CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
viernes, 10 de febrero de 2017
MARQUÉS DE SADE ELOGIO DE LA INSURRECCIÓN PRÓLOGO DE ANA ÑUÑO
MARQUÉS DE SADE
ELOGIO DE LA INSURRECCIÓN
PRÓLOGO DE ANA ÑUÑO
EL VIEJO TOPO
LA APORÍA PERMANENTE
El espíritu de la insurrección (...) pertenece a una especie intermedia entre el principio del bien y el principio del mal.
André Pieyre de Mandiargues
El destino del marqués de Sade ofrece un compendio de aporías, contradicciones y equívocos. Desde su mismo nombre: al morir Jean-Baptiste François Joseph, conde de Sade, su primogénito, que a la sazón tenía veintisiete años, hubiese debido heredar el título. Pero Sade quedó en mar-qués, en espera de su conversión postuma en divino, como quisieron los surrealistas (divino o diabólico, lo que, decía Jean Paulhan, está en el mismo orden de cosas). Más equí-vocos onomásticos: su nombre de pila debió de ser Louis Aldonse Donatien, pero un error durante la ceremonia del bautizo lo dejó en Donatien Alphonse François. Su matri-monio con Renée-Pélagie de Montreuil, rica heredera de un oscuro magistrado, fue otra fuente de aporías. Hasta su definitiva separación en 1790 -uno de los primeros divor-cios pronunciados después de la Revolución, que los ins-tituyó-, la esposa del marqués fue simultáneamente ori-gen de todos sus males, por suegra interpuesta, y la pri-merísima lectora de las obras de Sade. Aún en 1789, unas semanas antes de la toma de la Bastilla, Sade le enviaba el manuscrito de Aline et Valcour. Las cartas de la mar-quesa delatan un espíritu curioso, ora taimado ora corto
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de entendimiento. Esta fue la primera "recepción" de los sulfurosos escritos.
Otra aporia: Sade, representante de una casta feudal, vástago del Antiguo Régimen, participó en la Revolución. En 1791, el mismo año en que publica, anónimamente, Justina o los Infortunios de la virtud, y en que se repre-senta en el Teatro Molière su Conde Oxtiern o los Efectos del libertinaje, Sade manda imprimir su Memorial de un ciudadano de París al rey de los Franceses. Un año des-pués es nombrado secretario de la sección de Picas y co-misario de los hospitales de la capital. Sospechoso de "moderantismo" y encarcelado de nuevo en 1793, esta vez por el departamento de policía de la Comuna de París, es liberado diez meses después; el aristócrata vive en la más negra miseria y se ve obligado a vender su castillo de La Coste.
Sade, nadie lo ignora, pasó la mitad de su vida en una celda. O, mejor dicho, de una celda a otra. Del donjon de Vincennes a la torre de la Bastilla, del convento de las Carmelitas al de Madelonnettes, de la vieja leprosería de Saint-Lazare al asilo de Charenton, vivió algunas de las cárceles más infames de Francia. Bajo todos los regíme-nes de su época: el Antiguo, la República, el Terror, el Consulado, el Imperio. Estuvo a punto de subir al cadal-so de la guillotina dos veces. La primera vez, salvó la cabeza in extremis gracias a Charlotte Corday, la ajusti-ciadora de Marat, su enemigo jurado. De la segunda le li-bró un error de nombres (uno más): la lista del Tribunal Revolucionario que leyó el carcelero encargado de reco-ger el cargamento de cabezas frescas aquella mañana del
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27 de julio de 1794 llevaba inscrito el nombre del ciuda-dano La Salle. Error que pagó en el acto un quídam así mentado. Al día siguiente, 28 de julio, caía en el canasto la cabeza de Robespierre, y se cerraba la orgía de decapi-taciones: 16.594 sólo durante los diez meses que duró el Terror.
Un mito célebre quiso durante años que el marqués saliera libre de la Bastilla gracias a los insurrectos del 14 de julio. En realidad, Sade se hallaba ese día encarcelado en el convento de Charenton, transferido desde el 3 de ju-lio por orden del marqués de Launay, gobernador de la Bastilla. De Launay tomó esa decisión porque Sade se había asomado a la ventana de su celda y gritado "con todas sus fuerzas", escribió el gobernador, "que degolla-ban, que asesinaban a los presos de la Bastilla". Otro equívoco, esta vez delicioso: el marqués, que había hecho traer sus objetos personales más preciados a su celda; un aristócrata de raza poco sospechoso de connivencia con "el pueblo", preocupado, como revelan sus cartas a la marquesa, por la minuta de sus almuerzos, da la voz de alarma con un grito que se confunde con las consignas de los sans-culottes.
La toma de la Bastilla fue, en lo personal, un drama para Sade. Transferido repentinamente, no tuvo tiempo de lle-varse consigo el manuscrito de Las 120 Jomadas de So-doma, que había copiado, entre el 22 de octubre y el 28 de noviembre de 1785, en una larga cinta de 12,10 m de lar-go, formada por pequeñas hojas de 12 cm de largo pe-gadas una tras otra. Hasta su muerte, Sade creyó que este escrito, que consideró siempre como su obra maestra, se
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había perdido irremediablemente. Por casualidad, Arnoux de Saint-Maximin halló el manuscrito en la famosa celda de la Bastilla. La familia de Villeneuve-Trans, en cuyo poder obró la cinta, y posteriormente un bibliófilo alemán salvaron de una destrucción segura la que sin duda es la obra más insoportable, más inconcebible, más escandalosa de la literatura. Siguen las aporías. Hoy podemos leer, o más bien infligirnos la lectura de Las 120 Jornadas, pero hemos de hacerlo en la edición, bien es cierto que meticulo-samente establecida, de Maurice Heine publicada por Sten-dhal et Compagnie entre 1931 y 1935. Tras la muerte del vizconde de Noailles, último propietario conocido de la obra, ésta fue vendida a un coleccionista que la mantiene en el más hermético secreto, tan inaccesible ya como el castillo de Silling en el que se desarrollan sus horrores.
Pero el mayor de los equívocos es sin duda el hecho de que la obra sadiana haya podido convertirse en materia legendaria casi sin ser leída. En 1801, Sade es arrestado de nuevo y encerrado en Sainte-Pélagie, antes de serlo definitivamente en el asilo de Charenton, con los locos, donde muere el 2 de diciembre de 1814, a los setenta y cuatro años y exactamente seis meses. Ese último arresto es, en realidad, el primero que le afecta por su calidad de autor. Las anteriores cárceles de Sade, con la salvedad de su detención política en 1793-1794, estuvieron motivadas por su conducta licenciosa y libertina: el episodio de la flagelación sacrilega de Rose Keller, en 1768; la orgía de Marsella, en 1772, por la que el marqués y su sirviente, Latour, son condenados a muerte en rebeldía por actos de sodomía; las escandalosas fiestas en el castillo de La
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Coste. Pero el 6 de marzo de 1801, la orden de arresto que recibe Sade persigue al autor de Justine, la obra "más es-pantosamente obscena aparecida en este género." A partir de esa fecha, el corpus sadiano será simultáneamente esca-moteado y mitificado, como lo fue la persona de su autor.
II
Hasta ayer relegados al Infierno de las bibliotecas, los escritos de Sade nos brindan la experiencia, sin duda única en la historia de la literatura, de una lectura imposible. No por las razones que repiten hasta el tedio quienes, por lo ge-neral, no se han asomado a sus páginas, o quienes, hacién-dolo, retroceden horrorizados. Poco cuesta imaginar a estos lectores sensibles, cómodamente instalados en una butaca, leyendo la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de fray Bartolomé de Las Casas con la parsimonia de quien hojea un libro de etnología. Las descripciones de los supli-cios y torturas a que los indios de América fueron sometidos por los conquistadores españoles no son menos espeluznan-tes que algunas páginas de Juliette o que los horrores perpe-trados por los libertinos o relatados por las "historiadoras" del castillo de Silling1. Con una salvedad de peso, y no precisa-mente en detrimento del marqués: la crueldad documentada por el dominico arrojó un saldo de millones de cadáveres; la del libertino embastillado, unos pocos millares de páginas.
El catálogo minucioso y bárbaro en que se decantan gota
1. Contraste sugerido por Jean Paulhan en Le marquis de Sade et sa complice. París: Ed. Complexe (Le Regard littéraire), 1987.
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a gota los cuatro meses de torturas en Silling; los veinte su-plicios, incluido el fulminante rayo final, de la virtuosa Jus-tine; el tour perverso de Francia e Italia en que se convier-te la educación sentimental de su hermana, la viciosa Ju-liette; los cursos de "filosofía" que imparte el sodomita Dolmancé a la impúber Eugénie de Mistival en el tocador de Mme. de Saint-Ange: las fábulas perversas de Sade nos llegan hoy recubiertas del espeso velo del mito y la censu-ra. A la dificultad de una obra que lleva la repetición y la saturación a niveles insostenibles, al tedioso horror y el horrible tedio que se desprende de su lectura2, se agrega este otro escollo: el de una celebridad basada, cuando no en el malentendido, en lecturas espurias, mutiladas o, simple-mente, indirectas. ¿Cuántos adoradores confesos del mar-qués lo han leído sólo a través de Georges Bataille o de Pierre Klossowski, de Roland Barthes o de Philippe Sollers, de Jean Paulhan o de Maurice Blanchot?
La mitología sadiana comenzó a foijarse antes de su muer-te, y fue obra de anónimos admiradores. "Lectores sagaces, coleccionistas de curiosa, artistas preocupados por su origi-nalidad podían encerrar Justine en sus bibliotecas, a condi-ción de que la novela permaneciera en el segundo anaquel, el que no puede verse, a condición de que no se ventilara en público. Hombres de letras, viajeros en busca de algo pinto-resco podían evocar o imaginar su encuentro con el recluso envejecido de Charenton."3 Después de 1814 circuló Jus-
2. "Es innegable que Sade es monótono", apuntaba Paulhan. "Amiel no lo es menos, ni la Bhagavad-Gita. ¡Y no hablemos de la Odisea! ¿Qué es la inspiración? Tener sólo una cosa que decir, y jamás cansarse de decirla."
3. Michel Delon, "Introduction", in Sade, Oeuvres. I. París: Gallimard/ NRF (Bibliothéque de la Pléiade), 1990. p. XLI.
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tina, y podían leer La filosofía en el tocador los escasos afortunados que dieran con las tres únicas ediciones clan-destinas publicadas entre 1795 y 19234. Es aparentemen-te un misterio, en vista de la escasa difusión de una obra censurada hasta fechas muy recientes5, que la figura del marqués haya cobrado cuerpo con tanto vigor a lo largo de todo el siglo XIX. Se trata, sin duda, de uno de los po-cos casos de un escritor cuya fama postuma supera la lec-tura y el conocimiento directo de su obra.
Se cita con frecuencia el dictamen de Sainte-Beuve, publicado en la Revue des Deux Mondes en 1843: "Me atrevería a afirmar, sin temor a ser desmentido, que Byron y de Sade (pido perdón por la comparación) han sido los mayores inspiradores de nuestros modernos, el uno decla-rado y visible, el otro clandestino -aunque no tanto-." La relación Byron-Sade, por la que pide excusas el tedioso autor de Volupté, no podía ser más acertada. Los románti-cos cultivaron, si no la demonología, sí la demonización del genio poético. En un penetrante ensayo6, escrito con la vehemencia que la caracteriza, Annie Le Brun, editora de unas obras completas de Sade para Jean-Jacques Pauvert,
4. El Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, que Sade terminó de componer el 12 de julio de 1782, y Las 120 Jomadas de Sodoma no circularon antes de 1926, en el caso del primer texto, y 1931-1935, en el del segundo.
5. En 1956 tuvo lugar el último proceso contra un editor de Sade, en este caso Jean-Jacques Pauvert. Puede considerarse la obra del marqués como un clásico normalizado desde 1990, año en que apareció el pri-mer tomo de las Obras en la Biblioteca de la Pléiade. Esta edición, a cargo de Michel Delon, uno de los grandes especialistas de Sade, gozó de una publicidad que resumía a la perfección ese rasgo aporético que recorre la vida y la obra de nuestro autor: "El Infierno en papel biblia."
6. Les châteaux de la subversion. París: Jean-Jacques Pauvert, 1982.
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establece la filiación de los textos sadianos con la novela gótica inglesa, con autores como Ann Radcliffe, Horace Walpole, Charles Maturin y Monk Lewis. Esa corriente subterránea pero apenas clandestina es la otra cara del Siglo de las Luces, y Sade es, sin duda, su representante más completo.
Hijos naturales de Sade son Baudelaire y Petras Borel. Este último llamaba al marqués "Satán Trismegisto", a lo que responderá Swinburne -quien, entusiasmado tras leer en la primera edición, la de 1791, Justina o los Infortunios de la virtud, menos prolija en suplicios pero vestida de novela negra, escribió una apología de Sade- con un "már-tir marqués". Pero también recibieron su influencia autores menos atraídos temperamentalmente por la negrura sadia-na: el Chateaubriand de las Memorias y Flaubert, que lo llama "el Viejo". Consta asimismo que lo leyeron, con horror y admiración parejas, Balzac, Vigny, Musset y, por supuesto, Théophile Gautier. Los hermanos Goncourt, más que leerlo, coleccionaron sus ediciones clandestinas por los grabados eróticos que las acompañan. Y Los can-tos de Maldoror no pueden leerse sin oír el eco in lonta-no de la pluma del marqués rasgando el papel en su celda. "¡Los deleites de la crueldad! Deleites no pasajeros", re-sumía, a su manera, Isidore Ducasse, que sí se atrevió a ostentar el título de conde.
Huelga decir que no tendríamos hoy acceso a la obra de Sade sin la lucidez y la tenacidad de algunos de los escri-tores, artistas y editores más influyentes de este siglo. Del lado de la lucidez descuella Apollinaire, que publicó en 1909 y 1912 sendas antologías, fruto de sus pesquisas en
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el Infierno de la Biblioteca Nacional de París. La obra de Sade no habría llegado a nuestras manos sin la labor de Maurice Heine, pionero de la edición de los inéditos y del establecimiento riguroso de los textos; sin Gilbert Lely, que dio a conocer la correspondencia, los cuadernos, los escritos políticos y las novelas "correctas" -Historia secre-ta de Isabel de Baviera, reina de Francia-, La marquesa de Gange-, estableció la primera edición de las obras comple-tas y dejó una espléndida biografía, y, desde luego, sin el tesón de Jean-Jacques Pauvert, quien en 1947, quince años antes que Lely, acometió la edición de las obras completas, empresa que le vahó juicio y condena en 1956 por "ultraje a las buenas costumbres". Por último, nuestra percepción de Sade es poderosamente tributaria de los esfuerzos des-plegados por los surrealistas para imponer su obra en un medio hostil. André Bretón y sus secuaces lograron ex-traerlo del gabinete de curiosidades morbosas, del anaquel de los "libros que se leen con una sola mano", según la ex-presión dieciochesca de Duelos, y devolvieron a su obra toda su carga de libertad desenfrenada y de insurrección.
III
La aporía fundamental de la obra de Sade queda resu-mida en la perplejidad expresada por Philippe Sollers en su ensayo Sade dans le texte1: "¿Cómo es posible que si-multáneamente se prohiba y se tolere a Sade? ¿Que se prohiba su ficción (su escritura) y se tolere su realidad, se
7. En L'écriture et l'expérience des limites. París: Seuil, 1968.
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prohiba la lectura global de su obra y se admita su nom-bre como referencia psicológica y aun fisiológica?" Esta paradoja es aún hoy vivaz, incluso en Francia, donde el bloque de abismo que, según Annie Le Brun8, es la obra de Sade, ocupa desde 1990 los muy canónicos anaqueles de la Biblioteca de la Pléiade. Sade no sólo fue mitifica-do antes de ser leído; también dio nombre a una patología que encierra su obra en los límites reductores de lo per-verso9. Dicho de otra manera, se puede no haber leído a Sade, pero no se ignora qué es el sadismo.
Una dimensión hay en la obra de Sade que, hasta re-cientemente, había sido desatendida aun por sus lectores incondicionales: la dimensión político-filosófica. Esta la-guna ha sido parcialmente superada en Francia, gracias a los estudios de Delon y, sobre todo, Jean Deprun. En Es-paña, donde sólo en los últimos años se ha comenzado a traducir y editar a Sade con rigor, han abundado las edi-ciones piratas y, desde luego, los estudios sadianos son prácticamente inexistentes10.
"Soy filósofo", declaraba Sade; "todos los que me co-nocen no dudan que haga de ello gloria y profesión". ¿Sa-de filósofo? Sin duda. A condición de devolver a este tér-
8. Annie Le Brun, Soudain un bloc d'abîme, Sade. París: Jean-Jac-ques Pauvert, 1986.
9. El término sadismo y el adjetivo sádico fueron acuñados por el psi-cólogo alemán Richard von Krafft-Ebing en su Psychopathia Sexualis, de 1886.
10. En 1979, Tusquets Editores publicó,,en su serie "Los liberta-rios", un Sistema de la agresión. Textos filosóficos y políticos de Sade, una traducción de la antología realizada por Noelle Châtelet en 1972 para Aubier-Montaigne. No me consta que esta obra haya sido objeto de una reedición.
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mino la acepción que tuvo para los Ilustrados: no un pro-fesor universitario, ni un sabio musitando verdades entre el Kifiso y el Iliso, sino un pensador implicado en las lu-chas ideológicas y políticas de su tiempo, un precursor del "intelectual comprometido" caro a Sartre, un militante de la idea. No hay texto de Sade, con excepción de sus obras de teatro1', que no ofrezca, encajado como un farallón en medio del océano de escenas libertinas, digresiones teóri-cas que, en algunos casos, alcanzan el estatus de tratados, como el célebre "Franceses, un esfuerzo más, si queréis ser republicanos", de La filosofía en el tocador, y el menos conocido relato de la utopía socialista de la isla Tamoé, diá-logo entre Sainville y Zamé que ocupa una parte de la extensa carta XXXV de la novela epistolar Alina y Valcour o la Novela filosófica. El lector hallará ambos textos en estas páginas, el primero reproducido íntegramente, el se-gundo, amputado de acotaciones excesivamente digresivas.
El ateísmo de Sade -el primero en ver esto fue Maurice Heine- era absolutamente radical en su contexto históri-co. Los philosophes más osados no se atrevían a traspasar la frontera, considerada a la sazón como un finis terrae, del deísmo. "El ateísmo [de Sade]", escribe Blanchot, "fue su convicción esencial, su pasión, su medida de la libertad."12 André Pieyre de Mandiargues señalaba la paradoja (una más) que llevó a Sade a detestar a la Iglesia
11. Otro equívoco: la convicción que el propio Sade tenía de que sus obras de teatro encerraban lo mejor de su producción literaria.
12. Maurice Blanchot, "L'insurrection, la folie d'écrire", in Sade et Restifde la Bretonne. Paris: Ed. Complexe (Le regard littéraire), 1986. p. 98. Este ensayo fue publicado originalmente, con el título "L'in-convenance majeure", como prefacio de Français, encore un effort.... París: Jean-Jacques Pauvert, 1965.
de Roma, tan evidentemente cómplice del mal a lo largo de su historia. El ateísmo es, sin duda, la clave funda-mental del universo ideológico del marqués de Sade. Conviene señalar, además, que esta postura no era en ab-soluto compartida por los enciclopedistas. En la Encyclo-pédie puede leerse una frase como ésta: Si [el juez] está autorizado a castigar a quienes perjudican a una sola persona, cuánto más lo estará cuando se trate de castigar a aquellos que hacen daño a toda la sociedad negando la existencia de Dios. En cambio, no existe la menor sombra sobre el impecable ateísmo de Sade. Inmediatamente des-pués de la firma del Concordato entre la Iglesia y el Im-perio, en 1802, Sade concibió el proyecto de reunir en un volumen todos sus textos ateos. Algunos, como la Refuta-ción de Fénelon, no han sobrevivido, no sabemos siquie-ra si a la mera intención de escribirlos o a esa maldición para la posteridad de la obra del marqués llamada Do-natien Claude Armand de Sade, segundo hijo del marqués y heredero pusilánime, que entregó a las llamas cientos de páginas escritas por su padre.
El ateísmo es la constante vertebradora del pensamien-to sadiano. Está presente desde su primer texto "serio", el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, que acabó de escribir el 13 de julio de 1782. Su fuente nutricia es el ma-terialismo del barón d'Holbach, cuyo Sistema de la natu-raleza (1770) Sade practicó asiduamente, sobre todo en lo referente a su concepción mecanicista de la causalidad, a la visión del hombre como un ente- desprovisto de libre albedrío y, por descontado, al rechazo por d'Holbach de la religión, considerada únicamente dañina.
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El ateísmo materialista de Sade presenta, no obstante, algunas facetas originales. La más notable es el egoísmo radical de su sistema. Contrariamente a las de d'Holbach y d'Alembert, otro filósofo frecuentado por Sade, las ideas del autor de Justina gravitan siempre en torno a la esencial soledad del hombre. Incapaz de concebir a éste en sus re-laciones con otros hombres, Sade se aparta de la corriente principal de los Ilustrados franceses, que exploró sobre todo la dimensión social y política del individuo. De ahí su rechazo violento a Montesquieu, explicitado en el frag-mento de Alina y Valcour que aquí se reproduce, y, más sorprendentemente, a Rousseau, el gran philosophe solita-rio. Pero Sade reacciona ante todo contra el autor de La Nueva Eloísa. Sollers ha señalado que Justina es una sáti-ra de la novela de Rousseau: al nombre de la heroína de La Nueva Eloísa, Julie, responde la lasciva Juliette, al de Saint-Preux, Saint-Fond y al de Claire, Clairwil. Sade se permite incluso una alusión jocosa al filósofo de Ginebra cuando pone en boca de Juliette, a modo de invitación diri-gida a Saint-Fond para que se sume a ella en una orgía, la frase: "Hace calor, me gustaría que te vistieras de salvaje."
La auténtica innovación de su obra, tanto en lo que atañe a su escritura como en lo referente a su sistema ideológico, es lo que Blanchot llamó "el perpetuo movimiento del pen-samiento de Sade"13. El pensamiento y la escritura de Sade están en incesante movimiento. Así como "toda la sintaxis sadiana es [...] búsqueda de la figura total"14, del mismo
13. En Lautréamont et Sade. París: Editions de Minuit, 1963.
14. Roland Barthes, Sade, Fourier, Loyola. París: Editions du Seuil (Tel Quel), 1970.
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modo el pensamiento de Sade cubre obsesivamente todas las variantes posibles de las hipótesis que le sirven de base. De ahí el efecto de repetición y de saturación que produce su escritura, de ahí también que el discurso de Sade esté plagado de contradicciones e incoherencias, de aporías y equívocos.
Ateísmo, materialismo, egoísmo: los tres pilares del universo mental de Sade giran sin cesar alrededor de sí mismos. Como el prisionero en su celda. En la escritura halló Sade un resquicio, una ínfima grieta por donde huir de su encierro; a través de ella vislumbró, sin embargo, un mundo tan aherrojado como el de la prisión. La escritura se volvió entonces una máquina sin freno: "escribir", para Blanchot, "es la locura característica de Sade." Éste, no el otro, vendría a ser el verdadero sadismo.
El movimiento que no cesa, la escritura desenfrenada se armonizan perfectamente con el elogio de la insurrección que es la obra toda del marqués. "El estado moral del hombre es un estado de paz y serenidad, mientras que su estado inmoral es un estado de movimiento perpetuo que le acerca a la necesaria insurrección que el republicano debe siempre insuflar al gobierno del que es miembro." En estas palabras de Sade resuena la célebre frase de Saint-Just: "la solución reside en la insurrección efectiva de las mentes."
Ana Ñuño Junio 1997
Fuente:
© Prólogo de Ana Ñuño.
© Traducción: Ana Ñuño. © Traducción de Franceses, un esfuerzo más si quereis ser republi-canos: Agustín García Calvo. La traducción de este fragmento, perte-neciente a La Philosophie dans le boudoir, fue publicada inicialmente en Ediciones del Ruedo Ibérico, y posteriormente en Instruir Delei-tando o Escuela de Amor, traducción y prólogo de Agustín García Cal-vo, Editorial Lucina, 1980; 2a ed. 1988.© Traducción del Diálogo en-tre un sacerdote y un moribundo: Mario Pellegrini.
El Viejo Topo Diseño colección: Miguel R. Cabot ISBN: 84922573-1-8. Depósito legal: B-32.965-97 Imprime: Novagráfik, S. A. Impreso en España Printed in Spain
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