jueves, 28 de enero de 2021

I. Correr el tupido velo . PILAR DONOSO. (FRAGMENTO).

 


I. Correr el tupido velo

 

 

Washington DC, viernes 23 de abril de 1993

Cuaderno 63

Novela sobre cartas literarias.

Muere un escritor. Queda la hija solitaria worshipping at his shrine, carta de la Universidad de Princeton diciéndole que tienen un paquete de cartas y diarios íntimos que su padre había depositado en sus manos. Ella se extraña porque creía que se habían vendido hacía mucho tiempo, para comprarle la casa cuando se casó. Los vende ahora por el buen precio que le indican y acepta la proposición de un biógrafo para hacer la biografía concentrándose en los papeles. Ella se olvida de este permiso. Los papeles le parecen demasiados, demasiado difíciles de leer y referente a gente que ella no conoce ni le interesa. Su hijo va al pueblo y compra el libro. Se sienta bajo un árbol a leer. Se horroriza. Los secretos más nefastos sobre el abuelo admirado. Se enfrenta con su madre sin decirle nada. Ella adivina lo de su padre con lo que nunca quiso enfrentarse, lo que ha oído murmurar y ha olvidado. No lee el libro. Toma el auto y una pistola para ir a asesinar al autor. El auto choca. Descubren que ella se ha pegado un tiro con el auto a toda velocidad porque no puede soportar lo que sabe.

Esta novela, la de los papeles, sucede en Valparaíso o en Viña del Mar o Cachagua.

Es el diario de vida que cuenta el reverso de todo lo que todo el mundo sabe sobre él, pero sin jamás nombrar el pecado.

José Donoso.

 

Verano de 2006

Sentada en el bow-window de la casa de mi suegra, en Cachagua, descansan sobre mis rodillas seis de los sesenta y cuatro tomos de los diarios de mi padre. Tengo miedo. Los observo, calculo su peso, los hojeo a la rápida y reconozco la letra de hormiga. Intuyo lo que pueden contener, la posibilidad de encontrar las divagaciones, revelaciones de una mente creadora que explora las angustias profundas del alma y que en esas páginas, a las que debo enfrentarme, hay un mundo paralelo, oscuro, oculto, cercano al mundo de la muerte.

Los hojeo y finalmente decido aventurarme en su lectura, aunque tal vez luego me arrepienta: creo en el olvido como parte de la supervivencia.

Después de más de diez años de ausencia no ha sido fácil descubrir, reconocer, aceptar y negar sus huellas en mi vida. No es solamente el dolor que conlleva la pérdida de la persona amada, es también el encuentro con lo desconocido, con lo oculto, lo que está detrás del ser humano. La mirada de una hija enfrentada a la verdad..., si es que existe una verdad. Pero sí es el comienzo de una nueva historia, del encuentro de una nueva persona y el desmoronamiento de una historia anterior, que no necesariamente invalida la imagen que conservo, sino que le da una nueva mirada, más compleja, más amada y más odiada.

 

Este proyecto es un intento de novelar su propia vida después de su muerte, ya que al parecer he logrado zafarme del fatal destino que él me asignó en su diario el 23 de abril de 1993. Aunque nadie sabe si uno es realmente un personaje y ese designio es insalvable.

Dudo también de que la historia que yo escriba sea, en realidad, la proyección de la que él quería que yo contara. ¿Pero importa? Tengo tanto que decir sobre él, sobre mi madre, sobre mí misma, para rescatar del olvido.

Como hija, soy protagonista de muchas versiones noveladas de la memoria creativa de mi padre: soy mala, adorable, acusadora, ladrona, abnegada, asesina, ajena, protectora, cruel, generosa, lapidaria, madre y muchos roles más que se entremezclan en una relación amor-odio más allá de lo comprensible. Sigo pasando las páginas de los diarios y, por momentos, decido no continuar, pero se vuelve una necesidad; quiero saber más, meterme en esa mente atormentada por la paranoia y el miedo a ser descubierto. Es aquella dualidad que demuestra al esconderse y al dejar estos manuscritos para finalmente ser descubierto, o bien manipulando al escribirlos para crear la imagen premeditada que quería que conservaran de él, amparado por la inmutabilidad de la muerte, fuera de todo juicio e incomprensión; inalcanzable para su mayor temor: el rechazo.

Abro otro cuaderno y contengo por un momento la respiración. Cada página es un encuentro con emociones complejas, disímiles. Su lectura me exige una mirada global; no dejarse llevar por la emoción que me despierta; esperar, leer todo y no desistir.

Mi padre plasmó en sus sesenta y cuatro diarios (su última anotación es de 1995) su lado más oscuro. En ellos muestra ciertas aristas de su personalidad que yo y creo que casi todos ignorábamos, aunque de algún modo intuíamos: un mundo interno de complejidad sin límites.

Detallo aquí distintas citas que deben ser entendidas, más que como un hecho en sí, como el devenir de una mente en contradicción constante, pues la validez de cada idea muta, se transforma e incluso se anula hasta desvanecerse por completo.

En la primera página del cuaderno cincuenta y nueve, en letra muy grande, se encuentra la siguiente advertencia:

Se perdió por desgracia el cuaderno cincuenta y ocho que tenía medio escrito y temas muy importantes. Comprado en Davis, USA, en 1989 (California).

Creo que me lo robaron durante mi enfermedad, en la clínica, y tengo una idea, creo que bastante clara, de quién me lo robó. Hice ponerle candado a mi estudio, pero puede ser «too late» porque la ladrona tiene libre acceso a mi casa.

Esta frase denota su rasgo de personalidad más evidente: la paranoia.

Con los años irá en aumento.

 

Santiago, 30 de marzo de 1990

Acaba de venir Pilarcita, me acompañó media hora, obsesivamente hablando de sí misma. Pero me gustó estar con ella, me produjo placer; creo que, en esta etapa de mi vida, la amo, que es la única persona en el mundo a quien amo realmente y a quien estoy profundamente ligado, que siento mía, yo de ella, pero sin que me permita para nada invadirla, aunque a mí ganas no me faltan, ni ella tiene necesidad de invadirme a mí. Hay que hacer reservas para cuando realmente la necesitemos —por salud— y dependamos mucho de ella.

 

Toronto, Canadá, 17 de noviembre de 1991

Hablamos hoy con la Pilarcita. El ser que más he amado en toda mi vida. ¿Raro, no? Raro que me parezca raro. Y no me gusta nada el libro. Latoso. Beige de Bruce Chatwin In Patagonia.

Soy objeto de su amor, pero en otros momentos tomaré el papel antagónico. Voy a tener que debatirme entre estas contradicciones a lo largo de la lectura de todos sus diarios.

He sido una persona que, por lo general, me he protegido y, al mismo tiempo, me ha costado descubrir quién soy realmente. Mi realidad ha sido crecer bajo la sombra de un gigante. Eso hace que la tarea se torne muy difícil, además de ser objeto de una construcción premeditada de una realidad o personaje según la ficción de mi propio padre. El hecho de no tener un origen biológico conocido hizo que él fantaseara sobre esto y me criase haciéndome sentir un ser marginal, aunque siempre tratando de transmitirme los beneficios de ser «distinta». Era su propia disolución entre el ser marginal que llevaba dentro, junto al burgués convencional que, a pesar de su creación literaria, creía ser o estaba condenado a ser.

¿Habré querido alguna vez ser «distinta»? ¿Tuve la opción de no serlo? ¿Fui un personaje dentro de su vida del que aún no salgo?

Luego vendrá una larga etapa —por lo menos tres años— en que yo, su hija, seré el centro de sus obsesiones, de sus delirios de persecución, de su monomanía. Para mí esto ha sido una verdadera sorpresa. Siempre se mantuvo como padre cariñoso, comprensivo, aunque lapidario frente a mis decisiones, pero siempre presente, al fin y al cabo. Detrás, sin embargo, se escondían miedos, rencores, odios, frustraciones. Al enfrentar cada página, cada párrafo, cada línea, debo recomponer nuevamente las piezas rotas, una y otra vez, para encarar la siguiente.

Este es el reflejo de sus obsesiones respecto del dinero:

Navidad habitual familiar, esta vez en casa de Pablo y la Lucha. Miles —demasiados— de regalos, totalmente de sociedad de consumo, una locura. Temor horrible por la relación de Pilarcita con el dinero —el mío— y su relación viciada con el Toby. Algo muy malo puede suceder y no dejo de tener miedo. ¿Por qué me mintió para sacarme mil quinientos dólares? ¿Quiso comprarse al Toby con mi dinero? Peligroso y angustiante, y puede acabar muy mal. Pero puede ser, también, suspicacia de parte mía, y que la Lucha esté dispuesta, como yo, a soltar otros mil quinientos dólares para completar el estudio de posgrado del Toby.

Otro episodio:

Hoy ha sido un día terrible. La Pilarcita llegó de la consulta de su doctora con la noticia de que tendrá que hacerse un tratamiento carísimo para tener niños. Además de los mil quinientos dólares que acabo de darle, debo darle como doscientos mil pesos mensuales para su tratamiento. Debo decir que me asusté con la perspectiva y se lo dije, lo que me dejó muy culpabilizado, y a ella llorando y desprotegida. Temo que esto no sea más que un modo para engañarme y para sacarme plata, pero sé que no puede serlo, y que su angustia por tener familia —otros hijos— es real. La verdad es que yo mismo se lo decía cuando se casó, que debía tener mucha familia propia, ya que como ella misma dice, no tiene lazos de sangre con nadie más que con la Natalia. Me desespera verla llorar por algo tan real. Y me desespera tener las prevenciones y los temores que con respecto a ella suelo tener.

Sigo pensando —a pesar de que al decirlo herí profundamente a mi hija— que no tiene por qué angustiarse por tener una sola hija. Pero el asunto está en que la pobre niña se siente sola sin más hijos, desprotegida, y que si se gasta todo lo que hay ahora, cuando yo me muera, lo que no veo como muy distante, no va a haber dinero con el cual ella misma se pueda proteger. En todo caso, mi hija está sufriendo por algo que María Pilar necesariamente tiene que conocer y que la hace empatizar con la niña. Yo la llamaré por teléfono para pedirle perdón. Y en la hora de las preguntas y recriminaciones, que necesariamente vendrán, no sé, claro, cuál va a ser su venganza, y cuál su manera de crucificarme... si en realidad tiene que hacerlo.

¿Será esta biografía mi venganza? ¿Será una manera de mostrarle al mundo quién era o quién podía llegar a ser? No. No lo creo. He logrado rescatar tantas cosas suyas, su inteligencia, su agudeza, su visión, su humor, su ironía, su entrega y su amor. Pero siempre me quedará la duda —y supongo que al lector también— de si lo que plasmó en estas miles de páginas de sus diarios es «él» o su propia ficción sobre sí mismo.

Desaparece un cheque de ciento cincuenta dólares y vuelve a sospechar que yo lo he robado. Son sus «tincas» respecto de mi falta de honradez con el dinero. Siente que si él tuviera fuerza y tiempo, tomaría todas las finanzas de nuevo en sus manos y así ya no tendría esas horribles ideas que le quitan el sueño. La verdad es que yo me hacía cargo desde los dieciocho años de las finanzas de la casa de mis padres: ir al banco, depositar, llevarles dinero o pagar sueldos. Me dieron un poder sobre sus cuentas corrientes, por conveniencia o más bien por comodidad, pues todo lo práctico se les hacía imposible de sobrellevar.

Admito que durante los primeros años, cuando estaba recién casada —a los diecinueve años—, eché al carro algunas cosas de más cada vez que les hacía las compras en el supermercado: algo de leche, arroz... Sentía que, de algún modo, aquello era un pago por ese trabajo tan tedioso que era realizar los mandados de una casa que ya no era la mía, pero de ahí al robo... Duele pensar que mi padre creía que yo era una especie de amenaza, de enemigo puertas adentro.

Cada día que pasa siento más temor a la Pilarcita. ¿Por qué? ¿Es pura obsesión mía, pura paranoia? Temo que nos vaya a desvalijar, a dejarnos en la calle, que por un terrible y oscuro principio de agresión nos vaya a hacer daño, su impulso por hacernos daño, que viene junto con el principio de desvalorizarnos para valorizarse, para lograr valorizarse ella, que se odia a sí misma, que no logra verse como un ser humano valioso. Horror. Todo es temor y horror. Todo es desvalorizarme: ya me doy cuenta de que es neurosis mía y paranoia, pero el dolor es idéntico a que si yo pudiera estar seguro de que no nos odia, que nos ama. Este odio que siento de ella es nuevo, sobre todo su odio por mí. Pero debido a sus orígenes —no genéticos necesariamente, sino más bien psicológicos— siento que tiene que ser una persona terriblemente confundida, con la identidad terriblemente deteriorada. Y no sé qué hacer, quizás las cosas mejoren con el nacimiento de su nuevo hijo, pero también su propia inseguridad puede crecer, y con ello crezca su necesidad de depredarnos y hacernos daño de cualquier manera que pueda o se le ocurra hacerlo, porque tiene causa, se dirá a sí misma, de más para hacerlo, incluso para el crimen.

Sí, sí, no puedo sufrir tanto, tengo que aceptar que todo puede no ser más que pura imaginación mía, pura paranoia, y nos ame y quiera nuestro bien. ¡Pero por Dios, qué difícil debe ser ella, pobre criatura, y cómo debe sufrir, y los venenos que tendrá adentro!

¿Adónde voy a esconder este cuaderno para que nadie me lo encuentre? Es urgente hacerlo, pero ella se ha metido en todo lo mío, todo lo mío me lo ha sacado, se ha metido en mi caja chilota para sacarme papeles —la mayoría referentes a ella, es cierto, ¿pero si los quería por qué no me los pidió?— de todas clases y ya no me queda nada. Me pregunto si no es ella la que me quitó el otro cuaderno gemelo a éste. No sería imposible que así se hubiera enterado de cosas de mi vida que yo quería que permanecieran en la oscuridad, o por lo menos lejos de su mirada tan perturbada.

Es increíble lo fea que se ha puesto y cómo se enfeece con ese peinado y su colorido. También una agresión en contra de sí misma y en contra de mí o de nosotros.

De repente, debido a mis obsesiones, se me ocurre que se me puede estar produciendo un Alzheimer.

A veces se me ocurre que María Pilar puede tenerlo, por lo repetitiva y obsesiva que se ha puesto, en realidad siempre lo fue, pero he notado que ahora último está muchísimo peor en este sentido y esta es justamente —la nuestra— la edad en que el Alzheimer se suele producir con mayor frecuencia.

No me puedo quedar dormido. Voy a seguir leyendo a Bruce Chatwin a ver si logro conciliar el sueño.

Nueva página donde intenta analizarme:

Me pregunto si la voracidad, la crueldad de Pilarcita con todo lo que sea plata no sea más que una forma de temor: robos, la prosperidad de «otros» chilenos, la decadencia y vejez nuestra; sí, sin duda es una forma de miedo, un deseo de dibujar su silueta incompleta con lo material que le hemos aportado, un huir fácil —y muy difícil— de todo lo que sea decadencia, vejez, simbolizado en nosotros, en la fragilidad de mi salud, en las depresiones de María Pilar. Prometerle más para más adelante. Ni un poco de ternura. No veo nuestra vejez apoyada por ella. Miedo a las borracheras de María Pilar. Miedo a la leyenda negra sobre mí que le puede haber llegado desde más de un lugar o dirección: Iván Vial, los Donoso Larraín, tantos otros voceros. ¡Pobre hija mía! ¡Pobres de nosotros, viejos y pobres y en sus manos!

Tenía un gran miedo a que yo lo descubriera... pero nuevamente estaba su contradicción al dejar su vida plasmada en tinta.

Un día desaparece un sobre lleno de fotografías antiguas y supone que he sido yo quien me las he llevado sin ninguna explicación. Todo le parece como su cuento «Átomo verde número cinco»:

¡Qué extraña sensación de explotación! Tampoco pude encontrar mi escobilla de dientes amarilla, y ni un solo tubo de pasta dentífrica en la casa.

Mi padre está viviendo por esos años un largo período de «seca literaria», asume que, en parte, se debe a que yo le ocupo todos sus pensamientos y está, según él, profundamente paralogizado, espantado, perturbado por los asuntos con respecto a mí y que por eso no escribe.

Habla con Hugo Rojas, su psicoanalista, sobre el tema. Rojas le recomienda que yo «aparte» las cosas que son mías, o a las que yo creo tener derecho, porque ellos nunca me han dicho «esto es tuyo» y «esto es mío», sino «todo es nuestro», pero a él le parece una manera elegante de decir algo feo:

¡Qué confusión de vida! Veo algo patológico en ella, la compulsión, sobre todo, con la que no tiene medida. Un momento muy tenso de mi vida, otro más que María Pilar no comparte como tal, sino que se encierra en su optimismo, en su capacidad de anular todo lo que no sea agradable, que es una de las cosas que más me separa de ella y menos me gusta. Está leyendo a Clarice Lispector, muy fascinada, lo que es positivo, me parece a mí, porque Lispector no es lectura fácil.

Yo seré por mucho tiempo el motivo de sus obsesiones y de los reflejos de sus propios fantasmas que lo acechan más y más a medida que envejece: el tema económico, su trabajo que cada día se le hace más pesado y que le exige un gran esfuerzo. Sigue escribiendo:

¿Recordará a José Ramón, Pilarcita? ¿Lo equiparará con Luis Morales Bellet, por ejemplo? No creo. Todo lo que tiene relación con el pueblo (Calaceite) conserva para ella un ámbito afectivo, de pureza, del paraíso perdido, aunque bien sé que, como la insultaban por ser adoptada, fue cualquier cosa menos un paraíso. Yo sé que sufrió mucho, cómo sufrió en Sitges debido a la estúpida de la Pili Conde, que le contó a todo el mundo que mi hija es adoptada y se reían de ella.

Como he dicho, lo extraño de todo esto es que mi padre nunca me hizo sentir nada de lo que veo reflejado en sus diarios. Menos, que llegaran a tal punto tanto sus persecuciones conmigo como la importancia que yo tenía para él en los períodos positivos, reflejo de un amor incondicional.

Tengo todo el cuerpo —toda el alma— adolorido y no me queda fuerza para nada. ¿Cómo voy a escribir con un drenaje tan importante y doloroso de todas mis fuerzas interiores, de todos mis recursos? No puedo. Creo que lo único posible es vivir fuera de Chile, fuera del alcance de la Pilarcita y de su maledicencia. ¡Maldito el día en que se me ocurrió regresar de España! ¿A qué, para qué? Es bien poco, fuera del dolor, lo que obtengo de vivir aquí. Esa gloria literaria, esa paternidad literaria que María Pilar estima debiera ser mi mayor recompensa, no significa absolutamente nada para mí al enfrentar todos los demás problemas.

En 1992 quedé embarazada de mi segunda hija, Clara. Concebirla fue muy difícil para nosotros: cuatro años de tratamientos de fertilidad bastante traumáticos y costosos. Para mi padre no existía, o no quería ver, esta nueva realidad. En diarios posteriores jamás menciona a su segunda nieta, sólo a Natalia, la primera, con quien creó cierto vínculo.

Creo que cuando regrese la Pilarcita la voy a confrontar con su falta de amor por nosotros. No sé si habrá pasado ya su tercer mes de embarazo y por lo tanto la guagua esté firme y pueda recibir un choque emocional. Espero que sí. Lo que sí voy a hacer en cuanto llegue es sacar cuentas junto con ella y, ahí, interrogarla. Va a ser doloroso pero tengo que hacerlo para aclarar la atmósfera. Que este silencio es un grito de guerra de su parte —la causa es que yo me he dado cuenta de sus sinvergüenzuras— no me cabe la menor duda, pero que tiene una compulsión depredadora conmigo, o con nosotros, y que es invasora y que nosotros no contamos para nada, y además de quitarnos una cosa detrás de otra, y de rechazarnos una cosa detrás de otra, nos invade, ocupa nuestro lugar, nuestro espacio, sin consultarnos; es decir, es otra manera de depredarnos, de desvalijarnos.

Respecto de su enfermedad, siente que no lo apoyo, que no me voy a hacer cargo cuando envejezcan, o bien de mi madre, en el caso de que él muera primero. Nunca fue así. Desde muy niña intuí que estos seres, en cierto modo frágiles, etéreos, creativos, veían lo práctico como algo inentendible. Asumí, siendo muy pequeña, el rol de madre de mis padres. Una vez, ya viejo, me dijo:

—Tú has sido más madre mía que yo padre tuyo.

De modo que con esta incertidumbre ante su propia vejez, escribe:

La Pilarcita —a mí, por lo menos, a quien le resulta más difícil sacarle plata que a María Pilar— no me quiere mucho. In fact, que me desprecia. Pero también es verdad que esta sensación la tengo con casi toda la gente que conozco y a quienes aprecio.

Mi padre teme reencontrarse conmigo después de las vacaciones de verano de 1992, en las cuales me mantuve distante emocionalmente para así conservar mi propio mundo. No quería ser invadida por sus constantes requerimientos y exigencias, aunque en su caso el reencuentro no fue lo esperado:

Llegó la Pilarcita, fea, narigona, ha engordado (está de cuatro meses), se peina mal, pero estaba simpática y me pareció increíble pensar lo que he pensado de ella estos últimos días. La Natalia, encantadora, y el Toby, inerte. Yo, bastante sordo. Le leí Alicia en el país de las maravillas a mi nieta, que es demasiado pequeña para ese libro y, sin embargo, se tendió conmigo por lo menos media hora para oírme traducir. Agradable, la quiero.

Como ya he dicho, él me pidió directamente que escribiera su biografía. El modus operandi era que nos sentáramos en su estudio largas horas para que yo grabase lo que él contaba. Era una conversación absolutamente guiada por él, diciendo lo que quería que pasara a la posteridad, jamás con franqueza ni mostrando sus flaquezas ni con la mirada hacia la realidad. Su idea era que yo escribiera lo que él me decía y nada más. Creo que él nunca imaginó que yo sería capaz de emprender este proyecto como lo estoy abordando ahora. Supongo, además, que me pensaba incapaz de embarcarme en la lectura de sus cuadernos como en la historia que esbozó: Los papeles le parecen demasiados, demasiado difíciles de leer...

De hecho, encuentro este comentario al respecto: Pilarcita, eternamente limitada de mente.

Su obsesión conmigo no termina ahí: también duda de mi impulso por ser madre; piensa que sólo me he embarazado por segunda vez, después de largos tratamientos, para probarme a mí misma que «puedo» y que una vez que lo he logrado no me cuido porque, en realidad, el niño no me importa nada ni la maternidad tampoco; que no me gustan los niños como, según él, yo admito.

Juicio lapidario, como siempre. Cree, además, que mi matrimonio no va a durar nada. Pero luego se contradice y señala que es mejor que tenga más hijos, pues hasta ese momento sólo tengo consanguinidad con mi hija Natalia; piensa que estoy muy sola y por ello debo conformar una familia grande.

En una carta llena de amor, cuando está pasando una temporada en Washington, invitado por el Wilson Center, me reconoce parte de sus paranoias y lo cruel que fue conmigo antes de partir: dudaba si dejarme o no a cargo de las finanzas de su casa.

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