martes, 7 de febrero de 2017

Carlos Fuentes. Adán en Edén. Novela. Fragmento.

              Adán Gorozpe ha pasado de pobretón estudiante a poderoso mandamás gracias a un afortunado braguetazo. Adán Góngora es ministro a cargo de la seguridad nacional y ha puesto en marcha una estrategia espeluznante: se alía con los criminales y encierra o manda matar a los menos aptos; encarcela inocentes y algún que otro culpable, exhibe a todos y así se gana a la opinión pública como garante de la justicia.
Un día, Góngora le propone a Gorozpe un pacto. Éste sabe que tiene que deshacerse de Góngora, o al menos neutralizarlo. Pero ¿cómo proceder contra tal adversario? ¿Cómo detener la corrupción que arrastra al país hacia el caos? Mientras tanto la gente se aferra a cualquier esperanza por vana que parezca, aunque sea la predicación de un niño con alas postizas que sermonea a los transeúntes.
Adán en Edén combina el drama y la comedia, la ficción y la crónica periodística, el terror y el humor, lo real y lo fantástico para trazar un mapa detallado del poder, el narcotráfico y la violencia en la América del siglo XXI.


Carlos Fuentes
 Adán en Edén





 Título original: Adán en Edén
Carlos Fuentes, 2009
Diseño de cubierta: Fernando Ruíz Zaragoza
Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2




  A Francisco Toledo, gracias por la memoria de ochenta elefantes.



  ¿Acaso te pedí, Hacedor, que de la arcilla me hicieras hombre, acaso te pedí que de la oscuridad me ascendieras?
MILTON, Paraíso perdido


  1


No entiendo lo que ha sucedido. La Navidad pasada todos me sonreían, me traían regalos, me felicitaban, me auguraban un nuevo año —un año más— de éxitos, satisfacciones, reconocimientos. A mi esposa le hacían caravanas como diciéndole qué suertuda, estar casada con un hombre así… Hoy me pregunto qué significa ser “un hombre así…” o “asado”. Más asado que así. ¿Fue el año que terminó una ilusión de mi memoria? ¿Realmente ocurrió lo que ocurrió? No quiero saberlo. Lo único que deseo es regresar a la Navidad del año anterior, anuncio familiar, repetido, reconfortante en su sencillez misma (en su idiotez intrínseca) como profecía de doce meses venideros que no serían tan gratificantes como la Noche Buena porque no serían, por fortuna, tan bobos y malditos como la Navidad, la fiesta decembrina que celebramos porque sí, no faltaba más, sin saber por qué, por costumbre, porque somos cristianos, somos mexicanos, guerra, guerra contra Lucifer, porque en México hasta los ateos son católicos, porque mil años de iconografía nos ponen de rodillas ante el Retablo de Belén aunque le demos la espalda al Establishment del Vaticano. La Navidad nos devuelve a los orígenes humildes de la fe. Una vez, otra vez, ser cristiano significaba ser perseguido, esconderse, huir. Herejía. Manera heroica de escoger. Ahora, pobre época, ser ateo no escandaliza a nadie. Nada escandaliza. Nadie se escandaliza. ¿Y si yo, Adán Gorozpe, en este momento derrumbo de un puñetazo el arbolito navideño, hago que se estrellen las estrellas, le coloco una corona en la cabeza a mi mujer Priscila Holguín y corro a mis invitados con lo que antes se llamaba (¿que quiere decir?) cajas destempladas…?
¿Por qué no lo hago? ¿Por qué me sigo conduciendo con la amabilidad que todos esperan de mí? ¿Por qué sigo comportándome como el perfecto anfitrión que Navidad tras Navidad reúne a sus amigos y colaboradores, les da de comer y beber, les entrega regalos distintos a cada uno? —jamás dos veces la misma corbata, el mismo pañuelo— aunque mi mujer insista en que esta es la mejor época para el “roperazo”, es decir, para deshacerse de regalos inútiles, feos o repetidos que nos son entregados para endilgárselos a quienes, a su vez, los regalan a otros incautos que se los encajan a…
Contemplo la pequeña montaña de obsequios al pie del árbol. Me invade un temor. Devolverle a un colaborador el regalo que éste me hizo hace dos, tres, cuatro Navidades… Me basta pensarlo para suprimir mis temores anticipados. No estoy aún en el Año Nuevo. Sigo en la Noche Buena. Me rodea mi familia. Mi esposa inocente sonríe, con su sonrisa más vanidosa. Las criadas distribuyen ponches. Mi suegro ofrece una bandeja de bizcochos.
No debo adelantarme. Hoy todo es bueno, lo malo aún no sucede.
Distraído, miro por la ventana.
Pasa un cometa.
Y Priscila mi esposa le da una sonora cachetada a la criada que distribuye cocteles.

  2


Pasa, una vez más, un cometa. Me invade una gran duda. Este astro luminoso, ¿es precedido por su propia luz o sólo la anuncia? ¿La luz anticipa o finaliza, es presagio de nacimiento o de defunción? Creo que es el sol, astro mayor, quien determina si el cometa es un antes o un después. Es decir: el sol es el dueño del juego, los cometas son partículas, coro, extras del universo. Y sin embargo, al sol nos acostumbramos y sólo su ausencia —el eclipse— nos llama la atención. Pensamos en el sol cuando no vemos el sol. Los cometas, en cambio, son como chisguetes del sol, animales emisarios, ancilares al sol, y a pesar de todo, prueba de la existencia del sol: sin los esclavos no existe el amo. El amo requiere siervos para probar su propia vida. Si no lo sabré yo que, abogado y empresario moderno, doy fe de mi ser y de mi estar cinco veces a la semana (sábados y domingos son días feriados) tomando mi lugar a la cabeza de la mesa de negocios, con mis subordinados muy subordinados aunque yo me comporte como un jefe moderno, nada arbitrario: un sol que quiere calentar pero no incendiar. Y a pesar de todo, ¿no es cierto que sólo soy el jefe porque ellos aceptan que lo sea?, ¿son los cometas los que nos hacen pensar en el sol?, ¿los segundos le dan vida al primero? No sé si todo hombre en mi posición piensa en estas cosas. No lo creo. Por lo común el poderoso da por descontado su poder, como si hubiera nacido no desnudo sino coronado, envuelto en riqueza. Miro a mis empleados sentados alrededor de la mesa y quisiera preguntarles, ¿soy el sol?, o ¿soy el solo? ¿Tengo poder por mí mismo o porque ustedes me lo dan? Sin ustedes, ¿carecería de poder? ¿Los poderosos son ustedes que me confieren poder o yo, el que lo ejerce?
El cometa del día de hoy es cometa porque es visible. ¿Cuántos astros, cada día, circulan por los cielos sin que nos demos cuenta? ¿Somos astros barbatos, una luz que precede, o astros caudatos, luminosidad que sucede? Si yo fuese un cometa, ¿cómo sería mi cola? ¿Difusa, en ramales que se disparan cada uno por su lado? ¿Corniforme, un abogado presidente de empresa con cola encorvada? ¿Inesperado o periódico —un astro singular e inimaginable hasta que aparece, o un cometa predecible y en consecuencia aburrido, o sea, poco cometa?
El tiempo —o sea, esta narración— lo dirá.
¿Son los sábados, los domingos, en realidad, días feriados? Y feria, ¿es sólo día de descanso, o agitado día de compraventas?
Este día no lo diré —o espero no decirlo— sino presidiendo el Consejo de Administración, dándome el lujo —determinado, voluntarioso— de ser el único que cuelga la pierna encima del brazo de la silla y la mueve con displicencia. A ver, ¿quién más se atreve?
Y yo mismo, ¿me atrevo a explicarme a mí mismo la razón de mi éxito?




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