lunes, 11 de marzo de 2019

Cómo se escribe una novela negra (¿Se puede freír un huevo sin romperlo?) Mariano Sánchez Soler


Cómo se escribe una novela negra (¿Se puede freír un huevo sin romperlo?)
Mariano Sánchez Soler

Aunque, como autor, he reflexionado poco sobre el acto creativo y sobre la técnica narrativa
que utilizo al escribir mis novelas, me veo en la obligación, debido a las intensas pesquisas
realizadas desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de mostrar la flor de mi secreto:
cómo se escribe una novela negra. Bien, la suerte está echada. Como dijo Jack el Destripador:
«Vayamos por partes».
1. La búsqueda de la verdad. Si el objetivo de cualquier aventura, de cualquier creación
artística, es la búsqueda de la verdad (y si no, que se lo pregunten a Alonso Quijano), la
novela negra es la expresión más nítida de esta indagación literaria. Su objeto narrativo nace
de la necesidad de desvelar un hecho oculto/misterioso que nos mantiene sobre ascuas. A
través de sus páginas, el autor se propone, además, desentrañar el impulso escondido que
mueve a los personajes y que justifica la existencia del relato desde el principio al fin.
2. La intriga: del quién al cómo. Una novela negra debe escribirse con esa voluntad de intriga,
de revelación; cada capítulo, cada página, tiene que conducir al lector hasta la conclusión final
sin concederle el más mínimo respiro. Sin embargo, a diferencia de la novela rompecabezas
clásica (Christie, Conan Doyle...), que cimentó la gloria de la novela policíaca desde los
inicios de la era industrial, en la novela negra escrita a partir de Hammett, con la corriente
hard-boiled (duro y en ebullición), tanto o más importante que saber quién o quiénes
cometieron un hecho criminal es descubrir cómo se llega hasta la conclusión. Ahí está
Cosecha roja, del gran Dashiell, cualquiera de las novelas de Chandler o el Chester Himes de
Un ciego con una pistola como ejemplos del cómo. También es importante el por qué, aunque
su respuesta puede resultar secundaria en una sociedad como la nuestra, en la que, como todo
el mundo sabe, es más rentable fundar un banco que atracarlo.
3. La acción esencial. Si en la definición clásica de Stendhal «una novela es un espejo a lo
largo de un camino», la novela negra es una narración itinerante que describe ambientes y
personajes variopintos mientras se persigue el fin, la investigación, la búsqueda. La acción
manda sobre los monólogos interiores, y la prosa, cargada de verbos de movimiento, se hace
imagen dinámica y emocionante. Es un camino urbano, ajeno a las miradas primarias y a las
mentes bienpensantes, donde la creación de personajes y la descripción de ambientes resulta
fundamental y exige al autor una planificación previa a la escritura. Aquí radica uno de los
rasgos esenciales de la novela negra, que la convierte, de este modo, en novela urbana, social
y realista por antonomasia.
4. El argumento. Veamos: aventura indagatoria, intriga, realismo, crítica social, espejo en
movimiento... Sin embargo, como diría Oscar Wilde, para escribir una novela (negra) sólo se
precisan dos condiciones: tener una historia (criminal) que contar y contarla bien. ¿Y qué
debemos hacer para conseguirlo? Antes de empezar a escribir, es preciso tener un argumento
desarrollado, una trama en ciernes, un esquema básico de la acción por la que vamos a
transitar. Saber qué historia queremos contar: su tema central. Después, al correr de las
páginas, los acontecimiento marcarán sus propios caminos, a veces imprevisibles, pero el
autor siempre sabrá hacia dónde dirige su relato. Un buen mapa ayuda a no perderse.
5. Lo accesorio no existe. La voluntad de contar una historia y atrapar con ella al lector
permite pocas florituras y ningún titubeo. Toda la narración ha de estar en función de la
historia que pretendemos escribir. Si leemos 1280 almas, de Jim Thompson, por ejemplo,
descubrimos que el novelista escribió una historia exacta, ajustada, sin ningún pasaje
prescindible. No en vano, es una obra maestra de la narrativa moderna. Es cierto: una novela
criminal puede contener todo tipo de elementos disgregadores de la trama, divagaciones
caprichosas, puede cambiar de espejo a lo largo del camino; pero entonces no nos
encontraremos ante una novela negra, aunque se mueva alrededor de la resolución de un
crimen o se describa un proceso judicial. En la novela negra, como en la poesía, lo accesorio
no existe. Un poema puede ser bellísimo, pero si quiere llamarse soneto tendrá que escribirse,
como mínimo, en endecasílabos. Es una regla fundamental del juego. Lo mismo ocurre con la
novela negra: hay que elaborarla en función de unas reglas (que aquí estoy disparando a
quemarropa) aceptadas a priori por el autor. Y para que sea buena literatura, hay que
escribirla bien.
6. La construcción de los personajes. Cuestión clave: antes de comenzar a escribir, conviene
saberlo todo sobre ellos. Su pasado, su psicología, su visión del mundo y de la vida... Si
conocemos a los personajes principales (y muy especialmente al narrador o conductor de la
historia, si es uno), el relato discurrirá fácilmente, se deslizará a través de las páginas como el
jabón sobre una superficie de mármol y el lector no podrá abandonar el libro hasta el párrafo
final. Para ello se aconseja realizar una biografía resumida de los personajes principales,
como si se tratara de una ficha policial o un currículum para obtener trabajos basura, dos
instrumentos de la vida real muy útiles en la creación literaria.
7. La fuerza de los diálogos. Cuando hablan, los personajes deben utilizar la jerga precisa, sin
abusar, con palabras claves, pero sin caer en un lenguaje incomprensible y cambiante. Vale la
pena utilizar de manera comedida palabras profesionales. Por ejemplo, si habla un policía,
cuando vigila a un sospechoso está marcándole; un confidente es un confite; cuando matan a
alguien, le dan matarile... Cada diálogo cuenta una historia, y muchos personajes que desfilan
por la novela negra se muestran a sí mismos a través de sus palabras. El diálogo es un
vehículo para mostrar su psicología y sus fantasmas. Un ejemplo clásico: Marlowe, en El
sueño eterno, se disculpa ante la secretaria de Brody, a la que ha golpeado:
-¿Le he hecho daño en la cabeza? -pregunta el detective.
-Usted y todos los hombres con los que me he tropezado -contesta la mujer.
8. Documentarse para ser verosímil. Para que el lector se crea el relato que se está contando,
el autor debe documentarse con el objetivo de no caer en mimetismos fáciles (especialmente
cinematográficos). Por ejemplo, en España los jueces no usan el mazo, como los
anglosajones, sino una campanita; los detectives españoles no investigan casos de homicidio
ni llevan pistola (salvo rarísimas excepciones). Hay que conocer las cuestiones de
procedimiento, no para convertir la novela en un manual, sino para no caer en errores de
bulto. La verosimilitud lo exige para que el lector se crea nuestra historia. Hay que saber de
qué se está hablando. Por ejemplo, de qué marca y calibre es la pistola reglamentaria de la
policía española, ¿una pistola es lo mismo que un revólver?, cómo se realiza en España un
levantamiento de cadáver..., y tantas otras dudas que surgen a lo largo de la acción.
9. El mundo del crimen. Si la trama que mueve una novela negra ha de ser creíble, los
métodos del crimen también. La conclusión de un hecho criminal ha de llegar por los caminos
de la razón. En el siglo XXI, los enigmas rocambolescos, los venenos exóticos y las
conspiraciones insólitas han sido reemplazados por la corrupción institucional, las mafias, los
delitos económicos vestidos de ingeniería financiera o el crimen de Estado. Vivimos en una
era post-industrial donde la novela negra es un testigo descarnado de las cloacas que mueven
el mundo, más allá del agente moralizador de la burguesía que campaba en las páginas de las
novelas-enigma tradicionales. Los tiempos han cambiado y no hay retorno posible. El
realismo y la denuncia imponen su rostro literario. Los mejores personajes de la novela negra
actual son malas personas, pero, como diría Orwell, algunas son más malas que otras.
Y 10. Advertencia final: nada de trucos. Poe, en "El doble crimen de la calle Morge",
inauguró el género policíaco y el género negro posterior al crack de 1929, porque, al escribir
esta historia, planteó al lector el juego de descubrir una verdad, en apariencia sobrenatural,
con las armas de la razón, a través de una investigación detectivesca. Esa voluntad del
novelista, esta complicidad con el lector, exige al escritor no hacer trampas en la construcción
de sus historias criminales y plantea, al mismo tiempo, una relación privilegiada con el
receptor de sus novelas. Divertir, entretener, emocionar, escribir para ser leído... ¿No es este
el objetivo de la Literatura? Hay que jugar limpio con el lector. ¡Las manos quietas o disparo!
Para freír un huevo, es preciso romper la cáscara. Siempre.

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