Capítulo
XLIV
Del dormir
La
razón nos ordena seguir siempre el mismo camino, pero no constantemente con
igual paso, y aunque el filósofo no deba consentir que las humanas pasiones se
desvíen de su derecho cauce, puede muy bien, sin faltar a su deber, darlas la
libertad de apresurar o retardar su marcha, y no quedarse detenido cual coloso
inmóvil e impasible. Aunque la propia virtud estuviera encarnada en él, su
pulso se encontraría más agitado yendo a un asalto que cuando va, ásentarse a
la mesa; y a veces es necesario que la misma virtud tome alientos y adquiera
vigor. Por esta razón he advertido como cosa singular el ver algunas veces a
los frandes personajes, en las empresas más preclaras y en los negocios más
importantes, mantenerse tan firmes en su actitud, que ni siguiera dejaron de
reparar sus fuerzas con el sueño. Alejandro el Grande, el día mismo asignado
-232- para librar la furiosa
batalla contra Darío, durmió tan profundamente y hasta una hora tan avanzada de
la mañana, que Parmenión se vio obligado a entrar en su cuarto, acercarse al
lecho, y llamarle hasta dos o tres veces para despertarle, pues llegaba la hora
del combate. Habiendo decidido darse a muerte el emperador Otón, durmió
sosegadamente la víspera, después de haber puesto en orden sus asuntos
domésticos, distribuido su caudal entre sus servidores, y afilado el corte de
la espada con que se quería sacrificar; y reposó tan profundamente que sus
criados le oían roncar. La muerte de este emperador guarda analogía grande con
la del gran Catón, hasta en la circunstancia de dormir sueño reposado, pues
éste, hallándose casi a punto de suicidarse, mientras aguardaba nuevas de si
los senadores a quienes había ordenado retirarse se habían alejado del puerto
de Utica, se echó a dormir con tantas ganas, que los ronquidos se oían en la
habitación vecina; y habiéndole despertado la persona que había enviado a
puerto para decirle que la tormenta impedía partir a los senadores, mandó a
otro mensajero, y se entregó de nuevo al sueño hasta que supo que aquéllos
habían marchado. Guarda también analogía la muerte de Catón el Grande con la
acción dicha de Alejandro Magno, en la tempestad peligrosa que le amenazaba en
la época en que el tribuno Metelo quería publicar el decreto de llamamiento de
Pompeyo a la ciuda con su ejército, cuando tuvo lugar la conjuración de
Catilina; Catón sólo era el que se oponía a tal decreto; él y Metelo
mantuvieron en el senado una discusión ruda. Al día siguiente, en la plaza
pública, había de dilucidarse la cuestión. Metelo, además de contar con el
favor del pueblo y el de César, que conspiraba entonces en beneficio de
Pompeyo, disponía de gran número de esclavos extranjeros y de esgrimidores. A
Catón sólo alentaba y fortificaba su firmeza, de suerte que su familia, sus
criados y muchas buenas gentes estaban con gran cuidado, y algunos pasaron la
noche juntos, sin querer dormir, beber ni comer, por el peligro a que le veían
abocado; la misma esposa de Catón y sus hermanas no hacían más que llorar y
afligirse en la casa; pero aquél, por el contrario, los animaba a todos, y
después de haber cenado como de costumbre, se acostó y durmió profundamente
hasta la mañana; entonces uno de sus compañeros en el tribunado fue a
despertarle para que se encaminara a la escaramuza. El conocimiento que tenemos
de la grandeza de alma y del valor de Catón por las demás acciones de su vida,
puede servir a hacernos juzgar a ciencia cierta de su firmeza emanaba de un
alma tan por cima de aquel acontecimiento, como de los accidentes más
insignificantes de la vida.
En
el combate naval que Augusto ganó a Sexto Pompeyo en Sicilia, en el instante de
dirigirse el emperador al encuentro, -233-
fue dominado por un sueño tan fuerte, que hubo necesidad de que sus amigos le
despertaran para dar la señal de la batalla; esto dio margen a Marco Antonio
para reprocharle luego de que no se había atrevido siquiera a mirar a
disposición de su ejército, ni tampoco a presentarse ante sus soldados, hasta
que Agripa le anunció la nueva de la victoria que había alcanzado contra sus
enemigos. Mario el joven dio todavía muestra de mayor presencia de ánimo: el
día de su último encuentro contra Sila, después de haber dispuesto el orden de
su ejército y dado la palabra y signo de la batalla, se tendió al pie de un
árbol, a la sombra, para descansar, y se durmió tan profundamente, que apenas
si le despertaron la huida y derrota de sus huestes, y no vio ninguna de las
perillecias del combate. Refiérese que se encontraba extenuado por la fatiga
hasta tal extremo, y tan falto de sueño, que no pudo ya mantenerse derecho. A
este propósito decidirán los médicos, de si el dormir es tan necesario, que la
falta de reposo pueda poner en peligro nuestra vida. Sabemos que a Perseo, rey
de Macedonia, que fue hecho prisionero en Roma, se le hizo morir no dejando que
durmiera; pero Plinio habla de gentes que vivieron largo tiempo sin pegar los
ojos, y Herodoto de naciones en las cuales los hombres duermen y velan por
medios años; los autores de la vida del sabio Epiménides cuentan que durmió
durante cincuenta y siete consecutivos.
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