viernes, 24 de junio de 2022

Frontispicio 12 y 13 Sócrates y Platón. GENIOS




 

Frontispicio 12 y 13

Sócrates y Platón

Finalmente, llegó Sócrates sin que, en contra de su costumbre, hubiera

transcurrido mucho tiempo, sino más o menos cuando estaban en la mitad de

la comida. Entonces Agatón, que estaba reclinado solo en el último extremo,

según me contó Aristodemo, dijo:

—Aquí, Sócrates, échate junto a mí, para que también yo en contacto

contigo goce de esa sabia idea que se te presentó en el portal. Pues es evidente

que la encontraste y la tienes, ya que, de otro modo, no te hubieras retirado

antes.

Sócrates se sentó y dijo:

—Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal

naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más

lleno a lo más vacío de nosotros, como fluye el agua en las copas, a través de

un hilo de lana, de la más llena a la más vacía. Pues si la sabiduría se

comporta también así, valoro muy alto el estar reclinado junto a ti, porque

pienso que me llenaría de tu mucha y hermosa sabiduría. La mía,

seguramente, es mediocre, o incluso ilusoria como un sueño, mientras que la

tuya es brillante y capaz de mucho crecimiento, dado que desde tu juventud

ha resplandecido con tanto fulgor y se ha puesto de manifiesto anteayer en

presencia de más de treinta mil griegos como testigos1.

La ironía socrática se presenta como ignorancia, para después atraparnos

ingeniosamente con sabiduría. En cambio la ironía de Platón se

me parece a la de Chaucer, sobre la cual G.K. Chesterton dijo que era

tan grande que no la veíamos. Al meditar sobre el genio de Platón,

Emerson comentó lo siguiente sobre su extraordinario rango de especulación:

De Platón proceden todas las cosas que todavía se escriben y se discuten

entre los hombres de pensamiento. Grande estrago hace en nuestras

originalidades. Hemos alcanzado con él la montaña de donde han sido

arrancadas todas estas piedras que amontonamos8.

[179]

Parecería que Montaigne, maestro de Emerson, prefería a Sócrates

sobre Platón, mientras que el afecto de Emerson favorecía al cronista

de Sócrates: “Platón, con sus ojos de vasto alcance, proporcionó las luces

y las sombras según la índole de nuestra vida terrenal” 9.

La definición de Emerson de los platónicos es muy amplia: incluía

a Miguel Angel, a Shakespeare, a Swedenborg y a Goethe. Aunque no

estoy de acuerdo con ella, me gusta mucho la clasificación de Hamlet

como platónico que hace Emerson:

Hamlet es un platónico puro, y es sólo la magnitud del genio propio

de Shakespeare lo que le impide ser clasificado como el más eminente de

esa escuela10.

Lo que Emerson quería decir es que el impulso desalmado de Hamlet

se concentra en la trascendencia, pero ese es el Hamlet del acto v, y no

el violento y genial estudiante del comienzo de la obra. Los platónicos

son hombres y mujeres peligrosos, para ellos mismos y para los demás.

Las Leyes de Platón me resultan más inquietantes que el Deuteronomio

o que el Corán en sus facetas más feroces. Los grandes moralistas se

vuelven salvajes con facilidad y a mí me gusta cada vez menos que la

Universidad de Yale -donde estoy hace cincuenta años- haya seguido

el camino de las demás instituciones académicas del mundo de habla

inglesa y esté convirtiendo sus leyes en parodias del platonismo.

[180]

Sócrates

469 | 399 a.c.

Platón

c. 429 I 347 a.c

así como se dice de Helena de Argos que tenía tal belleza universal que

cada cual podía sentirla emparentada con la suya preferida, así Platón le

parece a un lector de la Nueva Inglaterra ser un genio americano11.

Emerson no pensaba en Sócrates como si fuese un genio americano;

los sabios de la tradición oral aparentemente pertenecen a su propia

gente: Confucio a los chinos, Jesús a los judíos, Sócrates a los atenienses.

Platón, por otra parte, tiene la universalidad de los grandes escritores:

Homero, Shakespeare, Cervantes y Montaigne, entre otros. De estos,

sólo Platón teme a su propio arte: no volverá a presentarse este fenómeno

hasta Tolstoi. La novelista Iris Murdoch escribió una admirable monografía

que se ocupa de este temor: Elfuego y el sol: por qué Platón desterró

a los artistas (1977). Murdoch es muy lúcida, como suele serlo en sus

novelas más características:

La paradoja más evidente en el problema que estamos considerando

es que Platón es un gran artista. No debiera imaginarse quizá que esta

paradoja le haya preocupado mucho. En la tierra de la posteridad los estudiosos

reúnen la obra e inventan los problemas. Platón tenía otros problemas,

muchos de ellos políticos. Sostuvo una larga batalla contra la

sofistería y la magia y, no obstante, produjo algunas de las imágenes más

memorables de la filosofía europea: la Caverna, el cochero, el astuto y desamparado

Eros, el Demiurgo que corta la Anima Mundi en tajadas y la

estira a lo ancho. Platón no dejó de insistir en la remota ausencia de imagen

del Bien; sin embargo, en su exposición siguió retrasando a los usos

más elaborados del arte. La misma forma de diálogo es artística e indirecta

y abundan en ella los recursos irónicos y el juego. Desde luego que

[181]

las declaraciones hechas por el arte se escapan hacia la libre ambigüedad

de la vida humana. El arte defrauda la vocación religiosa en el último

momento y es hostil a las categorías filosóficas. No obstante, ni la filosofía

ni la teología pueden prescindir de él.. .lI.

Suponemos que el principal acontecimiento en la vida de Platón fue

la muerte judicial de Sócrates. También parece una hipótesis válida la

de que la muy artística polémica de Platón en contra del arte es principalmente

la batalla de la supremacía cultural en contra de Homero, batalla

que Platón estaba destinado a perder. El diálogo platónico es un gran

invento, pero ni La república ni el Banquete tienen la eminencia estética

de la Ilíada. Sin duda alguna en el Reino de los cielos platónico oirían

la Ilíada.

Yo soy un crítico literario, no un filósofo o un historiador, así que

tengo capacidades limitadas para escribir sobre el genio de Platón. Pocas

obras literarias me conmueven tanto como el Banquete, así que limitaré

mis comentarios sobre Platón a ese diálogo.

El genio, o el daimón, de Sócrates es uno de los puntos de partida

de Platón. Aprendemos de Sócrates que él puede demostrar nuestra

ignorancia, pues empieza con su propia formidable “ ignorancia” . Considerar

a Sócrates un antecesor, como lo hizo Platón, me parece que

equivale a decidirnos por Homero. Sócrates -como Platón lo sugiere

invariablemente- consideraba que la Ilíada era una tragedia. Freud es

una especie de antítesis de Platón, que honra la imagen del padre; Freud

no lo hace, pero no hubo un Sócrates en su vida. La ironía socrática es

idéntica al genio socrático, y por ende la ironía platónica es muy sutil,

dado que no es principalmente retórica, como tampoco lo es la de su

maestro; o sea, no dice una cosa queriendo decir otra. Sócrates es demasiado

natural, demasiado consistente para eso, como lo repitió Montaigne

insistentemente:

Fue él quien hizo bajar del cielo, donde no hacía sino perder el tiempo,

a la sabiduría humana, para devolvérsela al hombre en el que reside

su más justa y laboriosa tarea y la más útil’3.

La ironía del propio Montaigne es evidente. Gregory Vlastos, uno

de los más importantes especialistas en Sócrates, consideró que este

mostraba “ un fracaso de amor” . ¿Qué podría ser más irónico que esto,

[182]

si Vlastos tiene razón? -recordemos que en el Banquete Sócrates declara

que él sólo es una autoridad en el amor-. Esto es lo que dice Vlastos

en “The Paradox of Sócrates” [La paradoja de Sócrates]:

Ya argüí que a él sí le importan las almas de los camaradas. Pero su

preocupación es limitada y condicional. Si se han de salvar las almas de

los hombres, deben hacerlo a su manera. Y cuando se da cuenta de que

no es posible hacerlo, los ve descender por el camino de la perdición con

pesadumbre pero sin angustia. Jesús lloró por Jerusalén. Sócrates previene

a Atenas, la exhorta, la condena. Pero no tiene lágrimas para ella. Uno se

pregunta si Platón, lleno de rabia contra Atenas, no la quería más en su

rabia y en su odio de lo que Sócrates jamás la quiso con sus reprimendas

tristes y amables. Nos parece que hay una postrera zona de frigidez en el

alma de ese gran erótico; si hubiese querido más a sus conciudadanos

difícilmente habría podido cargarlos con el peso de “lógica despótica”,

imposible de sobrellevar.

La “ lógica despótica” , de acuerdo con Vlastos, es Nietzsche sobre

Sócrates en El origen de la tragedia, uno de los primeros encuentros en

el enfrentamiento de toda una vida que Nietzsche mantuvo con Sócrates.

De alguna manera a casi todo el mundo le resulta más fastidioso

(y no estoy siendo irónico) que Sócrates no haya escrito nada que el

hecho de que Jesús y Confucio se hayan limitado a sus proverbios. Aunque

en una forma menos hostil que Nietzsche, Kierkegaard también se

mostró preocupado con el silencio de Sócrates. No sabemos dónde termina

Sócrates y dónde empieza el Sócrates de Platón y ni siquiera sabemos

si tiene sentido hacer esa distinción. Después de un profundo

análisis, Vlastos concluyó que el Sócrates de los primeros diálogos de

Platón era el Sócrates histórico y no una ficción platónica. La única alternativa

es el Sócrates de Jenofonte, y el Jenofonte de Memorabilia no

es nunca un escritor tan interesante como el de la Anábasis, un recuento

de la heroica marcha forzada de un ejército de saqueadores griegos

que se retiran de Persia hacia el mar Negro. Jenofonte era un discípulo

tan leal de Sócrates como el mismo Platón, pero era un soldado profesional

y no un filósofo dramático. Vlastos despedaza al pobre Jenofonte

-cuyo Sócrates carecía de ironía y de originalidad moral- diciendo que

el galante general habría sido el tema Victoriano por excelencia para

Lytton Strachey. Así que sólo nos queda Platón, un gran artista, que

[183]

además amó y honró a Sócrates como a un padre. El Sócrates de Platón

es obra de un dramaturgo comparable a Eurípides y (con ciertas reservas)

a Aristófanes, pero entre los lectores de Platón hubo muchos que

también habían oído a Sócrates. No todos estamos en la posición de San

Pablo y de los autores de los Evangelios, que nunca vieron ni oyeron a

Jesús.

Y sin embargo Sócrates sin Platón (o con él) sigue siendo una paradoja

o un enigma permanente. A diferencia del Platón de los últimos

tiempos, Sócrates no tenía un dogma; hubiera querido creer en la inmortalidad

del alma, pero aceptó la posibilidad de la aniquilación de la

conciencia con la muerte. En lo que respecta a la vocación o a la misión

de Sócrates, parece contradictoria en sí misma. Hace profesión de ignorancia

e instruye en la sabiduría y en el cuidado del alma, pero prácticamente

toda su actividad es esencialmente destructiva: uno plantea una

posición y él la refuta. Vlastos intenta resolver la paradoja diciendo que

Sócrates era un buscador, siempre en busca de la verdad. Sin embargo

el misionero irónico rara vez aparece sobre el ironista que busca.

Nos ocupamos de Seren Kierkegaard, escritor religioso danés del

siglo xix, en otro capítulo de este volumen. Pe;ro quiero citar aquí la disertación

académica que presentó en 1841. El libro mismo es tan irónico

que no se puede sacar de él una idea clara de la ironía socrática, pero

sigue dejándome estupefacto la tesis xm:

La ironía no es tanto apatía despojada de las sensibles emociones del

alma; es más bien como la vejación provocada por el hecho de que otros

también disfrutan lo que ella desea para sí misma.

Esto no parece socrático ni hegeliano, pero es perfectamente kierkegaardiano

y nos conduce hacia las vejaciones y ansiedades de las almas

intensamente creativas, en competencia con todas las demás. ¿Acaso la

paradoja socrática no incluye su actitud agonística, eternamente central

en la cultura ateniense? El Banquete, del que ya pronto espero ocuparme,

es sin duda una contienda, por la bebida, la oratoria, el eros, el cuidado

del alma o del yo -que finalmente es la preocupación exclusiva de Sócrates-.

Si puede encontrar la virtud en otro ser, entonces y sólo entonces

la reconocerá en sí mismo. Pero dado que representa sin duda lo

más destacado de los atenienses desde cualquier punto de vista, no tiene

otra opción que continuar con su misión. La tesis xih de Kierkegaard

[184]

es por tanto una inversión irónica de la ironía socrática, y una muy deliberada,

porque su argumento es que el Sócrates externo no es más que

una máscara, y que interiormente Sócrates era lo opuesto de lo que pretendía

ser. La ironía final consiste en que Sócrates sería el sofista más

auténtico, y no Gorgias y sus seguidores, de quienes Sócrates denigraba.

Siguiendo la estela de Vlastos, Nehamas habla de la ambivalencia de

Nietzsche hacia Sócrates, a quien denuncia por ser el buscador de una

moralidad razonable y alaba por su autenticidad dialéctica. Esto resulta

vertiginoso y aumenta la profunda comprensión de la ironía socrática

que Nehamas aporta:

Con frecuencia la ironía consiste en dejarle saber a la audiencia que

algo está pasando en nuestro interior que ellos no pueden ver. Pero además,

y en una forma más radical, deja abierta la cuestión de si nosotros

podemos verlo.

¿Lo ve Sócrates? Si estuviésemos hablando del más sublime de los

ironistas, Hamlet, que se da cuenta de todo, podríamos responder esta

pregunta. Hamlet lo ve todo, en sí mismo y en los demás. Con el Sócrates

de Platón nos encontramos en el abismo de la ironía platónica, que a

mí no me parece ni retórica ni dramática. ¿Sabe Platón más de Sócrates

que Sócrates mismo? No podemos ignorar el genio de Platón, pero él

no es Shakespeare y Sócrates nunca se oye a sí mismo como si fuera otra

persona.

Quizás aún nos deja estupefactos la expresión “amor socrático” , pero

muchos de entre nosotros creemos saber, con cierta presunción, lo que

significa “amor platónico” . En la lengua popular, nuestros diccionarios

lo definen hoy en día como el afecto que trasciende el deseo sexual y

que nos conduce hacia un reino ideal o espiritual. Esto no es exactamente

lo que defiende el Banquete, aunque no resulta fácil exponer el Banquete,

un triunfo del arte literario.

El mejor preludio para el Banquete es Greek Homosexuality (1978),

de K.J. Dover, que nos advierte alegremente que Platón podría muy bien

ser un caso especial:

Hay dos obras en especial, el Banquete y el Fedro, en donde Platón

toma el deseo homosexual y el amor homosexual como punto de partida

para desarrollar su teoría metafísica y es de particular importancia el hecho

[185]

de que él considere la filosofía no como una actividad que hay que desarrollar

en meditación solitaria y comunicar en pronunciamientos ex cathedra

del maestro a sus discípulos, sino como el progreso dialéctico que bien

podría iniciarse con la reacción de un hombre mayor al estímulo de uno

más joven... Como aristócrata ateniense que era, se movía en un círculo

de la sociedad que ciertamente consideraba normales el deseo y la emoción

homosexuales... El tratamiento que Platón dio al amor homosexual

bien pudo haber sido consecuencia de este ambiente. No obstante, debemos

dejar abierta la posibilidad de que su propia emoción homosexual

fuese excepcionalmente intensa.

Dudo que Platón fuese único excepto por su genio sobresaliente. La

acción del Banquete está ubicada en el 416 a.C., cuando Platón acababa

de cumplir 13 años. Si el simposio (que más que un banquete era una

fiesta para beber) realmente se llevó a cabo en ese momento, Sócrates

tendría 53 años y Alcibiades sería un político muy poderoso en Atenas

durante el que sería el décimo quinto año de la guerra del Peloponeso.

Es dudoso, pero no imposible, que este simposio se haya llevado a cabo.

El joven dramaturgo Agatón ofrece la fiesta para celebrar la victoria de

su primera tragedia en el festival ateniense. Además de Agatón y Sócrates

(de lejos el mayor de los presentes), se encuentra allí Aristófanes, un

soberbio escritor de farsas entre las cuales está Las nubes, una extravagante

sátira de Sócrates que ya había sido puesta en escena. Hay otros

cuatro hablantes: Alcibiades, que llega tarde, Fedro, Pausanias y Erixímaco.

Los discursos más importantes son los de Aristófanes, Sócrates

y Alcibiades, aunque el discurso de Agatón sobre el amor está entre el

de Aristófanes y el de Sócrates. Platón rompe la secuencia -no hay continuidad

entre la visión de Aristófanes y la de Sócrates-, pero Alcibiades

es la coda perfecta para toda la obra, pues se centra en el enigma de Sócrates

mismo.

Es de todos conocido el argumento de Aristófanes según el cual el

amor es el deseo y la búsqueda de la compleción, representada por una

grotesca criatura con dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas. Somos

fragmentos desesperados que vamos de aquí para allá buscando a nuestra

otra mitad original. Zeus nos dividió en castigo y anhelamos convertirnos

de nuevo en “ seres humanos circulares” . Es muy posible que con

esta brillante invención Platón estuviese retribuyendo a Aristófanes por

Las nubes, pero está claro que también satiriza el amor heterosexual y

[186]

su culminación social, el matrimonio. Y sin embargo Platón le dio a Aristófanes

el mito más memorable del Banquete.

Atípicamente, Sócrates recurre a un mentor: la sabia Diotima, que

se supone ser una sacerdotisa pero que seguramente es un invento de

Platón. Ella se encarga de refutar a Aristófanes (y cuando él se dispone

a protestar Alcibiades, borracho, irrumpe en la fiesta) argumentando

astutamente que el amor no lo es ni de la mitad ni del todo, sino del Bien.

La belleza de un joven en particular en últimas conduce al amante a una

escalera que es necesario trepar. Dado que el amor resulta ser otro nombre

para la filosofía, los objetos particulares -uno u otro muchacho- se

van quedando en los escalones inferiores y el auténtico buscador asciende

hacia la revelación, hacia la Belleza extraordinaria que es además el

Bien. Todo esto nos resulta conocido gracias al platonismo, el neoplatonismo

y el platonismo cristiano, pero fue originalmente concebido por

Platón, es la evidencia de su genio, y no es probable que el Sócrates histórico

lo haya formulado. La originalidad literaria es tan sorprendente

en este caso que yo me inclino a interpretarlo como la triunfal réplica

de Platón a Homero y a los dramaturgo trágicos atenienses, pues no hay

nada en su visión de Eros que nos hubiese permitido anticipar esto, el

mayor triunfo literario de Platón en su incesante confrontación con

Homero. Hay algo de extático en la falta de precedentes de la doctrina

de Diotima, en la cual el amor se transforma en la ambición de sacar a

la luz la Belleza, a guisa de vástago. La filosofía supera a la poesía, y también

(de alguna manera) a los padres y a las madres, y logra la inmortalidad

del alma al percibir por fin, no la poesía ni la Belleza, sino la forma

de lo Bello. Lo que era una justificación pedagógica de la pederastía ha

trascendido en la victoria agonística de la filosofía sobre todos sus competidores,

cualquiera que sea el costo humano resultante.

Sócrates habla de su daimón pero a mí me parece que el Platón que

compuso el Banquete es más daimónico, no una personalidad genial,

como Sócrates, sino una nueva especie de poeta, ancestro de Dante y

de John Milton, y del romanticismo posterior, incluyendo a W.B. Yeats,

Wallace Stevens y Hart Crane, en el siglo xx. Y sin embargo Platón, fiel

al Sócrates que lo inició en la filosofía, no concluye el Banquete con su

propio triunfalismo. Con una entrada maravillosamente cómica, Alcibiades

nos devuelve con un gesto inolvidable a la paradoja de Sócrates.

De ahora en adelante Sócrates -nos dice Alcibiades- es un Sileno,

una estatua grotesca en el exterior pero llena de hermosas imágenes de

[187]

la divinidad. Sileno, demonio relacionado con el dios mimo Dionisio,

está más allá de lo humano y, por asociación, Sócrates, el primer filósofo

verdadero, también lo está. Sin embargo, irónicamente, aunque Sócrates

actúa como si estuviera enamorado -de Alcibiades o de cualquier otro

joven hermoso- él es el objeto de su deseo porque perciben en él la forma

de lo Bueno. En ello radica la perfección de la paradoja socrática. Sócrates

encarna el ideal: amarlo a él es amar la sabiduría y por ende aprender

a filosofar. Esto me hace personalmente infeliz porque no le creo a

Platón, pero estéticamente no puedo más que abdicar ante la aplastante

victoria del genio platónico en la desesperada confrontación con

Homero.

[188]


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