miércoles, 30 de marzo de 2022

GARCÍA LORCA, EL PÚBLICO, LA CRÍTICA Y MARIANA PINEDA[27].

 


 

GARCÍA LORCA, EL PÚBLICO, LA CRÍTICA Y MARIANA PINEDA[27]


Juan González Olmedilla

[27] J. G. O., «Los autores después del estreno. García Lorca, el público, la crítica y “Mariana Pineda”», Heraldo de Madrid, Madrid, 15 de octubre de 1927, p. 6. Obras completas, III, 1996, pp. 360-363. <<

En esta serie de visitas de tornabodas que me he impuesto, y que si unas veces son obra de misericordia —la de visitar a los enfermos del fracaso— otras tienen el inconfundible carácter de una reiteración de mi pleitesía al triunfador de la víspera, he podido observar que los autores que, de buenas a primeras, menos tienen que decir, o más quieren callar sobre las vicisitudes de su obra frente al público y la crítica, suelen ser los que, a la postre, se muestran más explícitos. Así Vives, los Quintero, Guerrero… Ninguno, sin embargo, de una locuacidad más alegre, de mayor jovialidad y desenfado para afrontar mis preguntas y responderlas ampliamente que este «novel» teatral, este desbordante gran muchacho granadino, tan mesurado, no obstante; tan conciso, tan concentrado, en su intensa y reducida obra de gran poeta. Federico García Lorca sale al paso de mis tres interrogantes con sendos participios escuetos: «Encantado» (del público), «agradecido» (a la crítica) y «descontento» (de la propia obra, escrita hace seis años y ajada ya, mustia en su corazón fresco y prolífico de creador joven).

Luego, para justificar ante el amigo esta parquedad frente al periodista, me dice:

—Para mí escribir, lo mismo teatro que libros, es un juego, un entretenimiento que me divierte. Yo busco la alegría y no las preocupaciones, naturalmente, en este deporte. Por eso no quiero decirle a usted nada en serio, ni complicarme, ni crearme conflictos con autores, críticos, amigos y enemigos, que para el caso de divertirnos es lo mismo.

Pero yo, que hago reportaje con igual espíritu deportivo que él poesía lírica o dramática, y que también busco en esta clase de juegos, en estos matches de la interviú, un divertimiento mío —y si es posible, de mis lectores—, no me conformo, claro está, con evasivas. Y menos con ocasión del estreno de «Mariana Pineda», suceso teatral que tan viva controversia ha suscitado en todas partes. (Eludo, por no restar espacio a las confesiones del autor, la exposición de los recursos de contumacia inquisitiva de que he de valerme para que García Lorca hable. Al fin lo he logrado. Bien que sin arrancarle por completo lo más sincero de sus impresiones, pues el poeta se me encastilla en un delicioso dandysmo literario, sirte más peligrosa para el periodista que interrogue de buena fe que la del silencio, el titubeo o el efugio…).

—Puede usted decir respecto al público —declara mi internuncio— que no me emocioné con sus ovaciones. Por eso salí tan tranquilo a saludarlo. Y mientras aplaudían, usted lo ha visto, todos pudieron comprobarlo, yo me dedicaba a buscar las caras conocidas en palcos y butacas. Y esto fue así porque yo estaba «alegre y confiado». Ahora, en vista de que el buen éxito persiste, estoy por confesar, como cualquier autor veterano de los que, desencantados de todo, sólo se remiten a la reacción inmediata del auditorio frente a su obra, que lo interesante es que el público aplauda. Bueno; ya sabe usted que, para mí, interesante equivale a divertido. Y nada lo es tanto como ver que el público se entusiasma con un juego mío; con una obra que escribí, como todas, por juego.

En cuanto a la crítica, empiezo por reconocer que hay mil Marianas de Pineda distintas. La Mariana heroica, la Mariana madre, la Mariana enamorada, la Mariana bordadora; hasta la Mariana vulgar que cose y lava los pañales de sus hijos o condimenta un guiso para sus invitados. Pero yo no las iba a «hacer» todas. Puesto a elegir, me interesó más la Mariana amante. Y estas escenas —tan declamatorias, tan eficaces teatralmente— que echan de menos algunos, en las que Mariana Pineda se despide, con patéticos acentos, de sus hijos, existen desde luego. Existen como otras muchas escenas; pero yo las he eludido. Cada espectador puede, así, colaborar a mi tarea, imaginando todas esas escenas que faltan en mi drama. ¿Ausencia de amor maternal? No la hay en él. Lo que hay es que mi protagonista obedece a otro amor más fuerte en ella; mejor dicho, a que siendo Mariana la libertad en sí misma, y no el amor a la libertad, ni su mártir, no supedita a un sentimiento inferior este gran sentimiento, este «sentirse ella la libertad inviolable e invencible». Que ama a sus hijos, dentro de aquella norma suprema, ya está dicho en estos versos suyos, al negarse a delatar a los conspiradores liberales:

No quiero que mis hijos me desprecien. Mis hijos

tendrán un nombre claro como la luna llena.

Mis hijos llevarán resplandor en el rostro

que no podrán borrar los años ni los aires.

Si delato, por todas las calles de Granada

este nombre sería pronunciado con miedo…

¿Que en mi obra queda empequeñecida la Mariana liberal? Es una opinión. Yo creo que no, sin embargo. Cuando la detiene Pedrosa —que no es Scarpia, sino Pedrosa—, mi Mariana exclama, herida en lo más puro de su ser, en su sentimiento de la libertad:

Estoy presa, Clavela, estoy presa.

¡Hora empiezo a morir!

Aparte de que yo no creo en el mito de la Mariana Pineda liberal tal como la han inventado los constitucionales. ¿No comprobó Anatole France la inexistencia de muchos santos bizantinos? ¿No sabemos todos que el teniente Ruiz no ha existido como tal héroe, sino que fue un mito adobado por los infantes para que hiciera «pendant» con los nombres gloriosos de Velarde y Daoiz, héroes auténticos de nuestra Artillería? Además, mi Mariana Pineda la concebí más próxima a Julieta que a Judith, más para el idilio de la libertad que para la oda de la libertad.

¿Que hay tópicos y trucos? ¡Claro! Como que componen bien en mi técnica de estampas escénicas. He utilizado algunos —no todos los que quisiera— que le iban al ambiente de la obra a su carácter romántico, poco ironizado… También convenía a mi obra algún anacronismo, y no vacilé en situar el fusilamiento de Torrijos antes que la ejecución de Mariana Pineda. Creo que el anacronismo es uno de los efectos más bellos en el teatro, sobre todo cuando no se quiere hacer una obra histórica, sino poética. El anacronismo, bien elegido es condensación de una época. A mi drama quizá le falte ambiente por no tener demasiados anacronismos… ¿Que unos pasajes son eruditos de expresión y otros populares? ¡Claro, también! De ese desequilibrio surge el contraste, otro bello efecto teatral. ¿Que las escenas finales son largas? ¡Como que he querido infundirle toda la angustia de una agonía del amor, de la libertad y de la vida…! También es larga, y hasta inoportuna, según la común medida, la apoteosis con que termina la muerte de «Cleopatra». Bueno, en esto, le ruego cuidado y lealtad: no vaya a entenderse que me comparo con Shakespeare. Es que le tomo como autoridad y como modelo. Tampoco es vanidad ridícula, sino consciencia de lo que uno pretende hacer, el decirle que la línea dramática de mi obra busca el sentido clásico a lo Lope, y la poética, el sentido clásico —en sus dos direcciones: culta y popular— a lo Góngora. Por eso, aunque sea obra romántica, no sigue a nuestros clásicos del romanticismo, y nada tiene que ver con García Gutiérrez, Hartzenbusch ni Zorrilla. ¡Ah! Y diga que, admirando el movimiento ultraísta, ya pasado, yo no lo he sido nunca. Ni vanguardista.

Finalmente, le confieso respecto a mi obra que no tengo hoy un juicio claro sobre ella, por lo lejana que está ya en mi producción. Si la volviese a escribir, lo haría de otro modo, en uno de los mil modos posibles. Por eso creo sinceramente que todos los críticos pueden tener razón al juzgarla, cada uno desde su punto de vista.

Al despedirnos, Federico García Lorca me dice en un aparte:

—Las interviús, según la teoría más moderna, se cobran. Yo espero que usted me pague todo lo que le he dicho, agregando que Margarita Xirgu interpreta a maravilla mi obra. Y que la admiro también mucho por haberse atrevido a representarla, después de habérmela rechazado todas las compañías que en España se precian de artísticas.

Yo respondo:

—Nada de eso hay que decirlo en pago de su amabilidad, sino graciosamente, porque es verdad y es justo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas