La profunda renovación que se ha producido y se está produciendo en el terreno de los métodos de la investigación literaria en el curso de los últimos tiempos, los muy distintos caminos que ésta ha seguido, se han acompañado de una modificación muy amplia del vocabulario usado por los estudiosos, de una aparición de términos nuevos —en algún caso procedentes de un concepto interdisciplinar, muy descuidado en nuestro país— y de una distinta delimitación de los territorios que abarcan los provenientes de la antigua retórica o preceptiva literaria, a veces por la necesidad de redefinirlos desde perspectivas científicamente mejor trazadas. Esta situación provoca entre los estudiantes (y entre los que pus acercamos con curiosidad al fenómeno literario) una cierta ansiedad, nacida de la conciencia de un aprendizaje obligatoriamente limitado y de la imposibilidad de acudir a los innúmeros trabajos —en muchos ca sos aparecidos en fuentes bibliográficas inaccesibles— que ahora se están realizando en muy distintas direcciones. Por ello, si se quiere por la conciencia de mis propias limitaciones (y no es esto una excusado pro infirmitatem, sino constatación de una realidad en que me reconozco) y porque la lección de este libro me ha servido para enriquecer mi visión de aficionado a la lectura y me ha obligado a volverme hacia alguna de sus fuentes manifestadas, cuando se me propuso adecuar para la lengua española el Diccionario del profesor Márchese, síntesis y visible resultado de un muy considerable nú mero de cuidadosas lecturas teóricas contrastadas en investigaciones personales, efectuadas en un país hoy puntero en la teoría y pragmática semtológica y hermenéutica, me pareció que podría cumplir con ello una tarea, si no necesaria —como lo había sido para mí—, por lo menos útil para alguno. Y, acaso con osadía, la emprendí. Mi oficio de adaptador ha consistido, en primer lugar, en tratar de adecuarme, en la medida de mis fuerzas, a los presupuestos metodo lógicos en que se apoya el profesor Márchese; después, en la búsqueda de ejemplos de autores hispánicos que pudieran sustituir a los italianos propuestos por el autor: el lector verá que hemos mantenido los procedentes de Dante, Petrarca, Boccaccio y Ariosto, porque pensamos que forman o deberían formar parte de nuestra cultura —salvo, acaso y hoy, por el idioma— tanto como de la italiana; pero hemos procurado siempre ofrecer a su lado algún equivalente en castellano. He retocado con suma levedad, cuando lo he hecho, los artículos que se refieren a lingüística, semiología y narratoiogía, añadiendo sólo algunas precisiones tomadas de ensayos posteriores a la edición del original italiano (por ejemplo, Semiótica de Greimas y Courtés, o los Principios de Análisis del texto literario de Segre) o de estudiosos, sobre todo hispánicos o portugueses que Márchese no aduce en su bibliografía porque pudo no conocerlos. La reforma, como es natural, ha sido mucho más amplia en lo que se refiere a la retórica y estilística —sería injusto olvidar a los dos maes tros Alonso y a los hombres que han aprendido con ellos—, a la métrica, a las formas poéticas y a los subgéneros literarios, que responden a leyes estructurales y diacrónicas diferentes en cada una de las dos culturas. Señalemos, como caso extremo, el caso del soneto, forma procedente de la literatura italiana, pero muerta en ella, mientras que está vivísima en castellano, catalán o portugués. He suprimido términos que no exis ten en nuestra tradición —alio trio, término croceano no admitido por la crítica estilística de nuestros países, frottola o métrica barbara, inten tada muy parcamente sólo por Villegas, Jaimes Freyre o, con otro fin y fundamento, por Unamuno. Y hemos añadido, por el contrario, otros nuevos —correlación, arte mayor, arte real, romance, antología, etc.— que no tienen existencia en la literatura italiana. Otra partg de nuestras adiciones corresponde a voces aducidas por escuelas que Márchese omite, pero que, por no demasiado conocidas en España, he creído que podrían tener interés para el estudiante de nuestro país. Me refiero, ante todo, a la obra de Román Ingarden (Das literarische Kunstwerk), al New Criticism angloamericano (Wimsatt y Brooks, Literary Criticism: A Short History; Frye, Anatomy of Criti- ci$m) y al grupo francocanadiense D.I.R.E., sobre todo a los intentos de Dupriez, Angenot y Pavis, a cuyo Diccionario del teatro, recientemente traducido al castellano, remito para todo lo referente a la dra maturgia que no tenga cabida en este libro y para la aplicación específica al teatro de algunos términos que aquí aparecen referidos a contextos literarios más extensos. J o aquín F orradellas
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