[ INTRODUCCIÓN ]
ALCEO:
LA RESISTENCIA
Nomen est omen, decía Plauto. “El nombre es presagio”, una sentencia que en
la antigüedad tenía una significación especial. El nombre de Edipo, “el de los
pies hinchados”, marcó su destino de abandono; Odiseo fue “el odiado por
hombres y dioses”; Aquiles, “el sin labio”. Sin embargo, no solamente en los
mitos el nombre del individuo tenía un peso específico que determinaba sus
características básicas: sus virtudes, sus defectos, su identidad. Así, el autor
Teofrasto era “quien habla como los dioses”, gracias a su maravillosa
elocuencia; Pablo de Tarso dejó de ser Saulo para llamarse a sí mismo “el
pequeño”.
Alceo es la translación castellana del nombre Ἀλκαῖος, que encuentra su origen
en el sustantivo femenino griego ἀλκή, que significa “coraje” o “arrojo”. En
ocasiones, Homero lo usó con un matiz diferente: ἀλκή era la contraofensiva, “la
fuerza que aparta el peligro”. Heródoto y Esquilo lo empleaban para hablar de
“resistencia”, de la “guardia”. Para Esquilo significaba, simplemente, “lucha”,
“batalla”.¹ Alceo, entonces, sería “el valeroso”, “el defensor”. Si la sentencia
latina es cierta, los significados del nombre Alceo refieren con exactitud lo que
fue su carácter: un hombre en constante lucha, arrojado a defender lo propio,
celoso guardián de lo heredado. Alceo fue, pues, la resistencia.
Pero, ¿quién fue Alceo? La respuesta, a decir verdad, no es fácil. El problema de
su identidad estriba en la poca información que la antigüedad nos heredó. No se
cuenta con ningún documento que date, con exactitud, ni su fecha de nacimiento
ni la de su muerte. Lo único cierto es que fue un poeta “lírico”, nacido en la
ciudad de Mitilene, capital de la isla de Lesbos, cuyos poemas fueron colectados
en no más de diez libros. Fue reconocido como el inventor de la estrofa alcaica y
como un incansable enemigo de los tiranos de su patria, sufriendo el exilio dos o
tres veces.
Los escasos restos que tenemos de su poesía impiden tener un panorama
completo de lo que fue la vida y obra de Alceo. Al parecer, con el paso de los
años, con el arribo de la Cristiandad, con nuevos paradigmas estéticos y morales,
su poesía perdió interés y vigencia. Pudiera ser que los copistas de los clásicos lo
hubieran censurado, que las obras se hubieran perdido mucho antes o que ya
para la Edad Media no quedara completo uno solo de sus poemas;² eso no puede
saberse. Por ello, lo que nos ha quedado de Alceo, sus poemas y fragmentos, son
rasguños de un retrato, hilados de un traje, polvo de lo que fue, algún día, una
brillante y colorida efigie. Estatua a la que muchos estudiosos han querido dar
forma, dinámica, textura y color.
De la vida privada de Alceo no se sabe gran cosa. Se ignora si se casó alguna
vez, si tuvo hijos o propiedades. Tal vez aquella información no resultaba muy
relevante y, por ello, fue omitida por los estudiosos de la antigüedad. Tampoco
hay demasiadas referencias directas a la vida privada en los fragmentos que
poseemos de Alceo y las que hay sirven para explicar o ahondar en algún tema
político. Porque la vida pública de Alceo, la vida que llevó como integrante
político de su ciudad —padeciendo los vaivenes de Mitilene—, fue la que marcó
la mayor parte de su composición poética.³ Ya lo había dicho Dioniso de
Halicarnaso:
Si en muchos lugares removieras el metro, hallarías
retórica política.⁴
Mitilene, igual que toda Grecia, en la época arcaica (desde el siglo VIII al VI a.
C.) fue un lugar de severas convulsiones y de cambios políticos y sociales: los
antiguos clanes reales desaparecían o eran exterminados; las aristocracias se
hacían del poder; los griegos se expandían por el mundo, fundando nuevas
colonias, agudizando el fenómeno de las migraciones; la clase comerciante
estaba en auge y los tiranos eran una nueva realidad emergente que confrontaría
a los aristócratas.
La pólis de Alceo fue fundada en tiempos míticos por Pentilo,⁵ hijo de Orestes.
Ésta, como se ha dicho, era la ciudad capital de la isla de Lesbos, pero no era la
única importante; existían al menos otras cuatro ciudades relevantes: Antissa y
Metimna —las que tenían el dominio del norte de la ínsula—, Eresos, que se
encontraba al oeste, y Pirra, en el golfo central. Mitilene, que controlaba el este
de la isla, no tenía el poder
sobre las demás ciudades, ni religioso ni político. Cada ciudad lesbia gozaba de
autonomía: tenía su propio sistema de cultos y rituales, conforme a su calendario
sagrado. Mitilene estaba unida a ellas por una alianza religiosa llamada
anfictionía —que contemplaba un sistema común de creencias—, reafirmada
cada cierto tiempo en el marco de juegos locales, festivales religiosos y otro tipo
de certámenes. Existen datos que confirman esta idea, pues se conoce, por
Alceo, que los lesbios erigieron un templo común para los dioses, y que existían
concursos de belleza en los que todas las lesbias participaban. La lengua
hablada en esas regiones era el eólico, antiguo dialecto griego, bastante distinto
del ático o del dórico, con características muy especiales.
Mitilene, hasta fines del s. VIII a. C., estuvo gobernada por los descendientes de
su fundador Pentilo, los Pentílidas,⁷ personajes que, según Aristóteles, eran
crueles y azotaban a palos a sus ciudadanos. Empero, para inicios del s. VII a.
C., los Pentílidas no regían Mitilene de una manera absoluta, sino que el poder y
la duración del cargo del rey —que era una especie de presidente— dependían
de la aprobación de los nobles. Sin embargo, los reyes seguían cometiendo
excesos. Los nobles, inferiores a los Pentílidas en cuanto al linaje, hartos de sus
vejaciones y abusos, se conjuraron contra ellos y, acaudillados por dos héroes,
primero por Megacles y luego por Esmerdis, asesinaron a algunos miembros de
la casa real, a fin de conseguir el control de la ciudad.
Para mantenerse en el poder, los nobles reformaron el código de normas creando
la eunomía —la buena ley—, instaurando las sesiones populares del Ágora y el
exclusivo Consejo, y se sustentaron mediante la posesión y explotación de
tierras.⁸ Una de las máximas que crearon fue que sólo los eupátridas, es decir, los
de buen linaje, podían regir, a la par de otros nobles, la ciudad. Las capas
populares estaban bajo su señorío.
Los nobles, entonces, tomaron el control de la ciudad. Sin embargo, el acuerdo
entre ellos no era absoluto y por eso usaron las antiquísimas heterías —grupo de
compañeros o amigos, de origen militar— como asociaciones políticas, para que
cada familia o grupo de familias se unieran en pos de una idea común sobre los
destinos de la pólis. Y aunque éstas heterías o facciones —antecedentes de las
agrupaciones políticas desarrolladas en la Grecia Clásica— mantenían la
ortodoxia y el consenso interno por medio de la lealtad a los juramentos verbales
y por la consanguineidad de sus miembros, hacia el exterior rivalizaban con
otras facciones hasta alcanzar niveles encarnizados, desestabilizando la vida de
la ciudad.
Las continuas trifulcas promovidas por las heterías mitilenias produjeron gran
malestar social, pero, sobre todo, enfado entre ciertos grupos de nobles que no
concordaban con estas prácticas. Por ello, es posible pensar que algunos
aristócratas, contando con el apoyo de las capas populares, buscaron en un solo
hombre, en un autócrata, la solución a los males acarreados por las luchas
intestinas por el poder.¹ Este autócrata respondía al apelativo de τύραννος: un
gobernante que estaba por encima de la eunomía, de la ley. Y, mientras que para
los nobles más radicales era aborrecible, para algunos otros –junto con el
pueblo– constituía, en ese tiempo particular, la solución a muchas de sus
necesidades, como la posibilidad de incidir en la política o conseguir la paz.
En ese marco de grandes cambios sociales y políticos, aconteció la vida del
poeta que nos atañe. Alceo nació en cuna aristócrata, entre los años 630 y 620 a.
C.¹¹ De su familia algo se conoce: tenía, al menos, dos hermanos mayores,
Ciquis y Antiménidas.¹² Ambos estaban aliados en una facción que formaba
parte de la clase gobernante de Mitilene.¹³
Pocos años después del nacimiento del poeta —y como si fuera un presagio de lo
que sería su vida—, se generó el primer conflicto entre la facción de los Alceidas
y un tirano emergente, llamado Melancro. Los hermanos de Alceo, Antiménidas
y Ciquis, aliados con otro noble llamado Pítaco,¹⁴ se enfrentaron a Melancro y,
según Diógenes Laercio, lo derrocaron entre los años 612 y 608 a. C. Alceo, al
parecer, no formó parte de la deposición, posiblemente debido a su juventud,
pues Diógenes no lo menciona.¹⁵ Sea como fuere, Melancro no parece ser un
tema presente en la poesía alcaica, al menos no en los fragmentos que
actualmente se conservan; sólo se le menciona —tal vez irónicamente— en el
fragmento 331.
Varios años más adelante —las fechas son inexactas—, Alceo tuvo, tal vez, su
primera experiencia bélica: la guerra del Sigeo. Este conflicto se suscitó ente
Mitilene y Atenas por la posesión del Sigeo, un promontorio en la Tróade,
estratégico para los viajes al Helesponto.¹ El héroe de la contienda fue Pítaco,
compañero de Alceo y líder de la facción y del ejército mitilenio.¹⁷ Se cuenta en
varios testimonios que Pítaco se enfrentó al general de los atenienses, llamado
Frinón (quien había participado en el pancracio de los juegos Olímpicos), en un
combate singular,¹⁸ como aquellos que se narran en la Ilíada. Pítaco demostró su
inteligencia al vencer a Frinón mediante una fabulosa hazaña: ocultando una red
bajo su escudo, dejó que el ateniense se acercara lo suficiente y se la lanzó.
Atrapado e indefenso, Frinón fue asesinado por Pítaco y el combate se detuvo.
Esta acción de Pítaco evidenció su carácter: no era un noble tradicional; podía
utilizar el engaño para lograr sus fines.
En algún momento del conflicto y tras la pérdida de Frinón, los atenienses
solicitaron que un extranjero —Periandro de Corinto— fungiera como árbitro,
para mediar entre los ejércitos y decidir a quién le correspondía la posesión del
Sigeo. Periandro concedió a los atenienses el uso y explotación del Sigeo y
otorgó a los mitilenios la posesión del Aquileo, la tumba del héroe mítico
Aquiles, que se encontraba en Tracia.
Aunque los mitilenios perdieron el dominio del Sigeo, por el arbitrio de
Periandro, las acciones de Pítaco, seguramente, lo elevaron a calidad de héroe en
su patria y su fama creció. Alceo, por su parte y según él mismo explica en un
poema enviado a su amigo Melanipo, huyó de la batalla y abandonó su escudo
en manos de los atenienses, quienes lo colgaron en el templo de Atenea como
ofrenda votiva.¹ Sin embargo, y aunque esta acción era censurable, Alceo nunca
fue reputado como cobarde, pues su intención con ese poema, siguiendo con el
pensamiento aristocrático, era explicar que, a veces, los infortunios son
inevitables, pero que hay que sobreponerse y, posteriormente, volver a la lid con
ánimos renovados.²
A la vuelta de la guerra del Sigeo —y sin tener mayores noticias que aclaren el
panorama—, un nuevo autócrata tomó el poder en Mitilene: Mirsilo. Con el
ascenso de Mirsilo, inició con todo su esplendor la actividad poético-política de
Alceo. De ésta época son sus dos más famosas “alegorías de la nave”,²¹
composiciones que invitaban a los Alceidas a cobrar fuerzas y oponerse con todo
al tirano, al mostrar una situación de naufragio, en la que la nave-ciudad (de
orden aristocrático) estaba a la deriva, amenazada por las olas que se enfilaban
como un ejército, azotada por los vientos de la revuelta. Alceo formaba parte
activa de la facción y hablaba por ella, que veía en Mirsilo la materialización de
sus pesadillas.
Como integrante de la facción, Alceo participó en una revuelta que intentó
derrocar a Mirsilo. Esta conjura no tuvo el éxito previsto y, derrotados, él y sus
compañeros fueron, por primera vez, exiliados a la ciudad lesbia de Pirra²² —a
35 km. de Mitilene—. Pasado el tiempo, cuando Mirsilo viajaba cerca de aquella
ciudad, los compañeros de Alceo intentaron asesinar al tirano, pero ese empeño,
de nuevo, falló, gracias a que éste fue salvado por su guardia de mercenarios.²³
Después, al parecer, la facción logró deponer a Mirsilo y exiliarlo, pero el tirano
regresó en la embarcación de un conocido de Alceo, llamado Mnamón, al que el
poeta reprocha, en uno de los fragmentos, haberle proporcionado los medios
para volver.²⁴
Entonces, ocurrió el momento clave en la vida de Alceo: Pítaco, su amigo y
líder, entendiendo —posiblemente tras tanto revés sufrido— que la solución a la
situación política de sus tiempos no estaba ni en las armas ni en el furor que su
facción promovían, utilizó la diplomacia para hacerse del poder. La diplomacia
era, al menos para el grupo de Alceo, un recurso impensable, pues suponía
pactar con el poder de los tiranos y, con ello, olvidarse del más grande vínculo de
los compañeros de la facción: los juramentos. Pítaco, sin tener cuidado por esas
formas tal vez ya gastadas e ineficientes para el tiempo, traicionó los
juramentos,²⁵ dejó la facción y, según Alceo, se fue “a medias” con el gobierno
de Mirsilo para asegurar que la paz reinara en Mitilene. Y así, tal como lo había
hecho contra Frinón, Pítaco, el oculto, desplegó su red y asestó el golpe mortal.
Esta fue su
nueva forma de hacer política, en la que encontró la posibilidad de realizar un
gran cambio en Mitilene: cesar la lucha de las facciones y su violencia.
Cuando ocurrió la muerte de Mirsilo, la que Alceo celebró con entusiasmo
desmedido,² Pítaco convocó a una especie de elección a mano alzada (se
desconoce si fue aclamado por una mayoría de nobles dentro del Consejo²⁷ y por
el pueblo) en la que resultó ser nombrado dictador o magistrado,²⁸ en el año 590
a. C. Su cargo, según los pormenores, duraría sólo diez años, pues era electo
únicamente para llevar la paz a Mitilene. Y para alcanzarla, Pítaco se debía
enfrentar a sus antiguos compañeros, entre los que estaba incluido Alceo.²
Pítaco, a la postre, fue considerado uno de los siete sabios de Grecia, reconocido
por ser el creador de normas particulares (restringió, por ejemplo, la ingesta
excesiva del vino o los gastos funerarios), pero, sobre todo, por ser quien
terminó con la discordia producida por las revueltas.³ Pítaco estuvo en el poder
diez años (tal como se le había encomendado), se retiró de la vida pública y
murió diez años después.³¹
Y aunque Pítaco fue designado y su cargo era provisional, para Alceo era un
tirano, un autócrata que estaba por encima de la eunomía; un traidor que en sus
acciones dejaba ver un halo de poder absoluto: se casó con una mujer de la casa
Pentílida, tenía guardaespaldas³² y perseguía y confiscaba los bienes a algunos
nobles exiliados. Lo único real es que los dichos de Alceo —los cuales podrían
ser ciertos, pero están evidentemente exagerados— son un producto literario
altamente persuasivo, con el que buscaba destruir a una de las más famosas
figuras políticas del tiempo: al héroe pacificador, al que vencería la resistencia.
Por ello, el oficio poético de Alceo era bastante complejo.
Sin embargo, algunos expertos han considerado que el único plan político del
poeta era la violencia irracional, y otros sugieren que tenía intenciones
revolucionarias particulares, esto es, querer gobernar, basados en un testimonio
de Estrabón.³³ Y aunque en la antigüedad se poseían más elementos de la vida y
obra de Alceo, es posible pensar que el poeta no tenía por qué abrigar un plan
político propio, salvo reivindicar el derecho de su grupo a ejercer el poder, lo que
consideraba cierto y natural. Intentaba devolverle a la hetería lo que era suyo,
revivir el mundo que se estaba colapsando. La única intención de Alceo —como
vocero de su facción— era suscitar la revuelta de los nobles, regresar al antiguo
orden³⁴ y salvar a la ciudad. Para conseguirla, pues, debía enfrentar a Pítaco con
todas sus capacidades. Por ello, empleó la poesía como su principal arma, para
urgir a su grupo a defender su patria y su sistema de creencias. Y es aquí donde
Alceo, el nombre, se convirtió en presagio.
La poesía, basada en el pensamiento aristocrático, fue la única herramienta con
la que Alceo resistió a sus tiempos. Con ella intentó destruir la figura de los
tiranos: a Mirsilo por medio de la arenga a la facción; a Pítaco, llenándolo de
insultos centrados en su familia, llamándolo “de mal linaje”;³⁵ arremetiendo
contra la decisión y contra quienes lo nombraron dictador; e invitando a su grupo
a atacarlo, para evitar la ruina de la ciudad. Los argumentos contra Pítaco no
eran filosóficos, sino prácticos, efectivos, concretos. Alceo buscaba, por medio
de ellos, concebir una figura antinómica, casi monstruosa,³ enemiga del orden
ancestral, un rival al cual combatir, al que se debía remover para lograr el
bienestar y llevar a la ciudad a buen puerto.
Por eso, Alceo llamaba a sus compañeros a no dejar nunca la batalla a pesar de
las constantes derrotas y a aferrarse al orden heredado. Estos y otros poemas
fueron llamados en la antigüedad, por los editores de Alceo —Aristófanes de
Bizancio y Aristarco— , como στασιωτικά, “poemas de revuelta”. En unos,
atacaba sin piedad a todos los tiranos, desde Melancro hasta Pítaco, pasando por
algunas familias de nobles rivales;³⁷ en otros, componía desde el exilio,
enviándoles poemas a sus amigos mediante algún intérprete, lamentándose de
estar lejos de la política y de ellos mismos.³⁸ Alceo narraba su suerte formando
parte de ejércitos extranjeros, llamaba a sus camaradas a olvidarse de la derrota y
a practicar una guerra sin fin contra los tiranos; les infundía vigor, invitándolos a
portar honorables vestes guerreras, y comparaba a sus enemigos políticos con
funestos personajes míticos. El poeta creía que con esto podía lograr su cometido
y aspirar a devolverle a su ciudad, al pueblo, el orden antiguo; al que
consideraba el óptimo. Sin embargo, perseguido y tribulado, su poesía —su
escudo— no sólo estaba revestida con la revuelta, sino con toda la tradición
aristocrática: la religiosidad, la amistad, el amor, y el vino.
Cuando todos los intentos humanos fallaban, Alceo se abandonaba al juicio de
los dioses. En el mundo griego antiguo esta actividad no era quehacer exclusivo
de los sacerdotes o de los ministros de culto. El poeta cumplía un rol social y
religioso trascendental: era el intermediario por el cual una ciudad o un grupo
humano expresaba sus pesares, necesidades o acciones de gracias. El cantor
ponía en los oídos de los dioses un himno que intentaba persuadirlos; por ello, el
himno debía emplear métodos suficientes para lograrlo: algunas veces se echaba
mano de la danza, de los coros, de la repetición y las fórmulas.
El caso de Alceo como cantor de himnos es peculiar. Por lo que se conoce, era
un poeta solista —monódico— que no empleaba el coro o la danza en sus
ejecuciones. No existe testimonio fidedigno alguno que alumbre el enigmático
performance hímnico de Alceo. Tal vez lo único que se podría aseverar es que
Alceo no cantaba bajo encargo externo, ni se contrataba, no era un poeta
“profesional”,³ sólo componía para el bien de su grupo (que para él era, por
extensión, el bien de la ciudad).⁴ Siguiendo esta idea, sería adecuado pensar que
los himnos de Alceo pudieron haber sido ejecutados en el marco de las
festividades religiosas y conmemorativas (onomásticos, aniversario de
fundaciones, etc.) que su grupo político celebraba.
Alceo, como vocero de la facción, era el responsable de persuadir a los dioses de
intervenir en los asuntos que su grupo solicitaba y es aquí donde entraban en
juego las capacidades creativas del poeta. Estas capacidades tenían que ver con
la posibilidad de variar temas y conocimientos antiguos. Alceo, pues, echó mano
de Terpandro, de Arión y de la tradición hímnica anterior a él, para ponerla al
servicio de sus cantos. El mito estaba contemplado en la educación aristocrática
de la antigüedad. Al conocer las historias de los dioses y sus hazañas, Alceo
tenía la clave para atraer hacia su grupo la benevolencia de los dioses. Este poder
que tenía Alceo como cantor de himnos lo distinguía de los demás aristócratas:
sólo él conocía la melodía que transformaba, era pieza esencial de la
comunicación con
las deidades. Por su poesía, se sabe que Alceo, compuso varios himnos, llamados
ὕμνοι, a Apolo Délfico, Atenea Itonia (en la ciudad de Coronea), y a Eros, entre
otros.⁴¹
Otro de los refugios de la poética alcaica fueron la amistad, el amor y el vino. En
cuanto a sus amigos, se conocen muchos: Bicquis, Agesiledas, Esimidas,
Melanipo, el efebo Menón y Lico, su preferido.⁴² Con ellos departía en el
simposio, lugar de reunión de los varones nobles, donde se planeaba la política,
se hablaba de los problemas existenciales y religiosos, escuchaban máximas y
consejos, y obtenían placeres sensuales.⁴³ Ahí participaban, como un coro de
comensales o, en algunas ocasiones, como intérpretes en sustitución del poeta. El
cantor —ya Alceo, ya algún otro compañero— se hacía escuchar, acompañado
de la lira, el bárbitos o el paktis,⁴⁴ y trataba de amenizar el convivio usando la
improvisación, respondiendo a sus compañeros con un consejo, invitándolos a
beber y a segur unidos.
El carácter amatorio de Alceo parece ser (por la casi nula conservación de los
fragmentos de sus canciones llamadas ἐροτικά) un tema secundario; sin
embargo, según varios testimonios de la antigüedad, Alceo era considerado un
amante juvenil, no sólo un poeta de revuelta o hímnico, cuya erótica era,
fundamentalmente, homosexual y paideútica.⁴⁵ Pero estos elementos, insertos en
un contexto restringido, eran una característica de su grupo: la facción
aristocrática que, como cualquier otro grupo griego, no estuvo exenta de tener
algún origen cultual o ritual. Se podría pensar que la hetería fue, en algún
momento de la historia, un grupo de iniciación para los jóvenes que aseguraba la
transmisión de conocimientos. Por ello, la hetería, no generó nunca en el mundo
griego algún conflicto con la heterosexualidad, ni provocó inconsistencias en la
institución del matrimonio. El amor a los jóvenes y a los efebos fue una herencia
que el aristócrata continuó practicando —y cantando—, como signo inequívoco
de su identidad, hasta bien entrado el s. I a. C.⁴
El vino, por otra parte, era el único filtro real, por medio del cual el hombre se
mostraba verdaderamente. Tras la traición cometida por Pítaco, Alceo sólo
confiaba en que el vino revelaba los secretos del alma humana:
El vino es la mirilla del hombre.⁴⁷
Para él, el vino bebido inmoderadamente⁴⁸ servía para alejarse —sin conseguirlo
plenamente— de la realidad, para quitarse de encima una bochornosa tarde
estival o el inclemente invierno,⁴ o, simplemente, para olvidar los males:
Es inútil dar el alma a los males,
pues nada ganaremos afligidos,
Bicquis; el óptimo remedio
es embriagarse, trayendo vino.⁵
A pesar de todos los esfuerzos por resistir a los cambios propios de sus tiempos,
lo único que permaneció en la vida de Alceo fue la turbulencia: sufrió varios
exilios —no se sabe realmente si fueron dos o tres—, a veces a Egipto o a Pirra,
y al parecer, se contrató junto con su hermano como soldado de fortuna en
Medio Oriente, luchando unas veces por el ejército lidio, otras por los
babilonios.⁵¹
Acerca de esto hay un suceso importante en su vida: la batalla “junto al Puente”.
Al parecer, su hermano Antiménidas y él combatieron junto a los lidios y su rey
Aliates —cabeza de un imperio asentado en la antigua Sardes y destruido
posteriormente por los persas, acaudillados por Ciro el Grande— en contra del
rey medo Astiages.⁵² Alceo y su hermano, probablemente, luchaban al lado de
los lidios y su rey porque tenían la esperanza de que, granjeándose el favor de
Aliates, éste les proporcionaría los medios para reinstaurar el viejo orden en
Mitilene y deponer a Pítaco.
De cualquier modo, Alceo nunca pudo vencer a Pítaco, ni destruir su figura por
completo,⁵³ ni reinstaurar el viejo y radical orden de pensamiento. Tal vez murió
tiempo después de su enemigo, quien habría fallecido hacia el año 570 a. C.; tal
vez nunca regresó a su patria. Se puede inferir, por medio de su poesía, que
Alceo pudo haber llegado a viejo; sin embargo, todas son simples sospechas.
Diógenes Laercio nos entrega la noticia de un encuentro, probablemente ficticio,
de estas dos caras de la moneda, de Pítaco y Alceo. El dictador, habiendo
capturado por fin a su enemigo, decidió sobre la vida del poeta con una frase
genial: “el perdón es mejor que el castigo”.⁵⁴
De esto, nada se conoce con certeza, sólo que en ningún sitio está documentada
la vuelta de Alceo a su patria, ni el lugar ni la fecha de su muerte.⁵⁵
Pero la conciliación final sucedió, al menos, en el chisme, en lo literario. Mas
nunca se podrá saber si Alceo fue capturado o desistió en algún momento de la
lid; si abandonó la empresa a la que dedicó toda su vida y, cansado y harto, vio
cómo la defensa cedía; si Alceo, varón de Ares, murió resistiendo, aferrado a sus
ideales, como presagiaba su nombre.
Muchos años después de su muerte, en época romana y como honor postrero a
su tenacidad, a su fuerza —o tal vez de manera irónica—, la moneda de Mitilene
tenía acuñado, por un lado, el perfil de Pítaco y, en el otro, una efigie del furioso
Alceo.
Javier Taboada Cortina
La presente versión
La traducción que realizo de Alceo es en verso. Sin embargo, el verso que elegí,
aunque intenta seguir el número de sílabas del metro griego, es libre. Quien
busque tanto una traducción rítmica o silábico-acentual correlativa al griego,
como una traducción adaptada al metro castellano, puede acercarse a algunas
otras magníficas versiones consignadas en la bibliografía.⁵
El presente libro es un texto de difusión, que contempla un comentario
interpretativo prudente que ayude al lector a entender algo de la fragmentaria
poesía de Alceo. De este modo, se encontrará con que el poema en griego se está
confrontado con su traducción y en una nota —si se consideró necesario— el
comentario. Sobre éste: no hay nada terminante con los poetas líricos, gracias a
lo fragmentario de su poesía y a la poca información que tenemos de ellos. Los
comentarios contenidos en este libro aspiran a facilitar la comprensión de los
poemas y fragmentos de Alceo mediante referencias históricas, míticas, sociales
o religiosas, además de ofrecer algunas posibilidades de interpretar los poemas
alcaicos con base en autores modernos y antiguos, presentando, en algunas
ocasiones, una opción propia. Sin embargo, como se ha dicho, ninguna puede
considerarse como definitiva ni libre de error.
La base de los fragmentos seleccionados y su numeración procede de la edición
realizada en 1982 por David A. Campbell, para la colección Loeb Classical
Library, publicada en Harvard. Ésta, a su vez, es heredera de la edición de Lobel
y Page (L-P), publicada en Oxford, en 1955, bajo el título Poetarium Lesbiorum
Fragmenta.
FUENTE
Poemas y fragmentos de Alceo
Colección Ión
Serie Poesía
D.R. © Textofilia S.C., 2010.
D.R. © Introducción, traducción y notas de Javier Taboada Cortina.
D.R. © Portada “Suspensión 6” de Omar Barquet, proporcionada por Arróniz
Arte Contemporáneo.
D.R. © Diseño interiores y portada Textofilia S.C.
Textofilia Ediciones
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Col. Del Valle Norte, Del. Benito Juárez,
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Primera edición.
ISBN: 978-607-7818-56-4
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