miércoles, 23 de mayo de 2018

Ernesto Sabato. EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS.EL ARTE COMO CONOCIMIENTO.

 

EL ARTE COMO CONOCIMIENTO

Desde Sócrates, el conocimiento sólo podía alcanzarse mediante la talón pura. Al menos ése tía sido el ideal ¿e lodos los racionalismos hasta los románticos, en que la pasión y las emociones son reivindicadas como fuente de conocimiento, momento en que llega a afirmar Kierkegaard que «las conclusiones de la pasión son las únicas dignas de fe».

Los dos extremos, por supuesto, son exagerados y el dislate proviene de aplicar un criterio válido para las cosas a los hombres, y recíprocamente. Es de toda evidencia que la rabia o la mezquindad no agregan nada al teorema de Pitágoras, y tratándose de este tipo de verdades habría que decir, como el doctor Johnson:
No levante la voz, caballero: mejore los argumentos.
Pero también es evidente que la razón es ciega para los valores; y no es mediante la razón ni por medio del análisis lógico o matemático que valoramos un paisaje o una estatua o un amor. La disputa entre los que señalan la primacía de la razón y los que defienden el conocimiento emocional es, simplemente, una disputa acerca del universo físico y del hombre. El racionalismo (no olvidemos que abstraer significa separar) pretendió escindir las diferentes «partes» del alma: la razón, la emoción y la voluntad; y una vez cometida la brutal división pretendió que el conocimiento sólo podía obtenerse por medio de la razón pura. Como la razón es universal, como para todo el mundo y en cualquier época el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, como lo válido para todos parecía ser sinónimo de La Verdad, entonces lo individual era lo falso por excelencia. Y así se desacreditó lo subjetivo, así se desprestigió lo emociona] y el hombre concreto fue guillotinado (muchas veces en la plaza pública y en efecto) en nombre de la Objetividad, la Universalidad, la Verdad y (lo que fue más tragicómico) en nombre de la Humanidad.
Ahora sabemos que estos fanáticos de las ideas claras y distintas estaban candorosamente equivocados, y que si sus normas son válidas para un pedazo de silicato es tan absurdo querer conocer el hombre y sus valores con ellas como pretender el conocimiento de París leyendo su guía de teléfonos y mirando su cartografía. Ahora cualquiera sabe que las regiones más valiosas de la realidad (las más valiosas para el hombre y su destino) no pueden ser aprehendidas por los abstractos esquemas de la lógica y de la ciencia. Y que si con la sola inteligencia no podemos siquiera cerciorarnos que existe el mundo exterior, tal como ya lo demostró el obispo Berkeley, ¿qué podemos esperar para los problemas que se refieren al hombre y sus pasiones? Y a menos que neguemos realidad a un amor o a una locura, debemos concluir que el conocimiento de vastas regiones de la realidad está reservado al arte y solamente a él.

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