viernes, 20 de septiembre de 2024

Pier Paolo Pasolini PASIONES HERETICAS FRAGMENTO

 



Pier Paolo Pasolini

PASIONES HERETICAS

Correspondencia 1940-1975

Selección, traducción

y notas de Diego Bentiuegna

Prólogo de Daniel Link

el cuenco de plata

extraterritori al

Pasolini, Pier Paolo

Pasiones heréticas. Correspondencia 1940-1975 / Pier Paolo Pasolini ; con

prólogo de Daniel Link ; seleccionado por Diego Bentivegna - 2a ed.

Buenos Aires : El Cuenco de Plata, 2012.

304 pgs, - 21x13 cin. - (extraterritorial)

Traducción de Diego Bentivegna

ISBN 978-987-1772-32-2

I. Correspondencia Epistolar. 2. Biografía. I. Link, Daniel, prolog.

II. Bentivegna, Diego, selec. III. Bentivegna, Diego, trad. IV. Título

CDD 856

el cuenco de plata / extraterritorial

Director editorial: Edgardo Russo

Diseño y producción: Pablo Hernández

© 2012, El cuenco de plata

Av. Rivadavia 1559, 3o “A*1 (1033) Buenos Aires, Argentina

www.clcucncodcplata.com.ar

Hecho el depósito que indica la ley 11.723.

Impreso en enero de 2012

Prohibida la reproducción parcial o total de este libro sin la autorización previa del editor.

El Sagrado Corazón en negro

por Daniel Link

“Usted buscaba un slogan, ¿verdad? Cecchi nos regalaba

uno muy lindo (se entiende que sin quererlo) y,

me parece, eficaz comercialmentc: “El Corazón en negro...”,

que, con la firma de Emilio Cecchi, funcionaría

a las mil maravillas” (A propósito de Ragazzi di vita;

carta de Pasolini a Livio Garzanti del 2 de julio de 1955).

La dificultad que nos ofrece Pasolini (y lo que garantiza

su grandeza) es esa obsesión por lo sacro que recorre

toda su obra, desde sus poemas juveniles en Casarsa hasta

sus grandiosas películas romanas.

Para nosotros lo sagrado (en cualquiera de sus formas:

Dios, el sexo, el amoj; la vida, la amistad, la naturaleza o la

Razón) no juega ya ningún papel porque repugna a las relaciones

de intercambio. Nos hemos convertido en meros epifenómenos

del mercado (o de los mercados, como está hoy

de moda decir: así como hay un mercado de la vida y de la

muerte, hay también un mercado de Dios y del deseo).

Para Pasolini, esa pérdida de lo sagrado era el fin. Y si

murió como una víctima sacrificial es justo que así haya

sido (no de otra cosa hablaba Petróleo, ese monumental

informe que nos legó como el mejor regalo que un conjurado

puede legar a quienes lo sobreviven).

Porque había que sostener lo sagrado, Pasolini insistió,

para muchos infantilmente (y con razón, Pasolini se

impacientaba: ¿es que acaso no lo escuchaban?; nunca

dejó de decir que lo sagrado es la infancia de la humanidad)

en un puñado de formas y motivos: Narciso, Edipo,

5

lo líquido, la contradicción, el poder devastador de los

cuerpos, la cruz, la juventud, la extranjería, el corresponsal

(de guerra), el desierto. En fin: aquello que, porque

nos devuelve la imagen de lo que no somos (aun cuando

nos señale la clase de monstruo en que podríamos llegar

a convertirnos), nos habla del valor sagrado de lo múltiple,

de la desesperación ante la corrupción de la pureza.

En carta a Gianfranco Contini del 7 de julio de 1949

(incluida en esta antología), Pasolini escribe: “Hace tiempo,

leí en un diario suizo una columna de Benda que me

llenó de remordimiento: allí se decía, en efecto -desde

un punto de vista muy pesimista- que los hombres escriben

cartas solamente para pedir, que no existe una correspondencia

‘pura’”.

Y el amadísimo quiere rebelarse ante una hipótesis

semejante (pesimista y, por lo tanto, conservadora para

una imaginación como la suya). El escribir cartas se trata

no tanto de un reclamo como de una demanda', una demanda

de amor que, como tal, no tiene satisfacción posible

o la tiene en un registro completamente diferente

al del pedido: el registro del don, el registro de la ascesis

o el registro del arte, que (como han señalado la mayoría

de los comentaristas de la obra de Pasolini) muchas

veces se confunden.

La única razón, lo sabemos, para leer las cartas de

Kafka, las de Benjamín, las de Pasolini, las de quien fuere,

es porque en ellas se cifra algo del orden de la verdad:

la verdad del que ha escrito esas cartas, pero también la

verdad de quien las lee. ¿Cómo comprender de otro modo

la amorosa previsión de tantos corresponsales que decidieron

guardar las cartas que les mandaron personas que,

en otro tiempo (no tanto en un “más allá de la recta del

tiempo”, sino en otro estrato temporal)^ se convertirían

en Kafka, Benjamín o Pasolini (esos “nombres-de-autor”)?

Ellos y ellas supieron que en esas cartas no sólo ellos y

ellas (en primera instancia) sino cualquiera que las leyera

6

iba a ser capaz de poner en movimiento su propia conciencia

en relación con la conciencia del que, alguna vez,

escribió la carta: demanda, semiosis (infinita).

Si nos importan estas cartas firmadas por celebridades

no es porque sean hoy célebres quienes las firmaron

(todavía no ha sido demostrado que el “nombre-de-autor”

sea una entidad fija a lo largo del tiempo; apenas,

que el “nombre-de-autor” se comporta como una descripción

definida y no mucho más), sino porque son escritores,

es decir grafómanos, es decir enfermos que no

pueden dejar de escribir pero que han conseguido sublimar

esa manía o esa obsesión en lo que se llama Arte, la

Literatura. Pasolini llama Furor poéticas (en carta a

Sergio Maldini del 6 de junio de 1947) a esa enfermedad.

Es la enfermedad del poseso que sabe que para él

no hay cura ni salvación posible salvo... el pasaje (o

más bien el salto) de lo Privado a lo Público. El mundo

se vuelve pura hostilidad salvo bajo la forma de un pretexto

de escritura: “No sé cómo vestirme ni cómo pensar

dentro de mí, ni cómo comportarme con los otros;

las horas, los sucesos y los hábitos, cosas que querría

destruir, vuelven a atraparme en su movimiento”, escribe

Pasolini a Franco Farolfi en julio de 1940.

Para eso, para evitar la acedía, esa melancolía típica

de los claustros medievales que asaltaba a los monjes

que estudiaban, leían, escribían e iluminaban manuscritos,

la burguesía inventa en algún momento de la historia

(no hay misterio alguno: al mismo tiempo que inventa

la imprenta y el copyright) la figura del “autor” (la

locura, nos recordaba Foucault, es la ausencia de obra).

El escritor escribe para sacar verdad de su Furor poéticas

o de su grafomanía: una verdad para sí, desde ya;

pero como lo que quiere el escritor-enfermo es escapar

del solipsismo, también una verdad para los otros, para

algún otro: no reclamo, demanda. Don. El salto de lo

Privado a lo Público. “La única filosofía a la que me

7

siento muy próximo es el existencialismo, con su poético

(y otra vez muy próximo a mí) concepto de «angustia

» y su identificación existencia-filosofía”, confiesa

Pasolini a Franco Farolfi (en la primavera de 1943). La

angustia, ya para el joven Pasolini, es un concepto poético:

liada de interioridad, nada de intimidad, ningún

solipsismo.

A propósito de Kafka, Deleuze y Guattari nos habían

advertido que

en Kafka la enunciación y el deseo son una y la

misma cosa, de donde se deduce una política del

deseo que cuestiona todas las instancias. Todo es

política, empezando por las cartas a Felice.1

La sentencia es justa, pero lo es menos por tratarse

de Kafka que por tratarse de un epistolario cualquiera:

todo es política, empezando por las cartas (de

amor). Y Pasolini sabe que sólo como demanda infinita

y como don puede entenderse el amor (Edipo Re,

Teorema) y, por lo tanto, la correspondencia. De ahí

su fascinación por la identificación entre experiencia

(existencia) y filosofía (la filosofía es práctica, es en

primer lugar una ética, el espacio de la ascesis).

Una vez que ha dado el salto de lo Privado a lo Público

(de la manía al Arte), Pasolini se instala más allá de

la dialéctica y por eso puede decir que la angustia es un

concepto poético o que “Al «sufrir» demasiado por estos

problemas |la desaparición del friulano|, se corre el

riesgo de poner en juego no ya un sentimiento, sino un

sentimentalismo, es decir, un vicio: el vicio en que se funda

todo conservadurismo” (carta a Luigi Ciceri del 29

de enero de 1953). De ahí, también, su permanente tensión

entre formas de religiosidad y de creencia (el cris-

En Kafka. Por ana literatura menor. México, Era, 1978, pág. 146.

8

nanismo, el marxismo): “Para mí, en este momento las

palabras de Cristo «Ama a tu prójimo como a ti mismo»

significan «Haz reformas estructurales»” (carta a Cario

Betocchi del 17 de noviembre de 1954).

Pasolini se ofende cuando le recriminan sus oscilaciones

e inconsistencias ideológicas. ¿Es que no lo escuchan?

Si para él filosofía y experiencia son lo mismo y

estar probando su propia resistencia (como quien habla

de resistencia de los materiales) a determinados sistemas

de pensamiento es la única forma de “hacer una

experiencia” con su Furor poeticus: “Mi vida futura no

será la vida de un profesor universitario: ahora sobre

mí se encuentra el signo de Rimbaud o de Campana o

de Wilde, lo quiera o no lo quiera, lo acepten los demás

o no. Es algo incómodo, chocante, inadmisible, pero es

así” (carta a Silvana Mauri del 10 de febrero de 1950),

escribe Pasolini adoptando un modelo, “el pequeño Rimbaud”

(como quien dijera: el pequeño otro) que no lo

abandonará nunca. Escribir, escribir como un perro sin

dueño de la vía Apia que escarba su agujero^ escribir es

“hacer una experiencia” -“Las novelas que estoy escribiendo

son tres. No te asustes. En estos meses no he hecho

más que escribir, incluso diez horas por día”-, y la

desesperación cuando el Furor cesa -“En cambio, aquí

estoy, incapaz de escribir aunque sea un período claro.

Pero espero que mi astenia sea pasajera” (carta a Silvana

Mauri del 11 de febrero de 1950).

Porque ha adoptado la escritura como espacio de transformación

(quién sabrá si tomó la idea de los estoicos, de

los epicureístas, de los pitagóricos, o sencillamente le viene

dado por el cóctel venenoso de filosofía-experiencia

que a su vez le dicta la ecuación amor=reformas estructurales),

Pasolini no deja de hablar como el médico de sí,

no deja de autoanalizarse y diagnosticarse (en un gesto

que, a veces, hasta parece paródico): “quizá me mantenga

muy parecido al Pier Paolo de aquellos tiempos (sien9

do mi caso clínico el infantilismo)” (carta a Franco Farolfi

de septiembre de 1948); “Además, sobre la distribución

general [del libro] (un poco maníaca, te repito), ten en

cuenta que se trata de cuatro secciones, con cuatro poesías

cada una” (en carta a Luigi Ciceri del 13 de enero de

1953; la “manía” numerológica es también constante en

el amadísimo grafómano: Teorema], “Yo me enamoro exclusivamente

de muchachos de menos de veinte años, y

muy ingenuos, diría que sólo del pueblo (ingenuos desde

el punto de vista cultural, no erótico): es necesario que

haya una diferencia, ¿no? La mía es una diferencia social,

cultural (no tanto de edad, en tanto yo me mantengo

«fijo» en la adolescencia, además del período del complejo

edípico: caí bajo la cruz dos veces, y desde la segunda

ya no me levanté más). En todo caso, todo ello tiene una

importancia maravillosa para mí: es un hecho privado.

Una vida extremadamente libre y disipada no ha desgastado

mi inocencia ni siquiera un milímetro: soy realmente

virgen y muchacho desde ese punto de vista” (carta a

Massimo Ferretti del 13 de enero de 1958 11959J).

Al infantilismo, a los hechos privados, a los deliciosos

vericuetos del complejo edípico no se les teme un

ápice (son de una importancia maravillosa porque se

convertirán en materia del Arte: “¿Quién soy?”, Las mil

y una noches, Edipo re]. Pero a la astenia (o a la acedia)

sí. Si el escritor-enfermo se debate entre la astenia y el

Furor poéticas, puesto a elegir, se instala antes en la

manía (la grafomanía) que en su falta: “Como temías,

realmente tu silencio me había espantado, pero me echaba

la culpa a mí mismo por la imprudencia de enfermo

con que te había escrito esas cartas” (carta a Silvana

Mauri del 6 de marzo de 1950).

Pasolini se ofende cuando le recriminan la imprudencia

de sus intervenciones. ¿Es que no lo escuchan? El escribe

(interviene) con la imprudencia del enfermo y la escritura

no es para él la constatación de qué clase de monstruo uno

10

es, sino en qué clase de monstruo podría uno llegar a convertirse.

En carta a Edoardo Bruno de 1959 habla de su

obra (a caballo entre el guión de cine y la novela) como un

“verdadero monstrum de las nuevas letras”.

Pintor, guionista, poeta, semiólogo, periodista, dramaturgo,

músico, director de cine, novelista, militante,

no hay categoría que contenga cabalmente todo lo que

hace Pasolini, el monstrum de las nuevas letras: todo es

monstruoso, como fuera de lugar, como mal hecho, como

informe. Y Pasolini se ofende. ¿Es que no lo escuchan?

Lo suyo es la política de los que emprenden una guerra,

la del monstruo que sostiene un arma de hierro en su

mano izquierda y en su mano derecha unas llamas similares

a un sagrado corazón (en negro), la del escritorenfermo:

todo atravesado por hilachas de escritura, como

si otra cosa no fuera posible (y \no lo es!: sólo es posible

ese salto de lo Privado a lo Público, que lo saque a la vez

de la astenia y del Furor poeticus; «la locura, ausencia

de obra», etc.).

¿Pero es que, además de no escucharlo, no lo leen?

¿No leen en todo lo que ha hecho el rumor de una forma

(la obsesión numerológica, la rosa, la desesperación, la

demanda infinita, la cruz, el Edipo: todas esas formas)?

Todo, hasta el último plano y la última carta, son

actos de escritura y todo en ese acto de escritura es una

violencia sobre sí (única razón que importa): “el cinematógrafo

plantea procesos de sintaxis narrativa que

desde hace tiempo la literatura no se autoplanteaba”

(carta a Luciano Anceschi de enero de 1960). Por eso,

no puede sorprender que el joven Pasolini anticipe todo

su cine en el exacto momento en que se abren los nuevos

pliegues de su fantasía: “He visto un film nórdico: Laila>

que une cualidades maravillosas a defectos irremediables.

El director es un poeta que no sabe usar la cámara;

intuye secuencias bellísimas, y a veces las realiza.

El montaje es torpe. En conjunto, el film me ha tur-

11

bado mucho y ha abierto nuevos pliegues en mi fantasía

(sueño con renos, deshielos, fiordos, bramidos de lobos

y la vida folklórica de jovenciros que en primavera se

adornan con collares y, vestidos con pieles, cantan con

voz dulcísima chapoteando con los pies en el luciente

fango)” (carta a Franco Farolfi del invierno de 1941).

Así como sería imposible en la carta anterior (claro

que en función de la obra posterior de Pasolini: no se

trata de un más allá de la recta del tiempo sino de estratos

temporales diferentes) decidir qué se considera del

lado de las cualidades maravillosas y qué del lado de los

defectos irremediables, también es inútil saber si Pasolini

se refiere más inmediatamente a los pliegues sexuales

o a los estéticos de su fantasía y de su imaginación, es

decir a sus formas de conciencia.

En El pase del testigo, Edgardo Cozarinsky señala que

Las correspondencias halagan una curiosidad

del lector que las biografías o la historia no saben

satisfacer. Al permitir observar el curso de dos

vidas, o de esa parte de cada una de ellas que se

relaciona con la otra, antes que la mirada retrospectiva

trace el diseño final, nos invitan a asistir

en cada momento a esa decisión, ese encuentro,

esa duda que han de tener una larga proyección,

todavía ignorada. Al conocimiento global de una

vida conclusa, a la intuición ilusoria de un destino,

anteponen, y permiten recuperar, la espontaneidad,

la ignorancia o el presagio: en una palabra,

el frágil presente.2

¿Pero el presente de qué? El presente de la conciencia

y, más aún, el presente del monstrum: aquello en lo que

2 Cozarinsky, Edgardo. El pase del testigo. Buenos Aires, Sudamericana,

2001, pág. 113.

12

uno podría llegar a convertirse. Cozarinsky (él mismo un

sutilísimo observador de la conciencia) sabe leer en las

cartas la fragilidad de lo dicho y, al mismo tiempo, la

larga proyección de lo que se dice y lo que no se dice. El

que escribe una carta expone para otro (el que la recibe;

pero también el tercero: el curioso impertinente en que

nos convertimos al leer epistolarios) lo más íntimo de sí,

su conciencia -la espontaneidad, la ignorancia, el presagio,

el informe sobre los avatares de la monstruosidad

(¡nada que ver con “la intuición ilusoria de un destino”!

¿Pero es que acaso no nos leen?), y una demanda infinita.

Al exponerse, el pequeño Rimbaud se vacía de toda

interioridad: no es un hombre, tampoco es un dios, no es

yo, pero es más yo que yo: porque hay una verdad del

yo y esa verdad es el proceso de su transformación en

monstruo, en sombra, en nada. No hay yo como interioridad

porque se ha dado el salto de lo Privado a lo Público:

“Confiar un secreto pone en riesgo sobre todo a aquel

a quien se lo ha confiado. Si no fuese así, no tendría yo

temor en hablar claramente de la podredumbre que he

heredado de mis antepasados” (carta a Franco Farolfi

del 22 de agosto de 1945).

La dinámica del secreto, Pasolini lo sabe, conduce sólo

a pasiones pequeñas en relación con las cuales sería inútil

confrontar al Furor poeticus y a la astenia: “En cuanto a

las muchachas, las cosas iban maravillosamente con cierta

Merina, dactilógrafa, con una rarísima melena rubia natural;

esbelta; de buena familia. Cultivé hacia ella una

pequeña pasión” (carta a Franco Farolfi del otoño de

1941) . Después de su primer libro {Poesías a Casarsa,

1942) , Pasolini no volverá siquiera a considerar la hipótesis

del secreto y las pequeñas pasiones. El pequeño Rimbaud

ya se sabe monstruo, condenado como un Sísifo (ya

más pop que existencialista) a rehacerse a sí mismo todo

el tiempo: “para mí ha terminado el período de la vida en

el que uno cree que es sabio por haber superado la crisis

13

y satisfecho ciertas terribles necesidades (sexuales) de la

adolescencia y la primera juventud. Estoy dispuesto a

volver a intentar rehacer mis ilusiones y deseos; soy, definitivamente,

un pequeño Villon o un pequeño Rimbaud”

(cartel a Franco Farolfi de septiembre de 1948).

En Poesía en forma de rosa (1964), Pasolini ya va

por la Tuscolana como un loco,

como un perro sin dueño por la Apia

(...) más moderno que todos los modernos

buscando hermanos que no existen más.

Pero el amadísimo y monstruoso grafómano que llamamos

Pier Paolo Pasolini puede descansar en paz, porque la

conjuración sagrada ha sabido siempre encontrar hermanos

y amigos.

Hasta ahora Pasolini había recibido en Argentina la

atención de los mejores traductores (Enrique Pezzoni,

Arturo Carrera, Delfina Muschietti). A ese grupo de

conjurados se sumó hace poco Esteban Nicotra, quien

tradujo para la editorial cordobesa Brujas Del diario

(1945-47), el primer libro de poemas de Pasolini que se

expresa ya fuera de los estrechos límites del simbolismo

en el que realizó sus primeros ejercicios poéticos.

Diego Bentivegna (a quien me complace incluir entre

mis colaboradores y amigos) ha curado y traducido con

amorosa rigurosidad Pasiones heréticas, esta selección

de su epistolario que, en sí misma, salta a la vista como

un alarde de sutileza y sabiduría. No menos finas y precisas

son las líneas de lectura que el editor nos entrega como

un don adicional.3 Gracias a él, lo que hay de sagrado y de

puro en el arte de Pasolini, así como la fragilidad de su conciencia,

nos alcanza, nos toca, nos involucra, nos contagia.

Para no abrumar a los lectores, me he abstenido de citar las muchas

veces que sus hipótesis se cruzaron con las mías.

14

Las letras del monstruo

Nora filológica

por Diego Bentivegna

Esta selección de cartas de Pier Paolo Pasolini toma

como texto de referencia fundamental la recopilación de

su epistolario llevada adelante por Nico Naldini (P. P. Pasolini,

Lettere 1950-1954 y Lettere 1955-1975, Turín, Einaudi,

publicados en 1986 y 1988 respectivamente). Las

notas que acompañan nuestra traducción se nutren en

parte tanto de las notas de la edición de Naldini como de

la exhaustiva cronología que abre cada uno de sus volúmenes.

Hemos seguido también la datación de las cartas

propuesta por Naldini. Los encabezamientos encorchetados

han sido agregados por el editor.

Nuestra selección, con todo, se cierra con una carta

que no forma parte de la edición de Naldini. Se trata de

una carta a Alberto Moravia que su autor jamás llegó a

enviar a su destinatario y que cierra la “reconstrucción

filológica” del texto en cuya escritura trabajaba Pasolini

en los días de su asesinato: Petróleo, Sabemos que este

texto se presenta a sus lectores como la realización parcial

de una hipótesis filológica. Es más, no es tanto, en su

propia concepción, un texto acabado, sino la hipótesis

filológica reconstructiva de un monstrum literario -“novela”,

“ensayo”, “poema”, “cierta cosa escrita”, “bloque

de signos” son algunas de las formas que Pasolini usa

para nombrarlo- que permanece en el campo de las obras

en estado de contingencia, de las obras a hacerse. En este

conjunto quebrado y a la vez sediento de totalidad, los

fragmentos “novelísticos” se injertan en informes judiciales,

en crónicas periodísticas, en cartas, en resúmenes,

15

en reescrituras. Es el proyecto pasoliniano de una escritura

total e impura.

Las cartas de Pasolini, incrustadas, como la carta a Moravia,

en el continuum escriturario que comienza a desplegarse

en los textos líricos friulanos y se extiende hasta Salo

y Petróleo, constituyen una parte sustancial de esta máquina

literaria. De manera análoga a lo que Dcleuze y

Guattari afirman acerca de las carras de Kafka, se puede

pensar que las cartas de Pasolini atraviesan la “lengua escrita”

de la realidad no como meros documentos históricos,

biográficos o “creativos” de los diferentes períodos

composicionales de la obra de su autor, sino como una suerte

de motor productivo de una escritura desesperadamente

vital, intrincada, contaminada de cuerpo y de mundo. Como

las cartas kafkianas, las de Pasolini constituyen, más que

ninguna otra cosa, un componente capaz de transformar

todo (el habla de los campesinos del Friul, los coros del

rosario, los retablos y la imaginería religiosa de las aldeas

de los Apeninos y los Prealpes, el acento cortante de los

pescadores vénetos o napolitanos, el cuerpo meridional de

los muchachos de Roma, de Beirut o de Recife) en materia

de un modo de practicar la literatura que ha sido caracterizado

como “impuro”, como una “performance en la que

el objeto estético es menos importante que la presencia o

la acción del artista”.1

Las cartas de Pasolini, como toda su escritura, instalan

una presencia corporal. El escritor de cartas, el epistolier1,

ese “monstruo de la literatura” que situado en el umbral

que escinde institución e inscripción, cuerpo y escritura, lengua

y estilo, pasión e ideología, transhumanización y organización,

puede ser pensado como una posición enunciativa

encarnada (un texto, pero también una voz y un cuerpo)

que entra en serie con la irrupción disruptiva que cada acto

1 Carla Benedetti, Pasolini contro Calvino. Per una letteratara impura,

Turín, Bollari Boringhieri, 1998.

2 Cfr. Vincent Kaufmann, L'eqiiiuoqiie epistolaire, París, de Minuit, 1990.

16

de escritura pasoliniano es. La disrupción, la monstruosidad,

es su modo de intervención política. Si las cartas juveniles

de Pasolini correspondientes al período friulano y a los

primeros años de Roma construyen, como una suerte de

puesta en texto del amor de longh de sus amados poetas

provenzales, una ligazón, un sodalicio entendido como pequeña

comunidad imaginaria de escritura y de lectura, las

cartas más cercanas a la muerte violenta en las playas de

Ostia son los lugares en los que se expone de manera entrecortada

una forma de entender la escritura como un arrojar

el cuerpo en la lucha. En ellas (pienso, sobre todo, en la carta

a Penna o en la referida carta a Moravia) se plantea la

escritura como una ascética radicalizada, un acto afirmativo

de agenciamiento en el que los órdenes de géneros y de

clases aparecen violentamente impugnados. Ya no son modos

de conjurar mediante la poesía y la búsqueda de una

lengua poética total el hiato, la distancia, sino el cuerpo escrito

que es, él mismo, un acontecimiento disruptivo en el

mundo, como un Tiresias, un Cristo o un Francisco.

Lo que permanece es la escritura epistolar como la puesta

en marcha de un sujeto colectivo de enunciación en un

texto estratificado, como el que Pasolini postula en el último

libro publicado en vida:1 un libro presentado, de igual

modo que Petróleo, como reconstrucción filológica de un

texto que permanece en estado de esbozo y que adopta la

“forma magmática y progresiva de la realidad”. Leídas

desde estas monstruosidades filológicas, las cartas son un

rizoma, una red, una telaraña, pero también un magma,

un proceso formal viviente, una matriz de intervención que

está en la base del Pasolini hereje, corsario, luterano. Las

relaciones epistolares tejen, en este sentido, un espacio reticulado

en el que las relaciones pasionales, corporales, rearticulan

una parresía irreductible a la retórica grandilocuente,

arborescente, del Estado y de los medios masivos, e irre-

3 La Divina Mimesis, Turín, Einaudi, 1975.

17

ductible también a las retóricas alusivas de las formas más

o menos domesticadas de la modernidad artística y literaria

(el futurismo y el hermetismo, primero; Robbe-Grillet,

Antonioni y la neovanguardia italiana, más adelante). Lo

sacro (la lengua primigenia de la juventud friulana; la “fulguración

figurativa” de Accattone y de Mamma Roma; la

sacralidad subalterna, gramsciana, de las novelas romanas;

el ambiguo espacio sacro, sacer, de Petróleo y de Saló);

el mito del estilo y las pulsiones adjetivales en los años de

poesía civil de Officina y Las cenizas de Gramsci; la aseesis

de un cuerpo tensionado entre la vida y la destrucción,

encarnado en un decir heteróclito “impregnado de realidad

inmediata”, derrochando semen y vida en urbes semiafricanas

quemadas por el sol meridional, son algunos

de los bloques de sentido que recorren el epistolario de Pasolini

y que, entrecruzados, intrincados, contaminándose

unos a otros, hacen de cada carta algo entrañablemente

corporal, impuro: político.

Proponemos a continuación un conjunto de hipotéticos principios de

señalización que permiten recorrer reticularmente las cartas aquí seleccionadas

y ordenadas de manera cronológica:

* Serie del Eros

* Serie de la lengua (lenguas, dialectos, grafías)

* Serie de la escritura (poesía, novela, ensayo, correcciones, ediciones,

proyectos de obras futuras)

* Serie familiar (madre, padre, hermano)

* Serie de la rabia (discusiones, refutaciones, broncas, polémicas)

* Serie de la escucha (música, lectura, crítica)

* Serie pedagógica (alumnos, maestros, educadores)

* Serie cinematográfica

* Serie de la religiosidad (Cristo, la Iglesia, la religiosidad campesina,

lo sagrado).

El índice da cuenta de este ordenamiento.

Dedico este trabajo a Victoria y a Luigi,

a sus pequeñas lenguas de sol, de montaña y de mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

FRIEDRICH SCHILLER: ESTÉTICA Y LIBERTAD FRAGMENTO

Presentación En sus conversaciones con Eckermann, Goethe decía que la idea reinante en toda la obra schilleriana, desde sus tragedias hasta ...

Páginas