lunes, 26 de junio de 2023

RETÓRICA DICCIONARIO TOMO IV FERRATER MORA JOSÉ

 




RETÓRICA. La historia del concepto

de retórica en Occidente comenzó

con los sofistas (VÉASE). Según

Heinrich Gomperz, había una

estrecha relación entre retórica y sofística,

hasta el punto de que, como

lo manifiesta en su libro Sophistik

und Rhetorik (1921, Cap. II), una

buena parte de la llamada "producción

filosófica" de los sofistas —por

ejemplo, el escrito de Gorgias sobre

el no ser, pero también las opiniones

de Trasímaco de Calcedonia, Antífono

de Atenas, Hipias de Elis, Pródico

de Qucos, Protágoras de Abdera

y otros— no tenían un "contenido

objetivo", sino una mera "intención

declamatoria". La tesis de Gomperz

no ha pasado sin objeciones por parte

de otros helenistas y filósofos, pero

todos están de acuerdo por lo menos

en que la línea de separación entre

filosofía y retórica en los sofistas no

era siempre clara, de modo que con

frecuencia pasaban de la una a la

otra, muchas veces sin darse cuenta

del cambio. Según Gomperz, la inclinación

retórica de los sofistas se manifestaba

sobre todo en su constante

atención por la formación oratoria

del hombre con vistas a su intervención

en los asuntos de la Ciudad

(op. cit.. Cap. VIII), formación encaminada

al ideal del "bien decir" (o

"buen decir" ), ej λέγειν , y conseguida

por medio de un intenso estudio

de los "lugares comunes" o tópicos

en el sentido antiguo de este vocablo.

Es posible que una parte de e:ta

tendencia pasara a Sócrates y a algunos

de los llamados socráticos (v.).

No puede, sin embargo, darse respuesta

definitiva a esta cuestión en

vista de la disparidad de opiniones

que reina todavía en la interpretación

de Sócrates y del socratismo. Quienes

acercan hasta lo máximo Sócrates a

Platón niegan que haya en el primero

elementos sofísticos y, por lo

tanto, sofístico-retóricos. Quienes, en

cambio, presentan a Sócrates como

muy cercano a los sofistas acentúan

570

RET

la existencia en su pensamiento del

elemento retórico. En todo caso, parece

plausible afirmar que había en

Sócrates, y luego en Platón, por lo

menos un interés por la retórica y

sus problemas. En efecto, la cuestión

del papel desempeñado por el

hombre libre en la Ciudad, la necesidad

de que se preparara para desarrollar

argumentos en defensa de

sus propias tesis y motivos similares

abonan la suposición de que la cuestión

del "bien decir", en el sentido

antes apuntado, no era ajena a las

preocupaciones de los dos filósofos.

Ahora bien, la diferencia principal

a este respecto entre los sofistas, por

un lado, y Sócrates y Platón, por el

otro, consistió en que los dos filósofos

realizaron considerables esfuerzos

por subordinar la retórica a

la filosofía. Esto es particularmente

cierto en el autor de la República.

Pues aunque la retórica tenía según

él cierta función como una de las

técnicas necesarias en el complejo

arte de regir la Ciudad, la filosofía

constituía algo más que una de las

técnicas: era un saber riguroso, que

aspiraba a la verdad absoluta, la cual

en principio (como se desprende, entre

otros escritos, de la Carta VII)

no era susceptible de manipulación

retórica y ni siquiera de comunicación

a la mayoría. Por eso Platón criticó,

principalmente en el Gorgias y

en el Pedro, la retórica de los sofistas,

a quienes acusó de convertir el bien

decir en un mero arte, τέχνη, para

la persuasión, con independencia del

contenido de lo enunciado.

Las opiniones de Platón al respecto

fueron seguidas por Aristóteles

(véase edición crítica de la 'Ρητορική

por W. D. Ross, Aristotelis Ars Rhetoríca,

1959). Pero sólo en parte. Por

un lado, en efecto, el Estagirita combatió

la concepción de la retórica

como un arte meramente empírico y

rutinario. El ejercicio retórico debe

apoyarse, a su entender, en el conocimiento

de la verdad, aunque no

puede ser considerado como una

pura transmisión de ella. Pues mientras

en la transmisión pura y simple

de la verdad no se presta atención

principal a la persona a la cual se comunica,

en la persuasión de lo verdadero

por medio de la retórica, la personalidad

del oyente es fundamental.

Por otro lado, y sin por ello defender

la sofística, Aristóteles acentuó el caRET

racler "técnico" de la rotórica como

arte de la refutación y de la confirmación.

La consecuencia de las dos

concepciones fue una teoría del justo

medio, tan cara siempre al Estagirita.

Hay que edificar, en efecto,

escribía, un arte que pueda ser igualmente

útil al moralista y al orador,

los cuales tienen su función propia

dentro de la Ciudad. La retórica

posee por ello una clara dimensión

"política" (es decir, social o ciudadana):

el arte retórico debe ser

útil para el ciudadano.

Por haber intentado unir los diversos

aspectos hasta entonces separados

de la retórica, Aristóteles fue,

así, el primero en dar una presentación

sistemática de este arte y en

organizar en un conjunto los detalles

ya tratados por otros autores (por

ejemplo, por Corax, el primero que

parece haber escrito sobre la retórica).

La retórica es definida por

el Estagirita como la contraparte,

αντίστροφος, de la dialéctica. Ni una

ni otra son ciencias especiales, sino

que se refieren a asuntos conocidos

de todos los hombres. Todos usan,

pues, naturalmente de la retórica,

aunque pocos la utilicen como un

arte. Retórica y dialéctica están, así,

estrechamente relacionadas con el

saber; ambas se fundan en verdades

— aunque en verdades de opinión

comunes. Pero mientras la segunda

expone, la primera persuade o refuta.

Por eso la retórica se basa en gran

parte en el entimema, que es el

"cuerpo de la persuasión" o "cuerpo

de la creencia", σώμα της ττίστβως. La

retórica puede ser, pues, definida

como "la posibilidad de descubrir

teóricamente lo que puede producir

en cada caso la persuasión" (Rhct.,

1 2, 1355 b). Aristóteles dio otras

definiciones del arte retórico. Pero

todas se basaban en el mencionado

primado de lo persuasivo. La misma

orientación siguieron sus investigaciones

sobre los temas tratados por la

retórica, sobre la relación entre el

orador y el público, sobre el tipo de

razonamientos usados, sobre las premisas

(probables) en los que se

basan éstos y, finalmente, sobre las

divisiones del arte retórico. Siguiendo

a otros autores (especialmente al

mencionado Corax), el Estagirita dividió

el discurso retórico en exordio,

construcción, refutación y epílogo

(con la narración añadida a veces tras

RET

el exordio). No estudiaremos aquí

con detalle cada una de dichas partes,

porque nuestro problema es sólo el

de la relación de la retórica con

otras partes de la filosofía.

Después de Aristóteles hubo numerosas

elaboraciones del arte retórico

en la edad antigua. De ellas

mencionaremos solamente las de los

estoicos, las de los filósofos empíricos,

la de Cicerón y la de Quintiliano.

Según los estoicos, la retórica es

—junto con la dialéctica— una de

las dos partes en que se divide la

lógica (Cfr. Diog. Laercio, VII, 73;

X, 13, 30). Mientras la retórica es,

en efecto, la ciencia del bien hablar,

la dialéctica es la ciencia del bien

razonar. La dialéctica, en suma, se

ocupa de lo verdadero y lo falso; la

retórica, de la invención de argumentos,

su expresión en palabras, la

ordenación de éstas en el discurso

y la comunicación del discurso al

oyente.

Según los filósofos empíricos (de

varias escuelas, entre ellas la epicúrea

de Filodemo de Gadara), la retórica

se basa en argumentos probables

entresacados de los signos. La

retórica emplea así el método de la

conjetura. Más aun: la retórica es

considerada por muchos empíricos

como una de las ciencias conjeturales,

contrapuestas a las ciencias exactas.

La Retórica de Filodemo (Περί

Ρητορικής, ed. Sudhaus, 2 vols.,

1892-1896) es muy explícita en este

sentido. La retórica se convierte así

para dichos filósofos en un conjunto

de reglas, sacadas de la experiencia,

encaminadas a un decir afectado por

varios grados de probabilidad. Ahora

bien, mientras por un lado la retórica

es admitida como una legítima ciencia

empírica, por otro lado es rechazada

por varios autores (por ejemplo,

el citado Filodemo) como una actividad

impropia del filósofo. Esto último

ocurre especialmente cuando

se acentúa demasiado el aspecto emotivo

del decir, lo cual, al entender

de estos últimos pensadores, oscurece

la exactitud y la simplicidad de la

expresión.

En cuanto a Cicerón, define la retórica

como una ratio dicendi que

exige amplios y sólidos conocimientos

de todas las artes y ciencias, y especialmente

de la filosofía. Por lo tanto,

la retórica no es para Cicerón una

aplicación mecánica de una serie de

571

RET

reglas de elocuencia. La concepción

de la retórica como virtuosismo verbal

es combatida, en efecto, por Cicerón

en todos sus escritos relativos

al asunto: en el Orator, en el Brutus,

en el De incentione, en las Partitiones

Oratoriae y especialmente en el

De Oratore. En esta última obra, por

ejemplo, afirma Cicerón que, sin el

mucho saber, la retórica se convierte

en un vacuo y risible verbalismo:

uerborum uolubilitas manís atque inrídenda

est (De Oratore, I, 17). Por

lo tanto, no se puede llegar a ser

un buen orador a menos que se esté

al corriente de todos los magnos

problemas y de todas las ciencias y

artes (ibid., I, 20). En suma, la

retórica es para Cicerón no sólo el

arte de hablar, sino también, y sobre

todo, el arte de pensar (con juste-

7.a.}; no es una ciencia especial, una

técnica, sino un arte general guiado

por la sabiduría. Ahora bien, esta

concepción de la retórica —llamada

la concepción filosófica— ejerció escasa

influencia. Los partidarios de la

retórica como arte especial, como conjunto

de reglas mecánicamente combinables

y aplicables, ganaron mucho

mayor ascendiente. Así, se elaboraron

cada vez con mayor detalle los aspectos

especiales de la retórica, tales

como la mencionada división de la

oración o discurso, que también habían

sido tratados por Cicerón, pero

dentro de un conjunto más amplio.

Cuestiones técnicas como la diferencia

entre narración y confirmación

(que exponen los hechos), y exordio

y peroración (que mueven los ánimos),

así como la naturaleza de la

llamada cuestión indeterminada o infinita

(que es una consulta o caso

general) y de la llamada cuestión

determinada o finita (que es la causa

particular) alcanzaron el primado sobre

los problemas "generales" y "filosóficos".

Lo muestra el caso de

Quintiliano (v.) ( Marcus Fabius Quintilianus).

Aunque en su ínstiíuí/o

Oratoria este autor hizo grandes elogios

de Cicerón y se adhirió, además,

a la tesis ciceroniana (y catoniana)

según la cual el orador es el hombre

bueno que posee habilidad para hablar

bien, influyó sobre todo durante

el resto de la Edad Antigua y buena

parte de la Edad Media por su elaboración

técnica de las reglas retóricas,

y fue considerado, por lo tanto, como

RET

el representante de la concepción

"técnica".

Durante la Edad Media la retórica

fue, con la gramática y la dialéctica,

una de las partes en las que se dividió

por algún tiempo, a partir del

siglo ix, el Trivium (v. ) de las artes

liberales. Era, pues, una de las artes

del discurso. Pero su contenido no era

exclusivamente literario. Como arte

de la persuasión la retórica abarcaba

todas las ciencias en la medida en

que eran consideradas como materia

de opinión y aun en la medida en

que se consideraba necesario apelar

a todos los recursos —literarios y lógicos—

para exponerlas y defenderlas.

El puesto ocupado por la retórica

en el sistema de las artes liberales

cambió, sin embargo, ya a partir del

siglo xii, en algunas de las divisiones

de las artes propuestas por varios filósofos

y educadores. Así, por ejemplo,

en el Didascalion de Hugo de

San Victor, la retórica aparecía —junto

a la dialéctica— como vina de

las dos ramas de la llamada lógica

dissertiva (véase CIENCIAS [CLASIFICACIÓN

DE LAS]). Se ha creído durante

mucho tiempo que, no obstante

el importante lugar ocupado por la

retórica en el conjunto de las artes

liberales de la Edad Media, el interés

por la retórica fue escaso. Esta opinión

—que procede en gran parte de

los tratadistas del Renacimiento (Vives,

Valla, Ramus)— es cierta si consideramos

la retórica casi exclusivamente

desde el punto de vista literario.

Pero es más dudosa si la estimamos

como un arte que abarca no

sólo las cuestiones del bien decir,

sino asimismo ciertos problemas tradicionalmente

adscriíos a la lógica.

Desde este último ángulo, la preocupación

por la retórica en la Edad

Media fue considerable, siguiendo

en buena parte las líneas marcadas

no solamente por Cicerón y Quintiliano,

sino también por los autores

que se hallan en los límites entre el

mundo antiguo y el medieval — Casiodoro,

Boecio y Marciano Capella

principalmente. Según R. McKeon,

hay tres líneas de desarrollo intelectual

en la Edad Media fuertemente

influidas en sus estadios iniciales por

la retórica: la tradición de los retóricos;

la tradición de los filósofos y

teólogos que hallaron en San Agustín

un platonismo reconstruido a base

de las filosofías académicas y neo-

RET

platónicas y formulado mediante distinciones

retóricas ciceronianas; y la

tradición de la lógica llamada aristotélica

(que se basaba efectivamente

en el Estagirita para la doctrina de

los términos y las proposiciones, pero

que se apoyaba en Cicerón para las

definiciones y los principios). Estas

líneas se fundieron posteriormente

cuando los problemas lógicos propiamente

dichos predominaron sobre las

cuestiones retóricas en sentido tradicional.

Durante el Renacimiento y primeros

siglos modernos el aspecto literario

de la retórica fue considerablemente

subrayado. Pero salvo escasas

excepciones no se prescindió nunca

de las referencias a la filosofía. Esto

ocurrió en los numerosos tratados de

arte dicendi en los cuales se seguían

comunmente los precedentes de Aristóteles,

Cicerón y Quintiliano, y se

criticaban a la vez muchas de las

reglas y algunas de las definiciones

propuestas por estos autores. Un ejemplo

de ello es el del de arte dicendi,

de Juan Luis Vives, el cual defendió

enérgicamente la tesis de la subordinación

de la retórica a la filosofía.

Otros ejemplos de una retórica filosófica

se encuentran en las obras de

Laurentius Valla o Lorenzo della Valle,

sobre todo en sus Dialecticae disputationes

contra Aristotélicos ( 1499)

y especialmente en los libros de Marius

Nizolius o Mario Nizoli (1488-

1566 o 1498-1576), entre los que

destacan el célebre Thesaurus Ciceronianus

( 1535 ) y el Antibarbarus philosophicus

sive de veris principiis et

vera rationc pliilosopliandi contra

Pseudophilosophos (1553). Valla se

opuso al aristotelismo, doctrina que

declaró lingüísticamente bárbara y

apta para engendrar toda clase de

sofismas, y proclamó la necesidad

de una nueva retórica para forjar un

lenguaje apropiado a la descripción

de la realidad. Nizolius señaló que

la retórica, es decir, la retórica filosófica

es el principio de todos los

saberes, pues es la que analiza la

significación de los términos, y sin

el conocimiento de las significaciones

exactas no es posible ninguna investigación

de la naturaleza de las cosas;

tal retórica es, pues, equivalente a

una semántica filosófica, y permite,

al entender de Nizolius, sustituir la

oscura noción de "abstracción" por

la más clara y más "natural" de

572

RET

"comprehensión" en tanto que recolección

mental de los individuos de

una clase. Una enérgica reforma del

arte de decir fue también proclamada

por Petrus Ramus. Ahora bien,

durante la misma época fue frecuente

el debate entre la concepción de la

retórica como conjunto de reglas y

la retórica como arte del hombre

libre a que nos hemos referido antes.

La oposición Quintiliano-Cicerón fue

por ello renovada. Y como bien pronto

el estudio retórico pasó de los

filósofos a los humanistas y literatos,

la tendencia —o supuesta tendencia—·

de Quintiliano alcanzó con frecuencia

el triunfo. Poco a poco se fue

produciendo un retroceso de la retórica

del campo de la filosofía. Sin

embargo, tal retroceso no fue nunca

una completa retirada. Por un lado,

hemos visto en los ejemplos anteriores

hasta qué punto la retórica pudo

ser considerada como una semántica

general y una lógica superior. Por

el otro, la inclusión de la retórica

como una de las partes de la filosofía

y, sobre todo, la idea de que hay

una cierta relación entre ambas so

ha conservado hasta hace relativamente

poco tiempo en muchos programas

de enseñanza, verbigracia en

la locución "Classe de Rhétorique et

Philosophie" usada por los educadores

franceses. Además de ello, algunos

filósofos se ocuparon de retórica, si

bien no siempre bajo este nombre.

Particularmente importantes son a

este respecto los trabajos de los pensadores

franceses del siglo xvni que,

como hemos dicho en otra parte (véase

SEMIÓTICA), analizaron muy a fondo

los problemas planteados por el

decir e inauguraron nuevas formas

del ars dicendi y ars disserendi. Es

el caso de Condillac, quien en su

Art de Penser y en su Art d'Écrire

trató muchos de los temas tradicionalmente

estudiados por la retórica

—por ejemplo, la elocuencia—, si

bien señaló las diferencias entre las

concepciones de los antiguos y las de

los modernos sobre este punto (Art

d'Écrire, Cap. IV). Entre quienes

volvieron a usar el nombre 'retórica'

como objeto inmediato de la investigación

filosófica figura el filósofo

y teólogo escocés George Campbell

(1719-1796). En su Philosophy of

Rhetoric (1776, nueva ed., 1850)

examinó dicho autor bajo el nombre

'retórica' una gran cantidad de temas:

RET

el chiste, el humor, la risa y el ridículo;

el problema de la elocuencia

en su relación con la lógica y la

gramática; las fuentes de la evidencia

en diversas ciencias y en el sentido

común; el razonamiento moral; el

silogismo; el orador y su público; la

elocución, la crítica verbal y sus cánones;

la pureza gramatical, el estilo

y sus problemas (oscuridad, claridad,

ambigüedad, ininteligibilidad, profundidad,

equivocidad, tautología,

pleonasmo, etc., etc.). y. finalmente,

el uso de las partículas conectivas

en la oración. El fundamento último

del estudio retórico era el problema

de la elocuencia o del bien decir en

tanto que adaptado a uno cualquiera

de los siguientes fines: iluminar el

entendimiento, complacer la imaginación,

suscitar las pasiones o influir

sobre la voluntad. La obra de Campbell

fue, sin embargo, una de las

últimas en las que explícitamente se

relacionaron filosofía y retórica durante

la época moderna. En el curso

del siglo xix, en efecto, y salvo lo

que aparece en los programas de

enseñanza, a pocos filósofos se les

ocurrió incluir la retórica —considerada

cada vez más como una parte

del estudio literario— dentro de su

ciencia. Llegó, al final, un momento

en que retórica y filosofía fueron estimadas

como disciplinas completamente

distintas. Ahora bien, en los

últimos decenios se ha manifestado

en algunos pensadores un renovado

interés por la retórica. Por un lado,

algunos historiadores de la filosofía

(como el citado Gomperz y F. Solmsen

—este último en su obra sobre

la evolución de la lógica y la retórica

en Aristóteles—) han incluido a la

retórica en sus estudios del pensamiento

antiguo. Por otro lado, varios

filósofos han planteado de nuevo el

problema de la finalidad y contenido

de la retórica. Entre ellos figuran

I. A. Richards, Ch. Perelman y

L. Olbrechts-Tyteca. I. A. Richards

manifiesta en su libro The Philosophy

of Rhetoric (1936) —en el cual discute

los propósitos del discurso, lo

que llama la "interanimación de los

vocablos" y, sobre todo, la metáfora

(VÉASE)— que conviene hacer

revivir el antiguo tema de la retórica,

pero que ésta no debe ser ya

entendida en el sentido tradicional,

sino como un "estudio de la mala interpretación

[mala inteligencia] y sus

RET

remedios". Así, por ejemplo, hay que

estudiar malas inteligencias tales como

las que se producen en lo que

el autor llama "la superstición del

significado propio" (de un vocablo

o de una expresión). A tal fin es

menester llevar a cabo lo que los

retóricos anteriores habían a veces

incluido en sus propósitos, pero no

habían ejecutado nunca: analizar el

lenguaje y sus funciones. La retórica

es, pues, verdaderamente, un estudio

filosófico. En cuanto a Chai'm Perelman

(v.) y L. Olbrechts-Tyteca, han

expresado sus puntos de vista sobre la

retórica en sus obras Rhétorique et

philosophie [1952], especialmente

Caps. I, III y VI, y Traite de l'argumentation.

La nouvelle rhétorique, 2

vols. [1958], especialmente "Introducción",

de la que hay trad, esp.: Retórica

tj Lógica [1959], en Suplementos

del Seminario de Problemas Científicos

y Filosóficos. Universidad

Nacional de México. N9 20, Segunda

serie. De acuerdo con estos autores,

el objeto de la retórica es "el

estudio de los medios de argumentación

que no dependen de la lógica

formal y que permiten obtener o

aumentar la adhesión de otra persona

a la tesis que se proponen para

su asentimiento". No es, pues, justo,

según ellos, usar el término 'retórica'

en el sentido despectivo que tiene

en el lenguaje ordinario. Más bien

hay que volver al uso de Aristóteles

y de muchos autores antiguos. Esto

parece tanto más plausible cuanto

que ciertas disciplinas (como la ética,

la política y buena parte de la "filosofía

general") contienen solamente

opiniones plausibles que deben ser

"demostradas" mediante argumentos

también meramente plausibles. Tales

argumentos son los que tienen sus

premisas "abiertas" y constantemente

sometidas a revisión. Con esto se

enlaza el mencionado concepto de

retórica con la idea de Perelman sobre

la diferencia entre filosofías primeras

y filosofías regresivas a que

nos hemos referido al final del artículo

Protofilosofía (v.), diferencia

que constituye uno de los temas de

la filosofía neodialéctica del grupo

de Zürich, partidario, según hemos

indicado, de la adopción de principios

continuamente "révisables".

Para léxicos en la antigua retórica:

J. C. T. Ernesti, Lexicón technologiae

Graecorum rhetoricae, reimp., 1962.

573

REU

— Id., id., Lexicón technologiae Latinot'um

rhetoricae, reimp., 1962.

Sobre historia de la retórica, además

de las obras citadas en el texto

del artículo, véase: R. Volkmann, Oie

Rhetorik der Griechen und Römer in

systematischer Übersicht dargestellt,

reimp., 1962. — Alfonso Reyes, La

antigua retórica, 1942, reimp. en

Obras completas, XIII (1961). —

George Kennedy, The Art of Persuasion

in Greece, 1963. — Armando

Plebe, Breve storia della retorica antica,

1961. — M. Buccellato, La retorica

sofistica ncgli scritti di Platone,

1953. — S. Robert, F. S. C., "Rhetoric

and Dialectic: According to the

First Latín Commentary on the Rhetoric

of Aristotle", The New Scholasticism,

XXXI (1957), 484-98. — L.

Virginia Holland, Counterpoint. Kcnneth

Burke and Aristotle's Théories of

Rhetoric, 1959. — Antonio Russo, La

filosofía della retorica in Aristotele,

1962. — Karl Barwick, Probleme der

stoischen Sprachlehre und Rhetorik,

1957 [Abhandlungen der Sächsischen

Akademie der Wissenschaften zu

Leipzig. Philoll-hist. Klasse. XLIX, 3].

— Alain Michel, Rhétorique et philosophie

chez Cicerón. Essai sur les

fondements philosophiques de l'art de

persuader, 1961. — Richard McKeon,

"Rhetoric in the Middle Ages", Spéculum,

XVII (1942), 1-32Í — C. S.

Baldwin, Medieval Rhetoric and Poetic,

1928. — Th. M. Charland, Artes

praedicandi. Contribution à l'histoire

de la rhétorique au moyen âge, 193Θ

[Publications de l'Institut d'Études

Médiévales d'Ottawa, 7]. — D. L.

Clark, Rhetoric, 1953. — Wilbur S.

Howell, Logic and Rhetoric in England,

1500-1700, 1956 [incluye estudio

de los "ramistas ingleses" y de la

lógica y retórica de Descartes y Port-

Roval].

Para los estudios actuales, además

de las obras mencionadas de I. A.

Richards y Chaïm Perelman-L. Olbrechts-

Tyteca, véase: Stephen E.

Toulmin, The Uses of Argument,

1958. — Henry W. Johnstone, Jr.,

Philosophy and Argument, 1959. —·

Maurice Natanson y Henry W. Johnstone,

Jr., eds., Rethoric and Philosophical

Argumentation, 1964.

 FUENTE:

Características principales

Título del libroDiccionario de Filosofìa 4 tomos
AutorJosè Ferrater Mora
IdiomaEspañol
Editorial del libroEditorial Ariel Barcelona, España

Otras características

  • Género del libro: Diccionarios y enciclopedias

  • ISBN: 8434487551

Descripción

Esta obra consta de 4 libros. Son de Barcelona y la ediciòn es de 2004. Los libros son de pasta dura. Tomo I de la A-D con 957 pàginas, tomo II de la E-J con 1,986 pàginas, tomo III de la K-P con 2,987 pàginas y tomo IV de la Q a la Z con 3,830 pàginas.

jueves, 22 de junio de 2023

En todo caso, aun reconociendo los defectos... CICERÓN LA INVENCIÓN DE LA RETÓRICA CÁTEDRA EN EL CAFÉ

 




En todo caso, aun reconociendo los defectos

que todo trabajo primerizo comporta, no es menos

cierto que la obra presenta notables cualidades y que no merece

una valoración tan negativa como la que sobre ella expresó

el propio Cicerónl3. Es preferible, por lo tanto, creer a

Cicerón cuando dice que su objetivo con esta obra fue recoger

las enseñanzas de los rétores más importantes de su

época, a muchos de los cuales menciona explícitamente. Pa12

Son sin embargo muchos los autores que piensan que Cicerón conocía

el manual dedicado a Herenio; entre otros, y aún recientemente, K.

Kumaniecki, Cicerone e la crisi, pág. 71; también L. L a u r a n d , De M.

Tulli Ciceronis studiis rhetoricis, París, 1907, comparte esta opinión; sobre

las relaciones entre ambos tratados retóricos, cf. nuestra Introducción

a la Ret. a Her (B. C. G., núm. 244).

13 También es posible que este rechazo del propio autor se deba a la

actitud de distanciamiento que Cicerón intenta mostrar con respecto a su

producción anterior en los años en que redacta el De oratore, en especial

todo aquello que pudiera revelar alguna relación con la ideología política

popular, su inicial asianismo y sus concepciones retóricas cercanas a las

de los rhetores Latini.

ra ello, Cicerón habría reunido todo el material retórico que

pudo encontrar y, tras estudiarlo y analizarlo a fondo, adoptó

lo que le pareció mejor de cada autor, añadiendo incluso

sus opiniones personales en aquellos puntos en que no se

mostraba de acuerdo con la tradición.

La fecha de redacción

Tan discutida como las características de la obra es la

fecha de su redacción. De aceptar literalmente el testimonio

de Cicerón, que dice haberlos escrito siendo puer aut adulescentulus,

esto supondría que los commentarioli a los que

se refiere el De oratore habrían sido escritos en tomo al 91,

cuando el futuro orador contaba entre 15 y 17 años, e implicaría

que la teoría retórica contenida en esta obra derivaría

en su mayor parte de los maestros existentes en casa de Craso.

CICERON LA INVENCIÓN DE LA RETÓRICA FRAGMENTO CÁTEDRA EN EL CAFÉ





 Con no menos apasionamiento continuó sus estudios

filosóficos, especialmente con el filósofo estoico Diodoto

(Brut. 90, 309), que tuvo probablemente una enorme

influencia sobre la orientación filosófica de Cicerón. También

de este relativamente tranquilo momento de la historia

de Roma proceden los primeros trabajos literarios de Cicerón:

Alción, un poema de corte alejandrino; una traducción

en verso de los Fenómenos de Arato; un panegírico de su

gran compatriota y familiar, Mario; la traducción del Económico

de Jenofonte; y, por último, la redacción de un manual

de retórica que hubiera debido comprender toda la teoría

de la elocuencia, estos libri rhetorici, de los que sin embargo

sólo llegó a terminar los dos primeros sobre la invención.

Fue también en esta época cuando Cicerón empezó su

actividad forense (Brut. 90, 311). Tras su primera causa, de

derecho privado, el Pro Quinctio, su verdadero comienzo en

la escena romana fue el discurso en defensa de Roscio de

Ameria el año 81. Una vez más parece que se benefició de

las enseñanzas de Molón, que había vuelto a Roma como

embajador rodio. Al año siguiente, Cicerón inició un prolongado

viaje por Grecia y Asia menor. En Asia, el territorio

propio de la oratoria asiana, trató a los rétores Menipo,

Dionisio, Esquilo y Jenocles, todos de tendencia asiana. Antes

estuvo en Atenas, donde visitó a Antíoco, el sucesor de

Filón como jefe de la Academia. También visitó en Rodas a

Molón y al famoso filósofo estoico Posidonio7. Con este

viaje a Asia termina la parte inicial de su formación, en la

cual se inscribe la redacción de esta obra.

Como puede comprobarse, la formación retórica y las

influencias filosóficas que recibió Cicerón fueron muy variadas;

de hecho, con la excepción de la filosofía epicúrea,

es fácil comprobar en este tratado retórico la presencia de

todas las tendencias e influencias mencionadas. Directa o

indirectamente entró en contacto con los mejores oradores

romanos de la época y los más famosos rétores y filósofos

griegos que acudieron a Roma durante esos años: estoicos y

académicos, peripatéticos y epicúreos, asianistas y rodios,

oradores que desdeñaban la enseñanza en griego y oradores

que la defendían, maestros de tesis filosóficas y de ejercicios

declamatorios, juristas y políticos. Evidentemente, la

educación de un joven con esta formación debía de ser bastante

ecléctica, con la impronta del último maestro que hubiera

conocido; no es de extrañar, por tanto, que en La invención

retórica se hayan encontrado influencias de todo

tipo. Y aunque no los menciona, es muy probable que estuviera

influido, en mayor medida de lo que él admitirá después,

por su aproximación a los rhetores Latini y a la eloquentia

popularis desarrollada en Roma desde la época de

los Graco8.

CICERÓN LA INVENCIÓN DE LA RETÓRICA FRAGMENTO CÁTEDRA EN EL CAFÉ






 Los discursos que hizo posteriormente

en causas civiles muestran un tratamiento experto

de cuestiones jurídicas bastante complejas y con el

tiempo la experiencia y aplicación le enseñaron lo suficiente

como para permitirle componer un tratado sobre derecho

civil3. De hecho, Cicerón presenta en La invención retórica

(II 22, 65 ss. y 53, 160 ss.) un tratamiento bastante pormenorizado

de las fuentes del derecho que debe mucho a las

discusiones entre jurisconsultos y rétores de la generación

inmediatamente anterior a la suya.

CICERÓN LA INVENCIÓN DE LA RETÓRICA




 L a f o r m a c ió n r e t ó r ic a d e C ic e r ó n

La primera obra conservada de Cicerón, un juvenil tratado

de retórica al que la tradición conoce con el nombre

de De inuentione o De inuentione rhetoríca, es contemporánea

de la Retórica a Herenio, con la qué comparte numerosos

rasgos y, como ella, atestigua los esfuerzos de los

romanos por hacer propia la teoría retórica helenística a finales

del siglo ii y principios del i. Aunque los datos que

poseemos sobre esta obra son más abundantes que en el caso

de la Retórica a Herenio, cuestiones como la fecha en

que fue escrita, las fuentes de las que se sirvió para su redacción,

las razones por las que la obra quedó sin terminar

y su relación tanto con la retórica de la época como con el

resto de la producción retórica de Cicerón quedan aún sin

resolver.

PRINCIPIOS NOCTURNOS NOVELA




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miércoles, 21 de junio de 2023

Juan Pegueroles el pensamiento filosófico de san agustín FRAGMENTO

 



Juan Pegueroles

el pensamiento filosófico de san agustín

nueva colección labor

© Editorial Labor. S. A. Calabria, 235-239 Barcelona - Depósito Legal: B. 2 193 - 1972. Printed in Spam Talleres Gráficos Ibero-Americanos, S. A. Provenza, 88

15 1972

Barcelona -15

Indice de materias

Presentación 7

1

Una ñlosofía cristiana 11

2

El conocimiento del absoluto 29

3

El absoluto del conocimiento 39

4

El ser y el tiempo 61

5

El hombre, ser para Dios 83

6

El sentido de la historia 99 7

La libertad para el bien 127

Bibliografía

147

Tabla alfabética de obras y ediciones 151

Tabla biográfica cronológica 155

Indice de nombres 157

A mis padres A mis alumnos

Presentación

Estas páginas recogen el texto de un curso sobre filosofía de san Agustín que vengo dando, hace ya algunos años, en la Facultad de Teología y Filosofía de Barcelona (Sección San Francisco de Borja). Quieren ser por tanto, ni más ni menos, una introducción al pensamiento filosófico de san Agustín, una síntesis de sus ideas fundamentales, de sus intuiciones más profundas, presentadas siempre con un decidido empeño de orden y claridad. En el campo inmenso de los actuales estudios agustinianos se corre el peligro de que el árbol impida ver el bosque; por ello puede ser oportuno intentar de nuevo esbozar las líneas esenciales, el contorno del panorama, la estructura total del conjunto.

Un capítulo introductorio estudia la concepción que se hace san Agustín de la filosofía, como búsqueda, no de la ciencia, sino de la sabiduría. Cuando años adelante Kant establezca que la metafísica no es una ciencia y cuando Blondel encabece su gran obra sobre L’Action con aquellas palabras: «Otíl ou non, la vie humaine a-t-elle un sens, et l’homme a-t-il une destinée?», no será aventurado ver en estas dos actitudes una semejanza de planteamiento y de orientación con el pensador del siglo V. Esa búsqueda del fin del hombre, añade san Agustín, sólo podrá ser fructuosa si va precedida de una conversión, de una ¡xsTávo?a. Gran parte de los filósofos y pensadores modernos estarán de acuerdo en afirmar la importancia de una opción personal, que comprometa a toda la persona, en el quehacer filosófico. Sólo podrá conocer a Dios aquel que previamente esté dispuesto a reconocerle como Dios.

El segundo capítulo es una exposición del que suele llamarse argumento agustiniano de la existencia de Dios y forma un todo

7

con el tercero, como lo indican los títulos, de corte hegeliano:

«Conocimiento del Absoluto» y «Absoluto del conocimiento». Es éste uno de los temas en que más moderno aparece san Agustín. Llegada a su fin la larga etapa racionalista de la historia de la filosofía occidental, se está recuperando y salvando del olvido el pensamiento platónico-agustiniano. A un conocedor de san Agustín, el pensamiento de Heidegger sobre el Ser, por ejemplo, no puede menos de presentársele como una especie de secularización de las ideas agustinianas. Ese Sein que nos habla y hacia el cual está orientado ec-státicamente el hombre, en Heidegger todavía no es Dios, en san Agustín nunca ha dejado de serlo.

El capítulo cuarto intenta esbozar la metafísica agustiniana, tan marcada por la oposición, de cuño platónico, tnulabilidad-in- mutabilidad, temporalidad-eternidad. Se recogen aquí muchos textos que dieron pie, hace unos años, a que se hablase y se escribiese acerca de un existencialismo agustiniano.

El capítulo quinto recoge los elementos de una antropología filosófica (procurando en lo posible desgajarla de la teológica), la concepción agustiniana del hombre como ser dinámico, casi diriamos dialéctico, que debe sin cesar enajenarse, dejar de ser lo que es, para llegar a ser lo que todavía no es, hasta trascender finalmente la condición humana en la participación del Ser mismo de Dios.

En el capitulo sexto se aborda el pensamiento agustiniano sobre el sentido de la historia, aun a riesgo de invadir terrenos teológicos. Especialmente aquí me ha guiado una voluntad de fidelidad y de claridad, separando lo fundamental de lo accesorio, ateniéndome siempre a lo cierto sin aventurarme en lo problemático, para delimitar qué es lo perenne e inamovible y qué es ¡o que debe ser completado en la grandiosa visión agustiniana del acontecer histórico.

Finalmente, en el último capitulo, a modo de complemento, desarrollo el núcleo de la antropología teológica agustiniana, centrada en torno al problema de la libertad y la gracia. Aunque el problema propiamente es teológico, san Agustín elabora, para solventarlo, una concepción peculiar de la libertad, que tiene sorprendentes coincidencias con la de muchos filósofos modernos.

En esta exposición de las ideas filosóficas de san Agustín he procurado ante todo naturalmente ser fiel al sentido original de los textos. Pero además he buscado confrontar este pensamiento, al paso y a modo de indicación, con las principales corrientes de la filosofía moderna. Es decir, he intentado comprender a san

8

Agustín desde san Agustín mismo y desde la filosofía moderna, desde su tiempo y desde el nuestro. Los recientes estudios sobre el problema de la hermenéutica nos han enseñado que no hay otro modo de conocimiento histórico. Todo conocimiento es interpretación.

Si, según la conocida expresión heideggeriana, para el filósofo moderno Denken ist Nachdenken, esto es verdad, para el filósofo occidental, ya desde Platón y san Agustín. No en el sentido de que ellos lo dijeran todo. Ha escrito Gilson, hablando de san Agustín (y algo parecido habría que decir de Platón) que hay en él «une justesse d'intuition qui ne s’accompagne pas toujours des justifications téchniques requises».* Pero la intuición si, ahí está, ofrecida a la meditación de los siglos. Platón y san Agustín han sembrado casi todas las semillas y han abierto casi todos los senderos. Estas dos figuras señeras están en la base misma de nuestra civilización occidental.

* L'esprit de '.a philosophie médiévale (París, 1932), p. 95.

9

Textos y siglas

Los textos agustinianos se citan generalmente, por razones prácticas, según la edición de Migne (Patrologiae cursus completus. Series latina). Con dos excepciones: 1) para Las confesiones utilizamos la edición de A. C. Vega (Madrid, 1946); 2) para La ciudad de Dios nos servimos de la edición de Dombart-Kalb (CCL 47-48).

AI traducir los textos nos hemos basado en la versión de la BAC (Obras de san Agustín), revisándola siempre cuidadosamente y corrigiéndola cuando nos pareció necesario. El texto castellano de Las confesiones está tomado fundamentalmente de la traducción de L. Riber (Madrid, 1942).

Las principales siglas utilizadas son las siguientes:

BVita

De beata vita

CAcad

Contra académicos

CCL

Corpus Christianorum. Series Latina

CivD

De civitate Dei

Conf

Confessiones

Enarr (38)

Enarratio in psalmum (38)

Epist (45)

Epistula (45)

loan (29)

In Iiannis Evangelium (tract. 29)

LArb

De libero arbitrio

Mag

De Magistro

MorEccl

De moribus Ecclesiae catholicae et manichaeorum

Ord

De ordine

PL

Patrología Latina de Migne

PLS

Patrología Latina. Supplementum

Sermo (7)

Sermo (7)

Sol

Soliloquia

Trin

De Trinitate

UCred

De utilitate credenci

VRel

De vera religione

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