AL MARGEN DE BORGES por LISA BLOCK DE BEHAR
PRESENTACIÓN Se reúnen aquí diversas observaciones anotadas a partir de las recurrentes lecturas de las páginas de Borges. Son anotaciones al margen: algunos análisis, aproximaciones teóricas o interpretativas que se multiplican al margen de sus textos, los más conocidos (sus cuentos, sus ensayos, sus poesías, sus citas más frecuentes), algunos menos conocidos, páginas que no se volvieron a, editar (las inquisiciones a las que el propio Borges sometía a sus propias Inquisiciones y a otras publicaciones de entonces), algunos inéditos.
Otras anotaciones, en cambio, se desarrollaron al mar gen de esos textos, y, en consecuencia, parecería que no se hubiera intentado abordarlos: consideraciones sobre las teorías de la recepción estética, las estrategias de la representación, las visiones de la crítica, las divisiones de la crítica y, en primer lugar, el tema de las notas y los prólogos, los márgenes del texto. Sin embargo, y a pesar de la naturaleza diferente que se señala en estos escritos, tonto a un margen como al otro, siempre se está al margen de Borges; ya no hay lectura ni escritura que pueda sustraerse a la marca (otro margen) que Borges imprime. Es por eso que todo texto, lo aborde o no, se inscribe al margen de Borges.
La iniciativa de publicar estos escritos marginales sur gió en circunstancias del Primer Encuentro Internacional en Homenaje a Jorge Luis Borges que tuvo lugar durante la Décimo Tercera Exposición Feria Internacional de Buenos Aires, abril de 1987, un acontecimiento donde argentinos, otros latinoamericanos, españoles, estadounidenses, franceses, italianos, un griego, un turco, un ruso, un chino, un israelí, en hebreo, un suizo que celebraba haber sido reconocido como compatriota por este argentino quien, entre sus estrategias de universalidad, también solía considerarse tan oriental como Ireneo Funes.
Escritores y académicos analizaban aspectos de su obra y citaban sus textos, citas que continúan siendo el constante encuentro con Borges: una repetición textual y, por lo menos, dos que se encuentran, los dos sentidos que la privilegiada ambivalencia de cita se reserva en es pañol. Sin duda se verificaba entonces un Borges de Babel, en todos los idiomas pero, a diferencia de las célebres dis persiones de su precedente bíblico, las disparidades idiomáticas no impedían la consolidación de una comunidad literaria, al contrario, el interés por Borges la constituía y extendía. Borges configura el lugar común donde las diferencias coinciden: donde las diferencias inciden y, semejantes, se suspenden.
En El tamaño de mi esperanza —el título de Borges replica El tamaño del espacio, un pequeño volumen que Leopoldo Lugones había escrito unos afios antes sobre temas de matemáticas —Borges anhela acceder, por la invención de una especie verbal propia, a la singularidad de cada lugar (en el espacio), de cada tiempo (en la espera, la esperanza), a una propiedad idiomática diferente, una lengua propia (eso es un idioma originalmente) que su piera recordar, más allá de la convención del signo y su doble arbitrariedad, la irrepetibilidad de cada circunstancia particular, un nombre que se apropiara al/del aconteci miento que denomina.
Aun sabiendo de "lo utópico” de sus ideas, Borges confiaba en esa época en que “el tama ño del porvenir no sería menos amplio que mi esperan za”. Son sus palabras de entonces. Desde hace tiempo, cada vez con mayor certeza, se puede afirmar que es en el propio Borges donde se radican sus utopías, el texto donde lo inmediato y lo universal se confunden.
Entre sus páginas, una celda de Praga limita con un zaguán de Tacuarembó, una vereda del Paso del Molino o una cuchilla de Fray Bentos con un arrabal de Buenos Aires o un suburbio de Dublín. Un par de años atrás, la municipalidad de Ravena citaba la “Historia del guerrero y la cautiva” (El Aleph), como parte de la historia de Ravena en el gran cartel que anunciaba monumentalmente el Mausoleo de Teodorico, a la entrada de San Vítale. Hace unas semanas en Lieja y luego en Montevi deo, el director italiano de un teatro danés partía de “El muerto” (El Aleph) para convocar en su Evangelio a An- tígona, Juana de Arco, Sabbatai Zevi, varios cangacei- ros, a Cristo. Tantos poetas, tantos teóricos se ocupan de la imaginación de Borges, que la imaginación de Borges ha ocupado el mundo. En 1928, en El idioma de los argentinos, Borges decía que el tiempo es una delusión; gracias a su visión —una visión contradictoria la suya— también el espacio se in diferencia. Más que el autor de El Aleph, su obra con forma —Borges mismo— una suerte de aleph, la primera letra que abarca el universo inmenso, el desmedido aleph que se encuentra en todas partes. Desde esa conver sión literal y figurada, Borges ve toda la tierra y toda la tierra lo ve. Aun cuando esta totalidad fuera una parcialidad, igual vale.
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