domingo, 25 de agosto de 2019

Keats, Stevenson, Emerson, Melville, Whitman, Quevedo, Samuel Butler, Johnson, Wordsworth, Scott Fitzgerald etc. Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.


Sábado, 2 de julio. 1960.
Come en casa Borges. Leemos cuentos para el concurso.
BORGES: «Cuántas formas del error». De un cuento: «Con qué minuciosidad
y complejidad explica cosas desprovistas de toda importancia».
BIOY: «A veces pienso que, aunque la hayamos olvidado, la literatura
francesa obra todavía en nosotros. Quizá sea la que más ha formado
nuestro juicio y nuestro gusto». BORGES: «ES claro: continuamente leemos
literatura inglesa, pero no la leemos como ingleses, sino como franceses;
los ingleses no dan importancia al oficio, ni a la maestría técnica.
¿Hay en todo Keats ocho líneas comparables al "Requiem" de Stevenson?
Sin embargo, en las Historias de la poesía inglesa no hay una línea sobre
el "Requiem". Dan tal vez importancia a lo escrito con emoción. Habría
que escribir una Historia del gusto, o de la apreciación de los méritos, en
literatura.
¿Qué gusta a los ingleses? Emerson, por ser un poeta inteligente,
no gusta. Hugo no gusta en Inglaterra. Tal vez los poetas o escritores
que los países eligieron para que los representen no se parecen a la
idea que uno tiene de la gente del país. Goethe, sin afición por la música,
sin capacidad para el pensamiento abstracto: llegó a decir que la lectura
de Kant en ningún momento lo mejoró. (Es claro que la gente no da importancia
a los méritos intelectuales, sólo cuentan los morales: por eso
tienen prestigio los vascos.) Shakespeare, con su irresponsable elocuencia,
parece un sinuoso judío italiano, jamás un inglés; nada de understatement,
nada de la pasión inglesa por el mar: hubiera sido peronista. Cervantes
parece menos español que el adusto y fanático Quevedo. Dante no
corresponde a la idea corriente del italiano. ¿Quién es muy inglés? Samuel
Butler, Johnson, Wordsworth, quizá.
(...)
Considera a Scott Fitzgerald un escritor sin importancia y reprochó
al profesor adscripto que lo pusiera como tema de estudio. BORGES: «Los
muchachos no sabrán nada de Emerson, ni de Whitman, ni de Melville,
pero habrán analizado el Gran Gatsby».
***
Domingo, 3 de julio.1960.
 Come en casa Borges. Leemos los cuentos del
concurso. Leo páginas de las Memorias de Baroja, que le agradan. Dice
que Baroja no cae en la superstición de imaginar que la época de su juventud
fue maravillosa. Después agrega: «Pero hay que ser vanidoso para
escribir un libro así. Hay que creer que todo lo que se refiere a uno tiene
encanto. Y tal vez lo tenga, tal vez todo lo que se refiere a un hombre
tenga encanto, tal vez sea lícito escribir un libro así... Baroja opina; no
inventa teorías ni razona. Creó de sí una imagen dramática —viejo gruñón
y descortés, que dice verdades— y la estimuló. Eso no está bien en
un escritor. Shaw cayó en lo mismo». BIOY: «Kipling, no». BORGES: «No.
Tenía ocupación de sobra con sus invenciones. Todo el tiempo estaba inventando.
Además, su vida privada era su vida privada. Tal vez Kipling alcance
por fin el reconocimiento que merece: a la gente hoy le gustan las
cosas desagradables y las fealdades; Kipling las provee a manos llenas.
¿A Baroja le gustaría Lugones? No. Le parecería un macaneador».
BORGES: «La gente admira a Tennessee Williams, a Saroyan y a ese imbécil
de Beckett, el de En attendant Godot. Qué raro que Shaw haya pasado
casi inadvertido, salvo para el suizo Dürrenmatt».
El sobrino de Alfonso Reyes le contó que éste dejó libros en los que
dice qué piensa de todo el mundo; ahora se publicarán.
***

Martes, 5 de julio. 1960.
Leo cuentos del concurso. BORGES: «¿Para qué nos metimos en esto?
Yo, el año que viene, renuncio. Menos mal que no lo tenemos de colega
a Goethe. ¡Cómo se entusiasmaría con toda clase de imbecilidades! Sería
muy incómodo»
***

Miércoles, 6 de julio. 1960.
 Come en casa Borges. Leemos cuentos para el
concurso. Me refiere el homenaje a Supervielle, en la Facultad de Derecho:
«Resultó un homenaje bastante provincial; hablaron unas diez personas,
un ratito cada una. Guillermo de Torre y Alberti estuvieron,
cuándo no, largos. Guillermo, anunciando que sería un poco largo —je,
je—, se sentó y luego leyó un artículo suyo publicado en un diario, un artículo
con salvedades, con distingos, con matices; Alberti recordó unos
días inolvidables que él con ese otro idiota de Altolaguirre pasaron en la
quinta de Supervielle en Oloron-Sainte-Marie, traduciendo —¿para pagar
la pensión? ¡cómo los envidia el oyente!— poemas de Supervielle,
que éste les suministraba a manos llenas; traduciendo ante el ojo vigilante
y exigente del anfitrión.

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