LITERATURA DE RESCATE.
Dama de corazones no es, entonces, una respuesta a
la moda por las novelas líricas de aquellos años, sino el inventario de las más
decisivas apuestas estéticas de Villaurrutia, la constitución de sí mismo como
escritor en un espacio y un tiempo bien definidos.
Pedro Ángel Palou
Fragmento.
LA NOVELA CORTA U N A b i b l i o t e c a v i r t u a l
X A V I E R V I L L AUR RUT I A
Dama
de corazones
La novela corta. Una biblioteca virtual
www.lanovelacorta.com
C o l e c c i o n
Novelas en Campo Abierto
Mexico: 1922-2000
C o o r d i n a c i o n y e d i c i o n
Gustavo Jimenez Aguirre
y Gabriel M. Enriquez Hernandez
Dama de corazones
D.R. c 2012, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, Del. Coyoacan
C.P. 04510, Mexico, D.F.
Instituto de Investigaciones Filologicas
Circuito Mario de la Cueva, s.n.
www.filologicas.unam.mx
D.R. c 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes
Republica de Argentina 12, Col. Centro
C.R 06500, Mexico, D. F.
Diseno de la coleccion: Patricia Luna
Ilustracion de portada: D.R. c Andrea Jimenez
ESN: 5257112102964299201
Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.
Hecho en Mexico.
Hace tiempo
que estoy despierto
Hace tiempo que estoy despierto. No atrevo ningún
movimiento. Temo abrir los sentidos a una
vida casi olvidada, casi nueva para mi. Tengo
abiertos los ojos, pero la oscuridad de la pieza se
empana en demostrarme que ello es completamente
inutil; al contrario, cerrandolos, apretandolos,
se encienden pequenas lamparas vivas,
regadas, humedas, pequenas estrias coloridas
que me reviven las luces del puerto lejano, en la
noche, a bordo.
Me cargo en el lecho hundiendome temeroso
y gustoso en los cojines, en las mantas, como
deben hacerlo los enterrados vivos a quienes la
vida les hace tanto dano que, a pesar de todo,
no quieren volver a ella.
Pienso no pensar en la situacion desconocida
en que me hallare al levantarme. Sin embargo, si
tardo demasiado, encontrare a Madame Girard
y a mis primas arregladas ya, esperando mi saludo
para entrar en seguida al interrogatorio de
comedor, tan crecidas, tan inconocibles, como
ya estara la manana dorada y madura afuera.
.Mme. Girard habra dejado de pintarse el cabello?
Aurora, Susana, apenas las recuerdo esfumadas
en la infancia. .Como hacer para no equivocarme
al nombrarlas? .De que modo las debo
tratar? .Tendran buena memoria? Dios quiera
que no. Yo, por mi parte, no lograria rehacer una
escena de aquel tiempo... Susana tenia entonces
las mejillas pecosas de una fruta, pero .y Aurora?
La podria reconocer por la cicatriz que debe
llevar en una pierna, de resultas de una caida.
Creo que fue en la huerta. Aurora habia subido
a un manzano y me prometia un fruto; en vez de
dejar caer la manzana se dejo caer ella, distraida.
No recuerdo mas. Supongo que seran las
nueve, cuando menos. El reloj lleva mas de una
hora de no sonar. !No vaya a tocar la media
hora! .Debo levantarme? .Debo esperar a que
el criado que me senalo anoche esta recamara
venga a llamarme? Lo mejor sera que me levante.
Abrire la ventana, mirare el jardin. Tendre
tiempo de arreglarme con cuidado y, si es temprano,
recorrere sin ruido la casa. Me decido.
A tientas, tropezando con la silla que se interpone
siempre, llego a la ventana, doblo las maderas
y hago subir el transparente de tela opaca
que produce una fuga de erres. La moldura de la
ventana enmarca un trozo de jardin. Separo las
vidrieras. Entra un aire tibio de sol que me da
la hora aproximada: antes de las nueve, despues
de las ocho.
En los arboles, el follaje parece humedo. En el
prado, brilla el musgo. Desde el balcon domino un
ala de la quinta. No es tan grande el parque que
no lo pueda recorrer de una sola vez; tendria
que descansar en el campo de tenis que desde
este segundo piso parece un libro de lujo abandonado
en un divan de terciopelo. Pienso en mil
cosas de Harvard que doblan mi cabeza sobre el
hombro pero que no me hacen suspirar. Quiero
distraerme. Miro el cielo de tela azul restirada,
sin adornos.
De pronto, una golondrina atraviesa el aire,
ciega como una flecha que no sabe donde queda
el blanco.
Pero la golondrina ha vuelto a aparecer. Toca
el suelo, va, vuelve y, antes de partir para siempre,
firma con una rubrica antigua, infalsificabie.
Sonrio.
Advierto que estoy en pijama y que pronto
saldran los criados a sus quehaceres. Vuelvo a
la media sombra del cuarto y me asomo al espejo
del tocador. Su luz me traiciona un poco,
alargandome. Ya nos acostumbraremos los dos
a vernos. Repaso con el dorso de la mano, distraido,
las mejillas erizadas de pequenas puntas.
Tendre que rasurarme. El agua fria reanima, aleja
de las preocupaciones, del lugar. La navaja en
la mano, frente al espejo, brota la misma melodia
traviesa que acompana siempre la faena, entre
la jabonadura y el resbalar de la gillette por el
cuello. Es tambien el pretexto insensible para recordar
a Ruth que la preferia y bailaba con una
ligereza increible al grado que, al acompanarla,
cuando ella cerraba los ojos, tenia yo la impresion
de que desaparecia y de que, al no sentir su
contacto, danzaba solo entre todas las parejas,
haciendo el ridiculo.
A Ruth la queria cuando escuchaba las promesas
que yo le vertia al oido y que ella sabia
que olvidariamos los dos la misma tarde. Al
oirme, sus ojos se enternecian fijos en algo que
seguramente no miraba. Ahora pienso que esta
americana romantica me sustituia entonces en
la imaginacion por Jack o por Frank, a quien
adoraba cuando no estaban a su lado.
Escribire a Ruth y pronto tendre cartas suyas
y fotografias que la mostraran risuena y libre
en su jardin, o con los anteojos de cristales sin
aumento que se pone al llegar a la Universidad
para entrar en caracter.
No la quise. .La quiero? Soy tan debil que
ahora creere que la quiero. Sus cartas, trazadas
con mano segura, parecen largo tiempo meditadas.
Sin embargo, yo se que las escribe con la facilidad
que da una costumbre larga. A pesar de
todo, me haran dano. Le escribire sin darle mi
direccion... pero entonces, si palidece, si adelgaza,
pensara que palidece, que adelgaza por amor.
Hasta para regresar a la patria es triste partir
de un lugar en el que, si todavia no nos sucede
algo importante, presentimos que un dia u otro
sucedera. Asi en Harvard. !Y quien sabe si lo mas
hermoso de esa vida era que no llegaba nunca el
acontecimiento que se anunciaba todos los dias!
Insensiblemente, mientras pienso, he acabado
de vestirme. Enciendo un cigarrillo que endulza
mis recuerdos con su perfume conocido.
En la pieza contigua el reloj suena, imperioso,
las nueve.
Los ruidos que escucho en el pasillo me dan
confianza. Salgo.
Apoyado en este barandal, miro el cuarto de
estudio tapizado de un verde sombrio. Un cortinaje
le sale al paso a la luz que salta por la
unica ventana. La penumbra de esta habitacion
debe ser deliciosa al mediodia y a la hora de la
siesta. Bajo la escalera lentamente, con miedo
de encontrar a alguien, con ganas de encontrar
a alguien. Al pisar los tapetes blandos, como
de musgo, comprendo que va llegando la hora de
preparar frases de saludo, cortesias, preguntas,
respuestas.
Se alza una cortina e irrumpe, si, irrumpe,
una joven que me abraza de pronto, sin darme
tiempo de sacar las manos enguantadas en los
bolsillos. Detras de ella se asoma, timida, otra
joven tan parecida a la primera que pienso si no
habra en el estudio un espejo que corrija a la jo ven
impetuosa su abrazo. No hemos dicho una
sola palabra, al pronto.
Las he abrazado con el remordimiento de no
sentir mucha emocion. Mi prima mas atrevida
quisiera decirme algo, llamarme por mi nombre,
pero se ha quedado pensativa y yo adivino que
en este momento lo olvida. Mientras esto pienso,
oigo una voz lenta y segura que me aviva al oirle
decir:
.Que grande estas, Julio.
Hay tal aplomo en estas palabras que yo comprendo
al punto que con esta otra prima tendre
que ser formal.
.!Ah si, Julio, que grande estas! .repite la
primera joven pensando en voz alta las primeras
palabras.
Voy a contestarles algo, a decirles que ellas
tambien han crecido, y que, ademas, han crecido
hermosas; pero la cortina del fondo se ha
movido con majestad. Aparece entonces una
senora que yo reconozco al instante; avanza
con firmeza arrastrando su bata verde seco
que yo al principio creo que es la cortina que
se ha enredado a su cuerpo y que la hara caer
si da un solo paso mas. Me tiende la mano
que yo beso, y me expresa su contento con los
ojos. Apenas mueve la boca al hablar.
La conversacion se ensarta mal. Ya me han
hecho algunas preguntas que yo he contestado
con otras. Tres veces me han preguntado cuantos
anos tengo. Tres veces he contestado improvisando
la cifra. Ni mi tia ni mi prima impetuosa
han advertido que las tres ocasiones he dicho,
torpemente, distinto numero de anos. La prima
serena sonrie bondadosa.
.Aurora? .Susana? Para salir de mis dudas
atrevo una pregunta, sin mirar fijamente a ninguna,
entrecerrando los ojos para advertir el
efecto.
..Te acuerdas, Aurora, cuando caiste del
arbol, en la huerta de la senora Lunn?
Pero las jovenes, como si se hubieran propuesto
burlarme, me han lanzado simultaneamente
los dardos de sus preguntas: ..Dejaste
alla una novia?
..Te quedaras en Mexico siempre?
Mi tia mueve cuidadosamente la cabeza, compadeciendome
con su sonrisa delgada. Empieza
a hablar en una manera de monologo que sienta
bien a su altivez, pero que no incita mi atencion.
Entre tanto, la observo. El luto de su esposo no
lo conserva sino en los cabellos. Se acaricia las
manos como para convencerse de que su piel es
todavia hermosa, tersa. Mientras habla, lleva la
mano a su tocado y me mira para que yo advierta
sus cabellos negros, de un negro increible.
Olvida que hace diez anos era yo quien la surtia
de pintura.
Por fin, en el comedor, salgo definitivamente
de la duda. Mi tia ha hecho una recomendacion
a Susana, llamandola en voz alta. En seguida llamo
a Aurora por su nombre cuando ella indica
con su grave confianza el sitio que me corresponde
en la mesa.
Hay un anticipo del otono en el tapiz naranja
maduro del comedor, que me hace divagar desatendiendo
las atenciones de Susana y dejando
sin respuesta las sonrisas interrumpidas de Mme.
Girard. Me repongo y hablo interminablemente,
satisfaciendo sus cuestionarios, aventurando algunas
preguntas que pronto tendre que volver a
formular porque no consigo grabar las respuestas.
La luz, dorada afuera, se tamiza suavemente
en los cristales y en las cortinas de ligera cretona.
Al levantarnos para salir del comedor, no podria
asegurar si he desayunado. En cambio, puedo
decir con certidumbre que mi prima Susana,
que no ha dejado de verme el rostro un instante,
solamente me ha escuchado de vez en cuando;
y que Aurora, a quien he sorprendido haciendo
saltar los ojos aqui y alla, sobre los frutos de la
naturaleza muerta o sobre los dragones del jarron
chino, no ha dejado pasar un instante sin
escucharme.
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