miércoles, 2 de abril de 2025

Félix Martínez Bonati La ficción narrativa Su lógica y ontología




 Félix Martínez Bonati La ficción narrativa Su lógica y ontología 

 Nota a la presente edición La primera, agotada, edición de este libro fue publicada en 1992 por la Universidad de Murcia. He hecho un buen número de correcciones menores para la edición presente. A los datos bibliográficos que doy en la Nota Preli minar, debo agregar que otros dos de los capítulos del libro aparecieron también, con posterioridad a su publicación como artículos en castellano, en inglés: "The Act of Writing Fiction" en New Literary History, Spring, 1980, y "On Fictional Discourse", en el enormemente demorado homenaje a Lubo- mir Dolezel: Fiction Updated: Theories of Fictionality, Narratology, and Poetics, editado por C.A. Mihailescu y W. Harmameh, University of Toronto Press, 1996. 

 Agradezco cordialmente a Paulo Slachevsky y sus colaboradores en la Editorial LOM su interés y ayuda en este proyecto. Bremen, agosto de 2000 Nota preliminar En el prólogo a la primera edición de La estructura de la obra literaria (Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1960), prometí dos obras -una sobre la ontología de la ficción y otra sobre modalidades funda mentales de la representación narrativa. Años más tarde, en la nota preliminar a la segunda edición (Seix Barral, Barcelona, 1972), no libre aún de inmodera do optimismo, anuncié la inminente aparición de otro libro mío, escrito, por las circunstancias de su origen, en alemán: Fiktion und Darstellung (Ficción y representación), el cual, si hubiese aparecido, habría cumplido con buena parte de la promesa. Obstáculos varios, no pocos subjetivos, terminaron por anular esos proyectos. Fiktion und Darstellung no verá la luz pública, como tampoco mi disertación doctoral de 1956 (Zur Logik und Ontologie der literarischen Er- zahlung), con la que inicié mis estudios de teoría de la literatura. Hoy me inclino a apreciar positivamente aquellas frustraciones. 

Náufragos en el océano del papel, podemos dar un giro nuevo a la petición de Cide Hamete de que se le den alabanzas por lo que ha dejado de escribir. Sin embargo... Los temas de estos trabajos han seguido ocupándome, como han seguido incitándome a escribir los usos de la profesión universita ria y sobre todo el interés de colegas y estudiantes. A través de las últimas dos décadas, alternándolo con estudios sobre Cervantes y temas de la teoría de la interpretación, he tratado de dar respuesta, en artículos y conferencias, a los enigmas de la ficcionalidad. 

El presente libro reúne mis trabajos acerca del ser de la ficción y el sistema de las modalidades de la representación narrativa del mundo. Seguí en estas publicaciones el orden de los problemas, tal como ellos se me iban mostrando, y por eso su serie cronológica, que con menores alteraciones reproduzco en la secuencia de capítulos, se aproxima a su orden sistemático. De estos doce capítulos, diez son traducciones o versiones levemente modificadas de artículos que han ido apareciendo desde 1972 en alemán, es pañol e inglés -la lengua según la ocasión de conferencias, coloquios u homenajes. Las publicaciones originales son: «Die logische Struktur der-Di- chtung», Deutsche Vierteljahrsschriftfür Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte (1973); «Erzáhlungsstruktur und ontologische Schichtenlehre», in Erzahlfors- chung I, ed. W. Haubrichs (Góttingen, 1976); «El acto de escribir ficciones», Dispositio (1978); «Algunos tópicos estructuralistas y la esencia de la poesía», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos (1978); «El sistema del discurso y la evolución de las formas narrativas», Dispositio (1980-81); «Representación y ficción», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos (1981); «Towards a Formal Ontology of Fictional Worlds», Philosophy and Literature (1983); «Fiction and the Transposition of Presence», Analecta Husserliana (1984); «El material de la literatura», Homenaje a Ana María Barrenechea (Madrid, 1984); «Mensajes y li teratura», Actas del Congreso de Semiótica Hispánica (Madrid, 1985).

 En el estudio de la ficción narrativa, nos vemos forzados a tocar mate rias de varias disciplinas: teoría del conocimiento, ontología, narratología, filosofía del lenguaje, estética y lingüística general. Sería tarea enorme -ina barcable, creo, para el investigador individual- pormenorizar los desarrollos especializados que tienen lugar hoy en cada uno de los campos directa o indi rectamente pertinentes. 

El propósito del presente libro no puede ser otro que ofrecer una concepción general del fenómeno y una serie de incisiones en sus varios aspectos que están destinadas a exponer interrogantes. He desistido de actualizar sistemáticamente las referencias bibliográficas así como de agre gar nuevos comentarios en defensa o modificación de las tesis que expongo. 

 Mi tratamiento de los varios asuntos de este libro está fundado en el concepto de discurso ficticio que introduje en La estructura de la obra literaria. Lo que llamamos literatura en sentido estricto (las «bellas letras», la poesía) constitu ye un discurso tan ficticio como un personaje de novela o una historia imaginada. Y puesto que es mera imaginación, puede este discurso ser realis ta o fantástico en varios grados. No siempre se percibe el alcance de este concepto, que creo fundamental para comprender el ser y carácter de la lite ratura. Después de tantos años, como es de suponer, debo a la generosidad de muchos los impulsos más fuertes para proseguir estos estudios. Quiero agra decer la atención que les han prestado Dorrit Cohn (Universidad de Harvard), Lubomir Dolezel y Mario Valdés (Universidad de Toronto), Cedomil Goic y Walter Mignolo (Universidad de Michigan, Ann Arbor), Antonio García Berrio (Universidad Complutense, Madrid), Günther Patzig (Universidad de Góttingen), Miguel Ángel Garrido Gallardo (Consejo Superior de Investiga ciones Científicas, Madrid), Harald Delius y Hans-Wemer Amdt (Universidad de Mannheim), Saúl Yurkievich (Universidad de París), Carlos Albarracín Sarmiento (Universidad de California), Juan Loveluck (Universidad de South Carolina), José María Paz Gago (Universidad de La Coruña), Myma Solotore- vsky (Universidad de Jerusalem), Jorge Guzmán, Eladio García, Lucía Invernizzi, Federico Schopf y Luis Vaisman (Universidad de Chile, Santiago), Juan Ornar Cofré (Universidad Austral de Chile, Valdivia), Manuel Alcides Jofré (Universidad de La Serena, Chile), René Jara (Universidad de Minneso ta), David William Foster (Universidad de Arizona), Ruth El Saffar, Graciela Reyes y Leda Schiavo (Universidad de Illinois), Darío Villanueva (Universi dad de Santiago de Compostela), Óscar Hahn (Universidad de Iowa), Carlos Cortínez (Universidad de Florida), Ignacio Soldevila, Antonio Risco, Georges Parent y Jean-Claude Simard (Universidad Laval, Quebec), Antonio Gómez- Moriana y Félix Carrasco (Universidad de Montreal), Juan Ferraté y José Varela (Universidad de Alberta, Edmonton), Robert Spires (Universidad de Kansas, Lawrence), Marie-Laure Ryan, Juan Carlos Lértora (Skidmore College), Ber nardo Pérez (Rice University), Susana Reisz de Rivarola (Universidad Católica de Lima), Mario Rodríguez (Universidad de Concepción, Chile), Juan Ville gas (Universidad de California, Irvine), Emilio Bejel (Universidad de Colorado, Boulder), Luis Beltrán Almería (Universidad de Zaragoza), Thomas Pavel (Princeton University) y mis colegas Philip Silver, Gonzalo Sobejano y Jaime Alazraki (Columbia University). En mi recuerdo, los temas de estos estudios se asocian a una conversa ción que tuve en 1988, en una playa de Galicia, al atardecer del día y de la filosofía, con Carlos Baliñas y Patricio Peñalver. La deuda mayor de este libro es a José María Pozuelo Yvancos, el cate drático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Murcia, a cuya alentadora invitación responden estas páginas. Nueva York, primavera de 1992 1. Algunos tópicos estructuralistas y la esencia de la poesía (Un epílogo a La estructura de la obra literaria) 

 El propósito de estas páginas es precisar y desarrollar en algunos puntos el modelo de las funciones del lenguaje y la concepción del lenguaje literario que he presentado en mi libro, La estructura de la obra literaria1. Para ello, examino crítica mente concepciones de Román Jakobson, Jean Cohén, Francisco Ayala y otros.

 Los conceptos de Román Jakobson sobre «la función poética del lenguaje» En dos antologías de considerable difusión que contienen trabajos re presentativos de la crítica estructuralista (The Structuralists from Marx to Lévi-Strauss, New York, 1972; Strukturalismus in der Literaturwissenschaft, Co lonia, 1972) se reprodujo una contribución, ya entonces célebre, de Román Jakobson, titulada «Linguistics and Poetics» (originalmente publicada en la colección de ponencias Style in Language, ed. Thomas A. Sebeok, M.I.T. Press, Cambridge, Massachusetts, 1960). El citado ensayo de Jakobson presenta su cintamente algunos motivos dominantes de la teoría literaria y de la práctica crítica de los estructuralistas. 

En el centro de ellos están las consideraciones del eminente lingüista sobre las funciones del lenguaje y la naturaleza del lenguaje poético (en gran parte ya presentes en las tesis de 1928, elaboradas junto a Mukarowsky en el Círculo de Praga), consideraciones que difieren de las expuestas en las partes segunda y tercera de mi libro antedicho y repiten puntos de vista que he criticado allí como erróneos. En los párrafos siguientes Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1960; Seix Barral, Barcelona, 1972; Seix Barral, Buenos Aires, 1974; Ariel, Barcelona, 1983. Una versión inglesa, modificada en algunas partes, apareció con el título Fictive Discourse and the Structures of Literature: A Phe- nomenological Approach, trad. Philip W. Silver, Comell University Press, Ithaca and London, 1981. haré una crítica general a esta difundida concepción, confrontándola con la versión modificada del modelo de Karl Bühler que he presentado en el libro. 

 El punto de partida de Jakobson -que corresponde a lo que es hoy un dogma muy usual sobre la naturaleza de la poesía- pone a la reflexión, a mi juicio, en mal camino: «Poetics deais primarily with the question, What makes a verbal message a work ofart?» Si empezamos dando por sentado que la poe sía es un mensaje verbal, y que su naturaleza debe ser definida, sobre esa base, mediante una differentia specifica, esto es, suponiendo su identidad ge nérica fundamental con las diversas especies de mensajes verbales, no podremos aprehender la esencia del fenómeno literario.

 He explicado dete nidamente, en la Tercera Parte de mi libro, lo que puedo resumir aquí de la siguiente manera: considerada la poesía como mensaje, como comunicación real, no es un hecho verbal (sino la presentación física de un icono de un hecho verbal imaginario); considerada como un hecho verbal, no es prima riamente un mensaje (sino un objeto imaginario presentado a la contemplación, que sólo secundariamente despliega una dimensión simbó lica, un «mensaje», no lingüística, hacia el mundo real). (¿Diríamos acaso de alguien que produce la cita textual de un acto lingüístico inexistente, que está dando de sí un mensaje verbal? Se percibe, creo, la disonancia lógica de tal descripción). 

 En un breve pasaje del texto que comento, insinúa Jakobson una obser vación del carácter radicalmente singular del discurso poético, concluyendo que «virtually any poetic message is a quasi-quoted discourse with all those peculiar, intricate problems which 'speech within speech' offers to the linguist». En vez de concebir, empero, la poesía como transposición a lo imaginario del acto verbal y sus funciones, Jakobson intenta, como ya señalé, descubrir una función específicamente poética del acto verbal real. Para ello, propone un mo delo de la comunicación lingüística, que agrega al modelo de Bühler dimensiones aparentemente no consideradas por el autor de la Sprachtheorie. 

 Los términos de la relación comunicativa que Jakobson agrega al mo delo considerado en la Segunda Parte de mi libro, son: 1) «contact» -conexión psicofísica o «canal», que establece la relación entre el emisor y el receptor, y porta el mensaje. (Supongo que el ejemplo fundamental de estos «canales» son las ondas del sonido vocal y la percepción auditiva.) 2) «code» -el código em pleado en la comunicación, la lengua usada. A las funciones lingüísticas señaladas por Bühler (expresiva, representativa, apelativa; Jakobson: «emoti- ve», «referential», «conative»), que corresponden a los términos situacionales de emisor, objeto y receptor (Jakobson: «addresser», «context», «addressee»), se agregarían tres otras: la función metalingüística (determinada por la relación del mensaje con el código), la hmciónfática, «phatic» (determinada por las virtudes propias del canal o contacto), y la función poética, determinada por la atención puesta sobre el mensaje mismo, atención que, en cierto modo, lo independiza ría de los otros términos de la situación comunicativa, y enfatizaría las relaciones del signo lingüístico del hablar consigo mismo: las relaciones internas de sus partes constitutivas. «The set (Einstellung) toward the message as such, focus on the message for its own sake, is the poetic function of language».

 (Se advierte, creo, que ésta es una fórmula que define a la poesía por su autonomía estética y su desprendimiento del contexto pragmático. Con ello, resulta tanto más in apropiado el que se la siga considerando «mensaje»). Como Jakobson, en su modelo, prosigue, básicamente, en la línea de análisis de Bühler, podríamos dirigir de igual modo a este nuevo esquema del hablar algunas de las observaciones críticas que he hecho al anterior. Pero aquí me limitaré a señalar algunas incongruencias nuevas. 

 Ante todo, este modelo no está exento de una ambigüedad fundamen tal: ¿Qué es, dentro de esta constelación, el mensaje? No el hecho material concreto del signo, pues «canal» designa allí a esta realidad física. El signo sensible abstracto (la «forma» del sonido articulado), portado por el canal se gún los principios de relevancia abstractiva determinados en el código (o sea, en el sistema fonológico del caso), tampoco puede ser pensado como todo el mensaje, ya que el mensaje, en el sentido usual de la palabra (e igualmente en el sentido terminológico en que Jakobson, según se deduce de su texto, la maneja), es también lo comunicado por el signo sensible. Y ya sabemos (véase la citada Segunda Parte de mi libro) que lo comunicado no son meramente las dimensiones internas e ideales del discurso (la «forma» del contenido), sino, además, los hechos concretos (reales o imaginarios) significados a través de ellas. «Mensaje» es más bien un nombre apropiado para la comunicación lin güística toda, especialmente si la consideramos atendiendo en primera línea a su aspecto representativo-referencial. 

El mensaje es lo comunicado, no meramente los signos por medio de los cuales se hace la comunicación. (Rigurosamente, mensaje es lo que llamo la situación comunicada)2. No es, pues, un término adecuado para uno de los aspectos constitutivos de la comunica ción; no es un término de la visión analítica, sino de la visión sintética del lenguaje, como lo son también «palabra», «frase», «lenguaje», etc.3, y, por eso, no contribuye sino a confundir y anular el esfuerzo analítico que constituye, precisamente, el modelo de las funciones del lenguaje. La estructura de la obra literaria, Segunda Parte, Cap. VI, a. Véase sobre esto la «Introducción», Cap. III, de mi libro citado. Por ello, al confinar a la «función poética» en el ámbito del «mensaje», Jakobson parece delimitar y definir el campo de la poesía, pero, en verdad, no lo hace, pues la ambigua denotación del término «mensaje» lo hace extensible a la comunicación entera. 

De hecho, sus análisis de obras poéticas abarcan tanto al signo sensible del discurso como a sus dimensiones representativa, expresiva y apelativa, aunque es claro que insiste preferentemente en las rela ciones fonológicas, morfológicas, sintácticas y semánticas. Pero no descuida el sentido referencial (imaginario) del discurso poético. El «mensaje en cuan to tal» resulta ser, entonces, simplemente la comunicación lingüística, y la «función poética» del lenguaje, no otra cosa que la absolutización de la comu nicación lingüística, es decir, la contemplación de lenguaje imaginario, como he mostrado en la Tercera Parte del libro citado. Pero veamos los elementos de la teoría de Jakobson más detenidamente. Anotemos, en segundo lugar, que la «función metalingüística» no es sino una entre tantas especies de la función representativa o referencial, y no, como pretende Jakobson, una dimensión del significado diversa de ésta. 

Al lingüista (y al logicista) podrán interesarle muy especialmente frases en que se habla del código usado en ellas mismas (un ejemplo de Jakobson: «A sopho- more is (or means) a second-year student»), pero ello no debe obscurecer el hecho de que, en este respecto, el código es sólo un objeto posible, entre todos los posibles objetos, de la referencia lingüística. 

Así como la expresa referencia del hablante a sí mismo, la autorreferencia, no deja de ser referencia, esto es, fun ción representativa del discurso, y no debe confundirse con la función expresiva4, no deja la descripción del código de ser descripción, un hablar acerca de ciertas cosas, en que la dimensión indicativo-representativa es pre dominante. No hay razón alguna para suponer que el lenguaje funciona esencialmente de otra manera cuando digo «'ínclito' significa 'ilustre'», que cuando digo «dos es igual a la raíz cuadrada de cuatro», o «el justo no guarda rencor». Y tampoco es otra la dimensión significativa dominante, si digo «este papel está rayado», etc. 

 La función «fática»5 estaría ejemplificada por frases como: «Helio, do you hear me?», «Are you listening?», y diálogos como éste de Dorothy Parker: He subrayado esto en el lugar pertinente, Segunda Parte, Cap. V. «Fático» significa, presumiblemente, «relativo al hablar» (del griego). Jakobson dice tomar este término y concepto del artículo de B. Malinowski, «The Problem of Meaning in Primitive Lan- guages», que aparece adosado como «Supplement I» a The Meaning of Meaning, de Ogden y Richards. 

Pero el lector verifica que, en dicho artículo, Malinowski no habla de una «phatic function» del lenguaje, sino de una función de «phatic communion», es decir, de comunión ver bal, mejor: de comunión anímica por medio del lenguaje. «Well!» the young man said. «Well!» she said. «Well, here we are», he said. «Here we are» she said, «Aren't we?», etc. Asegurar y prolongar el contacto verbal sería la función predominante de estos discursos, una función, pues, supuestamente diversa de las tres de mi modelo, y tan fundamental como ellas. Sin duda puede hablarse, con respecto a los tipos de discurso ejemplifi cados, de una «función» de «contacto», pero la cuestión debida, como sugerí en la Segunda Parte citada, es: ¿Se trata aquí de algo que es una «función» del discurso, en el mismo sentido de la palabra «función» en que expresión, represen tación y apelación son funciones del discurso? Frases del tipo «Are you listening?» no presentan ninguna función fundamental no considerada en la tríada de Bühler. Se trata de preguntas, una clase de discursos con una especial dimensión apelativa -porque el efecto intencional es una determinada con ducta verbal del oyente: una respuesta- y una especial dimensión representativa -la proyección de un hecho como problemático.

 Que, en el caso de frases como la del ejemplo, la dimensión representativa de la pregunta se dirija a un as pecto del propio acto de comunicación que la frase crea, es un hecho interesante, pero no constituye una función fundamental del discurso, diver sa de las funciones de la tríada. El segundo tipo de discursos, ejemplificado por el diálogo de Dorothy Parker, presenta un fenómeno muy diferente, y no debe confundirse con el anterior, aunque pueda decirse de ambos que se relacionan con el proceso del contacto verbal. Pues, en el diálogo citado, no hay dificultad ni esfuerzo algu nos que se relacionen con la adecuada recepción del «mensaje» lingüístico. El contacto lingüístico no tiene en este caso ninguna problematicidad especial. Lo que hay aquí es un ejemplo de uso extra-lingüístico de una comunicación lingüística aparente -algo que se suma al grupo de mis pseudofrases y de los performatives de J. L. Austin6. 

El sentido, la función vital de esas «frases», es crear una comunión anímica primaria, alingüística, que puede ser producida también con actos rituales, danzas y otras formas de relación interhumana. Es éste el uso del lenguaje a que se refiere Malinowski con el término de «phatic communion». Tenemos en él uno de los casos de anulación o degradación del discurso como discurso, para someter la acción verbal a funciones no lingüís ticas. Por ello, tampoco cabe hacer de esto una función fundamental del lenguaje. 

 Al examinar el modelo de las dimensiones semánticas, puse énfasis en el carácter esencial de las tres dimensiones encontradas, esto es, en la evidencia Véase la «Nota» a la segunda edición de mi libro. de que no puede haber acto efectivo de comunicación lingüística que carezca de alguna de ellas. Las tres dimensiones definen el acto de la comunicación lingüística (si se prefiere esta formulación analítica a la jerga de la descripción fenomenológica de la esencia).

 ¿Puede sostenerse que las funciones «metalin- güística» y «fática», vistas en la teoría de Jakobson, pertenecen necesariamente, aunque no siempre predominen sobre las otras, a todo acto de comunicación lingüística? Si entendemos como «metalingüístico» el discurso que se refiere al có digo usado en la comunicación, el discurso en que se habla acerca de la lengua usada, parece obvio que no todo discurso es metalingüístico. 

Que en todo discurso el código «está presente», y operando, es indudable, pero ¿es esta presencia del código una función del discurso? Y, si lo fuese, ¿lo sería en el mismo sentido en que expresión, representación y apelación son funciones suyas? En cuanto a la función «fática», es evidente que no todo discurso tiene el carácter semilingüístico del diálogo poco antes citado. Por otra parte, ha blar de veras siempre implica, sin duda, establecer un contacto físico-psíquico con el oyente (aun cuando éste sea el mismo hablante); pero, si damos a la «función fática» un sentido tan amplio como el de establecer el contacto ver bal físico-psíquico entre los interlocutores, vemos que el término se convierte en un nuevo, e innecesario, nombre para la comunicación lingüística en su totalidad -y que la «función fática» no puede ser considerada entonces como una función del lenguaje entre otras. No parece, pues, adecuado a la naturaleza del fenómeno, poner «fun ciones» como las mencionadas en una línea con las tres fundamentales. 

 ¿Qué agregar a lo antes dicho acerca de la supuesta «función poética» del discurso, en la que el énfasis de la comunicación estaría en el mensaje mis mo, y no, pues, en aquello a que el mensaje se refiere, ni en su productor, ni en su destinatario? ¿Puede esto ser llamado una función del lenguaje, en cual quier sentido usable de la palabra «función»? ¿No parece más adecuado decir -como ya señalé- que lo que allí se tiene es un discurso o mensaje desprendi do de todo contexto real, y expuesto así a la contemplación irrestricta: un discurso imaginario? Leyendo las admirables páginas que Jakobson ha dedicado al análisis de poemas (de Brecht, de Baudelaire -en colaboración con Lévi-Strauss- etc.), puede comprenderse mejor qué tiene en vista cuando habla de esta aplica ción (¿del lector u oyente?) al mensaje mismo, que constituiría la «función poética del lenguaje».

 Podemos decir que, en la visión de Jakobson, comparti da por no pocos críticos estructuralistas, un texto adquiere una potencialidad específica (precisamente, una «función poética») cuando las relaciones entre sus diversas partes y elementos se someten, no sólo a las normas fonológicas, morfológicas y sintácticas generales de la lengua, sino, además, a principios de ordenación ultralingüísticos, es decir, no imprescindibles para la adecua da y normal constitución del sentido en el mensaje ordinario. (Con lo cual se habría dicho ya, implícitamente, que la «función poética» no es una función fundamental del lenguaje, y no debe ser puesta en el mismo plano de las fun ciones de la tríada bühleriana). Jakobson formula, en términos de la lingüística, este principio, dicien do: «The poetic function projects the principie of equivalence from the axis of selection into the axis of combination». 

Esto no puede entenderse -me parece obvio- como si, en el discurso poético, los ejes de selección y combinación (o sea, el sistema paradigma-sintagma), propios de todo discurso, quedaran anu lados o trastocados. Si lo fueran, el texto sería ininteligible. (Y no me parece, en rigor, «imaginable» un tal discurso). 

Por eso, he sugerido que el principio poético aquí visto es una ordenación «ultralingüística» (no extralingüística), es decir, una ordenación adicional de formas del lenguaje, que se suma a la organización primaria del sentido, propia de todo discurso. Pues, ciertamen te, Jakobson no querrá decir que en la poesía desaparezcan los vínculos sintácticos de las palabras, ni sus determinaciones fonológicas y morfológicas comunes. Lo que podemos decir, de acuerdo con la teoría que estamos examinan do, y simplificando deliberadamente, es que el discurso poético presenta (con frecuencia indeterminada, diría yo; siempre, deberá sostener Jakobson) va riados sistemas de repetición de formas, a lo largo de su secuencia de fonemas, sílabas, palabras y frases.

 Aliteraciones, rima, ritmos métricos, paralelismos, anáforas, reiteraciones de la misma referencia (o significación) con diversas imágenes, etc. son sistemas repetitivos que proyectan, sobre la serie de los elementos siempre diferentes de la secuencia verbal, un patrón abstracto in sistente. El conjunto de estos patrones de reiteración constituye una parte esencial de la «estructura» del texto, en el sentido que esta palabra adquiere en autores como Jakobson, Lévi-Strauss, Greimas, Riffaterre, etc. Ante algu nos trabajos estructuralistas, uno se siente tentado a aventurar la fórmula de que, para ellos, la estructura relevante del texto poético (y mítico) no es la sucesión discursiva (el decurso de una serie informativa que aumenta, paso a paso, con la adición de elementos cada vez diferentes), sino la de una apari ción estática, significada una y otra vez con variaciones, y así enriquecida, por las partes irrelevantemente sucesivas del texto. En todo caso, un texto poético se muestra, pues, al análisis estructura- lista, como un tejido más apretado, más rico de relaciones formales internas, que el discurso ordinario. 

Hasta qué extremo es posible desentrañar la red estructural, y cuán compleja es ésta, puede verse en los estudios de Jakobson y Lévi-Strauss (L'Homme, 1962) y de Michael Riffaterre (Yak French Studies, 1966) sobre los catorce versos de "Les Chats" de Baudelaire. De estas disquisiciones interesa sobre todo, para nuestro tema presente, la notoria imposibilidad de encontrar algo así como una «función poética» universal de todo lenguaje, ya que no parece admisible sostener que en todo discurso se proyecte el principio de equivalencia sobre el eje de la combina ción, que en todo mensaje verbal se entretejan los elementos lingüísticos con estructuras adicionales a las gramaticales. 

 Pero aun si admitimos que existe en el hablar, de modo universal, algo así como la necesidad y la función de dar cohesión interna a los elementos que integran cada discurso (que las pausas, la entonación, la continuidad fónica misma, cumplen con la función de reforzar la unidad del mensaje, constituida primariamente en el nivel lexical y gramatical) ¿sería ésta vina dimensión del lenguaje que, magnificada, constituiría el momento esencial del fenómeno de la poesía, y no meramente una condición, entre otras, de su posibilidad? Este aspecto del signo lingüístico del hablar -la cohesión de sus partes- no es, en todo caso, una dimensión del significado del discurso, como lo son las funciones de la tríada, y no puede ser puesto en el plano de éstas. La es tructura del signo, o del «mensaje», no es una función semántica suya, sino una condición posibilitadora de sus funciones semánticas, un rasgo descripti vo intrínseco de su ser, no de su función de apuntar a otro ser, esto es, de su significar. 

La multiplicidad y la complejidad de los rasgos del acto de la co municación lingüística, son inmensas. No he dejado de subrayarlo en mi estudio. Pero creo que ha sido posible establecer distinciones clarificadoras, que no debemos abandonar recayendo en una mera acumulación de «funcio nes del lenguaje», no constitutivas de una clase genuina de dimensiones semióticas. Diré, de paso, que el florecimiento supernumerario de los nexos internos del discurso es, para mí, una condición de la posibilidad de, al menos, ciertas especies de poesía -por constituir la red estructural una intensificación de la unidad del acto verbal-, pero diré, a la vez, que es una posibilidad creada por el ser imaginario del discurso poético, esto es, por el hecho de que el discurso poético es, en sí, una ficción. 

Sólo discursos que nadie dice de veras en nues tro mundo real, pueden ser elaborados como entidades de arquitectura autosuficiente. El principio poético de la repetición o equivalencia7, según la idea es- tructuralista, no sólo operaría horizontalmente, a lo largo de la serie secuencial de los elementos sucesivos del discurso -lo que ya comenté-, sino también verticalmente, en forma simultánea, por la superposición, en cada momento del texto, de mensajes paralelos, equivalentes en su sentido, aunque diversos en su materia. 

Así, el valor «simbólico» del perfil sonoro del discurso8, que suele establecer, en la poesía, correspondencias entre el sonido de las pala bras y el objeto significado por ellas, constituiría un mensaje paralelo y equivalente al de la significación conceptual de las palabras, y también al cons tituido por el despliegue de las imágenes (o de los objetos) proyectados referencialmente por las mismas9. El «mensaje poético» diría, pues, lo mismo, no sólo una y otra vez, sino, además, de varias maneras a la vez (!). 

Los estra tos de la obra poética se relacionarían, unos con otros, como se relacionan entre sí las diversas versiones de un mito, de acuerdo a la antropología es tructural de Lévi-Strauss (según la nota del antropólogo al ensayo citado, de que es coautor R. Jakobson). No habría en el poema un puro decurso lineal, sino un decurso a la vez progresivo y reiterativo. Es -ya lo anotamos- como si se nos fuesen dando, una tras otra, informaciones diferentes, y, al hacerlo, se nos reiterase, una y otra vez, en otro plano, una idéntica información. Cuál sea esta idéntica información, deberá verse en cada poema singularmente. 

 Pero podemos conjeturar que habría de tratarse, en general, de un mensaje inexplícito, de una proyección simbólica secundaria, sea del orden expresivo, sea del orden representativo. Pues lo que el texto del poema llanamente dice, no es sino ocasionalmente repetitivo, y es primordialmente una secuencia de in formaciones diferentes. Sólo indirectamente, pues, de una manera no inmediata, y semi-oculta, puede el poema reiterar continuadamente -un «men saje» inexplícito. (No parece extraño, desde estas consideraciones, que exista cierta afinidad entre la descripción estructuralista y las interpretaciones de la llamada «psicología de lo profundo»)10.

 Es oportuno recordar la importancia que concede Emil Staiger a las diversas formas de la repeti ción como principio estructural de la poesía lírica -y la interpretación fenomenológica que da a este dato formal. Véase la parte pertinente de su Grundbegriffe der Poetik. Véase el «Apéndice», Cap. III, de mi libro citado. A este tipo de relaciones verticales entre los estratos de la obra literaria, corresponden las afini dades de «significante» y «significado» que Dámaso Alonso analiza en sus estudios de Poesía española. Las relaciones que acabo de indicar han sido rotuladas por Jakobson, en varios contextos, como «metafóricas» (las de semejanza) y «metonímicas» (las de contigüidad y sucesión). Es de deplorar el vago uso que se ha hecho moda dar a estos términos retóricos. 

Por cierto, esta descripción mía de la teoría estructuralista del poema, es unilateral y en extremo simplificadora (no he considerado las complejida des que, junto al principio de semejanza, introduce Jakobson con el opuesto principio de contigüidad), pues he querido mantenerme, para los fines pre sentes, dentro de los límites de su axioma fundamental. No estamos empeñados aquí en una exposición de la teoría estructuralista del poema, sino en la crítica de la teoría jakobsoniana de las funciones del lenguaje, y de su concepción de lo poético como una «función» especial del discurso. 

 Estas perspectivas de la teoría del poema, abiertas por Román Jakob son, no pueden ser comprendidas, me parece, bajo el concepto de una «función» del discurso real, que consistiría en la quasi-absolutización del mensaje, en desmedro de sus dimensiones semánticas -a menos que conside remos que el «mensaje» es el conjunto de las tres dimensiones semánticas (la «situación comunicada», como dije al comienzo), con lo cual el modelo de Jakobson se disolvería en la forma indicada antes. Más bien cabe pensar, ante tales observaciones, que asistimos, en el poema, a una potenciación del mensaje, que se despliega como potenciación de sus tres dimensiones semánticas internas. Y como esto supone desprender al mensaje de toda circunstancia real (según hemos visto en la Tercera Parte de mi libro citado), la «función poética» del discurso no es, insisto, sino la producción del discur so imaginario.

 Para dar, a este punto fundamental de mi crítica a la concepción de Jakobson, toda la claridad aquí posible, quiero reiterar finalmente, de un modo algo diverso, los pasos esenciales de la reflexión que he expuesto: Aplicación («set», «Einstellung»), de los interlocutores o del lector, «al mensaje mismo» -dejando así en segundo plano su referencia a los objetos indicados y su rela ción con el hablante y el oyente- puede entenderse de dos maneras: 1) atención primordial al «significante» (en sus valores fonéticos o prosódicos) o 2), en su totalidad, al signo lingüístico del hablar como unidad de significantes y signi ficados. Esta segunda posibilidad de entender la citada fórmula definitoria de la poesía, es la que Jakobson realiza en sus análisis de poemas, que, cierta mente, no se limitan al análisis del sonido verbal y sus estructuras. 

Pero esta interpretación de la fórmula implica admitir las dimensiones semánticas in ternas del discurso, es decir, la proyección ideal e imaginaria del objeto a que se hace referencia, del hablante y del oyente. Si el objeto representado, el ha blante y el oyente, en sus presencias imaginarias, forman parte del «mensaje», entonces la «Einstellung» o «set» hacia el mensaje en cuanto tal, es la disposi ción del receptor hacia aquella especie de absolutización del discurso que pone a éste fuera de situaciones reales, y desata, en lo imaginario, las dimensiones internas de la significación. Es decir: la «función poética» del discurso no es una función del discurso en la línea de las otras funciones, sino el fenómeno de un discurso completo que es ontológicamente diverso del discurso real.

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