Espejo de Alquimia
Roger Bacon
En
sus escritos los Filósofos se han expresado de muchas maneras diferentes pero
siempre enigmáticas. Nos han legado una ciencia noble entre todas, pero
completamente velada para nosotros por su lenguaje nebuloso, enteramente oculta
bajo un impenetrable velo. Y, sin embargo, han tenido razón para obrar asi. De
suerte que os conjuro para que ejercitéis con perseverancia vuestra mente sobre
estos siete capituos que encierran el arte de transmutar los metales, sin
inquietaros por los escritos de los demás filósofos Repasad mentalmente y con
frecuencia su comienzo, su medio y su final, y hallaréis en ellos invenciones
tan sutiles que vuestra alma se sentirá llena de alegría.
I
Definiciones de la Alquimia
En
algunos manuscritos antiguos, se encuentran varias definiciones de este arte,
de las cuales interesa que hablemos aquí: Hermes dice: “La Alquimia es la ciencia
inmutable que trabaja sobre los cuerpos con ayuda de la teoría y de la
experiencia, y que, por una conjunción natural, los transforma en una especie
superior más preciosa”. Otro filósofo ha dicho: "La Alquimia enseña a
transmutar toda especie de metal en otra, esto con ayuda de una Medicina
particular, como puede verse por los numerosos escritos de los filósofos".
Por eso digo: "La
Alquimia es la ciencia que enseña a preparar una cierta
Medicina o elixir, la cual, proyectada sobre los metales imperfectos, les da la
perfección en el instante mismo de la proyeccion”.
II
De los principios naturales y de la generación de los metales
Voy
a hablar aquí de los principios naturales y de la generación de los metales.
Ante todo, tomad nota de que los principios de los metales son el Mercurio y el
Azufre; estos dos principios han dado nacimiento a todos los metales y a todos
los minerales, de los que existe un gran número de especies diferentes. Digo
además, que la naturaleza tuvo siempre por fin y se esfuerza sin cesar, para
llegar a la perfección, al oro. Mas a consecuencia de diversos accidentes que
dificultan su marcha, nacen las variedades metálicas, como lo han expuesto
claramente varios filósofos. Según la pureza o impureza de los dos principios
componentes, es decir, del Azufre y del Mercurio, se producen metales perfectos
o imperfectos: oro, plata, estaño, plomo, cobre, hierro. Ahora, recoge
piadosamente estas enseñanzas sobre la naturaleza de los metales, sobre su
pureza o impureza, su pobreza o su riqueza en principios:
Naturaleza
del Oro:
El
Oro es un cuerpo perfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo, brillante,
rojo, y de un Azufre puro, fijo, rojo y no combustible. El Oro es perfecto.
Naturaleza
de la Plata:
Es
un cuerpo puro, casi perfecto, compuesto de un Mercurio puro, casi fijo,
brillante, y blanco. Su Azufre tiene las mismas cualidades. No le falta a la Plata sino un poco más de
fijeza, de color y de peso.
Naturaleza
del Estaño:
Es
un cuerpo puro, imperfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo y volátil,
brillante, blanco en el exterior, rojo en el interior. Su Azufre tiene las
mismas cualidades. Sólo le falta al estaño ser un poco más cocido y digerido.
Naturaleza
del Plomo:
Es
un cuerpo impuro e imperfecto, compuesto de un Mercurio impuro, inestable,
terrestre pulverulento, ligeramente blanco al exterior, rojo al interior. Su
Azufre es semejante y además combustible. Al plomo le falta la purza, la fijeza
y el color; no está bastante cocido.
Naturaleza
del Cobre:
El
cobre es un metal impuro e imperfecto, compuesto por un Mercurio impuro,
inestable, terrestre, combustible, rojo y sin esplendor. Igual es su Azufre. Le
falta al cobre la fijeza, la pureza y el peso. Contiene demasiado color impuro
y partes terrosas incombustibles.
Naturaleza
del Hierro:
El
hierro es un cuerpo impuro, imperfecto, compuesto por un Mercurio impuro,
demasiado fijo, que contiene partes terrosas combustibles, blanco y rojo, pero
sin brillo. Le faltan la fusibilidad, la pureza y el peso; contiene demasiado
Azufre fijo impuro y partes terrosas combustibles.
Todo
alquimista debe tener en cuenta lo que precede.
III
De dónde debe extraerse la materia próxima al elixir
En
lo que antecede se ha determinado suficientemente la génesis de los metales
perfectos e imperfectos. Ahora vamos a trabajar para volver pura y perfecta la
materia imperfecta. De los capitulos precedentes se desprende que todos los
metales están compuestos de Mercurio y de Azufre, que la impureza y la
imperfección de los componentes se vuelve a encontrar en el compuesto; como a
los metales no se les puede agregar sino sustancias sacadas de ellos mismos, se
deduce que ninguna materia extraña puede servirnos, pero que todo lo que se
halla compuesto de los dos principios, basta para perfeccionar y hasta
transmutar a los metales. Es muy sorprendente ver a personas, hábiles sin
embargo, trabajar sobre los animales, que constituyen una materia muy alejada,
cuando tienen a mano en los minerales una materia suficientemente próxima. No
es imposible que un filósofo haya colocado a la Obra en esas materias alejadas, pero lo habrá
hecho por alegoría. Dos principios componen todos los metales y nada puede
agregarse, unirse a los metales o transformarlos, si en sí mismo no está
compuesto de dichos dos principios. Por eso el razonamiento nos obliga a usar
como Materia de nuestra Piedra al Mercurio y al Azufre. El Mercurio solo o el
Azufre solo no pueden engendrar metales, pero por su unión dan nacimiento a los
diversos metales y a numerosos minerales. Por tanto, es evidente que nuestra
Piedra debe nacer de esos dos principios. Nuestro secreto último es muy
precioso y muy oculto: ¿sobre qué materia mineral, próxima entre todas, debe
obrarse directamente? Estamos obligados a escoger con cuidado. Supongamos, ante
todo, que sacamos nuestra materia de los vegetales: hierbas, árboles y todo lo
que nace de la tierra. Habrá que extraer de ellos el Mercurio y el Azufre por
medio de una prolongada cocción, operaciones que rechazamos, puesto que la Naturaleza nos ofrece
Mercurio y Azufre hechos. Si hubiéramos elegido los animales, nos sería
menester trabajar sobre la sangre humana, cabellos, orina, excrementos, huevos
de gallina, en fin, todo aquello que se puede sacar de los animales. Además, en
tal caso, nos haría falta extraer por la cocción el Mercurio y el Azufre.
Recusamos esas operaciones por nuestra primera razón. Si hubiésemos elegido los
minerales mixtos, tales como las diversas especies de magnesias, marcasitas,
tutias, caparrosas o vitriolos, alumbres, bórax, sales, etc., sería igualmente
necesario extraer de ellos el Mercurio y el Azufre por cocción, lo cual
rechazamos por las mismas razones ya citadas. Si eligiéramos uno de los siete
espíritus, como el Mercurio solo, o el Azufre solo, o bien el Mercurio y uno de
los dos azufres, o bien el azufre vivo, o el oropimente o el arsénico amarillo,
o el arsénico rojo, no podríamos perfeccionarlos, porque la naturaleza no
perfecciona más que la mezcla determinada de los dos principios. No podemos
actuar mejor que la naturaleza, y necesitamos extraer, de esos cuerpos el
Azufre y el Mercurio, lo cual rechazamos como se dijo más arriba. Finalmente,
si tomamos los dos principios mismos, nos haría falta mezclarlos según una
cierta proporción inmutable, desconocida a la mente humana, y en seguida
cocerlos hasta que estuviesen coagulados en una masa sólida. Por esto
rechazamos la idea de tomar los dos principios separados, es decir, el Azufre y
el Mercurio, porque ignoramos su proporción y porque hallaremos cuerpos en los
cuales los dos principios están unidos en justas proporciones, coagulados e
incorporados según las reglas. Oculta bien este secreto: El Oro es un cuerpo
perfecto y macho sin superfluidad ni pobreza. Si perfeccionase a los metales
imperfectos fundidos con él, seria el elixir rojo. La plata es un cuerpo casi
perfecto y hembra, y si por simple fusión hiciera casi perfecto a los metales
imperfectos, seria el elixir blanco. Lo cual no es, ni puede ser, porque esos
cuerpos son perfectos en un solo grado. Si su perfección fuese comunicable a
los metales imperfectos. estos últimos no se perfeccionarían y los metales
perfectos resultarían manchados por el contacto de los imperfectos. Pero si
fuesen más que perfectos, el doble, el cuádruplo, el céntuplo, etc., entonces
podrían perfeccionar a los imperfectos. La naturaleza obra siempre
sencillamente, y por eso en ellos la perfección es sencilla, indivisible y no
transmisible. No podrían entrar en la composición de la Piedra como fermentos para
abreviar la obra; en efecto, se reducirán a sus elementos, porque la cantidad
de volátil sería mayor que la de lo fijo. Y a causa de que el oro es un cuerpo
perfecto compuesto de un Mercurio rojo y brillante y de un Azufre semejante, no
lo tomaremos como materia de la
Piedra para el elixir rojo; porque es demasiado simplemente
perfecto, sin perfección sutil; es demasiado bien cocido y digerido
naturalmente, y apenas si podemos trabajarlo con nuestro fuego artificial: lo
mismo sucede con la plata. Cuando la naturaleza perfecciona alguna cosa, no
sabe, sin embargo, purificarla y perfeccionarla íntimamente, porque obra con
sencillez. Si escogiésemos el oro o la plata, podríamos con mucho trabajo
encontrar un fuego capaz de obrar en ellos. Aunque conozcamos ese fuego, no
podemos, a pesar de todo, llegar a la purificación perfecta, debido a la
potencia de sus lazos y a su armonía natural; de suerte que rechazamos el oro
para el elixir rojo, y a la plata para el elixir blanco. Encontraremos cierto
cuerpo compuesto de Mercurio y de Azufre suficientemente puros, sobre los
cuales la naturaleza haya trabajado poco. Nos alabamos de perfeccionar
semejante cuerpo con nuestro fuego artificial y el conocimiento del arte. Lo
someteremos a una cocción conveniente, purificándolo, coloreándolo y fijándolo
de acuerdo a las reglas del arte. Por tanto, es menester elegir una materia que
contenga un Mercurio puro, claro, blanco y rojo, no del todo perfecto, mezclado
igualmente, en las requeridas proporciones y según las reglas, con un Azufre
semejante a él. Esta materia debe ser coagulada en una masa sólida y tal que
con la ayuda de nuestra ciencia y nuestra prudencia, podemos llegar a
purificarla íntimamente, a perfeccionarla con nuestro fuego, y transformarla de
tal modo que al final de la Obra
sea millares de miles de veces más pura y más perfecta que los cuerpos
ordinarios cocidos por el calor natural. Sé, pues, prudente; porque si has
ejercido la sutileza y diafanidad de tu mente en estos capitulos donde te he
revelado manifiestamente el conocimiento de la Materia, ahora posees esa
cosa, inefable y deleitable, objeto de todos los deseos de los filósofos.
IV
Del modo de regular el fuego y mantenerlo
Si
no tienes la cabeza demasiado dura, si tu mente no se ha envuelto completamente
con el velo de la ignorancia y de la ininteligencia, puedo creer que en los
precedentes capítulos has encontrado la verdadera Materia de los Filósofos,
materia de la Piedra
bendita de los sabios, en la cual la Alquimia va a actuar con el fin de perfeccionar
los cuerpos imperfectos con ayuda de cuerpos más que perfectos. Como la
naturaleza no nos ofrece más que cuerpos perfectos o imperfectos, nos es
preciso convertir con nuestro trabajo en indefinidamente perfecta la Materia nombrada más
arriba. Si ignoramos el modo de obrar, ¿cuál es la causa, si no es que no
observamos cómo perfecciona cada día la naturaleza a los metales? ¿No vemos que
en las minas los elementos groseros se cuecen de tal modo y se espesan tanto
por el calor constante que existe en las montañas, que con el tiempo se
transforman en Mercurio? ¿Que el mismo calor, la misma cocción, transforma las
partes grasas de la tierra en Azufre? ¿Que este color, aplicado largo tiempo a
esos dos principios, engendra, según su pureza o su impureza, todos los
metales? ¿No vemos que la naturaleza produce y perfecciona todos los metales
sólo por la cocción? ¡Oh, locura infinita!, ¿quién os lo preguntó, quién os
obliga a querer hacer la misma cosa con ayuda de procedimientos raros y
fantásticos? Por eso ha dicho un filósofo: "Desdichados de vosotros que
deseáis sobrepasar a la naturaleza y hacer más que perfectos los metales por un
nuevo procedimiento, fruto de vuestra insensata testarudez, Dios ha dado a la Naturaleza leyes
inmutables, es decir, que debe obrar por cocción continua, y vosotros,
insensatos, la despreciáis o no sabés imitarla". Dijo también: "El
fuego y el azoth deben bastarte". Y en otro pasaje: "El calor
perfecciona todo". Y también: “Es preciso cocer cocer y recocer y no
cansarse de ello". Y en diferentes pasajes: "Que vuestro fuego sea
tranquilo y suave, que se mantenga así todos los dias, siempre uniforme, sin
debilitarse, si no eso causará gran perjuicio. Sé paciente y perseverante.
Muele siete veces. Sabe que todo nuestro Magisterio se hace de una cosa: la Piedra; de una sola manera:
cociendo y en un solo recipiente. El fuego desmenuza. La Obra es semejante a la
creación del hombre. En la infancia se le nutre con alimentos ligeros después,
cuando sus huesos se han fortalecido, el alimento es más fortificante; del
mismo modo, nuestro Magisterio es sometido primeramente a un fuego ligero con
el cual hay que obrar siempre durante la cocción. Pero aunque hablemos sin
cesar de fuego moderado, no obstante, queremos decir implícitamente que en el
régimen de la Obra
hay que aumentarlo poco a poco y por grados hasta el fin.
V
Del recipiente y del hornillo
Acabamos
de determinar el modo de obrar, ahora hablaremos del recipiente y del hornillo,
o sea cómo y con qué deben ser hechos. Cuando la naturaleza cuece los metales
en las minas con ayuda del fuego natural, no puede llegar a ello si no es
empleando un recipiente adecuado a la cocción. Nos proponemos imitar a la
naturaleza en el régimen del fuego, entonces imitémosla también para el
recipiente. Examinaremos el lugar donde se elaboran los metales. Ante todo,
vemos manifiestamente en una mina, que bajo la montaña hay fuego, que produce
un calor igual y cuya naturaleza es de aumentar sin cesar. Al elevarse, deseca
y coagula el agua espesa y grosera contenida en las entrañas de la tierra, y la
transforma en Mercurio. Las partes untuosas minerales de la tierra, son
cocidas, reunidas en las venas de la tierra y corren a través de la montaña,
engendrando el Azufre. Como puede observarse, en los filones de las minas, el
azufre nacido de las partes untuosas de la tierra, encuentra al Mercurio.
Entonces tiene lugar la coagulación del agua metálica. Como el calor continúa
actuando en la montaña, los diferentes metales aparecen después de un tiempo
muy largo. En las minas se observa una temperatura constante; de ello podemos
deducir que la montaña que encierra minas está perfectamente cerrada con rocas
por todos sus lados; porque si el calor pudiese escaparse, no nacerían jamás
los metales. Por tanto, si queremos imitar a la naturaleza, es absolutamente
preciso que tengamos un hornillo semejante a una mina, no por su tamaño, sino
por una particular disposición, de modo que el fuego colocado en el fondo no
halle salida para escaparse cuando suba, de suerte que el calor sea reverberado
sobre el recipiente, cuidadosamente cerrado, que encierra la materia de la Piedra. El recipiente
debe ser redondo, con un pequeño cuello. Ha de ser de vidrio o de una tierra
tan resistente como el vidrio; se le cerrará herméticamente con una tapa y
asfalto. En las minas, el fuego no está en inmediato contacto con la materia
del Azufre y del Mercurio; ésta se encuentra separada por la tierra de la
montaña. De igual modo el fuego no debe ser aplicado directamente al recipiente
que contiene la Materia,
sino que hay que colocar dicho vaso en otra vasija cerrada con tanto cuidado
como la primera, de tal modo que un calor igual actúe sobre la Materia, por arriba, por
abajo, y en todos los sitios en que sea necesario. Por eso Aristóteles dice en la Luz de las luces, que el
Mercurio debe ser cocido en un triple recipiente de vidrio muy duro, o, lo que
es mejor aún, de tierra que posea la dureza del vidrio.
VI
De los colores accidentales y esenciales que aparecen durante la Obra
Habiendo
elegido ya la Materia
de la Piedra,
conoces además la manera segura de obrar, y sabes con la ayuda de qué método se
hace que aparezcan los diversos colores al cocer la Piedra. Un filósofo ha
dicho: "Tantos colores como nombres. Para cada nuevo color que aparece en la Obra, los Alquimistas han
inventado un nombre diferente. Asi, a la primera operación de nuestra Piedra,
se le ha dado el nombre de putrefacción, porque nuestra Piedra es entonces
negra . Cuando hayas encontrado la negrura, -dice otro filósofo-, sabe que en
esa negrura se oculta la blancura, y es preciso que la extraigas". Después
de la putrefacción, la piedra enrojece y acerca de ello se ha dicho: "Con
frecuencia la piedra enrojece, amarillea y se licúa, coagulándose después,
antes de la verdadera blancura. Se disuelve, se putrifica, se coagula, se
mortifica, se vivifica, se ennegrece, se blanquea, se adorna de rojo y de
blanco, y todo esto por sí misma. También puede ponerse verde, porque un
filósofo ha dicho: "Cuece hasta que aparezca un niño verde, es el alma de
la piedra". Otro dijo: "Sabed que es el alma lo que domina durante el
verdor". También aparecen antes de la blancura los colores del pavo real; un
filósofo habla de eso en estos términos: "Sabed que todos los colores
existentes en el Universo o que uno pueda imaginar, aparecen antes de la
blancura, sólo después viene la verdadera blancura. El cuerpo será cocido hasta
que se vuelva brillante como los ojos de los pescados y entonces la piedra se
coagulará en la circunferencia: "Cuando veas aparecer la blancura en la
superficie del recipiente -dice un sabio- puedes estar seguro de que bajo la
blancura se oculta el rojo; tienes que extraerlo, y para eso cuece hasta que
todo esté rojo." Finalmente, hay entre el rojo y el blanco un cierto color
ceniciento, del cual se ha dicho: "Después de la blancura, ya no puedes
engañarte, porque aumentando el fuego llegarás a un color grisáceo".
"No desprecies la ceniza -dice un Filósofo-, porque con la ayuda de Dios,
se licuará." Por fin, aparece el Rey, coronado con la diadema roja, si
Dios lo permite.
VII
De la manera de hacer la proyección sobre los metales imperfectos
Como
había prometido, he trabajado hasta el fin nuestra Gran Obra, Magisterio
bendito, preparación de los elixires blanco y rojo. Ahora hablaremos de la
manera de hacer la proyección, complemento de la Obra, esperado y deseado con
impaciencia. El elixir rojo pone amarillos hasta el infinito y transforma en
oro puro a todos los metales. El elixir blanco blanquea hasta el infinito y da
a los metales la blancura perfecta. Pero es menester saber que hay metales mas
alejados que otros de la perfección, e inversamente, los hay más próximos.
Aunque todos los metales son igualmente llevados a la perfección por el Elixir,
los que están más próximos a ella se vuelven perfectos más rápidamente, más
completamente, más íntimamente que los otros. Cuando hayamos encontrado el
metal más próximo, apartaremos los demás. Ya he dicho cuáles son los metales
cercanos y alejados, y cuál es el más próximo a la perfección. Si eres
suficientemente sabio e inteligente, lo encontrarás en un capítulo precedente,
indicado sin rodeos, señalado con certeza. Está fuera de duda que quien ha
ejercitado su mente en este Espejo, encontrará por medio de su trabajo la
verdadera Materia, y sabrá sobre qué cuerpo conviene hacer la proyección del
Elixir para llegar a la perfección. Nuestros precursores, que han encontrado
todo en este arte sólo por su filosofía, nos enseñan suficientemente y sin
alegoría el camino recto, cuando dicen: "Naturaleza contiene a Naturaleza,
Naturaleza se alegra con Naturaleza, Naturaleza domina a Naturaleza y se
transforma en las demás Naturalezas". Lo semejante se acerca a lo semejante,
porque la similitud es una causa de atracción; hay filósofos que acerca de eso
nos han transmitido un secreto notable. Aprende que la naturaleza se difunde
rápidamente en su propio cuerpo, y en cambio no se le puede unir con un cuerpo
extraño. De igual modo el alma penetra rápidamente en el cuerpo que le
pertenece, mas sería en vano si tú quisieras hacerle entrar en otro cuerpo. La
similitud es bastante chocante; los cuerpos en la Obra se hacen espirituales, y
recíprocamente los espíritus se vuelven corporales; el cuerpo fijo se ha vuelto
espiritual. Ahora bien, como el Elixir, rojo o blanco, ha sido llevado más allá
de lo que su naturaleza permitía, no es asombroso que no sea miscible con los
metales en fusión, cuando uno se contenta con proyectarlo. De este modo seria
imposible transmutar mil partes por una. Voy entonces a comunicaros un grande y
raro secreto: hay que mezclar una parte de Elixir con mil de metal más próximo
y encerrarlo todo en un recipiente adecuado a la operación, sellar
herméticamente y ponerlo en el hornillo para fijarlo. Primeramente calentad con
lentitud, y aumentad gradualmente el fuego durante tres días hasta una perfecta
unión. Es obra de tres días. Entonces puedes repetir proyectando una parte de
este producto sobre mil de metal próximo, y se efectuará la transmutación. Para
esto te bastará un día, una hora, un momento.
Alabemos,
por tanto, a nuestro Dios, siempre admirable, en la Eternidad.
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