domingo, 22 de agosto de 2021

X A V I E R V I L L AUR RUT I A Dama de corazones La novela corta.


 

LITERATURA DE RESCATE.

 A Xavier Villaurrutia le entusiasmaba la idea de dar a conocer la intimidad de los escritores mediante sus cartas o diarios, eliminando nombres propios y fechas. Dama de corazones, escrita bajo la inmediatez vital, bien podría ser la epístola sin nombres ni fechas que lo presentara ante la curiosidad de unos pocos, Julio, el narrador, comparte con el autor el habla bilingüe, la afinidad con el náufrago Robinson y con Proust y Picasso, el gusto y el temor hacia los espejos, algunos amigos (presumiblemente Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer y Enrique González Rojo), la pasión por lo actual.

Dama de corazones no es, entonces, una respuesta a la moda por las novelas líricas de aquellos años, sino el inventario de las más decisivas apuestas estéticas de Villaurrutia, la constitución de sí mismo como escritor en un espacio y un tiempo bien definidos.
Pedro Ángel Palou

Fragmento.

LA NOVELA CORTA U N A b i b l i o t e c a v i r t u a l

X A V I E R V I L L AUR RUT I A

Dama

de corazones

La novela corta. Una biblioteca virtual

www.lanovelacorta.com

C o l e c c i o n

Novelas en Campo Abierto

Mexico: 1922-2000

C o o r d i n a c i o n y e d i c i o n

Gustavo Jimenez Aguirre

y Gabriel M. Enriquez Hernandez

Dama de corazones

D.R. c 2012, Universidad Nacional Autónoma de México

Ciudad Universitaria, Del. Coyoacan

C.P. 04510, Mexico, D.F.

Instituto de Investigaciones Filologicas

Circuito Mario de la Cueva, s.n.

www.filologicas.unam.mx

D.R. c 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

Republica de Argentina 12, Col. Centro

C.R 06500, Mexico, D. F.

Diseno de la coleccion: Patricia Luna

Ilustracion de portada: D.R. c Andrea Jimenez

ESN: 5257112102964299201

Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.

Hecho en Mexico.


Hace tiempo

que estoy despierto

Hace tiempo que estoy despierto. No atrevo ningún

movimiento. Temo abrir los sentidos a una

vida casi olvidada, casi nueva para mi. Tengo

abiertos los ojos, pero la oscuridad de la pieza se

empana en demostrarme que ello es completamente

inutil; al contrario, cerrandolos, apretandolos,

se encienden pequenas lamparas vivas,

regadas, humedas, pequenas estrias coloridas

que me reviven las luces del puerto lejano, en la

noche, a bordo.

Me cargo en el lecho hundiendome temeroso

y gustoso en los cojines, en las mantas, como

deben hacerlo los enterrados vivos a quienes la

vida les hace tanto dano que, a pesar de todo,

no quieren volver a ella.

Pienso no pensar en la situacion desconocida

en que me hallare al levantarme. Sin embargo, si

tardo demasiado, encontrare a Madame Girard

y a mis primas arregladas ya, esperando mi saludo

para entrar en seguida al interrogatorio de

comedor, tan crecidas, tan inconocibles, como

ya estara la manana dorada y madura afuera.

.Mme. Girard habra dejado de pintarse el cabello?

Aurora, Susana, apenas las recuerdo esfumadas

en la infancia. .Como hacer para no equivocarme

al nombrarlas? .De que modo las debo

tratar? .Tendran buena memoria? Dios quiera

que no. Yo, por mi parte, no lograria rehacer una

escena de aquel tiempo... Susana tenia entonces

las mejillas pecosas de una fruta, pero .y Aurora?

La podria reconocer por la cicatriz que debe

llevar en una pierna, de resultas de una caida.

Creo que fue en la huerta. Aurora habia subido

a un manzano y me prometia un fruto; en vez de

dejar caer la manzana se dejo caer ella, distraida.

No recuerdo mas. Supongo que seran las

nueve, cuando menos. El reloj lleva mas de una

hora de no sonar. !No vaya a tocar la media

hora! .Debo levantarme? .Debo esperar a que

el criado que me senalo anoche esta recamara

venga a llamarme? Lo mejor sera que me levante.

Abrire la ventana, mirare el jardin. Tendre

tiempo de arreglarme con cuidado y, si es temprano,

recorrere sin ruido la casa. Me decido.

A tientas, tropezando con la silla que se interpone

siempre, llego a la ventana, doblo las maderas

y hago subir el transparente de tela opaca

que produce una fuga de erres. La moldura de la

ventana enmarca un trozo de jardin. Separo las

vidrieras. Entra un aire tibio de sol que me da

la hora aproximada: antes de las nueve, despues

de las ocho.

En los arboles, el follaje parece humedo. En el

prado, brilla el musgo. Desde el balcon domino un

ala de la quinta. No es tan grande el parque que

no lo pueda recorrer de una sola vez; tendria

que descansar en el campo de tenis que desde

este segundo piso parece un libro de lujo abandonado

en un divan de terciopelo. Pienso en mil

cosas de Harvard que doblan mi cabeza sobre el

hombro pero que no me hacen suspirar. Quiero

distraerme. Miro el cielo de tela azul restirada,

sin adornos.

De pronto, una golondrina atraviesa el aire,

ciega como una flecha que no sabe donde queda

el blanco.

Pero la golondrina ha vuelto a aparecer. Toca

el suelo, va, vuelve y, antes de partir para siempre,

firma con una rubrica antigua, infalsificabie.

Sonrio.

Advierto que estoy en pijama y que pronto

saldran los criados a sus quehaceres. Vuelvo a

la media sombra del cuarto y me asomo al espejo

del tocador. Su luz me traiciona un poco,

alargandome. Ya nos acostumbraremos los dos

a vernos. Repaso con el dorso de la mano, distraido,

las mejillas erizadas de pequenas puntas.

Tendre que rasurarme. El agua fria reanima, aleja

de las preocupaciones, del lugar. La navaja en

la mano, frente al espejo, brota la misma melodia

traviesa que acompana siempre la faena, entre

la jabonadura y el resbalar de la gillette por el

cuello. Es tambien el pretexto insensible para recordar

a Ruth que la preferia y bailaba con una

ligereza increible al grado que, al acompanarla,

cuando ella cerraba los ojos, tenia yo la impresion

de que desaparecia y de que, al no sentir su

contacto, danzaba solo entre todas las parejas,

haciendo el ridiculo.

A Ruth la queria cuando escuchaba las promesas

que yo le vertia al oido y que ella sabia

que olvidariamos los dos la misma tarde. Al

oirme, sus ojos se enternecian fijos en algo que

seguramente no miraba. Ahora pienso que esta

americana romantica me sustituia entonces en

la imaginacion por Jack o por Frank, a quien

adoraba cuando no estaban a su lado.

Escribire a Ruth y pronto tendre cartas suyas

y fotografias que la mostraran risuena y libre

en su jardin, o con los anteojos de cristales sin

aumento que se pone al llegar a la Universidad

para entrar en caracter.

No la quise. .La quiero? Soy tan debil que

ahora creere que la quiero. Sus cartas, trazadas

con mano segura, parecen largo tiempo meditadas.

Sin embargo, yo se que las escribe con la facilidad

que da una costumbre larga. A pesar de

todo, me haran dano. Le escribire sin darle mi

direccion... pero entonces, si palidece, si adelgaza,

pensara que palidece, que adelgaza por amor.

Hasta para regresar a la patria es triste partir

de un lugar en el que, si todavia no nos sucede

algo importante, presentimos que un dia u otro

sucedera. Asi en Harvard. !Y quien sabe si lo mas

hermoso de esa vida era que no llegaba nunca el

acontecimiento que se anunciaba todos los dias!

Insensiblemente, mientras pienso, he acabado

de vestirme. Enciendo un cigarrillo que endulza

mis recuerdos con su perfume conocido.

En la pieza contigua el reloj suena, imperioso,

las nueve.

Los ruidos que escucho en el pasillo me dan

confianza. Salgo.

Apoyado en este barandal, miro el cuarto de

estudio tapizado de un verde sombrio. Un cortinaje

le sale al paso a la luz que salta por la

unica ventana. La penumbra de esta habitacion

debe ser deliciosa al mediodia y a la hora de la

siesta. Bajo la escalera lentamente, con miedo

de encontrar a alguien, con ganas de encontrar

a alguien. Al pisar los tapetes blandos, como

de musgo, comprendo que va llegando la hora de

preparar frases de saludo, cortesias, preguntas,

respuestas.

Se alza una cortina e irrumpe, si, irrumpe,

una joven que me abraza de pronto, sin darme

tiempo de sacar las manos enguantadas en los

bolsillos. Detras de ella se asoma, timida, otra

joven tan parecida a la primera que pienso si no

habra en el estudio un espejo que corrija a la jo ven

impetuosa su abrazo. No hemos dicho una

sola palabra, al pronto.

Las he abrazado con el remordimiento de no

sentir mucha emocion. Mi prima mas atrevida

quisiera decirme algo, llamarme por mi nombre,

pero se ha quedado pensativa y yo adivino que

en este momento lo olvida. Mientras esto pienso,

oigo una voz lenta y segura que me aviva al oirle

decir:

.Que grande estas, Julio.

Hay tal aplomo en estas palabras que yo comprendo

al punto que con esta otra prima tendre

que ser formal.

.!Ah si, Julio, que grande estas! .repite la

primera joven pensando en voz alta las primeras

palabras.

Voy a contestarles algo, a decirles que ellas

tambien han crecido, y que, ademas, han crecido

hermosas; pero la cortina del fondo se ha

movido con majestad. Aparece entonces una

senora que yo reconozco al instante; avanza

con firmeza arrastrando su bata verde seco

que yo al principio creo que es la cortina que

se ha enredado a su cuerpo y que la hara caer

si da un solo paso mas. Me tiende la mano

que yo beso, y me expresa su contento con los

ojos. Apenas mueve la boca al hablar.

La conversacion se ensarta mal. Ya me han

hecho algunas preguntas que yo he contestado

con otras. Tres veces me han preguntado cuantos

anos tengo. Tres veces he contestado improvisando

la cifra. Ni mi tia ni mi prima impetuosa

han advertido que las tres ocasiones he dicho,

torpemente, distinto numero de anos. La prima

serena sonrie bondadosa.

.Aurora? .Susana? Para salir de mis dudas

atrevo una pregunta, sin mirar fijamente a ninguna,

entrecerrando los ojos para advertir el

efecto.

..Te acuerdas, Aurora, cuando caiste del

arbol, en la huerta de la senora Lunn?

Pero las jovenes, como si se hubieran propuesto

burlarme, me han lanzado simultaneamente

los dardos de sus preguntas: ..Dejaste

alla una novia?

..Te quedaras en Mexico siempre?

Mi tia mueve cuidadosamente la cabeza, compadeciendome

con su sonrisa delgada. Empieza

a hablar en una manera de monologo que sienta

bien a su altivez, pero que no incita mi atencion.

Entre tanto, la observo. El luto de su esposo no

lo conserva sino en los cabellos. Se acaricia las

manos como para convencerse de que su piel es

todavia hermosa, tersa. Mientras habla, lleva la

mano a su tocado y me mira para que yo advierta

sus cabellos negros, de un negro increible.

Olvida que hace diez anos era yo quien la surtia

de pintura.

Por fin, en el comedor, salgo definitivamente

de la duda. Mi tia ha hecho una recomendacion

a Susana, llamandola en voz alta. En seguida llamo

a Aurora por su nombre cuando ella indica

con su grave confianza el sitio que me corresponde

en la mesa.

Hay un anticipo del otono en el tapiz naranja

maduro del comedor, que me hace divagar desatendiendo

las atenciones de Susana y dejando

sin respuesta las sonrisas interrumpidas de Mme.

Girard. Me repongo y hablo interminablemente,

satisfaciendo sus cuestionarios, aventurando algunas

preguntas que pronto tendre que volver a

formular porque no consigo grabar las respuestas.

La luz, dorada afuera, se tamiza suavemente

en los cristales y en las cortinas de ligera cretona.

Al levantarnos para salir del comedor, no podria

asegurar si he desayunado. En cambio, puedo

decir con certidumbre que mi prima Susana,

que no ha dejado de verme el rostro un instante,

solamente me ha escuchado de vez en cuando;

y que Aurora, a quien he sorprendido haciendo

saltar los ojos aqui y alla, sobre los frutos de la

naturaleza muerta o sobre los dragones del jarron

chino, no ha dejado pasar un instante sin

escucharme.



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