Obra entera
Poesía y prosa
Rafael Cadenas
2
Prólogo a la segunda edición
Un testimonio sobre
la Obra entera de Rafael Cadenas
Darío Jaramillo Agudelo
1. Comienzo con un reparo
El volumen que contiene la Obra entera de Rafael Cadenas lleva como subtítulo “Poesía
y prosa”. Mi tarea consiste en dejar el testimonio de lector y resulta embarazoso tener
que comenzar con un reparo a ese subtítulo, un reparo que, creo, también resume mi
reveladora experiencia con este poeta venezolano, a quien admiro desde la primera y
alucinada lectura de Falsas maniobras, hace un millón de recuerdos, y que ahora he
podido agarrar completo en esta Obra entera felizmente editada por el Fondo de
Cultura Económica.
Es imposible hallar una frontera clara entre la poesía y la prosa de Rafael Cadenas. Y
que conste que con esta primera observación, sólo primera porque proviene de la
carátula, no me refiero al invento que hicieron los modernistas de un artefacto
infelizmente denominado prosa poética, muy seguramente procedente del francés. En
sus orígenes y en sus primeras intenciones, la prosa poética de los modernistas poseía
sentido y rindió sus frutos. Lo que siguió inficionó la prosa de un tono inspirado y
grandilocuente que hoy nos pone a huir a todos, y que alcanzó su soporífero cenit en un
exitoso colombiano de entonces, José María Vargas Vila.
No, no estoy hablando de la prosa poética, compendio de elegancia y buen decir,
pletórica de alusiones helénicas y de circunloquios art noveau. Cuando aludo a la
dificultad de hallar un claro límite entre la poesía y la prosa de Cadenas, me refiero a
que, en su Obra entera, sin distingos, es constante la preocupación por el misterio
esencial del mundo. En un extremo puede estar, sí, el abordaje analítico, por ejemplo en
los Apuntes sobre san Juan de la Cruz y la mística, pero aun en estos casos, el intento
consiste en traspasar el umbral de la conciencia, en una indagación interminable donde
nos descubre que “la palabra Dios designa lo que no tiene nombre”. El aforismo, con
toda su concisión, con el filo que tiene que poseer para cortar una capa ignorada de la
realidad o del lenguaje, es también un medio limítrofe entre la poesía y la prosa. Y
4
están, además, los poemas en prosa, prosas que son poemas y que enfrentan, como en
toda su Obra entera, la luz quemante y enceguecedora de las revelaciones, la tiniebla
estremecedora de quien mira hacia su adentro.
Aquí, en un punto aparte, se me ocurre una explicación de este singular don.
Conjeturo que la tierra estaba abonada. No en vano Venezuela es la tierra de José
Antonio Ramos Sucre, que en su breve vida dejó una consistente y misteriosa obra
poética escrita en prosa.
2. Rafael Cadenas: fechas
Ramos Sucre y Juan Sánchez Peláez son los antecedentes más claros en una tradición
que heredan dos poetas coetáneos y que, con los dos anteriores, son la más alta
contribución de Venezuela a la poesía escrita en castellano durante el siglo XX: Eugenio
Montejo (1938-2008) y Rafael Cadenas, nacido en Barquisimeto, estado de Lara, el 8 de
abril de 1930. Relata José Balza que, muy joven, ya en Caracas, en la universidad,
Cadenas se enfrenta a la dictadura militar desde su militancia comunista y esto lo lleva
al exilio. “Importa mucho añadir —escribe Balza— que desde hace casi 40 años se
considera independiente y ha sostenido en numerosas entrevistas y charlas que no se
debe pertenecer a partidos porque perdemos la libertad.” Vive en la isla de Trinidad, en
el delta del Orinoco, “regresa a Caracas en 1956 y durante tres décadas permanece
inquietamente inmóvil en la ciudad. Trabaja como profesor de literatura inglesa,
estadunidense y española. Traduce a Lawrence, Nijinski, Whitman, Cavafy, Segalen,
Pessoa, etcétera”.
Discreto, silencioso, tímido, incómodo en toda figuración, huidizo de ella, Rafael
Cadenas, a pesar de su invisibilidad, es considerado hoy un clásico vivo en Venezuela.
El periódico caraqueño Últimas noticias del 16 de septiembre de 2001 publicó una
encuesta que se hizo a 10 personajes, entre profesores, críticos, periodistas, políticos,
historiadores, acerca de los 10 libros que más han influido en los venezolanos en los
últimos 60 años. En el resultado predominan los textos de políticos —Venezuela,
política y petróleo de Rómulo Betancourt es el más mentado—, de interpretación de la
realidad (cualquier cosa que eso sea) de historia. Queda poco terreno para la literatura
y, en ella, mucho más para la narrativa que para la poesía; tan sólo dos poetas son
citados más de una vez: Vicente Gerbasi, y Cuadernos del destierro de Cadenas, que es
mencionado por tres de los encuestados.
5
3. Una isla
Una isla, el poemario que abre esta Obra entera, puede leerse como una secuencia de
poemas que van del amor al desamor. Comienza, sin embargo, con una especie de
poética:
Si el poema no nace, pero es real tu vida,
eres su encarnación.
Habitas en su sombra inconquistable.
Te acompaña
diamante incumplido
El amor aparece y el poeta lo reconoce, “vengo de los ojos de una mujer”, y se sabe
vencido:
Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera con el vacío
ha caído hoy.
Y vienen los descubrimientos del amor, hermosa, memorablemente expresados aquí,
como cuando declara: “juntos somos anteriores a nosotros”, o como cuando, a manera
de invocación, de culto devoto, escribe:
Tú apareces,
tú te desnudas,
tú entras en la luz,
tú despiertas los colores,
tú coronas las aguas,
tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,
tú rematas la más cegadora de las orillas,
tú predices si el mundo seguirá o va a caer,
tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo
a tu lentitud de lava,
tú reinas en el centro de esta conflagración
y del primero
al séptimo día
tu cuerpo es un arrogante
palacio
donde vive
el
temblor.
Vendrá una evidencia más dolorosa y más mezquina: “Los días de los amantes también
6
pasan” y entonces deja este testimonio que muestra bien, además, cómo son los poemas
en prosa de Cadenas:
Partí de tus brazos sin saber adonde iba. El barco nos empequeñecía hasta hacernos desaparecer. Con
temblor. Ahora no me reconozco. Sólo espero que de mí nazca otro hombre unido. Ojalá pudiera
devolverte el esplendor que me entregaste. Te pertenece, pero estoy estancado, estancado como una
piedra y no podré buscarte.
Y al final, dando tumbos, dice: “Voy de cerco en cerco. Atestiguo derrumbes. Busco lo
que solo no puede encontrarse, y se hace tarde”.
4. Los cuadernos del destierro
El comienzo de Los cuadernos del destierro es uno de los más sobrecogedores y
extraordinarios de la poesía en nuestro idioma: “Yo pertenecía a un pueblo de grandes
comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de
amor”. Ya clásico, su perfección lo ha fijado en la memoria emocionada de la tradición
oral venezolana y en la curiosidad insaciable de todo aquel que lo oiga por primera vez.
Este comienzo, además, marca el tono de un poema narrativo exuberante, imbuido
del aire húmedo y salino y verde del Caribe: “Isla, deleitable antífona […] Dominio del
verde […] Calles manchadas de fluidos vegetales, de baba ebria, de sexo negro, de
mugres provisionales, de hálitos sacros, de africanas flexiones, de alas de loto, de
mandarines venidos a menos, de dragones rotos, de fosforescencias de tigra, de aires
balsámicos de amplios valles búdicos”. Inevitable pensar en Saint John Perse, en Álvaro
Mutis, en las enumeraciones e imágenes de Enrique Molina. Y me refiero al tono
porque el poema, lo que dice y la manera de decirlo poseen su propia demoledora
fuerza, sus propias demoledoras energías, porque son varias. El paisaje inescapable, los
ritos de magia, las liturgias más esotéricas, por ejemplo, pero una sobre todas, una
historia personal de transformación, de metamorfosis, de dolorosa y liberadora
iniciación.
“¿Dónde está el rostro que me legaron mis padres?” El poema comienza con un
descendimiento a los infiernos. El “yo” poético perdió su identidad —“yo no era el
mismo”, “yo era el guardián de mi propia desgracia”— y en tiempo presente nos
declara: “He resuelto mis vínculos. Ya soy uno […] Fatídico, doble, sensual, echadas las
cuentas para mis logros futuros, me he desposado con un nuevo esplendor”. En este
estado, viene uno de los apartes más líricos del libro:
7
He entrado a región delgada.
Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina.
Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales.
Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos, los mendrugos
cargados de relámpagos.
Éste es el huerto de las especies clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige.
Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre.
Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu oscura embalsama
un clavel.
Ésta es la tierra trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.
“Todo aquí es génesis” y “los días lucen desterrados”. El poeta está rodeado de un
mundo mágico, atractivo y aterrador al mismo tiempo: “Yo visité la tierra de luz blanda
[…] Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados. Era la época que en los
brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes”. A la
mitad de Los cuadernos del destierro viene un balance descarnado: “Mi historia es un
largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones, de fabulosas fábricas
[…] El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción” y sigue un largo
monólogo, también antológico, que comienza:
Estoy aquí.
Muerto pero aún andando, desnudo, recreado en las hojas de fuego, devolviéndome hacia mi final,
dado al tiempo sin armas, espíritu del vino, excelente en el sufrimiento, sin títulos como los resucitados,
ojo de huracanes, devorador de sus pies, propenso a falsificar, hermanado con la muerte, mimado,
entre vocaciones terrestres, victimario y víctima dentro de un mismo silencio…
En Los cuadernos del destierro también consta el interludio amoroso, rodeado de un
antes de búsquedas y de ansias y de un después de desolación y de vacío. En el
entreacto está la locura de la carne:
Sólo tú misma en el acto. Extendida, carnosa, húmeda. Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino
en torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima de tus piernas como de un
grito nocturno. Flor que se liba. Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las corrientes lozana forma de
mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los rendimientos.
[…]
Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que
sobresale de tu cuerpo como mil vocecillas frutales, el letífico aroma, el muelle calor, el ansioso tremar.
Toda tú adunada por mareas geométricas a mi piel. Toda presión, jadeo, huída, retorno, blancor,
demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra del láudano sobre mi pesado tiempo.
Después, “como en las estaciones llega el olvido” y “ésta es la historia de un fracaso
más”. Entretanto “mi poema llega entre estallidos a su solución. Su última palabra tiene
que ser en forma de pregunta y dispuesta como a punto de fuga”. El final se resuelve en
incertidumbre —“no puedo predecir lo que vendrá”— y con el narrador “enredado en
los hilos como un personaje mal llevado por su autor […] en el extremo menos
8
iluminado del escenario”.
Los cuadernos del destierro, en su aspecto formal, ha sido visto, y con razón, como un
libro atípico en la retórica habitual de Cadenas. Aquí se trata de un desbordamiento, de
una catarsis, de una entonación que, el mismo texto lo reconoce al final, es la de un
monólogo actoral. No obstante, los problemas esenciales de su poesía, los misterios más
hondos, flotan entre la exuberancia del paisaje y la catarata enumerativa que luego
abandonará.
Este libro es fruto de la reflexión que le produce el exilio y en él está la más
desgarradora expresión del desterrado: “Mi piel echa de menos tu caricia, tierra”.
5. Falsas maniobras y derrota
Con Falsas maniobras, acaso sin proponérselo, Rafael Cadenas reiteró su talento para los
comienzos inolvidables. Frecuente y merecidamente citado, así comienza Falsas
maniobras: “Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personas. Fui
sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista”.
Aun con la maestría y la contundencia de este comienzo, es claro el cambio de tono
con respecto a Los cuadernos del destierro. Antes, marcado por la magia del lugar
desconocido, extraño al paisaje salobre, embriagado por un lenguaje deliberadamente
enriquecido por la complejidad de la experiencia y por el barroco misterioso que se
desprende del aire antillano, las palabras son alusivas y la realidad es elusiva. Ahora
impera la claridad y cierto retintín de irremediable burla de sí mismo que viene del
lenguaje conversacional, que no imposta el tono de lo sagrado, que más bien es un
llamado desde lo cotidiano a la conciencia de la propia, a veces inevitablemente cómica
y siempre presente, miseria, con el segundo poema del libro, titulado “Pasatiempo”:
“Por la mañana exploro las paredes de mi cuarto en busca de nuevos agujeros. Pongo en
ellos cartón piedra, jirones de ropa inservible, trozos de periódicos. Encima les pego
pequeñas tarjetas con vehementes recados. Son exhortaciones anotadas
apresuradamente en letra grande”. Pero así como Los papeles del destierro es un
desollamiento en clave iniciática, Falsas maniobras es también un desollamiento, sólo
que en clave conversacional, como quien habla del clima. “El monstruo” es literalmente
eso, la descripción de un desollado y comienza así: “El hombre sin piel se levanta tarde,
evita los comunes tropiezos, rehuye toda relación. Cualquier rozamiento, que en
nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar
en un desarreglo prolongado…”.
9
En Falsas maniobras nos habla un hombre común, débil, mezquino, que se examina
con desasimiento y un humor involuntario que procede de la literalidad de las
descripciones, por ejemplo, con respecto a la prisa: “En una ciudad instalada sobre la
prisa fue condenado por incurrir en retraso […] Salía disparado como se le indicaba,
pero siempre terminó deteniéndose a ver pasar a los otros […] Los que iban a gran
velocidad lo apremiaban desde sus propias inmovilidades”. El “yo” poético procede de
un personaje que no entiende las reglas de juego que le toca vivir y que inventa sus
propios hábitos. Ante la agresividad, por ejemplo: “Cuando un rostro se vuelve
amenazante, lo desdibujo pacientemente […] De noche practico esa cautela. Me acerco
al rostro, recuerdo todos los incidentes, tomo un trapo húmedo, ordinario, maligno con
el que deshago suavemente el dibujo”. Este personaje tiene su propio gimnasio con los
siguientes elementos:
[…] Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.
Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
Una cuerda donde me castigo por toda la prudencia del día.
Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.
Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.
Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor dirigidos.
Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice,
las palabras que no me atreví a decir.
Una soga donde extorsiono mi brazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.
En el mismo tono, entre desparpajado y cómico, velando porque el poeta no sea el
iluminado sino el más falible, el más impráctico, el más torpe de los hombres, Rafael
Cadenas le canta al fracaso:
Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.
Fracaso, lenguaje de fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.
Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los
triunfos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no sabía que era para salvarme.
Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.
Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo […]
Estos poemas admiten una lectura literal y desprevenida, donde un hombre común,
demasiado tímido y común, admite sus desajustes con el mundo. Pero también, sin
ningún ánimo de crítico de realidad, dedicado con saña a los cauterios y arañazos que
el poeta se inflige a sí mismo, Falsas maniobras desnuda los desajustes del mundo, la
prisa, la siempre estúpida prisa, la competencia, el mercado del éxito y el fracaso. Sólo
que lo hace sin señalarlos, más bien con un susurro que quiere ser objetividad y no
10
queja, el poeta habla de su propia condición.
El poema que mejor expresa el tono de Falsas maniobras es “Derrota”, a la vez el
poema más antologado y más conocido de Cadenas. También su comienzo es un
referente obligado de la poesía venezolana: “Yo que nunca he tenido un oficio”, y se
desarrolla como enumeración acumulativa donde se autodefine como “imbécil y más
que imbécil de nacimiento” y con todas las debilidades imaginables. Con esto logra una
identificación, entre hilarante y azorada, del lector con el poema: es sencillo, todos nos
hemos sentido así y se necesita ser demasiado imbécil para no haberse sentido imbécil
alguna vez. Se han señalado algunas semejanzas de “Derrota” con “Tabaquería” de
Pessoa: si bien ambos son una confesión de fracaso, nada más diferente que el tono de
estos maravillosos poemas. “Derrota” es, además, el poema emblemático de una época,
de una generación y su perduración insinúa que es, también, el poema necesario para
ciertos momentos de la vida.
6. Intemperie
Transcurrieron 11 años, entre 1966 y 1977, para que aparecieran más libros de poemas
de Rafael Cadenas después de Falsas maniobras, cuando vieron la luz Intemperie y
Memorial.
En Intemperie hay un cambio de tono con respecto a los anteriores libros. En Los
cuadernos del destierro, según vimos, la salmodia ceremonial y el tono acezante del
exorcismo exigen la adjetivación y la exuberancia propias de una liturgia. Hay un “yo”
poético diferente al “yo” de Falsas maniobras, que susurra sus declaraciones de
ineptitud frente al mundo y reconoce en su coloquio —sin aspavientos ni
recriminaciones— todas las atrocidades de su corazón. He dicho que hay humor en
este libro y ahora me corrijo. Hay risa, sí, pero no proveniente de una intención
humorística: nos reímos por el modo tan directo, tan descriptivo, de los desajustes que
siente frente al mundo. Nos reímos por identificación. Nos reímos para no echarnos a
llorar.
En Intemperie también hay un “yo” poético, pero su tono es muy otro. Éste reniega,
se queja y llega a calentarse en el poema y a hacerse advertencias: “Los gritos deben
quedar para el cuarto”:
Ya sé.
Hay que escribir con distancia —no lejanía—
para, sobre todo, propiciar el pudor […]
11
Aquí, sospecho que sólo en apariencia, pierde el control. O si es de verdad que lo
pierde, se tendría que concluir que, aun así, mantiene una descarnada lucidez y se
expone a sí mismo en el poema:
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como un temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a
ellas.
“Estamos hasta los huesos de tinieblas”, dice, y esta declaración casi puede entenderse
como la síntesis de una larga crisis:
Se hunde uno,
se atasca,
se desoye
y vuelve a unirse. Un pantano.
No es broma.
Hay encallamientos peores que la ilusión.
Encallado en la noria de la rutina, “en una antesala donde todos trajinan para olvidar”,
la queja es por las privaciones del empantanamiento:
Ya el delirio no me solicita.
Vivo sobre la sal, levantándome y cayendo, día tras día. Como, ando, me acuesto sobre lo que me
sostiene sin pedir una aclaración, sin esperar nada. Soy cuerpo. Me llamo tensión, debilidad, silencio,
piel, nervio, olor, yerro. Me arrastro, toco hierba, me hago suelo. Lo inefable no me quiere.
Hace años dejé de preguntar. Desistí en un filo.
7. Memorial
Memorial es el nombre del otro volumen publicado en 1977 por Rafael Cadenas. El
libro reúne varios conjuntos con fechas sucesivas: Zonas (1970), Notaciones (1973) y
Nupcias (1975).
En Anotaciones, un conjunto de reflexiones sobre la poesía, en cierto modo clave de
lectura de sus propios textos, dice Cadenas: “Los libros se forman solos. Van haciéndose
al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto ‘escribir un libro’. Ellos
nacen, como mis palabras, con el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los
‘poemas’ son momentos”. Esta apreciación parece mucho más ajustada a Memorial que
12
a sus anteriores libros, que los veo más orgánicos, con un trabajo de escogencia o de
orden de los poemas que, en mi caso de lector, les confiere una especie de argumento.
En Memorial los poemas aparecen mucho más “con el vivir cotidiano”. En cuanto al
otro punto de la cita, “mi reflexión es fragmentaria”, se me antoja capital en la obra de
Cadenas, tanto así que, aparte de la fragmentación como clave de lectura de los poemas,
el tema es central en ensayos como Literatura y realidad y Apuntes sobre san Juan de la
Cruz y la mística, si bien su tratamiento es distinto.
En Memorial se van superponiendo poemas o series de poemas, unos en verso y
otros en prosa, casi al azar, casi todos muy breves y ninguno aislado, todos conectados
con el contexto inmediato, de modo que el clima anímico se sostiene en secuencias. En
Zonas, por ejemplo aparece un amor, un amor que se prolonga de modo que “cada
encuentro nos protege de la memoria”. Es allí en donde aparece esta hermosísima
declaración de amor:
Siempre traes a esta sequedad la fragancia
del misterio.
Siempre eres igual
a lo que me sostiene.
Pero también acechan los enemigos, los fanáticos, los inquisidores. Acecha y acosa
alguien dentro del “yo” que nos habla porque “la palabra no es el sitio del resplandor,
pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué”, sin cansarse de expresar de mil
maneras el mismo autoreclamo en todas sus variantes: “Es recio haber gastado días,
meses, años en defenderse sin saber de quién. Recio no poder ver el rostro del que
asedia. Recio ignorar lo que nos devasta”. En la primera parte de Notaciones la
sensación es de vacío, de sequedad. La palabra “nada” se repite como referente
irremediable, la pérdida, la intuición de haber tomado siempre el rumbo equivocado,
ese no hallarse, de nuevo esa fragmentación:
Nada es pleno en nosotros,
los más escindidos.
Ni el sufrimiento.
Espejos que se miran
Dividiéndose.
El mismo tono de abdicación —así se titula uno de sus más hermosos poemas— posee
la última parte de Notaciones. Y en medio de las dos partes una serie de poemas breves,
brevísimos, Presencia, sobre los ojos, y que se cierra con uno de los textos más
conocidos de Cadenas:
13
¿Qué hago
yo detrás de los ojos?
Allí está ese consejo, menos conocido, que por sí mismo define la actitud general de
esta poesía, cualesquiera que sean los tonos que adopte:
Deja que los ojos
se recuperen de ti.
La última parte de Memorial se titula Nupcias y es, ya su nombre lo dice, un conjunto de
poemas predominantemente amorosos. Antes, en un breve poema en prosa, ya ha
calibrado el valor del asunto: “Sólo he conocido la libertad por instantes, cuando me
volvía de repente cuerpo”. Aquí se trata de un amor áspero y los poemas en general son
de catarsis:
Estas líneas
no son poemas.
Respiraderos…
“Florecemos en un abismo” ha escrito y el amor —a pesar de sus rispideces— es el
único refugio:
Tu cuerpo
es la sal
que en definitiva
acalla como una música
el sordo rumor de la fuente envenenada.
8. Amante
El subsiguiente libro de Cadenas, Amante, apareció en 1983. El “yo” poético se dirige a
una parte de sí mismo que parece ajena, el amante que existe dentro de él, pero actúa
como un visitante, a veces como alguien extraño:
Llegas
no a modo de visitación
ni a modo de promesa
ni a modo de fábula
sino
como firme corporeidad, como ardimiento, como inmediatez.
14
La originalidad de este libro amoroso consiste en que el interlocutor de la voz poética es
alguien que está entre el mismo pellejo, quien actúa en el trance amoroso y que puede
ser descrito por el yo poético como si fuera otro a quien se observa con la distancia de
un desconocido:
Soy sólo espectador.
Una nostalgia
me toma.
Como un lamento de la piel.
Ella te inició,
pero yo deambulo frente a la puerta,
aun sabiendo que no me debo a mí.
—Ni un solo átomo mío es mío—.
“Ni un solo átomo mío es mío.” Ya lo había dicho en Derrota: “No soy lo que soy ni lo
que no soy”:
No sé quién es
el que ama
o el que escribe
o el que observa.
A veces
entre ellos
se establece, al borde,
un comercio extraño
que los hace indistinguibles.
Conversación
de sombras
que se intercambian.
Cuchichean,
riñen,
se reconcilian,
y cuando cesa el murmullo
se juntan,
se vacían,
se apagan.
Entonces toda afirmación
termina.
9. Gestiones
El conflicto de identidad —los que soy, los que no soy, los que fui, los que me invaden,
otros que van y vuelven, al interior de la piel—, que se revela en los diferentes tonos y
15
registros en sus libros, continúa en Gestiones (1992):
¿Quién es ese que dice yo
usándote
y después te deja solo?
No eres tú,
Tú en el fondo no dices nada.
Él sólo es alguien
que te ha quitado la silla,
un advenedizo
que no te deja ver, un espectro
que dobla tu voz.
Míralo
cada vez que asome el rostro.
Las partes que cierran Gestiones son De poesía y poetas y Rilke. Allí encuentro, en un
poeta que desde su primer verso está indagando quién es y enunciando definiciones de
sí mismo, la frase que más aproximadamente sintetiza a Cadenas como poeta:
Soy
apenas
un hombre que trata de respirar
por los poros del lenguaje.
También allí se manifiesta la más desnuda retórica de este poeta, acaso el no-lente para
leerlo:
No quiero estilo,
sino honradez.
10. Realidad y literatura
Hablé de conflicto de identidad cuando más bien debí referirme a la ardua lucha por la
eliminación del yo. Así lo plantea Cadenas en el primero de los ensayos de esta Obra
entera, titulado Realidad y literatura y fechado en 1972.
Al iniciar este comentario comencé por decir que no encuentro frontera entre la
prosa y la poesía de Rafael Cadenas. Y esto es evidente hasta la página 487 de la Obra
entera, cuando los poemas en prosa o en líneas quebradas se alternan con absoluta
16
fluidez. En la página 487 comienzan los ensayos y allí la prosodia, el orden del discurso,
el rigor de las citas, todo, pareciera conducir a hallar en estas diferencias el abismo
limítrofe entre la poesía y la prosa de Cadenas. La diferencia incide también en mi
comportamiento como lector. El ensayo exige una concatenación mental, una
continuidad, que no es condición necesaria para leer poesía. En el caso concreto de mi
experiencia con Obra entera leí los poemas primero uno tras otro, pero luego me
devolví interminables veces sobre un determinado poema, sobre cierto verso,
gobernado simplemente por el azar. Si nos atenemos a estas convenciones, está
legitimado el subtítulo de “poesía y prosa”. Existe, sin embargo, una identidad mucho
más profunda: es sorprendente la coherencia entre las indagaciones de los ensayos y los
destellos de los poemas.
Realidad y literatura parte de la famosa carta de John Keats a Richard Woodhouse
del 27 de octubre de 1818, donde afirma que el poeta “no tiene yo” y reafirma que “un
poeta es lo menos poético de la existencia, ya que carece de identidad”. Cadenas se
pregunta en qué consiste esa carencia y emprende un análisis de la percepción. Cree,
con Valéry, que “la mayoría de las personas ven mediante el intelecto más bien que con
los ojos” y cita al autor del Cementerio marino: “… perciben más según un léxico que de
acuerdo con su retina”. Para Cadenas “este mecanismo de abstracción, aunque
indispensable para el hombre, es en cierto modo responsable de su miseria. Lo ha
dotado de la capacidad de manejar ideas, pero a cambio de alejarlo de las cosas”.
El daño está allí:
La mente es una parte con pretensiones de todo […] Pero la mente no se presenta en el mundo como
mente; lo hace en forma de yo; al referirnos a alguien no pensamos en una mente sino en un yo. El yo es
un centro personal creado por la mente […] De la sensación a la palabra hay un trecho, el espacio de
una magnificencia, pero también de un desequilibrio: los seres humanos, en lugar de demorarse en ese
espacio silencioso en que ocurre el contacto primordial, acuden apresuradamente a refugiarse en las
palabras.
Advierte Cadenas que el problema no consiste “en que hemos desembocado al
pensamiento y no al hecho de haber pretendido fundar nuestra vida sobre él. Como
medio de conocimiento, el pensamiento es limitado, y en la vida su efecto es negativo
cuando invade zonas que no le corresponden, cosa que ocurre constantemente. Es este
último aspecto el que más nos interesa subrayar. “El pensamiento, como la palabra, se
basa en la memoria”, precisa y, por lo tanto,
[…] la palabra tiene una carga de pasado, emotiva, intelectual, física, que choca con la frescura de la
sensación, absorbiéndola, asimilándola a su marco, quitándole su fuerza prístina. Un polo doblega al
otro polo, produciéndose la supeditación de lo real a lo abstracto […] la relación hombre-universo
tiene lugar entonces a través de la mente que se desentiende de la sensación […] Pero ¿cómo despertar a
la incandescencia del mundo, cómo hacer de los sentidos verdaderas fuentes de vida, cómo romper la
17
“marmita intelectual”, como llamaba Lawrence a la mente cuando la veía por su cara usurpadora?
Para Cadenas la pregunta es crucial y la respuesta es descorazonadora: “Dentro de
nuestra cultura, y probablemente dentro de cualquier otra, hay una total incompetencia
para habérselas con este problema”.
Con respecto a la poesía, su papel para ayudarnos a salir de esta encrucijada consiste
en que “el nombrar poético estaría encargado de acercarnos a la cosa y dejarnos frente a
ella como cosa”. Para conseguir ese logro la poesía deberá superar el culto exagerado
por el lenguaje —“no quiero estilo sino honradez”, dice el poema de Gestiones—, y tiene
un papel difícil: “Le asignábamos un trabajo doloroso, un trabajo que tiene mucho de
desenmascaramiento, y completábamos la idea de una literatura implacable”.
En fin, a lo que aspira Cadenas es a una “soberanía de lo sencillo, lo natural, lo que
está ahí, todo lo cual es, al mismo tiempo, el misterio”. Se trata de “establecer una
relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas”, en fin, de un
mundo “en el cual las ideas ocupen un lugar más modesto”.
11. anotaciones
Realidad y literatura parte de la cita de Keats, se alimenta de otros autores de la
literatura y llega a conclusiones en el mismo plano de la literatura, de la poesía. Pero
todo el desarrollo de este ensayo, todas sus implicaciones, trascienden el terreno de lo
meramente literario y apuntan al desbarajuste fundamental, irremediable y progresivo
de las reglas del juego de la sociedad humana y de la manera como el individuo
desarrolla sus facultades y ordena sus valores. Un conocimiento más abarcador, más
abiertos los sentidos al misterio del mundo, más entregados al silencio de la mente —
no se puede oír y pensar al mismo tiempo—, sin prisas ni frivolidades, una
desyoización: he ahí la aspiración, al parecer irrealizable, todavía sin camino.
El ensayo, pues, va más allá de lo que plantea, deja de lado la literatura —no sin
antes recordar que ésta es asunto de minorías y que a los escritores “en realidad, los oye
poca gente y el mérito de sus dones no les corresponde del todo”— y se explaya en
terrenos que tocan con los procesos de percepción, de abstracción, de verbalización y
memoria y con la manera como ellos han construido, acorralándolo, al hombre actual,
en fin, la palabra no se menciona en el ensayo pero se trata de un texto metafísico. Y
como decía Machado, y el mismo Cadenas lo recordó en las palabras de agradecimiento
cuando, en 2001, la Casa de Poesía Pérez Bonalde le dedicó la semana de poesía:
“Poetas sin una metafísica son sólo señoritos que hacen versos”.
18
Anotaciones (1983) va más directamente al poema y a la poesía. En cierto momento
llega a los enunciados de una (anti)estética que bien se acomoda a la experiencia que he
tenido como lector de sus versos:
El poema es una forma, un molde, un artificio.
¿Cómo hablar con naturalidad dentro de ese marco cada vez más estricto, de esa pauta hoy tan
compleja?
El poeta tiene que aprender un modo peculiarísimo de expresión, volverse especialista, ocultar; lo que
está reñido con mi modo de ser.
No quiero apartarme de la voz con que vivo.
En la presentación de una entrevista publicada en 1998 por El Universal la autora, María
Ramírez Ribes, comienza por decir que “Rafael Cadenas es probablemente el único
poeta en Venezuela que agota cualquier edición”. Conjeturo que esto se debe a que se
trata de un hombre que respira “por los poros del lenguaje” y que sus lectores
aprendemos de él, nos llenamos de sus palabras, liberadoras porque invitan a vaciarnos
de palabras. Cadenas está en las antípodas de cierta poesía: “Según muchos poetas
modernos, es de mal arte decir, decir algo. Creen que todo está en ocultar, poner en
clave, hacer difícil el hallazgo del presunto tesoro”. Sin aludir a ella, Cadenas se está
refiriendo a una división —¿histórica, biológica?— entre clases de poetas, creo que
permanente, y que en nuestra lengua se patentiza con el enfrentamiento entre Góngora
y Lope de Vega. Góngora piensa que la misión del poeta es bruñir el lenguaje, ir en
arabescos, sin asir nunca el objeto, rodeándolo, describiéndolo sin nombrarlo, elusiva y
alusivamente. En el otro extremo, Lope de Vega defiende la difícil facilidad, el camino
más directo —que seguirá siendo el más sorprendente—, la capacidad de
descubrimiento, la fuerza poética del habla, el lenguaje de todos los días:
Ese que llama el vulgo estilo llano
encubre tantas fuerzas que quien osa
tal vez acometerle suda en vano,
y su facilidad dificultuosa
también convida y desanime luego.
Lope contra Góngora, Góngora contra Lope, pato contra cisne, cisne contra pato. En las
polémicas e insultos que los enfrentaron se encuentra en blanco y negro la antinomia
que vengo examinando. En un poema “a los apasionados por Lope de Vega”, escribe
Góngora:
Patos del agua chirle castellana
que de su rudo origen fácil riega
y tal vez dulce inunda nuestra vega,
19
con razón Vega por lo siempre llana…
Lope reacciona furioso diciéndole: “Zambúllome de pato por no verte, ¡oh calavera
cisne!” y la polémica se enriquecerá más tarde con Quevedo quien, no obstante,
contribuirá a la preeminencia de los usos cultistas.
Las posiciones antinómicas continúan a lo largo de la historia y, en esa prolongada
toma de posiciones —que, sospecho, irremediablemente obedece a diseño mental—
Rafael Cadenas se sitúa: “Estoy lejos del poema como cosa de arte”. Cadenas halla que
“la poesía moderna tiende a convertirse en un corpus hermético. Se hace para un
círculo de iniciados; por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los
poetas, al decir de Cocteau, son ‘mandarines que se susurran secretos al oído’ ¿Qué ha
pasado? ¿Se trata de un fatum histórico? ¿Es un tremendo desvío?” Más adelante
responde a esta pregunta de manera concluyente: “¡Cuántos espejismos engendra el
pequeño ouroboros de los poetas condenados a escribir para poetas!”
Para nuestro poeta “la poesía tiene que ver esencialmente con la vida […] En la
poesía se ha de sentir el sabor de eso que, siendo lo más presente, no conocemos”. Por
esto mismo, a partir de una cita de R. H. Blyth —“La verdadera vida poética es la vida
corriente de todos los días”—, Cadenas señala que “la frase podría servir de punto final
a toda una historia, la de una poesía que pretendió constituirse en un mundo
autónomo, una poesía poco religiosa, una poesía que no vio nunca la insondabilidad del
mundo real, corriente, ordinario, ese mundo que un cambio de mirada puede hacer
centellear, pues un grano de arena es tan asombroso como un sol; ambos pertenecen al
misterio”.
Contra toda prescripción retórica, contra todo sistema o posición de escuela, desde
la vida, Cadenas se pregunta y se responde:
¿Qué me ha llevado (o traído) como de la mano, naturalmente, a un inestilo? Mi rechazo a toda
literatura en la que se siente, sobretodo, el deseo del autor por lucir sus atavíos, mi rechazo a la
brillantez, a la locuacidad demasiado “inteligente”, a la facilidad de expresión casi siempre vecina del
facilismo perezoso, automático, habitual, del surco verbal acostumbrado; mi rechazo a la ingeniosidad,
más reñida con el espíritu que la misma ineptitud expresiva; mi rechazo a todo lo que no ha sido
trabajado. Prefiero, prefiero no, se me impone la vía humilde, casi torpe, trabajosa, que por encima de
todo va en busca de la expresión necesaria.
Como una ascética, Cadenas adoptó desde siempre una marginalidad que obedecía a
imperativos íntimos, a fuerza de ser excluyentes con los de la república literaria. Poco
después de 40 años de la publicación de su primer libro, esa marginalidad ha sido
aceptada por la fuerza misma de los hechos y hoy Cadenas, sin renunciar a su actitud,
de seguro por esa misma actitud, es un clásico vivo de la poesía en nuestro idioma.
20
12. En torno al lenguaje
En torno al lenguaje apareció en 1985. Allí, Cadenas —refiriéndose a Venezuela en
unos juicios que bien pueden extenderse a todo el ámbito de la lengua— señala la
decadencia y el empobrecimiento del idioma. El tema no se refiere al bien decir, a la
elegancia o al engolamiento y tiene raíces mucho más profundas: “Hablar y pensar son
funciones que se vinculan de modo indisoluble”, dice Cadenas, de modo que “podría
afirmarse que, en gran medida, el hombre es hechura del lenguaje”.
Dedica un capítulo a Karl Kraus a quien cita cuando dice: “La civilización actual es
una vasta conspiración contra todo asomo de vida interior”. Según Cadenas, en Kraus
“se juntan dos obsesiones: la crítica a nuestra civilización y el culto a la lengua, así como
una nota más específica: la visión de la crisis moderna a través de la decadencia del
lenguaje”.
El siguiente capítulo se refiere a las alarmas planteadas en El defensor por don Pedro
Salinas, que lo llevan a señalar “la enorme responsabilidad de una sociedad humana
que deja al individuo en estado de incultura lingüística” y pinta el cuadro de esta
manera:
¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al
querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos,
de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiera
querido decirnos? Esa persona sufre como una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su
deficiencia por vanas razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no.
Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota con sus tanteos,
por los empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser
completamente, que no sabemos nosotros encontrarlo. Hay muchos, muchísimos inválidos del habla,
hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión.
Plantea Cadenas que en Venezuela —y donde dice Venezuela léase cualquier país,
que yo sepa léase Colombia— “nunca se ha enseñado castellano. Lo que se ha hecho es
majar la cabeza de los estudiantes con el estudio que más aleja del idioma y con mucha
frecuencia lo torna aborrecible: el estudio de la gramática. Ésta ha sido una perniciosa
confusión”. Cadenas ve en la enseñanza de la literatura, del gusto por la lectura ociosa,
la vía de salvación del idioma. Critica las escuelas de letras y afirma que “se necesitan
maestros y profesores que tengan un gusto genuino por la literatura […] Éste no es un
problema de técnicas o metodologías o programas sino de sensibilidad. La sensibilidad
es el elemento que no puede estar ausente”.
21
13. Dichos
Hace poco tiempo, un editor ingenioso lanzó una colección de aforistas. Unos porque lo
son, como Jules Renard o Litchenberg. Otros porque son autores que poseen el don
especial de soltar perlas que resaltan en medio del poema o el párrafo. De este modo el
editor en cuestión imprimió libros de aforismos de Montaigne y de Oscar Wilde,
aforismos que en realidad son subrayados de sus escritos. Sin duda se trata de
escritores con vocación aforística. En México, un lector cuidadoso se dedicó a
seleccionar aforismos entre los poemas de Francisco Hernández, un excelente poeta de
estirpe aforística.
Rafael Cadenas es, igualmente, un poeta de estirpe aforística. Y en su caso por un
doble motivo: es autor de aforismos y en sus poemas y ensayos abundan las expresiones
con vocación aforística. “Los lectores de poesía buscan, en el fondo, revelaciones”,
escribe Cadenas, y un buen aforismo es precisamente eso, una revelación. Gozne entre
prosa y poesía, la escritura aforística de Cadenas es otro buen argumento para derruir
las fronteras entre poesía y prosa que él mismo ya había demolido en Anotaciones: “Soy
prosa, vivo en la prosa. La poesía está allí, no en otra parte. Lo que llamo prosa es el
habla del vivir, que siempre está traspasado por el misterio”.
Sin intentar ser exhaustivo, sin repetir algunos ya citados, repasando al azar los
subrayados de esta Obra entera copio algunos destellos aforísticos entresacados de
poemas o de ensayos:
Escribo como quien se inclina sobre el cuerpo que ama.
Solamente llevo lo que me he quitado.
Estamos hartos hasta los huesos de tinieblas.
Cada quién lleva un fantasma incómodo.
Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente.
Un día, de tanto verte, te vi.
¿Dónde estabas tú a mi lado?
La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué.
Sé que si no llego a ser nadie, habré perdido mi vida.
Florecemos en un abismo.
Lo andado nos sitia.
Todo desenmascaramiento de nosotros mismos, aunque resulte doloroso, nos acerca a la verdad.
Desenmascararse no es más que desprenderse de lo inesencial.
Todas las palabras que se digan sobre el silencio están condenadas por él mismo. Esta fatalidad
descalificadora lo protege de antemano.
La quiebra de la lengua es la quiebra de la cultura, de la sociedad y del espíritu.
El lenguaje está cargado hasta los bordes de tiempo. Nos sumerge en el pretérito o nos lo trae a
nuestro hoy.
22
El principal aporte de la radio parece ser volver estridente la vulgaridad, aporte por lo demás
superfluo en nuestro medio.
Dichos, el volumen de aforismos de Cadenas, fue publicado en 1995. En una nota al
pie, el poeta anota: “Comencé a escribir estos Dichos en 1970; llevaban el nombre de
Irreflexiones…” El libro es breve, cosa que se le agradece a un libro de aforismos y, por
lo mismo, son bastante atinados y responden a las obsesiones principales del poeta. Con
mi propio lápiz, al margen, he subrayado mis preferidos. He aquí algunos:
Sondear en ese extraño que uno es. Pero ¿quién indaga? Alguien perdido sale a buscar a alguien
perdido.
Vivir en el misterio: frase redundante.
No hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario.
El pensamiento ignora lo infinito: pero tampoco conoce fundamentalmente lo finito, si bien se mira,
pues éste no puede concebirse fuera de lo infinito.
Todo hombre es antiquísimo, pero no lo quiere saber.
Lo esencial no es de ninguna época.
No se puede escribir cosa valedera sin haber estado en el infierno.
Cubres lo que los otros descubren.
Sólo en un sitio puede ser derrotada una sociedad: en el pecho de cada hombre.
Nada natural es malo. Hay que vocear esa frase. Ponerla como grito en el cielo.
Desde que vi mi pobreza dejé de sentirme pobre.
Cuando nada pedimos, el mundo destella.
Tú creas la voz; pero ella también te crea.
14. Apuntes sobre san juan de la cruz y la mística
Ya en Realidad y literatura Cadenas había negado su fe en alguna trascendencia distinta
a la que encuentra en el mundo material y en la índole humana. Vale la pena copiar in
extenso esa desgarrada visión:
No creemos en ninguna tradición espiritual, en ninguna idea, como idea, en ningún símbolo, ningún
culto, ningún cielo. ¡Se ha especulado tanto! ¿Nunca nos cansaremos? Orientes, alquimias, sistemas,
drogas, filosofías, métodos, espiritualismos. Ilusiones. Sólo conocemos una realidad: el ser humano
sufriente, incapaz de vivir con plenitud, incapaz de lanzar por la borda los problemas autocreados,
incapaz de ponerle fin al dolor; el ser humano, víctima de su propia psique, de sus opiniones, sus ideas,
sus prejuicios; el ser humano ahogado por su miedo —el telón de fondo real de su vida—; el ser
humano crucificado por su existencia mecánica, vivida como repetición, llena de rigideces; el ser
humano que “proyecta” su angustia en todo lo que hace, creando división, sufrimiento, agonía; el ser
humano atenazado por sus propios productos: odios, afán de notoriedad, deseo de poder, todo para no
verse y para sentirse y para compensar su propia importancia en el cuadro de las cosas; el ser humano
consciente del desastre que ha creado y sigue creando, pero como imposibilitado para detenerse.
23
Cualquier idea brota de este mismo marco y no hace más que nutrirlo; nutrir la historia del hombre, la
épica del error.
Me preguntaba cómo puede alguien, con esa perspectiva, leer a san Juan de la Cruz.
Y en este ensayo me encuentro la confirmación de su punto —“la palabra Dios designa
lo que no tiene nombre”— y, de entrada una admiración no carente de críticas a la
mística cristiana en general y a san Juan de la Cruz en particular; les señala desprecio
por las criaturas, el trato del cuerpo como enemigo. Admira, sí, su lenguaje, su don para
“acuñar expresiones indelebles”, como aquélla de que el alma debe irse “quitando
quereres”.
Para Rafael Cadenas “las religiones se han secado” y la búsqueda no está afuera, en
lo invisible; retoma la frase de Eckhart —“Dios está más cerca de mí que yo mismo”—
para afirmar que el misterio está aquí, que no hay vías iniciáticas: “Tal vez cuando se
prescinde de la idea de camino, de distancia a recorrer y cobra su intensidad el
presente, puede sentirse la cercanía del misterio”. En efecto,
Solemos hablar del misterio del universo sin incluirnos, como de cosa ajena, como si no formáramos
parte de él, como si no le perteneciéramos. A estas alturas podríamos darnos cuenta de que ese misterio
nos constituye; de que somos misterio, de pies a cabeza; de que el misterio está en cada poro, cada
célula, cada átomo que nos forma. El espacio más familiar, el espacio donde nos movemos, el espacio
cotidiano, es el mismo de las estrellas.
15. Final
Rafael Cadenas es un poeta que leen los poetas con respeto creciente. A pesar de sus
prevenciones, sin duda justificadas, acerca de las mercancías de valores, prestigios y
éxitos que circulan en la república literaria, Cadenas es un autor respetado y premiado y
admirado entre sus colegas. En Venezuela es considerado hoy un clásico vivo y
comienza a extenderse este juicio entre los poetas del ámbito hispánico. No obstante
que se niega en sus poemas a seguir la retórica imperante, y se impone liberarse de
cánones, liberarse para ser liberadores, la crítica lo acoge, de seguro por la misma
razón, porque canta a su modo personal e intransferible y esto lo vuelve único.
Existen muchos lectores de literatura que están prevenidos con la poesía. Y con
razón, con las mismas razones que Rafael Cadenas está prevenido. A estos lectores les
recomiendo, a la fija, la lectura de Obra entera. No le aconsejaría a alguien ajeno a la
poesía que se vaya de vacaciones acompañado del Polifemo de Góngora, o del Poema
heroico a san Ignacio de Loyola de Domínguez Camargo, o con los versos de Lezama
24
Lima, aún más, temería por mi error entregándole a ese lector la obra de José Antonio
Ramos Sucre. Pero no dudo en recetarle la Obra entera de Rafael Cadenas. Poesía de
creciente prestigio entre poetas, a pesar de eso se deja leer con verdadera pasión por los
simples mortales, pues deliberadamente ha sido escrita para ellos desde su misma
mortalidad, desde la vida que reivindica siempre.
Cadenas posee el don de la fluidez, una fluidez que no es fruto de la facilidad sino
del empeño en la precisión. Esto lo convierte en un poeta para poetas, que lo es, y en
términos superlativos, aun contra sus intenciones. Pero es algo más. Por esta fluidez, es
un poeta que pueden leer quienes habitualmente leen libros distintos a la poesía. Será
una lectura apasionante, ya dije que fluida, y tendrán en sus manos a un poeta que les
dirá cosas nuevas, que volverá palabras asuntos que todos sentimos sin poder
verbalizar, que les revelará sensaciones profundamente humanas y que —con un guiño,
con un horror sensato— les ayudará a conocerse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario