EL ARTE COMO CONOCIMIENTO
Desde Sócrates, el conocimiento sólo podía alcanzarse mediante la talón pura. Al menos ése tía sido el ideal ¿e lodos los racionalismos hasta los románticos, en que la pasión y las emociones son reivindicadas como fuente de conocimiento, momento en que llega a afirmar Kierkegaard que «las conclusiones de la pasión son las únicas dignas de fe».
Los dos extremos, por supuesto,
son exagerados y el dislate proviene de aplicar un criterio válido
para las cosas a los hombres, y recíprocamente. Es de toda evidencia
que la rabia o la mezquindad no agregan nada al teorema de Pitágoras,
y tratándose de este tipo de verdades habría que decir, como el
doctor Johnson:
—No levante la voz, caballero:
mejore los argumentos.
Pero también
es evidente que la razón es ciega para los valores; y no es mediante
la razón ni por medio del análisis lógico o matemático que
valoramos un paisaje o una estatua o un amor. La disputa entre los
que señalan la primacía de la razón y los que defienden el
conocimiento emocional es, simplemente, una disputa acerca del
universo físico y del hombre. El racionalismo (no olvidemos que
abstraer
significa separar)
pretendió escindir las diferentes «partes» del alma: la razón, la
emoción y la voluntad; y una vez cometida la brutal división
pretendió que el conocimiento sólo podía obtenerse por medio de la
razón pura. Como la razón es universal, como para todo el mundo y
en cualquier época el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma
de los cuadrados de los catetos, como lo válido para todos parecía
ser sinónimo de La Verdad, entonces
lo individual era lo falso por excelencia.
Y así se desacreditó lo subjetivo, así se desprestigió lo
emociona] y el hombre concreto fue guillotinado (muchas veces en la
plaza pública y en efecto) en nombre de la Objetividad, la
Universalidad, la Verdad y (lo que fue más tragicómico) en nombre
de la Humanidad.
Ahora sabemos que estos fanáticos
de las ideas claras y distintas estaban candorosamente equivocados, y
que si sus normas son válidas para un pedazo de silicato es tan
absurdo querer conocer el hombre y sus valores con ellas como
pretender el conocimiento de París leyendo su guía de teléfonos y
mirando su cartografía. Ahora cualquiera sabe que las regiones más
valiosas de la realidad (las más valiosas para el hombre y su
destino) no pueden ser aprehendidas por los abstractos esquemas de la
lógica y de la ciencia. Y que si con la sola inteligencia no podemos
siquiera cerciorarnos que existe el mundo exterior, tal como ya lo
demostró el obispo Berkeley, ¿qué podemos esperar para los
problemas que se refieren al hombre y sus pasiones? Y a menos que
neguemos realidad a un amor o a una locura, debemos concluir que el
conocimiento de vastas regiones de la realidad está reservado al
arte y solamente a él.
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