En 1949, Suzy Mante-Proust encomendó a Bernard de Fallois la clasificación del fondo
manuscrito que había recibido en 1935 de su padre, el doctor Robert Proust, hermano
menor de Marcel Proust, de quien lo había heredado en 1922, a la muerte del escritor.
De allí extrajo Bernard de Fallois dos ediciones (Jean Santeuil, 1952; Contra Sainte-
Beuve, 1954), para emprender luego una tesis universitaria a la que acabó por
renunciar. Tras su muerte se hallaron en su domicilio los archivos proustianos que
aparecen en este volumen bajo el nombre «archivos Fallois», en especial los «setenta
y cinco folios», el manuscrito más antiguo de En busca del tiempo perdido, cuya
existencia había sido el primero en mencionar en el prólogo de su edición de Contra
Sainte-Beuve.
Los «setenta y cinco folios», joya proustiana, se incorporaron a la Biblioteca
Nacional de Francia.
El momento sagrado
Aquí están, pues, esos setenta y cinco folios tanto tiempo
escondidos, ¡tan esperados que se han convertido en legendarios!
En Le Peuple, Michelet se lamentaba de que los genios borraran las
huellas de la génesis de su creación: «Es raro que conserven la
serie de esbozos que la gestaron». El historiador trata de capturar el
momento único de la concepción, el «momento sagrado» en que la
gran obra brota por primera vez. Estamos cerca, ahora, de ese
«momento sagrado». Uno de los grandes méritos de estas páginas
del libro futuro es que son las primeras que se escribieron, aunque
sean las últimas que lleguen a nosotros. Cuando intentaban
establecer la historia del texto proustiano a través de sus estratos
materiales, sus rastros sucesivos, los editores de la Pléiade y los
investigadores del ITEM-CNRS no contaban con esta primera etapa.
Como los arqueólogos buscan una pequeña iglesia merovingia o
romana bajo una catedral gótica.
El primer editor de Jean Santeuil y Contra Sainte-Beuve ya había
señalado su existencia. Se refería a la lista de «Páginas escritas»
que Proust había hecho en el primero de los carnets que utilizó en
1908 —especialmente para bosquejar los comienzos del relato—, y
que no abarca exactamente el contenido de estas páginas, sino que
describe una de sus etapas. Estamos, en efecto, a finales de 1907 o
en el primer semestre de 1908. Proust no ha vuelto a abordar el
género novelesco desde 1899, cuando abandonó definitivamente
Jean Santeuil. Le toca entonces atravesar un desierto. Hasta 1905
solo trabaja en dos traducciones de Ruskin. Tras la muerte de su
madre hay un año en blanco, o en negro (aunque su amigo René
Peter afirme, en Une saison avec Marcel Proust, haberlo visto
escribir sin parar en Versalles, en el otoño de 1906), en el que
aparecen, sin embargo, su traducción de Sésamo y lirios y un
artículo sobre Las piedras de Venecia de Ruskin. Venecia,
«cementerio de la felicidad», que reencontramos en estos folios.
En 1907 hay un artículo extraordinario en el que explica su
concepción del complejo de Edipo, «Sentimientos filiales de un
parricida», otro sobre la «muerte de una abuela», unas
«Impresiones de viaje en automóvil»; es decir, páginas en las que el
pensamiento teórico se combina con el relato autobiográfico, y
algunas notas de lectura. Temas que reaparecerán en la obra futura
pero que no alcanzarán por sí solos a imponer el nombre de su
autor. De pronto, a finales de 1907 o principios de 1908, las puertas
de la creación novelesca vuelven a abrirse. Un abanico de caminos
que abandonó antes de recorrerlos del todo. Ideas y temas que
surgieron y se desvanecieron, como después de la visita de
extraños fantasmas.
Porque Proust hará al menos dos intentos antes de escribir no el
propio En busca del tiempo perdido, sino «Combray», sus dos
partes y una temporada a orillas del mar, y deberá esperar aún más
para contar un viaje a Venecia. ¿Qué había de bueno en esos
setenta y cinco folios para que los escribiera, qué de malo para que
los abandonara, como esos programas informáticos que se
autodestruyen una vez usados? ¿Se trata de la forma fragmentaria,
que todavía le recuerda demasiado a las páginas de Los placeres y
los días? ¿Ha dado con la trama, que solo puede ser la historia de
una vocación? En efecto, ¿qué contar? ¿Qué tipo de recuerdos?
¿La historia de qué personajes? ¿La de un hermano que
desaparecerá? ¿La de la vida familiar en una casa de campo
ubicada no en Illiers sino en Auteuil? ¿La de los dos lados de su
territorio mental? ¿La de los nobles de provincias o de París? ¿La
de las muchachas a orillas del mar? ¿Dónde está el amor? ¿Dónde
están Sodoma y Gomorra? Y sobre todo, ¿dónde está la memoria
involuntaria? Nathalie Mauriac responde a estas preguntas en su
reseña. Pues la novela no existirá hasta que Proust haya hecho de
la memoria involuntaria no solo un acontecimiento psicológico
capital, sino también el principio organizador del relato, es decir, el
día en que imaginó que escribiría que todo Combray había salido de
una taza de té.
El mismo Proust describió esas escenas en que descuidamos un
espectáculo, un rostro, una impresión sobre la que habríamos
podido y debido profundizar: los campanarios de Martinville, los tres
árboles de Hudimesnil, la lechera de Balbec. En su vida, Proust
abandonó a seres amados como si fueran textos: para empezar
Reynaldo Hahn, Henri Rochat para terminar, bocetos eternos,
borradores eternos, de un hombre digno de ser amado y nunca
conocido. Presentar estos inéditos es contar la historia de un
abandono, de una novela abandonada, como «La mujer
abandonada» de Balzac, como la «mujer que pasa» de Baudelaire.
Hay en Proust una inteligencia y un corazón sorprendentemente
inquietos; es el Querubín o el Don Juan de la página escrita.
Llegará a ser Penélope. Presentar sus inéditos es también contar
la historia de resurrecciones sucesivas. Descartadas, deshechas y
rehechas noche y día, estas páginas regresan. Y su retorno es una
reanudación y una superación, una Erlebnis: aquello que Proust no
hizo con Jean Santeuil y que le llevará tiempo y muchas tentativas
abortadas con Por la parte de Swann. Estas páginas, por cierto, no
tienen título. Hay novelistas que empiezan por un título y escriben
luego el libro; Balzac, por ejemplo, dejó listas de títulos de libros aún
no escritos. El título es un elemento de unidad, un motor, un ideal,
más que un motivo de gloria. Sin título el libro no existe, es solo una
sombra, una marioneta dislocada, Disjecti membra poetae, según la
expresión de Horacio.
La sensación de «ya leído» es muy injusta: obedece a que lo que se
lee al final se escribió al principio. Esa es la paradoja del aficionado
a los inéditos: busca precisamente lo que el autor descartó, admira
lo que se tachó, eliminó, rehízo, porque es diferente. La diferencia
se vuelve novedad: un nuevo Proust, que es el más antiguo. Se
abre la esperanza de hallar ahí un secreto, el secreto mismo de la
obra, la imagen en el tapiz, los papeles de Aspern. El milagro de los
manuscritos radica en que permiten ese retorno a la infancia que en
la vida real es imposible. Solo en las obras de arte, y en especial en
el cine, puede un niño aparecer en un flashback después de ser el
adulto en el que se convirtió. Invirtamos la conocida imagen según
la cual seríamos enanos encaramados a hombros de gigantes. El
gigante está encaramado a hombros de un enano: él mismo.
El torrente inagotable de recuerdos de infancia y de duelo aún no
ha sido controlado y fluye sin interrupción. Por una sencilla razón:
ese monólogo sin fin es el de la confesión, la autobiografía, no el de
la novela. Eso es lo que Proust comienza a finales de 1907. Lo
demuestra un fenómeno capital: el autor utiliza los nombres
verdaderos de su familia. La abuela se llama Adèle (Berncastell-
Weil), la madre Jeanne (Weil-Proust), el narrador Marcel. La abuela,
la madre: es siempre al hablar de ellas cuando Proust resulta más
conmovedor. La expresión del sufrimiento infantil, tan distinto del de
los adultos, en pos del beso demasiado rápido o negado, adquiere
un carácter casi insoportable; pues muchos niños se conformarían
con saber que sus padres están presentes, no lejos de ellos, en el
jardín o el comedor. Las páginas sobre la orilla del mar dan fe del
deseo desesperado de ser reconocido, igual que las que conciernen
a la aristocracia. ¿Qué le ocurrió al pequeño Marcel, qué injusticia o
qué golpe del destino hicieron que sufriera tanto?
Un niño llora en Auteuil. Esa es la herida en carne viva que la
literatura enmascarará progresivamente, en Contra Sainte-Beuve y
luego en las sucesivas etapas de Por la parte de Swann. El estudio
magistral de Nathalie Mauriac muestra el progreso de la creación
desde estos folios hasta sus prolongaciones, y como sus tentáculos,
en los cuadernos siguientes, que se acumulan para ocultar la herida
bajo el peso de las páginas. Las involuciones de la frase larga
disfrazan la queja. Tras el inicio autobiográfico, Proust recurre al
ensayo crítico. Y después del ensayo, siempre insatisfecho,
comienza su novela. Con la última frase de estos setenta y cinco
folios (o setenta y seis) y la escritura de los pastiches brotará la idea
del Contra Sainte-Beuve, o más bien la conversación con Mamá
sobre Sainte-Beuve. Resucitar a la madre es también una manera
de separarse de ella. Solo cuando lo haya logrado podrá Proust
realmente dar comienzo a su novela.
El recurso a la técnica de la novela conferirá al monólogo proustiano
una forma, límites y procedimientos, la densidad y también el pudor
que aún no tenía en ese comienzo de 1908. Sin embargo, ahora
tenemos la impresión de comprender mejor la obra, y sentimos que
se nos explica todo lo que estaba oculto. Habríamos querido más de
eso en el texto final. Aquí, en cambio, lo sabemos todo, y
experimentamos una suerte de impudicia. Pero el genio se alimenta
de los sacrificios que el talento no hace. Un niño llora en Combray y
surge una obra maestra.
JEAN-YVES TADIÉ
El manuscrito
Cuando fueron descubiertos en el domicilio de Bernard de Fallois,
los «setenta y cinco folios» —setenta y seis, para ser exactos— se
encontraban en una carpeta de cartón granate de tamaño estándar
etiquetada de su puño y letra «Dosier 3». Esa etiqueta cubría una
inscripción anterior.
Estaban repartidos en cinco grupos, a su vez ordenados en
carpetas que Fallois había titulado respectivamente «Veladas de
Combray», «La parte de Villebon», «Las muchachas», «Nombres
nobles» y «Venecia». Los títulos también se indicaban en los
separadores que encabezaban las páginas. Salvo «La parte de
Villebon», todos incluían un breve resumen del contenido, que
Fallois había agregado en hojas sueltas. La presente edición solo
conserva parcialmente esos títulos (véase más abajo).
Había numerosas páginas dañadas: bordes rasgados (ff. 70, 83),
un pequeño resto pegado de otro folio (f. 83), arreglos improvisados
(cinta adhesiva en el f. 53v), manchas diversas; la parte inferior del f.
84 había sido recortada, muy probablemente por Proust.
El manuscrito de los «setenta y cinco folios» se compone de 43
folios dobles (u hojas dobles), o sea 86 folios o 172 páginas de
papel vitela, sin pauta, sin filigrana, de 360 × 230 mm. Se trata de un
formato mediano, ya que el plegado de los folios es irregular.
Setenta y seis páginas fueron escritas con tinta por Proust, tres de
las cuales también en el reverso (ff. 41v, 83v, 85v). Salvo en una
decena de ellas, el espacio se cubrió por completo, sin dejar
margen. No llevan paginación alguna del autor. Se advierten ciertos
dibujos: pequeños bocetos abstractos (f. 36), perfil femenino (f. 39),
iglesia (f. 43).
Quedaron en blanco los folios 8, 38, 42, 44-50, 52, 66 y 84. Los
pliegos 44 y 49, 45 y 48, 46 y 47 estaban originalmente
ensamblados en cuaderno en los pliegos 43 y 50.
La numeración de los folios sigue el orden en que el manuscrito
llegó hasta nosotros, salvo en el caso de los ff. 27-43, que fueron
reordenados (véase más abajo). Hemos adoptado la división y los
títulos siguientes, que difieren parcialmente de los de B. de Fallois:
– ff. 1-26: [Una noche en el campo]. 13 folios dobles, o sea 26
folios, 25 páginas escritas en el anverso. El f. 8 está en blanco.
Las dos últimas páginas (ff. 25-26) fueron publicadas en
forma anónima, con el título «Separación», en el Bulletin de la
Société des Amis de Marcel Proust et des Amis de Combray
(n.º 1, 1950, pp. 7-8). Las siete últimas (ff. 20-26) fueron
publicadas por B. de Fallois en Contra Sainte-Beuve (CSB, cap.
XV, «Regreso a Guermantes», pp. 291-297).
– ff. 27-52: [La parte de Villebon y la parte de Meséglise]. 13 folios
dobles, o sea 26 folios, 17 páginas escritas, todas en el anverso
salvo el f. 41, escrito también en el anverso. Los ff. 38, 42, 44-
50, 52, están en blanco.
Apoyándonos en indicios materiales y genéticos, hemos
reordenado este conjunto, que nos había llegado en el orden
siguiente: ff. 27-30, 39-41v, 43, 37-38, 35-36, 33-34, 31-32.
Hemos comprobado que, salvo en el primer grupo, este orden
es inverso al que se obtuvo después de la reordenación. Es
probable, pues, que los folios dobles hayan sido mal ubicados
tras haber sido manipulados. El f. 51 es de difícil clasificación.
– ff. 53-65: [Temporada a orillas del mar]. 7 folios dobles, o sea,
14 folios, 13 páginas escritas en el anverso. El f. 66 quedó en
blanco. En las notas al final de este volumen explicamos la
razón por la que, a diferencia de la clasificación de B. de Fallois,
separamos este «capítulo» del siguiente (véase).
– ff. 67-74: [Muchachas]. 4 folios dobles, o sea 8 folios, 8 páginas
escritas en el anverso.
– ff. 75-82: [Nombres nobles]. 4 folios dobles, o sea 8 folios, 8
páginas escritas en el anverso.
Las 7 primeras páginas (ff. 75-81) fueron publicadas por B. de
Fallois en Contra Sainte-Beuve (CSB, cap. XIV, «Nombres de
personas», pp. 273-283).
– ff. 83-86: [Venecia]. 2 folios dobles, o sea 4 folios, 5 páginas
escritas, dos de ellas en el reverso (ff. 83v, 85v). Un pequeño
fragmento de la esquina superior derecha de otro folio ha
quedado pegado al margen izquierdo del f. 83, a la altura de la
segunda y tercera líneas; aún se pueden leer dos letras de la
mano de Proust. Falta la parte inferior del f. 84, que Proust dejó
en blanco.
El manuscrito de los «setenta y cinco folios» se conserva hoy en las
colecciones de la sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional
de Francia bajo la signatura NAF 29020.
Nota sobre esta edición
Esta edición de Los setenta y cinco folios retoma casi al pie de la
letra la primera edición de Gallimard de 2021. Solo se ha apartado
de ella al eliminar la primera de las tres series de notas incluidas en
la edición original, señalada con letras a pie de página, que
determinaban, por un lado, las diferencias entre la versión
manuscrita del texto de Proust y la versión publicada (que en la
traducción al español dejan de ser pertinentes), y, por otro, los
cambios del texto con respecto a la versión establecida por Bernard
de Fallois en su edición del Contra Sainte-Beuve (que, valiosas pero
quizá demasiado especializadas, habrían dificultado la lectura más
de la cuenta).
Nota sobre la edición de Gallimard
Criterios para la fijación del texto
La redacción de los «setenta y cinco folios» se produjo de manera
escalonada, entre los primeros meses y el otoño de 1908; quizá
empezaran a elaborarse a finales de 1907. Dado que no sabemos
cómo habría organizado Marcel Proust estas páginas, las
presentamos en el orden que corresponde al texto En busca del
tiempo perdido, que es también el orden en que fueron halladas.
Los títulos de los «capítulos» no son de Proust. Son puramente
informativos, y se han elegido para proporcionar al lector puntos de
referencia familiares.
Hemos aligerado la transcripción del manuscrito de tachaduras, lo
que permite una lectura más fluida. Damos a continuación los
criterios que hemos seguido para el establecimiento del texto.
En la página web gallimard.fr se puede descargar una
transcripción diplomática completa, es decir, fiel página por página a
la topografía de la escritura y restitutiva del conjunto de tachaduras y
añadidos de Proust, y compararla con el facsímil de los «setenta y
cinco folios» cuando esté disponible en gallica.fr.
Esa transcripción fue la base para la transcripción corriente.
Ambas se enriquecieron con la relectura de Bertrand Marchal.
Además de la transcripción corriente, existen otros documentos
(«Otros manuscritos de Marcel Proust») que iluminan, a su vez, la
génesis de los «setenta y cinco folios» y su papel en la de En busca
del tiempo perdido. Dichos documentos proceden del fondo Proust
de la Biblioteca Nacional de Francia, así como de los archivos
Fallois.
La escritura de los borradores de Proust incluye numerosas
rectificaciones y añadidos. En la transcripción simplificada que
sigue, los añadidos se han incorporado al texto, y las tachaduras
solo aparecen señaladas por medio de una nota cuando se trata de
algún pasaje significativo, que podrá consultarse en la transcripción
diplomática o en las notas críticas.
Dado que Proust escribía muy rápido, es lógico que omita alguna
palabra o caiga en errores de continuidad entre las versiones
sucesivas. Hemos efectuado, en consecuencia, los ajustes de
detalle que se imponían cada vez que resultaban necesarios para la
corrección sintáctica y la inteligibilidad de la frase. Hemos puesto
entre corchetes rectos los fragmentos restituidos en los casos en
que el manuscrito, dañado, presentaba lagunas; se trata, pues, de
una restitución conjetural.
Proust no siempre señala con claridad el lugar donde deben
insertarse los añadidos, de modo que hemos tenido que tomar
nuestras decisiones.
La puntuación del manuscrito es muy parca y a veces irregular; la
hemos completado para facilitar la lectura salvo en los diálogos,
donde la economía contribuye al estilo oral, y en los casos en que
una modificación habría alterado de manera manifiesta la
interpretación. Hemos corregido la ortografía cuando ha sido
necesario, y normalizado la presentación tipográfica (abreviaturas,
títulos de obras). Asimismo, hemos respetado la disposición en
párrafos en la medida de lo posible.
Este «aseo» del manuscrito no oculta su carácter inacabado. A
veces la redacción se interrumpe in medias res, cosa que indicamos
mediante un breve comentario editorial entre corchetes rectos. La
conexión entre páginas redactadas en momentos diferentes no
siempre es prolija: hemos conservado las repeticiones. Cada vez
que aparecen varias versiones de un mismo pasaje, las ofrecemos
en el orden de redacción más probable, con la versión más antigua
en primer término.
Notas
Hay dos tipos de notas:
– a pie de página, indicadas con números, las notas explicativas
que proporcionan brevemente una información esencial para
esclarecer el texto en una lectura diagonal, por ejemplo la
variación de la identidad de un personaje dentro de un mismo
fragmento;
– al final del volumen, después de la «Nota» y la «Cronología»,
las notas críticas que intentan esclarecer la génesis y/o las
referencias, citas y alusiones del texto de Proust. Para no
entorpecer la lectura de los «setenta y cinco folios», estas notas
no tienen llamadas; aparecen por folio, precedidas por el
fragmento o el final del fragmento al que remiten.
Abreviaturas y siglas
col. columna
f. folio (sin otra indicación, se trata por defecto de un
folio recto)
ms. manuscrito
NAF Nuevas Adquisiciones Francesas (signatura de la
sección de Manuscritos, Biblioteca Nacional de
Francia)
v folio vuelto
[ ]
intervención del editorfolio vuelto
*
lectura conjetural
/
punto y aparte, o separación entre las dos partes de
una enmienda, es decir, entre la parte tachada y su
sustituto
//
paso al folio siguiente
La bibliografía general y las abreviaturas de las ediciones utilizadas
aparecen en las pp. 457-466. Cuando remitimos a una obra o a un
artículo, consignamos el nombre del autor seguido del año de
publicación.
En el aparato crítico, salvo indicación contraria, la transcripción de
los manuscritos ha sido aligerada y simplificada. Los pasajes
tachados aparecen bajo tachaduras y los añadidos entre corchetes
angulares (<>). Una raya oblicua (/) separa las dos partes de una
enmienda, es decir la parte tachada de su sustituto.
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