, ah es nuestro patrón el
licenciado Tin echando vidrio a su negocio y mira esta revista
Bernabé no te gustaría una vieja así para ti solito así han de
ser las viejas del licenciado Tin mira qué tetas más ricas Bernabé
imagina que le levantas la faldita y te pierdes allí entre sus
muslos calientes como leche tibia Bernabé me lleva mira este anuncio
de Acapulco nos jodimos Bernabé mira los chamaquillos ricos en sus
Alfarromeos Bernabé piensa cómo vivieron de niños, ahora de
jóvenes, luego de viejos, con la mesa servida pero tú Bernabé tú
y yo a fregarnos desde que nacimos, con la misma edad desde que
nacimos, ¿a poco no? Le envidio al tío Richi la labia fácil porque
a él las palabras le costaron mucho y como ya supo que cuando no hay
palabras hay catorrazos se salió de la escuela para darse de
catorrazos con la ciudad que por lo menos era muda como él, ¿no es
cierto Bernabé que las palabras del grandulón abusador dolieron más
que sus golpes? Si la ciudad pega al menos no habla. ¿Por qué no
lees un libro Bernabé, le dijo esa maestra que le dio muina, te
sientes inferior a tus compañeritos? No le pudo decir que sintió
algo muy gacho cuando leyó porque los libros hablaron como su mamá.
No entendió la razón y de tanto esperarla le dolió la ternura. En
cambio la ciudad se dejó ver y querer y desear aunque al final de
cuentas, corriendo por la Reforma, por Insurgentes, por Revolución y
por Universidad a las horas del tránsito pesado, limpiando
parabrisas, aventándose contra los coches, toreándolos, juntándose
con los otros chamaquillos desempleados a jugar futbol con pelotas de
papel periódico en llanos como el de su niñez, sudando humo de
gasolina y meando riachuelos de lodo y robándose refrescos en esta
esquina y chicharrones en aquella y colándose de oquis a los cines,
se alejó de los tíos y de la madre, se hizo más independiente y
mañoso y ganoso de todo lo que empezó a ver y empezó a hablarle,
otra vez las cabronas palabras, no hubo manera de escaparse de ellas
diciéndole cómprame, ténme, me necesitas en cada vitrina, en la
mano de la mujer asomada por la ventanilla para darle veinte centavos
sin una palabra para agradecer la limpiada veloz y profesional del
parabrisas, en la mirada del niño bien que no lo miró al decirle no
me toques mi parabrisas chamagoso, en los programas de televisión
que pudo ver desde la calle, sin palabras, del otro lado del vidrio
del aparador donde los vendieron, mudos, intoxicándole de deseos,
haciéndose grande y pensando que no ganaba a los quince años más
que a los doce, fregando parabrisas con un trapo desgarrado en
Reforma, Insurgentes, Universidad o Revolución a la hora del
tránsito tupido, que no se acercó a ninguna de las cosas que le
ofrecieron las canciones o los anuncios, que su impotencia se hizo
larga larga y nunca terminó como los deseos del tío Richi de tocar
la flauta en una sonora tropical y pasar el mes de septiembre en
Acapulco volando con esquís sobre la bahía en tecnicolor, colgado
de un paracaídas anaranjado sobre los palacios de los cuentos de
hadas Hilton Marriott Holiday Inn Acapulco Princess. Su mamá cuando
se enteró, se resignó ya no le recriminó nada, pero también se
conformó con hacerse vieja. Sus pocos amigos viejos y remilgosos, un
boticario viudo, una carmelita descalza, una prima perdida del
expresidente Ruiz Cortines vieron en su mirada la tranquilidad de una
lección bien dada, de unas palabras bien dichas. No pudo dar más de
sí. Se pasó horas mirando por los rumbos vacíos del horizonte.
—Oigo el
viento y el mundo cruje.
—Muy bien
dicho doña Amparito.
La
encerrona
Le cogió odio al tío Richi
porque salirse de la escuela y limpiar parabrisas en las grandes
avenidas no lo hizo rico ni le dio todo lo que otros tenían sino que
lo hizo más pinche que antes. Por eso los tíos Rosendo y Romano,
cuando Bernabé cumplió dieciséis años, decidieron darle un regalo
muy especial. ¿Dónde te figuras que nos la hemos pasado todos estos
años, sin viejas?, le preguntaron, lamiéndose los bigotes. ¿Dónde
crees que nos íbamos después de tirarles a los conejos y comer con
tu mamá y contigo en la casa? Bernabé les dijo que de putas pero
los tíos se rieron y dijeron que era de pendejos pagar por una
vieja. Lo llevaron a una fábrica abandonada por el rumbo muerto y
silencioso de Azcapotzalco con su terrible olor de gasolina podrida
donde el velador les dejó entrar a cambio de un peso por cabeza y
los tíos Rosendo y Romano lo empujaron por delante a un cuarto
oscuro y cerraron la puerta detrás de ellos. Bernabé sólo pudo ver
un relámpago de carnes morenas y luego tentar. Se quedó con la que
le tocó, de pie los dos, ella apoyando la espalda contra la pared y
él apoyado contra el cuerpo de ella, desesperado Bernabé, tratando
de entender, sin atreverse a hablar porque esto que estaba pasando no
necesitó palabras para ocurrir, seguro de que este placer
desesperado se llamaba la vida y la tomó con las manos llenas,
pasando de la lana dura y rasposa del suéter a la suavidad de los
hombros y la crema de las tetas, del percal tieso de la falda a la
arañita mojada entre las piernas, de las medias gruesas y agujeradas
a las corvas de algodón azucarado. Lo distrajeron los mugidos de los
tíos, sus faenas apresuradas y derrotadas pero se enteró que
distrayéndose él todo duraba más y por fin logró hablar,
asombrado de sí mismo, cuando le metió la pinga a la muchacha
suave, derretida, cremosa que se colgó de él dos veces, con los
brazos de su nuca, con las piernas de su cintura. ¿Cómo te llamas,
yo soy Bernabé? Quiéreme le dijo, sé santo y bueno, monigotito le
dijo igual que su mamá cuando fue tierna con él, ay papacito chulo
qué chile me estás metiendo. Luego se quedaron sentados sobre el
piso cuando los tíos empezaron a chiflar como lo hacían en la
gasolinera, chiflidos de arriero, ya vámonos chamaco, órale, ya no
te ensartes más, deja algo pal domingo entrante, que no te chupen
los güevos estas mancornadoras ay sí mis devoradoras mis
castradoras bay-bay ya estará maríafeliz. Le arrancó la medallita
del cuello a la muchacha y ella gritó pero el sobrino y los tíos
salieron demasiado rápido de la encerrona.
Martincita
La esperó desde muy temprano
el domingo siguiente, apoyado contra la barda de la entrada de la
fábrica. Todas fueron llegando muy mustias, exagerando la nota a
veces con velos de misa o con canastas de mandado, otras no, más
naturales, vestidas como criaditas de ahora con suetercitos de
tortuga y pantalones de cuadritos. Ella llegó otra vez con la falda
de percal y el suéter lanoso, fregándose los ojos contra la picazón
del aire espeso y amarillo de la refinería de Azcapotzalco. Supo que
era ella porque él se la pasó jugueteando con la medallita de la
Virgen, columpiándola con un movimiento constante de su muñeca,
haciéndola girar para que el sol le diera en los meros ojos a la
Lupita y ella se deslumbrara también, tuviera que detenerse y mirar
y mirarlo y darle a entender, con un gesto delator de la mano llevada
al cuello, que ella era ella. Era fea. De a tiro feicita. Pero
Bernabé no pudo echarse para atrás. La medalla no dejó de mecerse
en su mano y ella se acercó a tomarla sin decir palabra. Daba grima,
con un pelo chamuscado por fierros de permanente mal usados y los
dientes de oro mal puestos, devolviéndole su brillo a Nuestra Señora
de Guadalupe y una cara aplastada de otomí. Bernabé le dijo que
mejor se fueran a pasear pero no le salió preguntarle, ¿verdad que
tú no lo haces por dinero? Dijo que se llamaba Martina pero todos le
decían Martincita. Bernabé la cogió del codo y se fueron por la
calzada hasta el Cementerio Español que es el único lugar bonito
del rumbo, con sus grandes coronas de flores y sus ángeles de mármol
blanco. Qué chulos son los camposantos dijo la Martincita y Bernabé
se imaginó a los dos cogiendo dentro de una de esas capillas donde
fueron enterrados los ricos. Se sentaron sobre una losa en letras
doradas y ella sacó un alcatraz de un florero, lo olió y se llenó
la punta chata de la nariz de polen anaranjado, se rió y luego hizo
coqueterías con la flor blanca, cosquillas en sus narices y en las
de Bernabé que se soltó estornudando. Ella se rió con sus dientes
de mediodía eterno y le dijo que como él no hablaba nada ella le
iba a contar todo de una vez, todas iban a la fábrica por gusto,
había de todo, las que llegaron del campo como Martina y las que
llevaban tiempo en la capital, eso era lo de menos, lo importante es
que a la fábrica todas vinieron por su gusto, era el único lugar
donde podían sentirse un ratito libres de los patrones gateros o de
sus hijos o de los galanes de barrio que se aprovechan y luego si te
vi no me acuerdo y por eso hay tantísimo escuincle sin papá, aquí
a oscuras, sin conocerse, sin problemas qué sabroso era un ratito de
amor cada semana, ¿no? la verdad es que a todas ellas les parecía
bonito coger en lo oscuro sin que nadie se viera las caras ni supiera
qué pasó o con quién pero ella de todas maneras estaba segura de
que a los hombres que venían aquí en realidad no era esto lo que
les interesaba sino sentir que las podían con las más débiles. En
su pueblo eso es lo que le pasaba a las mujeres de los curas que
pasaban por sus sobrinas o criadas que cualquier hombre se las cogía
diciéndoles si no vienes te acuso con el cura cabrona. Antes dicen
que les pasaba lo mismo a las monjas cuando los hacendados se metían
a los conventos a cogerse a las hermanitas porque allí quién iba a
repelar pues nadie. Esa noche de sus dieciséis años Bernabé no
durmió pensando en una sola cosa: qué bonito habló la Martincita,
a ella no le faltan las palabras, qué bien cogió también, tenía
todo menos belleza, lástima que fuera tan ojete. Dieron por
encontrarse en el Cementerio Español y coger los domingos en el
mausoleo gótico de una familia de industriales muy mentada y ella le
dijo que él era muy raro, muy niño siempre como si en su casa
tuviera algo que no le correspondía a su pobreza y a su lengua
trabada, quién sabe, no lo entendía, ella desde el rancho supo que
sólo los hijos de los ricos tienen derecho a ser niños y luego
crecer y hacerse grandes, ellos la gente como Martincita y Bernabé
ya tenían que nacer grandes, tú y yo a fregarnos desde que nacimos
Bernabé pero tú eres distinto, parece que quieres ser distinto, no
sé. Al principio hicieron lo que todas las parejas jóvenes y
pobres. Vieron las cosas gratis como los paseos de charros en
Chapultepec los domingos y los desfiles que se sucedieron durante los
primeros meses de sus amores, primero el desfile patriótico del día
de la independencia en septiembre cuando el tío Richi quiso estar
con su flauta en Acapulco, después el desfile deportivo del día de
la Revolución, en diciembre las iluminaciones de Navidad y las
posadas antiguas en la antigua casa de Bernabé, la vecindad de
Guatemala donde vivía su amigo enfermo Luisito. Apenas se saludaron
porque era la primera vez que Bernabé llevó a la Martincita a
conocer gente que él ya conocía y que conocía a doña Amparito su
mamá y doña Lourdes la mamá de Luisito y Rosa María ni los saludó
siquiera y el niño lisiado los miró con unos ojos sin porvenir.
Luego Martina dijo que quería conocer otros amigos de Bernabé.
Luisito le daba miedo porque era igualito a un viejo de su pueblo y
al mismo tiempo nunca iba a ser viejo. Buscaron a los chamaquillos
que jugaron fut con Bernabé y limpiaron parabrisas y vendieron
chicles y klínex y a veces hasta cigarros de carita en Universidad,
Insurgentes, Reforma y Revolución pero una cosa era correr por las
avenidas anchas chanceando, albureando, disputando clientes y luego
gastando la energía sobrante en un potrero con una pelota de papel y
otra cosa salir con muchachas y hablar como gente, sentados en una
lonchería frente a unas silenciosas tortas de cachete de puerco y
unas chaparritas de piña. Bernabé los miró allí en la lonchería,
le envidiaron a la Martina porque cogía de veras y no en sueños
mojados ni en puras echadas pero no se la envidiaron porque era
feicita. Para vengarse o distinguirse o no más para diferenciar sus
suertes los muchachos les contaron que un político que todos los
días pasaba por Constituyentes rumbo a las oficinas del Ejecutivo en
Los Pinos les regaló con aspavientos boletos para el juego de fut a
dos de ellos para impresionar a un guardia presidencial que miró la
escena y los demás juntaron bastante dinero para ir el domingo y lo
invitaron a él pero sin ella porque no alcanzaba la lana y Bernabé
dijo que no, no iba a dejarla sola el domingo. Acompañaron a los
muchachos hasta la entrada del Estadio Azteca y Martincita le dijo
que podían ir al Cementerio Español pero Bernabé nomás meneó la
cabeza, le compró un refresco a la Martina y comenzó a pasearse
como ocelote enjaulado en frente del estadio, dando de patadas contra
los postes de luz neón cada vez que oía la gritería allá dentro,
el aullido de ¡gol! y Bernabé pateando postes y diciendo por fin me
lleva la chingada puta vida esta por dónde me le cuelo a la vida,
¿por dónde?
Palabras
Martina le preguntó qué iban
a hacer, ella era muy sincera y le dijo que podía engañarlo
dejándose embarazar por él pero para qué si antes no se pusieron
bien de acuerdo en lo que de veras iban a ser. Ella le soltó
indirectas como cuando él le propuso que se fueran a Puebla al
desfile del cinco de mayo de aventón y lograron que un camión
materialista los llevara hasta la iglesita de San Francisco Acatepec
brillante como un dedal de donde se fueron caminando a la ciudad de
azulejos y caramelos, ensoñados todavía con la aventura juntos y el
paisaje limpio de pinos y volcanes fríos que para Bernabé era
novedad. Ella llegó de los llanos indios de Hidalgo y conoció el
campo pobre dijo pero limpio también no como la mugre de la ciudad y
mirando el desfile de los zuavos y los zacapoaxtlas, las tropas de
Napoleón contra las del licenciado don Benito Juárez, le dijo que
le gustaría verlo de uniforme, marchando, con su banda y todo. Iba a
tocarle el turno de ser sorteado en la conscripción militar y allí
era sabido dijo la Martina con un aire de estar muy al tanto les
daban a los conscriptos la educación que les faltó y la carrera de
soldado no era mala para los que no empezaban ni con un petate donde
caerse muertos como él. Las palabras se le trabaron como pinole en
la garganta a Bernabé, sólo allí sintió que él no era como la
Martincita pero que ella no se daba cuenta y mirando los jamoncillos,
las cajetas y las panochitas de una dulcería se comparó con ella en
el reflejo de la vitrina y se vio más guapo, más esbelto, hasta más
blanquito y con una como centellita verde en los ojos, no esas
negruras impenetrables de capulín en la mirada sin blanco de su
novia. No supo cómo decirle nada y por eso la llevó con su mamá.
La Martincita lo tomó muy a pecho, se emocionó y casi lo entendió
como una propuesta formal. Pero Bernabé sólo quiso que ella viera
que ellos eran distintos. Quizás doña Amparito esperó largo tiempo
un día así, una oportunidad así que le diera ánimos de juventud
otra vez. Sacó sus mejores trapos, un traje sastre con hombrotes
anchos, las nylon atesoradas y los zapatos puntiagudos de charol,
colgó algunas fotos antiguas que sacó celosamente de una maleta de
cartón, fotos amarillentas que comprobaron la existencia de
antepasados, no salieron de la nada, ayer no más, faltaba más
señorita vea a qué familia se pretende usted meter y una foto donde
el presidente Calles estaba en el centro y a la izquierda el general
Vergara y por allá atrás el caballerango del general, el papá de
Amparito, Romano, Rosendo y Richi. Pero la apariencia de la
Martincita dejó muda a doña Amparo. La mamá de Bernabé supo
competir con otras mujeres como ella, inseguras de su lugar en el
mundo, pero la Martincita no mostró ninguna inseguridad. Era una
campesina y nunca pretendió ser otra cosa. Doña Amparo miró
desoladamente la mesa dispuesta para el té, los pastelitos de moca
que mandó traer con Richi de una panadería lejana. Ahora no supo
cómo ofrecerle té a esta gatita, gatita primero y luego fea fea fea
como pegarle a Cristo por Dios que era fea, pudo luchar hasta contra
una criada bonita, pero ser gatuperia y espantapájaros, ¿qué
palabras venían al caso cómo le iba a decir tome asiento señorita,
dispense las estrecheces pero la decencia se lleva adentro y también
en los modales, la siguiente vez podemos comparar nuestros álbumes
de familia si le parece bien a usted, ahora gustaría un sorbo de té,
limón o crema, un pastelito de moca señorita, Bernabé ama la
pastelería francesa por encima de todo, es un chico de gustos
refinados sabe usted? No le dio la mano. No se levantó. No le habló.
Bernabé rogó en silencio habla mamá, tú sí sabes qué palabras
hay que decir, en eso te pareces a la Martincita, las dos saben
hablar, a mí de plano no me salen las palabras. Vámonos Bernabé
dijo la Martina muy orgullosa después de cinco minutos de silencio
terco. Quédate a tomar tu té conmigo, sé cuánto te gusta, dijo
doña Amparo, buenas tardes muchacha. La Martina esperó un par de
segundos, luego se arropó en su suetercito lanudo y se fue rápido
de la casa. Se vieron otra vez, uno de sus domingos siempre juntos y
muy acurrucados y llenos de las palabras bonitas y cachondas de la
Martincita pero ahora con un filo duro, ofensivo.
—Yo desde
niña supe que no podía ser niña. Tú no Bernabé, ya ví que tú
no.
Separaciones
Bernabé
intentó una vez más, ahora por el lado de los tíos, cuántas erres
río Martina mostrando sus dientecitos de oro, Rosendo Romano y Richi
sentados con las pistolas entre las piernas después de pasarse la
mañana de un domingo matando conejos y sapos y después cortando las
plantas cenizas en el llano de gobernadoras verdes y chaparras. Richi
dijo que las hojas de la ceniza eran buenas para los calambres de
estómago y los sustos y codeó a su hermano Rosendo mirando a la
Martincita sonriente de la mano de su sobrino Bernabé y Romano le
dijo a Bernabé que le iba a hacer falta un té de hojas de ceniza
para recuperarse del espanto. Los tres se rieron feo y esta vez la
Martincita sí se tapó la cara con las manos y salió corriendo
ligero con Bernabé detrás de ella, espérame Martina ¿qué tienes?
Los tíos aullaron como coyotes, se lamieron los bigotes, se
abrazaron entre sí y se palmearon las espaldas muertos de la risa,
oye Bernabé dónde recogiste a la huerfanita, está de a tiro para
los leones, un sobrino nuestro con semejante redrojo, ya ni la
amuelas sobrino, deja que te busquemos algo mejor, de dónde la
sacaste escuincle, no nos digas que de la encerrona de los domingos,
ah cómo serás tarugo sobrino, con razón tu mamacita andaba tan
afligida la pobre. Pero Bernabé no tuvo palabras para decirles que
ella le habló bonito y además fue cariñosa, lo tuvo todo menos la
belleza, quiso decirles y no pudo, me va a hacer falta, la vio correr
por el llano, detenerse, mirar hacia atrás, esperarlo por última
vez, decídete Bernabé, yo no te doy dolores de panza ni te espanto
el sueño, yo te arrullo, yo te acaricio, yo te hago probar los
dulces Bernabé decídete mi amorcito Bernabé. De a tiro ojete,
sobrino; una cosa es tirarse a una criadita gratis los domingos para
echar fuera la leche y otra es quién muestras y llevas por el mundo
y para eso te va a hacer falta lana, Bernabé, ven aquí, no seas
bruto, déjala irse, nadie se casa con la primera vieja que se
acuesta y menos con semejante espanto de tu Martincita cara de
cachetada mira nomás cómo serás güey Bernabé ya es hora de que
te hagas hombrecito y ganes tu lanurria para sacar a pasear a las
viejas, nosotros no tuvimos hijos, todo te lo dimos a ti, estamos
contando contigo, Bernabé, ¿qué te hace falta?, ¿el carro, la
lana, la ropa, cómo te vas a vestir, qué vas a decirles a las
gordas, sobrino, cómo te les vas a acercar, desplante torero,
Bernabé, son vaquillas toréalas así con salero, con garbo como
dice el pasodoble, ven Bernabé, enséñate a usar la pistola, ya va
siendo tiempo, júntate con tus viejos tíos, nosotros nos
sacrificamos por ti y por tu mamacita, tú no tienes por qué,
olvídala Bernabé, hazlo por nosotros, ahora te toca a ti salir
adelante chavo, con la felina esa te ibas patrás muchacho, no nos
digas que nos sacrificamos en balde, mira mis manos descascaradas de
perro tiñoso, mira la panza inflada de tu tío Romano, igual tiene
una llanta de grasa y gases en la cabeza, a qué le tira ya y mira
los ojos muertos de tu tío Richi que nunca fue a Acapulco y los
sueños que se le quedaron como lagañas en la pestañiza, a eso le
tiras chamaco? Sepárate, para arriba Bernabé, ya estoy viejo y te
lo digo, aunque no lo quieras todo nos va separando, como ahorita te
separaste de tu novia igual te vas a separar de tu mamá y de
nosotros, con dolor cual más o menos, a todo se acostumbra uno,
luego las separaciones te van a parecer normales, así es la vida, es
una separación tras otra, no lo que se junta lo que se separa eso es
la vida, ya verás Bernabé. Pasó esa tarde solo sin la Martina por
primera vez en diez meses, recorriendo la Zona Rosa, mirando los
carros, los trajes, las entradas a los restoranes, los zapatos de los
que entraban, las corbatas de los que salían, chicoteando la mirada
de una cosa a otra, sin detenerla demasiado tiempo en nada ni en
nadie, temeroso de una fuerza amarga una bilis en los cojones y en
las tripas que le hiciera entrarle a patadas a los muchachos
elegantes, a las señoritas meneosas que entraron y salieron de los
bares y comederos de Hamburgo, Génova y Niza, como le entró a
patadas a los postes afuera del estadio. Se agarró a patín por todo
Insurgentes en domingo, repleto de los coches que regresaban de
Cuernavaca dándose de topetones, los globeros, las torterías
también repletas, imaginando que podía patear a la ciudad entera
hasta quebrarla en pedacitos de luz neón y luego moler los pedacitos
y tragárselos y ahi nos vidrios Bernabé. Fue cuando el tío Richi
al que le tenía coraje desde antes de que se burlara de la
Martincita le hizo señas alebrestadas sentado en una ostionería al
aire libre cerca del puente de Insurgentes.
—Ya se me
hizo sobrino. Me aceptaron de flautista y me voy a Acapulco con la
orquesta. Para que veas que cumplo te convido. La mera verdad creo
que te lo debo todo a ti. Mi jefe quiere conocerte.
El
Güero
No tuvo que
ir con el tío Richi a Acapulco porque el Jefe le dio chamba luego
luego. Bernabé no lo conoció en seguida, sólo oyó su voz gruesa y
entonada como la de un locutor de radio detrás de las puertas de
vidrio de la oficina. Que se encargaran de él los muchachos. Lo
miraron de arriba abajo en los vestidores, otros le pintaron un
violín con los dedos en las narices, otros lo mandaron al carajo con
un gesto de la mano y siguieron vistiéndose, fajándose bien los
calzoncillos y acomodándose los testículos. Un prieto alto con la
cara larga y las pestañas duras le rebuznó y Bernabé estuvo a
punto de írsele encima pero otro medio güerejo se le acercó y le
dijo que cómo prefería vestirse, el Jefe ponía un guardarropa
nuevo a disposición de los recién llegados y que no le hiciera caso
al Burro, el pobre rebuznaba para nombrarse a sí mismo, no para
ofender a nadie. Bernabé recordó las insinuaciones de la Martina en
Puebla, éntrale al ejército Bernabé, te educan primero. Aprendes a
obedecer, luego te ascienden y si te corren te compras un cañón y
trabajas por tu cuenta bromeó. Le dijo al Güero que estaba bien el
uniforme, él no sabía como vestirse, estaba bien el uniforme. El
Güero le dijo que por lo visto iba a tener que ocuparse de él y le
escogió una chamarra de cuero, unos vaqueros tiesos todavía de la
fábrica y un par de camisas de cuadros. Le prometió que cuando
tuviera novia le daría un traje de salir, ahora que se conformara y
para los ejercicios del pentatlón camiseta blanca y cuidado con los
güevos, bien acomodados dentro de la canasta porque a veces los
trancazos son duros. Lo instalaron en uno como campamento militar
pero que no se anunciaba por ningún lado, con muchos camiones grises
esperando siempre afuera y a veces hombres vestidos de paisano que al
entrar se amarraban un pañuelo blanco al brazo y al salir se lo
quitaban. Durmieron en catres de campaña y entrenaron desde temprano
en un gimnasio con olores de eucalipto que se colaban por los vidrios
rotos. Primero hubo argollas y paralelas, barra fija y plintón,
pesas y potros. Luego siguieron con varas, cuerdas nudosas, troncos
sobre barrancos y tiro al blanco, sólo al final del entrenamiento
cachiporras tubos de hule y manoplas de fierro. Se miró en el espejo
de cuerpo entero del vestidor, encuerado, dibujado con una punta de
fierro, con la cabellera rizada naturalmente, no con fierros
calientes como la pobre Martincita lacia, con las facciones mestizas
delgadas y huesudas, con perfil, no como la Martincita cara de
manazo, buen perfil en la cara y buen perfil entre las piernas y en
la barriga y un orgullo verde en los ojos que antes no estaba allí.
El Burro pasó rebuznando y riendo al mismo tiempo, con una reata más
larga que la suya y las dos cosas le dieron coraje a Bernabé. Otra
vez el Güero lo detuvo y le recordó que el Burro no sabía reírse
de otra manera, se anunciaba con su rebuzno como él, el Güero, se
anunciaba con su transistor, con la música por delante siempre,
donde se oye la música está mi Güero. Un día Bernabé sintió que
la tierra cambió debajo de sus tenis. Ya no fue más la tierra
blanda de las Lomas de Chapultepec, arenosa y regada de alhumajos.
Ahora todos los entrenamientos fueron en un enorme frontón para
enseñarse a correr duro, pegar duro, moverse duro sobre pavimento.
Bernabé dio en fijarse en el Burro para sentir coraje, girar con
agilidad y plantar un manotazo seco en la nuca del enemigo. Le metió
un rodillazo al muchacho larguirucho de pestañas duras que fue el
descontón y el Burro tardó diez minutos en recuperarse pero luego
rebuznó y siguió entrenando como si nada. Bernabé sintió que se
acercaba el momento. El Güero le dijo que no, entrenó muy bien, a
toda madre, se mereció su vacación. Lo trepó a un Thunderbird rojo
y le dijo diviértete metiendo los casetes, tú mismo escoge la
música, si te aburres pon la tele mini está allí vámonos a
Acapulco Bernabé, voy a darte una probadita de lo que es la vida, yo
nací con la luna de plata y nací con alma de pirata, he nacido
rumbero y jarocho,
escoge lo que quieras. No es cierto, se dijo después, no escogí
nada, escogieron por mí, la gringa estaba lista para mí en esa
camota de colchas que daban cardillo, el mozo vestido de changuito
cilindrero estaba listo para cargarme las maletas, otro igualito para
traerme el desayuno al cuarto y llevarme la nevera, lo único que no
me regalaron porque ya estaban allí fueron el sol y el mar. Se miró
en los espejos del hotel pero no supo si lo miraban a él. Aparte de
la Martincita, no supo si le gustaba a las mujeres. El Güero le dijo
que para que él mismo pagara tenía que hacer mucha lana, para no
sentir que las cosas le tocaban de propina; mira este Thunderbird
colorado, Bernabé, será de segunda mano pero es mío, lo compré
con mis tlacos, rió y le dijo que ya no se verían tan seguido,
ahora le tocaba pasar a manos de Ureñita, nada menos que el doctor
Ureñita, ése sí que era un pesado, con una cara agria de solterona
y feo como un mico estreñido, no como el Güero que sí sabía
gozar, hey negra sabor, chao, dijo escupiéndose sobre las dos manos
antes de embarrarse la saliva en el copete color de centavo nuevo y
arrancar en el Thunderbird.
Ureñita
—¿Hasta
qué grado llegaste, mi distinguido?
—Cree que
ni me acuerdo.
—No seas
burro. ¿Segundo, tercero?
—Usted
dirá señor Ureña.
—Claro que
te diré, Bernabé. Para eso estoy aquí. Las cabecitas huecas como
la tuya llegan a carretadas aquí. Ni modo. Tal es la materia prima.
A ver cómo la refinamos, cómo la hacemos exportable, pues.
—Como
usted diga señor Ureña.
—Presentable,
quiero decir. Dialéctica. Nuestros amigos creen que no tenemos
historia ni ideas porque ven a burros como tú y se ríen de
nosotros. Mejor así. Que lo crean. Así ocupamos toda la historia
que ellos dejen vacía. ¿Me entiendes?
—No
maestro.
—Ellos han
llenado de mentiras la historia de la patria para debilitarla, para
hacerla chiclosa y entonces este arranca un pedazo de chicle y aquel
otro pedazo y al principio no se nota. Pero un día despiertas y no
tienes la patria grande, libre y unida que soñaste, Bernabé.
—¿Yo?
—Sí,
hasta tú, aunque no lo sepas. ¿Por qué crees que estás aquí
conmigo?
—El Güero
dijo. Yo no sé nada.
—Pues yo
te voy a enterar, borrico. Estás aquí para ayudar al nacimiento de
un mundo nuevo. Y un mundo nuevo sólo puede nacer de orígenes
tumultuosos, odiosos, terribles. ¿Me entiendes? La violencia es la
partera de la historia.
—Si usted
lo dice señor Ureñita.
—No uses
el diminutivo. Los diminutivos disminuyen. ¿Quién te enseñó a
llamarme Ureñita?
—Ninguno
se lo juro.
—Pobre
tarado. Si quisiera te analizaría en dos patadas. Esto es lo que nos
mandan. La culpa es de John Dewey y Moisés Sáenz. Dime Bernabé,
¿tienes miedo a hundirte en la pobreza?
—Ahí
estoy señor Ureña.
—Te
equivocas. Hay peor. Imagina a tu mamacita trapeando pisos o peor
tantito, imagínatela de huila.
—Usted
igual profe.
—No me
ofendes burrito. Yo sé quién soy y lo que valgo. Los conozco a
ustedes, lúmpens de mierda. ¿Crees que no los conozco? De
estudiante yo fui a las fábricas, tratando de organizar a los
obreros, despertar su conciencia radical. ¿Tú crees que me hicieron
caso?
—De
repente maestro.
—Me dieron
la espalda. No escucharon mi mensaje. No quisieron ver la realidad.
Ahí los tienes. La realidad los castigó, se vengó de ellos, de
todos ustedes pobres diablos. No han querido ver la realidad, eso es,
han querido castigar a la realidad con ilusiones y se han frustrado
como clase revolucionaria. Aquí me tienes sin embargo tratando de
formarte Bernabé. Te lo advierto; no cejo fácilmente. Bueno ya dije
lo que tenía que decir. Ellos han propalado estos infundios sobre
mí.
—¿Ellos?
—Nuestros
enemigos. Pero yo quiero ser tu amigo. Cuéntamelo todo. ¿De dónde
vienes?
—Pues ahi
de por ahi.
—¿Tienes
familia?
—Asegún.
—No te me
cierres. Quiero ayudarte.
—Segurolas
profe.
—¿Tienes
noviecita?
—Puede.
—¿A qué
aspiras, Bernabé? Tenme confianza. Yo te la tuve, ¿o que no?
—Asegún.
—Puede que
el ambiente del campamento sea excesivamente frío. ¿Prefieres
platicar en otra parte conmigo?
—Me da
igualdad.
—Podemos
ir juntos a un cine, ¿te gustaría?
—Quién
quita.
—Date
cuenta de una cosa. Yo puedo ayudarte a humillar a los que te
humillaron.
—Me cae de
madre.
—Tengo
libros en mi casa. No, no sólo libros de teoría, también libros
menos áridos, toda clase de libros para muchachos.
—Suavena.
—¿Entonces
vienes monigotito?
—Chóquela
señor Ureñita.
El
licenciado Mariano
Lo llevaron a verlo cuando le
mordió la mano a Ureña y dicen que el Jefe se tumbó de la risa y
quiso conocer a Bernabé. Lo recibió en una oficina de cuero y
encino con libros parejitos de color y estatura y óleos de volcanes
en llamas. Dijo que podía llamarlo licenciado, el licenciado Mariano
Carreón, eso del “Jefe” como le decían en el campamento sonaba
muy pretencioso, ¿no? Sí Jefe dijo Bernabé y el licenciado le
pareció igualito al barrendero de la escuela, un barrendero con
anteojos, una cabecita de aceituna muy peinada y anteojos de fondo de
botella y un bigotillo de ratón. Le dijo que le gustó cómo le
respondió al sangrón de Ureña, era un antiguo rojillo que ahora
los servía a ellos porque los otros jefes del movimiento decían que
una barnizadita teórica era importante.
Él no lo
creía así y ahora iba a verlo. Llamó a Ureña y el teórico entró
cabizbajo y con la mano vendada donde Bernabé le enterró los
dientes. Le ordenó que bajara un libro de la estantería, el que
quisiera, el que más le gustara y lo leyera en voz alta. Sí señor
como usted mande señor dijo Ureña y leyó con la voz temblorosa no
pude amar en cada ser un árbol con su pequeño otoño a cuestas,
tú entiendes algo Bernabé, no dijo Bernabé, sigue leyendo Ureñita,
usted manda señor, y
en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego, sin pan,
sin piedra, sin silencio, solo, rodé muriendo de mi propia muerte,
síguele Ureñita, no desfallezcas, quiero que el chamaco entienda
qué chingaos es eso de la cultura, piedra
en la piedra, el hombre, dónde estuvo, aire en el aire, el hombre,
dónde estuvo?, tiempo en el tiempo,
Ureña tosió, pidió mil perdones, fuiste
también el pedacito roto de hombre inconcluso,
párale Ureñita, ¿entendiste algo chavo? Bernabé negó con la
cabeza. El Jefe le ordenó a Ureña que pusiera el libro en un
cenicerote de vidrio soplado de Tlaquepaque similar a los anteojos
del licenciado, allí mero, y le prendiera fuego con un cerillo pero
ya, a paso redoblado Ureñita dijo con una risa seca y seria el
licenciado Carreón y mientras las páginas ardían a mí no me hizo
falta leer nada de eso para llegar a donde estoy, quién quita y me
hubiera sobrado, Ureñita, ¿por qué le iba a hacer falta a este
escuincle? Dijo que tuvo razón en morderlo y si usted me pregunta
para qué tengo esta biblioteca aquí le diré que es para recordar a
cada rato que quedan muchos libros por quemar todavía. Mira chamaco
le dijo a Bernabé mirándolo con todo el fulgor de que era capaz
detrás de sus ocho capas de vidrio congelado, cualquier pendejo
puede atravesar la cabeza más inteligente del mundo con un balazo,
no te olvides de eso. Le dijo que se le pegara, le gustaba, le
recordaba cómo había sido, le renovaba los ánimos y cómo le
hubiera gustado, le dijo cuando lo convidó a acompañarlo en un
Galaxy negro como una carroza fúnebre con todos los vidrios
oscurecidos para ver hacia fuera sin ser visto hacia adentro, tener
hace cuarenta años a alguien que se ocupara de él, de gente como
él, al general Almazán le birlaron la elección, el sinarquismo
hubiera cuidado a la gente como ellos, como ellos lo estaban haciendo
ahora, no te preocupes, si nos hubieras tenido a nosotros tu vida y
la de tus padres habría sido distinta. Mejor. Pero ya nos tienes,
chavo Bernabé. Le dijo al chofer que regresara como a las cinco y a
Bernabé que lo acompañara a comer, entraron a uno de los restoranes
de la Zona Rosa que Bernabé sólo vio por fuera un domingo con
rabia, todos los mayordomos y meseros se les inclinaron como acólitos
en la misa, señor licenciado, su privado está listo, por aquí, a
sus órdenes señor, lo que usted mande, abusado Jesús Florencio te
dejo al señor licenciado en tus manos. Bernabé se dio cuenta de que
al Jefe le gustaba contar su vida, cómo salió de a tiro del culo de
la ciudad y con tenacidad, sin libros, con una idea de la grandeza de
la patria eso sí, llegó a donde estaba. Comieron mariscos
gratinados y bebieron cervezas hasta que los interrumpió el Güero
con un mensaje y el Jefe lo oyó y le dijo que trajera a ese hijo de
puta y a Bernabé sigue comiendo tranquilo. El Jefe siguió contando
muy tranquilo sus anécdotas y cuando el Güero regresó con un señor
transparente y bien trajeado el Jefe no dijo nada más que buenas
tardes señor ministro aquí el Güerito le va a decir lo que usted
necesita saber. El Jefe le entró con parsimonia a su langosta
thermidor y el Güero agarro del nudo de la corbata al ministro y le
soltó un rosario de improperios, que aprendiera a tratar con el
señor licenciado Carreón, que no se saltara trancas para llegar al
señor presidente, esos asuntos pasaban primero por el mero señor
licenciado Carreón porque a él le debía la chamba el señor
ministro, ¿okey? Y el Jefe no miró ni al Güero ni al ministro,
nomás a Bernabé y en la mirada de ese momento Bernabé leyó lo que
tenía que leer, lo que el Jefe quiso que leyera, tú también puedes
ser así, tú puedes tratar así a los meros meros, impunemente
Bernabé. El Jefe pidió que le retiraran los restos de la langosta y
Jesús Florencio el mesero se inclinó con celeridad cuando vio al
señor ministro pero miró la cara del señor licenciado Carreón y
prefirió ya no saludar al señor ministro sino atarearse en retirar
los platillos sucios. Como no podía cruzar la mirada con nadie más,
Bernabé y Jesús Florencio cruzaron las suyas. A Bernabé le cayó
bien el mesero. Sintió que con él pudo hablar porque compartieron
un secreto. Aunque tuvo que lambisconear igual que todos se ganó su
vida y su vida era sólo para él. Supo esto porque dieron en verse,
Jesús Florencio le agarró simpatía a Bernabé y le advirtió
cuídate, cuando quieras venir a trabajar aquí de mesero yo te
ayudo, la política da muchas vueltas y el ministro no te va a
perdonar que lo hayas visto humillado por el licenciado pero el
licenciado tampoco te va a perdonar que lo hayas visto humillar a
alguien el día que lo humillen a él.
—De todos
modos, te felicito. Creo que ya agarraste boleto chavo:
—¿Tú
crees, mano?
—No me
desampares, sonrió Jesús Florencio.
El
Pedregal
Lo que allí sintió Bernabé
es que éste sí era un lugar con nombre. El Jefe lo llevó a su casa
en el Pedregal y le dijo siéntete a gusto, haz de cuenta que te
adopto, muévete por donde gustes y vuélvete cuate de los muchachos
de la cocina y la intendencia. Entró y salió por la casa que
empezaba a nivel de tierra por los servicios pero luego en vez de
subir iba bajando por unas rampas de cemento color escarlata por uno
como cráter hacia las recámaras y finalmente hasta las estancias
abiertas alrededor de una piscina cavada en el centro subterráneo de
la casa pero iluminada desde abajo por las luces subacuáticas y
desde arriba por el techo de emplomados azul celeste que servía de
sombrero a la mansión. La esposa del licenciado Carreón era una
gordita con bucles muy negros y medallas religiosas debajo de la
papada, sobre los pechos y las muñecas que cuando lo vio le dijo que
qué era si terrorista o guarura, si venía a raptarlos o a
protegerlos todos eran igualitos, los nacos. A la señora su chiste
le dio mucha risa. Se la oía venir de lejos, como una fanfarria,
como el Güero y su transistor, como el Burro y su rebuzno. Bernabé
la escuchó mucho los dos o tres primeros días que anduvo como bobo
recorriendo la casa, esperando que el Jefe lo llamara y le diera
chamba, tocando los chismes de porcelana, las vitrinas y los jarrones
y topándose a cada rato con la señora sonriente como dicen que lo
fue su papá Andrés Aparicio. Una tarde oyó la música, los boleros
sentimentales tocando a la hora de la siesta y se sintió lánguido y
guapetón como frente a los espejos del hotel de Acapulco, atraído
hacia la música suave y triste pero cuando llegó al segundo piso se
perdió y entró por uno de los baños a un vestidor con docenas de
kimonos y sandalias de playa con tacón de hulespuma y la puerta
entreabierta.
La cama tan
grande como la del hotel de Acapulco estaba cubierta de pieles de
tigre y en la cabecera vio una repisa de veladoras y estampas y
debajo un aparato de cintas como el que traía el Güero en su
Thunderbird de segunda mano y sobre las pieles la señora Carreón
encuerada salvo las medallas religiosas, sobre todo una en forma de
concha de mar con la imagen en oro de la Virgen de Guadalupe
sobrepuesta que la señora se puso sobre el sexo mientras el Jefe
Mariano se acercó a levantársela con la lengua y la señora rió
con una voz coqueta y tipluda de quinceañera y dijo no amito mío no
mi rey respeta a tu virgencita y él en cuatro patas encuerado con
las pelotas moradas de frío a saber queriendo acercarse a la medalla
en forma de concha ay mi gorda cachonda ay mi putita santa mi huilita
perfumada mi diosa bucles de nácar deja a tu papacito bendecirte a
tu virgencita mi amor y el bolero en la grabadora todo el tiempo yo
sé que nunca besaré tu boca, tu boca de púrpura encendida, yo sé
que nunca llegaré a la loca y apasionada fuente de tu vida.
Los muchachos de la intendencia y la cocina le dijeron luego se ve
que el Jefe te agarró buena voluntad chavo, no pierdas eso porque él
te protege contra todo. Salte si puedes de la brigada, ese es trabajo
peligroso, ya verás. En cambio aquí en la cocina y la intendencia
vieras que a todo dar la pasamos. El Güero andaba por la intendencia
contestando teléfonos y convidó a Bernabé a dar una vuelta en el
jaguar de la señorita hija de los señores Carreón, ella estaba en
una escuela para refinar modales con las monjas de Canadá y el coche
tenía que correr de vez en cuando para no amolarse. Dijo que los
muchachos de la intendencia tenían razón algo te vio el Jefe que te
trae adoptado. Aprovéchate Bernabé. Tú le entras a la guaruriza y
te armaste de por vida, dijo el Güero corriendo el Jaguar de la niña
como quien ejercita un caballo para una carrera, palabra que te
armaste. El punto es que te enteras de todos los chismes y luego ni
modo que te jodan, los traes medio vampirizados y ni modo que te
jodan, a menos que te asilencien para siempre. Pero si sabes jugar
bien tus cartas, mira nomás, tienes todo, la lana, las viejas, los
coches y hasta comes lo mismo que ellos. Pero el Jefe Mariano tuvo
que estudiar, contestó Bernabé, primero se hizo licenciado y luego
se armó. El Güero rió mucho de esto y dijo que el Jefe no había
estudiado más que la primaria, lo de licenciado se lo pegaron porque
así le dicen en México a toda la gente importante, aunque no haya
visto un libro de leyes ni por las tapas, no sea güey Bernabé. Lo
que debes saber es que todos los días nace un millonario que va a
querer que un día tú le protejas la vida, los escuincles, la
laniza, las piedras. ¿Y sabes por qué Bernabé? Porque cada día
también nacen mil cabrones como tú dispuestos a darle en la madre
al rico que nació el mismo día que tú. Uno contra mil, Bernabé.
No me digas que no es fácil escoger. Si nos quedamos donde nacimos,
nos va a llevar la chingada. Más vale pasarnos con los que nos van a
chingar, como que dos y dos son Dios, ¿no? El Jefe lo llamó al bar
junto a la piscina y le dijo a Bernabé que lo acompañara y mirara
el retrato de su hija Mirabella en la foto a colores de la pared, ¿no
era bonita?, seguro que sí y era porque fue hecha con amor, con
sentimiento y con pasión porque sin eso nomás no hay vida, ¿verdad
Bernabé? Le dijo que se miraba en él, sin nada, sin techo siquiera
pero con todo por delante para conquistar. Le envidió eso, dijo con
los anteojos ciegos de vapor, porque luego lo tienes todo y nomás te
agarras odio a ti mismo, odio porque no aguantas el aburrimiento y el
enervamiento de haber llegado hasta arriba, ¿ves?, por una parte
sientes terror de volver a caer allá abajo de donde saliste pero por
otra parte te hace falta la lucha para llegar a la cumbre. Le
preguntó si no le gustaría un día casarse con una muchacha como
Mirabella, ¿él no tenía novia? y Bernabé comparó a la muchacha
de la foto retocada, rodeada de nubes color de rosa, con la
Martincita tan deatiro dada a la desgracia pero no supo qué decirle
al señor licenciado Mariano porque decirle que sí o decirle que no
era ofenderlo igual y además el Jefe no lo oyó a Bernabé, se oyó
a sí mismo creyendo oír a Bernabé.
—El dolor
que uno sufre, uno tiene derecho a hacérselo sufrir a los demás,
chavo. Esa es la santa verdad, por esta te lo juro.
La
brigada
Van a juntarse en el Puente de
Alvarado para tratar de bajar por Rosales hacia el Caballito.
Nosotros vamos a estar en los camiones grises en Héroes y Mina al
norte, y en Ponciano Arriaga y Basilio Badillo al sur, de modo que
por cualquier lado los copamos. Todos usen el brazal blanco y el nudo
de algodón blanco sobre el pecho y tengan listos los pañuelos con
vinagre para protegerse de los gases cuando venga la policía. Cuando
la manifestación esté a cuadra y media del Caballito ustedes que
van a estar en Héroes bajan por Rosales y la atacan por detrás.
Griten Viva el Ché Guevara, muchas veces, griten fuerte que no quepa
duda qué cosa defienden. Traten de fachistas a los de la
manifestación. Repito: fa-chis-tas. Entiéndanlo bien, creen una
confusión absoluta, lo que se llama el rosario de Amozoc y luego
peguen duro, no se guarden nada, con las cachiporras y las manoplas y
ya digan lo que quieran, suéltense muchachos, dénse gusto, los que
vienen del sur van a gritar Viva Mao pero ustedes mándenlos a volar,
ya ni hagan caso, tómenlo como una fiesta, dénle vuelo a la
hilacha, ustedes son la mera brigada de los gavilanes y ahora van a
probarse en el terreno, chavos, en la calle, en el asfalto, contra
los postes y las cortinas de fierro, apedreen cuanto comercio puedan,
eso crea mucha tirria contra los estudiantes, pero lo importante es
que cuando se los encuentren se suelten el alma, chinguen sin piedad,
pateen, descontón y a los güevos, tú y tú nomás ustedes dos con
picahielos por lo que pase y si le sacan un ojo a un cabrón rojete
de esos no le hace, va por el escarmiento y aquí los protegemos, eso
lo saben llévenlo muy metido en la azotea cabrones aquí los
protegemos de modo que a hacer lo que Dios manda y bien hecho, la
calle es de ustedes, ¿tú dónde naciste? ¿y tú dónde?
¿Azcapotzalco, Balbuena, Xochimilco, Canal del Norte, Atlampa, la
Colonia Tránsito, Mártires de Tacubaya, Panteones? Pues hoy se
vengan mis gavilancitos, nomás piensen eso, hoy la calle donde tanto
los jodieron es de ustedes para joder a quien sea, no va a haber
castigo, es como la conquista de México, el que ganó ganó y ya
estuvo, hoy se me salen a la calle gavilancitos y se me vengan de
cuanto jijo de su pelona los haya hecho sentirse gacho, de cuanto
desprecio hayan sentido en sus pinches vidas, de cuanto insulto no
pudieron contestar, de las cenas que no cenaron y de las viejas que
no se cogieron, salen y se me desquitan del casero que les subió la
renta y del buscapleitos que los desalojó de la vecindad y del
matasanos que no quiso operar a su mamacita sin los cinco mil
bolillos por delante, van a zurrarle a los hijos de sus explotadores,
¿ven?, los estudiantes son niños popis que también van a ser
caseros, cagatintas y mediquillos como sus papis y ustedes nomás van
a desquitarse, a pagar dolor con dolor, mi brigada de gavilanes, ya
saben, silencios en los camiones grises, luego agazapados como
fieras, luego a la fiesta, a pegar recio, a venirse de gusto pegando
recio, pensando en la hermanita violada, en la mamacita fregada de
rodillas trapeando y lavando, en el papacito jodido con las manos
chuecas de tanto escarbar mierda seca, hoy les toca desquitarse
gavilancitos, hoy y nunca más, no vayan a fallarle, no se preocupen,
la policía los va a reconocer por los moños y los brazales, va a
hacer como que les pega, síganles la comedia, va a hacer como que
los mete a la julia a uno que otro, es de a mentiras, para apantallar
a la prensa pero lo importante es que mañana la prensa diga refriega
entre estudiantes de izquierda, mitotes subversivos en el centro de
la capital, la conspiración comunista levanta cabeza, ¡a cortársela
pronto!, a salvar a la república de la anarquía y ustedes mis
gavilanes nomás piensen que mientras otros sean reprimidos ustedes
no lo serán qué va se los prometo yo, ahora duro oigan la carrera
sobre el asfalto, la calle es suya, conquisten la calle, pasen
fuerte, entren al humo, no le tengan miedo al humo, la ciudad está
perdida en el humo. No tiene remedio.
Desconocimientos
Su mamá doña Amparo no quiso
ir por la vergüenza, le dijeron los tíos Rosendo y Romano, no quiso
reconocer que un hijo suyo fue entambado; Richi logró instalarse
para siempre, dependiendo, con la sonora acapulqueña y mandaba cien
pesos de vez en cuando para la jefecita de Bernabé: ella se moría
de vergüenza y desconocimiento y Romano le dijo que después de todo
su marido Andrés Aparicio había matado a un hombre a patadas. Sí
contestó ella pero nunca fue a dar a la peni, esa es la diferencia,
Bernabé es el primer entambado de la familia. Que tú sepas, vieja.
Pero los tíos miraron a Bernabé de manera diferente,
desconociéndolo también; ya no fue el chamaquito zoquete sentado
sobre las tejas mientras ellos mataron liebres y sapos en el llano
cenizo. Bernabé mató a un muchacho, se le fue encima con un
picahielo en el mitote del Puente de Alvarado, se lo clavó hondo en
el pecho y sintió cómo eran más fuertes las entrañas del muchacho
herido que el fierro frío del arma de Bernabé pero a pesar de todo
el picahielo le ganó a las vísceras, las vísceras nomás chuparon
para adentro al picahielo como un amante se chupa al otro. El
muchacho dejó de reír y rebuznar al mismo tiempo y se quedó
mirando a los arcos de luz neón con las pestañas duras. El Güero
vino a avisarle que no se preocupara, tenía que hacer un poco de
show, él lo entendía, en unos días lo soltaban, mientras se
resolvían las cosas y se demostraba que había justicia. Pero
tampoco el Güero le reconoció y por primera vez tartamudeó y hasta
se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué tuviste que
escabecharte a uno, Bernabé y más a uno de los nuestros? Te
hubieras fijado más. Además tú conocías al Burro, pobre Burro,
era bien pendejo pero buena gente en el fondo. ¿Por qué Bernabé?
En cambio Jesús Florencio el mesero ese sí vino nomás como cuate y
le dijo que al salir debía irse a trabajar con ellos al restorán,
él lo podía arreglar con el dueño y le iba a decir por qué. El
licenciado Mariano Carreón se emborrachó en el restorán el día de
la refriega en el centro, estaba muy excitado y se soltó contándoles
a sus amigos que había un chavo que le recordaba muchas cosas,
primero cómo fue el propio don Mariano de chamaco y luego un hombre
que conoció veinte años atrás, en una cooperativa del estado de
Guerrero, un ingenierito que no se dobló, que trajo dizque la
justicia al estado y se lo llevó sin dizque alguno la chingada. El
licenciado Mariano contó cómo organizó él la resistencia contra
el ingeniero Aparicio jugando a la unión de todas las familias del
pueblo, pobres y ricas, contra el fuereño entrometido. Es tan fácil
explotar los localismos provincianos. Lo importante dijo Mariano
Carreón es que se fortalezcan los cacicazgos porque donde no hay ley
el cacique impone el orden y sin orden no hay propiedad ni riqueza
para acabar pronto señores les dijo a sus amigos. Ese ingenierito
tenía una como santa cólera, una convicción de cruzado que picó
al señor licenciado Carreón. Durante los próximos diez años trató
de corromperlo, ofrecerle esto y aquello, ascensos, casas, dinero,
viajes y viejas, impunidad pues. Nada. El ingenierito Aparicio se le
volvió una obsesión y como no pudo comprarlo trató de arruinarlo,
crearle problemas, aplazarle ascensos, hasta sacarlo de una vecindad
donde vivía por las calles de Guatemala y lanzarlo a las ciudades
perdidas del cinturón de la miseria. Pero la obsesión del
licenciado Mariano fue tal que compró todos los terrenos del rumbo
donde se fueron a vivir Andrés Aparicio y los suyos y las demás
familias de paracaidistas para que no los fuera a desalojar nadie y
dijo no, que se queden allí, los viejos se van a morir, de honor
nadie vive y la dignidad no se sirve con caldo de médula, está
bueno tener un vivero de chamaquillos enojados para cuando crezcan yo
los encarrile, mi nido de gavilanes. Contó que todos los días
saboreó el hecho de que el ingenierito que no se dejó corromper
viviera con su mujer y su hijo y sus cuñados los muy güevones en un
terreno propiedad del licenciado Mariano y sólo por su venia. Pero
la broma para saborearse de veras tuvo que ser conocida por el
ingenierito. De manera que el licenciado mandó a uno de sus roperos
armados a decírselo todo a tu padre Bernabé, has estado viviendo de
la limosna de mi jefe, chamagoso méndigo, diez años de limosnero tú
tan puro y mi padre que nunca dejó de sonreír para no verse viejo
más que una vez esa vez agarró a patadas al guarura del licenciado
Carreón y lo mató a patadas y luego desapareció para siempre
porque sólo le quedaba la dignidad de pasar por muerto y no
enterrado en el tambo como tú por unos días nomás Bernabé. Más
vale que lo sepas dijo Jesús Florencio, ya ves que lo que te ofrecen
no es tan seguro como dicen. Un día te encuentras un hombre de a de
veras y te vale pura sombrilla la impunidad. Ha de ser bien gacho
pasársela protegido todo el tiempo, con miedo, diciéndote si no me
protege el Jefe valgo un puro carajo. Bernabé se quedó dormido en
su catre, protegido hasta la coronilla por la cobijita de lana
delgada, hablándole en sueños al Jefe coyón, no te atreviste a
mirar a mi papá a la cara, tuviste que mandarle un matón y te
mataron al matón, culero. Pero luego tuvo un sueño en el que él se
iba rodando en silencio, muriéndose, rodando como un pedacito roto
de hombre ¿qué? ¿de hombre qué? Soñó sin poder separar su sueño
de un deseo vago pero impetuoso de que cuanto existió fue para la
tierra, para todos unidos, el agua, el aire, los jardines, la piedra,
el tiempo.
—El
hombre, ¿dónde estuvo?
El
Jefe
Salió de la
peni odiándolo por todo lo que le hizo a su padre, lo que le hizo a
él. El Güero lo recogió a la salida del Palacio Negro y lo subió
al Thunderbird rojo una
vez nada más se entrega el alma con la dulce y total renunciación
hey familias donde está su Güerito están la música y el sabor. Le
dijo a Bernabé que el Jefe estaba esperándolo en el Pedregal en
cuanto el chavo quisiera pasar a verlo. Estaba muy apenado de que
Bernabé hubiera pasado diez días entambado en Lecumberri. Pero peor
le había ido al Jefe. Bernabé no lo sabía, no leía periódicos ni
nada. Pues había una tormenta en contra del Jefe dizque por andar de
provocador y lo andan amenazando con mandarlo de gobernador a Yucatán
que es como irse de bracero a la luna, pero él dice que se va a
vengar de sus enemigos políticos y que le haces falta. Tú fuiste el
más hombre de la brigada, dijo. Aunque te hayas llevado de corbata
al pobre Burro, pero el Jefe dice que entiende tu pasión él es
igual. Bernabé se soltó chillando como un niño, todo le pareció
tan pinche y el Güero no supo qué hacer más que detener la música
de la casette como por respeto y Bernabé le pidió que lo dejara en
la Calzada de Azcapotzalco, por el rumbo del panteón español pero
el Güero se preocupó y lo siguió a vuelta de rueda mientras
Bernabé caminaba por las banquetas de polvo junto a los floristas
que arreglaron las grandes coronas de gardenias y junto a los
marmoleros que cincelaron las losas, los nombres, las fechas, el
principio y el fin de cada hombre y mujer, ¿dónde estuvieron?, se
fue repitiendo Bernabé, recordando el libro quemado por órdenes del
licenciado Carreón. El Güero decidió tener paciencia y lo esperó
cuando salió por la reja del cementerio una hora después, chanceó,
ya van dos veces que sales hoy de tras la reja, chavo, cuidadito,
Bernabé entró odiando todavía al Jefe a la casa del Pedregal pero
sintió lástima apenas lo vio, con su cara de barrendero miope,
agarrado a un vasote de whisky como a un salvavidas. Le dio pena
recordarlo encuerado en cuatro patas y con los güevos helados
tratando de vencer la coquetería cruel de su esposa. ¿No tenía
derecho la Mirabella, después de todo, caray, a ir a una escuela de
refinamientos en vez de vivir en un tendajón de lámina y cartón en
la ciudad perdida? Entró a la casa del Pedregal, vio al Jefe amolado
y sintió pena pero también seguridad, aquí no le iba a pasar nada
malo, aquí nadie lo iba a abandonar, aquí el Jefe no lo iba a
condenar a joderse fregando parabrisas porque el Jefe no iba a llevar
justicia al estado de Guerrero no iba a morirse de hambre con tal de
sentirse puro como una hostia, el Jefe no era un pendejo como su
Jefe, su Jefe Mariano Carreón su Jefe Andrés Aparicio ay jefecito
no me abandones. El licenciado le dijo al Güero que le sirviera su
whiskicito al chavo que tan valiente había estado y que no se
preocupara, la política no es más que una larga paciencia, en eso
se parece a la religión y ya vendría la hora del desquite contra
los que le andaban intrigando y tratando de mandarlo de exiliado a la
península. Quiso que Bernabé, que estuvo con él a la hora de los
cocolazos, también estuviera con él a la hora del desquite. La
brigada iba a cambiar de nombre, se volvió demasiado notoria, un día
iba a reaparecer blanquita, blanqueada por el sol de la venganza
contra los criptocomunistas colados en el gobierno, pero nomás por
seis años, bendito principio de la no-reelección, luego a la calle
rojillos y como en un péndulo, ya lo verían, ellos regresarían
porque ellos sabían esperar largo largo largo como los ídolos de
piedra en el museo, ¿eh?, ya ni quien nos pare. Le dijo a Bernabé
abrazándolo del cuello que no había destino ninguno que no pudiera
ser superado por el desprecio y al Güero que no quería verlos ni a
él ni al chavo Bernabé ni a ningún guarura jovenazo por la casa
mientras estuviera allí la niña Mirabella que regresaba mañana del
Canadá. Se fueron al campamento y el Güero le dio una pistola a
Bernabé para que se defendiera y le dijo que no se preocupara, el
Jefe tenía razón, no había manera de controlarlos una vez que
empezaban a rodar, mira
esa piedra como ya no se para,
carajo dijo el Güero con una miradita muy lista y maliciosa que
Bernabé no le vio antes, incluso de las manos del mero Jefe se
podían escurrir si querían, ¿él no sabía ya todo lo que había
que saber, cómo organizar las cosas, acercarse a una barriada,
juntar a los chavos, empezar con resorteras si hacía falta, luego
cadenas, luego picahielos como el que usaste para matar al Burro,
Bernabé? Si era rete simple, se trataba de crear uno como terror
invisible pero compartido, nosotros tenemos terror de vivir siempre
protegidos, ellos tienen siempre terror de vivir sin protección.
Escoge chavo. Pero Bernabé ya no lo escuchó ni le contestó. Estaba
recordando su visita al cementerio esa mañana, los domingos con la
Martincita cogiendo en la cripta de una familia decente, un viejo
distraído orinando detrás de un ciprés, calvo, sonriente, como un
bobo, sonriendo sin parar que luego se fue caminando con la bragueta
abierta bajo ese sol picante como un gran chile amarillo del mediodía
en Azcapotzalco. Bernabé sintió vergüenza. Que no regrese. Basta
una memoria vaga un desconocimiento. Fue a ver a su mamá cuando tuvo
un traje nuevo y un Mustang de segunda mano aunque para él solito y
le dijo que el año entrante le tendría una casita asoleada y limpia
en una colonia decente. Ella trató de decirle lo mismo que de niño,
santito, tú eres decente, monigotito, no eres un pelado como los
demás, trato de decirle lo mismo que antes dijo del padre, Nunca
he soñado que estés muerto,
pero para Bernabé la voz de su madre ya no era ni tierna ni
exigente, nomás significaba lo contrario de lo que decía. En cambio
le agradeció que le regalara los tirantes más bonitos de su papá,
unos con listas rojas y hebillas doradas que fueron el orgullo de
Andrés Aparicio.
«Creen que no tenemos
historia ni ideas porque ven a burros como tú y se ríen de
nosotros. Mejor así. Que lo crean. Así ocupamos toda la historia
que ellos dejen vacía.»
Carlos Fuentes
Esta
historia está hecha de cuatro relatos donde se narran momentos
decisivos para los protagonistas, quienes descubren que la vida no es
aquello que imaginaron o a lo que se resignaron, que puede cambiar de
pronto, para bien o para mal, y que obedece a una sola regla y a un
solo circuito: todos los días nace un millonario que va a querer que
un día lo protejas contra alguien como tú, que todos los días te
muerdes a ti mismo por la rabia de no haber sido millonario y quizás
estés dispuesto a darle en la madre al rico que nació el mismo día
que tú.