miércoles, 17 de agosto de 2016

LUNA DE ENFRENTE (1925). Jorge Luis Borges. Poesía.


(En la gráfica:Jorge Luis Borges con su madre: Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges (Buenos Aires, 22 de mayo de 1876 - Buenos Aires, 8 de julio de 1975).
LUNA DE ENFRENTE
  (1925)


  PRÓLOGO

  Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: «El único deber, ser moderno». Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual: todos fatalmente lo somos. Nadie –fuera de cierto aventurero que soñó Wells– ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo: la escrupulosa novela histórica Salammbô, cuyos protagonistas son los mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del siglo XIX. Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo que no podía incluir un libro como el de Flaubert.
  Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron palabras que hoy puedo apenas descifrar: madrejón, espadaña, estaca pampa…
  La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima: la de este volumen tiene algo de ostentoso y de público. No quiero ser injusto con él. Una que otra composición –«El general Quiroga va en coche al muere»– posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras –«Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad»– no deshonran, me permito afirmar, a quien las compuso. El hecho es que las siento ajenas; no me conciernen sus errores ni sus eventuales virtudes.
  Poco he modificado este libro. Ahora ya no es mío.
  J. L. B.
 Buenos Aires, 25 de agosto de 1969


  CALLE CON ALMACÉN ROSADO

  Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle
  y es como una sequía husmeando lluvia.
  Ya todos los caminos están cerca,
  y hasta el camino del milagro.
  El viento trae el alba entorpecida.
  El alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene
  [encima.

  Toda la santa noche he caminado
  y su inquietud me deja
  en esta calle que es cualquiera.
  Aquí otra vez la seguridad de la llanura
  en el horizonte
  y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres
  y el almacén tan claro
  como la luna nueva de ayer tarde.
  Es familiar como un recuerdo la esquina
  con esos largos zócalos y la promesa de un patio.
  ¡Qué lindo atestiguarte, calle de siempre, ya que miraron tan pocas
  [cosas mis días!

  Ya la luz raya el aire.
  Mis años recorrieron los caminos de la tierra y del agua
  y sólo a vos te siento, calle quieta y rosada.
  Pienso si tus paredes concibieron la aurora,
  almacén que en la punta de la noche eres claro.
  Pienso y se me hace voz ante las casas
  la confesión de mi pobreza:
  no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,
  pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
  y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte
  con esa luz de calle.
  Calle grande y sufrida,
  eres la única música de que sabe mi vida.

  AL HORIZONTE DE UN SUBURBIO

  Pampa:
  Yo diviso tu anchura que ahonda las afueras,
  yo me desangro en tus ponientes.
  Pampa:
  Yo te oigo en las tenaces guitarras sentenciosas
  y en altos benteveos y en el ruido cansado
  de los carros de pasto que vienen del verano.
  Pampa:
  El ámbito de un patio colorado me basta
  para sentirte mía.
  Pampa:
  Yo sé que te desgarran
  surcos y callejones y el viento que te cambia.
  Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos.
  No sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.

  UNA DESPEDIDA

  Tarde que socavó nuestro adiós.
  Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro.
  Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de
  [los besos.

  El tiempo inevitable se desbordaba
  sobre el abrazo inútil.
  Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la
  [soledad ya inmediata.

  Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.
  Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra que ya el
  [lucero alivia.

  Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo.
  Como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus lágrimas.
  Tarde que dura vívida como un sueño
  entre las otras tardes.
  Después yo fui alcanzando y rebasando
  noches y singladuras.

  AMOROSA ANTICIPACIÓN

  Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
  ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
  ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
  serán favor tan misterioso
  como mirar tu sueño implicado
  en la vigilia de mis brazos.
  Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
  quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
  me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
  Arrojado a quietud,
  divisaré esa playa última de tu ser
  y te veré por vez primera, quizá,
  como Dios ha de verte,
  desbaratada la ficción del Tiempo,
  sin el amor, sin mí.

  EL GENERAL QUIROGA VA EN COCHE AL MUERE

  El madrejón desnudo ya sin una sed de agua
  y una luna perdida en el frío del alba
  y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
  El coche se hamacaba rezongando la altura;
  un galerón enfático, enorme, funerario.
  Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
  tironeaban seis miedos y un valor desvelado.
  Junto a los postillones jineteaba un moreno.
  Ir en coche a la muerte ¿qué cosa más oronda?
  El general Quiroga quiso entrar en la sombra
  llevando seis o siete degollados de escolta.
  Esa cordobesada bochinchera y ladina
  (meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
  Aquí estoy afianzado y metido en la vida
  como la estaca pampa bien metida en la pampa.
  Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
  y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
  no he de soltar la vida por estos pedregales.
  ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
  Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
  hierros que no perdonan arreciaron sobre él;
  la muerte, que es de todos, arreó con el riojano
  y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.
  Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
  se presentó al infierno que Dios le había marcado,
  y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
  las ánimas en pena de hombres y de caballos.

  JACTANCIA DE QUIETUD

  Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que
  [meteoros.

  La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
  Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera
  [entenderlos.

  Su día es ávido como el lazo en el aire.
  Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
  Hablan de humanidad.
  Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma
  [penuria.

  Hablan de patria.
  Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada,
  la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
  El tiempo está viviéndome.
  Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada
  [codicia.

  Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana.
  Mi nombre es alguien y cualquiera.
  Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera
  [llegar.


  MONTEVIDEO

  Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un
  [declive.

  La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
  Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó
  [quietamente.

  Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
  Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
  Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
  Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
  Ciudad que se oye como un verso.
  Calles con luz de patio.

  MANUSCRITO HALLADO EN UN LIBRO DE JOSEPH CONRAD

  En las trémulas tierras que exhalan el verano,
  el día es invisible de puro blanco. El día
  es una estría cruel en una celosía,
  un fulgor en las costas y una fiebre en el llano.
  Pero la antigua noche es honda como un jarro
  de agua cóncava. El agua se abre a infinitas huellas,
  y en ociosas canoas, de cara a las estrellas,
  el hombre mide el vago tiempo con el cigarro.
  El humo desdibuja gris las constelaciones
  remotas. Lo inmediato pierde prehistoria y nombre.
  El mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones.
  El río, el primer río. El hombre, el primer hombre.

  SINGLADURA

  El mar es una espada innumerable y una plenitud de pobreza.
  La llamarada es traducible en ira, el manantial en tiempo, y la
  [cisterna en clara aceptación.

  El mar es solitario como un ciego.
  El mar es un antiguo lenguaje que yo no alcanzo a descifrar.
  En su hondura, el alba es una humilde tapia encalada.
  De su confín surge el claror, igual que una humareda.
  Impenetrable como de piedra labrada
  persiste el mar ante los muchos días.
  Cada tarde es un puerto.
  Nuestra mirada flagelada de mar camina por su cielo:
  última playa blanda, celeste arcilla de las tardes.
  ¡Qué dulce intimidad la del ocaso en el huraño mar!
  Claras como una feria brillan las nubes.
  La luna nueva se ha enredado a un mástil.
  La misma luna que dejamos bajo un arco de piedra y cuya luz
  [agraciaría los sauzales.

  En la cubierta, quietamente, yo comparto la tarde con mi hermana,
  [como un trozo de pan.

 Fuente:
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, SEPTIEMBRE 2012.



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