sábado, 16 de junio de 2018

Thomas de Quincey. Del asesinato como una de las bellas artes. (Fragmento. Artículo Segundo).

SEGUNDO ARTÍCULO[89]


Hace unos años recordarán los lectores que me presenté en calidad de dilettante en cuestión de asesinatos. Quizá la palabra dilettante sea muy fuerte. La de connoisseur es más apropiada a los escrúpulos y flaqueza del gusto público. Supongo que en esto no habré nada de malo. Nadie esté obligado a meter sus ojos, sus oídos y su entendimiento en el bolsillo de los pantalones cuando se encuentra con un asesino. Si no se encuentra en un completo estado comatoso, me imagino que un asesino es mejor que otro en cuestión de buen gusto. Los asesinatos tienen sus pequeñas diferencias y grados de mérito, al igual que las estatuas, los cuadros, los oratorios, camafeos, grabados, y no sé cuántas cosas más. Uno puede enojarse con el hombre por hablar demasiado, o por hacerlo muy públicamente (en lo de demasiado me retracto: nadie puede cultivar su gusto en exceso), pero en todo caso permítanle que piense. ¿Lo creerán ustedes? Todos mis vecinos oyeron hablar de aquel pequeño ensayo de estética que publiqué y, por desgracia, también oyeron hablar al mismo tiempo del club con el que me hallaba relacionado, así como de la cena que presidí —ambas cosas, con el ensayo, destinadas al mismo modesto propósito de difundir el buen gusto entre los súbditos de Su Majestad[90]—, y a renglón seguido se dedicaron a levantar las calumnias mas feroces contra mí. En particular dijeron que yo, o el club, lo que venia a ser la misma cosa, ofrecía premios a crímenes bien ejecutados… con una escala de descuentos en la puntuación, en caso de que se produjera un defecto o tacha en la ejecución, conforme a una tabla difundida entre los amigos personales. Permítanme ahora contarles toda la verdad acerca de la cena y del club, y comprobaran lo malicioso que es el mundo. Pero antes déjenme que les diga, confidencialmente, cuáles son mis principios reales sobre la materia en cuestión.

En cuanto al asesinato, nunca he cometido uno en toda mi vida. Eso es algo bien sabido entre todos mis amigos. Puedo mostrar un documento para certificarlo firmado por un montón de gente. Por tanto, si vamos a eso, dudo que haya muchos que puedan conseguir un certificado tan convincente. El mío seria tan grande como un mantel. Tengo que reconocer que hay un miembro del club que pretende haberme cogido tomándome demasiadas libertades con su gaznate en una sesión nocturna, después de que se hubiesen retirado todos los miembros. Pero observen que cambia la historia en función de lo que ha bebido. Cuando aún no ha ido muy lejos, se contenta con decir que me cogió mirando de manera insinuante su garganta y que estuve melancólico durante varias semanas después, y que mi voz sonaba como si expresara, para el fino oído del entendido, el sentido de las oportunidades perdidas. Pero todo el club sabe que se trata de un hombre desilusionado, y que a veces dice quejumbroso que resulta una negligencia fatal salir al extranjero sin las herramientas apropiadas. Además, éste es un asunto entre dos aficionados, y todo el mundo hace concesiones en pequeñas asperezas y roces de ese tipo. «Pero —me dirán— si usted no es un asesino, al menos habrá fomentado o incluso encargado un asesinato»; pues no, palabra de honor, nada de eso. Y éste es el asunto que quería discutir para su entera satisfacción. La verdad es que soy un hombre muy particular en todo lo relacionado con el asesinato y quizá llevo mi delicadeza demasiado lejos. El Estagirita situé con toda justicia, y posiblemente con conocimiento de mi causa, la virtud en el τό μεσον o en el medio entre los extremos. A un justo medio, a eso es a lo que todos deberíamos aspirar[91]. Pero es mas fácil hablar que obrar y, siendo mi flaqueza mas notoria la excesiva bondad de corazón, encuentro difícil mantener una línea recta ecuatorial entre los dos polos de demasiado asesinato por una parte, y demasiado poco asesinato por la otra. Soy condescendiente en exceso… y la gente se aprovecha de mí, incluso van por la vida sin que ni siquiera haya atentado una vez contra ellos, lo cual no tiene excusa. Creo que si de mi dependiese, apenas tendríamos algún asesinato al año. De hecho, estoy a favor de la paz y de la tranquilidad y de la mas exquisita cortesía, y de lo que se puede llamar una completa sumisión[92]. Un hombre vino a visitarme como candidato para un puesto de criado justo cuando se encontraba vacante. Tenia la reputación de haber coqueteado algo con nuestro arte, y algunos dicen que no sin mérito. Lo que me asombro, sin embargo, fue que él suponía que este arte formaba parte de sus deberes habituales en el desempeño del servicio y hablo de tenerlo en consideración en el salario. Ahora bien, eso era algo que yo no podía permitir, así que le dije enseguida: «Richard (o James, como quizá era el caso), interpreta mal mi carácter. Si una persona quiere y debe practicar este difícil (y permítanme añadir, peligroso) arte; si posee un decidido talento para ello, en ese caso puede seguir sus estudios mientras se encuentra a mi servicio o al de cualquier otro. Y asimismo, tengo que indicar, que no puede causar ningún perjuicio ni a sí mismo ni al sujeto en el que esta operando, el que se guié por personas de un mejor gusto que él. El talento puede hacer mucho, pero el largo estudio de este arte siempre da derecho a una persona a dar consejos. Hasta ahí llegaré yo: sugeriré principios generales. Pero, en lo que Concierne a cualquier caso particular, no tendré nada que ver con él. No me hable nunca de una obra de arte en especial sobre la que esté pensando: me opongo a ello in toto. Pues si una vez un hombre consiente en un asesinato, al poco tiempo comienza a darle poca importancia al robo; y del robo pasa a darse a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y de ahí solo queda un paso para la descortesía y la falta de puntualidad. Una vez que alguien ha comenzado a descender por este sendero, nunca se sabe cuando podrá parar. Mas de una persona ha sellado su ruina con algún que otro asesinato, al que en aquel tiempo no dio mucha importancia. Principiis obsta [93]: ésta es mi norma». Así le hablé, y nunca me he apartado de ella; si eso no es ser virtuoso, me gustaría saber que cosa lo es.

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