lunes, 13 de febrero de 2012

Premio Cervantes 1989 AUGUSTO ROA BASTOS Novelista, cuentista, ensayista y poeta paraguayo (Asunción, Paraguay, 1917 – 2005)

Premio Cervantes 1989
AUGUSTO ROA BASTOS
Novelista, cuentista, ensayista y poeta paraguayo
(Asunción, Paraguay, 1917 – 2005)




Pasa su infancia en Iturbe, un pequeño pueblo de la
región del Guairá, escenario de sus primeros relatos.
Aprende las primeras letras con su padre y su madre lo
inicia en las lecturas de la Biblia en guaraní. Más
adelante, en Asunción, cuando lo envían para seguir
estudiando bajo la tutela de su tío, el obispo Hermenegildo Roa, descubre en su
biblioteca a los clásicos españoles.
En su formación confluyen universos lingüísticos y culturales contrastados: el castellano
y el guaraní, la lengua escrita y la oralidad, las tradiciones occidentales y los mitos
indígenas. Siendo todavía un adolescente participa en la guerra del Chaco, que
enfrenta a Bolivia y a Paraguay alrededor de tres años. La violencia de las luchas lo
marcó muy profundamente.
Finalizada la contienda, recupera su trabajo en la Banca y comienza a publicar en
prensa. El periódico El País de Asunción le encarga realizar unos reportajes de los
yerbales del norte; tiene así ocasión de conocer directamente la explotación y el
esclavismo a que son sometidos los trabajadores del mate. En 1945, invitado por el
British Council, viaja a Gran Bretaña y Francia y sus entrevistas y crónicas del final de la
II Guerra Mundial se publican en el diario El País.
En 1942 publica su primer libro de poemas, El ruiseñor de la aurora. Es nombrado
secretario de redacción de El País. Forma parte del grupo Vy’a Raity (El nido de la
alegría), decisivo para la renovación de la poesía y la plástica en Paraguay. En 1947
tiene que abandonar Asunción, amenazado por la represión que el gobierno
desataba contra los opositores. Estos acontecimientos le obligan a huir a Buenos Aires
iniciando un prolongado exilio.
En Argentina sobrevive con todo tipo de oficios, sin abandonar nunca su actividad
literaria. El de cartero fue uno de sus favoritos. Más tarde, trabajó como guionista de
cine, autor teatral, periodista y profesor de diversas universidades de América Latina.
En 1953 publica El trueno entre las hojas, su primer libro de relatos, donde asume un
fuerte compromiso con la realidad socio-política paraguaya y le da un lugar en el
panorama de las letras latinoamericanas. El cuento que da nombre al libro fue
adaptado para el cine por el propio Roa Bastos, que ha sido un destacado guionista
cinematográfico (Shunko, Alias Gardelito, La sed, sobre su novela Hijo de hombre). Esta
última novela iniciaba su trilogía sobre el monoteísmo del poder. Es un relato que viaja
a través de un largo período de la historia del Paraguay, utilizando los mitos, las
leyendas, los símbolos y la naturaleza como centro del mismo. Con este libro ganó el
Concurso Internacional de Narrativa, convocado por la Editorial Losada.
Entre 1966 y 1971 se publicaron varios volúmenes de cuentos, entre ellos El baldío
(1966), Madera quemada (1967), Los pies en el agua (1967), Moriencia (1969), Cuerpo
presente y otros cuentos (1971). Numerosos cuentos, de varios de sus volúmenes, se
recogieron en 1980 en Antología personal. En 1970 vuelve a Paraguay, bajo la
dictadura de Stroessner, de donde será expulsado de nuevo bajo la acusación de
indeseable y revolucionario marxista.
En 1974 publica en Buenos Aires Yo el Supremo, su novela más importante. Según ha
dicho el propio Roa Bastos, “el desdibujamiento de una línea cronológica en la
narración, la abolición de las fronteras del tiempo y espacio fueron los procedimientos
que se me impusieron como los más eficaces para no encerrarla en los marcos de una
época histórica determinada y trascenderla hacia una significación que pudiera llegar
hasta el presente del lector”. Yo el supremo cumple, pues, un triple propósito: indagar
sobre la naturaleza del régimen del que fue dictador del Paraguay durante veintiséis
años, José Francisco Rodríguez Francia y así bucear dentro de la intrahistoria
permanente del Paraguay; indagar una vez más sobre las posibilidades de ensanchar
todavía más los límites de la novela y, finalmente, por medio de las afirmaciones,
contradicciones, paradojas y retruécanos del dictador, cuestionar las posibilidades
expresivas del lenguaje mismo.
En 1976 se traslada a Francia, invitado por la Universidad de Toulouse. Desde entonces
reside en esa ciudad. Nombrado profesor de Literatura Hispanoamericana, crea el
curso de Lengua y Cultura Guaraní y el Taller de Creación y Práctica Literaria. Su
trabajo como profesor no merma su actividad creativa. En 1983 regresa a Paraguay,
de donde nuevamente es expulsado; se le declara persona non grata y se le retira el
pasaporte. España le concede la nacionalidad.
Es miembro de honor de varias universidades hispanoamericanas, europeas y
norteamericanas. Ha recibido prestigiosos premios y condecoraciones, entre los que
destacan, además del Premio Cervantes (1989), el Premio de los Derechos Humanos,
que le otorgó Francia en 1985 por su libro Récits de l’ombre et de la nuit ; el Premio de
la Fundación Pablo Iglesias, compartido con Olof Palme (1986); el Premio de las Letras
Memorial de América Latina (Brasil, 1988); en 1985 se le otorga la ciudadanía francesa
y se le nombra Oficial de la Orden de las Artes y las Letras.
En 1989, el nuevo gobierno de Paraguay le devuelve su nacionalidad y viaja al país en
varias ocasiones. Publica en 1992 La vigilia del almirante, una ficción de la figura y los
viajes de Colón en el marco de las polémicas suscitadas en torno del Quinto
Centenario de la llegada de los españoles a América. En 1993 publica El fiscal; en
1995, Contravida, una suerte de balance de su obra anterior, desde el punto de vista
de un novelista fugitivo que reinterpreta toda su vida mientras regresa, a través de la
memoria, a sus orígenes. En 1996, Madama Sui, en donde reconstruye la vida de una
de las amantes del dictador Stroessner.
Más de veinte títulos, entre novelas, cuentos, obras de teatro y poesía, componen su
obra que ha sido traducida a veinticinco idiomas. Es uno de los grandes escritores
latinoamericanos de este siglo.
Augusto Roa Bastos falleció en la misma ciudad en la que nació, Asunción, el 26 de
abril de 2005, a los 87 años.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

Augusto Roa Bastos
(Paraguay, 1917-2005)

Escritor paraguayo, uno de los grandes narradores latinoamericanos contemporáneos. Fue testigo de la revolución de 1928, trabajó como voluntario en el servicio de enfermería durante la etapa final de la guerra del Chaco (1932-1935) contra Bolivia, y, sin afiliarse a partido alguno, fue poniéndose al lado de las clases oprimidas de su país. En 1947 tuvo que abandonar Asunción, amenazado por la represión que el gobierno desataba contra los derrotados en un intento de golpe de Estado, y se estableció en Buenos Aires, donde sobrevivió con trabajos muy diversos y dio a conocer buena parte de su obra. Otra dictadura lo obligó en 1976 a abandonar Argentina para trasladarse a Francia y enseñar literatura y guaraní en la Universidad de Toulouse le Mirail. En 1982, tras un breve viaje a su país, fue privado de la ciudadanía paraguaya, y se le concedió la española en 1983. En 1989 obtuvo el Premio Cervantes. El estreno de su pieza teatral La carcajada, en 1930, señala el comienzo de su carrera literaria. Sólo o en colaboración, escribiría después otras piezas, como La residenta y El niño del rocío, fechadas en 1942, o Mientras llegue el día, estrenada en 1946, a la vez que trabajaba como administrativo de banca o como periodista para El País, diario de Asunción que le facilitaría los primeros viajes a Europa. En 1937 tenía escrita la novela Fulgencio Miranda, nunca publicada, y en 1942 apareció El ruiseñor de la aurora y otros poemas. En 1944 Roa Bastos formó parte del grupo Vy`a Raity (El nido de la alegría), decisivo para la renovación de la poesía y la plástica en Paraguay. Con esos antecedentes llegó a Buenos Aires, donde dio a conocer un nuevo poemario en 1960, El naranjal ardiente (Nocturno paraguayo), pero sobre todo consolidó su condición de narrador con los relatos El trueno entre las hojas (1953) y El baldío (1966), que se acercaron a los problemas sociales y políticos de su país, y con sus novelas Hijo de hombre (1960) y Yo el Supremo (1974), que le permitieron el análisis de episodios decisivos de la historia paraguaya, desde la dictadura inicial de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840), de quien se ocupó en la segunda, hasta la guerra del Chaco y los tiempos más recientes. Diversas colecciones de relatos conocidos y nuevos completan la producción de Roa Bastos: Los pies sobre el agua (1967), Madera quemada (1967), Moriencia (1969), Cuerpo presente y otros cuentos (1971), Antología personal (1980), Contar un cuento y otros relatos (1984). También ha dado a conocer una nueva pieza teatral, Yo el Supremo (1985), que aprovecha un episodio de la novela del mismo título. En 1992, con ocasión del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, dio a conocer Vigilia del Almirante, novela sobre Cristóbal Colón, iniciando un nuevo periodo de gran creatividad que ya ha dado las novelas El fiscal (1993), Contravida (1994) y Madama Sui (1996). Con ellas Roa Bastos ha insistido en la recreación de momentos y personajes de la historia de su país, enriquecidos a veces con ingredientes autobiográficos y, como ya había hecho en obras anteriores, referencias complejas a la condición del propio discurso narrativo. Desde los artículos reunidos en La Inglaterra que yo vi (1946), fruto de su primer viaje a Europa, son numerosos los ensayos que ha publicado. También ha escrito varios guiones cinematográficos. 

De las obras del escritor paraguayo, la que siempre me ha impresionado es YO EL SUPREMO, aún recuerdo el día que la terminé en una de los asientos individuales del segundo piso de la Biblioteca Carlos Monge Alfaro de la Universidad de Costa Rica allá por el año de 1980. Una obra y un escritor que junto a los demás escritores de su generación (el boom latinoamericano) hicieron del siglo XX el SIGLO DE ORO DE NUESTRAS LETRAS LATINOAMERICANAS.

Presento un pequeño resumen del YO EL SUPREMO:
Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripción garabateada sorprende una mañana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados súbditos del patriarca. Así arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es sólo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino también un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contemporáneos: la dictadura. El déspota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo metáfora de la biografía de América Latina.

CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1989
Discurso de AUGUSTO ROA BASTOS EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ DE HENARES.


- 1 -
El Premio Cervantes es el más alto honor que se ha concedido a mi obra. Tres razones
principales le dan un realce extraordinario ante mi espíritu. La primera es el hecho
mismo de recibirlo de manos de su majestad don Juan Carlos I, rey de España, que
nuestros pueblos admiran y respetan por sus virtudes de gobernante, por su infatigable
tarea en favor de la amistad y unidad de nuestros pueblos de habla hispánica.
Junto al rey Juan Carlos, en preeminente sitial, su majestad la reina doña Sofía, que ama
las artes, las letras y las ciencias, que religa su devoción hacia las obras del espíritu con
su preocupación por el bien social; la Serenissima Reyna -para invocarla con palabras
de Cervantes- enaltece este acto con el honor de su presencia.
Me inclino, pues, ante sus majestades, con el homenaje de mi reconocimiento y gratitud.
En este homenaje va implícito el de mi pueblo paraguayo, lejano y presente a la vez en
este acto con su latido multitudinario; aquí, en esta ciudad, en esta Universidad, ilustres,
de Alcalá de Henares, patria chica de Cervantes, solio de su imperecedera presencia y
foco de su irradiación universal.
Por otra parte, esta toga que visto es también un símbolo; corresponde al doctorado
honoris causa en Letras Humanas por la Universidad de Toulouse-Le Mirail -que me ha
sido concedido en significativa coincidencia el mismo día del otorgamiento del Premio
Cervantes-. Ello me permite, por tanto, reunir simbólicamente a tres países muy caros a
mi afecto, España, Francia y Paraguay, lo que imparte una significación internacional e
interuniversitaria a este acto.
La segunda afortunada circunstancia que realza para mí el otorgamiento del máximo
galardón es su coincidencia, también augural, con un cambio histórico, político y social
de suma trascendencia para el futuro de Paraguay: el derrocamiento, en febrero del
pasado año, de la más larga y oprobiosa dictadura que registra la cronología de los
regímenes de fuerza en suelo suramericano.
Este acontecimiento es singularmente significativo para la vida paraguaya en lo político,
social y cultural, y marca la apertura de un camino hacia la instauración de la libertad y
de la democracia bajo la construcción de un genuino Estado de derecho, como garantía
de su legitimidad.
Señala este hecho, en consecuencia, el comienzo de la restauración moral y material de
mi país en un sistema de pacífica convivencia; la entrada de Paraguay en el concierto de
naciones democráticas del continente. Significa, asimismo, el fin del exilio para el
millón de ciudadanos de la diáspora paraguaya, que ahora pueden volver a la tierra
natal, derrumbado el muro del poder totalitario que hizo de Paraguay un país sitiado.
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1989
Discurso de AUGUSTO ROA BASTOS
- 2 -
La concesión del Premio Cervantes, en la iniciación de esta nueva época para mi patria
oprimida durante tanto tiempo, es para mí un hecho tan significativo que no puedo
atribuirlo a la superstición de una mera casualidad. Pienso que es el resultado -en todo
caso es el símbolo- de una conjunción de esas fuerzas imponderables, en cierto modo
videntes, que operan en el contexto de una familia de naciones con la función de
sobrepasar los hechos anormales y restablecer su equilibrio, en la solidaridad y en el
mutuo respeto de sus similitudes y diferencias.
Mucha falta les hace este equilibrio a las colectividades de nuestra América, frágiles y
desestructuradas por su dependencia y sometimiento a los centros mundiales de
decisión, causa central de sus problemas internos, de su inmovilismo, de su atraso, de su
desaliento.
La España democrática trabaja lealmente, fraternalmente, contribuyendo de una manera
considerable a la restitución de este equilibrio en la coexistencia y coparticipación de
nuestros países de ambos lados del Atlántico en un mecanismo, desde luego perfectible,
de integración sistemática y progresiva en todos los planos. El sistema de cooperación
con América que España ha iniciado hace ya muchos años es un ejemplo activo de ello.
El Premio Cervantes, que España comparte con América, es otro ejemplo de lo mismo.
Y todo esto se verifica con notorio y creciente éxito en el plano económico, social y
cultural bajo esas leyes de interrelación y comunicación que surgen del patrimonio
histórico común y nos comprometen a la realización de las grandes empresas
comunitarias que nos aguardan en el umbral del nuevo siglo ante las vertiginosas
transformaciones del mundo contemporáneo.
Entre lo utópico y lo posible, éste es un reto de la historia. O lo que es lo mismo, un
desafío del porvenir. Y es necesario recoger y cumplir este desafío con serenidad, con
perseverancia inflexible, pero también con la plasticidad de una inteligente adecuación a
las cambiantes circunstancias de la historia, y en el orden de las prioridades necesarias:
en primer lugar, la coherente integración y unidad de las naciones latinoamericanas -que
es hoy el debate central de nuestra causa-; luego, en un proceso de construcción de largo
alcance, la integración iberoamericana y peninsular en una comunidad orgánica de
naciones libres, llamada a ser el factor preponderante de equilibrio y de paz para
nuestros países en el futuro.
El tercer motivo enlaza para mí la satisfacción espiritual con un cierto escrúpulo moral -
acaso un prejuicio-, fundado en la desproporción que siento que existe entre el valor
intrínseco del premio y la conciencia de mis limitaciones como autor de obras literarias.
Me alienta, no obstante, el estar persuadido de que se ha querido premiar a la cultura de
un país en una obra que la representa, y en ella acaso a la particularidad -que me
lisonjea- de haber sido troquelada en el molde de la obra maestra cervantina.
Desde esta persuasión veo el Premio Cervantes como un doble galardón a mi obra y a la
cultura de mi patria. Y como tal lo celebro en tanto paraguayo de origen y en cuanto
español por adopción, ciudadano de nuestras patrias, hijo y defensor de su unidad en la
vida cotidiana y en el tiempo de la historia.
- 3 -
La proclamación del premio otorgado por unanimidad dio las razones de su elección.
Ante tal situación, los señores del jurado comprenderán sin esfuerzo la sinceridad de mi
reconocimiento y gratitud por su decisión que quiero hacer públicos en esta señalada
ocasión.
No por ello me siento con derecho alguno a la confusión de la vanidad, salvo al íntimo
orgullo de sentir que el Premio Cervantes -el más señero galardón en el mundo de
nuestras letras castellanas- viene a coronar una larga batalla de extramuros en la que
llevo empeñada mi vida y a la que he dedicado mi exilio de más de cuarenta años
llegado, por ahora, felizmente, a su término. En este largo exilio hice toda mi obra.
La concesión del premio me confirmó la certeza de que también la literatura es capaz de
ganar batallas contra la adversidad sin más armas que la letra y el espíritu, sin más
poder que la imaginación y el lenguaje. No es entonces la literatura -me dije con un
definitivo deslumbramiento- un mero y solitario pasatiempo para los que escriben y
para los que leen, separados y a la vez unidos por un libro, sino también un modo de
influir en la realidad y de transformarla con las fábulas de la imaginación que en la
realidad se inspiran. Es la primera gran lección de las obras de Cervantes.
Y es esta batalla el más alto homenaje que me es dado ofrendar al pueblo y a la cultura
de mi país que han sabido resistir con denodada obstinación, dentro de las murallas del
miedo, del silencio, del olvido, del aislamiento total, las vicisitudes del infortunio y que,
en su lucha por la libertad, han logrado vencer a las fuerzas inhumanas del despotismo
que los oprimía.
Hace un momento hablaba de un hecho que me enorgullece: el haber plasmado mi
novela Yo el Supremo en el modelo del Quijote con esa apasionada fidelidad que puede
llevar a un autor a inspirarse en las claves internas y en el sentido profundo de las obras
mayores que nos influyen y fascinan.
El núcleo generador de mi novela, en relación con el Quijote, fue la de imaginar un
doble del Caballero de la Triste Figura cervantino y metamorfosearlo en el Caballero
Andante de lo Absoluto; es decir, un Caballero de la Triste Figura que creyese,
alucinadamente, en la escritura del poder y en el poder de la escritura, y que tratara de
realizar este mito de lo absoluto en la realidad de la ínsula Barataria que él acababa de
inventar; en la simbiosis de la realidad real con la realidad simbólica, de la tradición oral
y de la palabra escrita.
Imaginé que este vicediós del Poder hubiese leído la sentencia que se lee en el Persiles:
"No desees, y serás el más rico hombre del mundo". Cervantes lo deseó todo y fue el
hombre más pobre del mundo, al menos en lo material, pero volvió ricos a los hombres
de todos los tiempos con su obra imperecedera.
El Supremo Dictador de la República sólo deseó el poder absoluto y lo tuvo en sus
manos sin dejar de ser también el hombre más pobre del mundo, puesto que su riqueza
era de otra especie. Le bastó al déspota ilustrado que el país de cuya emancipación había
sido el inspirador y ejecutor fuese el más independiente y autónomo en la América de su
tiempo. Aquí comenzó la contradicción de lo absoluto en el espacio de la historia que es
el reino por antonomasia de lo relativo: la libertad como producto del despotismo; la
independencia de un país bajo el férreo aparato de una dictadura perpetua.
- 4 -
Mi Caballero Andante, tocado por la locura iluminista, luchó también con gigantes y
fierabrases que salían a combatirle no desde los libros de caballería, sino desde la
concreta realidad de los pueblos iberoamericanos mestizos, independizados
políticamente pero que seguirían siendo, por mucho tiempo aún, colonizados y
neocolonizados en su vida individual y colectiva.
Místico extraviado en los laberintos de su ínsula terrestre, el solitario y adusto ermitaño
de Paraguay trocó entonces su pasión jacobina en la pasión de lo absoluto, que acabó
por enajenarlo en esa demencial alucinación, y se sustituyó, como lo hizo Robespierre,
al Ser Supremo que había arrojado por la ventana.
A diferencia del Quijote, la entidad ya casi ectoplasmática del Supremo paraguayo, en
la historia y en mi novela, logra, sin embargo, realizar el sueño de los Caballeros
Andantes Libertadores: crear una patria auténticamente libre y soberana; fundar y
consolidar la autodeterminación de su pueblo. Ese oscuro abogado, ex seminarista, de
austeridad incorruptible, no cobraba su salario, apenas comía, pero se permitió ignorar
el ultimátum de Bolívar cuando éste le intimó a poner en libertad al sabio Amadeo
Bonpland; o cuando dio asilo a su antagonista, el prócer uruguayo José Gervasio
Artigas, cuando éste fue traicionado y perseguido por los enemigos de la causa
americana.
Mi expectativa, en tanto autor, era ver estallar esta entidad del poder absoluto en
contradicción con la ineluctable coacción de lo relativo. Pero el personaje ficticio no
estalló en el encontronazo de esas dos dimensiones contrarias pero indisociables. La
infinitud de lo absoluto dentro del espacio concreto de la relatividad histórica sólo era
posible en la dimensión a la vez imaginaria y real de la escritura.
El protagonista de mi novela, inspirado en el personaje central de la historia paraguaya -
el Supremo Don José Gaspar Rodríguez de Francia, hecho Dictador Perpetuo de la
República, según el modelo de la antigua ley romana- resultó más fuerte que la muerte,
porque ya estaba muerto sin saber que lo estaba.
Desde esos estados de la vida más allá de la muerte, de los que habla el Dante, desde ese
solio de transmundo instalado en una cripta, donde moraba como un yacente y sombrío
Dios Término, subía esa voz, ese monólogo críptico inacabable: la palabra oral dictada
por el Supremo a la escritura: esa palabra que se oye primero y se escribe después,
como en los grandes libros de la humanidad escritos para el pueblo para que los
particulares lo lean. El pueblo se salvó, pero en el diktat de el Supremo quedó enterrada
la malsana semilla del despotismo.
Rencorosos ventadores quisieron en vano arrancar la raíz de esa terrible mandrágora del
poder. Una luz mala siguió poblando de fuegos fatuos las noches paraguayas y llenando
su aire tenue con dictadores grotescos y paródicos. Personajes de una picaresca
descomunal veteada de sangre y con olor a fiera. Cervantes no pudo soñarla porque no
le dejaron conocer América, donde él soñaba que se había refugiado el último reino de
los Caballeros Andantes en medio de esas soledades de selvas y ríos y desiertos y
montañas inconmensurables como el mundo.
- 5 -
Vayamos al fin del imposible paralelo entre los dos personajes emblemáticos, entre
estas dos figuras opuestas y extremas -una sombría, luminosa la otra- que quizá se
toquen en algún punto en la esfera de la imaginación; esa esfera cuyo centro está en
todas partes y su circunferencia en ninguna, como decía de la suya Pascal.
¿Podía hacer yo otra cosa, a la sombra del gran modelo, que imaginar un doble
totalmente opuesto al carácter, a los sentimientos, a la cosmovisión renacentista y
erasmiana de Don Quijote? Su locura era sabiduría (esa que Erasmo, en su Elogio de la
locura, alabó en su amigo Tomás Moro con la palabra derivada de su nombre: Moira, a
partir del título Encomius moryae). La locura de el Supremo Dictador no era sino
alucinación de lo absoluto, obnubilación ególatra de la razón, cerrazón de la luz.
Don Quijote continúa cabalgando, "desfaciendo entuernos", enamorado del amor, de la
dignidad, de la libertad, en los que la vida y el ser humano tienen sus raíces
primordiales.
El Supremo Dictador, en su cripta, con el amargo sabor de lo absoluto fermentado en la
boca, dice a modo de despedida: "Detrás de mí vendrá el que pueda". Y con la tumba al
hombro comienza a errar sin término por los laberintos de la historia que lo aniquila y lo
desvanece en el ruido y la furia de lo relativo.
Don Quijote, disuelto en Alonso Quijano o Quijada -del que es oriundo-, sucumbe en la
mansa y resignada dimisión de su muerte. Lo vemos humillar sus banderas sobre la
sólida losa del sentido común. Don Quijote, transformado otra vez en Alonso Quijano,
el Bueno, inclina las banderas rebeldes de su Moira sobre la sensatez de los tópicos
tranquilizadores a los que el ánima contrita se aferra en la agonía del tránsito temiendo
que la muerte sea el fin de todo.
Don Quijote lo hace, sin embargo, con la última irónica y plácida sonrisa de su
desvanecida locura-sabiduría guiñando un ojo al lector, a la posteridad, al mundo, sobre
lo humano y lo divino, en el trascendente mutis final.
Don Quijote sabe que la muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de una vida de
imposible fin; en ella Cervantes tenía puestos su fe, su anhelo de posteridad. La
posteridad no se regala a nadie, pero él supo ganarla con la plenitud y largueza que su
obra merece. Cumplido ya el "paso de las efemérides de mis pulsos" -escribe en el
prólogo del Persiles- "tiempo vendrá quizá donde, anudando este roto hilo, diga lo que
aquí me falta y lo que sé convenía. ¡Adiós gracias, adiós donaires, adiós regocijados
amigos; que ya me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!".
Con ello, don Miguel de Cervantes (desencarnado ya de su alter ego se desvanece y
sobrevive en su personaje emblemático) nos da, desde el revés de la trama de la novela,
su máxima y melancólica lección que brilla entre las líneas del libro y en el
desdoblamiento de origen sabiamente previsto en la génesis de la obra. Lo prodigioso
de esta obra radica, justamente, en esos sutiles y casi imperceptibles vínculos de todas
sus partes en torno al núcleo del sistema solar de su imaginario.
Alonso Quijano o Quijada (no Don Quijote) acepta la derrota de los ideales
caballerescos, admite el triunfo de los estereotipos, anula toda voluntad transgresiva,
toda rebeldía, la desmesura de locas y sabias aventuras bajo el resplandor del ideal
- 6 -
heroico. Alonso Quijano no es más que un hombre de corazón simple. Cervantes no
podía abolir la existencia ya inextinguible de Don Quijote. Hace morir a Alonso
Quijano, que es lo natural en toda vida humana, pero "alegrándose en profecía" -
parafraseo las palabras de su última dedicatoria, escrita tres días antes de su muerte, al
conde de Lemos- de que las andanzas del Quijote continuarán sin término contra
follones, malandrines y traidores de toda laya.
El símbolo de esta derrota final no es entonces sino la ceniza de la que el fénix del
Caballero Andante renacerá sin cesar. Muere Alonso Quijano, el hombre común,
corriente y moliente, pero no Don Quijote ni tampoco Sancho, quienes -en la unidad de
los contrarios- seguirán cabalgando juntos en la aventura de rescatar de las sombras el
misterioso, el inagotable resplandor de la vida, de la belleza, de la lealtad, del valor, de
la esperanza, de la libertad.
De Cervantes aprendí a evitar la facilidad de ser un escritor profesional, en el sentido de
un productor regular de textos; a escribir menos por industria que por necesidad interior,
menos por ocupar espacio en la escena pública que por mandato de esos llamados
hondos de la propia fisiología creativa que parecieran trabajar por fotosíntesis, como en
la naturaleza. ¿Serán estos llamados los que también a veces por soberbia desoímos?
De todos modos no están sujetos estos llamados a la puntual regularidad de las
estaciones de cualquier especie que fueren, sino a los centros de luz y de calor de cada
época de la vida; a la madurez de cada etapa en la literatura de un autor. Entre estos
momentos creativos intermitentes del escritor no profesional se interponen los
obstáculos del propio vivir, los imperativos de la subsistencia.
Hay también esos vacíos interiores, esos silencios tenaces que pueden durar toda una
vida, puesto que se confunden con ella; silencios involuntarios, eclipses de la voluntad,
visitados siempre por el remordimiento de una culpa no elegida, pero tampoco
ineludible.
A causa de estas alternativas involuntarias, no puedo considerarme más que un artesano.
Lo que también es mucho decir. Un artesano entregado, cuando puede -no cuanto
puede, que es poco- al oficio de modelar en símbolos historias fingidas, relatos a medias
inventados; historias imaginarias de sueños reales, de lejanas y recurrentes pesadillas.
Estas incursiones de la escritura tratan de penetrar lo más profundamente posible bajo la
piel del destino humano, de las experiencias vividas, del siempre renovado enigma de la
existencia, creando su propia realidad sin perder por ello su carácter imaginario de
"historias fingidas", como decía Cervantes, de las que él mismo escribía. Escribir un
relato no es describir la realidad con palabras, sino hacer que la palabra misma sea real.
únicamente de este modo la palabra real puede crear los mundos imaginarios de la
fábula.
La ficción de Cervantes se despliega así como un vasto y viviente pulular de la realidad
española en todos sus aspectos, en toda su gama de matices, en todas sus capas sociales:
desde los grandes de la nobleza en el esplendor de sus atributos a ese bajo pueblo color
de tierra y de miseria que también da señores; de la gran figura histórica individual al
pueblo como personaje multitudinario. Hay en este gran fresco cervantino desde lo
dramático a lo paródico; desde lo grave a lo grotesco; desde la sátira acerba, pero
- 7 -
siempre comedida y sin resentimientos, a la más fina esencia del lirismo del amor y del
humor. Su sentido simbólico es siempre actual y futuro en función de la universalidad
de la imaginación mítica, de tal modo que la mitología de los tiempos modernos no ha
hecho más que confirmarlo y enriquecerlo.
En este caleidoscopio colectivo don Miguel supo mirar las cosas del revés: desde el
presente hacia el pasado y desde el futuro hacia el presente, en esos espejos del tiempo,
de la memoria y de la premonición que se comunican sus imágenes en la Imago del
mundo. Sabiduría que hizo decir a su coetáneo Gracián: "Sólo mirándolas del revés se
ven bien las cosas de este mundo".
Esta combinatoria de espejos nos muestra, en la primera novela de los tiempos
modernos, la escena dentro de la escena: Don Quijote va a la imprenta a ver cómo salen
en letras de molde sus próximas aventuras. Lee lo que se escribe sobre ellas. En otro
libro, un personaje oscuro habla de Cervantes como de "un tal Saavedra". Innumerables
figuras atraviesan los espejos y funden la ficción con la realidad en el azogue verberante
de la fantasía.
De allí salen, sin embargo, esos personajes, tan reales, a quienes uno siente que podría
darles la mano en cualquier esquina del universo. Mirar las cosas del revés es como
mirarlas al trasluz de la propia vida interior, llena de ojos invisibles pero visionarios.
Mirar las cosas del revés, pero en su justo derecho, es lo que supo hacer Cervantes.
Entre las magias siempre renovadas de las lecturas del Quijote, hay una que no advertí
conscientemente hasta mucho más tarde, ya entrado en la adultez: la ausencia de niños.
No los había visto acaso porque en la atmósfera luminosa de esta obra reverbero la
cosmovisión lúdica de la infancia en la primavera del mundo. El mundo niño del que
hablaba Montaigne.
En el Quijote los adultos son niños jugando a las fantasías de su imaginación, y quien
escribió este libro es otro niño deslumbrado por la virtud transfiguradora de la ilusión.
Cervantes no pudo entrar en América, pese a que reclamó este don con esperanzada
insistencia. Se lo negaron tal vez a causa de su mano malograda en Lepanto, en "la más
alta ocasión que vieron los siglos"; mutilación que era para él su más gloriosa presa.
También en este sueño de los viajes, el deslumbrado visitante de Roma y de Nápoles, el
ex cautivo de Argel, no pudo realizar el anhelo de su viaje a América acaso porque ya se
estaba preparando para el Gran Viaje, cada vez "más liviano de equipaje"; pese a que
"con todo eso -dice dulcemente después de la extremaunción- llevo la vida sobre el
deseo que tengo de vivir".
Veo a don Miguel de Cervantes Saavedra en la conmovedora y memorable semblanza
del hombre y del escritor que esbozó aquí, en este prestigioso foro complutense, mi
amigo Ernesto Sábato, con su inteligencia hecha de pasión y lucidez en permanente
combustión. Esta semblanza nos da no solamente su figura y su genio, sino también la
proyección en el tiempo de la vida feliz y desdichada que a Cervantes le tocó vivir,
sufrir y escribir en perpetua esperanza y desesperanza, como si ellas fueran la esencia de
la que su destino estaba tejido. Pero este hombre vivía en su milagro con humildad y
- 8 -
mansedumbre, y de esta debilidad sacaba la energía indomable que se reflejaba en su
escritura y en su rostro.
A diferencia del retrato atribuido a Juan de Jáuregui, el de Sábato parece poseer una
cuarta dimensión -la realidad de un sueño fundido en sobreimpresión con la irrealidad
del sueño de la muerte-, que nos transporta a la visión, a la vez real y fantástica, de ese
hombre vivo en el tiempo inextinguible de su obra.
Leemos, vemos en la semblanza de Ernesto, al "tierno, desamparado, andariego,
valiente, quijotesco Miguel de Cervantes Saavedra", construyendo fervorosamente en la
escritura, hasta el último minuto de su vida, las inagotables fantasías que poblaban su
espíritu para brindarlas a los otros.
No pudo entrar Cervantes en América, pero sí lo hicieron sus libros llevando su
presencia y su genio. Estos libros, empero, no entraron en Paraguay. La ausencia
inaudita duró casi dos siglos desde la edición príncipe del Quijote, mientras las
sucesivas ediciones de toda su obra invadían literalmente América.
Los hechos culturales producen a veces estas incógnitas inexplicables, estas fallas que a
veces se les escapan a las agujas del azar en el entramado novelesco de los hechos
históricos. De pronto, sin embargo, en algún festejo popular de Paraguay he visto a
algún caballero de la Triste Figura montado en rocín flaco, con yelmo de trapo y lanza
de caña de Castilla, jugando a los fuegos de San Juan. ¿Por dónde se filtraron estos
fantasmas o estrellas errantes de la imaginación mítica?
He solido pensar -para encontrar las razones de esta ausencia inverosímil- que la
Asunción colonial, Madre de Pueblos y Nodriza de Ciudades, según la bautizaran
cédulas reales, estuvo siempre ocupada en asuntos de mucha monta para que su gente de
pro (y aun la que no lo era) pudiera ponerse a leer libros de esparcimiento; esos libros
de "romances mentirosos y de vana profanidad", según rezaban las cédulas que
prohibían en vano la entrada de la imaginación en América, el continente por
antonomasia de la imaginación y del deseo.
Lo cierto es que el Quijote tampoco pudo entrar en Paraguay. No se lo leyó hasta
después de su independencia, en 1811. La maternal Asunción tuvo que fundar y
refundar ciudades (la segunda Buenos Aires, entre varias otras), las ciudades nómadas
del interior perseguidas por los bandeirantes paulistas y por las belicosas tribus no
reducidas. Se estableció el imperio jesuítico o República Cristiana de los Guaraníes.
Estalló la Revolución de los Comuneros producida por los mancebos de la tierra en la
huella de los comuneros de Castilla.
Ya en el periodo independiente, y convertida en la nación más adelantada material y
culturalmente de América del Sur, una guerra de cinco años produjo la ruina total del
país hispano-guaraní. A partir de este holocausto, la historia de Paraguay no fue más
que una "obnubilación en marcha", como sentencia Ciorán; una "pesadilla que arroja a
la cara ráfagas de su enorme historia", según las palabras de Rafael Barrett, uno de los
grandes españoles que adoptaron el dolor paraguayo.
Alguna conseja de la tradición oral murmura en mi país que, en algún hoy de los
antiguos tiempos, el Gran Karaí (señor, en guaraní) del Supremo Poder tenía en su
- 9 -
austero y casi monacal despacho, colmado de libros y legajos, un atril proveniente de
alguno de los templos confiscados.
El Supremo Dictador nacionalizó la Iglesia y promulgó el Catecismo Patrio Reformado,
pues el vicediós unipersonal no sólo creyó haber implantado su reino del poder
absoluto, del absolutamente poder; decidió fundar, asimismo, su propia religión acerca
de la cual la copla popular ironiza festivamente.
De la aventura teológica, no quedó más que el atril en el ruinoso despacho de la Casa de
Gobierno. Y diz también la conseja que sobre ese atril reposaba un gran libro abierto del
que colgaba hasta el piso un señalador de púrpura. La memoriosa tradición oral no dice
de qué libro se trataba. A la tradición le basta saber que sabe. De que el libro era leído
con frecuencia sí daban testimonio las páginas que diz que se hallaban muy sobadas y
llenas de extrañas notas escritas en los márgenes. También el mar de velas en el que
debió bogar el lampadario de bronce, erguido en el tenebrario.
Esas velas de una tenaz vigilia, de una perpetua vela de armas, dejaron en torno al atril
una capa de lava, de azufre, de sebo, completamente recubierto de moho y de parietarias
casi fosilizadas. Eso dice la leyenda acerca del extraño libro que el Supremo Dictador
leía y anotaba como un antiguo monje copista, o -según yo lo presumo- como otro
furtivo Avellaneda que pretendía repetir por tercera vez el libro irrepetible, sin recordar
la sentencia de Cide Hamete Benengeli sobre las aventuras del Quijote: "Sólo él pudo
vivirlas, sólo yo pude escribirlas".
En la certidumbre de que no podía ser otro el libro, yo no hice más que poner, en mi
novela, sobre el legendario atril, un libro, el Libro de todos los tiempos: el inmortal Don
Quijote de la Mancha de don Miguel de Cervantes Saavedra, Supremo Señor de la
Imaginación y de la Lengua.

NOTICIAS PARA LOS MACONDEROS.


Año de Gabriel García Márquez en Rusia

Autor: Omar Godínez
13.02.2012, 14:21

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En la Embajada de la República de Colombia en la Federación de Rusia, el pasado 10 de febrero se efectuó un encuentro donde estuvieron presentes algunos de los representantes de las instituciones implicadas en los preparativos de la celebración del aniversario ochenta y cinco del insigne escritor colombiano, Premio Nóbel de literatura, Gabriel García Márquez.
La reunión fue presidida por el jefe de la misión diplomática, el señor Rafael Francisco Amador Campos, excelentísimo embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Colombia en la Federación de Rusia, quien abrió esta sesión encaminada a confirmar los programas propuestos, fechas, sedes, el contenido de los mismos así como los participantes y demás pormenores.
El propósito de esta actividad fue la de discutir el borrador de la agenda de Año Gabriel García Márquez en Rusia 2012, concretarlo y elaborar el programa definitivo.
El jefe de la misión diplomática recalcó que este es un programa de cooperación cultural y por ello el esfuerzo está encaminado a que cada uno de los protagonistas y de las personas implicadas en estos festejos, aporten sus espacios, los invitados y cuanto se requiera para estos efectos.
Intervinieron en esta reunión los representantes de las organizaciones que se suman a esta celebración: el Instituto Cervantes, la Biblioteca de Literatura Extranjera, el Metro de Moscú, el Instituto de Latinoamérica, el Instituto de Literatura Mundial de la Academia de Ciencias, El Club de Escritores de la Casa de los Literatos, La RUDN, El Conservatorio Chaikovski, la Universidad Estatal de Moscú Lomonosov, con la presencia de la Facultad de lenguas extranjeras y estudios regionales, la Universidad Humanitaria Sholojov, con la Facultad de cultura y arte musical, la Unión de Escritores, el Instituto Estatal de Moscú de Relaciones Internacionales, el Centro Cultural Latinofiesta, la Asociación de estudiantes colombianos de la RUDN y la editorial AST.
En nombre del Instituto Cervantes que ocupa un lugar significativo en este evento intervino Tatiana Pigariova, para confirmar las variadas actividades que propone el Cervantes en esta ocasión, como lo son en el mes de marzo la organización de un conversatorio y la presentación oficial de la agenda 2012, así como la pagina web del año del nóbel, financiada por la embajada. También están previstas proyecciones de filmes, exposiciones fotográficas y ventas de libros de la editoral AST.
Para abril está programada, en la Biblioteca de Literatura Extranjera, una exposición de obras de García Márquez, traducidas a diferentes idiomas, y una exposición de fotografías del maestro. En el Instituto Cervantes en octubre será inaugurada una exposición de artes plásticas bajo el titulo Gabriel García Márquez, treinta visiones, donde participarán artistas de diferentes nacionalidades.
Al final de su intervención, la representante del Instituto Cervantes, Tatiana Pigariova, resaltó la importancia de estos festejos sin precedentes y elogió la labor del señor embajador en este sentido.
La Biblioteca de Literatura Extranjera, en el marco de estos festejos, se propone celebrar la Semana de la Cultura Hispana del 23 al 26 de abril, en conjunto con el Instituto Cervantes. Durante la semana, los visitantes podrán disfrutar de una exposición bibliografica, una exposición de fotos y un ciclo de cine dedicado al Gabo.
En esta actividad intervino también el director del Instituto de Latinoamérica, Vladímir Mijailovich Davídov y constató que su institución planifica la edición de selecciones publicadas en la Revista América Latina sobre Gabriel García Márquez. El Club de Escritores de la Casa de los Literatos organizará una velada literaria musical dedicada al aniversario del célebre escritor colombiano, en tanto la RUDN ofrecerá una velada dedicada a Colombia el próximo mes de abril.
El Conservatorio Chaikovski se sumará a los festejos, al ofrecer un concierto literario musical el 25 de mayo, dedicado al maestro, en el marco del Festival Universo del Sonido en el palacio Yauza, con la presencia de la orquesta sinfónica juvenil de Antioquía, en el marco de un proyecto de intercambio cultural. Especialmente para esta actividad, fue propuesta la inclusión de bailarines colombianos para diversificar y enriquecer este concierto y además realizar otro evento nombradoReunimos a los Amigos, en la Sala Rachmaninov.
Para el mes de marzo, la Universidad Estatal de Moscú Lomonosov dictará una conferencia especial para los estudiantes de la facultad de lenguas extranjeras y estudios regionales. Otro plantel docente, la Universidad Shólojov, abrirá una sesión dedicada a la obra del nóbel colombiano en el marco de la conferencia científica internacionalTradiciones e Innovaciones en el Espacio Cultural Educativo Moderno. El profesor de la cátedra de instrumentos musicales de esta universidad, Emil Chalbach, propuso una conferencia científica denominada Márquez: rasgos nacionales en el contexto de la cultura global, a celebrarse en la Unión de Escritores del 26 al 27 de abril. Su propuesta fue recibida con beneplácito por el señor embajador, quien resaltó la importancia de este evento, ya que García Márquez siempre se ha preocupado mucho por el tema educativo, y ha participado en la organización de los comités para la reforma de la educación y el periodismo en Colombia.
El Instituto Estatal de Moscú de Relaciones Internacionales ofrecerá tres actividades dedicadas al célebre escritor colombiano, entre abril y septiembre. Una de estas actividades contará con la intervención del embajador Rafael Amador ante los estudiantes de la cátedra de español, la segunda consistirá en una Conferencia Internacional con la participación de diferentes ponencias sobre la obra del escritor colombiano, y como conclusión una Mesa Redonda, en el marco de la Conferencia anual de la Asociación Rusa de Investigaciones Internacionales.
El Centro Cultural Latinofiesta planifica para el mes de noviembre proyectar una película con guión de Gabriel García Márquez, en el marco del festival de cine que organiza dicha institución. No conformes con ello, durante ese mes lanzarán una colección especial de libros del nóbel en la librería online en www.latinofiesta.ru, y para junio, julio y agosto, tienen prevista una exposición de pinturas latinoamericanas bajo el concepto del "realismo mágico", así como la cobertura y promoción de los eventos culturales de la embajada en la paginawww.latinofiesta.ru.
El Centro Cultural Latinofiesta también tiene entre sus planes una conferencia dedicada a las obras literarias y cinematográficas de García Márquez y para el mes de mayo sorprenderá a los amantes de la obra del Gabo de San Petersburgo con una conferencia en el marco de la muestra de cine latinoamericano dicha ciudad.
La asociación de los estudiantes colombianos de la RUDN proponen una serie de actividades para el mes de marzo, tales como un Cine Foro que contará con la proyección de las películas El amor en los tiempos del cóleraCrónicas de una muerte anunciada y Del amor y otros demonios, así como la apertura de un evento que contará con cinco stand dedicados a la historia de Colombia, con la inclusión de obras del Gabo en esta exposición.
La editorial AST se propone la divulgación de los eventos en los medios de comunicación y la promoción de los libros de Gabriel García Márquez.
De esta forma, Moscú se teñirá de la prosa, la poesía, la magia, el ritmo y el color del insólito pero real mundo de García Márquez, para enriquecer la atmósfera capitalina y prender la hoguera de la fantasía de este nóbel de la literatura

domingo, 12 de febrero de 2012

UNA MUJER TROTAMUNDOS Y DE GRANDES HORIZONTES INTELECTUALES


Premio Cervantes 1988
MARÍA ZAMBRANO


Pensadora y ensayista española
(Vélez, Málaga, 1928 – Madrid, 1991)
Hija de padres profesores. En 1909 pasa con los suyos a
Segovia, donde cursa el bachillerato y conoce a
Antonio Machado, gran amigo de la familia. En
Madrid estudia Filosofía y Letras, al principio por libre
pues su salud le impide asistir a clases y, a partir de 1924, ya instalada la familia en
Madrid, asistiendo a los cursos de Ortega y Gasset, García Morente, Besteiro y Zubiri.
Vive muy de cerca los acontecimientos políticos de aquellos años, de cuya vivencia
será fruto un primer libro: Horizonte del liberalismo (1930), que propugna una profunda
renovación cultural, social y política, asumiendo sin ambages una socialización
económica. Es nombrada, en 1931, profesora auxiliar de Metafísica en la Universidad
Central. Comienza a colaborar en la Revista de Occidente, luego en Cruz y Raya. En
aquellos años entabla amistad con Bergamín, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Rafael
Dieste, Ramón Gaya, Emilio Prados y Miguel Hernández.
En 1936, ya iniciada la guerra civil, se casa con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave,
que es nombrado secretario de la Embajada española en Chile. Ambos parten hacia
Santiago de Chile, con una escala en La Habana, donde María conoce a Lezama
Lima. Un año después, cuando la quinta del marido es llamada a filas, deciden
regresar a España. Él combate en el frente, mientras ella trabaja activamente en
tareas de la retaguardia y colabora en la revista Hora de España.
Finalizada la Guerra Civil, María Zambrano sale de España el 28 de enero de 1939. Deja
atrás todo lo suyo, incluida una caja con los apuntes de las clases de Ortega y de
Zubiri que había preparado para llevarse. París, La Habana, México, de nuevo La
Habana, son los primeros hitos del exilio. En Morelia es nombrada profesora en la
Universidad San Nicolás de Hidalgo. Entabla amistad con Octavio Paz y con León
Felipe, a quien había conocido antes en España. Ese año publica las obras
Pensamiento y poesía en la vida española, y Filosofía y poesía, a las que seguirá una
intensa actividad literaria. En 1942 es nombrada profesora de la Universidad de Río
Piedras, en Puerto Rico. Progresivamente, se va dibujando en ella la necesidad de
atender a eso que empieza a denominar "razón poética", una razón que diera cuenta
de la recepción vital de los acontecimientos y se elaborara por la palabra, una razón
siempre "naciente".
En 1946 viaja a París, donde encuentra a su hermana Araceli al borde de la locura
después de que su marido hubiera sido torturado por los nazis, extraditado y fusilado
en España. Seguirán juntas hasta la muerte de la hermana. Entabla amistad con Albert
Camus y con René Char.
En 1948 se separa de su marido y vuelve, ahora acompañada de Araceli, a La
Habana, donde habrán de quedarse hasta 1953, fecha en la que viajan a Roma. Por
aquel entonces escribirá algunas de sus obras más importantes: Los sueños y el tiempo,
Persona y democracia y El hombre y lo divino, entre otras. En su prólogo a la edición
de 1973 de El hombre y lo divino, escribe que "el hombre y lo divino" podría muy bien
ser el título que le conviniese mejor a la totalidad de su producción. Y en efecto, la
relación del hombre con "lo divino", con la raíz oscura de lo "sagrado" fuera y dentro
de sí, de ese "ser" que ha de darse a luz, a la visión, es una constante en toda su obra.
En 1964 abandona Roma (es expulsada de Italia por la denuncia de un vecino fascista
a causa de los muchos gatos que tenía en su apartamento). Siempre acompañada
de su hermana, se instala en el Jura francés, cerca de Ginebra. Araceli muere en 1972
y María sigue en su retiro de La Pièce, con algún intervalo en Roma. Sostiene una
estrecha amistad con José Ángel Valente y una nutrida correspondencia con el
teólogo Agustín Abreu. Escribe Claros del bosque y empieza De la aurora. En ambos
libros presenta una delicada exégesis de alguno de sus símbolos principales: el centro y
el corazón, la fuente, el verbo, la palabra perdida, el despertar, el velo, la aurora, la
caverna y el laberinto y, sobre todo, el ser, afirmado como centro sutil de la persona.
Mientras tanto, en España, poco a poco se empieza a conocer a la escritora. Desde
Ginebra, donde se había instalado en 1980, regresaría por fin a Madrid en el 1984,
después de cuarenta y cinco años de exilio. En sus últimos años recibe, por fin, mucha
atención y honores en su país: es nombrada Hija Adoptiva del Principado de Asturias
(1980) e Hija Predilecta de Andalucía (1987); recibe el doctorado honoris causa por la
Universidad de Málaga; varias revistas le dedican números especiales: Litoral ,
números 121-123 y 124-126 (1983); Sábado Literario, suplemento de Pueblo, y
Cuadernos del Norte, número 8 (1981); se organizan homenajes y seminarios sobre su
obra: homenaje en Sevilla en el Aula de Filosofía de la Caja de Ahorros San Fernando,
y serie de conferencias en el Colegio Mayor de San Juan Evangelista (1982); seminario
en Almagro sobre su obra, que se publica como Papeles de Almagro (1983); homenaje
en Vélez, Málaga (1985); el Aula de Poesía y Pensamiento “María Zambrano”, creada
en Andalucía en 1984, saca en 1985 la revista Claros del Bosque; la Fundación María
Zambrano organiza el Primer Congreso Internacional sobre la Vida y obra de María
Zambrano, en el Palacio de Beniel, Vélez, Málaga (1990). María Zambrano ha recibido
además del Premio Cervantes, otorgado por primera vez a una mujer, el Premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1981) y el Premio extraordinario
Pablo Iglesias (1983). Muere en Madrid, el 6 de febrero de 1991.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

Hija de maestros de escuela, María Zambrano nació en 1904 en la calle Mendrugo de Vélez-Málaga. Por traslado de su padre, en 1909 vive en Segovia, donde su progenitor tendrá entre sus amigos íntimos a don Antonio Machado quien, junto a Unamuno, desempeñaría un decisivo papel en el pensamiento intelectual de María. De sus actitudes democráticas debió sin duda, la joven, de absorber sus conceptos de cultura, intrahistoria e historia, sobre los que proyectaría en el futuro sus propias ideas. Formada en aquella irrepetible Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, dirigida por Ortega, García Morente, Gaos y Zubiri, María comienza pronto a despuntar como ensayista en Revista de Occidente y como joven profesora.

La derrota de la República quebraría su naciente carrera académica expulsándola al exilio. Tras algunos años de docencia universitaria en América (La Habana, México, Puerto Rico, 1940-1953), la pensadora regresa a Europa: primero Roma (1953), Francia (1964-1978), Ginebra (1978-1984), después España (1984-1991). Entretanto había emergido, como se vislumbraba, una gran escritora cuya producción literaria no es hueca, sino una espléndida prosa plena de ideas en la que se entretejen hasta integrarse la claridad conceptual y el lirismo poético. Como ella prescribía de su época, «las ideas han dejado de ser para la vida, y la vida, por el contrario, ha llegado a ser para las ideas». Contra tal estado de cosas propondrá una nueva «razón poética» que supere el intelectualismo puro, sin olvidar la historia. Su vida será un largo peregrinar en busca de la unidad, del equilibrio entre razón y vida, entre filosofía y poesía. Y es que María Zambrano se acerca al humanismo al concebir la palabra como el modo propio de la realización humana.

Su obra mantuvo las claves de su contexto cultural: la denominada Edad de Plata española. Para abordarla, pues, es adecuado sumergirse entre las redes de relaciones existentes entre Zambrano y las tres generaciones intelectuales del pasado siglo en España: la del 98, la del 14 -de donde procede su maestro José Ortega y Gasset-, y la del 27, a la que por edad y amistades más se asocia a la pensadora. Su pensamiento no se circunscribe a género alguno: supera la razón, y se alimenta de poesía, razón e intuición. Es fundamental su carácter precursor y simbólico. Así queda de manifiesto en obras como Claros del bosque, que escribió en Francia, o el rastro estelar de lucidez que dejó en las universidades de México, Cuba, Puerto Rico e Italia. Ella es filósofa cercana al desvelar su interés por la realidad, los mitos y la literatura españoles, especialmente por la poesía, junto a su pensamiento centrado en la relación entre filosofía y estética y filosofía y religión, todo ello se conjuga con una lucidísima y natural capacidad de reflexión y un estilo literario deslumbrante.

Platón, Spinoza, Cervantes, Galdós, Unamuno, Nietszche, Antonio Machado, Ortega y Gasset, San Juan de la Cruz, Emilio Prados, Descartes, Cifran, Lezama Lima... y otros, forman parte del universo íntimo de María Zambrano y aportan sabiduría a su alma.

José Ortega Spottorno, en un artículo dedicado al sabio Laín Entralgo manifestaba que «las ciencias físicas y matemáticas se apoyan en la razón pura, son racionales, pero el hombre necesita de las ciencias blandas, de la verdad razonable, que son las que en el fondo nos pueden aclarar algo de ese extraño ser que somos los humanos». Necesidad, por tanto, de María Zambrano para iluminar sobre aquello que somos.

Su reconocimiento público en 1981 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y en 1988 la concesión del Premio Cervantes hacían justicia a la labor de una autora que había inaugurado un nuevo modo de pensamiento filosófico que apoyaba su discurso en la intuición, y que había acometido una arriesgada, aunque penetrante exploración, de las zonas más difusas y menos evidentes del alma. Para ella la filosofía debía expresarse a los demás con claridad porque la oscuridad del lenguaje no la consideraba propia del verdadero filósofo.

Sin embargo, no es menos cierto que, antes de todo eso, María Zambrano sufrió un largo y doloroso exilio, y que por estas circunstancias ella tuvo que vivir sucesivamente en ciudades como París, México, La Habana, Puerto Rico, Roma y Ginebra, antes de volver a pisar suelo español en 1984.

Pero paradójicamente hoy la enseña de la filosofía española contemporánea es una mujer que consiguió reconciliar armónicamente pensar y ser.

Crítica y recomendación de libro:
De esta gran mujer y pensadora ibérica recomendamos:
RESEÑA:
Pensamiento y poesía en la vida española. Ensayo escrito en 1939 en el primer destino de su exilio, México. Una obra mayor, toda una síntesis intelectual, surgida de la experiencia de la guerra civil española. Su contenido va más allá de la opinión de una derrotada, incluso su visión de España va más allá del pensamiento de uno de los dos «bandos» en lucha, porque consigue «quintaesenciar» los valores de una cultura fracasada para el resto de Occidente. Este libro es una contribución española para que Europa vuelva a afirmarse a través del fracaso. La cultura española, especialmente su particular forma de conocimiento poético, aparece no sólo como una forma excelsa de reconocimiento del fracaso del hombre occidental, sino también como una alternativa para que el hombre europeo, como dirá posteriormente en La agonía de Europa, recobre una antigua y noble sabiduría: «el saber vivir en el fracaso».



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1988
Discurso de MARÍA ZAMBRANO

- 1 -
Majestades:
Para salir del laberinto de la perplejidad y del asombro, para hacerme visible y hasta
reconocible, permitidme que, una vez más, acuda a la palabra luminosa de la ofrenda:
Gracias.
Gracias por concederme, en esta hora de España y en la Universidad de Alcalá de
Henares, la ocasión de haber sido la primera mujer galardonada con el Premio
Cervantes. Y gracias, asimismo, por otorgarme la oportunidad de compartir la siempre
leal penumbra de algún recuerdo claro o, a lo menos, íntimamente verdadero: el
recuerdo de los espacios, pues mal puedo olvidarme de todos ellos; y el recuerdo de las
palabras, pues desdecirme de ellas tampoco quiero.
Por amor a tales recuerdos y a vuestra generosa compañía, seguidme hasta una hermosa
ciudad de México, Morelia, cuyo camino no busqué, sino que él mismo me llevó a ella,
igual que a tantos otros españoles recién llegados al destierro. Allí me encontré yo,
precisamente a la misma hora que Madrid -mi Madrid- caía bajo los gritos bárbaros de
la victoria. Fui sustraída entonces a la violencia al hallarme en otro recinto de nuestra
lengua, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, rodeada de jóvenes y pacientes alumnos.
Y, ajena desde siempre a los discursos, ¿sobre qué pude hablarles aquél día a mis
alumnos de Morelia? Sin duda alguna, acerca del nacimiento de la idea de la libertad en
Grecia.
Era una forma natural de acordarme de España y del ya melancólico, resignado y
esperanzado fracaso. Era la forma de situarse en aquella hermandad de una cultura que
anunciaba la España del fracaso: la más noble tal vez, la más íntegra. La que
forzosamente tuvo que fracasar, porque había ido más allá de su época, más allá de los
tiempos. Y es que posee la historia un ritmo inexorable que condena al fracaso a todo
aquello que se le adelanta o que le desborda. Fracaso en razón de su misma nobleza y de
su insobornable integridad; también, porque en el fracaso aparece la máxima medida del
hombre, lo que el hombre tiene tan desprendido de todo mecanismo, de toda fatalidad, y
que nada puede quitárselo. Lo que en el fracaso queda es algo que ya nada ni nadie
pueden arrebatarnos. Y este género de fracaso era entonces y sigue siendo ahora la
garantía de un renacer más completo. El que adviene cada vez que un hombre íntegro
vuelve a salir, al alba, al camino.
"Sería la del alba [...]", dice Cervantes que era cuando Don Quijote salió al camino.
"Sería", dice, con la incerteza propia del alba, del alba que cuando alguien la mira y la
sigue es un alborear. No un estado de la luz, una hora fija del día, como lo son las otras
horas del día, aun las del crepúsculo, cuando es largo. Y las horas, según vienen del
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1988
Discurso de MARÍA ZAMBRANO
- 2 -
alba, van ganando tiempo. El alba se diría que no lo tiene; que ese su alborear no se
lleva tiempo, no lo gasta ni lo consume; que es su aparición, que, tratándose del tiempo,
no puede darse más que así, en una especie de labilidad como de agua a punto de
derramarse. Como si el océano del tiempo y de la luz -del tiempo luz- se asomara de par
en par al filo del desbordarse y del retirarse. Pues, por clara que sea, el alba es siempre
indecisa.
El alba da la certeza del tiempo y de la luz, y la incerteza de lo que luz y tiempo van a
traer. Es la representación más adecuada que al hombre se le da de su propia vida, de su
ser en la vida, pues que el ser del hombre también siempre alborea. Ante el alba, el
hombre se encuentra consigo y ante sí, en ese su ir a desbordarse e ir a ocultarse, en esa
su indecisa libertad semisoñada. Y ante el alba, la suya, la del día, se despierta yendo a
su encuentro. Es su primaria, su primera y trascendental acción.
Don Quijote se pone en camino a la hora del alba. No podía ser de otra manera en ese
personaje que padece, de manera ejemplar, el sueño de la libertad, ese sueño que, en
cierta hora, tan incierta, se desata en el hombre.
Todo el Quijote es una revelación humana, mas no demasiado todavía, que también en
esto se encuentran, novela y protagonista en el lugar y momento del alba; de la
permanente alba que aún no ha traspasado la novela de la humana libertad. El alba ante
la cual el hombre, a veces, se fatiga de ir al encuentro.
Y lo más revelador, quizá, de este libro revelador, sean esas tan simples y puras palabras
que enuncian la hora de la salida de Don Quijote. Se destacan del resto del libro como si
fueran palabras sagradas, cuando, al parecer, declaran algo que no tiene mayor
importancia: la hora en que Don Quijote sale al camino. Mas ello es cosa esencial, como
lo es también el que Don Quijote "saliera" al camino y que no se pusiera o se dispusiera.
Estas palabras, como todas las en un modo u otro sagradas, manifiestan la unidad, son la
unidad. La hacen y la actualizan, la crean, aunque, claro está, ellas solas no podrían
crearla. Pues que todo el Quijote se aparece con ellas. Todo el Quijote está en ellas. Y
basta recordarlas para que todo el libro se presente entero. La unidad que reside en ellas
es sólo suya; se diría que se han individualizado. Actualizan el personaje y su acción, el
libro todo, cifra de unidad de la multiplicidad de los diversos planos de la novela, de la
realidad y el ser, de la vida y la historia que en el Quijote, quizá como en ningún otro
libro, se despliegan.
Una unidad tal trasciende la novela misma y hace de su tiempo, tiempo sucesivo, el
tiempo del proceso de la libertad, un tiempo uno; lo lleva a un instante uno y único del
que ha partido y al que vuelve en un círculo que no es el del eterno retorno. Es el círculo
del cumplimiento total de una vida personal en que la vocación ha acabado liberándose
de toda ansia novelera. La novela de la libertad ha sido vencida por la vocación de un
"más" que se esconde tras la libertad y que desde ella llama. Ese "algo" que hace ir al
encuentro del alba.
Y, cuando este género de unidad aparece, la novela entra en el reino de la poesía. Es un
poema. Poema siendo apurada novela, porque todo lo que es humana creación entra en
la poesía cuando se logra. Lo que quiere decir tan solo que el originario sueño inicial ha
entrado en el orden de la creación, en el renacer de la integridad máxima.
- 3 -
Cervantes era así, un hombre íntegro: había nacido enamorado. Y por eso anduvo tan
perdidizo, sin errar. Un día erró por insistir; al fin, hombre íntegro. Lo había sido
siempre: hombre, varón y hasta un tanto enamoradizo, a lo errante. Insistir cerca, no de
una imagen -que hubiera sido el mayor peligro, ya casi a la vejez, hechizarse-, sino de
una realidad tangible, algo que entró como la realidad misma en su mundo de ensueño,
donde la realidad más real se hundía como en un nido. Encontró así la identidad de la
persona amada. Y aquella mujer, Aldonza, tenía más realidad que ninguna de las que
había visto y entrevisto; era arisca, irreductible, exenta; nunca se ausentaba; diríase que
estaba privada de algo tan común a todos los seres y cosas como la ausencia.
No podía ni soñar en hacerla suya; era algo desconocido y que no sabía cómo tratar;
ninguna de las mujeres lo había sacado de su distracción, de su ensimismamiento;
ninguna le había dado una sacudida brusca, que es el despertar del sonámbulo en la
semivigilia. Lo que llega en ese instante rompe el ensueño; y aunque sea una sombra, el
rumor del ala de una mosca, es real del todo.
Aquella mujer, Aldonza, nada tenía de sombra ni de alas; su risa, nada de rumor; todo
era preciso, estaba, estaba siempre; más que existir, estaba, y no había modo de
acostumbrarse a esa presencia. Ni la mirada, ni la distracción, ni siquiera la intimidad
inevitable, conseguían amansar el hecho de su estar; no había en ella esa docilidad de
todas las presencias; aun de las peñas y muros que acaban por adelgazarse cuando son
mirados largamente, cuando se les ha tocado. Pues sucede, sin que de ello nos demos
mucha cuenta, que el ver y tocar los cuerpos los usa y los gasta, hasta los idealiza un
poco; el uso de los sentidos consigue una cierta desmaterialización de ciertas corpóreas
realidades. Con Aldonza no sucedía así; ella seguía estando ahí, con la brutalidad del
hecho, sin más, como un hecho irreductible, pues que nunca se despojaba de nada; una
fiera sin caverna. Una realidad sin ese hueco del que todo lo real parece emerger.
Cometió Cervantes el error de insistir; nunca se había encontrado así frente a un hecho.
Y el hecho era una mujer; era algo horrible. Acostumbrado como estaba a enseñarlo
todo, empujándolo hasta el confín del horizonte invisible, acabando por hundirlo en él,
no podía resignarse; y no sabía cómo tratarlo, qué hacer. Aquello se le resistía
totalmente, se le fue haciendo como un foco de desmentido, como la prueba de la noexistencia...
¿De qué? De lo que más le importaba.
Era la denegación de aquel horizonte hacia el cual convergía todo, que le sostenía, que
le hacía posible moverse, pues le movía el corazón y le hacía fluir hasta desbordarse.
Era la negación que lo confirmaba, que lo contenía. Y pronto comenzó a darse cuenta de
que la realidad, la de su propia vida, también se le resistía al igual que su propia obra.
No es que sus obras fuesen como aquella mujer, Aldonza, pero algo en ellas había de
hecho, de simple hecho; no habían crecido, no habían transformado su cárcel, ni se
habían alzado hasta las estrellas llevándole consigo. En verdad, no le habían llevado a
ninguna parte.
Y así se vino a encontrar, rodeado de hechos por todas partes. Se le ofreció la visión de
su propia vida, y sintió su degradación al verla compuesta de hechos; su vida degradada
en una serie de hechos, hazañas incluidas. Había pasado por la vida suspendido sobre
ella, y ahora se le apareció algo peor que el mismo vacío: el desierto de los hechos. Y
desfalleció sintiendo que tenía que contarlos, sin que se le pasara ninguno; que los tenía
que hacer pasar uno a uno; los tenía que hacer pasar, porque el cáliz estaba más lejos.
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Más lejos y más hondo, allí, en su corazón, estaba el cáliz: un espacio sagrado, una
palabra derramada frente al fracaso. Y hubo de beberse su amargura, a solas, solo de
verdad, como nunca lo había estado. El cáliz a solas, en lugar de aquella entrevista única
con un ser único, una mujer que ni siquiera se había atrevido a soñar, para no invadir
con su sueño su entera verdad; esa verdad que le estaba prometida.
Entonces acabó por sentirse libre, libre de su amor, y, al fin, entrevió. De lo visible y
reconocible pudo brotar el desprendimiento. Y aquello fue, en verdad, un
desprendimiento. Sintió que se le desprendía el corazón, que se quedaba en las puras
entrañas, como un ser que no ha vivido nunca. De lejos, desde más allá de lo visible,
llegó hasta él una imagen blanca.
Al amparo de esa blancura, permítanme un inciso para acordarme de otra imagen de
España: la imagen blanca que nos dio Zurbarán, en la que el hecho de ser blanca se
sobrepone a todo, a la creación y al fracaso, y nos mueve a quietud. Es la blancura, esta
que Zurbarán tan porque sí nos regala, la blancura en estado naciente. Entre las tinieblas
y los pardos colores de la pobreza, nace algo blanco, un amplio hábito de esa enigmática
y singular Orden de la Merced, liberadora de cautivos, o un paño de uso, o una nada, y
ella sola -la blancura- en su ser abismal. Nace como una criatura venida "desde el fondo
de las edades", sombra del Cordero, ilimitada palabra que se derrama y hunde, blanca
sangre del sacrificio, nitidez de la llama del fracaso, balido, llanto, aliento que se
infunde.
La imagen que llegó hasta Cervantes parecía también la blancura, la luz misma
emblanquecida para hacerse visible, una condensación de luz que tomó figura de mujer;
su corazón salió a recibirla y estuvo a punto de írsele para siempre. Mas sucedió lo
contrario; volvió a su pecho, se reintegró a su oficio de mediador con las entrañas que,
por un instante, habían sido abandonadas. Y ahora nació ya hombre, pues la imagen
dejó tras de sí un vacío; el horizonte invisible quedó flotando en él, sin llamarlo, y, más
allá, abriéndolo. Y, al mismo tiempo, se hundía en el fondo de su corazón.
En aquel horizonte revelado comenzaron a sucederle de nuevo los hechos; pero, como él
era ya libre, podía transformarlos, no a su antojo, sino según la ley de sus entrañas, que,
al mismo tiempo libres, pedían llorar y reír. Y todo lo que había estado dormido en él
despertó, comenzó a vivir según su ley. No tuvo necesidad de olvidarse ni de desdecirse
de sus obras ya escritas, eran sus hijas, que correteaban por allí, y ahora le alegraban;
todo ahora le servía, hasta Aldonza, la real, y todas las mozas, sus hermanas, que de
criadas y algo más le habían servido. Y una extraña piedad se le derramó sobre todas
ellas y sobre sí mismo.
Comenzó a percibir un movimiento que le había estado escondido, pues que lo había
tenido envuelto; y ahora, fijo, lo seguía y lo podía medir; se hizo de repente matemático,
de esa matemática total que es la música, la música de los hechos que se transforman en
sucesos vivientes, la música de los números que mueven el pensamiento, como venidos
de las estrellas. Las leyes de los cielos regían ya para él, conducían su historia, que
comenzó en seguida a escribir. La escribió en un abrir y cerrar de ojos, como si ella sola
se escribiese. Le estaba pasando el mayor suceso de amor que hombre antes viviera. El
corazón, vuelto a su sitio, se le desprendía una y otra vez, cuando entreveía aquella
blanca forma, que a veces se precisaba en figura de mujer. Creyó que le iba a caer
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muerta en sus brazos; iba a abrazarla en un definitivo silencio. Pero ella había nacido ya
suspendida, por encima de la vida y de la muerte; creerla muerta fue un espejismo de su
corazón de hombre, y aun esto le fue negado; no caería en sus brazos, ni muerta.
No era suya ni de nadie. Pero él, sí, tendría que pasar un momento junto a ella, para
atravesar el extraño cielo donde ella respiraba y que -lo sabía ya- no era tampoco el
suyo. No era el cielo último, sino ese inalcanzable cielo que se ve desde la tierra,
espejismo sin engaño del paraíso; el cielo inexistente. Él venció la tentación de
sepultarlo, de llevar, como otros finos amadores llevan, el cielo sepultado en su alma,
fatalmente endurecida.
El amor y la muerte aparecen siempre juntos, y para algunos que no alcanzan a
disociarlos -el amor o la muerte- lo suyo es el decir: "el amor o muero". Y al fin obtiene
el amor; el amor inexistente; la inexistencia de lo amado, y del amor mismo -libre de
muerte. Y así le sucedió a Cervantes. A punto ya de morir sin amor, se le apareció al fin
la imagen, la verdadera imagen del amor en su inexistencia.
También El cántico espiritual, de san Juan de la Cruz, es el canto a la ausencia del
amado. Aquí explicable, asimismo, porque su amado no es visible. Pero en la poesía
profana de este tiempo y del anterior se vería también constantemente este motivo de
ausencia y de continua búsqueda de las huellas de lo amado. La naturaleza entera se
transforma: ríos, árboles, prados y hasta la luz misma conservan la huella de la
presencia amada, siempre esquiva e inalcanzable.
Cervantes conoció, pues, la inexistencia del amor: la inexistencia del amor en forma de
mujer inexistente. No podía ser suya ni de nadie; sólo tenía que aparecer, que mostrarse,
que ser llevada a la inexistencia del arte, lugar donde se es revelado sin ser poseído, en
un remedo humano de la comunión. El hombre puede revelar tan sólo la verdad pura, en
su inexistencia y en una especie de renuncia a existir también él. Y a esto último
Cervantes estaba acostumbrado.
¿Había existido él acaso? Había vivido y no del todo, o quizás sí, quizás él había vivido
en la forma más pura, desviviéndose, para no entrar del todo en la muerte antes de haber
nacido: "Que yo, Sancho, nací para vivir muriendo". Y la muerte, en este caso, espera.
Espera la muerte y se retira ante los que de verdad quieren nacer del todo, dispuestos a
cuanto haga falta. Y les da a padecer la inexistencia: la doble inexistencia de lo amado y
del que ama "La verdad o la vida", dice ella. Y a los que eligen la verdad no les deja
vivir, pero les deja el tiempo.
Cervantes había vivido bastante ya o, más bien, no había podido vivir enteramente en
momento alguno, pues que ese instante se le había negado: verdad y vida, vida
verdadera. Le dieron tiempo, un tiempo único; un instante, el del suceso que hubiera
podido llamarse "el desprendimiento"; le duró tanto como fue necesario para que lo
dejara para siempre; para que ese instante tan doloroso y activo como fuego, como
espada, no quedara escondido; para que se abriera y de él se derramaran los mil granos
de su historia.
Una extraña, doble y única historia: la de los hechos transformados en sucesos y la
historia no escrita de la inexistencia de la verdad. O sea, tanto como decir: la verdadera
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historia de la verdad. Su corazón ayunó sin esfuerzo. Escribía al alba, con la luz que
precede al sol, con su silencio. No se desdijo nunca. No tuvo que corregir nada. Sólo
una frase en la que mencionaba un lugar de la Mancha -un resumen de España o del
mundo entero- de cuyo nombre no quiso acordarse. Un punto oscuro, un rencoroso
olvido que acusaba, bajo su propio peso, que aún seguía habitando la tierra.
Al amparo de aquel olvido, yo no he querido olvidarme de un lejano y hermoso lugar:
Morelia. Para no desdecirme de mi desvivir. Para acordarme, con la palabra en blanco
de Cervantes, de los presentes y de los ausentes, de los que conocieron el fracaso e
insistieron en el error.
Y ojalá que a esta misma hora, que bien pudiera ser la del alba, alguien pueda seguir
hablando -aquí y allí o en otra parte cualquiera- acerca del nacimiento de la idea de
libertad.
Mientras tanto, y una vez pronunciada la de la oferta -gracias-, voy a intentar seguir
buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano. La
palabra tal vez señalada por aquellas otras palabras privilegiadas, escasamente audibles,
casi como murmullo de paloma:
Diréis que me he perdido,
Que, andando enamorada,
Me hice perdidiza y fui ganada.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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