viernes, 22 de octubre de 2021

FRAGMENTO 1. NOVELA. PRINCIPIOS NOCTURNOS. EL PECADO DE LA ENVIDIA.

 



El pecado de la envidia

San José, Costa Rica, 1979-1986

Cuando Malfas llegó, como parte de nuestros rituales, a dejar los cafés negros que noche tras noche solicitábamos Belfegor y yo, nos encontró acomodando un grupo de papeles de mis últimas novelas no publicadas. Acomodar papeles en un orden establecido era señal inequívoca de que nos trasladaríamos de Rutland-Hall. Entonces, Malfas preguntó:

—¿A dónde iremos, señor?

Sin quitar la vista de los documentos que preparábamos para el viaje, Belfegor contestó antes que yo:

—A un minúsculo país donde la envidia es más grande que su territorio. El maestro Deford tendrá que dar unas charlas literarias y allá la envidia es una locura que embarga a todos los escritores.

—¿A todos? —preguntó con curiosidad Malfas, que se sentó en un taburete, para escuchar mejor la explicación.

—¡A todos! Primero, iremos a Nicaragua. Allí, el amo Deford será condecorado por su posición beligerante ante la problemática social centroamericana. Se reunirá con los presidentes de esta pobre región, que no posee nombre,

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que no existe para el resto del mundo, que no está en los mapas. Ahora, lo está por un asunto coyuntural y político –la revolución Sandinista y la caída de Somoza–; pero, una vez que pase el acontecimiento, cuando las celebraciones, los abrazos y el festejo termine, todo volverá a ser igual —dijo Belfegor, quien dejó de acomodar los folios para hacer un descanso y se sentó en uno de los taburetes. Continuó hablando—: es una región pobre, quizá la más tristemente olvidada por el mundo y por la misma Latinoamérica.

—¿Olvidada por los latinoamericanos? —preguntó Malfas.

—Es que es diminuta —comenté.

—Cierto. Por ejemplo, Costa Rica cabe en México treinta y ocho veces y Centroamérica entera cabe un poco más de tres veces... En realidad, es minúscula. Y con respecto a Argentina, Costa Rica es cincuenta y cuatro veces más pequeña y Centroamérica cabe en el territorio argentino cinco veces —dijo Belfegor.

—Ni que lo diga su señoría, ya me entero —dijo Malfas.

—¿Es un llamado internacional? Supongo, pero no sucederá nada, seguirá no contando para el resto de Latinoamérica —dijo Belfegor.

—Se reunirán políticos de todo el mundo, jefes de Estado y embajadores. Europa estará presente; pero, dentro de treinta o cuarenta años, todo será igual: miseria tras miseria —dijo el orgulloso Aamón, príncipe de la Soberbia, conocedor del pasado y el futuro de la humanidad. Al escuchar voces en el scriptorium, había aparecido en un ¡paf!, sin pedir permiso. Su ojo verde brillaba más de lo normal aquella noche –o eso me pareció– y su ojo café, que siempre había permanecido en la aquiescencia, empezó a brillar también. Continuó—: Los que derrocan al tirano, se volverán tiranos a su vez y nadie dirá nada. Los gobiernos de todo el mundo mirarán, se prestará aten323

ción; pero, después, todos se olvidarán de Centroamérica. Se justificará lo hecho por el nuevo dictador. Y la violencia ha de regresar... Ya me informé, su señoría: primero, tendrá que estar en Nicaragua; pero, luego, ¿irá a Costa Rica?

—Un país más pequeño que Nicaragua, pero gigante en la envidia.

No había terminado de decir Belfegor esto último, cuando Goodfellow apareció en un ¡paf!, como lo había hecho Aamón, minutos antes. Y, poco a poco, sin que se hubiera propuesto una reunión en el scriptorium esa noche, hablaron en asamblea sobre el nuevo viaje que nos esperaba.

—¿Envidia? ¡La envidia no posee tamaño riguroso o preciso! Es grande grande grande o es pequeña pequeña pequeña, más pequeña que un grano de arena; pero, puede ser grande grande grande como el monte Everest. ¡Y qué frío hace! —dijo Goodfellow. Luego, agregó, pensativo—: Espero, eminencias, que no haga tanto frío en la región centroamericana...

—Pues, no, no lo creo… Sé que no hará frío... No… —repetía Esfria, frotando sus mancuernillas de oro.

—Y ya tengo noticias: en efecto, la envidia corroe el alma de los escritores en ese país. ¡Todos se envidian! —dijo ahora Goodfellow.

—¿Todos se envidian? —preguntó Aamón, estirando el cuello como un ganso—. Pero, ¿cómo se puede envidiar al torpe y mediocre?

—Pues, todos se envidian. Es una enfermedad. El que posee talento, envidia al que no lo posee, pues, en ocasiones, los demás envidiosos adrede ensalzan al mediocre y este recibe más atención que el talentoso; entonces, el talentoso se siente humillado. Además, el mediocre hace toda esta fanfarria porque se sabe mediocre —justificó Goodfellow.

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—Pero, ¿existe talento en ese país? —preguntó Nergal, con tono preocupado.

—¡Muy poco! Según mis informes, muy poco, por no decir que no existe del todo —dijo Malfas, que se había retirado a la biblioteca para obtener más información al respecto—. Acá tengo este libraco.

—¿Y qué dice? —preguntó Belfegor.

—No mucho, no mucho. Dice tanto como la receta para hacer unas tostadas con café...

EDITORIAL

EUNED 2021

PREMIO DE NARRATIVA ALBERTO CAÑAS 2020

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