NOTA INTRODUCTORIA
Alejandro
de Afrodisias, de cuyo periplo vital apenas si conocemos que transcurrió entre
los siglos II y III de nuestra era, ha sido, sin embargo, el peripatético más
celebrado y más discutido, exceptuando naturalmente al propio Aristóteles. Su
influencia fue enorme ya en la Antigüedad tardía, y se mantuvo constante hasta
que el propio aristotelismo perdió su posición de privilegio en el ámbito del
saber y la ciencia, ya en el siglo XVII . Considerado por muchos como el más
grande intérprete de Aristóteles, sus obras fueron siempre un punto de
referencia para todos los que trataron de resolver las dificultades de lectura
y las ambigüedades que poseen los propios escritos del fundador del Liceo.
Ofrecemos en este volumen la traducción de dos de ellas, las que más peso han
tenido a lo largo de los siglos: por un lado, el tratado Acerca del alma , una interpretación de la obra homónima de Aristóteles
que contiene como hito quizá más importante la identificación del intelecto
agente con Dios; y, por otro lado, el tratado Acerca del destino , en el que Alejandro defiende contra los estoicos
la existencia de un ámbito, el humano, no constreñido por las cadenas de la
necesidad y, por ello, propicio para la responsabilidad y la libertad
individuales.
Hemos
antepuesto una introducción a cada una de las obras. La primera de ellas es
bastante más copiosa que la segunda: incluye un primer capítulo que repasa la
historia del aristotelismo desde la muerte del Estagirita hasta la época de
Alejandro. Hemos creído conveniente este inicio en aras de una adecuada
contextualización de los dos textos que presentamos, y para vincular de alguna
manera este volumen a otros ya editados en la B. C. G. con las obras de Aristóteles
y de Teofrasto.
ACERCA
DEL ALMA
INTRODUCCIÓN
I.
LA TRADICIÓN PERIPATÉTICA DESDE ARISTÓTELES HASTA ALEJANDRO DE AFRODISIAS
Aristóteles
murió en el 322 a los sesenta y tres años de edad en Calcis, Eubea. Apenas un año
antes se había visto obligado a abandonar precipitadamente Atenas al ser
acusado de asébeia , igual que Sócrates
en su día. En ambos casos concurrieron motivaciones políticas. En lo que se
refiere a Aristóteles, sus vínculos macedonios, los mismos que tiempo atrás le
sirvieron de poderoso salvoconducto, se volvieron en su contra a la muerte de
Alejandro Magno. A partir de ese momento el sentimiento antimacedonio fue
creciendo en Atenas hasta convertirse en el eje de su política; un nuevo clima
de rebelión se extendió entonces por toda Grecia en contra de Antípatro, el
sucesor de Alejandro en Macedonia. Y mientras eso ocurría, no cuesta trabajo
imaginar la difícil situación en la que había quedado Aristóteles, el insigne
maestro de Alejandro. Las cosas debieron de ir empeorando poco a poco hasta que
se fraguó la citada acusación de impiedad: el motivo de la misma fue un himno y
un epitafio que escribió en honor a Hermias, un antiguo condiscípulo en la
Academia que más tarde se convirtió en protector suyo en Aso. El pecado de
Aristóteles era doble: dirigir a un mortal un canto que sólo puede estar
destinado a un dios, y además hacerlo en favor de un personaje fuertemente
promacedonio. Acosado de esta manera, Aristóteles pone rumbo a Calcis, donde
poseía una propiedad por herencia materna (según nos transmite la Vida de Aristóteles del seudo-Amonio,
para evitar que los atenienses pecaran otra vez contra la filosofía).
El
Liceo quedaba en manos de Teofrasto con el más que presumible auxilio de
Demetrio Falereo. La institución fue fundada por Aristóteles trece años antes,
a su regreso a Atenas después de una prolongada ausencia de más de diez años.
La Academia en ese momento estaba dirigida por Jenócrates, que había sucedido a
Espeusipo tras la muerte de éste en el 339. Las razones que movieron a Aristóteles
a empezar a enseñar de forma independiente en el Liceo, el gimnasio vinculado al
templo de Apolo Licio, no parecen haber sido meramente doctrinales. Hay que
recordar que Jenócrates había acompañado a Aristóteles en su periplo por Asia
Menor hasta el momento en que fue requerido desde Atenas cuando Espeusipo sentía
próxima la hora de su fin. Por otro lado, hay algunos testimonios que indican
que, a lo largo de este proceso sucesorio, Aristóteles era considerado en el
seno de la Academia como un miembro privilegiado de la institución, que
figuraba entre los elegibles para suceder al sobrino de Platón 1 . En todo caso, es indudable que el Aristóteles
que había regresado, rondando ya los cincuenta años, era reconocido como una de
las grandes luminarias del pensamiento griego 2 , de modo que es probable que se sintiera más
cómodo estableciendo su propia escuela. Lo hizo a imitación del modelo de su
maestro: en varios edificios aledaños al templo organizó la docencia y allí
mismo, tal y como ocurría en la Academia, se daba culto a las Musas y se
fomentaba la vida en común 3 . Dentro de las paredes del Liceo, Aristóteles
se dedicó intensamente a la enseñanza, a la investigación científica y a la
recopilación de materiales bibliográficos y de otros tipos. Se le ha
considerado el primero en fundar una biblioteca en el pleno sentido de la palabra,
con libros dispuestos de forma ordenada y en una misma estancia específicamente
destinada a ello 4 . Por otro
lado, tenemos gracias a Aulo Gelio una interesante descripción de los métodos
de enseñanza oral que practicaba:
Los
cursos del filósofo Aristóteles, el maestro de Alejandro, y los cursos de
perfeccionamiento que impartía a sus discípulos, se dice que eran de dos
clases. Unos recibían el nombre de exotéricos
, otros de acroáticos . El nombre exotérico se aplicaba a la retórica, al
cultivo de una destreza rápida y a la educación política. Acroáticas , por otra parte, eran obras que se ocupaban de la
filosofía más arcana y exacta, de la investigación de la naturaleza y de la
discusión dialéctica. En el Liceo, dedicaba la mañana a los temas acroáticos y
no permitía a nadie su asistencia sin asegurarse en persona de su habilidad,
base educativa, deseo de aprender y voluntad de trabajo. Por la tarde, en el
mismo lugar, tenía cursos exotéricos y conferencias abiertas a todos los jóvenes
sin restricción. A esto lo llamaba su paseo
vespertino , al otro el matutino, porque, en ambos casos, paseaba mientras
hablaba. A sus libros también, a los tratados sobre todos estos mismos temas,
los dividía de un modo semejante, llamando a unos exotéricos y a otros acroáticos
5 .
El
fragmento pone en evidencia que la conocida división de la obra de Aristóteles
entre escritos destinados al uso interno y obras literarias destinadas al gran
público tenía como fundamento su propia práctica docente. Además, es claro que
en el Liceo había un ambiente científico que convertía a los discípulos en algo
más que meros receptores del saber impartido. Eran verdaderos colaboradores en
las tareas de observación, catalogación y registro del material acumulado. Había,
por cierto, algún tipo de especialización a juzgar por las obras que se
atribuyen a los ayudantes más insignes: Teofrasto se dedicó a la botánica; Menón,
a la medicina, y Eudemo de Rodas, a la historia de las ciencias exactas, a la
aritmética y a la astronomía. También sabemos que la investigación política era
objeto de una especial atención: fueron descritos y analizados con gran lujo de
detalles más de ciento cincuenta sistemas políticos. La Constitución de los atenienses , escrita por el propio Aristóteles,
representaba seguramente el modelo que los demás investigadores debían seguir
en su trabajo 6 .
Los
años del Liceo fueron tal vez los más felices de Aristóteles. Bajo la égida de
Alejandro y de su lugarteniente Antípatro, rodeado de un puñado de fieles
seguidores imbuidos de una metodología empírica, Aristóteles recibía jóvenes
promesas de la intelectualidad y de la política llegados de toda Grecia, como
en los mejores tiempos de la Academia. El ambiente favorecía la integración de
todos los estudiantes, por muy distantes que fueran sus orígenes, en torno a un
ideal de comunidad de marcado carácter platónico. Puede decirse, en efecto, que
Aristóteles supo llevar ese ideal a una nueva dimensión, conservando su esencia
basada en la amistad: supo darle, en definitiva, una funcionalidad científica y
docente, y creó de esta manera el germen de la universidad moderna (de la mejor
versión de la misma). En el centro de todo estaba él, y por todas partes
rezumaba la presencia del fundador: «La organización de la escuela peripatética
—dice Jaeger— es un reflejo de la naturaleza de Aristóteles, el acto de un sólo
espíritu directivo cuya voluntad vive en los miembros de la misma» 7 . Su entrega a la actividad docente fue
profundísima; una clara prueba de ello es la obra que de él ha sobrevivido: los
tratados aristotélicos que han llegado hasta nosotros son el testimonio de la
influencia viva que el maestro ejercía sobre sus discípulos y nos permiten por
ello vislumbrar lo que acontecía en el Liceo de puertas para adentro. Justo lo
contrario de lo que ocurrió con Platón, del que conservamos las obras en la
forma que él mismo había reconocido como deficiente para transmitir el saber
científico.
En
el caso de Aristóteles, la obra que escribió para el gran público pertenecía
mayoritariamente a su etapa en la Academia, quedaba muy atrás en el tiempo con
respecto a sus horas más productivas. Son un puñado de diálogos 8 , bellamente escritos a juzgar por los
fragmentos que tenemos de ellos así como por la impresión que causaron, por ejemplo,
en Cicerón, que quedó prendado del «flumen orationis aureum» 9 de Aristóteles. De algunos de esos diálogos sólo
conocemos el título gracias a la lista transmitida por Diógenes Laercio (V 10)
y cuyo origen pudo muy bien estar en el propio Andrónico de Rodas: títulos como
Político , Sofista , Menéxeno ,
etc., indican que cuando fueron escritos Aristóteles estaba aún bajo una fuerte
influencia de Platón. La datación de algunos de estos diálogos puede
determinarse por los datos biográficos que conocemos de sus protagonistas. Así,
por ejemplo, entre los diálogos más tempranos encontramos uno Sobre la retórica , también conocido
como Grilo , el hijo de Jenofonte
muerto en la batalla de Mantinea (362/1); la obra debió de ser escrita poco
después. Otro de estos diálogos tempranos es el Eudemo o Sobre el alma ,
dedicado a Eudemo de Chipre, amigo de Aristóteles muerto en el 354/3; en este
caso la inspiración del Fedón es
innegable, pues Aristóteles acepta sin crítica el tipo de inmortalidad característico
de Platón. Más o menos de esta época debió de ser también el Protréptico , una exhortación a la
filosofía que tuvo bastante repercusión posterior, de lo que dan fe insignes
imitadores como el propio Cicerón o Jámblico. Más tardío es otro diálogo también
de gran influencia, el Sobre la filosofía
, en el que hay elementos típicamente platónicos junto a otros claramente
novedosos como la afirmación de la preexistencia del mundo o el rechazo de las
Ideas 10 .
Según
Jaeger, en su histórico tratado sobre la evolución del pensamiento de Aristóteles,
éste experimentó un progresivo alejamiento de sus primitivas aspiraciones
literarias conforme su interés se fue centrando en la investigación científica
y en la docencia vinculada a ésta 11 . Por ello los escritos acroáticos, ese vasto
caudal de saberes englobados en el título de Corpus aristotelicum , no podían provocar el mismo efecto
desvinculados del discurso directo de Aristóteles. Eran, en realidad, un
producto íntimamente ligado a su enseñanza: en muchos casos los tratados podían
servir simplemente para mantener frescas las palabras de Aristóteles ante sus
discípulos, y por ello, para tortura de los intérpretes posteriores, no requerían
de una prosa demasiado explícita y detallada: a veces se omiten términos, o se
sustituyen por pronombres demostrativos cuyos referentes no generaban dudas en
aquellos lectores que tenían el auxilio directo del discurso vivo de Aristóteles.
Traigamos aquí brevemente aquellas enigmáticas palabras finales del famoso capítulo
quinto del tratado Acerca del alma
III: kaì áneu toútou outhèn noeî 12 . ¿Cuánto se ha escrito y se escribirá acerca
del sujeto omitido de esta frase? ¿Cuánto, sobre el intelecto que está detrás
de ese toútou ? La interpretación de
un puñado de textos aristotélicos como éste ha suscitado a lo largo de la
historia de la filosofía encendidos debates y una multitud de comentarios,
algunos de los cuales, en ciertos momentos, han puesto en serio riesgo la
libertad o incluso la vida de sus autores. Y todo ello porque estos escritos no
fueron pensados para servir de lectura fuera del selecto grupo de seguidores
que habían oído disertar sobre el intelecto al propio Aristóteles o, como
mucho, a algunos otros que habían estado presentes en sus cursos. He aquí una
explicación plausible del rápido declive que tuvo el Liceo tras la desaparición
de Teofrasto 13 . Recurrimos
de nuevo a las palabras de Jaeger: «Separados de su creador y de la voz de éste
no podían producir, ni producían los tratados un efecto independiente. La misma
escuela peripatética fue incapaz de entenderlos una vez que ya no estuvieron
allí para interpretarlos los discípulos inmediatos de Aristóteles, y sobre los
primeros tiempos de la edad helenística tuvo esta gigantesca masa de
conocimiento y meditación una influencia asombrosamente insignificante» 14
.
Muerto
Aristóteles, Teofrasto le sucedió en la dirección del Liceo, y se mantuvo al
frente de la institución hasta su muerte en el 288/7 o en el 287/6 cuando
rebasaba los ochenta y cinco años de edad. Esto significa que se mantuvo como
escolarca treinta y cinco años, período que triplica el de Aristóteles. En esos
años, el peripato vivió la época de máximo esplendor llegando a contar con dos
mil alumnos, según el testimonio de Diógenes Laercio (V 37, 5), quien también
da cuenta de un amplio número de obras de Teofrasto, muchas de las cuales sólo
las conocemos de manera fragmentaria e indirecta. Sabemos, sin embargo, que
continuó trabajando en todas las esferas en las que se había movido Aristóteles:
dio clases, amplió la biblioteca y desplegó, como su maestro y amigo, una
insaciable curiosidad por todos los ámbitos del saber. Entre sus obras perdidas
encontramos títulos como Analíticos ,
Poética o Tópicos ; hubo también una Doxografía
, compuesta en dieciocho libros, que representaba la máxima contribución de
Teofrasto a la gran enciclopedia del saber acumulado que había proyectado Aristóteles:
para su elaboración, auxiliado seguramente por sus colaboradores, Teofrasto
tuvo que hacer un gran trabajo de recopilación sistemática de cuanto se había
hecho anteriormente en todos los campos de la ciencia. Por otro lado, tenemos
fragmentos de obras como el tratado Sobre
los sentidos , que podía formar parte de la obra anterior, o como los
tratados Sobre el fuego , Sobre los minerales , y conocemos
gracias a Porfirio algo del contenido de un escrito Sobre la piedad en el que se denuncia el absurdo de los sacrificios
sangrientos y se defiende una teoría de la simpatía universal que hace que
todos los seres vivos posean un vínculo común. Un lugar preeminente, por cuanto
que ha llegado hasta nosotros en su integridad, tiene la Historia de las plantas , en nueve libros que representan un
ejemplo magnífico de la metodología aristotélica: recopilación de datos,
observación directa e indirecta, análisis crítico de las opiniones de otros filósofos,
etc. Sin embargo, se constata entre Teofrasto y su maestro un cambio, que podríamos
llamar de mentalidad , a la hora de
afrontar el trabajo de investigación: mientras que Aristóteles no perdía de
vista nunca las cuestiones generales, Teofrasto parecía estar más interesado en
lo concreto. Pongamos un ejemplo bastante significativo de esto: para Aristóteles
era de trascendental importancia determinar si las plantas tienen alma, lo que
para Teofrasto carece de interés 15 . Y, finalmente, una mención especial merecen
los Caracteres , su obra más
influyente, y la más traducida: está constituida por un conjunto de treinta
retratos humanos, vivamente trazados, aunque con algunas imperfecciones lingüísticas
16 , que podían servir para
amenizar los ágapes que celebraban regularmente los peripatéticos.
Teofrasto
tenía, además, los mismos intereses que Aristóteles en el ámbito especulativo y
teológico. El denominado fragmento metafísico así lo prueba 17 . En este texto pueden constatarse ciertas
peculiaridades del pensamiento de Teofrasto que lo acercan al neoplatonismo
posterior. Philip Merlan ha puesto en evidencia algunas de esas peculiaridades
18 : Teofrasto relacionaba los
problemas más importantes abordados en la Metafísica
de Aristóteles con las cuestiones vinculadas a un sistema de dos grandes
contrarios universales de los que deriva todo cuanto existe; también
manifestaba con gran claridad que toda la realidad se divide en dos grandes
esferas, una inteligible y la otra sensible, al mismo tiempo que señalaba que
el conocimiento de los primeros principios no es discursivo (lo describe como
una especie de contacto 19 ).
Por otro lado, es interesante cómo Teofrasto, en un pasaje del fragmento,
considera la posibilidad de sustituir el concepto de una deidad trascendente
por el de la naturaleza, preparando de esta manera el camino para el
inmanentismo estoico o para el naturalismo de Estratón.
También
en el ámbito de la psicología hay algunos fragmentos interesantes que nos
permiten comprobar que Teofrasto afrontó algunas de las dificultades planteadas
por el maestro. Consideró que algunas actividades psíquicas tienen lugar
propiamente en el alma, y no en el compuesto, tal es el caso de las actividades
teoréticas 20 . Además,
comentando algunos de los pasajes más controvertidos del tratado Acerca del alma de Aristóteles, se
preguntó por qué la inteligencia humana está expuesta al error, al olvido o a
la discontinuidad en su actividad: la respuesta que dio Teofrasto a esta
problemática implica, por un lado, la teoría del noûs thýrathen de Aristóteles, y, por otro lado, la idea de que al
llegar a nosotros esta inteligencia se ve mezclada con lo corpóreo y con una
inteligencia pasiva que entorpece su natural desenvolvimiento; de esta manera,
concluye, es la mezcla con lo corpóreo la causante de sus desfallecimientos
21 .
La
muerte de Teofrasto marca el declive del Liceo. Su sucesor fue Estratón de Lámpsaco:
de nuevo por Diógenes Laercio (V 58) sabemos que se convirtió en escolarca
durante la 127.a Olimpiada, que transcurrió entre los años 288 y 284
a.C. Previamente estuvo en la corte de Alejandría, siendo preceptor de Tolomeo
II. Doctrinalmente hay en él una clara deriva materialista e inmanentista cuyo
germen estaba ya, de algún modo, en Teofrasto. Encontramos a este respecto un
pasaje verdaderamente jugoso en Cicerón:
Aquí
tienes a Estratón de Lámpsaco que concede a ese dios la exención de un trabajo
grande en verdad (y si los sacerdotes de los dioses tienen la dispensa, ¡cuánto
más equitativo es que los dioses mismos la tengan!); dice que él no acepta la
actividad de los dioses en la fabricación del mundo. Enseña que todo cuanto
existe fue realizado por la naturaleza, y no como aquel que dice que estas
cosas se formaron de átomos ásperos y lisos y ganchudos y encorvados,
interpuesto el vacío (él piensa que estas doctrinas son sueños de Demócrito,
quien no demuestra, sino que expresa un deseo); por el contrario, él mismo,
revisando cada una de las partes del mundo, enseña que cuanto existe o se hace,
se hace o ha sido hecho por pesos y movimientos naturales 22 .
De
esta manera, pues, se liquida el motor inmóvil de Aristóteles, ya que en opinión
de Estratón no es necesario acudir a ningún principio trascendente para
explicar el orden natural: la naturaleza, en efecto, se basta a sí misma. También
elimina el finalismo: todo cuanto existe está sometido a una necesidad mecánica.
Los principios que operan en la naturaleza, esos «pesos y movimientos naturales»,
a los que se añaden también lo cálido y lo frío, de los que derivan las demás
cualidades, no operan en función de ningún fin, sino de una manera más bien
automática e independiente 23 . Puede decirse, en efecto, que de los grandes
principios de la física aristotélica en Estratón sólo queda la materia. En el ámbito
de la psicología, Estratón retoma de Teofrasto la concepción del pensamiento
como movimiento del alma. Para él, el pensamiento no es cualitativamente
distinto de la sensación, sino que es igualmente un movimiento psíquico y, además,
depende de ella 24 . Y con
respecto a la propia naturaleza del alma, siguiendo la misma concepción
materialista que acabamos de ver en el ámbito de la física, Estratón sostiene
que el alma es una sustancia pneumática difundida por todo el cuerpo y tiene su
centro en el cerebro: todas las sensaciones, las afecciones y las pasiones son
remitidas a ese principio hegemónico 25 .
Por
otro lado, la transición entre Teofrasto y Estratón en la dirección del Liceo
está marcada por la historia de la expatriación de su biblioteca. Esta historia
la hemos recibido, en parte, de Diógenes Laercio (V 52) y, en parte, del geógrafo
Estrabón (XIII 1, 54), mientras que gracias a Plutarco (Sila 26) y a Ateneo (V 47, 211 y SS .) conocemos algunos detalles
que completan lo referido concretamente por Estrabón. Por Diógenes Laercio
sabemos que Teofrasto, al morir, dejó en herencia el jardín y los edificios
aledaños a la Escuela, y entregó la biblioteca, en la que estaban, entre otras
muchas obras, los escritos no publicados de Aristóteles, a Neleo de Escepsis.
Por Estrabón sabemos que Neleo trasladó la biblioteca a su patria, en Asia
Menor, y la dejó a sus herederos. Éstos, a su vez, escondieron los preciosos
manuscritos en un receptáculo subterráneo (katà
gês) , por miedo a que cayeran en manos de los reyes atálidas, que en ese
momento estaban construyendo la Biblioteca de Pérgamo. En ese sitio estuvieron
los escritos hasta que un tal Apelicón (más bibliófilo que filósofo, dice
Estrabón) los compró y se los llevó a Atenas. Finalmente, poco después de la
muerte de Apelicón, su biblioteca fue confiscada por Sila (86 a.C.) y
trasladada a Roma, donde los manuscritos fueron entregados para su transcripción
al gramático Tiranión, aunque unos libreros poco escrupulosos difundieron
copias incorrectas de las obras de Aristóteles. Plutarco narra más o menos la
misma historia, y añade además que Tiranión le proporcionó algunas copias a
Andrónico de Rodas, quien realizó una edición de ellas y compiló los catálogos
que se han conservado de la obra aristotélica. Finalmente, Ateneo, el autor de
los Deipnosofistas , nos traslada un
fragmento de Posidonio en el que se habla de Apelicón como un filósofo peripatético
que posteriormente hizo carrera política y que, como amante de los documentos
raros y antiguos, adquirió la biblioteca de Aristóteles, aunque no se detalla
ningún aspecto de esta adquisición.
Esta
narración ha sido analizada por Paul Moraux en el contexto más amplio de la
influencia que las obras didácticas de Aristóteles tuvieron durante el
helenismo 26 . Para él es difícilmente
sostenible la idea de que la obra de Aristóteles en su totalidad desapareciera
para después ser redescubierta y puesta en circulación. Contra ella hay numerosas
evidencias que indican que medio siglo después de la muerte de Aristóteles había
en el mundo griego al menos cuatro ciudades en las que se conservaban escritos
didácticos del Estagirita: Escepsis, como ya sabemos, Alejandría, Rodas y
Atenas 27 . En el caso de
Alejandría, resulta inimaginable que, habiéndose refugiado en ella Demetrio
Falereo, y habiendo estado allí Estratón en calidad de tutor del joven
Filadelfo, el futuro Tolomeo II, no hubiese habido interés por el aristotelismo
y, en consecuencia, por las obras de escuela de Aristóteles y Teofrasto. Rodas
era, por otro lado, la patria de Eudemo, uno de los discípulos predilectos de
Aristóteles, al que éste envió una versión primitiva de la Metafísica , y del que sabemos que en tiempos de Teofrasto poseía
en Rodas un ejemplar de la Física .
Y, si es posible que algunas copias de los manuscritos estuvieran en Alejandría
o en Rodas, es increíble que no hubiese copias de los mismos en el Liceo y que éstos
se hubiesen conservado únicamente en el ejemplar originario e inédito que Neleo
se había llevado a Escepsis. Si, como parece más que probable, Teofrasto
transmitió a sus colaboradores los procedimientos metodológicos, así como el
abundante caudal de información contenida en los escritos de su maestro, es
natural que sus seguidores tuviesen a su alcance copias de los mismos (sabemos
que, por ejemplo, Estratón estuvo vivamente interesado en la lógica y en la
filosofía natural, y difícilmente podía ignorar los escritos de Aristóteles en
estos ámbitos). Por lo demás, el hecho manifiesto de que estos escritos
tuviesen poca divulgación durante los dos siglos siguientes no significa
necesariamente que fueran del todo desconocidos y estuvieran absolutamente
inutilizados: Epicuro tuvo conocimiento, al menos, del libro VI de la Física 28 .
De
lo que no cabe duda es de que con la edición del Corpus aristotelicum por parte de Andrónico de Rodas se inicia una
nueva era en la escuela peripatética que conducirá con el paso del tiempo a la
absoluta hegemonía del pensamiento aristotélico en buena parte de la Edad Media
y del Renacimiento (en algunos ámbitos del saber llega incluso hasta el siglo
XIX ). Andrónico de Rodas ha de tener por ello en la historia de la cultura
occidental un lugar destacado: procuró un texto aristotélico fiable y
accesible, y de esta manera puso las bases de lo que va a ser el aristotelismo
posterior, un movimiento filosófico orientado primordialmente al comentario de
las obras que componen ese Corpus al
que él dio consistencia definitiva. En ninguna otra escuela de la época
imperial se constata una orientación semejante. Ni siquiera en el seno del
platonismo, tan importante a lo largo de los primeros siglos de la era
cristiana, hay ese descomunal interés en glosar la obra conservada del
fundador. Hay, en efecto, comentarios de algunos diálogos de Platón: el Timeo fue comentado por notables platónicos
como Porfirio o Proclo, también la República
, y los diálogos más técnicos como el Parménides
, el Teeteto o el Sofista . Sin embargo, esto no es
comparable con el ingente caudal de comentarios que recibieron las obras de
Aristóteles desde Andrónico hasta la caída de Constantinopla (si nos ceñimos a
los que fueron escritos en griego, porque otro tanto puede decirse de los que
se acumularon en el ámbito de la latinidad medieval y renacentista) 29 .
Esta
literatura, mucha de la cual se ha perdido o yace semioculta en las bibliotecas
de media Europa esperando un análisis crítico y una nueva edición, representa
el enorme esfuerzo que han hecho siempre todos los que se han considerado a sí
mismos como aristotélicos por acomodarse con la máxima fidelidad a la doctrina
de Aristóteles. He aquí otra característica definitoria del aristotelismo que
se inicia con la nueva edición del Corpus
: la voluntad de ortodoxia. Para los nuevos peripatéticos la palabra de Aristóteles
no es el punto de partida para la construcción de un sistema filosófico, esto
es quizá más aplicable al papel que jugaron los diálogos de Platón entre los
filósofos neoplatónicos. Tampoco es propiamente la fuente de una metodología
que guíe el desarrollo de nuevas investigaciones: ha desparecido aquel espíritu
científico que caracterizó al Liceo primitivo. Aristóteles no es ya el camino
hacia la verdad, sino la verdad misma: por eso lo importante es saberlo
interpretar bien, limpiar su lectura de impurezas provenientes de otras
escuelas y defenderlo de los ataques que quieran socavar los fundamentos de su
filosofía. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que el aristotelismo de los
primeros siglos de nuestra era fuera impermeable a las corrientes doctrinales
coetáneas: como veremos más adelante, Alejandro de Afrodisias, que puede ser
considerado sin miedo a la exageración como el culmen del nuevo Peripato, es
capaz de defender la concepción aristotélica del alma como forma del cuerpo
contra los postulados materialistas de los estoicos, y al mismo tiempo
introducir en la descripción de las facultades sensitivas elementos de
indudable raíz estoica.
Por
otro lado, es bien sabido que la búsqueda de una ortodoxia interpretativa es en
muchas ocasiones generadora de debates y discrepancias; si a esto se le añade,
además, las propias lagunas existentes en las obras de Aristóteles y sus ambigüedades
en ciertas cuestiones importantes, no hay que extrañarse de que otra de las
características singulares del aristotelismo de todos los tiempos sea la polémica.
Siempre ha habido, en efecto, lucha entre aristotélicos, contemporáneos o no,
con el afán de arrogarse la interpretación definitiva. Ésta ha sido una
motivación indudablemente presente en muchos de los textos que han llegado
hasta nosotros de aquellos autores, textos que, por lo demás, también tuvieron
influencia en la filosofía no aristotélica. Porfirio dice que en los escritos
de Plotino están implicadas las doctrinas peripatéticas, y refiriéndose más en
concreto a los seminarios que impartía dice lo siguiente: «En clase leíanse los
Comentarios de Severo, o de Cronio, o
de Numenio, o de Gayo, o de Ática, y, de entre los peripatéticos, los de
Aspasio, Alejandro, Adrasto y de los que cayeran en sus manos» 30 .
El mismo Porfirio nos sirve de fuente de
información valiosa para entender en qué consistió el trabajo que Andrónico de
Rodas hizo sobre los textos de Aristóteles (y de Teofrasto). Según cuenta en la
Vida de Plotino , en la tarea que le
encomendó su maestro de organizar y corregir su propia obra siguió el mismo
procedimiento que Andrónico aplicó a los escritos del Corpus aristotelicum : éste «distribuyó por disciplinas las [obras]
de Aristóteles y Teofrasto, agrupando en una misma disciplina los temas
apropiados» 31 . Esta
apreciación genérica ha sido concretada por el trabajo de especialistas
modernos como el ya mencionado P. Moraux o I. Düring 32 . Puede decirse sumariamente que Andrónico unió
muchos de los tratados breves que tenían una naturaleza más o menos autónoma (y
un título propio) a tratados más amplios con la misma temática: él mismo se
encargó en ocasiones de darles a los escritos resultantes un título genérico.
En este sentido, es bastante probable que reuniera en un mismo volumen todas
las obras lógicas y que fuera suyo el título conjunto de Órganon ; por lo demás, en el comentario de Juan Filopón a las Categorías (5, 19) se atribuye a Andrónico
expresamente la idea de que la lógica aristotélica debía ser el comienzo del
estudio sistemático de la filosofía. Elaboró también una serie de catálogos de
las obras de Aristóteles que Plutarco menciona (Sila 26) bajo la denominación de pínakes : Moraux sostiene que en esta obra, por desgracia perdida,
Andrónico hacía probablemente algo más que incorporar en una lista los
distintos tratados del Corpus :
seguramente justificaba el orden que él les había dado y los principios por los
que se había guiado a la hora de disponer los escritos en torno a categorías
literarias y grupos de temas específicos; y dedicaba notas de carácter
particular a las obras más destacadas de entre los escritos didácticos del
Estagirita 33 .
En
definitiva, el orden que Andrónico dio al Corpus
, tanto en su estructuración genérica como en la específica de cada tratado o
grupo de tratados, fijó para siempre la lectura de los textos de Aristóteles y
de Teofrasto. Una cuestión diferente es la determinación del momento en que
Andrónico realizó este trabajo, lo cual está ligado a los escasos datos que
conocemos de su biografía (este desconocimiento se extiende a los aristotélicos
de todo este período). Aquí hay discrepancias entre quienes dan más o menos
peso al hecho de que Cicerón, tan interesado al menos en el Aristóteles exotérico,
no mencionara nunca el nombre de Andrónico, a pesar de que habla de peripatéticos
como Estáseas 34 , Aristón
35 o Crátipo 36 , que florecieron en la primera mitad o en los
primeros años de la segunda mitad del siglo I a.C. Por otro lado, el mismo
Cicerón dice que Crátipo, al que había encomendado la educación de su propio
hijo en Atenas después del 43 a.C., era el único peripatético de relieve en
aquella época.
Moraux,
sin embargo, apela por una datación temprana de la nueva edición de Andrónico,
que habría vivido aproximadamente entre el 125 y el 47 a.C., de modo que su
labor editorial habría sido contemporánea a la figura de Apelicón, el supuesto
redescubridor de los textos. Para esclarecer las dudas que suscita el hecho de
que, habiendo sido Andrónico el undécimo escolarca del Liceo 37 , Cicerón no lo conociera, Moraux formula
varios argumentos que no dejan de tener un cierto carácter ad hoc . Dice, por ejemplo, que el hecho de que Cicerón elogiara la
figura de Crátipo se debe a que éste representaba el modelo de sabio que
garantizaba una formación integradora de la filosofía y la retórica, y por ello
puso en sus manos la educación de su hijo, mientras que la figura de Andrónico,
entregado a una paciente y silenciosa labor filológica y exegética, estaba
demasiado alejada de su ideal de sabiduría 38 . Además, el acceso a los escritos esotéricos
requería una destreza terminológica y una especialización filosófica que Cicerón
no tenía, de modo que, por mucho que esos textos hubiesen estado a su alcance,
no podía verse atraído en modo alguno a su estudio 39 .
Estas
razones no son, a mi juicio, plenamente convincentes. El hecho de que las obras
esotéricas de Aristóteles no fueran del gusto estético de Cicerón o le ofrecieran
dificultades de comprensión, podría aplicarse también a las obras de los otros
filósofos que él leyó, tradujo e imitó generosamente. Por lo demás, resulta
sospechoso que Cicerón hubiese estado vivamente interesado en los diálogos de
Aristóteles, y sin embargo mostrara una casi total indiferencia por el resto de
su obra, tanto más cuanto que no todas las obras esotéricas ofrecen las mismas
dificultades de lectura e interpretación. Parece más probable que el Arpinate
no hubiese tenido conocimiento de la edición de Andrónico, ni de Andrónico
mismo, lo que sitúa su florecimiento con posterioridad a la muerte de Cicerón
en el 43 a.C 40 .
Del aristotelismo que emerge del trabajo de
edición y catalogación ya mencionado hemos dicho algo anteriormente desde un
punto de vista general. Muy poco conocemos de los peripatéticos posteriores a
Andrónico: todos ellos son recordados como autores de paráfrasis y comentarios.
Las obras lógicas se llevan la palma: Alejandro de Ege, maestro de Nerón,
escribió presumiblemente un comentario a las Categorías . Aspasio, que vivió en la primera mitad del siglo II
d.C. hizo lo propio, y también dedicó otros comentarios a la Física , a la Metafísica o a la Ética a Nicómaco
, entre otras obras. Otros apreciados comentaristas ya de la segunda mitad del
siglo II d.C. fueron Hermino, Adrasto de Afrodisias y Aristocles de Mesene.
Todo parece indicar que fue durante los dos primeros siglos de nuestra era
cuando los diálogos de Aristóteles cayeron en el olvido y terminaron por
desaparecer: el auge extraordinario de la actividad exegética en torno a los
escritos acroáticos debió de ir dejando en un segundo plano aquellas otras
obras que, a los ojos de estas nuevas generaciones de peripatéticos, perdieron
la fascinación que habían tenido antes. Ettore Bignone ya señaló en la década
de 1930 que los diálogos habían sido víctimas de un cambio importante en la
sensibilidad intelectual de la Edad Imperial con respecto al Helenismo 41 . Lo que antes fue deseo de claridad,
simplicidad y lucidez, virtudes que se afincaban generosamente en los diálogos
de Aristóteles, con el paso del tiempo se transformó en anhelo de lo oculto, de
lo hermético, de lo que requiere, en definitiva, el esfuerzo de la iniciación.
Ante este nuevo panorama, el Aristóteles exotérico está condenado a perder su
posición de privilegio ante el esotérico: si uno era idóneo para la antigua
sensibilidad, el otro no lo es menos para la nueva 42 .
II.
ALEJANDRO DE AFRODISIAS: VIDA Y OBRA
De
la vida de Alejandro no sabemos prácticamente nada 43 . El dato de referencia para situar, al menos,
su florecimiento es la dedicatoria con la que se abre su tratado Acerca del destino : aquí agradece a los
emperadores Septimio Severo y Antonino Caracalla el que le hayan permitido
ocupar una cátedra de filosofía aristotélica en Atenas 44 . Como estos dos emperadores reinaron entre el
198 d.C., año en el que Septimio Severo nombró Augusto a su hijo Caracalla, y
el 209 45 , parece apropiado pensar
que el nacimiento de Alejandro debe situarse en la segunda mitad del siglo II ,
o poco antes, y que su actividad docente se desarrolló, al menos parcialmente,
en la propia Atenas. En cuanto al lugar de procedencia de Alejandro, siempre se
ha creído que la ciudad a la que se vincula su nombre no es otra que la
Afrodisias que se encontraba en la Caria, provincia romana de Asia Menor
situada en lo que hoy es la costa sudoeste de Turquía, frente al mar Egeo. Esta
opinión se ha visto corroborada en el 2001 tras ser descubierta allí una
inscripción proveniente de la base de una estatua que Alejandro hizo erigir en
honor a su padre, también filósofo 46 . Ambos, padre e hijo, comparten el mismo
nombre romanizado, Tito Aurelio Alejandro, lo que parece indicar que los dos
habían recibido la ciudadanía romana. Por lo demás, Afrodisias tenía en aquella
época una cierta pujanza cultural, lo cual, unido al hecho de que el padre ya
se dedicara a la filosofía, nos hace suponer que el joven Alejandro recibió una
educación esmerada.
Una
tarea interesante es la identificación de los maestros que se le han atribuido.
Conocemos con total certeza el nombre de dos de ellos. Uno es Hermio, del que
da cuenta Simplicio en su comentario al De
caelo como maestro de Alejandro, y el otro es Sosígenes, del que el mismo
Alejandro en su comentario a los Meteorológicos
dice que ha sido maestro suyo. El problema surge con la posible existencia de
un tercero, de nombre Aristóteles de Mitilene, al que parece referirse
Alejandro en un controvertido pasaje de su escrito Acerca del intelecto . El texto dice lo siguiente: Ḗkousa dè perì voû toû thýrathen parà
Aristotélous, hà diesōsámēn 47 . La identificación del personaje que aparece
citado aquí ha constituido y sigue constituyendo un debate que contiene
aspectos históricos y filológicos. Sin ánimo de agotar todos los detalles de la
discusión, podemos ordenar los distintos puntos de vista de la siguiente
manera: a ) Eduard Zeller 48 optó por enmendar el texto sustituyendo Aristotélous por Aristokléous , refiriéndose a Aristocles de Mesene, al que el
historiador alemán, a partir de una larga tradición que viene de Simplicio, creía
maestro de Alejandro. Hoy se rechaza generalmente esta suposición por su falta
de fundamento histórico y textual. b
) En 1942, Paul Moraux 49 señalaba
que el Aristóteles del texto era, en realidad, el fundador de la Escuela, de
modo que el «he escuchado de Aristóteles» no debía entenderse en el sentido
literal de «he escuchado de boca de Aristóteles», sino en uno más laxo en el
que el autor se estaría refiriendo a una tradición que se remontaba hasta Aristóteles
de Estagira. c ) El mismo Moraux
cambió de parecer dos décadas más tarde 50 : consideró entonces que la verdadera
identidad de aquel Aristóteles no era la del fundador, sino la de un Aristóteles
de Mitilene, a la sazón maestro de Alejandro, cuyo nombre aparece citado por
Galeno. Para apoyar esta interpretación Moraux aportó un considerable número de
textos del propio Alejandro y de otros autores que parecen testimoniar las enseñanzas
que éste recibió directamente de ese otro Aristóteles. Varios especialistas han
aceptado posteriormente este parecer, pero también ha habido detractores, uno
de los cuales es el especialista francés P. Thillet, quien en la introducción
de su edición del tratado Acerca del
destino rebate los argumentos de Moraux 51 ; en lo tocante al texto citado señala que es
poco comprensible que el mismo nombre concurra dos veces en el espacio de un
par de líneas con referencia a dos personas diferentes sin que Alejandro se
hubiese preocupado de especificar de algún modo las identidades 52 . d) Recientemente se ha insistido en la hipótesis
de que esos dos Aristóteles se
refieren al mismo Aristóteles de Estagira. En este parecer han coincidido varios
especialistas como M. Schroeder, R. B. Todd o R. W. Sharples 53 . Dejando a un lado ciertos matices que
diferencian estas interpretaciones, podemos señalar un punto de coincidencia en
el hecho de que se considera el parà
Aristotélous no como complemento del verbo sino del perì voû toû thýrathen , de modo que en vez de «he escuchado de
Aristóteles acerca del intelecto que viene de fuera la doctrina que he
mantenido en mi memoria» se propone «he escuchado acerca del intelecto que
viene de fuera de Aristóteles la doctrina que he mantenido en mi memoria». En
favor de esta interpretación hay, a nuestro juicio, varios argumentos de peso:
en primer lugar, no es necesario realizar una modificación textual
(Schroeder-Todd proponen la inserción de un artículo 〈tà〉 perì voû toû thýrathen que Sharples con buen
criterio no considera necesaria), y en segundo lugar, se salva la dificultad de
suponer dos sujetos distintos para un mismo nombre que aparece repetido casi de
inmediato y sin marca alguna de distinción 54 . Un caso distinto es la referencia que tanto
Paul Moraux como Paolo Accattino han encontrado en un pasaje del comentario de
Alejandro a la Metafísica (Comm. in Arist. Graeca I, pág. 166,
19-20) donde menciona de nuevo en apenas una frase a dos Aristóteles, pero
distingue a uno de ellos con el determinante hēméteros («nuestro») 55 . Aquí sí marca Alejandro una proximidad entre
él y ese Aristóteles, proximidad que, en todo caso, no tiene necesariamente que
interpretarse en los términos de una relación maestro-discípulo.
Las
obras de Alejandro se agrupan en dos categorías. Por un lado están los
comentarios a los tratados de Aristóteles, de los que se han conservado los
realizados a la Metafísica (I-V), a
los Analíticos primeros (II), a los Tópicos , al tratado Acerca de la sensación y de lo sensible
y a los Meteorológicos ; no obstante,
hay autores posteriores que hablan de otros muchos comentarios que se han
perdido (al tratado Acerca del alma ,
a la Física , al Acerca del cielo , etc.) y por algunas alusiones del propio
Alejandro en las obras conservadas hay indicios de que escribió comentarios al
tratado Acerca de la memoria y de la
reminiscencia y a la Ética a Nicómaco
. Por otro lado están sus obras personales, de las que tenemos el tratado Acerca del alma , un tratado Acerca de la mezcla y otro tratado Acerca del destino . Aparte de estas
obras han llegado hasta nosotros varias recopilaciones de textos breves
atribuidos a Alejandro: se trata del libro II del tratado Acerca del alma , que ha sido posteriormente rebautizado como Mantissa (aquí se encuentra el conocido
escrito Acerca del intelecto 56 ) y de unas Cuestiones en cuatro libros, el último de los cuales es también
denominado Problemas éticos 57 .
III.
EL TRATADO «ACERCA DEL ALMA»: LA PSICOLOGÍA DE ALEJANDRO DE AFRODISIAS
A .FECHA DE COMPOSICIÓN Y PROPÓSITO DE LA OBRA
Habida
cuenta de los pocos datos biográficos con que contamos de Alejandro es difícil
saber en qué momento de su desarrollo intelectual escribió el tratado Acerca del alma . Hay en la obra unos
pocos indicios de que algunos de los comentarios que escribió a las obras
psicológicas de Aristóteles fueron anteriores a ella, pero se ha discutido el
peso de esos indicios y, por lo tanto, la solidez de la conclusión de que este
tratado esté cimentado sobre una actividad exegética madura 58 . Sólo en una ocasión hay una referencia inequívoca
a una obra anterior del propio Alejandro; tras discutir la teoría estoica de la
mezcla de los cuerpos, afirma lo siguiente: «Pero del absurdo de esta doctrina
hemos hablado más profusamente en otro lugar» (20,18); entre las obras que han
llegado hasta nosotros hay, en efecto, un tratado completo Sobre la mezcla , y en la Mantissa
encontramos también una sección (la número 14) dedicada a este tema, por lo que
es de suponer que estos escritos precedieron al tratado.
La
relación entre el tratado Acerca del alma
y la obra homónima de Aristóteles es, sin duda, estrecha. La obra de Alejandro
sigue de una manera más o menos lineal los libros II y III del tratado
original, mientras que el libro I, en el que Aristóteles hacía una presentación
general del tema y procedía, como en él era habitual, al análisis crítico de
otras doctrinas sobre la cuestión tratada, se diluye en las páginas de
Alejandro 59 . Por otro lado,
éste introduce al final un amplio excurso sobre la localización en la zona del
corazón de la parte hegemónica del alma que no está presente en el tratado de
Aristóteles. Quitando estas excepciones, los dos tratados van en paralelo, si
bien es cierto que Alejandro se detiene a explicar con detalle varios asuntos
que son tratados brevemente por Aristóteles. Un caso bastante claro de esto
puede observarse al comienzo de la obra, donde se explica con todo lujo de
detalles la definición aristotélica de alma. Recordemos brevemente que el
tratado original consagra apenas cuarenta líneas al principio del libro II a
las nociones de forma, de materia, de compuesto y de entelequia, así como a la
definición de alma y a algunas precisiones al respecto (412a4-413a10).
Alejandro, sin embargo, para dilucidar estas cuestiones articula un amplio
discurso que ocupa prácticamente quince páginas de la edición de Bruns, y que
puede muy bien considerarse la primera parte del tratado.
El
propósito de Alejandro es, por lo tanto, centrarse en aquellos puntos del
discurso aristotélico que requieren una explicación detallada o que necesitan
ser aclarados dada la concisión de Aristóteles en ciertos momentos. Ése es el
fin que él mismo se encarga de explicitar inicialmente, al mismo tiempo que
reconoce sin ambages su adhesión a los principios generales del aristotelismo
y, en concreto, a la doctrina psicológica del fundador (2,7-9). No obstante, la
voluntad de arrojar luz sobre ciertos puntos del discurso aristotélico implica
tanto como decir más de lo que Aristóteles había dicho: en ese aditamento se ha
situado en muchas ocasiones el debate y la polémica entre aristotélicos, y
también a veces la revitalización del propio aristotelismo. Aquí es donde
Alejandro tiene un papel protagonista. Su interpretación ha tenido una
trascendencia como ninguna otra; desde luego, no hay en la Antigüedad quien la
supere en influencia dentro y fuera de la escuela peripatética; todos los
grandes comentaristas posteriores, desde Temistio hasta Zabarella, la tienen en
cuenta desde una perspectiva más o menos crítica. Simplicio y Olimpiodoro lo
llaman el comentarista por excelencia
(ho exēgētḗs) , un calificativo que a
lo largo de la historia sólo se lo ha disputado Averroes. Por otro lado, la propia
legitimidad del aristotelismo de Alejandro ha sido puesta en duda en algunas
ocasiones, y especialmente en su interpretación de dos de los elementos más
delicados de la psicología aristotélica: la concepción del alma como forma del
cuerpo, y la teoría del intelecto.
B .LA CONCEPCIÓN DEL ALMA DE ALEJANDRO Y LA
POLÉMICA SOBRE SU MATERIALISMO
Alejandro dedica, como hemos dicho, un amplio
discurso al principio de la obra a aclarar lo que significa la definición
aristotélica del alma como forma de un cuerpo que tiene vida en potencia
60 . Su razonamiento parte de una
comparación genuinamente aristotélica: si en los productos del arte somos
capaces de distinguir sin dificultad una materia y una forma, tal como el
bronce de la estatua y la figura que recibe por obra del escultor, así también
ha de ser en los cuerpos naturales, por cuanto el arte no hace otra cosa que
imitar a la naturaleza. En estos cuerpos naturales hay una variedad evidente
que está determinada por su menor o mayor complejidad. A su vez, esta
complejidad está determinada por las formas que se encuentran en ellos, más
complejas en el caso de los cuerpos más complejos, y más simples en el caso de
los más simples. Las formas presentes en los cuerpos, en definitiva, constituyen
la razón de ser de las actividades que éstos llevan a cabo, y por ello de sus
movimientos: los cuerpos simples tienen una forma simple y un único movimiento.
Si avanzamos en la escala de los seres, observamos que las plantas manifiestan
una mayor complejidad, poseen más formas de movimiento: crecen, se alimentan y
se reproducen. Los animales unen a estas facultades la de la sensación, y los
seres humanos, además, la del entendimiento. Hasta aquí el aristotelismo de
Alejandro es incuestionable. El problema surge cuando leemos algunos pasajes en
los que se habla aparentemente de la generación de la forma a partir del
substrato material, lo que afecta directamente a la consideración del origen
del alma. Aquí es donde cabe preguntarse si, para Alejandro, el alma es,
efectivamente, engendrada por el cuerpo. Veamos brevemente lo que dice: hay, en
efecto, una distinción entre los cuerpos simples y los cuerpos compuestos. En
el caso de los primeros, el substrato no puede ser otro que la materia prima, y
su forma es, como ya hemos dicho, simple. Por su parte, los cuerpos compuestos
están mezclados de cuerpos simples, que les sirven de substrato, y poseen una
forma propia más compleja. Alejandro dice que las formas de los cuerpos simples
que entran en la mezcla de un cuerpo complejo contribuyen de alguna manera a la
forma compleja que domina sobre éste. En este sentido encontramos afirmaciones
como éstas: «no debemos maravillarnos de la diferencia de las formas en los
cuerpos naturales, desde el momento en que están claramente en los substratos
las causas de la variedad de éstas» (8,13-15); «y la causa de su
correspondiente diferencia es la diferencia de los cuerpos que son su substrato
según la cantidad y la combinación cualitativa, y la mezcla y la composición»
(10,17-19); «porque la generación del alma viene de una combinación cualificada
y de la mezcla de los cuerpos primeros» (24,2-3); «el alma no es, en efecto, la
tal mezcla de cuerpos, como lo sería la armonía, sino la potencia que se genera
sobre tal mezcla y que se corresponde a la potencia de los medicamentos que son
el resultado de la combinación de varios fármacos» (24,21-24); «mientras que
para quien el alma no es simplemente los componentes, sino la potencia generada
sobre la mezcla y sobre la combinación cualificada de los cuerpos primeros, la
mezcla tendrá el lugar de materia y el ser del alma no consistirá en la armonía
ni en la mezcla —como están abocados a decir aquéllos otros— sino en la
potencia generada sobre la mezcla» (26,26-30).
En
torno a estos pasajes se ha generado un debate en la crítica moderna que ha
tenido en esencia dos posiciones: una es la que afirma que a la vista de estos
textos hay que reconocer que Alejandro quiebra los principios básicos ya no sólo
de la psicología, sino de la metafísica aristotélica; la otra es la de quienes
vienen a decir que, bien leídos y bien entendidos, estos pasajes no
deslegitiman en absoluto el aristotelismo de Alejandro 61 . Como gran representante de la primera posición
está Paul Moraux en su ya clásico Alexandre
d'Aphrodise, exégète de la Noétique d'Aristote : para él es incuestionable
que Alejandro aquí desarrolla una teoría del alma de corte materialista y, por
lo tanto, profundamente antiaristotélica, porque antiaristotélico es decir que
el alma es posterior a la organización del cuerpo y que, en realidad, es el
resultado de dicha organización y de la actividad que ella genera: para Aristóteles,
sin embargo, el alma es la causa formal, motriz y final del cuerpo vivo, y por
ello le precede lógica y ontológicamente. Por lo tanto, Alejandro se aleja
irremediablemente de Aristóteles cuando sostiene que la materia se da a sí
misma un principio vital, y se actualiza: es, en efecto, bien conocido como
principio radical del aristotelismo que la forma no se genera, sino que procede
siempre de un ser en acto que la transfiere a otro ser que está en potencia de
recibirla: «en la teoría alejandrista el alma no existe en ninguna parte en
acto antes de su generación, lo que es completamente contrario a los principios
aristotélicos» 62 .
Esta
posición ha sido posteriormente rechazada con razones de peso por Paolo
Accattino en varios artículos centrados en esta cuestión 63 . Entre sus aportaciones al debate podemos
quedarnos con la idea de que Alejandro con este discurso acerca del origen del
alma no busca en realidad defender la generación de la misma, sino enfatizar el
hecho de que ella no es superior al cuerpo del que es forma; esto, a juicio de
Accattino, va en contra especialmente de aquellos platónicos que sostienen que
la concepción aristotélica del alma encierra una depauperación de su naturaleza
divina. No obra, pues, en Alejandro la intención de formular una teoría
materialista en la que el alma es generada a partir del sustrato corporal; en
realidad, el empleo por su parte del verbo gígnesthai
(nacer, llegar a ser, originarse) no contradice la concepción aristotélica de
la no generabilidad del alma, como tampoco se puede decir que el propio Aristóteles
se contradiga a sí mismo cuando dice que la esencia «nace» en otra cosa por el
arte, por la naturaleza o por una potencia 64 . Se trata, en todo caso, de un empleo laxo
del término nacer , por cuanto, si
bien el alma no nace a la manera del compuesto, sin embargo su existencia (o su
no existencia) está implicada en los procesos de generación y corrupción del
compuesto. Así es como puede hablarse de una generación del alma, y eso es lo
que hace Alejandro; para él no hay dudas de que la forma no se engendra,
propiamente la materia tampoco: lo que se engendra es el compuesto de ambas.
Por lo demás, Alejandro no dice en ningún momento que la materia compleja dé
lugar a la forma compleja; habla de que las formas más simples contribuyen de
una manera no especificada a la forma común, de modo que se trata siempre de
una relación entre formas. Por otro lado, el alma no pierde en Alejandro su
causalidad formal y motriz en el desarrollo del ser vivo; él simplemente pone
el acento sobre el hecho de que la complejidad de los cuerpos es una condición
necesaria de la aparición del alma. Pero esto no es otra cosa que lo que dice
Aristóteles en varios momentos de su tratado Acerca del alma . En el libro I critica a aquellos que tratan de
conocer la naturaleza del alma sin tener en cuenta el cuerpo, y dice: «Ellos,
no obstante, se ocupan exclusivamente de definir qué tipo de realidad es el
alma, pero no definen nada acerca del cuerpo que la recibe, como si fuera
posible —conforme a los mitos pitagóricos— que cualquier tipo de alma se
albergara en cualquier tipo de cuerpo» 65 ; y en el libro II dice: «Precisamente por
esto están en lo cierto cuantos opinan que el alma ni se da sin un cuerpo ni es
en sí misma un cuerpo. Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo, y
de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente, en un determinado tipo de
cuerpo» 66 . Alejandro recoge
casi literalmente estos asertos para afirmar: «no toda materia puede acoger la
misma perfección» (10,27). Una forma de una determinada complejidad debe tener
a su disposición la materia adecuada para que se desarrollen sus
potencialidades; o dicho desde un plano más biológico: el alma requiere de órganos
para realizar las actividades de las que ella es causa potencial; si estos órganos
no están presentes ni lo van a estar a lo largo de un proceso de generación, es
absurdo que el alma tenga las potencialidades vinculadas a esos órganos, porque
—he aquí otro principio incuestionablemente aristotélico— «la naturaleza no
hace nada en vano» (27,14).
El
alma, pues, es la forma del cuerpo. No es el cuerpo, pero tampoco puede darse
sin él. De esto extrae Alejandro una conclusión obvia: el alma, como entelequia
del cuerpo, es inseparable de él y, por lo tanto, perece junto al compuesto. Ésta
es probablemente la apreciación más característica, y también la más polémica, de
la interpretación que hace Alejandro de la psicología de Aristóteles. A su
explicación dedica un pasaje amplio de la primera parte de la obra
(20,26-21,24). Considera absurda la idea de que el alma sea la forma del cuerpo
poseyendo una naturaleza sustancial y separada tal como el piloto con respecto
a la nave; ahora bien, no hay que olvidar que Aristóteles en ciertos momentos
parece dejar la puerta abierta a la posibilidad de que al menos una parte del
alma sea separable. Por ello no puede descartarse la posibilidad de que
Alejandro estuviera aquí dirigiendo sus dardos contra algunos aristotélicos
anteriores que, haciendo uso y abuso de estos textos, habían afirmado que el
alma posee naturaleza de forma a la vez que existencia autónoma y separada del
cuerpo 67 . Una tal concepción
debía parecerle a Alejandro una concesión intolerable al platonismo, y quizá
por ello pone en estas páginas tanto empeño en afirmar la completa
inseparabilidad del alma, así como su integral mortalidad, y por si existe
alguna duda en cuanto a la facultad más alta del alma, el intelecto, avanzada
la obra dirá que el intelecto humano, como potencia que es del alma, también se
corrompe junto a ésta (90,14-15).
Ya
desde la Antigüedad tardía tenemos testimonios de que se consideraba como típicamente
alejandrista la doctrina de la mortalidad del alma, y por ello recibe a veces
la acusación de falta de legitimidad aristotélica. El comentarista platonizante
del siglo VI d.C. Juan Filopón decía que Alejandro había sido una especie de
corruptor del mensaje de Aristóteles por haberlo querido «arrastrar hacia su
propia doctrina» 68 . Su gran
pecado, según Filopón, estuvo en no tener en cuenta aquellos textos (él los va
citando uno por uno) en los que Aristóteles afirmaba con toda claridad la
separabilidad del intelecto y su inmortalidad. Es quizá aquí más que en ninguna
otra cuestión donde se echa en falta el comentario que Alejandro escribió al
original Acerca del alma de Aristóteles
para conocer de primera mano su interpretación de esos textos, muchos de los
cuales se encuentran precisamente en esta obra. El mismo Filopón nos ha dejado
un breve testimonio de ese comentario en lo referente a uno de ellos. Se trata
de un pasaje del libro I donde Aristóteles dice que el intelecto es, quizá (ísōs) , una entidad más divina e
impasible (4, 408b29). Aquí, según nos traslada Filopón 69 , Alejandro interpretaba que Aristóteles sólo
se estaba refiriendo al intelecto divino, y no al humano, a lo que responde
Filopón que, en tal caso, no es entendible que, si Aristóteles hubiese querido
hablar aquí de Dios, hubiese introducido ese «quizá» para indicar su naturaleza
divina e inseparable. En todo caso, la interpretación que Filopón atribuye a
Alejandro está en plena consistencia con lo que éste defiende en el tratado Acerca del alma , donde señala que el
intelecto que Aristóteles califica expresamente de incorruptible en diferentes
pasajes (pensemos, por ejemplo, en Acerca
del alma III 5) es el dios del que se habla en el libro XII de la Metafísica : la facultad intelectiva
humana es, como ya hemos visto, corruptible por ser forma de un cuerpo
corruptible.
C .LA TEORÍA DE LA SENSIBILIDAD
Una
vez que Alejandro ha dejado zanjada la cuestión de la definición del alma, su
naturaleza formal y su inseparabilidad del cuerpo, afronta de forma definitiva
el estudio de las distintas facultades del alma con la premisa, constantemente
presente a lo largo de todo el tratado, de su indivisible unidad. A partir de
este momento, Alejandro trata de ofrecer una doctrina aristotélica bien
fundamentada y completa de las facultades anímicas, desde la vegetativa hasta
la intelectiva. Dentro del estudio de cada facultad, también la unidad es el
criterio preferente a la hora de determinar el orden y la secuencia de las
actividades propias de esa facultad. Así, por ejemplo, en la facultad
nutritiva, la primera por la que se diferencia un ser vivo de la materia
inerte, hay tres actividades unidas entre sí en un orden jerárquico
perfectamente establecido: primero está la actividad nutritiva propiamente
dicha, luego está la del crecimiento, que es efecto necesario de la primera, y
en tercer lugar está la actividad reproductiva, que implica las dos anteriores,
por cuanto que se ejerce gracias al alimento (para Alejandro, igual que para
Aristóteles, el semen es un residuo del alimento), cuando un individuo ha
llegado a la culminación de su desarrollo y es capaz de engendrar otro ser
similar a él.
También
en el caso del estudio de la facultad sensible la explicación sistemática y unitaria
del funcionamiento de los sentidos, así como de todos los mecanismos psicológicos
vinculados a ellos, es el faro que orienta todo el extensísimo discurso que se
dedica a este tema. En el tratamiento de los diferentes sentidos, Alejandro
acude a la doctrina aristotélica presente tanto en el original tratado Acerca del alma como en el escrito Acerca de la sensación y de lo sensible
perteneciente a los tratados breves de historia natural. En algunos casos, como
ocurre en el estudio del sentido del olfato y en el del gusto, se trata de una
simple yuxtaposición de doctrinas con un argumento afín sin que el autor juegue
otro papel más allá del de simple recolector de ideas que ya están en Aristóteles
aquí y allí, para integrarlas todas en una explicación unitaria. En otros
casos, sin embargo, la creatividad de Alejandro se manifiesta en la propia
integración de las doctrinas de Aristóteles, así como en las conclusiones que
extrae de esas doctrinas: el ejemplo más claro de esto lo tenemos en el estudio
dedicado al sentido de la vista (42,4-59,24). Sirviéndose de las dos obras
citadas 70 , Alejandro
explica que la vista tiene por objetos tanto el color como las cosas
fosforescentes. El color es un movimiento que se produce en lo transparente en
acto, es decir, en el aire, el agua y los sólidos que carecen de un color
propio: una vez que éstos son iluminados devienen transparentes en acto y
pueden servir de medio a través del cual se transmite el color; éste, por su
parte, llega hasta el órgano de la vista, capaz de ser afectado por lo
transparente. La luz, finalmente, es el acto de lo transparente en tanto que
transparente. Hasta aquí el discurso de Alejandro es fácilmente identificable
con el de Aristóteles.
En
el estudio de los cuerpos transparentes, sin embargo, Alejandro va más allá de
las escuetas observaciones que Aristóteles hace en su Acerca de la sensación 71 . Éste, en efecto, distingue someramente entre
cuerpos transparentes definidos y cuerpos transparentes indefinidos. A partir
de esta distinción, Alejandro realiza una división precisa de los cuerpos
transparentes y especifica la relación que guardan éstos con los cuerpos no
transparentes. De los transparentes indefinidos dice que son aquellos que no
poseen ni un límite ni un color propio, es decir, el aire y el agua.
Transparentes definidos son, por su parte, aquellos cuerpos que poseen un límite
y un color propio, el cual puede ser, no obstante, casi imperceptible, como
ocurre en el caso del vidrio; por ello, éste también es apto para transmitir el
color al ser iluminado por el fuego o por la luz. Por otro lado, los colores
proceden de cuerpos transparentes definidos que poseen un límite determinado y
un color propio: este color es transmitido al transparente indefinido (o al
definido sin color perceptible), éste lo hace propio y afecta al sentido de la
vista que está en potencia de percibir los colores. Finalmente, Alejandro
explica las diferencias de los colores a partir de la cantidad de tierra que se
mezcla con cada cuerpo: cuanta más tierra hay, más se acerca el color al negro.
Un
tema interesante en el tratamiento que Alejandro dedica a los sentidos
particulares es el del órgano en el que reside primariamente la facultad
sensitiva, es decir, el corazón. En este caso su referente se sitúa en el grupo
de minitratados que componen los Parva
naturalia de Aristóteles, donde esta cuestión se documenta mucho mejor que
en el tratado Acerca del alma . En
todo caso, la doctrina que expresa Alejandro remite a la biología de Aristóteles:
en el corazón reside la fuente de la facultad vegetativa y, dado que donde está
la facultad primaria han de estar también las otras, la facultad sensitiva ha
de tener como sede el corazón, al cual se remiten los órganos periféricos del
sentido. La cuestión tiene especial importancia por lo que se refiere al
sentido del tacto. Efectivamente, en los demás sentidos no cuesta trabajo
identificar el órgano periférico, destinado a percibir un determinado tipo de
sensibles, y el órgano central, que es, como hemos dicho, el corazón. Sin
embargo, en el caso del tacto Aristóteles no llega a identificar en su Acerca del alma un órgano periférico
concreto para él: el órgano del tacto es interno al cuerpo y la carne no hace
sino de intermediario entre el objeto percibido y el órgano perceptor, tal como
el agua y el aire en los otros cuatro sentidos. Esta explicación debió de
parecerle insuficiente a Alejandro, que buscaba una simetría perfecta entre los
cinco sentidos. Para solventar esta dificultad no tuvo que salirse fuera del Corpus aristotelicum , pues en Acerca de las partes de los animales (II
1, 647a14-31) dice Aristóteles que la carne es el órgano periférico del tacto.
Alejandro, pues, hizo propia esta apreciación, y además hizo acopio de otra
idea que aparece en esta misma obra: la carne no sólo es el órgano del tacto,
sino también el medio a través del cual se produce la percepción de las
cualidades tangibles (II 8, 653b24-27), y ello porque el tacto no necesita por
su propia naturaleza de ningún intermediario externo: su percepción se produce
mediante el contacto directo con el objeto percibido.
También
la cuestión del órgano central de la sensibilidad tiene gran importancia en el
tema del sentido común 72 :
efectivamente, ya Aristóteles distinguía entre los cinco sentidos y una
instancia única que es capaz de juzgar los sensibles de los distintos sentidos.
Alejandro no hace otra cosa que profundizar en esta concepción completándola de
manera original con la cuestión del órgano central de la percepción y la
facultad sensitiva común que reside en él. En este sentido, Alejandro,
interpretando seguramente un texto de Aristóteles en el que habla de la
naturaleza a la vez indivisible y divisible de la facultad discernidora del
sentido 73 , asimila la
facultad sensitiva común a un centro en el que convergen los radios de un círculo
(63,8 y ss.): tal como este centro es múltiple porque en él convergen una
pluralidad de radios, pero al mismo tiempo es único porque posibilita que los
radios terminen coincidiendo entre sí, así la facultad sensitiva común es múltiple
porque recibe los distintos sensibles de los sentidos periféricos y única por
su inmaterialidad y porque es la facultad del órgano central de la percepción.
De esta manera se resuelve el problema que el mismo Aristóteles había planteado
en Acerca del alma III 2, 426b30: ¿cómo
es posible que una misma cosa se mueva con movimientos contrarios? O, dicho de
otra manera, ¿cómo es posible que una facultad sensitiva común, única e
indivisible, pueda juzgar sensibles contrarios entre sí? Alejandro encuentra
una respuesta diferenciando el órgano central de la sensibilidad, el corazón o
la zona del corazón, y la facultad sensitiva común que reside en él: así, los
sensibles provenientes de sentidos distintos, pongamos el ejemplo de lo dulce y
lo blanco, serán recibidos en partes distintas del órgano central del sentido;
sin embargo, será la facultad única que en él reside la que podrá discernir la
diversidad de estos sensibles, y en el caso de los sensibles contrarios de un
mismo sentido, la explicación comprende los mismos principios: «puesto que el órgano
sensorial es afectado según partes diversas por obra de los sensibles
contrarios, y así como padece transmite sus afecciones al órgano último de la
sensación, y puesto que también éste padece de manera aproximadamente similar
según sus partes diversas, la facultad, que es la misma y una sola en la
totalidad del órgano sensorial y en cada una de sus partes, percibe y discierne
simultáneamente los contrarios» (64,8-12).
A
continuación viene la imaginación, a cuyo estudio dedica Alejandro un buen número
de páginas (66,9-73,14). Puede decirse que el marco general es el de la
exposición de Aristóteles en el libro III del tratado Acerca del alma (3, 427b14-429a9), aunque Alejandro añade ciertos elementos
propios con el fin, de nuevo, de concretar la doctrina de Aristóteles al
respecto. Así respeta la definición que da éste de la imaginación como «un
movimiento producido por la sensación en acto» 74 y considera con él que la imaginación no es
propiamente ni sensación ni entendimiento; pero, al mismo tiempo, completa y
precisa la explicación que Aristóteles da del proceso que conduce a la creación
de las representaciones propias de la imaginación 75 : la sensación en acto deja un residuo y una
impronta en el corazón (68,5-13); este residuo continúa existiendo a pesar de
que el objeto que ha motivado el sensible ya no está presente ante el
observador. La representación imaginativa no es otra cosa que el fruto de la
actividad que ejerce la facultad imaginativa sobre esos residuos. Ahora bien,
Alejandro se encarga de explicarnos que, en realidad, la facultad que está detrás
de la imaginación es la misma que la que está detrás de la sensación; y no sólo
eso, sino que también esa facultad es la razón de ser de la memoria y la
reminiscencia. En efecto, si tal facultad se ejerce sobre sensibles en acto, es
sensación; si se ejerce sobre los residuos que esos sensibles dejan produciendo
con ellos representaciones, es imaginación; y, finalmente, si se ejerce sobre
esos residuos o improntas, una vez que se han producido y se conservan, es ya
memoria y reminiscencia (Alejandro no habla aquí de la diferencia entre una y
otra). Por otro lado, también Alejandro se detiene a detallar las razones por
las que hay representaciones verdaderas y representaciones falsas; estas últimas
deben su deficiencia a dos hechos: o bien a que la sensación de la que
provienen ya es deficiente, o bien a que el sujeto realiza una especie de
refiguración de la representación, tal como se da en el caso del sueño. En
ambas circunstancias, la falsedad viene de que no hay adecuación entre la
representación que tenemos de un objeto y el objeto mismo. En este punto,
Alejandro hace gala del conocimiento que atesora de las discusiones que se habían
desarrollado sobre el discernimiento de la verdad o la falsedad de las
representaciones tanto por parte de los académicos como, especialmente, por
parte de los estoicos, de los cuales no tiene problemas en adoptar algunos términos
76 . No obstante, como indican
Accattino y Donini 77 , la
motivación principal de Alejandro es formular en este tema una tesis que no
pueda ser confundida con otra escuela filosófica y que no sea vulnerable a las
mismas objeciones que se hacían a la phantasía
katalēptikḗ de los estoicos. Alejandro se desmarca claramente de éstos
cuando admite la posibilidad de que existan representaciones precisas que sean,
sin embargo, falsas: podemos tener, dice él (71,19), representaciones precisas
de las oquedades y prominencias que simula un pintor en un cuadro, y sin
embargo somos conscientes de la falsedad de estas representaciones.
A
pesar de todo, Alejandro es también permeable a ciertos aspectos de la doctrina
estoica de la imaginación; tal es el caso del vínculo existente entre la acción
del animal y la imaginación. El lenguaje que emplea aquí es también típicamente
estoico: la actividad práctica supone el asentimiento previo a una representación,
de tal manera que, cuando se produce ese asentimiento, entra en escena un
impulso, y si ese impulso no se ve contrarrestado por la voluntad, desemboca en
la acción. Ahora bien, Alejandro se encarga de aclarar que esta secuencia no es
un proceso automático: no toda sensación produce una representación, ni
nosotros otorgamos nuestro asentimiento a toda representación, no toda
representación asentida desencadena el impulso, y así sucesivamente.
D .LA FACULTAD IMPULSIVA DEL ALMA
La facultad impulsiva, pues, viene después de
la imaginación y justo antes de la facultad intelectiva. Este orden de
tratamiento no es el mismo que encontramos en el tratado Acerca del alma de Aristóteles: aquí se estudia primero la facultad
intelectiva, y después, la impulsiva. La razón de ser de este cambio de
secuencia puede encontrarse, de nuevo, en el propósito de Alejandro de ofrecer
un discurso perfectamente organizado en el que las facultades se van siguiendo
unas a otras en un orden de menor a mayor perfección, y es evidente que la
facultad más perfecta es la que alberga la actividad noética. En todo caso,
Alejandro respeta en términos generales la doctrina de Aristóteles acerca de la
facultad impulsiva 78 y sabe
integrar también algunas de las apreciaciones del tratado aristotélico Acerca del movimiento de los animales .
Su análisis comienza, tal como el del propio Aristóteles, con la consideración
de la singularidad de esta facultad: no se identifica ni con la facultad
vegetativa, ni con la sensitiva, ni tampoco con la intelectiva. Sin embargo,
puesto que pertenecen todas a una misma alma, están relacionadas entre sí en un
orden de subordinación, de forma que las facultades inferiores están destinadas
a servir a las superiores. Aquí el discurso de Alejandro es el mismo que el de
Aristóteles.
También
lo sigue al exponer la presencia en el alma de una potencia discriminadora
general que está implicada tanto en la facultad sensitiva como en la
intelectiva. A este respecto, puede observarse en Alejandro una cierta
originalidad al señalar que tanto en esta potencia discriminadora como en la
propia facultad impulsiva o motriz hay una parte subordinada y una parte
directriz. En el caso de la primera la parte subordinada es, en los hombres, la
facultad sensitiva, y la facultad directriz no puede ser otra que la
intelectiva. Y, por otro lado, en la facultad impulsiva hay también una parte
subordinada que son los tendones, mientras que la parte directriz es la
facultad impulsiva propiamente dicha.
Es
interesante la explicación que Alejandro da de cómo el cuerpo se pone al
servicio de la facultad impulsiva (76,18-78,2). El tema es tratado muy de
pasada por Aristóteles en Acerca del alma
III 10, 433b13-27, y por ello Alejandro acude al tratado Acerca del movimiento de los animales , donde aquél dedica a esto
varios capítulos (7, 8 y 10). El movimiento animal depende de la actividad que
ejerce el pneuma congénito, residente en la zona del corazón, sobre la
totalidad del cuerpo: las contracciones y las expansiones que genera el corazón
se extienden de esta forma por todo el organismo hasta llegar a los tendones y
a los miembros del animal que producen el movimiento. Por otro lado, las
representaciones de la facultad imaginativa provocan reacciones en el corazón,
calentándose o refrigerándose, y éste transmite su turbación por todo el
cuerpo: de ahí procede el enrojecimiento, la palidez, el calentamiento, etc.,
de los órganos y de las partes externas.
Con
respecto a la facultad impulsiva, Alejandro pone en movimiento tres cuestiones
que tienen que ver directamente con el tratamiento que da Aristóteles a este
tema. La primera está relacionada con la unidad específica de esta facultad,
tal y como es establecida por él 79 ; Alejandro, en efecto, llega a la misma
conclusión, pero utiliza elementos novedosos en su propio razonamiento
(78,2-23): acude a una analogía entre la sensación, la facultad discriminadora
y la impulsiva; así, la sensación se divide entre las sensaciones particulares,
recibidas a través de los distintos órganos del sentido, y la sensación común,
que es capaz de recibir los sensibles comunes. Igualmente, la representación,
el asentimiento, la suposición, el propio razonamiento, la opinión son juicios
particulares, mientras que por encima de ellos hay una facultad discriminadora
común que los unifica. Por lo tanto, lo mismo ha de ocurrir con la facultad
impulsiva: hay, en efecto, deseos particulares como el apetito o la
agresividad, pero todos ellos quedan subsumidos en una facultad impulsiva
general y común.
La
segunda cuestión que aborda Alejandro tiene que ver con la aparente contradicción
que puede hallarse en Aristóteles al decir, por un lado, que el alma es inmóvil
por sí misma 80 y, por otro
lado, que la facultad desiderativa mueve moviéndose ella al mismo tiempo
81 . Para Alejandro no hay duda de
que la facultad impulsiva es ella misma inmóvil tal como lo es el alma a la que
pertenece (78,24), y para ilustrar esto pone el ejemplo del arte de la danza,
el cual no necesita moverse para hacer que el bailarín dance. En realidad, la
cuestión puede salvarse si se acude a la distinción aristotélica entre
movimiento por sí y movimiento por accidente: el alma impulsiva no es puesta en
movimiento cuando es afectada por el objeto de deseo, ella no mueve el cuerpo
tampoco en tanto que ella misma se mueve; en realidad, el cuerpo no es movido
por el alma como la carreta lo es por los bueyes, sino que es él mismo el que
se mueve en virtud del alma: «El animal, en efecto, percibe, piensa y camina en
virtud del alma, sin que sin embargo el alma sea ella misma movida para poder
mover» (79,16-17). Sólo de una manera impropia puede decirse que el alma
impulsiva se mueve, pues en la medida en que pertenece a un cuerpo se mueve con
él.
La
tercera y última cuestión que trata Alejandro con respecto a la facultad
impulsiva del alma tiene que ver con su función motriz (79,21-80,15): aquí
subraya el hecho de que, aunque esta facultad depende de la imaginación y el
pensamiento, sin embargo ella es la responsable primera del movimiento del
animal. Es lo mismo que Aristóteles sostiene cuando dice que ni la imaginación
ni el intelecto pueden generar ningún movimiento sin el concurso del deseo
82 .
E .LA EXPLICACIÓN DEL PENSAMIENTO
Finalmente,
la última de las facultades del alma que somete a análisis Alejandro es la
facultad intelectiva. Las páginas que dedica a ello (80,16-92,11) son, sin
duda, las más conocidas de esta obra y probablemente de todos los escritos que
la historia ha legado bajo el nombre de Alejandro de Afrodisias. Como se trata
de una cuestión difícil, que el propio Aristóteles estuvo lejos de aclarar en
todos sus extremos, y como también tiene hondas implicaciones en el tema de la
inmortalidad del alma, no debe sorprendernos que la interpretación que hace
Alejandro del texto aristotélico (Acerca
del alma III 4 y 5) haya provocado consternación y admiración a partes
iguales. Él, en efecto, quiere resolver los problemas pendientes en el texto de
Aristóteles, y hacerlo de nuevo tratando de extraer de ese texto una doctrina
coherente y bien fundada en los propios principios generales del aristotelismo.
Porque es en el terreno de la actividad más alta del alma, el pensamiento,
donde los textos de Aristóteles, dubitativos en ocasiones, poco resolutivos o
excesivamente lacónicos, estaban más expuestos a interpretaciones que venían
desde instancias filosóficas ajenas a esos principios generales. Alejandro era
perfectamente consciente de eso, y de ahí que se esforzara en ofrecer una
doctrina del desarrollo del intelecto humano en consonancia con las otras
facultades del alma: igual que éstas han sido explicadas en el marco general de
los procesos naturales, así también lo ha de ser la actividad intelectiva, y
sin intromisión alguna de lo sobrenatural. El intelecto humano, como cualquier
otra facultad, se desarrolla mediante un proceso que lo lleva desde la potencia
al acto. Este proceso lo describió Alejandro en tres estadios a semejanza de la
condición del sabio 83 :
igual que uno puede estar en potencia de serlo, puede serlo sin estar entregado
actualmente a la actividad vinculada a su saber (no siempre el médico está
curando pacientes) o puede finalmente estar en esa actividad (86,1-5), así
también hay tres intelectos: uno en potencia, otro en hábito y otro en acto.
El
primero de esos tres estados del intelecto es denominado por Alejandro de dos
maneras: como intelecto en potencia y como intelecto material, pues puede,
ciertamente, recibir todas las formas y todo aquello que recibe es de alguna
manera materia (81,25). En realidad, Alejandro aquí no hace sino apropiarse de
lo que ya está contenido en el capítulo 5 del libro III del tratado Acerca del alma , donde Aristóteles
aplica al alma aquello que es general en la naturaleza: hay algo que es materia
para cada género de entes («aquello que es potencialmente todas las cosas de
ese género» 84 ), y algo que
es agente y causa de que algo llegue a ser tal o cual cosa, de modo que «existe
un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas y otro capaz de
hacerlas todas» 85 . Aristóteles,
en efecto, no llega a referirse a ese primer intelecto con el término de «intelecto
material», pero la expresión es fácilmente extraíble de sus palabras, por lo
que, a pesar de que es Alejandro el primero en el que la tenemos testimoniada,
no es difícil suponer que en esto es heredero de la tradición exegética
anterior; de hecho, la forma que tiene de expresarse parece indicar esto, pues
dice que el intelecto potencial «ha sido denominado y es intelecto material»
(81,24). Esta potencia, por lo demás, se encuentra en todos los hombres no
disminuidos. Lo que ya no está en todos es su actualización, es decir, el
denominado por Alejandro intelecto en hábito; éste requiere de un esfuerzo del
sujeto a la hora de acumular inteligibles listos para ser actualizados cuando
el intelecto pase de su disposición en hábito a su disposición en acto.
Esta
cuestión del esfuerzo personal en el desarrollo de la racionalidad humana tiene
en Alejandro gran importancia, pero al mismo tiempo permite que su doctrina
pueda ser objetada. Efectivamente, lo que caracteriza al ser humano frente al
resto de animales es su condición racional; ahora bien, lo característico de
una especie es aquello que se realiza en los individuos de dicha especie de
manera natural. Si la consecución de la racionalidad depende de la voluntad
individual, eso es tanto como decir que la condición humana no es algo que se
logre por naturaleza. Este problema debió de estar ante los ojos de Alejandro,
pues tras señalar con toda rotundidad que los hábitos de las potencias
racionales no se producen por naturaleza (82,10: oukéti dè hai héxeis te kaì enérgeias phýsei ), deja la puerta
abierta a la existencia de un «intelecto común» que representa la participación
«hasta un cierto punto» (82,12) de todas las personas no disminuidas en el hábito
intelectivo 86 .
Finalmente, a instancias del propio Aristóteles,
Alejandro acepta la existencia de otro intelecto aparte de los tres indicados:
el noûs poiētikós . La interpretación
que hace Alejandro de este intelecto identificándolo con la causa primera, esto
es, con Dios, representa otro de los elementos característicos de su filosofía.
Ya
en el propio Aristóteles hay poca claridad sobre la relación que ese intelecto
agente tiene con el pensamiento abstracto que ejerce el individuo concreto: el
problema que había que solucionar era cómo es posible que logremos sobrepasar
el conocimiento de lo individual y asir estructuras universales, es decir, cómo
trascender el ámbito de lo particular de la experiencia sensible y alcanzar lo
universal. Aristóteles respondió básicamente diciendo que el paso del sensible
al inteligible y de lo particular a lo universal se realiza gracias a la
intervención de un principio agente, pero el estilo del texto en el que hablaba
de ese principio (Acerca del alma III
5) es particularmente lacónico; quienes se han acercado a él se han preguntado
si en la mente de Aristóteles ese principio es trascendente y único para todos
los hombres, o se trata más bien de algo individual que pertenece a la hacienda
del sujeto pensante. El comienzo del citado capítulo 5 parece claro en cuanto a
que Aristóteles señala que ese principio está presente en el alma humana (en têi psychêi ) 87 . Pese a ello, los atributos que le confiere
poco después hacen pensar en una naturaleza trascendente: es descrito como
separable, impasible, sin mezcla alguna y en estado de continua actividad por
su propia esencia 88 . Muchos
han considerado que en la óptica del Estagirita estos atributos no pueden
pertenecer a un principio inmanente al individuo pensante y por ello han
hablado de un intelecto agente trascendente. Alejandro es el referente primero
de esta interpretación. Su posición no está tampoco libre de dificultades, y la
más importante quizá es la que tiene que ver con el tipo de causalidad que ese
intelecto agente, causa primera, tiene en los procesos intelectivos humanos.
Porque ya hemos visto que Alejandro afirma que la actualización de la capacidad
intelectiva humana nace del esfuerzo del individuo, por lo tanto, ¿qué relación
puede tener con ese esfuerzo una entidad ajena al ser humano? Desde luego no
parece que sea directa a juzgar por sus propias palabras cuando explica cómo el
hombre es capaz por sí mismo de extraer del sensible el inteligible (83,4-9).
Es evidente, además, que al sacar fuera de la órbita humana el intelecto
agente, Alejandro puede salvaguardar su tesis de la completa mortalidad del
alma humana, pues de esta manera se da satisfacción a todos aquellos textos en
los que Aristóteles habla de la extraordinaria naturaleza del intelecto, de su
carácter independiente, divino e inmortal 89 . La conclusión que Alejandro debió de sacar
de estos textos es clara: ese intelecto del que se habla en ellos no es el
intelecto humano.
Por
otro lado, gracias a esta concepción del intelecto agente puede también
salvaguardarse la posibilidad de que el hombre, de naturaleza íntegramente
mortal, pueda tener sin embargo algún tipo de conocimiento de lo divino: la
clave está en el uso que hace Alejandro de ese «intelecto que viene de fuera» (noûs thýrathen) al que Aristóteles se
refiere en su obra Acerca de la
reproducción de los animales (II 3, 736b28-29). Éste intelecto no es sino
el intelecto agente, es decir, la causa primera que posee en sí la máxima
inteligibilidad, y por ello es la razón de ser de la inteligibilidad de todo lo
demás. Según Alejandro, el intelecto humano es capaz de contemplar dos tipos de
inteligibles, aquellos que derivan de la abstracción de los objetos sensibles,
y aquellos otros (unas veces se refiere a éstos en singular y otras en plural)
que son inteligibles por sí mismos y no dejan de serlo cuando el intelecto
humano no los piensa. La causa primera posee esta naturaleza. Por lo tanto, hay
que considerar que un intelecto bien ejercitado en la actividad que le es
propia es capaz de alcanzar, siquiera transitoriamente, el conocimiento de la
divinidad y asimilarse a ella, por ese principio tan aristotélico de que el
intelecto se identifica con el objeto pensado cuando lo piensa (90,11-91,6). Éste
es el significado que tiene, a juicio de Alejandro, el «intelecto venido de
fuera». Es causa universal de la inteligibilidad como, desde otro punto de
vista, la causa primera es causa universal del movimiento sin necesidad de
desencadenarlo directamente en todos los objetos potencialmente móviles.
Ahora
es el momento de volver a la dificultad anteriormente planteada: si el
intelecto agente no es, por decirlo así, causa eficiente de la actividad
intelectiva humana, ¿de dónde procede ésta? A primera vista no parece que la
causa directa pueda estar en el intelecto material, porque Alejandro se encarga
de señalar con toda claridad que éste no es por sí mismo nada: en esto es él más
radical incluso que el propio Aristóteles, porque éste compara el intelecto
paciente con una tablilla no escrita 90 , pero Alejandro dice que ni siquiera es
comparable con la tablilla, sino con el no estar escrita de la misma (84,25).
Luego, si el desencadenante de los procesos de abstracción no es propiamente el
intelecto material, ¿qué otra cosa puede serlo? La cuestión es harto difícil
por lo que se refiere exclusivamente al tratado Acerca del alma , donde Alejandro no parece encararla
definitivamente. Sin embargo, en el escrito Acerca
del intelecto dice que el intelecto agente tiene una causalidad directa en
la raíz de dichos procesos: «Además, este inteligible por su propia naturaleza
e intelecto en acto, el cual llega a ser la causa de que el intelecto material,
por referencia a una tal forma, separe, imite y piense cada una de las formas
inmersas en la materia y las vuelva inteligibles, es el intelecto agente,
denominado "intelecto que viene de fuera"» (Mantissa 108,20-24). Desgraciadamente no hay pruebas solventes de
que este escrito pertenezca a una etapa más madura que el tratado Acerca del alma , por lo que no podemos
concluir que ésta fuera la solución definitiva que Alejandro dio al problema,
aunque sí es una solución 91 : el intelecto agente sería entonces la causa
del hábito del intelecto material al ser él mismo inteligible por sí e
imponerse a este intelecto para permitirle abstraer los inteligibles. Ahora
bien, sigue sin estar claro cómo se produce esa integración de la causalidad
externa del intelecto agente en un proceso de abstracción que Alejandro
atribuye explícitamente al individuo concreto en el tratado Acerca del alma . Si se dice que el
intelecto material es capaz al comienzo de su desenvolvimiento de contemplar un
inteligible en sí, entonces se pone al principio lo que debe estar al final, a
menos que se diga que toda intelección, incluso de inteligibles que lo son sólo
accidentalmente, parte de la contemplación de Dios, cosa difícilmente asumible.
Otra
solución puede venir de una lectura atenta del siguiente texto:
Pues
el hombre es engendrado dotado de sentidos, y cuando está activo respecto a
ellos, recibe representaciones. De modo que cada vez que ve, oye y percibe con
los otros sentidos y recibe de éstos una impronta, en primer lugar con la
conservación de estas improntas se habitúa a recordar y después, sobre la base
de la memoria y de la actividad repetida de los sentidos en torno a los objetos
sensibles, se produce en él cierta transición gracias a la experiencia del esto concreto e individual a tal género y universal . Pues, en
efecto, la sensación percibe esto blanco aquí y eso blanco allí, de dichas
percepciones el hombre toma que blanco es un color de tal género, y de la misma
forma para cada una de los otros objetos sensibles. Ahora bien, esta
comprehensión y este tomar el universal mediante la semejanza de los objetos
sensibles individuales es pensamiento. Porque reunir los casos similares es ya
obra del intelecto 92 .
A
la vista de estas palabras hay que sacar algunas conclusiones bastante claras.
Ya hemos mencionado varias veces la primera: la actividad abstractiva es obra
del individuo; el sujeto de la acción es en todo el texto el mismo, ho ánthrōpos , no una entidad ajena a
los instrumentos cognoscitivos de una persona. La segunda es la siguiente: la
actividad que conduce del sensible al inteligible se remite a un proceso
gradual en el que la intervención de las facultades sensitivas, y especialmente
de la memoria, es, como poco, determinante. La tercera: la culminación de ese
proceso es el pensamiento, que —dice Alejandro— es activo en la extracción del
inteligible por la vía de la semejanza de los objetos sensibles. Por otro lado,
si no hay dificultad en concebir que en la sensibilidad hay una disposición
para recibir y otra disposición para actuar sobre lo recibido (la facultad
sensible, en efecto, no sólo recibe la forma sensible, sino que también la
juzga y la discrimina), no hay —creemos— tampoco dificultad en atribuirle al
intelecto material esa doble disposición. Su propia actividad estará al
principio fuertemente vinculada a la actividad propia de la sensibilidad, y sólo
tras su ejercitación podrá ir adquiriendo un carácter propio y autónomo, en ese
momento el intelecto material habrá alcanzado ya su hábito. Esto es, ni más ni
menos, que lo que dice el propio Alejandro:
Y
el hábito de tal naturaleza empieza a formarse en el intelecto por una transición
a partir de la continua actividad en torno a los objetos sensibles, adquiriendo
de ellos una suerte de mirada teorética del universal. Aquello que inicialmente
se llama un pensamiento y una noción , cuando se multiplica, se
enriquece y se diversifica, tanto que se puede cumplir esta operación también
sin el sustento de la sensación, es ya intelecto 93 .
La
dificultad que se ha planteado al atribuirle al intelecto material, cuya única
característica declarada es la pura receptividad, un cierto tipo de actividad
ha sido administrada de muchas maneras a lo largo de la historia del
aristotelismo. No hay aquí espacio para hacer un recorrido por todas las
soluciones que se han dado; baste decir que Averroes fijó la intervención
externa del intelecto agente sobre las representaciones de la imaginación para
salvaguardar la total pasividad del intelecto material, mientras que otros se
enfrentaron a él señalando que la actividad intelectiva es intrínseca al sujeto
pensante y por ello el intelecto agente forma parte del alma individual.
Nosotros nos vamos a permitir la licencia de dejar aquí la opinión de Giacomo
Zabarella (1532-1589), para muchos el más completo intérprete de Aristóteles y
un grandísimo conocedor de Alejandro, al que sigue, por ejemplo, en la
identificación del intelecto agente con Dios. Según él, debe desestimarse la
idea de que la función del intelecto paciente y material sea sólo padecer: «aunque
Aristóteles dijera que inteligir es padecer, pues en virtud de su origen es
padecer y para conocer su naturaleza nos resulta más fácil nombrarlo por el
padecer que por el actuar; sin embargo, inteligir es también actuar. Y es que
el conocimiento no consiste sólo en la recepción de las especies, que es una
pasividad, sino también en el juicio de las especies recibidas, que es una
actividad. Por lo tanto, el intelecto paciente al recibir la especie
ciertamente padece, pero al juzgarla actúa, y actuando así se dice que abstrae,
de ahí que se diga que la intelección es inmanente, pues es realizada por el
propio intelecto paciente y por él mismo es recibida» 94 . Hay, en nuestra opinión, una sintonía total
entre estas palabras y las que hemos citado anteriormente de Alejandro: la
actividad intelectiva pertenece al sujeto, se realiza con sus propios
instrumentos intelectuales y no hay inconveniente en atribuir una actividad al
propio intelecto material, como no lo hay en atribuírsela a la propia
sensibilidad, cuya primera caracterización se realiza también por medio de la
pasividad.
F .¿ALEJANDRO MÍSTICO ?
Entre
los comentarios que Alejandro escribió a las obras de Aristóteles ha llegado
hasta nosotros en una versión incompleta el que dedicó a la Metafísica 95 . Aunque las fuentes manuscritas nos
transmiten una exégesis completa de esta obra, se ha demostrado con toda
claridad que pertenecen realmente a Alejandro sólo los cinco primeros libros,
mientras que hay indicios que parecen señalar que el resto (libros VI-XIV)
pertenece a Miguel de Éfeso. No obstante, el material que tenemos es más que
suficiente para constatar, en primer lugar, que Alejandro estuvo vivamente
interesado en la parte más teorética de la filosofía de Aristóteles; y, en
segundo lugar, que aportó soluciones muy influyentes respecto a algunos de los
problemas que plantean los diferentes libros que componen la Metafísica tanto desde el punto de vista
doctrinal como desde el punto de vista formal.
Alejandro
propuso una interpretación unitaria de la metafísica aristotélica en el sentido
de que todos los estudios cuyos objetivos son el ser, la sustancia y la causa
tienen como foco de convergencia la teología 96 . Los primeros principios del ser son los
motores inmóviles y las entidades que de ellos derivan son, a su vez, las causas
de todo aquello a lo que se le puede predicar el ser en las múltiples
acepciones que tiene la palabra. Ésta es, pues, la solución que da Alejandro al
problema de la diversidad de objetos que se estudia a lo largo de los escritos
que componen la Metafísica : la
singularidad y la universalidad de su contenido pueden así conciliarse en torno
a una unidad total que encierra varios órdenes ontológicos y gnoseológicos, ya
que para aquél las entidades primeras no sólo son causas del ser, sino también
de la cognoscibilidad de todo lo demás.
Por
otro lado, en un determinado momento del comentario, Alejandro parece aceptar
la posibilidad de alcanzar el conocimiento de las causas primeras a través de
su propia esencia. Al comienzo del libro I, con motivo de la apreciación de
Aristóteles de que las ciencias que presuponen un menor número de principios
son más exactas (982a26), dice lo siguiente: «La cosa que tiene un número menor
de accidentes es más difícil de conocer y requiere de una mayor exactitud; y el
conocimiento de aquella que no tiene ninguno es más difícil y requiere de una
exactitud aún mayor, en tanto que para alcanzar el conocimiento de tales
objetos no somos ayudados por los accidentes, sino únicamente por la esencia»
97 . Este pasaje ha sido puesto en
paralelo con otro del tratado Acerca del
alma en el que se dice lo siguiente:
Sin
embargo, en los casos en los que aquello que es pensado es por su propia
naturaleza tal cual viene pensado (y si es de esta naturaleza, es también
incorruptible), en estos casos eso permanece incorruptible también cuando cesa
de ser pensado. Por lo tanto, también el intelecto que lo ha pensado es
incorruptible: no el intelecto que hace de substrato y es material (éste, en
efecto, se corrompe conjuntamente con la corrupción del alma de la que es
potencia; y al corromperse él se corromperá junto a él también su hábito, su
potencia y su perfección), sino aquel que deviene idéntico en acto a su objeto
cuando lo piensa (pues por el hecho de que se asimila a cada uno de los objetos
pensados, cuando son pensados, tal como es el objeto pensado, así es como
resulta él cuando lo piensa). Y este intelecto es aquel que en nosotros viene
de fuera y es incorruptible 98 .
A
partir de ambos textos se ha sostenido la existencia de una vertiente mística
en el pensamiento de Alejandro que hace que la teología se convierta, en última
instancia, en una propedéutica encaminada a la aprehensión directa de la
divinidad: en ese momento el hombre sería capaz de trascender su propia
naturaleza mortal y hacer suya la naturaleza inmortal de la divinidad. Esta
interpretación ha sido sugerida por Giancarlo Movia y Giovanni Reale, entre
otros. Concretamente Reale llega a decir que ante la novedad de esta exigencia
mística el aristotelismo debía apropiarse de ciertos postulados filosóficos del
platonismo y perder, de esta forma, su propia identidad: «Se comprende, por lo
tanto, cómo, después de Alejandro, el aristotelismo había podido sobrevivir sólo
a base del momento propedéutico o complementario del platonismo» 99 .
No
podemos por razones obvias emprender aquí una discusión detallada de esta visión
de la historia del pensamiento que parece querer afirmar la superioridad sub specie aeternitatis del platonismo
sobre el aristotelismo. No obstante, en lo que respecta a esta supuesta vena mística
de Alejandro habría que tener en cuenta varias cosas. En primer lugar, la
posibilidad de que la mente humana sea capaz de alcanzar un conocimiento directo
e intuitivo de la sustancia divina es, para él, la culminación de un proceso
intelectivo que comienza con la abstracción de inteligibles a partir de los
datos de la sensibilidad; por lo tanto, no es posible acceder a ese último
estadio sin atesorar antes un hábito racional y científico firme. En segundo
lugar, por mucho que a esto pueda buscársele una deriva platónica, no es ni
mucho menos descartable que aquí Alejandro esté intentando realizar una
interpretación sistemática del pensamiento de Aristóteles. Esto mismo es
perceptible tanto en cuestiones de gran calado, por ejemplo, en su tesis de la
completa mortalidad del alma humana, como en otras menos llamativas. En la
cuestión que nos ocupa concretamente aquí el referente de Alejandro puede muy
bien estar en los propios textos del Estagirita. Por lo que se refiere a la
posibilidad de que la mente humana tenga acceso a Dios y de que eso le reporte
un estado de gracia insuperable hay, en efecto, en Aristóteles varios pasajes
en los que éste afirma que la felicidad suprema que puede alcanzar un hombre se
encuentra precisamente en la contemplación de la divinidad (piénsese, si no, en
lo que dice en el libro X de la Ética a
Nicómaco , capítulos 7-9, o en el libro VIII de la Ética a Eudemo , capítulo 3). Por otro lado, también tenemos otros
pasajes que evocan la posibilidad de que los hombres puedan disfrutar, siquiera
transitoriamente, de un modo de vida semejante al del motor inmóvil (Metafísica XII 7, 1072b14-15), si bien
es cierto que Aristóteles nunca dice expresamente que el hombre pueda pensar el
primer motor inmóvil o que pueda alcanzar la plena autointelección. Ésta pudo
ser, sin embargo, la conclusión que Alejando sacó de dichos textos, y la que
plasmó tanto en el comentario a la Metafísica
como en su Acerca del alma . Él podía
verle legitimación aristotélica más que suficiente a la idea de que aquel que
ha entregado toda su vida a la actividad científica y teórica pueda alcanzar la
contemplación de la esencia divina. Eso no tiene por qué significar una pérdida
de pureza exegética, ni una especie de disolución del aristotelismo en el
platonismo, a menos, naturalmente, que se diga que en el propio Aristóteles,
incluso en su etapa más madura, hubo reminiscencias de la filosofía de su
maestro, cosa que muchos han señalado y con muy diferentes acentos.
IV.
NOTA SOBRE LA REPERCUSIÓN DEL TEXTO Y SOBRE LA PRESENTE TRADUCCIÓN
Hablar
de la recepción de la obra de Alejandro de Afrodisias es tanto como hablar de
la historia del aristotelismo desde que esa obra fue escrita hasta hoy. Esto es
doblemente válido si lo aplicamos concretamente al tratado Acerca del alma : su presencia, directa o indirecta, puede
constatarse en todos los comentaristas posteriores. Los grandes titulares de su
interpretación —la completa mortalidad del alma humana, la tripartición del
intelecto, la identificación del intelecto agente con la divinidad— y los más
modestos han sido la piedra de toque de las demás interpretaciones que se
hicieron de la psicología de Aristóteles en la Antigüedad tardía, en la Edad
Media y en el Renacimiento; por ello puede decirse que las vicisitudes históricas
del pensamiento de Alejandro han sido prácticamente las mismas que las de Aristóteles:
cuando la estrella de éste comenzó a periclitar a partir del siglo XVII , también
lo hizo la de Alejandro. Hasta entonces, toda la literatura aristotélica está
cargada de referencias a él.
Desde
un punto de vista generalmente crítico por lo que se refiere a la tesis
mortalista de Alejandro y a su identificación del intelecto agente con Dios,
los grandes comentaristas griegos posteriores a Alejandro, por ejemplo,
Temistio, Simplicio o Filopón citan las opiniones contenidas en el tratado Acerca del alma y a veces nos transmiten
pasajes literales de la obra; esto es especialmente significativo en el aristotélico
bizantino Miguel de Éfeso, que desarrolló su actividad filosófica a lo largo
del siglo XII y que en su comentario a los Parva
naturalia citó literalmente amplios fragmentos del tratado de Alejandro que
han resultado muy útiles a la crítica moderna para la fijación del texto.
Ya
en el siglo IX , el texto fue vertido al árabe por el persa Ishaq ibn Hunayn,
que desarrolló una ingente labor de traducción de Aristóteles, Euclides y
Ptolomeo, entre otros 100 .
Esta traducción fue crucial para la historia del texto de Alejandro: lo hizo
accesible a las grandes luminarias de la filosofía árabe medieval, y
especialmente a Averroes. Éste elaboró su propia interpretación del Acerca del alma aristotélico en diálogo
constante con la de Alejandro, de tal manera que en su Commentarium Magnum , por ejemplo, la presencia del filósofo griego
puede hallarse a cada paso. Gracias a las referencias de Averroes, una vez que
sus obras fueron traducidas al latín, los autores medievales de la latinidad,
que en su gran mayoría no sabían griego, tuvieron acceso a la exégesis de
Alejandro, puesto que la versión latina del texto no aparecerá hasta 1495. No
obstante, el conocimiento indirecto que se tiene de él no le resta importancia
como aristotélico de referencia, y así se puede observar en los comentarios de
figuras tan relevantes como Alberto Magno, Tomás de Aquino o Juan de Jandún,
por poner algunos ejemplos.
Finalmente,
cuando en las universidades del norte de Italia se produce un nuevo resurgir de
los estudios aristotélicos, la figura de Alejandro de Afrodisias volverá a
tener protagonismo: tanto es así que aún hoy se discute la existencia de una
auténtica vía alejandrista entre aquellas nuevas generaciones de aristotélicos.
Fruto de este nuevo interés están las ediciones que tuvo el tratado Acerca del alma : Gerolamo Donato,
patricio veneciano, se encargó de la traducción latina del texto, que apareció
por primera vez, como hemos dicho, en 1495; a partir de aquí hay huellas de una
posición afín a las tesis de Alejandro en muchos autores que pueden por fin
acudir a una versión directa del texto sin la mediación de Averroes; sobresalen
figuras como Vernia, Nifo, Achillini y, sobre todo, Pietro Pomponazzi, que
generó una profundísima polémica con su tesis de que la inmortalidad del alma
ha de ser recluida entre los dogmas de fe, porque los textos aristotélicos son
para esta creencia un terreno definitivamente hostil.
La
editio princeps del texto griego se
estampa en la imprenta que fundó Aldo Manucio en Venecia: data de 1534 y es
realizada por el médico Victore Trincavello. En la segunda mitad del siglo XVI
la actividad exegética en torno a los textos aristotélicos no decae: nuevos
comentarios salen de las manos de aristotélicos ya no sólo versados en la larga
tradición latina, sino también en el aristotelismo griego a través de la
lectura de sus textos originales. Fue en esto Giacomo Zabarella una figura
descollante y probablemente el que ha hecho más por difundir el pensamiento de
Alejandro de Afrodisias.
Nuestra
traducción se ha realizado sobre la edición moderna del texto realizada por Ivo
Bruns en el Supplementum aristotelicum
II.1 de la serie Commentaria in
Aristotelem Graeca , Reimer, Berlín, 1887: el trabajo de Bruns se realizó
sobre el manuscrito Marcianus gr. 258 (V) del siglo X , que es considerado unánimemente
el arquetipo: en el prólogo de su edición (págs. X -XI ), el editor señala que
los otros manuscritos disponibles son copias de V 101 . En todo momento hemos tenido muy en cuenta
el completísimo trabajo que han realizado sobre el texto griego Martin Bergeron
y Richard Dufour en la edición bilingüe (griego-francés), que ya hemos tenido
oportunidad de citar en varias ocasiones. Este trabajo cubre las carencias de
la edición de Bruns al ampliar el espectro de aportaciones textuales
provenientes principalmente de las citas de Miguel de Éfeso, Filopón y el
seudo-Simplicio. Además, comenta y en ocasiones integra las correcciones que
han sido sugeridas por la crítica más reciente, especialmente por Accattino y
Donini en el comentario crítico con el que ilustran su versión italiana del
texto. Estas dos traducciones al francés y al italiano, respectivamente, han
sido una importante ayuda, por su solvencia y precisión, en esta primera
traducción española que presentamos. Por ello, debemos reconocer nuestra deuda
de gratitud a sus autores. Por otro lado, el texto ha sido parcialmente
traducido al inglés por A. P. Fotinis 102 y, posteriormente, por R. Sorabji 103 , este último con más acierto que el primero,
a nuestro juicio.
1 PH . MERLAN , entre otros, ha puesto su atención
en algunos textos como este del Academicorum
philosophorum index Herculanensis : «Los jóvenes, determinando mediante el
voto quién de ellos iba a ser el líder, eligieron a Jenócrates de Calcedonia,
mientras que Aristóteles se había marchado a Macedonia y tanto Menedemos de
Pirra como Heráclides de Heraclea habían sido derrotados por poco margen». Para
el investigador austríaco no hay dudas de la autenticidad del testimonio;
asimismo, «el orden de los nombres en la noticia parece indicar que Aristóteles
habría sido elegido indudablemente si hubiese estado disponible»; véase PH .
MERLAN , «The Successor of Speusippus», Transactions
and Proceedings of the American Philological Association 77 (1946),
103-111.
2 I. DÜRING , sin embargo, sostiene que el
regreso de Aristóteles no representó ningún acontecimiento especial, y que se
enmarcaba en el tránsito habitual de maestros y científicos que eran atraídos
por la ciudad de Atenas: véase Aristoteles.
Darstellung und Interpretation seines Denkens = Aristóteles. Exposición e interpretación de su pensamiento [trad.
B. NAVARRO ], México D. F., 1990, pág. 35.
3 Cf. J. P. LYNCH , Aristotle's School. A Study of A Greek Educational Institution ,
Berkeley, 1972, págs. 96 y ss. No obstante, la atribución a Aristóteles de la
fundación oficial de una escuela ha sido puesta en duda por importantes
historiadores de la filosofía antigua entre los que tiene especial relevancia
la figura de I. DÜRING , quien ha llegado a sostener que el verdadero fundador
del Liceo no fue Aristóteles, como se pensaba ya desde la Antigüedad, sino
Teofrasto: véase Aristotle in the Ancient
Biographical Tradition , Goteborg, 1957, págs. 346, 361 y 461. Otros optan
por tomar una posición más moderada: éste es el caso del especialista francés
J. MOREAU , para quien la nueva escuela no tuvo la trascendencia ni la dimensión
de la Academia (Aristote et son école
, París, 1962, pág. 259).
4 Cf. W. K. C. GUTHRIE , A History of Greek Philosophy , vol. VI. Aristotle. An encounter = Historia
de la filosofía griega , vol. VI. Introducción
a Aristóteles [trad. A. MEDINA ], Madrid, 1993, pág. 54. Aquí mismo se cita
a Estrabón (XIII 608 y XVII 793-794) para poner de manifiesto que la Biblioteca
de Alejandría tuvo su inspiración en la biblioteca del Liceo a través de
Demetrio Falereo, cuando éste, huido de Atenas, se convirtió en consejero de
Ptolomeo Sóter.
5 AULO GELIO , Noches áticas XX 5.
6 Cf. FILODEMO , Retórica , vol. II, pág. 57 (ed. S. SUDHAUS : Philodemi volumina rhetorica , Ámsterdam, 1964).
7 W. JAEGER , Aristoteles; Grundlegung einer Geschichte seiner Entwicklung = Aristóteles. Bases para la historia de su
desarrollo intelectual [trad. J. GAOS ], México D. F., 1984, pág. 363.
8 Cf. A. VALLEJO , Aristóteles. Fragmentos , Madrid, 2005.
9 CICERÓN , Cuestiones
académicas II 38, 119.
10
Cf. E. BIGNONE , L'Aristotele perduto e la formazione
filosofica di Epicuro , 2.a ed., Milán, 2007, pág. 672.
11
Cf. W. JAEGER , op. cit ., pág. 364.
12
ARISTÓTELES , Acerca del alma III 5, 430a25: «Y sin éste nada intelige». Una
sumaria recolección de las interpretaciones que ha recibido la frase puede
encontrarse en la traducción de T. CALVO a este tratado (Madrid, Gredos, 1995: com. ad loc ., págs. 234-235).
13
Una recopilación de los textos de
los peripatéticos posteriores a Teofrasto hasta Critolao de Faselis, que dirigió
el Liceo a mediados del siglo II a.C., puede encontrarse en F. WEHRLI , Die Schule des Aristoteles. Texte und
Kommentar , 10 vols., Basilea, 1945-1959: vol. I: Dicearco; vol. II: Aristóxeno;
vol. III: Clearco; vol. IV: Demetrio Falereo; vol. V: Estratón de Lámpsaco; vol
VI: Licón y Aristón de Ceos; vol. VII: Heráclides Póntico; vol. VIII: Eudemo de
Rodas; vol. IX: Fenias de Ereso, Jameleo y Praxífanes; vol. X: Jerónimo de
Rodas, Critolao y su escuela.
14
W. JAEGER , op. cit ., pág. 364.
15
Cf. TEOFRASTO , Historia de las plantas , ed. J. M. DÍAZ
-REGANÓN , Madrid, 1988, pág. 14.
16
Véase la Introducción de E. RUIZ a
su traducción de la obra: Teofrasto.
Caracteres , Madrid, 1988, págs. 23-24.
17
Cf. TEOFRASTO , Metaphysics , ed. W. D. ROSS -F. H.
FOBES , Oxford, 1929. Hay una edición bilingüe griego-español: Teofrasto, Algunas cuestiones de metafísica , ed.
de M. CANDEL , Madrid, 1991.
18
Cf. PH . MERLAN , From Platonism to Neoplatonism , 2.a
ed., La Haya, 1963, págs. 186-188; 208 y ss.; «The Peripatos», en A. H.
AMSTRONG (ed.), The Cambridge History of
Later Greek and Early Medieval Philosophy , Cambridge, 1967, págs. 107-110.
19
Cf. TEOFRASTO , Metafísica 25, ed. M. CANDEL cit., pág.
31.
20
Fr. 53 en F. WIMMER , Theophrasti Eresii Opera quae supersunt
omnia , París, 1866 (reimpr. Frankfurt, 1964).
21
Ibid .
22
CICERÓN , Cuestiones académicas II, 38, 121 (trad. J. PIMENTEL , México D.
F., 1980).
23
Frs. 42-49 en F. WEHRLI en Die Schule des Aristoteles. Straton von
Lampsakos , vol. V, 2.a ed., Basilea, 1969.
24
Ibid ., fr. 74.
25
Ibid ., frs. 107-131.
26
Cf. P. MORAUX , Der Aristotelismus bei den Griechen ,
vol. I, Berlín-Nueva York, 1973, págs. 3 y ss.
27
Ibid ., págs. 15-16.
28
Ibid ., pág. 11.
29
Las razones de esta diferencia las
explica Moraux (op. cit ., pág. XV )
basándose en el hecho de que, mientras en Platón se advertía de una forma más o
menos consciente la falta del elemento sistemáticamente dogmático, y se
procuraba construir un platonismo correspondiente a las exigencias académicas y
a la coherencia filosófica, Aristóteles parecía por el contrario dar satisfacción
a esa necesidad. Ahora bien, no por eso la lectura de sus escritos estaba
exenta de dificultad; todo lo contrario: el empleo de un lenguaje pleno de
neologismos, de expresiones técnicas originales, de una aspereza estilística
considerable, y finalmente de una gran densidad especulativa, convertía el
acceso a la sabiduría que se encerraba en los escritos de Aristóteles en algo
extraordinariamente dificultoso y requería de una ayuda imprescindible
especialmente para los principiantes.
30
PORFIRIO , Vida de Plotino 14, 10-15 (trad. J. IGAL , Madrid, Gredos, 2001, pág.
150).
31
Ibid ., 24, 9-10 (trad. cit., pág. 168).
32
Cf. P. MORAUX , Les listes anciennes des ouvrages d'Aristote
, Lovaina, 1951; Der Aristotelismus …,
vol. I cit.; I. DÜRING , Aristotle in the
Ancient Biographical Tradition , en Acta
Universitatis Gothoburgensis , LXIII.2, Goteborg, 1957.
33
Cf. P. MORAUX , Der Aristotelismus …, vol. I, págs.
65-66.
34
Cf. CICERÓN , Acerca del orador I, 104-105.
35
Cf. CICERÓN , Del supremo bien y del supremo mal , V 5, 13; Cuestiones académicas II 2, 12.
36
Cf. CICERÓN , Sobre los deberes I 1, 1; III 2, 5.
37
El testimonio se recoge de algunos
comentaristas neoplatónicos como Amonio: In
Aristotelis de Interpretatione comm ., ed. A. BUSSE en Comm. in Arist. Graeca IV.5, Berlín, 1897, 5,28.
38
Cf. P. MORAUX , Der Aristotelismus …, vol. I, pág. 56.
39
Ibid ., pág. 50.
40
Cf. I. DÜRING , Aristotle in the Ancient …, págs. 420 y
ss. Por otro lado, se ha formulado la tesis de que Andrónico no sólo editó la
obra de Aristóteles, sino que en realidad reconstruyó el Peripato, que según J.
P. LYNCH (cf. Aristotle's School , págs.
198-207), como institución propiamente dicha dejó de existir en el 96 a.C.
41
A esta explicación se abona también
G. REALE en su Storia della filosofia
antica , vol. IV: Le scuole dell'Età
Imperiale , Milán, 1997, pág. 33.
42
Cf. E. BIGNONE , L'Aristotele perduto …, págs. 31-31.
43
Para una visión más completa de la
vida y la obra de Alejandro véase P. MORAUX , Alexandre d'Aphrodise, exégète de la Noétique d'Aristote ,
Lieja-París, 1942, págs. 13-28; la Introducción de P. THILLET a Alexandre d'Aphrodise. Traité du destin
, París, 1984, págs. LII -LXXIII ; R. W. SHARPLES , «Alexander of Aphrodisias:
Scholasticism and Innovation», en Aufstieg
und Niedergang der Römischen Welt , II: 36.2, Berlín-Nueva York, 1987, págs.
1.176-1.243; y la Introducción de M. BERGERON y R. DUFOUR a Alexandre d'Aphrodise. De l'âme , París,
2008, págs. 9-12.
44
Marco Aurelio instauró en el 176
cuatro cátedras de Filosofía en Atenas, una de las cuales estaba dedicada a la
filosofía aristotélica.
45
En el 209 fue vinculado también al
poder el hijo menor de Severo, Geta, al que Alejandro no menciona.
46
Cf. A. CHANIOTIS , «Epigraphic
Evidence for the Philosopher Alexander of Aphrodisias», Bulletin of the Institute of Classical Studies 47 (2004), págs.
79-81. La inscripción reza lo siguiente: «Con el acuerdo del Consejo y del
Pueblo, Tito Aurelio Alejandro, filósofo y jefe de una de las escuelas filosóficas
en Atenas [hizo erigir esta estatua] de su padre T. Aurelio Alejandro, filósofo».
47
Cf. ALEJANDRO DE AFRODISIAS , Acerca del intelecto 110,4. Sobre la
traducción del fragmento, dada su importancia en la identificación del Aristóteles
mencionado, hablamos de inmediato.
48
Cf. E. ZELLER , Die Philosophie der Griechen in ihrer
geschichtlichen Entwicklung , vol. III.3, Leipzig, 1909, pág. 815 n. 3.
49
Cf. P. MORAUX , Alexandre d'Aphrodise …, pág. 148.
50
Cf. P. MORAUX , «Aristoteles, der
Lehrer Alexanders von Aphrodisias», Archiv
für Geschichte der Philosophie 49 (1967), págs. 169-182.
51
Cf. P. THILLET , op. cit ., págs. XI -XXXII .
52
En efecto, el texto menciona
inmediatamente después de la frase citada a Aristóteles de Estagira, esta vez,
sin dudas de ningún tipo en cuanto a su identidad: ALEJ ., Acerca del intelecto 110,5: «Las consideraciones que movieron a
Aristóteles a introducir el intelecto venido de fuera se ha dicho que son las
siguientes…».
53
Cf. M. SCHROEDER , R. B. TODD , Two Greek Aristotelian Commentators on the
Intellect , Toronto, 1990, págs. 22-31; J. OPSOMER , R. W. SHARPLES , «Alexandre
of Aphrodisias, De intellectu 110.4:
'I heard this from Aristotle'. A Modest Proposal», Classical Quarterly 50.1 (2000) págs. 252-256; R. W. SHARPLES , Alexander of Aphrodisias. Supplement to On
the Soul , Londres, 2004, pág. 32, n. 71.
54
Por otro lado, la construcción pará + gen. puede acoger perfectamente
el significado de «procedente de…» o «derivado de…», y de hecho la expresión parà Aristotélous es testimoniada con
este sentido por SCHROEDER -TODD (op. cit
., págs. 28-29) en otros lugares de la Mantissa
, especialmente en algunos títulos.
55
Cf. P. MORAUX , «Ein neues Zeugnis
über Aristoteles, den Leherer Alexanders von Aphrodisias», Archiv für Geschichte der Philosophie 97 (1985), págs. 266-269; P.
ACCATTINO , «Alessandro di Afrodisia e Aristotele di Mitilene», Elenchos 6 (1985), págs. 67-74.
56
Se trata de un breve ensayo que
atrajo la atención de los filósofos medievales tanto desde el ámbito cristiano
como desde el musulmán y judaico: véase M. SCHROEDER -R. B. TODD , Two Greek Aristotelian Commentators on the
Intellect , Toronto, 1990, págs. 2 y ss.
57
La tradición árabe ha conservado
varias colecciones de textos de este tipo atribuidos a Alejandro de Afrodisias,
pero la autenticidad de muchos de ellos es más que dudosa: cf. R. W. SHARPLES ,
art. cit ., págs. 1.192-1.193.
58
Un ejemplo de una posición escéptica
a este respecto la encontramos en la introducción que M. BERGERON , y R. DUFOUR
realizan a su edición bilingüe del texto (cf. op. cit ., págs. 12-15): éstos sostienen, en contra especialmente
de P. ACCATTINO y P. DONINI , responsables de la edición italiana (cf. Alessandro di Afrodisia. L'anima ,
Roma-Bari, 1996, págs. VII -XI ), que la presencia de pasajes similares tanto
en el tratado Acerca del alma como en
el comentario al tratado Acerca de la
sensación y en el dirigido al tratado Acerca
del alma (del que sólo contamos con algunos fragmentos gracias a algunos
comentaristas posteriores a Alejandro) no es argumento suficiente para la
datación relativa de estas obras; y ello porque, tratándose de obras que tocan
los mismos temas y que tienen por referencia de una manera más o menos directa
los escritos de Aristóteles, las coincidencias parecen inevitables.
59
Pero no desaparece, porque
Alejandro a lo largo de su explicación de las consecuencias que derivan de la
definición del alma como forma del cuerpo toca muchas de las cuestiones del
libro I del De anima original: el
alma no es una armonía (24,17 y ss.), el alma no se mueve (21,24 y ss.), es
causa motriz, formal y final (24,11 y ss.).
60
ARISTÓTELES , Acerca del alma II 1, 412a20.
61
M. BERGERON y R. DUFOUR incluyen
en su introducción a la obra un resumen más amplio de las distintas posiciones
en torno a esta cuestión: cf. op. cit
., págs. 26-34.
62
P. MORAUX , Alexandre d'Aphrodise …, pág. 39.
63
Cf. P. ACCATTINO , «Alessandro di
Afrodisia e la trasmissione della forma nella riproduzione animale», Atti della Accademia delle Scienze di
Torino, classe di scienze morali, storiche e filologiche 122 (1988), págs.
79-94; «Generatione dell'anima in Alessandro di Afrodisia, De anima 2.10-11.13?», Phronesis
40 (1995), págs. 182-201. Algunas de las apreciaciones de Accattino, sobre todo
en lo referente al segundo artículo citado, han sido posteriormente reforzadas
por M. BERGERON y por R. DUFOUR : op. cit
., págs. 30-34.
64
Cf. ARIST ., Metafísica VII 8, 1033b6-8.
65
ARIST ., Del Alma I 3, 407b19-23 (cito la trad. de T. CALVO : Aristóteles. Acerca del alma , Madrid,
Gredos, 1988, pág. 151).
66
Ibid ., II 2, 414a19-22 (trad. cit. pág. 174).
67
Esta hipótesis está en el
comentario crítico que P. ACCATTINO y P. DONINI dedican a este pasaje en su
versión italiana del tratado: op. cit
., págs. 140-142.
68
J. FILOPÓN , In Aristotelis De anima comm ., ed. M. HAYDUCK en Comm. in Arist. Graeca XV, Berlín,
Reimer, 1897, 10,3.
69
Ibid ., 159,9 y ss.
70
Cf. ARIST ., Del Alma II 7-8, 418a26-419b3; De
la sensación y de lo sensible 3, 439a18-440a30.
71
Cf. ARIST ., De la sensación y de lo sensible 3, 439b1-6; 12-14.
72
Alejandro otorga tres funciones al
sentido común: percibir los sensibles comunes, percibir las diferencias entre
los sensibles propios de cada sentido y finalmente percibir que se percibe: cf.
Acerca del alma 65,3.
73
Cf. ARIST ., Del Alma III 2, 427a10-14.
74
Ibid ., 3, 429a1-2.
75
Sobre la terminología que usamos a
la hora de referirnos al producto propio de la actividad imaginativa, esto es,
a las representaciones, que evitamos traducir directamente como «imágenes», véase
la n. 221 del texto.
76
M. BERGERON y R. DUFOUR realizan
un estudio detallado de los paralelismos entre la terminología que usa
Alejandro aquí y la de los estoicos: op.
cit ., págs. 43-44.
77
Cf. op. cit ., pág. XXI . Por otro lado, ellos también llaman la atención
sobre el hecho de que la doctrina que expone aquí Alejandro sobre la verdad y
la falsedad de las representaciones no tiene ninguna influencia sobre su
gnoseología: el estudio de la imaginación queda reducido al ámbito
exclusivamente práctico de la actividad psíquica y del movimiento del animal.
78
Cf. ARIST ., Del Alma III 9-11, 432a15-434a21.
79
Cf. ARIST ., Del Alma III 10, 433a31-b13.
80
Cf. ARIST ., Del Alma I 3, 405b31-407b13; 4, 408a 29-b30.
81
Ibid ., III 10, 433b17-18.
82
Ibid ., III 10, 433a20-23.
83
El ejemplo ya está en Aristóteles,
quien para ilustrar lo que significa la potencia y la entelequia habla de los
tres sentidos en los que se puede predicar de alguien el ser sabio: Del Alma II 5, 417a21-b1.
84
ARIST ., Del alma III 5, 430a11.
85
Ibid ., 430a14-15.
86
En el escrito Acerca del intelecto , perteneciente al grupo de la Mantissa , Alejandro compara el
desarrollo de la facultad intelectiva con el caminar (110,31). En el tratado Acerca del alma dice, sin embargo, que
una cosa no es asimilable a la otra (82,5-9). P. ACCATTINO y P. DONINI en su
comentario a este pasaje (op. cit .,
pág. 273) sostienen que la opinión de que para llevar el intelecto en potencia
a su actualización es necesario el esfuerzo personal es común a las dos obras,
y que cuando expone en el Acerca del
intelecto la analogía del caminar no está fijando su propia opinión, sino
la que era común entre los aristotélicos.
87
ARIST ., Del Alma III 5, 430a13. Entre los intérpretes modernos de este
texto ha habido quienes han afirmado que la expresión no tiene por qué
entenderse en el sentido literal de «dentro del alma», sino en un sentido más
laxo como «en el caso de alma» (ésta es la traducción que adopta, por ejemplo,
T. CALVO : trad. cit., pág. 234). Uno de los defensores más activos de esta
lectura ha sido W. K. C. GUTHRIE : «La última causa motriz "en la
naturaleza" es el Primer Motor Inmóvil, aunque él no está en las cosas físicas,
ni nadie intente imponer ese sentido al griego de Aristóteles. Está fuera de
ellas, pero es la causa del movimiento de ellas […]. Del mismo modo, la causa
motriz de las cosas psíquicas […], activando los pensamientos de los hombres,
es algo trascendente, un noûs
eternamente activo de suyo. Todo cambio físico depende de la existencia de un
Ser perfecto, al que la naturaleza emula en la medida de lo posible: "él
mueve como objeto de deseo". ¿El cambio en la psychḗ no debe activarse en última instancia del mismo modo?» (Introducción a Aristóteles , trad.
cit., pág. 337).
88
F. NUYENS (L'évolution de la psychologie d'Aristote , Lovaina, 1973, págs.
296-309) realiza una completa exégesis de este cap. 5, y se detiene a
interpretar concretamente estos términos acudiendo a un estudio comparativo con
otros pasajes del Corpus aristotelicum
, donde también aparecen. Tras dicho análisis su conclusión no puede ser más
significativa: «Una segunda conclusión muy importante se extrae aún de lo que
precede, y es que en el sistema aristotélico no hay lugar para la inmortalidad
personal. No se podrá determinar nunca sin lugar a dudas la manera precisa en
la que Aristóteles se representó las relaciones entre el principio del
pensamiento, exento de todo devenir e imperecedero, por un lado, y el individuo
humano, por otro. Sin embargo, es seguro, en todo caso, que nunca podrá
resultar una unión personal, sustancial» (pág. 309).
89
Sólo en el tratado Del Alma véase I 4, 408b18-29; II 2,
413b24-27; 3, 415a11 y, por supuesto, III 5.
90
Cf. ARIST ., Del Alma III 4 429b29-430a1.
91
De hecho, es la que con más o
menos matices han adoptado algunos especialistas modernos: véase B. C. BAZÁN , «L'authenticité
du De intellectu attribué à Alexandre
d'Aphrodise», Revue philosophique de
Louvain 71 (1973), págs. 468-487; P. THILLET , «Matérialisme et théorie de
l'âme et de l'intellect chez Alexandre d'Aphrodise», Revue philosophique de la France et de l'Étranger 106 (1981), págs.
5-24.
92
ALEJ ., Acerca del Alma 83,2-14.
93
Ibid ., 85,20-25.
94
G. ZABARELLA , De rebus naturalibus. De mente agente liber
, ed. 1607, coll. 1018-1019.
95
ALEJANDRO , Comentario a la Metafísica II, en M. HAYDUCK en Comm. in Arist. Graeca I, 171, 5-11.
96
Cf. P. DONINI , «Unità e oggetto
della metafisica…», en G. MOVIA (ed.), Alessandro
di Afrodisia e la Metafisica di
Aristotele , Milán, 2003, págs. 15-52.
97
ALEJ ., Comentario a la Metafísica , I, ed. cit. 12,15-20 (trad. propia).
98
ALEJ ., Del Alma 90,11-20.
99
G. REALE , Storia della filosofia antica , vol. IV: Le scuole dell'Età Imperiale , Milán, 1997, pág. 50.
100 Esta misma traducción árabe sirvió de base
para la traducción que Samuel ben Jehuda realizó al hebreo en 1323.
101 Recientemente, R. W. Sharples ha estudiado con
gran atención el trabajo que Bruns hizo con los manuscritos revisándolos de
nuevo con motivo de su edición crítica del texto de la Mantissa : cf. R. W. SHARPLES , Alexander
Aphrodisiensis. De anima libri mantissa. A new edition of the Greek text with
introduction and commentary , Berlín-Nueva York, 2008.
102 A.P.FOTINIS , The De Anima of Alexander of
Aphrodisias: A Translation and Commentary , Washington D. C., 1979.