domingo, 20 de marzo de 2016

Jorge Luis Borges. Historia Universal de la Infamia. 1935. (El simulador de la infamia. La cicatriz).

(En la gráfica: Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges y Jorge Luis).

EL SIMULADOR DE LA INFAMIA
La Torre de Takumi no Kami fue confiscada; sus capitanes
desbandados, su familia arruinada y oscurecida, su nombre vinculado
a la execración. Un rumor quiere que la idéntica noche
que se mató, cuarenta y siete de sus capitanes deliberaran en la
cumbre de un monte y planearan, con toda precisión, lo que
se produjo un año más tardé. Lo cierto es que debieron proceder
entre justificadas demoras y que alguno de sus concilios tuvo lugar,
no en la cumbre difícil de una montaña, sino en una capilla
en un bosque, mediocre pabellón de madera blanca, sin otro
adorno que la caja rectangular que contiene un espejo. Apetecían
la venganza, y la venganza debió parecerles inalcanzable.
Kira Kotsuké no Suké, el odiado maestro de ceremonias, había
fortificado su casa y una nube de arqueros y de esgrimistas custodiaba
su palanquín. Contaba con espías incorruptibles, puntuales
y secretos. A ninguno celaban y vigilaban como al presunto
capitán de los vengadores: Kuranosuké, el consejero. Éste lo advirtió
por azar y fundó su proyecto vindicatorio sobre ese dato.
Se mudó a Kioto, ciudad insuperada en todo el imperio por
el color de sus otoños. Se dejó arrebatar por los lupanares, por
las casas de juego y por las tabernas. A pesar de sus canas, se
codeó con rameras y con poetas, y hasta con gente peor. Una
vez lo expulsaron de una taberna y amaneció dormido en el
umbral, la cabeza revolcada en un vómito.
Un hombre de Satsuma lo conoció, y dijo con tristeza y con ira:
¿No es éste, por ventura, aquel consejero de Asano Takumi no
Kami, que lo ayudó a morir y que en vez de vengar a su señor se
322 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
entrega a los deleites y a la vergüenza? ¡Oh, tú indigno del nombre
de Samurai!
Le pisó la cara dormida y se la escupió. Cuando los espías denunciaron
esa pasividad, Kotsuké no Suké sintió un gran alivio.
Los hechos no pararon ahí. El consejero despidió a su mujer
y al menor de sus hijos, y compró una querida en un lupanar,
famosa infamia que alegró el corazón y relajó la temerosa prudencia
del enemigo. Éste acabó por despachar la mitad de sus
guardias.
Una de las noches atroces del invierno de 1703 los cuarenta y
siete capitanes se dieron cita en un desmantelado jardín de los
alrededores de Yedo, cerca de un puente y de la fábrica de barajas.
Iban con las banderas de su señor. Antes de emprender el asalto,
advirtieron a los vecinos que no se trataba de un atropello, sino
de una operación militar de estricta justicia.

LA CICATRIZ.
Dos bandas atacaron el palacio de Kira Kotsuké no Suké. El
consejero comandó la primera, que atacó la puerta del frente;
la segunda, su hijo mayor, que estaba por cumplir dieciséis
años y que murió esa noche. La historia sabe los diversos momentos
de esa pesadilla tan lúcida: el descenso arriesgado y pendular
por las escaleras de cuerda, el tambor del ataque, la precipitación
de los defensores, los arqueros apostados en la azotea,
el directo destino de las flechas hacia los órganos vitales del
hombre, las porcelanas; infamadas de sangre, la muerte ardiente
que después es glacial; los impudores y desórdenes de la muerte.
Nueve capitanes murieron; los defensores no eran menos valientes
y no se quisieron rendir. Poco después de media noche
toda resistencia cesó.
Kira Kotsuké no Suké, razón ignominiosa de esas lealtades,
no aparecía. Lo buscaron por todos los rincones de ese conmovido
palacio; y ya desesperaban de encontrarlo cuando el consejero
notó que las sábanas de su lecho estaban aún tibias. Volvieron
a buscar y descubrieron una estrecha ventana, disimulada
por un espejo de bronce. Abajo, desde un patiecito sombrío, los
miraba un nombre de blanco. Una espada temblorosa estaba en
su diestra. Cuando bajaron, el hombre se entregó sin pelear.
Le rayaba la frente una cicatriz: viejo dibujo del acero de Takumi
no Kami.
Entonces, los sangrientos capitanes se arrojaron a los pies del
aborrecido y le dijeron que eran los oficiales del señor de la
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA .H2.H
Torre, de cuya perdición y cuyo fin él era culpable, y le rogaron
que se suicidara, como un samurai debe hacerlo.
En vano propusieron ese decoro a su ánimo servil. Era varón
inaccesible al honor; a la madrugada tuvieron que degollarlo.

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