domingo, 10 de junio de 2018

Thomas de Quincey. DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES


LITERATURA DE RESCATE.
(Fragmento).
DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES[1]


PRIMER ARTÍCULO


ADVERTENCIA DE UN HOMBRE MORBOSAMENTE VIRTUOSO[2]


La mayoría de los que leernos libros es posible que hayamos oído hablar[3] de una Sociedad para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego Infernal, fundado en el último siglo por Sir Francis D—, etc. En Brighton, según tengo entendido, se fundó una Sociedad para la supresión de la Virtud[4]. Esta sociedad fue asimismo suprimida, pero lamento decir que existe otra en Londres de un carácter aún más atroz. En vista de sus inclinaciones le vendría bien la denominación de Sociedad para el Incentivo del Asesinato, pero, aplicándose un delicado ενΦημισηός, se llama la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos. Sus miembros se precian de su curiosidad por todo lo relativo al crimen, de ser amateurs y dilettanti de todas las formas de derramamiento de sangre, en suma, de ser aficionados al asesinato. Cada vez que en los anales de la policía europea aparece una atrocidad de esta clase, se reúnen y la critican como si fuera un cuadro, una estatua o cualquier otra obra de arte. No haré falta que me tome el trabajo de intentar describir el espíritu que preside sus actividades, pues el Iector podrá apreciarlo mejor en una de sus conferencias mensuales pronunciada ante la sociedad el año pasado. Dicha conferencia ha caído en mis manos por casualidad, pese a toda la vigilancia ejercida para que no se hagan publicas sus deliberaciones. Al verla publicada se sentirán alarmados, y éste es precisamente mi propósito. Pues prefiero, con mucho, que la sociedad se disuelva tranquilamente mediante un llamamiento a la opinión publica, sin necesidad de mencionar nombres, como seria el caso si recurriera a los tribunales de Bow Street[5], a los que, sin embargo, no dudaría en recurrir si mis medidas no obtuviesen el éxito esperado. Mi sentido de la virtud no puede permitir que semejantes cosas puedan producirse en un país Cristiano. Incluso en tierra de paganos, la tolerancia publica del asesinato —esto es, los terribles espectáculos en el circo— fue considerada por un escritor Cristiano como el mas vivo reproche que podía hacerse a la moral publica. Este escritor es Lactancio, y creo que sus palabras son singularmente aplicables a la presente ocasión: «Quid tam horribile», dice, «tam tetrum, quam hominis trucidatio? Ideo severissimis legibus vita nostra munitur; ideo bella execrabilia sunt. Invenit tamen consuetudo quatenus homicidium sine bello ac sine legibus faciat: et hoc sibi voluptas quod scelus Vindicavit. Quod si interesse homicidio sceleris conscientia est, et eidem facinori spectator obstrictus est cui et admissor; ergo et in his gladiatorum caedibus non minus cruore profunditur qui spectat, quam ille qui facit: nec potest esse immunis a sanguine qui voluit effundi; aut videri non interfecisse, qui interfectori et favit et procmium postulavit»[6]. «¿Qué cosa es tan terrible», —dice Lactancio—, «tan funesta y repugnante, como el asesinato de una criatura humana? Por esta razón nuestra vida se protege con las leyes mas severas; por esta razón, las guerras son objeto de execracion. Y, sin embargo, en Roma la costumbre tradicional ha permitido una forma de autorizar el asesinato aparte de en la guerra y en contradicción con el derecho, y las exigencias del gusto (voluptas) han llegado a equipararse a las del crimen»[7]. Que la Sociedad de Caballeros Aficionados lo tenga presente; y permítanme llamar la atención sobre la última frase, de tanto peso que me atrevería a traducirla así: «Ahora bien, si el mero hecho de presenciar un asesinato atribuye a un hombre la cualidad de cómplice, si ser un simple espectador basta para que compartamos la culpa del autor, de ello se deduce necesariamente que en los crímenes del anfiteatro la mano que inflige el golpe fatal no esté mas empapada de sangre que la de quien contempla pasivamente el espectáculo, ni tampoco puede estar limpio de sangre quien no impida que se derrame, ni tampoco queda exento de participar en el crimen quien aplaude al asesino y reclama premios para él». Aún no he oído que se acuse a los Caballeros Aficionados de Londres de «proemia postulavit», aunque es indudable que sus actividades tienden a ello, pero el nombre mismo de su asociación implica el «interfectori favit», y ello se expresa en cada una de las líneas de la conferencia que sigue[8] a continuación.



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