EL
BOSQUE PETRIFICADO
Es
de común observación que las alegorías son tolerables en razón
directa de su inconsistencia y de su vaguedad; lo cual no significa
una apología de la inconsistencia y la vaguedad, sino una prueba —un
indicio, a lo menos— de que el género alegórico es un error. El
género alegórico, he dicho, no el ingrediente o la sugestión
alegórica. (La alegoría más famosa y mejor, Elprogreso del
peregrino, de este mundo a aquel otro que vendrá, del visionario
puritano Juan Bunyan, requiere ser leída como novela, no como
adivinanza; pero si prescindiéramos del todo de las justificaciones
simbólicas, la obra sería un absurdo). La dosis alegórica, en el
film El bosque petrificado, es tal vez intachable: lo bastante ligera
para no invalidar la realidad del drama, lo bastante presente para
legitimar las inverosimilitudes del drama. No dejan de molestarme, en
cambio, dos o tres fatuidades o pedanterías del diálogo: una turbia
teoría teleológica de las neurosis, el resumen (total y
minuciosamente falso) de un poema de Eliot, las forzadas menciones de
Villon, de Mark Twain y de Billy the Kid, para que el público se
sienta erudito al reconocer esos nombres.
Descartada
o relegada a un segundo plano la intención alegórica, el argumento
del Bosque petrificado —la influencia mágica de la aproximación
de la muerte en un grupo casual de hombres y de mujeres— me parece
admirable. La muerte, en este film, obra como un hipnotizador o un
alcohol: saca a la luz del día lo que tienen adentro las almas. Los
personajes son extraordinariamente precisos: el risueño abuelo
anecdótico que ve todo como una representación y que saluda la
desolación y las balas como un feliz regreso a la normalidad
turbulenta de sus años de juventud; el fatigado pistolero Mantee,
resignado a matar (y a hacer matar) como los demás a morir: el
banquero imponente y del todo vano, con su aire consular de prohombre
de nuestro partido conservador; la muchacha Gabrielle que da en
atribuir las costumbres románticas de su mente a su sangre francesa
y sus condiciones de buena ménagére a su origen yanqui; el poeta,
que le aconseja invertir los términos de esa atribución tan
americana —y tan mitológica.
No
recuerdo otras películas de Archie Mayo; ésta (con El desconocido
de Berthold Viertel) es de las más intensas que he visto.
Sur,
Buenos Aires, Año VI, N° 24, septiembre de 1936.
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