Gustaw
Herling-Grudzinski
UN
MUNDO APARTE
Un mundo aparte es la novela-testimonio que
Gustaw Herling-Grudzinski escribió sobre los dos años que pasó en el campo de
trabajo de Arkangelsk en el Gulag soviético. Pero este libro no es únicamente
un testimonio del horror, sino también una obra que analiza el sufrimiento
humano en clave de piedad y esperanza. Su autor escribió esta obra en polaco
entre julio de 1949 y julio de 1950, coincidiendo con una estancia en
Inglaterra. En 1951 la editorial londinense Heinemann publicó la versión
inglesa con un prólogo de Bertrand Russell. Era uno de los primeros testimonios
del horror en los campos de trabajo soviéticos, por lo que su autor fue objeto
de una auténtica caza de brujas por parte de la izquierda europea que negaba la
existencia de los campos. En 1953 apareció la primera edición en su lengua
original publicada por la editorial polaca en el exilio Kultura. En Francia,
ninguna editorial tuvo el valor de publicarlo a pesar de que los derechos se
compraron varias veces y de que Camus recomendó el libro a varios editores, aun
así el libro tardó más de treinta años en publicarse allí. En 1990 pudo por fin
publicarse en Rusia y en Polonia, donde durante décadas había encabezado el
índice de libros prohibidos por el régimen comunista. Esta edición presenta por
primera vez al lector español el texto traducido directamente del polaco. «Este
libro tendría que ser publicado y leído en todos los países, tanto por lo que
es como por lo que dice.» Albert Camus, 1956
Título Original: Inny Swiat
Traductor: Agata Orzeszek y Francisco Javier
Villaverde González
© del prólogo, Jorge Semprún, 1985
©2012, Herling-Grudzinski, Gustaw
©1986, Libros del Asteroide
ISBN: 9788492663859
Diseño de colección y cubierta: Enric Jardí
Este libro ha recibido una ayuda del Instytut
Książki-Programa de Traducción ©POLAND
Generado con: QualityEbook v0.37
Prólogo a la edición francesa
Si
no recuerdo mal, fue en 1970, en la Rue Guénégaud, en una galería de arte.
Józef Czapski exponía cuadros de un realismo minucioso, meticuloso, casi
maniaco: expresionista a fuerza de jugar con las inquietudes de la ilusión de
realidad, desenmascarada en su trabajo sobre la apariencia de la materia
pictórica. El autor de Tierra inhumana es, en efecto, un gran pintor.
Estábamos
hablando tres personas, sentadas bajo la mirada irónica de los personajes de
Czapski, que reducía a fragmentos de una confusa nada nuestra inocente certeza
de existir. O al menos la mía. Además de Czapski y de mí, estaba Elisabeth Poretski,
de quien un año antes había leído Nuestra propia gente, relato que me había
apasionado. Nos habíamos convertido en amigos.
Les
hacía preguntas. Durante todos esos años, cuando nos veíamos, no dejaba de
hacerles preguntas. Me gustaba escuchar sus relatos, la historia y las
historias de la larga aventura —tan distinta, a veces incluso opuesta, pero
esencialmente similar— de sus vidas. Polonia, la Europa de los años treinta, la
GPU, los campos de Stalin, el desastre que siguió al pacto germano-soviético:
la larga aventura de unas vidas rotas y forjadas en la experiencia directa del
totalitarismo ruso.
Ese
día, sin embargo, más allá de la conversación habitual, se me ha quedado
grabado porque de pronto Józef Czapski me dio un libro y me recomendó vivamente
que lo leyera. Tenía razón: es una lectura del todo aconsejable.
Fue
así como tuve por primera vez en mis manos un ejemplar de la traducción inglesa
del libro de Gustaw Herling-Grudziński Un mundo aparte. No sabía nada del
autor, lo confieso. Fue Czapski quien me dio los primeros datos sobre él.
Nacido
en 1919 en Kielce (Polonia), Gustaw Herling-Grudziński estudió literatura en la
Universidad de Varsovia. Desde muy joven militó en las juventudes socialistas y
a los diecinueve años publicó una aguda crítica de la novela de Witold
Gombrowicz Ferdydurke, en una revista literaria de izquierdas. Tras la
partición de Polonia, en 1939, estuvo entre los fundadores de una de las
primeras organizaciones de la Resistencia polaca. En marzo de 1940 fue
arrestado por el NKVD cuando trataba de cruzar la frontera entre Lituania y la
Unión Soviética, dispuesto a sumarse al ejército polaco en Francia. Pasó dos
años en prisiones y campos soviéticos, experiencia que luego relatará en Un
mundo aparte. En 1942 logró llegar al ejército polaco y participó en la campaña
de Italia. Es uno de los fundadores y principales colaboradores de la revista
de la emigración polaca Kultura.
Con
estos datos me sumergí en la lectura del libro de Herling-Grudziński. Lo leí de
una tirada, fascinado y conmovido; desde entonces sigo leyéndolo, todo o en
partes. Y recientemente lo he vuelto a leer en la excelente traducción de
William Desmond. Desde el principio no dejó de sorprenderme que este libro no
se hubiera traducido nunca al francés. Por fin se ha hecho: nunca es demasiado
tarde para publicar un texto con un valor ético y literario tan grande.
En
el prólogo a la edición inglesa de Un mundo aparte, Bertrand Russell insiste en
la calidad del testimonio. «De los muchos libros que he leído», dice Russell,
«sobre experiencias de las víctimas de las cárceles y los campos de trabajo
soviéticos, Un mundo aparte, de Gustaw Herling-Grudziński, es el más
impresionante y el mejor escrito. Este libro posee una extraña fuerza
descriptiva, sencilla y vívida, y es absolutamente imposible dudar de su
sinceridad en todos los aspectos.»
No
olvidemos que Bertrand Russell escribió estas palabras a principios de los años
cincuenta. En esos momentos la ceguera con respecto a la Unión Soviética, la
tenaz labor de negar la verdad del totalitarismo, estaba todavía ampliamente
difundida —mejor dicho, era hegemónica— entre los intelectuales de las izquierdas
europeas. Esta es la razón por la que Russell insiste en la veracidad del
testimonio, y continúa diciendo: «Los compañeros de viaje que se niegan a creer
en la evidencia de libros como este son a todas luces seres inhumanos, porque
si no lo fueran no negarían lo evidente, sino que se sentirían completamente
apesadumbrados».
En
esa época Russell tenía toda la razón al plantear la cuestión en tales
términos. Es, sin duda, el rechazo, la negación sistemática de la verdad sobre
la Unión Soviética, uno de los motivos que explican el silencio en Francia en
torno a este libro. Albert Camus encontraba deplorable esta actitud y escribía
a Herling-Grudziński en junio de 1956: «Su libro me ha gustado mucho y he
hablado de él con entusiasmo. Sin embargo, la decisión ha sido, al final,
negativa; sobre todo, creo, por razones comerciales. Este hecho me ha
desilusionado mucho y por lo menos quiero decirle que, a mi juicio, su libro
tendría que ser publicado y leído en todos los países, tanto por lo que es como
por lo que dice».
Desde
entonces, es cierto, las cosas han cambiado. Primero se produjo el breve
deshielo de la desestalinización de Nikita Jruschov, que no transformó la
naturaleza profunda del totalitarismo soviético, pero que sí modificó sus
formas históricas y, sobre todo, quebrantó definitivamente la fe ciega y
enfermiza en los beneficios del socialismo real. Se produjo también el
torbellino de Solzhenitsyn, el estallido mundial de una verdad sobre el Gulag
reservada hasta entonces a círculos reducidos, gracias a toda una serie de
mecanismos ideológicos, pero convertida en universal e irreversible tras su
gigantesca obra.
No
obstante, y es lo principal en el presente contexto, aunque Un mundo aparte de
Gustaw Herling-Grudziński se publique en francés con evidente retraso —treinta
años—, se trata de un libro que no ha perdido nada de su fuerza, de su extraña
y serena belleza.
Porque
Un mundo aparte es un testimonio. Una especie de reportaje de genial precisión
sobre los campos soviéticos de la región de Kárgopol, en los bosques del Gran
Norte, en un periodo determinado, fechado: 1940-1942. Para los historiadores,
para los sociólogos que se interesan por la experiencia del Gulag, el
testimonio de Herling-Grudziński, sin énfasis ni grandilocuencias, es una
fuente de datos, de información, de una exactitud difícil de encontrar. Además,
como el autor está dotado de una curiosidad sin límites, de unas poco comunes
dotes de observación, de una prodigiosa capacidad de empatía, de comprensión
hacia los demás, incluso hacia los más perdidos y pervertidos del universo de
los campos de concentración soviéticos, se trata de un testimonio rico en
comentarios y conclusiones de valor general.
Pero
Un mundo aparte no es solo un testimonio. Bertrand Russell, con razón, señalaba
que era uno de los libros «mejor escritos» sobre el tema. Y Albert Camus, en
una frase final apasionante, afirmaba que el libro tendría que ser leído «tanto
por lo que es como por lo que dice». Exacto. Porque se trata de una obra
literaria perfecta. Es literatura. Lleva el sello, la firma, la huella que no
traiciona a un verdadero escritor. No solamente es sincero y auténtico en lo
que se refiere al contenido histórico (el Gulag soviético a inicios de los años
cuarenta). Es auténtico también con respecto a las formas de la literatura, a
los valores morales y culturales de una relación transparente, compleja y rica
con la literatura, esa extraña ocupación que caracteriza a la especie humana.
JORGE
SEMPRÚM (1985)
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