miércoles, 6 de abril de 2016

Elmer Mendoza. Novela Balas de plata. III Premio de Novela Tusquets Editores.


Élmer Mendoza nació en Culiacán, México, en 1949. Además de dramaturgo es también autor de tres volúmenes de cuentos: Mucho qué reconocer (1978), Trancapalanca (1989), El amor es un perro un dueño (1992) y de dos de crónicas sobre el narcotráfico, Cada respiro que tomas (1992) y Buenos muchachos (1995). Imparte en la actualidad cátedra en la Universidad Autónoma de Sinaloa y es un incesante promotor de la lectura en instituciones culturales. Desde su primera novela, Un asesino solitario, Élmer Mendoza ya se había dado a conocer, a juicio de Federico Campbell, no sólo como «el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país», sino también como autor de una aguda y vivaz exploración lingüística de los bajos fondos mexicanos, convertidos en rigurosa materia literaria.
Elmer Mendoza aparece en `La reina del sur` como uno de los varios amigos que entre trago y trago en alguna cantina y con un corrido como música de fondo le provee datos acerca del narcotráfico en México al narrador de la conocida novela de Arturo Pérez Reverte con la diferencia de que el también escribe novela sobre el mismo asunto.
Fuente: Editorial Tusquets.
            En noviembre de 2007, un jurado integrado por Juan Marsé, en calidad de presidente,

Almudena Grandes, Jorge Edwards, Evelio Rosero y Beatriz de Moura  otorgó por unanimidad a esta obra de Élmer Mendoza el III Premio Tusquets Editores de Novela.

Colección andanzas

 Para Leonor
La vida es peligrosa, no por los hombres que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver qué pasa.
Albert Einstein

El México Real a muchos les horroriza, no que exista, que se hable de él.
Joaquín López-Dóriga


 (Fragmento de novela). Balas de plata.
 Uno
Sala de espera. La modernidad de una ciudad se mide por las armas que truenan en sus calles, reflexionó el detective sorprendido por su insólita conclusión, ¿qué sabía él de modernidad, posmodernidad o patrimonio intangible? Nada. Soy un pobre venadito que habito en la serranía. Ver al terapeuta lo ponía nervioso y mataba el tiempo pensando en todo, menos en lo que debía enfrentar. ¿Cómo se escabecha en París, Berlín o islas Fidji? De una puerta ocre mal pintada salió una joven despeinada con cara de traer una mascarilla de huevo. Sin saludar, siguió rumbo a las escaleras.
Entró. El despacho olía tanto a tabaco que quitaba el deseo de fumar. El terapeuta, después de un vistazo a su libreta de notas, fue al grano: Me sorprende el bajo perfil de tu instinto de conservación, ¿cómo es posible que no dieras un pataleo? ¿Podría usted haber dicho que no?, yo no; era un niño y no pude salir corriendo o gritar, no pude; ¿cree usted que un mocoso de nueve años reaccione para salvarse cuando se ha convertido en un monigote asustado?, yo no; perdí el valor, quedé paralizado, convertido en un títere; y aunque usted insista, no puedo con mi condición de individuo abusado; lo medito, lo vuelvo a meditar y no, no voy a aceptarlo com o si me hubieran dado una palmada en la espalda.
Era el punto de quiebre y durante poco menos de dos años lo había repetido mientras hablaba de olores, sonidos, luz opaca. Odio la música de Pedro Infante. Eso no me lo habías contado, el doctor Parra encendió otro cigarrillo, ¿a él le gustaba? No escuchaba otra cosa y también veía sus películas; hablaba de ellas como si fueran la última cerveza en el estadio; un par de veces, antes de que ocurriera, me llevó al cine; la pasé bien; ahora ese recuerdo me duele. ¿Te compró palomitas? No, o en todo caso lo he olvidado, ¿debo recordar eso también, está incluido en el pacto degenerativo del que me habló la otra vez? No necesariamente, las palomitas son parte de la memoria permanente, generalmente inofensiva; sin embargo, en este caso, dado su origen, podrían ser un elemento presente en la bolsa de intoxicación o espacio basura, en todo lo que vuelve a un sujeto ajeno a su historia personal.
El detective posó los ojos en el librero a su derecha. ¿Se acuerda por qué me hice policía? Más o menos. Pues cada vez estoy más seguro de por qué elegí esa profesión. Refréscame la memoria. De niño quería ser cura, hizo una larga pausa, Parra anotó en su libreta, Enrique andaba con la onda de ser bombero, aviador, investigador submarino, todo eso que les gusta a los niños; yo no, mi deseo era convertirme en misionero en África o algo así, pausa, y vea en lo que paré. No te va tan mal. Tampoco tan bien y no creo, como usted dice, que me hice poli para proteger a los débiles y hacer justicia; quería ganar dinero fácil y largarme de aquí lo más pronto posible. Sin embargo te quedaste. A todo se acostumbra uno. Y te enemistaste con los que podrían enriquecerte rápido. Qué más da, la vida es una tómbola.
Consultorio en el centro de la ciudad. Parra en su desgastado sillón reclinable, Edgar Mendieta en una silla normal que prefería a la misteriosa desnudez del diván. Era un sitio tenebroso que olía a detergente barato. En alguna de sus visitas se lo había señalado pero al doctor le daba igual, sólo comentó que era la parte lúgubre de una ciudad decadente. Parra vio su reloj. Edgar, tienes que dejar eso atrás, no estás seriamente dañado y los años te han traído cosas, préndete de ellas; sé que piensas que la felicidad es una estupidez, pero aunque no lo creas, es una de las escasas posibilidades que te quedan para alivianarte, y deja de beber, te puedes cruzar con el ansiolítico, lo menos que conseguirás es quedarte dormido en cualquier parte; eres un hombre exitoso, disfrútalo y reactiva tu vida amorosa, ya ves cómo nos pone la sonrisa de oreja a oreja, ¿te acuerdas de cuando anduviste con aquella chica?, haz algo, quiero ver en tu cara esa sensación de energía que te hace creer que puedes tragarte el mundo; vamos, ve tu futuro de otra manera y, bueno, es tiempo de irnos. Parra usaba barba y se notaba sucio y cansado. Nunca había hablado tanto, doctor. Es que te veo recuperado, un poco alterado pero aún dentro de tu equilibrio. Y porque debe llegar temprano a casa. Pues sí, qué quieres, como hombre de familia trato de estar para el noticiero de las diez; dejemos abierta la próxima cita, tal vez no la necesites. Más me vale.
Salió. Distraídamente miró el cielo nublado. Una camioneta Lobo y dos Hummers negras se abrían paso sin respeto al resto de los conductores. Tocaban corridos a todo volumen y de una de ellas lanzaron una botella de cerveza que se hizo añicos a los pies del detective. El gran logro del poder es el orden, rumió. Aquí estamos valiendo madre. Abordó el Jetta que tenía el radio encendido. Es tiempo de la segunda edición de Vigilantes nocturnos, expresó un locutor, el primer programa de la radio en la ciudad. Lo apagó, se metió al nutrido, para la hora, tráfico de la avenida Obregón y se marchó a casa en silencio.
No cenó para no tener pesadillas.

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