miércoles, 3 de junio de 2015

Premio Hammett de novela 2007. Novela: “Cadáver de ciudad”. Juan Hernández Luna.


Premio Hammett de novela 2007.  Novela: “Cadáver de ciudad”.
Juan Hernández Luna (nació en Ciudad de México el 19 de agosto de 1962, murió el 8 de julio de 2010, también en Ciudad de México), autor mexicano de novela policíaca.
Licenciado en Arte dramático (Escuela Andrés Soler, ANDA), realizó estudios de cine y literatura. Realizó guiones para cómic, corto y largometrajes cinematográficos. Impartió cursos de literatura y cine. Fue subdirector de publicaciones en el DIF-D. F. y subsecretario de cultura en el PRD-D.F., donde coordinó las áreas de teatro, cine, publicaciones y artes plásticas.
Tras la fusión de la Secretaría de Cultura con la de Prensa y Propaganda, se encargó de dirigir el semanario informativo de dicho instituto político.
Fue coordinador del programa de Literatura Siempre Alerta en el municipio de Nezahualcóyotl.
Algunos de sus cuentos se encuentran en antologías nacionales y extranjeras. Varias de sus novelas han sido traducidas al francés e italiano.
Colaboró en diversas revistas y periódicos y publicó algunos libros y artículos de divulgación científica bajo seudónimo.
Ganó el Premio Nacional de Cuento 1985, el Premio Nacional de Libro de Cuento 1988, el Premio Nacional de Primera Novela 1990, el Premio Latinoamericano de Cuento 1992, el Premio Nacional de Ciencia Ficción 1995, el Premio Hammett 1997 de novela policíaca por Tabaco para el puma, el Premio Nacional de Libro de Cuento del IPN por Crucigrama, y el Premio Dashell Hammett 2007 por Cadáver de ciudad. 
Pd: no he podido conseguir para los amigos blogueros la novela ganadora del Premio Hammett correspondiente al año 2007. Sin embargo, se transcribe un fragmento de la novela Yodo, que posee todos los ingredientes de una excelente obra literaria. J. Méndez-Limbrick.
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Novela: Yodo.
En un ambiente urbano, corrosivo y marginal habita un serial-killer que regresó de entre los muertos cubierto de tatuajes, alguien que no resiste la luz del sol. En su habitación guarda secretos relacionados con huesos, sangre y destazamientos de ciertas víctimas que lo mantienen en permanente estado de euforia, pasión y llanto. El consuelo: cercenar decenas de gallinas y regresar al asombro perpetuo del mundo en el que vive. La madre de este ser es la bruja del barrio, adivinadora de presagios y destinos, capaz de maldecir dinastías enteras. Ambos personajes se mueven en un escenario azotado por la urbanidad abrupta, donde el lavado de dinero y la traición son formas cotidianas para iniciar el día.
Fuente: N.N.
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Novela: “Yodo” Fragmento.

Hernandez Luna Juan - Yodo Rt



PRIMERA PARTE

Evitaba exponerse a la luz cruda y ocultaba los ojos bajo el brazo. La luz del día, de una lámpara o de la luna llena le hacía daño: lo desnudaba, penetraba bajo su piel y ahí revelaba la vergüenza o las lágrimas secretas. La sentía pasar sobre su cuerpo como una llama que hiciera arder sus mascaras, un filo que retirara lentamente el velo de carne que mantenía entre el y los otros la distancia necesaria.
TAHAR BEN JELLOUN

¿Podrías tu rectificar las líneas de mis manos? ¿Quien esparcirá al azar los pozos del café?
HÉROES DEL SILENCIO



I
Es de noche.
Como un demonio de lluvia y sal, como un relámpago de lodo y abismo, la calle muestra su espina des-carnada.
Es una calle larga, delgada, sinuosa.
La calle principal del barrio.
Mi sombra se desliza lenta por las casas perdidas, bajo la inmensidad húmeda y silenciosa.
Amenaza llover. El agua se esconde en la vejiga oscu-ra del cielo y se niega a caer en estas calles sin pavimento.
Camino hasta la parada de los camiones y levanto algunas sobras de comida: una mitad de naranja, una cáscara de lo que fue un tamal.
Son las 7:45 de la noche cuando llega el autobús número 50. El chofer baja de su unidad y me insulta, lanza una piedra para alejarme.
Dicen que atraigo la mala suerte. El chofer está segu-ro que si llego a tocar su camión habrá de tener un mal día y nadie subirá; no ganará dinero y su patrón se mo-lestará por no entregarle la cuenta completa del turno. Llegará a su casa y su mujer lo puteará y le dirá cabrón jodido comemierda pinche fracasado no sé para qué me casé contigo, y al día siguiente se sentirá más inútil y entonces —para evitar todo esto— prefiere aventarme piedras para que no me acerque a su camión. De acuerdo.
Comprendo el lenguaje de los insultos y las piedras y acepto no acercarme. Sobre todo porque las piedras lastiman.
Antes, creía que las personas me arrojaban piedras simplemente por jugar, hasta el día que me golpearon en la cabeza. Fue demasiada sangre la que salió de su pro-fundidad escondida. El sol de la mañana me produjo un mareo cuando regresaba a casa buscando refugio. Perdí el conocimiento. La sangre escurrió hasta formar una costra en toda la cara. Desperté alterado por el zumbar de las moscas alrededor de mi frente, picándome la piel, atraídas por el olor ferroso y lascivo de la sangre.
Cuando llegué a casa mi madre preguntó quién me había golpeado de esa manera y mentí. Dije que había caído en una zanja y eso me dio miedo. De seguir min-tiendo, labraría mi camino directo al infierno.
Luego supe que el infierno no existe y continué diciendo mentiras. De cualquier forma jamás hubiera contado a mi madre quién me lanzó esa piedra. Segura-mente le buscaría para maldecir su sangre como lo hizo con Gabriel García, mi supuesto padre.
Sigo caminando.
La noche es más aguada.
Las noches con luna no son del todo noches. El horizonte y el cielo se diluyen por la claridad lechosa de la luna y entonces semeja una noche aguada.
Hoy es una noche aguada.
Mi madre se preocupa porque me da por vagar sin sentido. Sucede que me gusta caminar por el barrio. Me atrae la terminal de los camiones, el ruido de los moto-res, mirar cómo las máquinas maniobran en reversa y enfilan de vuelta por la carretera terregosa.
Tras cada autobús anoto en mi libreta la hora en que llega y a la que se marcha de nuevo. Cuando olvido la libreta lo hago mentalmente y al estar en mi cuarto transcribo las entradas y salidas.
El barrio siempre ha sufrido por el transporte. Hace años mi madre desesperaba por tener su consultorio en el centro de la ciudad.
Cuando hicieron el camino principal los camiones comenzaron a entrar hasta esta zona.
Desde entonces, mi madre ya no fue al centro de la ciudad a trabajar.
Puso su consultorio en este barrio, en la casa, junto a la cocina, frente a la sala. Al principio fue difícil que la gente llegara a consultarle.
Desde que realizó su tercer milagro, la maldición de la peste sobre Gabriel García, le visitan gentes de todos lugares.
Es una santa. Hace milagros. La gente reza ante ella, prende veladoras y mi madre limpia con yerbas el cuer-po de las personas, les da oraciones y recetas de magia. Mi madre se pone feliz cuando por la noche cuenta el dinero obtenido con sus sanaciones.
A veces se fatiga y me pide que diga a quienes aún esperan en la sala que ya no podrá atender a nadie más porque sus poderes han disminuido y el Dios todopo-deroso le impide seguir trabajando. En ocasiones así, la gente sale afligida de no poder visitar a la oradora, a la Madame, a la santa y entonces yo puedo prender la te-levisión de la sala y ver la Pantera Rosa.
La noche se vuelve más aguada.
Tomo una piedra y la colocó sobre un montículo que he formado a lo largo de los años y en tiempo de lluvias se oculta con la hierba.
Las piedras que deposito son pequeñas, caben en mi mano.
Es un lote baldío. La "Primera Sangre". Así llamo a este lugar.
Los camiones siguen llegando al paradero. Los anoto en mi libreta. Uno de ellos da la vuelta y sus potentes lu-ces me iluminan. El ayudante del chofer asoma el cuer-po por la puerta delantera y cuando pasa me insulta.
Lo saludo agitando la mano y con mi gran sonrisa.




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