jueves, 27 de octubre de 2016

Reflexiones sobre el libro “Los amores imaginarios” Por: Enrico Pugliatti.



    Reflexiones sobre el libro “Los amores imaginarios”
Por: Enrico Pugliatti.

La impecabilidad de las ediciones de la Euned, en muchos casos hay que decirlo, denota una labor de edición digna de ser mencionada. Nos complace deslizar los dedos por el  papel editorial y contemplar los amplios blancos que dignifican la impresión. Todo un acierto de Euned.
Repasamos los poemas publicados en “Los amores imaginarios” de Gustavo Arroyo, un domingo de octubre, donde la ciudad se aburre en los centros comerciales y no hay llamadas a mi celular. Los amigos son pocos, así como las sorpresas de la vida.
Nos centramos en este libro. El volumen está conformado en cinco partes. Como dijimos, la edición de Euned es ejemplar, aunque para nuestra sorpresa, pillamos algunos cambios bruscos en el tamaño de la tipografía (p. 51, últimas cinco líneas, y toda la p. 51, p. 55, línea 3 de p. 56, p. 81, etc.), lo cual amerita corregirse.
El tono de la poesía de Arroyo es grave, confesional. Nos referimos a sus fortalezas y luego a lo que concebimos para nosotros como debilidades.
Como fortalezas, el poeta Arroyo es valiente en mostrarnos la sombra, incluso cuando cierta retórica no logra ocultarla. 
Nos atrae en algunas ocasiones esa cualidad sombría de sus versos. Incluso esa opaca dilucidación de su cosmos personal. Por ejemplo, en “Prénoms”, que es una prosa poética, encontramos un acierto: “Creo que el único destino es seguir hundiéndome, hasta que la arena me llene la boca, hasta que tenga que comer aceras y vitrinas”. Y nos ha dejado la idea de que el poema “Movimiento letánico de la renegación” es una fuerte exposición que debió mantenerse como modelo para el mismo autor, solo quitándole algunas reiteraciones como: “Actúo por convicción / odio por defecto”. Pues, el poema empieza ya diciendo: “Maldito sea tu nombre, Ciudad…” Y las maldiciones se continúan. Evidentemente este es un poema que tiene fuerza propia y que fluye desde una necesidad de ser fidedigno con lo que se experimenta.  Las maldiciones obviamente son reproches, las búsquedas fallidas, las humillaciones impunes… Nos conmovió.
Las debilidades las encontramos en cuanto a su personal concepción de lo que es la poesía. Tal vez hoy se redunde en un concepto tan amplio que todo cabe si el poema tiene una disposición versicular o si la carátula nos avisa que nos enfrentaremos a un poemario. Pero mantenemos siempre la duda cartesiana, ante tal amplitud. Y decimos esto por cuanto el poeta, que tiene bastante asomo de sinceridad para escribir sus poemas, nos impide acceder a esta por un conceptualismo grisáceo que lamentamos. Los siguientes dos versos son muestra de ello: “La guerra es una noche hambrienta / que se deshace en postergaciones sangrantes”. La pregunta es: ¿qué nos quiso decir, si incluimos ya en el significado de la palabra “guerra” lo sangrante? El esfuerzo aquí por imaginar cualquier cosa  es inútil si no nos hirió el verso con la gozosa sencillez que le pedimos a los poetas, aunque se declaren en guerra contra el mundo.
Tampoco es afecto el poeta a cierta musicalidad requerida en todo poema, a cierto ritmo desprovisto de esfuerzos de dicción, como en el siguiente caso: “La sorpresa tras el exabrupto terminará en lágrimas”. La dificultad de emitir tal verso por la evidente cacofonía asfixia todo intento de comunicación. Y creo que el poeta no se propuso deliberadamente tal resultado. En general, es la poesía de este libro descuidada en el trabajo de su elaboración lingüística, pues por más conceptual que sea la poesía, no implica esto que la hagamos pasar por un memorando administrativo.
Por otro lado, una evidente revisión ulterior le hubiera aportado al poeta la necesidad de podar o suprimir algunas “astucias” como las siguientes: “Cansancio de mi olor: / del olor de mis ingles / que, con ayuda de mis manos, / se me ha hecho vicio explorar / en lugares públicos; / del olor de mis manos, / que cuando no huelen a mis ingles / huelen a desinfectante o alcohol…” (p. 34). Creemos que con solo el primer verso ya era suficiente para que el lector imaginara el resto, pues la insistencia en la descripción del hábito personal lo encontramos irrelevante y la forma de expresarlo es tan poco literaria como la acción misma.
La misma indicación anterior vale para poemas muy extensos que probablemente pierden enfoque por un afán narrativo. “Estoy en Montevideo, / y aclaro no ser natural, sino turista” … “insisto en el carácter incierto y opaco / de los negocios que me trajeron a esta tierra” (pp. 10-11 “Incierta administración portuaria”). “En estos tiempos, que no son los últimos por más que intenten vendernos la idea, el recuerdo de los dioses bárbaros ha sido traído a colación, mediante juegos electrónicos en línea” (p. 29, “El único trono decente”. Son muchas las ocasiones en que la escritura no pasa el límite del común lenguaje hablado o protocolario y eso no redunda en lo que esperamos de un poeta. Por lo menos, no en nuestro acaso. Aunque la falange de amigos del lema de Todo Vale justifiquen otra veleidad, como tal vez sea una gran veleidad la nuestra la de analizar textos y comentarlos. Véase la siguiente descripción en catarata: “Todavía / en contadas ocasiones / y con extrema dependencia / del ángulo que forman / las sombras carentes de interés, / pienso en la consejería culinaria, / en el hecho más cierto hoy que antes / de que mi tío tenía razón / en su manera particular de cocinar el arroz / y esconder los secretos”. Un lenguaje reticente y protocolario que no emociona.
El poeta, cuando no se deja determinar por su retórica –que no la debiera necesitar porque aspira a la confesión genuina–, logra esos momentos por los que es válido abrir un libro. Por ejemplo, “Ventajas del oportuno aseguramiento contra riesgos infantiles” (pp. 72-73) tiende a ser algo más que pura conceptualización. Nos trata de emocionar en algo que puede ser poesía. Visión de la infancia. Pero los dos primeros versos son un renglón de prosa cortada: “El horror de los caballos de carrusel /consiste en que no parpadean…” Hubiéramos apuntado mejor: “Los caballos de carrusel no parpadean / y eso era horrible para un simple niño…” Sin embargo, esa es nuestra visión de los hechos. Y no somos poetas.
Salvamos otras líneas, a nuestro modo de ver la poesía, y son las siguientes: “No esperaba recordar así tu olor. / Había limitado mi felicidad / al hecho de percibir tu olor sin la presencia, / a punta de retroceder cintas mentales”. Solo por los tres primeros versos sabemos que el poeta de este libro tiene sensibilidad y que lucha por cristalizarla, pero añadir el cuarto verso es un despropósito. Traiciona con exceso de detalle lo que fue una buena evocación. Quizá la mejor del libro.
Resumen. A  este libro le falta más labor y poda. La extensión de los poemas no es meritoria de por sí. El conceptualismo es enmascaramiento si no toca las fibras del lector. Sabemos lo que son aforismos, pero no estamos en este campo. El poeta debe vencer el lenguaje y no enmarañarnos en recuentos, justificaciones…
A todo esto, podría seguir mis reflexiones, siempre innecesarias y humildes, porque no busco más que dialogar con lo que leo y agradezco al escritor que visito y también discuto con él, como con un amigo, pero me detengo aquí. Quiero ahora oír algo de Bach, pues los domingos mi afligen de manera particular. Yo siempre he dicho que Bach y los antidepresivos.
Salgo al patio y me saluda mi perra “Endora”, mi única compañía. “Endora” le puse por aquella famosa serie de televisión. Y creo que en el fondo mi perra es una bruja que a veces conversa conmigo sin que yo la entienda.

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