BARBARISMOS
ANDRÉS
NEUMAN
Prólogo de José María
Merino
Para Erika, mi idioma
NEUMANISMOS
Andrés
Neuman, joven autor muy celebrado en los campos de la poesía, la
novela, el cuento, el minicuento, el aforismo, y explorador nato de
nuevos territorios que tengan que ver con la invención literaria, se
aventura en este libro a rastrear, a su aire, una zona de la agreste
y huraña selva de las definiciones, antes apenas explorada de tal
modo entre nosotros, a la que él llama Barbarismos.
En el primer
diccionario que conoció este idioma (Tesoro
de la lengua castellana,
Sebastián de Covarrubias, 1611) barbarismo
se define como «el uso de alguna dicción, o escrita o pronunciada
contra las reglas y leyes del bueno y casto lenguaje». Más
adelante, el Diccionario
de Autoridades,
que publicó la flamante Real Academia Española entre los años 1726
y 1739, lo calificaba de «figura viciosa… Vale también, por
analogía: desorden, brutalidad o barbaridad en el modo de obrar y
proceder». Más cerca de nosotros, la Enciclopedia
universal ilustrada europeo-americana
-el famoso diccionario Espasa-dice que barbarismo es cualquier «dicho
o hecho inconsiderado, imprudente». Y, para no hacer este exordio
interminable, concluiré citando el Diccionario
ideológico de la lengua española,
de Julio Casares, donde se lo define de este modo: «emplear vocablos
impropios».
Calificar como barbarismos el
conjunto de definiciones que el intrépido aventurero del logos
Andrés Neuman recoge en este libro, acaso sea su barbarismo
inaugural, sustantivo, medular. Pues no disiente demasiado del bueno
y casto lenguaje, ni entra de lleno en la imprudencia, ni se muestra
siempre brutal o impropio, aunque puede que caiga a menudo en esa
figura, sin duda viciosa, que proviene de la excesiva adicción a la
imaginación verbal.
Los
verboadictos
-en un diccionario de barbarismos, tal palabra se encuentra a buen
cobijo-, para perplejidad de los puristas del canon, son demasiado
amantes de esas auroras y ocasos que hacen fulgurar las iluminaciones
literarias. A partir de esa disposición, nuestro autor entra en el
español -que según su propia denominación barbárica es «idioma
que le queda grande a España»- y, con agudeza a veces
hiperestésica, aunque nunca dolorosa, utiliza muchos elementos del
abundoso patrimonio de la retórica -del cual no voy a hablar para no
ponerme retórico, y valga la redundancia-con el fin de mostrarnos
cómo numerosas palabras pueden esconder sorprendentes atavíos bajo
la apariencia que las envuelve con su capa cotidiana.
Por ceñirme
a un terreno familiar, señalaré unos cuantos ejemplos: en el
Diccionario
de la RAE, abecedario
se define como «serie de letras de un idioma»; en el de Neuman se
define como «pensamiento muy poco a poco». Para la RAE, escritor
es «persona que escribe»; para Neuman, «individuo que fracasa en
el intento de ser exclusivamente lector». Para la RAE, derechos
de autor
son «cantidad que se cobra»; para Neuman, «propina con ínfulas de
salario». La RAE define biblioteca
como «conjunto de libros»; Neuman, como «muchedumbre que espera su
turno de palabra». Y palabra,
que para la RAE es «segmento del discurso unificado habitualmente
por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final»,
para Neuman resulta «transformación de lo nombrado». Y así, a lo
largo de varios centenares de vocablos.
Debo apuntar
que, en bastantes ocasiones, el autor abandona la concisión que
parece norma habitual de su trabajo, para presentar breves
composiciones cargadas de posibilidades narrativas. Veamos algunos
casos. Dios:
«Ser tan empeñado en demostrar su existencia que apenas encuentra
tiempo para cultivar su presencia». Diablo:
«Personaje desconcertado ante la autosuficiencia humana para el
mal». Gilipollas:
«Célebre insulto que murió al ser admitido por la Real Academia de
la Lengua». Guerrilla:
«Rebeldía admirada por el intelectual urbano, siempre y cuando
tenga lugar en la selva o la montaña». Solapa:
«Parte del ejemplar que se estudia atentamente antes de emitir un
juicio literario».
Planteado
con ambición temática, este diccionario, que se autocalifica como
barbárico, se propone abarcar un mundo amplio que incluye cualidades
y actitudes, objetos variados, doctrinas, maneras de ser…
Bienvenida sea, pues, a la planicie de los campos semánticos y los
vergeles lexicográficos, esta magnífica aportación. Mas propongo
al autor que, en sucesivas ediciones, modifique el título en el
sentido que indico en el encabezamiento de este prólogo. Y quiero
terminar confesando que me crearía graves problemas de conciencia
aceptar que las definiciones de Andrés Neuman pudiesen terminar
sustituyendo a las que están autorizadas por el Diccionario
de la Real Academia Española, venerable institución a la que
pertenezco. Las cosas como son.
José María Merino
18 de febrero de 2014
62.º aniversario de la
muerte
de Enrique Jardiel Poncela,
Gran Maestre del Sarcasmo.
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