viernes, 19 de diciembre de 2025

JUAN ISIDRO JIMENES-GRULLON Anti-Sábato o Ernesto Sábato: Un escritor dominado por fantasmas FRAGMENTO

 


Anti-Sábato o Ernesto Sábato: Un escritor dominado por fantasmas de Juan Isidro Jimenes-Grullón por el DR. ENRICO PUGLIATTI Y MÉNDEZ-LIMBRICK

Este ensayo, galardonado en 1967 por la Universidad del Zulia, constituye una crítica filosófica, histórica y literaria al pensamiento y la obra de Ernesto Sábato, especialmente a su concepción del hombre moderno y su visión de la novela como vehículo de angustia existencial.

Enfoque y estructura

  • Jimenes-Grullón analiza las ideas de Sábato expuestas en El escritor y sus fantasmas y en sus novelas El túnel y Sobre héroes y tumbas, cuestionando su diagnóstico de la crisis del hombre contemporáneo.

  • El autor desmantela la tesis de Sábato sobre la deshumanización provocada por el Renacimiento, la ciencia y el capitalismo, señalando que la cosificación del ser humano tiene raíces más antiguas y complejas.

 Argumentación

  • El ensayo se apoya en referencias históricas, filosóficas y económicas (Marx, Lukács, Lefebvre, Freud, Kierkegaard) para refutar la visión de Sábato como simplista y dominada por “fantasmas” irracionalistas.

  • Jimenes-Grullón distingue entre enajenación y cosificación, y argumenta que Sábato confunde ambas, generalizando fenómenos que afectan a clases sociales específicas.

Estilo y tono

  • El tono es combativo, erudito y a veces irónico. El autor no oculta su desacuerdo con Sábato, pero lo hace desde una postura crítica fundamentada, no meramente polémica.

  • El ensayo combina análisis filosófico con crítica literaria, y aunque exige atención por su densidad conceptual, ofrece una lectura rica para quienes buscan entender los debates sobre modernidad, razón y literatura en América Latina.

Valor intelectual

  • Más que una crítica a Sábato, el texto es una defensa del pensamiento racional y del análisis histórico frente a las corrientes irracionalistas que marcaron parte del siglo XX.

  • Es también un ejemplo de cómo la crítica literaria puede convertirse en un acto de filosofía política y ética.

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Fragmento del texto en mención.

Un escritor dominado por fantasmas Universidad del Zulia Facultad de Humanidades y Educación Veredicto Nosotros, los abajo firmantes, componentes del Jurado Ca lificador del Concurso de Ensayos, correspondiente al año de 1967, patrocinado por la Facultad de Humanidades y Educación de La Universidad del Zulia, después del examen de los 17 tra bajos presentados, decidimos otorgar por dos votos, el Primer Premio del Certamen al trabajo intitulado Anti-Sábato o Er n esto Sábato: Un escritor dominado por fantasmas, que tie ne por Lema: “En defensa de nuestra América”. 

Con relación al segundo premio, por unanimidad decidimos concederlo al tra bajo intitulado Introducción a la lírica prehispánica, firma do con el seudónimo: “Tlatoani”. El Jurado Calificador estimó aconsejable hacer una mención especial al trabajo denominado U ngaretti traductor de Góngora, que lleva el seudónimo de “Gunga”, así como recomendar la publicación de Napoleón a Bolívar, firmado con el seudónimo “Lares”. Domingo Miliani Joaquín Gabaldón Márquez H . A drianza A lvarez Maracaibo, 20 de enero de 1968. Ernesto Sábato es indudablemente uno de los buenos escri tores latinoamericanos contemporáneos. Ha escrito dos novelas que han cobrado fama: El Túnel y Sobre héroes y tumbas, consi deradas por muchos como novelas psicológicas. Por razones que expondremos luego, no estamos de acuerdo con este criterio. 

En cuanto a la última pensamos, con Fernando Alegría, que más que una novela es “un portentoso monólogo”, 1 ya que la trama, desarticulada, es un instrumento del que el autor se ha servido para expresar sus ideas sobre el hombre contemporáneo. Estas ideas reposan en fundamentos histórico-filosóficos que Sábato expone en otro libro, de tipo ensayístico, intitulado El escritor y sus fantasmas, obra que contiene una defensa vehe mente de su novelística y en la cual aparece, por tanto, una Teoría de la novela y hasta de la literatura actuales. Nos disponemos a analizar esta Teoría. Pero como ella re posa en los aludidos fundamentos, el paso previo es adentrarse en éstos.

 Demos, pues, este paso. El punto de partida de Sábato es que el hombre contem poráneo vive en crisis y que es un producto directo de la cosmo- visión renacentista. A su juicio, “el Renacimiento produjo tres 1 Fernando Alegría, Historia de la novela hispanoamericana, Ed. An drea, pág. 243. En relación con la novela a que se refiere la cita, este autor agrega: “Para mí este libro es un torrente, —ése que llamamos alud cuando se lleva casas, animales, gentes, edificios, ése que se lleva el mundo—, un torrente informe, inatajable, que arrasa con el suelo y el subsuelo y confunde límites y formas y substancias”. Palabras —a nuestro juicio, muy acertadas—, que ponen de relieve el carácter caótico de Sobre héroes y tumbas. paradojas; fue un movimiento individualista que condujo a la masificación; fue un movimiento naturalista que terminó en la máqu'na; y en fin, fue un humanismo que desembocó en la deshumanización”

. Luego expresa: “Ese proceso fue promovido por dos potencias dinámicas y amorales: el dinero y la razón”. Por obra de éstos, “la ciencia y la máquina se fueron alejando hacia un olimpo matemático, dejando solo y desamparado al hom bre que les dio vida. Triángulos y acero, logaritmos y electri cidad, sinusoides y energía atómica edificaron al fin el Gran Engranaje del que los seres humanos acabaron por ser oscuras e impotentes piezas. . . El resultado lo conocemos: fue el dominio del Universo, pero al precio de un total sacrificio del yo, de una total humillación de sus atributos más entrañables”. En suma: el hombre se halla deshumanizado, y a ello se debe el caos dentro del cual vivimos. Hemos dejado de ser hombres, para convertir nos en cosas. . . 

Mas como siempre una acción provoca una reac ción;” penetrantes espíritus —nos dice Sábato— como Dostoiewski. Kierkegaard y Nietzsche, intuyeron que algo trágico se estaba gestando en medio del optimismo universal, pero la Gran Ma quinaria era ya demasiado poderosa para que pudiera ser dete nida. Hasta que en nuestros días ya el mismo hombre de la calle siente que vive en un mundo incomprensible, cuyos objetivos desconoce y cuyos Amos, invisibles y crueles, lo manejan. Mejor que nadie Franz Kafka expresó este desconcierto y este desam paro del hombre contemporáneo en un universo duro y enig mático”. 

Tales afirmaciones, que dado el relieve literario del autor no deben pasar inadvertidas, despiertan las siguientes pregun tas: a) ¿Es correcto cuanto Sábato expresa sobre el Renacimien to? b) Si admitimos que la cosificación del hombre existe ¿no existió acaso antes de producirse la Revolución renacentista? c) La reacción contra dicha cosificación ¿se circunscribió a la co rriente representada por los autores citados? y d) 

¿Se halla real mente el hombre contemporáneo en crisis? Siguiendo el orden expuesto, vamos a responder de inme diato a esas preguntas. a) Es cierto que el Renacimiento implicó el culto a la Ra zón y. por consiguiente, a la Ciencia. Pero sin adentrarse en sus orígenes, Sábato se conforma con comprobar el hecho e infiere de éste la trágica conclusión de que es la causa de la deshumani zación actual del hombre. Tal pensamiento revela, a nuestro mo- 1 do de ver, un notorio simplismo y una fehaciente parcialidad. Si lo admitiéramos tendríamos que ver en dicho evento histórico algo totalmente negativo. En consecuencia, la Edad Media debió haber continuado. Sábato no lo dice, pero lo da a entender al afir mar que el cambio renacentista se inspiró en “una concepción que no reconoce el honor, ni los derechos de la sangre, ni la tra dición”: y que en la Edad Media lo real no era lo “cuantifica- ble”. El escritor argentino reafirma su tesis expresando: “Desde el siglo XIV los relojes mecánicos invaden a Europa y el tiempo empieza a convertirse en una entidad abstracta y objetiva, nu méricamente divisible. 

Y habrá que llegar hasta la novela ac tual para que el viejo tiempo existencial sea recuperado por el hombre”. Evidentemente, como este tiempo no existía entonces, hay que colegir que el fenómeno de la cosificación no se daba; y puesto que la omnipotencia del dinero es, según él, un producto del Renacimiento, tampoco existía en aquella Edad dorada. . . No vamos a negar lo que es harto conocido: el desarrollo científico y el auge de la técnica nacieron del Renacimiento. 

Y / sirvieron de base al crecimiento del capitalismo. Pero Sábato apenas menciona esto último. Más aún: ve una relación directa entre la omnipotencia actual del dinero y el culto a la Razón, sin parar mientes en que esta omnipotencia surgió en la Antigüedad tan pronto la evolución de la propiedad privada hizo necesaria la superación de la economía fundamentada en el trueque. ¿Quién puede negar que el dinero fue omnipotente —muy omni potente— en toda la época del esplendor romano? Luego, por obra de conocidas circunstancias históricas, es sabido que el fe nómeno decayó durante la Alta Edad Media occidental, mien tras se mantuvo vivo en Bizancio. 

Pero no pasó mucho tiempo sin que cobrara en Occidente tales bríos que por sí solo explica la corrupción y el poder de la Iglesia Católica en la Baja Edad Media, así como la fuerza inicial de las Monarquías absolutistas. No se trata, por tanto —como afirma Sábato—, de un hecho ¡ nuevo, derivado del Renacimiento: lo que aconteció desde enton ces fue que adoptó nuevas formas. 

Ello hace ver que la afirma / ción del destacado novelista carece de sentido: implica un dislate ¡ histórico.2 Por otra parte, mucho más influyó en el auge del capita lismo —y, por consiguiente, en la actual omnipotencia del di nero— lo irracional-religioso que el culto a la Razón. Prueba de ello es que este auge respondió, fundamentalmente, a la doctrina de salvación calvinista.3 Es más: aún hoy son muchos los capi 2 El Prof. A. Aymard, (Historia general de las civilizaciones diri gida por el Prof. M. Crouzet, Tomo II, Ed. Destino, pág. 589) ex presa: “El abastecimiento de metales preciosos {en el Bajo Imperio), sin ser tan abundante como antaño, no estaba en absoluto agotado. Es sorprendente saber que las enormes cantidades de oro amonedado que los ricos particulares podían poseer: Símaco gastó 2.000 libras de oro para los juegos de la pretura de su hijo”. 

Por otra parte, ya en el siglo XIII, la omnipotencia del dinero llega a alcanzar tal nivel que el Prof. Ed. Perroy (Tomo III de la misma obra, pág. 533) afirma: “Los privilegios de la burguesía eran gaje de un patriciado poco numeroso. ¿Cuántos eras los ‘gordos’ entre los 50,000 habitantes de Gante, los 20,000 de Arrás o de Siena, los 35,000 de Barcelona, los 45,000 de Florencia? Una treintena o una cuarentena quizás en Gante; unas diez familias en Lille; en Lieja no más de 37; 2,500 grandes en Florencia... Poseedores del suelo, compradores de rentas rústicas y dueños de los alquileres, de ellos dependía el alojamiento de los ciudadanos. Propie tarios rurales, sobre todo en Italia, eran dueños del abastecimiento, cu yos precios fijaban. 

Detentadores de capitales, estaba en sus manos la suerte de las fortunas privadas y de las finanzas públicas. Amos tam bién del trabajo, desde la materia prima hasta la venta del producto fabricado, dominaban las guildas de las ciudades del Norte y las Artes Mayores de las ciudades italianas”. 3 Sobre la influencia del calvinismo —y en general, del protestantismo— en el desarrollo de la economía capitalista, Crane Brinton (Las ideas y los hombres, Ed. Aguilar, pág. 295) dice lo siguiente: “La idea de Lutero de que todos los hombres reciben de Dios su propia vocación, que trabajar de acuerdo con esa vocación es la voluntad de Dios, ayudó a formar la ética de estos hombres de negocios. Mas la auténtica fuen te de esta ética es Calvino, y fue en los países calvinistas donde el capital que financió la última revolución industrial se acumuló du rante aquellos primeros siglos. El calvinismo no solamente predicó la dignidad del trabajo. Insistió en la necesidad del trabajo porque el diablo acecha a los desocupados y, además, porque el trabajo constituye una parte de la deuda del hombre para con mi Dios todopoderoso. 

El éxito en los negocios era un signo evidente del favor de Dios”. (Subra yado por nosotros). talistas que a pesar de que estimulan el progreso de las ciencias y se benefician de éste, no han renunciado a su fe religiosa o se muestran solidarizados con el irracionalismo filosófico y sus deri vaciones políticas. Debe recordarse, en relación con este punto, cómo en el ayer inmediato, el nazismo y el fascismo, que fueron indudablemente las más importantes de estas derivaciones, goza ron del respaldo total del capitalismo alemán o italiano, res pectivamente.

 Sábato calla estas realidades. Presenta al Renacimiento y a la / burguesía en expansión como manifestaciones de la entrega a lo perecedero, obedeciendo al afán de conquistar el mundo con las exclusivas armas de la razón. “El burgués —expresa— había in surgido como realista, preocupado sólo por lo que tenía delante de las narices, desconfiando de toda clase de abstracciones. Pero con sólo palancas y ruedas no se hace la ciencia moderna: es necesario unir los hechos en un esquema racional y abstracto. . . De este modo, apenas la burguesía alcanza la etapa de la ciencia, hace suyo el tema de la abstracción, pero lo instrumenta a su modo, uniéndolo al saber utilitario, entrelazándolo con los po deres temporales de la máquina y el comercio; y, a través del número, al tema de la belleza y la proporción, que era carac terístico del humanismo”. En suma: la burguesía deviene, según este taxativo juicio, totalmente racionalista, deja de creer en lo “eterno”, en lo má gico y lo inconsciente, y todo lo ve “more geométrico”. Pero la historia da un mentís a tales apreciaciones. 

Nos dice que esta visión del mundo fue exclusiva de unas cuantas figuras sobre salientes —por cierto, no todas burguesas— de la época. De ser verdadero lo que Sábato sostiene, ¿serían explicables el horror que provocó en gran parte de la burguesía —especialmente en mu chos de sus intelectuales— la publicación del “Leviathan” de Hobbes, filósofo materialista, 4 y la atadura de dicha clase social, casi hasta el momento presente —en la Europa suprapirenaica— a mitos religiosos o a conceptos irracionalistas? Sábato, por tanto, generaliza un hecho particularísimo, de ínfima extensión. Ve un 4 El Leviathan es una obra “monstruosa, como su mismo titulo lo in dica”. Esta opinión de Leibnitz aparece en la Historia de las ideas políticas de J. Touchard (Ed. Tecnos, pág. 259). punto en el espacio y lo amplía hasta considerarlo todo el espa cío. Mas él mismo se refuta. . . Presenta al romanticismo como una reacción contra el geometrismo racionalista, a su juicio, do minante entonces. 

Expresa sobre el tema: “Así, en medio de aquel mundo que había hecho un mito de las ideas claras y distintas, aparecen esos artistas solitarios que son para la comu nidad lo que los sueños para el individuo. . . En medio de una sociedad refinada y convencional, del mismo modo como en los sueños reaparecen los enigmas primitivos, ese arte vuelve su mirada hacia las selvas africanas, hacia el mundo de los niños y los locos, hacia el inexorable misterio nocturno. El sueño, la videncia y la locura son los instrumentos que esos románticos' utilizarán para ese descenso a los infiernos que más tarde, y más despiadadamente, llevará a cabo el alma sombría de Rimbaud”. Es cierto que hubo mucho de esto en el romanticismo; pero hubo también algo a lo cual Sábato no alude: su raíz social. No señala que fue casi totalmente una voz de la burguesía —de esa burguesía según él exclusivamente racionalista—, voz estrecha mente enlazada con la cosmovisión religiosa o metafísica que esta clase, en su gran mayoría, continuaba sustentando. ¿Qué se infiere de esto? Algo ya dicho: que el culto burgués a la Razón y a la Ciencia de ningún modo implicó la renuncia, por parte de dicha clase, a lo irracional.

 ¿No exaltó Chateaubriand —gran burgués reaccionario— al cristianismo? ¿No se dio el caso de que en. el siglo XIX la metafísica irracionalista cobrara una ex traordinaria difusión en el seno de la burguesía europea occi dental? Las afirmaciones de Sábato al respecto son. pues, total- 1 mente; anti-históricas. Por otra parte, conviene señalar que si la aludida bur guesía acusó dicha postura dual, las clases situadas en los ni veles inferiores a ella siguieron, como en el pasado, plenaria mente dominadas por el irracionalismo, que se expresó en la creencia en viejos mitos y supersticiones de naturaleza mágica. Esta creencia las llevaba a menudo a la exaltación de impulsos afectivos o a alucinaciones y delirios místicos, en todo lo cual veían —como Sábato— la esencia de la vida. 

Pero la actitud de esas clases era explicable: nacía de su secular ignorancia. Sábato, en cambio, no es un ignorante. Es un hombre de formación cien tífica y literaria sólida, que maneja con soltura la pluma. ¿Cómo, entonces, pudo caer en los desatinos expuestos? Por obra de la enajenación, en la acepción marxista del concepto. No es él quien escribe.. . ¡Son los fantasmas creados por las dos vertientes más importantes del irracionalismo contemporáneo: la teoría psico lógica de Freud y la filosofía existencialista! Estos fantasmas —auténticos fetiches— lo dominan y lo llevan al absurdo, a la contradicción, a la irrealidad y a dar la impresión —como hemos visto— de crasa ignorancia.5 La da no sólo por lo que casi 5 No es necesario insistir sobre el irracionalismo de la filosofía existen cialista: se trata de un hecho demasiado conocido. 

Pero se conoce poco la raíz histórica de dicho movimiento filosófico. Sobre este punto, G. Lukacs (El asalto a la razón, Ed. Fondo de Cultura Económica, pág. 398-399) afirma: “En vísperas de estallar la Revolución de 1848, que fue un acontecimiento europeo internacional, se desintegró defi nitivamente el individualismo romántico. La filosofía de aquella amar gura romántico-individualista posterior a la embriaguez fue formulada entonces, bajo la fórmula más original en su época, por el danés Soren Kierkegaard, el más importante de los pensadores producido por aque lla crisis y aquel derrumbamiento. Nada tiene, pues, de extraño que ahora, al imponerse este estado de ánimo depresivo, ya unos cuantos años antes de que estallara la crisis, en forma de presentimiento de los sombríos acontecimientos que se avecinaban, los pensadores guías de la nueva etapa, el husserliano Heidegger y el en otro tiempo psiquiatra Jaspers, proclamai’an el renacimiento de la filosofía kierkegaardiana. 

Como es natural, se pretendió introducir en ella, para hacerla apta a su nueva función, las modalidades impuestas por los tiempos”. En suma: fueron las realidades sociales y sus proyecciones políticas lo que produjo el nacimiento y luego el renacimiento de dicha filosofía. Sobre el irracionalismo del psicoanálisis hay también bastante lite ratura, especialmente en la Unión Soviética. Pero como Freud procuró dar a su teoría una fundamentación científica, reina aún cierta confu sión en muchos espíritus. Basta, no obstante, para afirmar dicho irracio nalismo, el hecho de que el psicoanálisis sostenga que la conducta in dividual es determinada por lo inconsciente. W. Hollitscher, divulgador importante de la referida teoría, nos dice al respecto (Introducción al psicoanálisis, Ed. Paidós, pág. 22 y 34): “Freud propone, en primer lugar, que un pensamiento o cualquiera otro elemento psíquico debería llamarse consciente si y cuando se halla presente en la conciencia, es decir, cuando nos percatamos de su existencia. Si se trata de algo la tente, si existe en mi psique, pero en este preciso momento no me per cato de su existencia, debería denominarse inconsciente... 

Podemos com parar el sistema inconsciente con una especie de amplia antesala en la cual varios elementos psíquicos —pensamientos, emociones impulsos, etc.,— constantemente dice, sino además, por la manera de decirlo. Manera olímpica, que traduce egolatría y desprecio a quienes de él difieren. Pruebas de esto último es que se pregunta si el gran novelista francés Robbe-Grillet —enemigo de la novelística llamada psicológica— es un “idiota”, y lo acusa de mala fe; y que trate a quienes en su patria lo han atacado con probable hon dura, de “filósofos aborígenes”, calificativo —este último— visi blemente desdeñoso, que pone al desnudo su europeísmo.

 No hay, 1 en él, la humildad y el respeto a la opinión ajena que nacen de la auténtica sabiduría. b) Propenso a las generalizaciones —reveladoras casi siem pre de ligereza, el novelista que comentamos, sostiene que el culto a la Razón, la Ciencia y el dinero, realidades para él consus tanciadas— produjo la cosificación del hombre. Hay que admitir, por tanto, que en países donde la Revolución renacentista no tuvo lugar, no existe esta cosificación. Pero aceptemos que él se está refiriendo al hombre occidental; y que, en consecuencia, es éste la única víctima del terrible fenómeno. 

Su pensamiento es bien claro: “La máquina y la ciencia, que orgullosamente el hombre había lanzado sobre el mundo para conquistarlo, ahora se ha vuelto contra él, dominándolo como a un objeto más: de sujeto se ha convertido en objeto, de espíritu en cosa”. Nótese que él usa la palabra hombre en función de concepto general. No se tirata, por consiguiente, de determinados individuos o clases se empujan los unos a los otros como una muchedumbre de postulantes que claman por obtener audiencia. Una puerta conduce a otro departa mento más pequeño, una especie de sala de recepción en el cual la con ciencia administra justicia. En el umbral hay un portero, que escudriña a los postulantes y niega el ingreso a aquéllos que desaprueba. A veces, rechaza al postulante en el mismo umbral. 

A veces, en cambio, si su vigilancia flaquea o no reconoce con prontitud a quien intenta pasar, hay algunos que logran poner pie en la sala de audiencia y entonces debe obligarlos a volver atrás, desde allí. Cualquier elemento psíquico que se halla afuera, en lo inconsciente, no es visible para la conciencia, la cual, por supuesto, se halla en la otra sala. Así, al comienzo todos son igualmente inconscientes”. El autor precisa más su pensamiento di ciendo: “Todo proceso mental pertenece originariamente al sistema psí quico inconsciente; en ciertas circunstancias puede pasar al sistema consciente” (Pág. 33 y 34). La razón aparece así condicionada por la irracionalidad. ¿Puede darse acaso una prueba mayor de irracionalismo? Xn sociales. 

La generalización nos abarca a todos: todos estamos cosificados. ¡Perdón!: no lo están los que se han rebelado contra esa realidad colectiva, comprendiendo que “la vida desborda los esquemas rígidos, es contradictoria y paradojal, no se rige por lo razonable sino por lo insensato”. No lo están, en suma, los que ven en la vida una esencia demencial, ya que la insensatez *' es la antípoda de la racionalidad. Ante tan inauditos pronunciamientos, lo primero que pre cisa indagar es si realmente tal cosificación del hombre —latu sensu— existe. Pues bien: la indagación nos lleva a una conclu sión negativa: el hombre, visto como una totalidad, no está cosi- ficado. 

Pero lo están —y este estar es relativo— vastos sectores . humanos. Lo están casi todos los miembros de la clase obrera del mundo occidental, y en nuestra América, junto a estos sec tores, la servidumbre de la gleba. La burguesía, en cambio, se halla al margen del fenómeno. Para ser más concretos: no lo están quienes disponen de los medios económicos necesarios para llevar una vida holgada, que les permite desarrollar sus potencialida des íntimas, sin la coacción o los valladares que entraña la ata dura a un trabajo asalariado, cuyo desempeño constituye la con dición esencial de la subsistencia.

 En el fondo, este problema de la cosificación aparece ínti- ■ mámente relacionado con el de la enajenación, que ha hecho gastar tanta tinta después de las exposiciones que de él hizo Carlos Marx. Sostuvo éste que hay dos formas de enajenación: una abstracta, que es la que se traduce en la subordinación de las ideas y la actividad consiguiente a una serie de fetiches ideo lógicos surgidos en el curso del devenir humano; y otra mate rial, que implica la pérdida de la autenticidad y sus posibilidades expresivas por obra de fetiches concretos creados por los sistemas económicos. Ambas formas constituyen una unidad, son indiso lubles. Un notable comentador de Marx, —el filósofo H. Le- febvre— sintetiza este concepto afirmando que tanto “el dinero, como la religión, la abstracción metafísica o el Estado, son feti ches. En el fetichismo, los objetos naturales o producidos por el hombre, acusan una realidad extraña y un poder sobre éste. . . 

El fetichismo aparece así como un hecho histórico, social, econó mico, político, de la más alta importancia”. En relación con estas dos formas de enajenación, Marx dijo: “La enajenación re ligiosa como tal sólo se produce en el dominio de la conciencia, del fuero interno del hombre; pero la enajenación economica es la de la vida real y su supresión abraza a ambas”. Débese esto último a que los fetiches concretos, entre los cuales el dinero es el más importante, se proyectan en un conjunto de instituciones que, dependientes de ellos, desvian o substituyen lo esencial de la naturaleza humana. La propia burguesía es víctima de esta desviación o substitución, razón por la cual se halla enajenada material e ideológicamente. 

Pero esta enajenación no entraña su cosificación, debido a que dicha clase conserva —como se dijo— su plena libertad de actuar. En cambio, la clase obrera y casi toda la clase media, al no gozar de esta libertad, asoman inte gradas por individuos convertidos en objetos o cosas. Siendo libre, el burgués puede realizarse, ya sea dentro de cauces propios o de los trazados por el fetichismo a que obedece. 

Pero lo primero es un fenómeno rarísimo y cuando se produce entraña, evidente mente, la supresión de la enajenación, —al menos de la ideoló gica. La regla es lo contrario: los fetiches concretos o abstractos lo gobiernan desde afuera. De ahí que sea un inauténtico; pero no un cosificado. Si fuera también esto último no podría imponer la cosificación a las clases situadas en los niveles inferiores.6 6 La .cita de H. Lefebvre aparece en su obra Pour Connaitre la Pensee de Karl Marx, (Ed. Bordes, pág. 98 y 120).

 La de Marx corresponde a sus “M anuscritos de 1844”, (Ed. Sociales, trad. francesa, Pág. 88). Para una mayor información sobre el pensamiento de Marx al respecto pueden consultarse, además de Ideología Alemana, —obra es crita en colaboración por Marx y Engels—, El Capital, del primero, y numerosos estudios aparecidos en el curso de las últimas tres décadas, entre los cuales sobresalen, a nuestro juicio, el Humanismo Marxista, de Roger Garaudy (Ed. Horizonte); “Marx y Hegel”, de Carlos Astrada (Ed. Siglo XX); La Morale de L’Histoire, de André Gorz (Ed. Le Seuil); y Le Marxisme del citado H. Lefebvre (Ed. Presses Univ. de France). 

En Ideología alemana, Marx y Engels precisan el concepto de enajenación señalando que “los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine”. Y agregan: “esta plasmación de las acti vidades sociales, esta consolidación de nuestros propios productos en un poder material erigido sobre nosotros, substraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálcu los, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en to Al presentar la cosificación como un fenómeno que alcanza , hoy a casi toda la humanidad occidental, Sábato comete, por consiguiente, una falsa interpretación de la realidad sociológica del momento actual. 

Sabemos ya que a su juicio, dicho fenómeno se originó con el Renacimiento, debido a que fue entonces cuando surgió el culto a la Razón, la Ciencia y el dinero. Sabemos tam bién —por lo expuesto hace poco— que la historia desmiente cuanto él dice sobre este último tipo de culto. Ello nos lleva a indagar si el mentís cubre también sus afirmaciones respecto a los otros dos. Pues bien: la indagación nos dice que sí. Revela, en efecto, que el fervor por la Razón y la Ciencia nació en la Grecia antigua y se desarrolló simultáneamente con la secular subordinación de vastos sectores sociales a lo irracional. 

Hubo en tre lo uno y lo otro una pugna dialéctica constante, de la cual el mejor ejemplo, en el campo filosófico, fue el antagonismo del pensamiento platónico y el pensamiento aristotélico; y en el campo social, el dominio de las masas por el irracionalismo mágico-religioso, y la lealtad a la razón por parte de determinadas do el desarrollo histórico anterior”. (Otros escritos de Marx, en Marx y su concepto del hombre por Erich Fromm, Ed. Fondo de Cultura Económica, pág. 214 y 215). Garaudy, a su vez, (obra citada, pág. 26 y 27) destaca que “no es posible conformarse con identificar pura y simplemente alienación (o enajenación) y ‘fetichismo de la mercan cía’. 

El primer término tiene más extensión que el segundo: hay una alienación (o enajenación) religiosa, politica, ideológica, etc., en tanto que el ‘fetichismo de la mercancía’ sólo corresponde a una forma de alienación (o enajenación): la económica”. El problema de la cosificación Marx lo trató en los aludidos “M a n u s c rito s de 1844” al criticar y destruir el concepto que sobre dicho fenómeno sostenía Hegel. A su juicio, la cosificación es un pro ducto del trabajo enajenado. Al ser el factor de esta enajenación la burguesía, pese a encontrarse también enajenada por el fetiche máximo —o sea el dinero—, y por el mundo metafísico— institucional iden tificado con el capitalismo, no es víctima —como se ha dicho— de la cosificación. 

Garaudy afirma al respecto (obra citada pág. 38): “La alienación (o enajenación) del trabajo tiene por consecuencia... hacer del trabajo, es decir, de la más alta afirmación de la humanidad en cuanto a especie actuante y creadora, no ya el objetivo de la expansión humana, sino el medio precario y doloroso de satisfacer las necesida des individuales” más perentorias. 

Como señala Marx en los citados Manuscritos de 1844, el trabajo enajenado produce maravillas, pala cios, bellezas, pero sólo para los ricos. élites. Sucedió entonces lo mismo que ofrecieron las épocas post renacentistas: lo irracional primó en las grandes mayorías, mien tras lo racional sólo alcanzó el primado en una minoría ínfima y selecta. Durante la Edad Media, en cambio, el predominio de lo irracional fue, por obra del cristianismo y pese a la terrena- lización de la Iglesia, completo: alcanzó a la propia minoría se lecta. Cierto es que en el curso de los últimos siglos se produjo un ligero cambio en la postura de ésta, en virtud de la cristiani zación de Aristóteles, realizada por la Escolástica; pero como la / razón quedó subordinada a la fe, el cambio sólo entrañó un mí nimo reconocimiento de la primera. No obstante, la Escolástica admitió la racionalidad del mundo; mas —como el estoicismo— hizo depender esta racionalidad de Dios, cuya existencia bien sabemos que no puede ser racionalmente demostrada. El esque ma racional del Universo quedó, pues, supeditado a algo irra cional, lo que a la larga acarreó, al demostrar Ockam que la fe y la Razón eran realidades ontológicamente distintas e irrecon ciliables, el ocaso y a la postre, la muerte de la Escolástica. Lo recién dicho demuestra que carece de base histórica sos tener —como lo hace antojadizamente Sábato, obedeciendo tal vez a lo inconsciente, —que “la faz técnica y utilitaria de la ciencia proviene de la burguesía, su faz teórica, la idea de la racionalidad del Universo (sin la cual ninguna ciencia es po sible) proviene de la Escolástica”.

 Esta idea la hallamos ya en la Antigüedad griega, y carecería de explicación —si fuera cierto lo afirmado por Sábato—, el antiescolasticismo de un Telesio, un Galileo y los humanistas que, al menos durante un tiempo, fueron los representantes intelectuales de la burguesía en ascenso, clase social que, pese a haberse colocado parcialmente en una actitud revolucionaria, ofreció el contraste de seguir atada, en lo fun damental, al dogma. En realidad, Sábato se contradice. Sostiene, en efecto, que durante “la Edad Media, la Iglesia está caracte rizada por los temas del dogma y de la abstracción, mientras la burguesía naciente aparece caracterizada por los temas opuestos de la libertad y el rea lism oSe contradice porque si se admite la primera de estas caracterizaciones, sin señalar que el dogma pre dominó sobre la abstracción, hay que concluir en que la Iglesia acusó entonces una dualidad absurda, ya que lo uno y lo otro —el dogma y la abstracción—, son cosas antagónicas. Pero eso no es todo... 

Empujado por su fatal tendencia a la generalización, / —vicio de tantos escritores de nuestra América—, el novelista argentino hace de la Edad Media un todo estático, cuando es bien sabido que existieron diferencias importantes entre la Alta y la Baja Edad Media, sobre todo en lo que respecta a los ins trumentos y métodos utilizables para el conocimiento del Uni verso. En la Alta Edad Media, ¿quién ignora que este conoci miento quedó circunscrito a lo brindado por la Revelación? 

En la Baja Edad Media, en cambio, la Iglesia aceptó que la Razón fuese empleada con dicho fin, pero quedó convertida en sirvienta de / la fe. Además, es imprescindible señalar que los temas de la libertad y el realismo, sustentados por la burguesía, sólo cobraron vigencia en los asuntos de carácter material: casi nunca trascen dieron al mundo de lo dogmático. Pocos fueron los filósofos bur gueses utilitaristas que renunciaron a sus creencias religiosas. La abstracción lógica fraternizó en ellos, por tanto, con el irra cionalismo. 7 Los fundamentos teóricos de la tesis de Sábato sobre el > punto no reposan, por tanto, en la historia. Pertenecen al mundo de la fantasía. Y —cosa grave— lo llevan a adulterar la historia, como creemos haberlo demostrado. Ahora bien: quizás la prueba más importante de esta adulteración la brinda su tesis sobre el origen renacentista de la cosificación. Estudiemos el punto.. . / Siendo la cosificación una expresión de la enajenación material y habiendo surgido los fetiches de esta última tan pronto aparecie ron la propiedad privada y la división de la sociedad en clases, 7 El utilitarismo burgués del siglo XVIII se refleja en la obra de los enciclopedistas y en los principios fundamentales de la Revolución Fran cesa. Como afirma Touchard (obra citada, pág. 360) 

“La Declaración de Derechos, racionalista y deísta, es la suma de la Filosofía de las Luces”. La cita pone de relieve el maridaje del racionalismo y el irracionalismo. El deísmo se expresó entonces en el culto del Ser Su premo y en el empeño absurdo —que ya aparece en Locke—• de crear una religión racional. En los Estados Unidos, Franklin, que fue el arquetipo del utilitarismo norteamericano, “aseguraba en todos los to nos que la fe en Dios y en la inmortalidad del alma son la mejor garantía de la conducta moral y el fundamento de ella” (Historia de la filosofía dirigida por M. A. Dynnik, Cap. VIII, parte redactada por O. V. Tranjtenberg, Ed. Grijalbo, pág. 522). el fenómeno acusó mayor intensidad y agudeza en el remoto pa sado y en el Medievo que en los últimos siglos. Pero el novelista que nos ocupa da a entender lo contrario.

 Afirma, en efecto, que “así como la ciencia condujo a un fantasma matemático de la rea- 1 lidad, el capitalismo condujo a una sociedad de hombres-cosas”, concepto totalmente falso. Esta falsedad es algo impresionante, da da la calidad intelectual del autor. ¿Qué hizo el capitalismo al respecto, sino darle una nueva forma a lo ya existente? ¿No era el esclavo del mundo antiguo un hombre infinitamente más cosificado que el proletario de hoy y de las últimas centurias? ¿No acusó es ta cosificación, durante el transcurso de la Edad Media Occidental, la servidumbre? 

Estas realidades nos parecen incontrovertibles. Mas vayamos un poco más lejos y hagamos hincapié en el caso de los siervos medievales. Atados a la gleba y dependientes del señor feudal, no sólo eran víctimas de los fetiches concretos —como el producto que entregaban al señor feudal a cambio de una ilu soria protección—, sino además, de los fetiches espirituales crea dos por la Iglesia o por viejas concepciones mágicas supervivien tes. Dióse así el caso de que su enajenación fuera total, lo que en parte explica el relativo estatismo de aquellos largos siglos. Y ¿qué decir de la nobleza de primer y segundo orden? Tam bién estaba espiritualmente enajenada, pero no cosificada. Ambos rangos de nobleza gozaron entonces de una independencia de acción mucho mayor que más tarde, bajo las monarquías cen tralizadas. 8 Todo lo dicho sobre el tema revela hechos históricos o se fundamenta en ellos. Sábato, sin embargo, da a éstos las espal 8 J. Yicens Vives expresa al respecto (Historia general moderna, To mo I, Ed. Montaner y Simón, pág. 241): “En la Europa Occidental la nobleza se ve forzada a recurrir a las gracias y concesiones de la corte real que otorga subsidios y empleos públicos, o bien a entrar al servicio del Estado como militares o de la Iglesia como abades y obis pos...

 Al mismo tiempo, la pequeña nobleza, la caballería, cuyo fra caso no ha podido ser más evidente en las perturbaciones políticas y religiosas de Alemania, Francia y Países Bajos, desaparece como fac tor social de importancia, tanto por su agotamiento económico como por la sangría que causan en sus filas las repetidas guerras internacio nales o civiles de Europa del 1.500 al 1.600”. Ambos tipos de nobleza, sobre todo la segunda, —que de hecho quedó destruida como rama de \ una clase social— perdieron su libertad económica. 'C' das. ¿Trátase acaso de una miopía histórica, ya que hemos des cartado la posibilidad de su ignorancia? En parte. . Pero el pro blema es complejo. Como bien dice el refrán, no hay peor ciego , que el que no quiere ver. Y es esto, precisamente, lo que le acon tece al afamado novelista. No quiere ver porque su voluntad se halla al servicio exclusivo de su enajenación espiritual. Esta limi- ta su visión del pasado, que no llega más allá del Renacimiento.

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