sábado, 15 de abril de 2017

ZAMA. Antonio di Benedetto.

 
Estando una ocasión en la Soda Guevara (una sodita  ubicada frente a la entrada principal de la Universidad de Costa Rica, sodita hoy desaparecida y que, en mis años universitarios frecuentábamos todos aquellos que nos iniciábamos como escritores), se me acercó un amigo y me recomendó ZAMA, del escritor Antonio Di Benedetto. !Una joya! El ritmo lento, pausado, las imágenes, el estilo sin barroquismo de Di Benedetto me conmovieron y desde aquel momento soy su más fiel seguidor y admirador.
Hoy deseo rendir un humilde homenaje a este escritor no tan famoso como los escritores del boom pero, tan grande como cualquiera de ellos. !Ya he comentado en otras oportunidades que LA CRÍTICA LITERARIA DEL BOOM LATINOAMERICANO DESCALIFICÓ INJUSTAMENTE a grandes escritores entre ellos a: MANUEL MUJICA LAÍNEZ, ANTONIO DI BENEDETTO y otros más. Pienso, es hora que la NUEVA CRÍTICA LITERARIA los coloque en un sitial de HONOR como se merecen.
***
(Fragmento. Novela. Zama).
ZAMA

Antonio di Benedetto

1790                A las víctimas de la espera


Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.
Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron dónde están, un cuarto de legua arriba.
Entreverada entre sus palos, se manea la porción de agua del río que entre ellos recae.
Con su pequeña ola y sus remolinos, sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que el no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono, El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no.


Con ser tan mansa, cuidábame de la naturaleza de esta tierra, porque es infantil y capaz de arrobarme y en la lasitud semides-pierta me ponía repentinos pensamientos traicioneros, de esos que no dan conformidad ni, por tiempos, sosiego. Hacía que me diese conmigo en cosas exteriores, en las que, si a ello me resignaba, po-día reconocerme.
Esos temas quedaban sólo para mí, excluídos de la conversa-ción con el gobernador y con todos, por mi escasa o nula facilidad para hacer amigos íntimos con quienes explayarme. Debía llevar la espera -y el desabrimiento- en soliloquio, sin comunicarlo. Como me lo decía ese a veces insolente Ventura Prieto, que se me arrimó aquella tarde, por cierto que no buscándome, sino yendo al azar. Consideraba que en esta tierra llana, yo parecía estar en un pozo. Me lo dijo una vez y más de una, lo dijo a otros, descuidándose de lo que todos sabían: que fui gallo de riña o al menos dueño de re-ñidero.
Apareció precisamente cuando me entretenía el mono y se lo enseñe, para distraerlo y atajar que me preguntara qué esperaba ahí. Y él, Ventura Prieto, que era inferior a mí, caviló un momento, como sí buscara el medio de apabullarme en materia de curiosida-des y descubrimientos. Luego me refirió una de esas que él llamaba investigaciones y yo ignoro si lo eran pero que, por sospechosas de insinuar comparación, me desconcertaban, dejándome repercusio-nes que podían superar lo sufrible.
Dijo que hay un pez en ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe pasar la vida, toda la vida, como el mono, en vai-vén dentro de ellas; pero de un modo más penoso, porque está vi-vo y tiene que luchar constantemente con el flujo líquido que quie-re arrojarlo a tierra. Dijo Ventura Prieto que estos sufridos peces, tan apegados al elemento que los repele, quizás apegados a pesar de sí mismos, tienen que emplear casi íntegramente sus energías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se les encuentra en la parte central del cauce, sino en los bordes, alcanzan larga vi-da, mayor que la normal entre los otros peces. Sólo sucumben, dijo también, cuando su empeño les exige demasiado y no pueden pro-curarse alimento.
Yo había seguido con viciada curiosidad esta historia que no creí. Al considerarla, recelaba de pensar en el pez y en mí a un mismo tiempo. Por eso invité a Ventura Prieto a que regresáramos y retuve mis opiniones.
Procuré ocupar la cabeza en el motivo de mi caminata, en el he-cho de que yo esperaba un barco, y si un barco entraba, en él po-dría llegar algún mensaje de Marta y de los niños, aunque ella y ellos no vinieran, ni nunca hubiesen de venir.

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