martes, 2 de abril de 2024

ADOLFO BIOY CASARES a la h o ra de e s c rib ir Edición de Esther Cross y Félix della Paciera Ensayo FRAGMENTO



ADOLFO

BIOY CASARES

a la h o ra de e s c rib ir

Edición de Esther Cross

y Félix della Paciera

Ensayo

TUSf lUETS

© Adolfo Bioy Casares, Esther Cross, Félix della Paolera, 1988

Diseño de la colección y de la cubierta: MBM

Reservados todos los derechos de esta edición para

Tusquets Editores, S.A. Iradier, 2 4 -0 8 0 1 7 Barcelona

ISBN 84 7223-852-0

Depósito legal: B. 43.127-1988

Fotocomposición: ApG - Enten^a, 218

Libergraf, S.A - Constitución, 1 9 -0 8 0 1 4 Barcelona

Impreso en España

ADOLFO BlOY CASARES nació en Buenos

Aires en 1914. Cursó estudios de

Derecho y de Literatura, carreras

que abandonó para dedicarse enteramente

a escribir. En 1940 publicó La

invención de Morel, el más célebre

y difundido de sus libros. A partir

de entonces, su reputación como

uno de los más originales y relevantes

narradores de las letras hispanoamericanas

no ha hecho más que

consolidarse. Sus obras han sido traducidas

a más de quince idiomas y

adaptadas frecuentemente al cine

y la televisión. Ha escrito también

varios libros en colaboración con Silvina

Ocampo y Jorge Luis Borges.

ESTHER CROSS (Buenos Aires, 1961)

ha cursado estudios de Letras y de

Psicología. Es narradora y poeta,

colaboradora habitual de diversos

medios de la prensa cultural argentina.

FELIX DELLA PAOLERA (Buenos Aires,

1923) cursó estudios de Filosofía.

Poeta, narrador, ensayista, crítico

literario y traductor, ha desempeñado

diversos cargos culturales en

su país. Desde 1976 coordina talleres

literarios.

Indice

Nota p re lim in a r............................................ . 9

Nota aclaratoria............................................... 11

La decisión de e s c rib ir.................................. 13

El oficio lite ra rio ............................................. 35

La ficción: materia y fo rm a ......................... 51

Preferencias, memorias, amistades ........... 93

Sumario................................................................ 131

Indice o n omástico ............................................. 133

Bibliografía.......................................................... 137

Nota preliminar

Este libro es el primero, de una serie en que los

grandes escritores contemporáneos expondrán procedimientos

inherentes a su ars literaria. Consta

de la transcripción de los diálogos mantenidos por

Adolfo Bioy Casares con los integrantes de un taller

literario* en tres reuniones celebradas en 1984,

1987 y 1988, respectivamente. La transcripción de

estas charlas fue seguida de su correspondiente

agrupamiento por temas dado que, por haber tenido

lugar en años diferentes y con distintos interlocutores,

resultaba inevitable que algunas preguntas

se repitieran o denotaran una marcada afinidad

con otras ya formuladas. De ahí que, al pie de cada

parlamento se deje constancia de la fecha en que

fue formulado. Esto permite al lector apreciar las

sutiles modificaciones que en torno a un mismo

* Los talleres literarios se difunden en la Argentina a comienzos

de la década del 70, acaso porque la enseñanza universitaria de

la literatura está principalmente dirigida a la formación de docentes,

críticos e investigadores, descuidando el aspecto propiamente

creativo del acto de escribir. Un taller literario está integrado por

grupos de cinco a diez personas cada uno, orientadas por un coordinador,

que se ejercitan en la práctica de la escritura (corrección,

estructura, estilo) y que reciben información teórica sólo en función

de la lectura de sus textos.

asunto el escritor introduce en su criterio inicial

con el correr del tiempo. Por otra parte, aunque a

veces las preguntas se repitan, las respuestas agregan

siempre nuevos elementos de juicio y, afortunadamente,

su alcance suele exceder la aclaración

esperada por quien hace la pregunta.

Mantener la forma coloquial de estos diálogos

—su necesaria oralidad— no resultó una tarea ardua,

ya que el estilo de Bioy Casares se singulariza

precisamente por un lenguaje directo y lúcido,

que excluye la solemnidad y el giro artificioso. En

este sentido, la reiteración —a lo largo de todas

las charlas— de expresiones como «puede ser»,

«creo», «pienso», «tal vez», «de algún modo», atestigua

la presencia de un intelectual genuino, adscrito

a la vitalidad de la duda antes que a la rigidez

del dogma.

El escritor W. H. Hudson contaba que muchas

veces en su vida había emprendido el estudio de

la metafísica pero que invariablemente lo interrumpía

la felicidad. Esa paradójica desdicha

—que acaso sólo justifica cierta haraganería— parece

refutada por la vasta obra de Adolfo Bioy Casares.

Como él mismo dice: «Yo le aconsejaría a la

gente que escriba, porque es como agregar un

cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar

sobre la vida, que es como seguir viviéndola.

Es duplicarla del mejor modo». Y todos sus libros

demuestran que el acto de escribir, aunque riguroso,

puede ser un ejercicio placentero y exento de

vano patetismo.

Félix della Paolera y Esther Cross

Nota aclaratoria

Las reuniones del taller literario de Félix della

Paolera se realizaron en las casas de José González

Balcarce (26 de julio de 1984) y de Sofía Deym

(4 de junio de 1987 y 19 de mayo de 1988).

Las iniciales que anteceden a las respectivas

preguntas y respuestas corresponden a:

BC: Adolfo Bioy Casares

G: Grillo*

y, en orden alfabético, a los siguientes integrantes

de los talleres:

MLB: María Luisa Bemberg

MBC: María Belén Caputo

CC: Carlos Cartolano

EC: Esther Cross

ECH: Esteban Charpentier

SD: Sofía Deym

FG: Fernando Gómez

CGG: Celeste González Garabelli

JMH: ' José María Harfuch

* Grillo es el apodo de Félix della Paolera, utilizado por Bioy Casa

res al dialogar con él.

MIH: María Inés Hernández

E de L: Elizabeth de Luca

MM: Mario Maggi

PM: Pía Magnanini

VM: Verónica Matta

HM: Hernán Morgenstern

A O'F: Andrea O'Farrell

JO: Jorge Offenhenden

RPB: Ruth Pérez Blanco

OP: Osvaldo Peusner

APL: Agustín Pereyra Lucena

ARM: Alejandro Ramos Mejía

MLSV: María Luisa Sáenz Valiente

MSB: Marcelo Suárez Bidondo

MU: Marta Uranga

LVM: Lucía Vásquez Mansilla

GW: Georgina Walker

LZ: Liliana Zirardini

La decisión de escribir

BC: Henry James se preguntó por qué escribía

Flaubert si le dolía tanto... La crítica es aparentemente

justa (sólo aparentemente, pero de

cualquier modo para este párrafo sirve). A mí me

divierte escribir, aunque muchas veces las vacilaciones

que tengo al hablar se me corren a la pluma.

Las venzo. El placer de inventar es grande;

también el de lograr una página satisfactoria.

Mis relativos aciertos me bastan para decir que

me gusta esta profesión, que me gusta inventar,

que me gusta haber inventado historias y tener

otras para escribir. [1984]

Muchos escritores olvidan que la principal ocupación

del narrador es narrar. A todos nos gusta

que nos cuenten cuentos y, desde luego, a todos los

que leen obras de ficción. Ahora hay muchas novelas

desprovistas de ficción y de trama; se las llama

novelas, pero adentro hay ensayos y pedantería.

E de L: Una vez oí que escribir es, en cierto modo,

dejar de vivir un poco...

BC: No es verdad.

E de L: ¿Usted dejó de vivir, dejó de experimentar?

BC: No, no crea. A mí me parece que ocurre lo

contrario. Me atrevo a dar el consejo de escribir,

porque es agregar un cuarto a la casa de la vida.

Está la vida y está pensar sobre la vida, que es

otra manera de recorrerla intensamente.

G: Es duplicarla.

BC: Duplicarla del mejor modo posible. Además,

escribir es un intento de pensar con precisión.

Debo admitir sin embargo que de vez en cuando

se presentan situaciones en que tenemos que elegir

dos caminos; quizá, por extraño que parezca,

entre el amor (léase matrimonio, vida familiar) y

seguir escribiendo. Es probable que esa mala

fama de la literatura, que la muestra como negación

de la vida, se daba al clamor de personas

abandonadas.

MM: ¿Bioy Casares escribe porque le gustó una

idea y quiere desarrollarla o pretende que quede

un mensaje sedimentado? ¿Busca el mensaje de

trasfondo o simplemente la buena técnica?

BC: ¡No, por favor! ¡Cómo voy a buscar solamente

la buena técnica! No, no. Yo creo que por un

lado hay que distinguir el mensaje de la idea y

por otro el mensaje, la idea y la técnica, que son

tres cosas distintas. Yo me considero narrador.

Me gustan las narraciones y estoy convencido de

que a la gente también le gustan. Soy una persona

con opiniones, convicciones, aflicciones, amores

y antipatías, como todos y, naturalmente, escribo

en favor de las cosas que me parecen bien. Pero

lo que me mueve a escribir, y lo que me movió a

escribir en un lejano día de mil novecientos veintitantos,

es el placer de las historias. Es algo que

va más allá de la técnica; es algo que tenemos en

común con los muchachos que entraban en los

cafés de El Cairo y contaban las historias que hoy

llamamos Las mil y una noches. Somos narradores,

hay mucha gente que lo es y para esa gente

hay otra que está deseando que le narren historias.

[1988]

Además, la literatura no es una imposición, es

un placer. Yo escribí un libro de ensayos al que

llamé La otra aventura porque reúne ensayos sobre

literatura, sobre libros. Una aventura es la

vida, la otra —al menos para mí— son los libros.

Creo que no se le da bastante importancia a la

suerte; indudablemente la suerte existe y la casualidad

existe, aunque la gente diga que todo sigue

un destino prefijado. Yo era un muchacho deportista

en un grupo de muchachos deportistas. Por

un golpe de suerte, que en el momento me pareció

un golpe de mala suerte, me puse a escribir.

Retrospectivamente atribuyo mi oficio a una casualidad.

Desde luego considero «azar», «casualidad

», «suerte», como palabras útiles, que evitan

disquisiciones tediosas; con ellas designamos incógnitas

que no valdría la pena, —o no podríamos—,

despejar. [1984]

■k * *

LZ: ¿Y cómo fueron sus primeros intentos? ¿Tuvo

muchas incertidumbres, tiró cuentos a la basura?

BC: Le voy a explicar: esa etapa fue larga y variada.

No es una sola etapa. Yo hubiera querido ser

jugador de fútbol o boxeador—boxeador me gustaba

más, porque me parecía más contundente—

o campeón mundial de tenis o de salto de altura.

Pero inexplicablemente, cuando sentía que

algo me conmovía, pensaba en escribir. No sé por

qué, ya que tiendo a descreer que estas cosas vengan

con uno; sospecho que todo lo recibimos y

que todo es educación en la vida. Lo cierto es que

para enamorar a una prima que no me hacía caso

pensé en escribir un libro parecido al de un autor

que le gustaba a mi prima. Así, a los seis o siete

años, intenté escribir por primera vez. Después

me gustó la idea de inventar cuentos policiales y

fantásticos, y sin que mis amigos se enteraran,

escribí una historia que se llamaba «Vanidad».

Después de eso descubrí la literatura. Y entonces

me puse a escribir y a leer. Digamos que desde

los doce hasta los treinta años leí realmente mucho.

Traté de leer toda la literatura francesa,

toda la española, toda la inglesa, la americana, la

argentina, la de otros países europeos, un poco de

la alemana, de la italiana, de la portuguesa, de la

japonesa, de la chilena, autores persas, en fin:

traté de cultivarme como esos norteamericanos

que hacen todo por programa; quise leer todo. Y,

mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir.

Y los libros que yo escribía desagradaban a

mis amigos. Cuando salía un libro mío, los amigos

no sabían cómo tratarme; querían disimular

y se les veía en la cara el disgusto. Yo les daba la

razón, pero creía en mi próximo libro.

LZ: Y a usted, ¿le gustaban esos libros?

BC: No, por cierto. Me repelían cuando se publicaban.

[1984]

G: ¿Cuándo decidió ser escritor?

BC: Un tiempo después. Al principio escribía porque

estaba angustiado y quería expresar mi pena,

o, porque se me había ocurrido una idea y quería

comunicarla, pero no pensaba que iba a ser escritor.

Tenía ganas de contar esa historia. Por eso escribí

mi primera historia policial y fantástica. Pero

seguía siendo un jugador de rugby, un tenista. Después

descubrí la literatura. Sentí por primera vez

la fascinación que siempre encuentro en los libros

y tuve ganas de provocarla en los demás. [1987]

Mis padres eran buenos lectores, personas

muy cultas. Querían que yo fuera abogado. Cuando

dije que iba a escribir temí que pensaran que

iba a dedicarme al ocio o que mi trabajo les pareciera

comparable al de una señora que borda almohadones;

temí que pensaran que los escritores

eran otros, no los que uno conocía. [1984]

MLV: Si al principio sentía tan poca satisfacción

con su obra, ¿cuál era su motor para seguir, para

no desesperar, para no descreer de usted mismo?

BC: Todo aquello fue bastante penoso; yo sentía

mi incapacidad de escribir libros aceptables

como una derrota de mi inteligencia. La verdad

es que producía algo que a nadie gustaba. A mí

tampoco. Me gustaba mientras escribía; después,

no. Lo que sí me gustaba era la literatura; sentía

que ésa era mi patria y que yo quería participar

de su mundo. Probablemente pensaba que no

bastaba con ser lector para entrar en la literatura.

Muchas veces me dije que, de haber sido una

persona un poco más sensible, yo hubiera dejado

de escribir, porque escribía un libro y todos mis

amigos —y después Jorge Luis Borges— me miraban

con cara de tristeza y de preocupa ción, como

pensando: «¿Qué le digo yo a éste?». Pero quizás

aprendí a escribir gracias a esos errores.

MLB: Y de no ser por su madre-y por su padre, que

de chico le leía poesía, ¿hubiera tenido ese amor

por la literatura?

BC: Creo que sí. Les agradezco lo que hicieron,

que mi madre me contara cuentos fue un estímulo

—un estímulo que no cesa— y le agradezco a

mi padre que inaugurara mi amor por la poesía,

pero creo que de cualquier modo yo hubiera llegado

a la literatura. No sé, no podría decir cuál

fue mi primer intento literario, pero sé que cuando

mi prima no me quiso me puse a escribir para

exaltar mi dolor.

Yo escribí para que me quisieran; en parte

para sobornar y, también en parte, para ser víctima

de un modo interesante; para levantar un monumento

a mi dolor y para convertirlo, por medio

de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo

eso precedió a los pésimos libros publicados, que

fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas.

[1987]

BC: Borges, que ya era amigo mío, creía que yo

escribía rápidamente. Yo escribía con las mayores

precauciones, pero equivocadas. Mis recaudos

eran malos recaudos. No sabía qué debía cuidar,

ni cómo dar a mi expresión una agradable

transparencia. Mi madre decía que la voluntad lo

podía todo; yo tuve una dolorosa prueba de que

la voluntad sola podía poco. De las necesarias voluntad

y representación, la representación me fallaba,

como a muchos tontos que andan por el

mundo. Escribí así pésimos libros y frustré algunas

historias no demasiado malas que se me ocurrieron.

[19841

G: En sus lecturas iniciales, ¿qué libros fueron influyentes,

cuáles decidieron o fortalecieron su vocación

de escribir?

BC: Podría decir que hay unos cuantos libros que

para mí fueron decisivos, y que algunos de ellos

no son considerados admirables. Probablemente

Cario Collodi, con su Pinocho, me indujo a escribir

relatos fantásticos; Gyp, con libros como Mademoiselle

Lulú y Autour du mariage, me inspiraron

ganas de escribir novelas o historias de amor;

los cuentos de Sherlock Holmes, de Arthur Connan

Doyle, y El misterio del cuarto amarillo, de

Gastón Leroux, ya antes de leerlos, cuando me los

contaron, me provocaron deseos de escribir historias

policiales y de misterio.

AG: ¿Antes de leerlos?

BC: Sí, antes. E$a de Queiroz, Marcel Proust,

H. G. Wells, y tantos otros me dieron ganas de escribir

cuando tuve más discernimiento. En la

misma época, Peñas arriba, de José María Pereda,

me reveló una idea que siempre me atrae: la de

una persona que está en la ciudad y vuelve al

campo en que ha nacido (a lo mejor podría ser en

sentido inverso, del campo a la ciudad). Es el regreso

al hogar, con las desilusiones, las recompensas,

lo que sigue igual, lo que ha cambiado. La

Odisea, en fin... Aunque en Peñas arriba no esté

maravillosamente aprovechada, la idea me cautivó.

G: ¿Y qué escritores podrían haber influido en su

estilo?

BC: Tantos... Ya mencioné a E g a de Queiroz y a

Proust, y a Wells; también quiero citar a Borges,

al Doctor Johnson, a James Boswell, a David

Hume, a Michel de Montaigne, a Robert Louis

Stevenson, a Mansilla, a Arturo Cancela, a Pío Baroja

y, como todo el mundo, a Franz Kafka, a Benjamín

Constant, a Stendhal y a Paul-Jean Toulet,

si es que un poeta puede influir en un prosista.

G: Bueno, por suerte son muchos, más grave sería

depender de uno solo.

BC: Seguramente estoy callando a muchos otros.

APL: ¿Considera que Joseph Conrad pudo haber

tenido influencia en su pensamiento o en su estilo?

BC: Sí, pudo tenerla por la construcción de algunos

de sus relatos, como La línea de sombra, pero

no precisamente en el estilo. El suyo tiende a ser

ornamental. Yo no quiero escribir de un modo ornamental.

Conrad probablemente sea víctima de

la circunstancia de ser un polaco que escribe en

inglés, mejor que un inglés. Quién pudiera escribir

relatos como El corazón de las tinieblas, como

El duelo. Si entre todos los relatos del mundo tuviera

que proponer uno para que sirviera de modelo,

creo que elegiría La línea de sombra.

FG: Resulta alentador que usted se confiese lector,

porque he notado que muchas veces los escritores

son deficientes lectores.

BC: Peor para ellos.

E CH: ¿Cuándo reconoció usted que lo que escribía

era literatura o podía considerarse literatura?

BC: Mire, tal vez pueda precisar el momento... Yo

leía buscando la literatura, y escribía buscando

la literatura; cuando concluía mis cuentos, por

un tiempo creía haber hecho literatura, creía haber

acertado. Después, cuando publicaba el libro

y mis amigos lo leían, llegaba el desencanto, si antes

yo solo no lo había encontrado... Se sucedían

días y años, pero la literatura estaba siempre fuera

de mi alcance. Como advertía signos de que los

amigos no desestimaban mi inteligencia, me dije

que la ineptitud a lo mejor se limitaba a mis procedimientos.

Con La invención de Morel, una historia

que no quería malograr, llegó la gran oportunidad

de ponerme a prueba. Recordé el consejo

de mi padre de pensar en lo que uno está haciendo,

y procuré escribir con la atención bien despierta.

Antes de la publicación del libro aparecieron

capítulos iniciales en la revista Sur, las reacciones

de algunos lectores fueron las primeras buenas

noticias sobre escritos míos que recibí en la

vida. Tuve una módica sospecha del triunfo, pero

aún no me sentía seguro. Me preguntaba si los

hombres sabios no descubrirían errores y torpezas

en la novela. Con el tiempo, en un cuento que

se llama «El ídolo», se me soltó la mano. Cuando

trabajé en Emecé,* en la redacción de contratapas

y noticias biográficas, empezó a soltárseme

también la mano para escritos que no eran cuentos

o novelas. Me encargaron prólogos, que acepté

sin alegría. Escribí todo eso como quien pasa

un examen ante sí mismo. Ahora, mi modo espontáneo

de expresión es la escritura; para hablar

me siento bastante inseguro. [1988]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

Páginas