Frontispicio 12 y 13
Sócrates y Platón
Finalmente, llegó Sócrates sin que, en contra de su costumbre, hubiera
transcurrido mucho tiempo, sino más o menos cuando estaban en la mitad de
la comida. Entonces Agatón, que estaba reclinado solo en el último extremo,
según me contó Aristodemo, dijo:
—Aquí, Sócrates, échate junto a mí, para que también yo en contacto
contigo goce de esa sabia idea que se te presentó en el portal. Pues es evidente
que la encontraste y la tienes, ya que, de otro modo, no te hubieras retirado
antes.
Sócrates se sentó y dijo:
—Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal
naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más
lleno a lo más vacío de nosotros, como fluye el agua en las copas, a través de
un hilo de lana, de la más llena a la más vacía. Pues si la sabiduría se
comporta también así, valoro muy alto el estar reclinado junto a ti, porque
pienso que me llenaría de tu mucha y hermosa sabiduría. La mía,
seguramente, es mediocre, o incluso ilusoria como un sueño, mientras que la
tuya es brillante y capaz de mucho crecimiento, dado que desde tu juventud
ha resplandecido con tanto fulgor y se ha puesto de manifiesto anteayer en
presencia de más de treinta mil griegos como testigos1.
La ironía socrática se presenta como ignorancia, para después atraparnos
ingeniosamente con sabiduría. En cambio la ironía de Platón se
me parece a la de Chaucer, sobre la cual G.K. Chesterton dijo que era
tan grande que no la veíamos. Al meditar sobre el genio de Platón,
Emerson comentó lo siguiente sobre su extraordinario rango de especulación:
De Platón proceden todas las cosas que todavía se escriben y se discuten
entre los hombres de pensamiento. Grande estrago hace en nuestras
originalidades. Hemos alcanzado con él la montaña de donde han sido
arrancadas todas estas piedras que amontonamos8.
[179]
Parecería que Montaigne, maestro de Emerson, prefería a Sócrates
sobre Platón, mientras que el afecto de Emerson favorecía al cronista
de Sócrates: “Platón, con sus ojos de vasto alcance, proporcionó las luces
y las sombras según la índole de nuestra vida terrenal” 9.
La definición de Emerson de los platónicos es muy amplia: incluía
a Miguel Angel, a Shakespeare, a Swedenborg y a Goethe. Aunque no
estoy de acuerdo con ella, me gusta mucho la clasificación de Hamlet
como platónico que hace Emerson:
Hamlet es un platónico puro, y es sólo la magnitud del genio propio
de Shakespeare lo que le impide ser clasificado como el más eminente de
esa escuela10.
Lo que Emerson quería decir es que el impulso desalmado de Hamlet
se concentra en la trascendencia, pero ese es el Hamlet del acto v, y no
el violento y genial estudiante del comienzo de la obra. Los platónicos
son hombres y mujeres peligrosos, para ellos mismos y para los demás.
Las Leyes de Platón me resultan más inquietantes que el Deuteronomio
o que el Corán en sus facetas más feroces. Los grandes moralistas se
vuelven salvajes con facilidad y a mí me gusta cada vez menos que la
Universidad de Yale -donde estoy hace cincuenta años- haya seguido
el camino de las demás instituciones académicas del mundo de habla
inglesa y esté convirtiendo sus leyes en parodias del platonismo.
[180]
Sócrates
469 | 399 a.c.
Platón
c. 429 I 347 a.c
así como se dice de Helena de Argos que tenía tal belleza universal que
cada cual podía sentirla emparentada con la suya preferida, así Platón le
parece a un lector de la Nueva Inglaterra ser un genio americano11.
Emerson no pensaba en Sócrates como si fuese un genio americano;
los sabios de la tradición oral aparentemente pertenecen a su propia
gente: Confucio a los chinos, Jesús a los judíos, Sócrates a los atenienses.
Platón, por otra parte, tiene la universalidad de los grandes escritores:
Homero, Shakespeare, Cervantes y Montaigne, entre otros. De estos,
sólo Platón teme a su propio arte: no volverá a presentarse este fenómeno
hasta Tolstoi. La novelista Iris Murdoch escribió una admirable monografía
que se ocupa de este temor: Elfuego y el sol: por qué Platón desterró
a los artistas (1977). Murdoch es muy lúcida, como suele serlo en sus
novelas más características:
La paradoja más evidente en el problema que estamos considerando
es que Platón es un gran artista. No debiera imaginarse quizá que esta
paradoja le haya preocupado mucho. En la tierra de la posteridad los estudiosos
reúnen la obra e inventan los problemas. Platón tenía otros problemas,
muchos de ellos políticos. Sostuvo una larga batalla contra la
sofistería y la magia y, no obstante, produjo algunas de las imágenes más
memorables de la filosofía europea: la Caverna, el cochero, el astuto y desamparado
Eros, el Demiurgo que corta la Anima Mundi en tajadas y la
estira a lo ancho. Platón no dejó de insistir en la remota ausencia de imagen
del Bien; sin embargo, en su exposición siguió retrasando a los usos
más elaborados del arte. La misma forma de diálogo es artística e indirecta
y abundan en ella los recursos irónicos y el juego. Desde luego que
[181]
las declaraciones hechas por el arte se escapan hacia la libre ambigüedad
de la vida humana. El arte defrauda la vocación religiosa en el último
momento y es hostil a las categorías filosóficas. No obstante, ni la filosofía
ni la teología pueden prescindir de él.. .lI.
Suponemos que el principal acontecimiento en la vida de Platón fue
la muerte judicial de Sócrates. También parece una hipótesis válida la
de que la muy artística polémica de Platón en contra del arte es principalmente
la batalla de la supremacía cultural en contra de Homero, batalla
que Platón estaba destinado a perder. El diálogo platónico es un gran
invento, pero ni La república ni el Banquete tienen la eminencia estética
de la Ilíada. Sin duda alguna en el Reino de los cielos platónico oirían
la Ilíada.
Yo soy un crítico literario, no un filósofo o un historiador, así que
tengo capacidades limitadas para escribir sobre el genio de Platón. Pocas
obras literarias me conmueven tanto como el Banquete, así que limitaré
mis comentarios sobre Platón a ese diálogo.
El genio, o el daimón, de Sócrates es uno de los puntos de partida
de Platón. Aprendemos de Sócrates que él puede demostrar nuestra
ignorancia, pues empieza con su propia formidable “ ignorancia” . Considerar
a Sócrates un antecesor, como lo hizo Platón, me parece que
equivale a decidirnos por Homero. Sócrates -como Platón lo sugiere
invariablemente- consideraba que la Ilíada era una tragedia. Freud es
una especie de antítesis de Platón, que honra la imagen del padre; Freud
no lo hace, pero no hubo un Sócrates en su vida. La ironía socrática es
idéntica al genio socrático, y por ende la ironía platónica es muy sutil,
dado que no es principalmente retórica, como tampoco lo es la de su
maestro; o sea, no dice una cosa queriendo decir otra. Sócrates es demasiado
natural, demasiado consistente para eso, como lo repitió Montaigne
insistentemente:
Fue él quien hizo bajar del cielo, donde no hacía sino perder el tiempo,
a la sabiduría humana, para devolvérsela al hombre en el que reside
su más justa y laboriosa tarea y la más útil’3.
La ironía del propio Montaigne es evidente. Gregory Vlastos, uno
de los más importantes especialistas en Sócrates, consideró que este
mostraba “ un fracaso de amor” . ¿Qué podría ser más irónico que esto,
[182]
si Vlastos tiene razón? -recordemos que en el Banquete Sócrates declara
que él sólo es una autoridad en el amor-. Esto es lo que dice Vlastos
en “The Paradox of Sócrates” [La paradoja de Sócrates]:
Ya argüí que a él sí le importan las almas de los camaradas. Pero su
preocupación es limitada y condicional. Si se han de salvar las almas de
los hombres, deben hacerlo a su manera. Y cuando se da cuenta de que
no es posible hacerlo, los ve descender por el camino de la perdición con
pesadumbre pero sin angustia. Jesús lloró por Jerusalén. Sócrates previene
a Atenas, la exhorta, la condena. Pero no tiene lágrimas para ella. Uno se
pregunta si Platón, lleno de rabia contra Atenas, no la quería más en su
rabia y en su odio de lo que Sócrates jamás la quiso con sus reprimendas
tristes y amables. Nos parece que hay una postrera zona de frigidez en el
alma de ese gran erótico; si hubiese querido más a sus conciudadanos
difícilmente habría podido cargarlos con el peso de “lógica despótica”,
imposible de sobrellevar.
La “ lógica despótica” , de acuerdo con Vlastos, es Nietzsche sobre
Sócrates en El origen de la tragedia, uno de los primeros encuentros en
el enfrentamiento de toda una vida que Nietzsche mantuvo con Sócrates.
De alguna manera a casi todo el mundo le resulta más fastidioso
(y no estoy siendo irónico) que Sócrates no haya escrito nada que el
hecho de que Jesús y Confucio se hayan limitado a sus proverbios. Aunque
en una forma menos hostil que Nietzsche, Kierkegaard también se
mostró preocupado con el silencio de Sócrates. No sabemos dónde termina
Sócrates y dónde empieza el Sócrates de Platón y ni siquiera sabemos
si tiene sentido hacer esa distinción. Después de un profundo
análisis, Vlastos concluyó que el Sócrates de los primeros diálogos de
Platón era el Sócrates histórico y no una ficción platónica. La única alternativa
es el Sócrates de Jenofonte, y el Jenofonte de Memorabilia no
es nunca un escritor tan interesante como el de la Anábasis, un recuento
de la heroica marcha forzada de un ejército de saqueadores griegos
que se retiran de Persia hacia el mar Negro. Jenofonte era un discípulo
tan leal de Sócrates como el mismo Platón, pero era un soldado profesional
y no un filósofo dramático. Vlastos despedaza al pobre Jenofonte
-cuyo Sócrates carecía de ironía y de originalidad moral- diciendo que
el galante general habría sido el tema Victoriano por excelencia para
Lytton Strachey. Así que sólo nos queda Platón, un gran artista, que
[183]
además amó y honró a Sócrates como a un padre. El Sócrates de Platón
es obra de un dramaturgo comparable a Eurípides y (con ciertas reservas)
a Aristófanes, pero entre los lectores de Platón hubo muchos que
también habían oído a Sócrates. No todos estamos en la posición de San
Pablo y de los autores de los Evangelios, que nunca vieron ni oyeron a
Jesús.
Y sin embargo Sócrates sin Platón (o con él) sigue siendo una paradoja
o un enigma permanente. A diferencia del Platón de los últimos
tiempos, Sócrates no tenía un dogma; hubiera querido creer en la inmortalidad
del alma, pero aceptó la posibilidad de la aniquilación de la
conciencia con la muerte. En lo que respecta a la vocación o a la misión
de Sócrates, parece contradictoria en sí misma. Hace profesión de ignorancia
e instruye en la sabiduría y en el cuidado del alma, pero prácticamente
toda su actividad es esencialmente destructiva: uno plantea una
posición y él la refuta. Vlastos intenta resolver la paradoja diciendo que
Sócrates era un buscador, siempre en busca de la verdad. Sin embargo
el misionero irónico rara vez aparece sobre el ironista que busca.
Nos ocupamos de Seren Kierkegaard, escritor religioso danés del
siglo xix, en otro capítulo de este volumen. Pe;ro quiero citar aquí la disertación
académica que presentó en 1841. El libro mismo es tan irónico
que no se puede sacar de él una idea clara de la ironía socrática, pero
sigue dejándome estupefacto la tesis xm:
La ironía no es tanto apatía despojada de las sensibles emociones del
alma; es más bien como la vejación provocada por el hecho de que otros
también disfrutan lo que ella desea para sí misma.
Esto no parece socrático ni hegeliano, pero es perfectamente kierkegaardiano
y nos conduce hacia las vejaciones y ansiedades de las almas
intensamente creativas, en competencia con todas las demás. ¿Acaso la
paradoja socrática no incluye su actitud agonística, eternamente central
en la cultura ateniense? El Banquete, del que ya pronto espero ocuparme,
es sin duda una contienda, por la bebida, la oratoria, el eros, el cuidado
del alma o del yo -que finalmente es la preocupación exclusiva de Sócrates-.
Si puede encontrar la virtud en otro ser, entonces y sólo entonces
la reconocerá en sí mismo. Pero dado que representa sin duda lo
más destacado de los atenienses desde cualquier punto de vista, no tiene
otra opción que continuar con su misión. La tesis xih de Kierkegaard
[184]
es por tanto una inversión irónica de la ironía socrática, y una muy deliberada,
porque su argumento es que el Sócrates externo no es más que
una máscara, y que interiormente Sócrates era lo opuesto de lo que pretendía
ser. La ironía final consiste en que Sócrates sería el sofista más
auténtico, y no Gorgias y sus seguidores, de quienes Sócrates denigraba.
Siguiendo la estela de Vlastos, Nehamas habla de la ambivalencia de
Nietzsche hacia Sócrates, a quien denuncia por ser el buscador de una
moralidad razonable y alaba por su autenticidad dialéctica. Esto resulta
vertiginoso y aumenta la profunda comprensión de la ironía socrática
que Nehamas aporta:
Con frecuencia la ironía consiste en dejarle saber a la audiencia que
algo está pasando en nuestro interior que ellos no pueden ver. Pero además,
y en una forma más radical, deja abierta la cuestión de si nosotros
podemos verlo.
¿Lo ve Sócrates? Si estuviésemos hablando del más sublime de los
ironistas, Hamlet, que se da cuenta de todo, podríamos responder esta
pregunta. Hamlet lo ve todo, en sí mismo y en los demás. Con el Sócrates
de Platón nos encontramos en el abismo de la ironía platónica, que a
mí no me parece ni retórica ni dramática. ¿Sabe Platón más de Sócrates
que Sócrates mismo? No podemos ignorar el genio de Platón, pero él
no es Shakespeare y Sócrates nunca se oye a sí mismo como si fuera otra
persona.
Quizás aún nos deja estupefactos la expresión “amor socrático” , pero
muchos de entre nosotros creemos saber, con cierta presunción, lo que
significa “amor platónico” . En la lengua popular, nuestros diccionarios
lo definen hoy en día como el afecto que trasciende el deseo sexual y
que nos conduce hacia un reino ideal o espiritual. Esto no es exactamente
lo que defiende el Banquete, aunque no resulta fácil exponer el Banquete,
un triunfo del arte literario.
El mejor preludio para el Banquete es Greek Homosexuality (1978),
de K.J. Dover, que nos advierte alegremente que Platón podría muy bien
ser un caso especial:
Hay dos obras en especial, el Banquete y el Fedro, en donde Platón
toma el deseo homosexual y el amor homosexual como punto de partida
para desarrollar su teoría metafísica y es de particular importancia el hecho
[185]
de que él considere la filosofía no como una actividad que hay que desarrollar
en meditación solitaria y comunicar en pronunciamientos ex cathedra
del maestro a sus discípulos, sino como el progreso dialéctico que bien
podría iniciarse con la reacción de un hombre mayor al estímulo de uno
más joven... Como aristócrata ateniense que era, se movía en un círculo
de la sociedad que ciertamente consideraba normales el deseo y la emoción
homosexuales... El tratamiento que Platón dio al amor homosexual
bien pudo haber sido consecuencia de este ambiente. No obstante, debemos
dejar abierta la posibilidad de que su propia emoción homosexual
fuese excepcionalmente intensa.
Dudo que Platón fuese único excepto por su genio sobresaliente. La
acción del Banquete está ubicada en el 416 a.C., cuando Platón acababa
de cumplir 13 años. Si el simposio (que más que un banquete era una
fiesta para beber) realmente se llevó a cabo en ese momento, Sócrates
tendría 53 años y Alcibiades sería un político muy poderoso en Atenas
durante el que sería el décimo quinto año de la guerra del Peloponeso.
Es dudoso, pero no imposible, que este simposio se haya llevado a cabo.
El joven dramaturgo Agatón ofrece la fiesta para celebrar la victoria de
su primera tragedia en el festival ateniense. Además de Agatón y Sócrates
(de lejos el mayor de los presentes), se encuentra allí Aristófanes, un
soberbio escritor de farsas entre las cuales está Las nubes, una extravagante
sátira de Sócrates que ya había sido puesta en escena. Hay otros
cuatro hablantes: Alcibiades, que llega tarde, Fedro, Pausanias y Erixímaco.
Los discursos más importantes son los de Aristófanes, Sócrates
y Alcibiades, aunque el discurso de Agatón sobre el amor está entre el
de Aristófanes y el de Sócrates. Platón rompe la secuencia -no hay continuidad
entre la visión de Aristófanes y la de Sócrates-, pero Alcibiades
es la coda perfecta para toda la obra, pues se centra en el enigma de Sócrates
mismo.
Es de todos conocido el argumento de Aristófanes según el cual el
amor es el deseo y la búsqueda de la compleción, representada por una
grotesca criatura con dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas. Somos
fragmentos desesperados que vamos de aquí para allá buscando a nuestra
otra mitad original. Zeus nos dividió en castigo y anhelamos convertirnos
de nuevo en “ seres humanos circulares” . Es muy posible que con
esta brillante invención Platón estuviese retribuyendo a Aristófanes por
Las nubes, pero está claro que también satiriza el amor heterosexual y
[186]
su culminación social, el matrimonio. Y sin embargo Platón le dio a Aristófanes
el mito más memorable del Banquete.
Atípicamente, Sócrates recurre a un mentor: la sabia Diotima, que
se supone ser una sacerdotisa pero que seguramente es un invento de
Platón. Ella se encarga de refutar a Aristófanes (y cuando él se dispone
a protestar Alcibiades, borracho, irrumpe en la fiesta) argumentando
astutamente que el amor no lo es ni de la mitad ni del todo, sino del Bien.
La belleza de un joven en particular en últimas conduce al amante a una
escalera que es necesario trepar. Dado que el amor resulta ser otro nombre
para la filosofía, los objetos particulares -uno u otro muchacho- se
van quedando en los escalones inferiores y el auténtico buscador asciende
hacia la revelación, hacia la Belleza extraordinaria que es además el
Bien. Todo esto nos resulta conocido gracias al platonismo, el neoplatonismo
y el platonismo cristiano, pero fue originalmente concebido por
Platón, es la evidencia de su genio, y no es probable que el Sócrates histórico
lo haya formulado. La originalidad literaria es tan sorprendente
en este caso que yo me inclino a interpretarlo como la triunfal réplica
de Platón a Homero y a los dramaturgo trágicos atenienses, pues no hay
nada en su visión de Eros que nos hubiese permitido anticipar esto, el
mayor triunfo literario de Platón en su incesante confrontación con
Homero. Hay algo de extático en la falta de precedentes de la doctrina
de Diotima, en la cual el amor se transforma en la ambición de sacar a
la luz la Belleza, a guisa de vástago. La filosofía supera a la poesía, y también
(de alguna manera) a los padres y a las madres, y logra la inmortalidad
del alma al percibir por fin, no la poesía ni la Belleza, sino la forma
de lo Bello. Lo que era una justificación pedagógica de la pederastía ha
trascendido en la victoria agonística de la filosofía sobre todos sus competidores,
cualquiera que sea el costo humano resultante.
Sócrates habla de su daimón pero a mí me parece que el Platón que
compuso el Banquete es más daimónico, no una personalidad genial,
como Sócrates, sino una nueva especie de poeta, ancestro de Dante y
de John Milton, y del romanticismo posterior, incluyendo a W.B. Yeats,
Wallace Stevens y Hart Crane, en el siglo xx. Y sin embargo Platón, fiel
al Sócrates que lo inició en la filosofía, no concluye el Banquete con su
propio triunfalismo. Con una entrada maravillosamente cómica, Alcibiades
nos devuelve con un gesto inolvidable a la paradoja de Sócrates.
De ahora en adelante Sócrates -nos dice Alcibiades- es un Sileno,
una estatua grotesca en el exterior pero llena de hermosas imágenes de
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la divinidad. Sileno, demonio relacionado con el dios mimo Dionisio,
está más allá de lo humano y, por asociación, Sócrates, el primer filósofo
verdadero, también lo está. Sin embargo, irónicamente, aunque Sócrates
actúa como si estuviera enamorado -de Alcibiades o de cualquier otro
joven hermoso- él es el objeto de su deseo porque perciben en él la forma
de lo Bueno. En ello radica la perfección de la paradoja socrática. Sócrates
encarna el ideal: amarlo a él es amar la sabiduría y por ende aprender
a filosofar. Esto me hace personalmente infeliz porque no le creo a
Platón, pero estéticamente no puedo más que abdicar ante la aplastante
victoria del genio platónico en la desesperada confrontación con
Homero.
[188]
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