sábado, 2 de mayo de 2015

Hubert `Cubby` Selby Jr. Novela. La habitación.


Hubert `Cubby` Selby Jr. (julio 23, 1928 hasta abril 26, 2004) fue un escritor estadounidense del siglo XX. Sus novelas más conocidas son Last Exit to Brooklyn (1964) y Réquiem por un sueño (1978). Ambas novelas fueron adaptadas posteriormente al cine,y él apareció en pequeños papeles en ambas producciones.

Su primera novela fue acusada de obscena en Gran Bretaña en 1967 y prohibida en Italia. A pesar de esto su trabajo fue defendido por importantes escritores. Ha sido considerado de gran influencia por varias generaciones de escritores. Además de escritor fue profesor de escritura creativa durante 20 años en la University of Southern California en Los Ángeles, donde vivió desde 1983.
Fuente:N.N.
***
LA HABITACION supone para muchos entendidos la verdadera obra maestra de Selby, una lectura desafiante donde las haya, protagonizada por un delincuente vulgar e iracundo, a la espera de un juicio por un crimen que clama no haber cometido. En el transcurso de la novela, el lector dudará de su inocencia en todo momento, la cual pasa a un plano secundario a medida que se van sucediendo por la mente del reo toda clase de pensamientos desoladores, recuerdos de violaciones, asesinatos, tortura, delirios de grandeza, venganzas inverosímiles, raptos masoquistas y una degradación aún más claustrofóbica dadas las dimensiones de la ubicación de la acción: el calabozo de unos juzgados.

***

(Fragmento de novela, LA HABITACIÓN).


Título Original: The room
  Traductor: Ortiz Peñate, Daniel
  ©1972, Selby Jr, Hubert
  ©2010, Escalera
  Colección: Precursores, 5
  ISBN: 9788493701864
  Generado con: QualityEbook v0.62

  LA HABITACIÓN

  HUBERT SELBY JR

  Traducción de Daniel Ortiz Peñate

 
  NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA


  La presente edición de La habitación ha respetado la forma del texto original: distribución de párrafos, interlineado, puntuación, uso de cardinales y ordinales, mayúsculas, signos de exclamación, vocabulario, reiteraciones, cursivas y metáforas.

  1



  Era consciente de la oscura quietud en el corredor. Sabía que no había nada que ver y pese a ello seguía perforando con mirada fija el reflejo de su rostro en el ventanuco. El corredor medía sólo dos metros de ancho y la pared de enfrente era apenas visible. Leyó los letreros de las cestas para la ropa sucia: camisas azules, pantalones azules, sábanas, toallas de ducha, toallas de mano. A duras penas podía leer los dos últimos a fuerza de apostarse contra el cristal y apurarse hacia un lado. Volvió a leerlos de izquierda a derecha, primero desde el centro del cristal para luego ir escorándose hacia la izquierda, forzando la vista hasta leer el último letrero. Camisas, pantalones; podía recitarlos sin problemas. Cerró los ojos. Toallas de mano, sábanas, toallas de baño... No se molestaba en comprobar si los enumeraba por orden. Estaba convencido de que no se equivocaba.
  Dio la

  espalda a la puerta maciza y cerrada y se miró al espejo sobre el lavabo. Ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad podía verse la cara con nitidez, incluso una pequeña mancha roja que le afloraba en la mejilla. Se acercó al espejo y la recorrió con la yema de los dedos. Un grano incipiente. Comenzó a apretar, luego bajó las manos. ¿Para qué molestarme? Ya rasgará la piel. Esperaré a que asome la cabeza... si no desaparece antes. Quién sabe, tal vez lo haga, y se pasó de nuevo el dedo. Dejó de hurgarse y retrocedió levemente para contemplarse mientras entornaba los ojos hasta el estrabismo y fruncía el ceño hasta que toda la cara se le arrugaba.
  Se encogió de hombros y fue a sentarse al borde del catre. Sabía que la luz en el cuarto era tenue comparada con la luz del día, con todas las lámparas del techo encendidas, pero aún así creyó percibir la misma claridad. Es obvio que tan sólo parecía ser así, aunque si algo parece ser así, es que es así, ¿no? Entonces ahora mismo hay tanta claridad aquí dentro como en una playa soleada y punto.
  Pero sabes que no es así. Sabes que sólo lo parece, y da esa impresión simplemente porque te has acostumbrado a ello. Y cuando enciendan las luces habrá tanta claridad que no podrás siquiera abrir los ojos del todo, entonces, al cabo de un rato, te parecerá que siempre ha sido así, hasta que vuelvan a apagar las luces y dejen sólo las de noche encendidas y de pronto todo se torna muy oscuro, hasta que te acostumbras y luego la claridad regresa tan insoportable como antes. Es siempre igual: te habitúas a algo y entonces ese algo cambia. Te habitúas a otra cosa, y esa otra cosa también cambia. Una y otra vez. Siempre igual.
  En fin,

  al diablo con eso. De todas maneras no tiene importancia. No está oscuro y yo no tengo tanto sueño. Pude haber prescindido de la siesta esta tarde. Si tuviera algo para leer podría cansar un poco la vista y quedarme frito. En el fondo da bastante igual que duerma de día o de noche. Es lo mismo. La misma cantidad de tiempo tiene que pasar cada día y cada noche. Las mismas veinticuatro horas.
  Cierto que mientras más duermes más rápido pasa el tiempo. Igual que en nochebuena cuando eres niño y no puedes esperar al día siguiente para ver qué te ha traído papá noel. Sabes que amanecerá en cuanto te duermas. Es todo lo que hay que hacer: dormirse para luego despertar, saltar de la cama y listo, a arrancarle el papel a los regalos bajo el árbol. Qué difícil era dormir también entonces. Aun sabiendo que en cuanto te durmieras llegaría la mañana, sin importar lo distante que ésta estuviera. Y tú ahí pensando: duérmete y será por la mañana. Era tan difícil dormir. Pero el tiempo pasaba y acababas por dormirte, por fuerza. Y resultaba igualmente difícil conciliar el sueño cuando ya sabías de la inexistencia de papá noel.
  Qué demonios.

  Bueno, de todas formas, el tiempo tiene que pasar. Aunque a veces lo haga jodidamente despacio y parezca arrastrarse y arrastrarse como si pesara una tonelada y se te colgara como un mono. Como si fuera a chuparte toda la sangre o a retorcerte las tripas por dentro. Y en cambio a veces vuela. Simplemente vuela. Y se va a alguna parte, de alguna manera, antes de que puedas darte cuenta. Es como si el tiempo existiera con el solo propósito de humillarte. Esa es la única finalidad del tiempo. Exprimirte. Reventarte. Amarrarte, anudarte y hacerte sentir miserable. Si pudiera dormir entre 12 y 16 horas diarias. Sip, sería estupendo. Por desgracia no funciona así. Puede lograrse de forma ocasional, sí, si por ejemplo: duermes poco durante varios días. Pero una vez te recuperas, vuelves donde empezaste. A intentar dormir para que el maldito tiempo pase.
  Y qué decir de esos viejos locos bastardos que se pasan la puta vida mirando las estrellas y toda esa mierda, sólo para saber dónde están y qué hora es. Jodidos con el tiempo. Sin telescopios. Sin relojes. Ahí, tratando de comprender el tiempo. Miles de ellos, miles de años, sentando el culo y mirando al cielo. Todos jodidos con el tiempo. Tan preocupados por los putos planetas y las putas estrellas. Qué locura. ¿Cómo pueden? Pasarse sus estúpidas vidas mirando al cielo. Y algunos de esos cretinos llegan a vivir 80 o 90 años. Día tras día. Noche tras noche. Malditos tarados. Hace falta estar muy mal. ¿Y adonde llegan con todo eso? Averiguan la posición de marte dentro de diez mil años. Qué pasada. Por dios, menuda pérdida de tiempo. ¿Y qué sacan en claro? ¿Qué? Si una vez averiguan toda esa mierda se mueren o siguen ahí, con el culo sentado, mirando al condenado cielo. Justo donde empezaron.
  Uno siempre acaba donde empieza.

  Pase lo que pase. De vuelta a la misma fosa séptica. Incluso si duermes 24 horas seguidas vuelves al punto de partida, a sentarte a ver pasar las próximas 24 horas y tal vez intentar dormir. Sentado al borde del catre o lo que sea, con la mirada fija en la pared.
  La puta luz nocturna te golpea intermitente en los ojos abiertos.
  Bueno, al menos la pared es gris.

  Gris.

  Sí, es gris. Casi un gris acorazado. Un descanso para los ojos al fin y al cabo. Ya tengo bastante con esa luz toda la puta noche, como para encima tener frente a mis narices una pared brillante transmitiéndome todo su fulgor.
  Eso

  es. Ya sé de dónde he sacado lo del gris acorazado. Me preguntaba. Qué edad tendría. Unos 8 o 9 o así. Apareció entre mis regalos de navidad. Qué acorazado era.
  No recuerdo el nombre. Recuerdo a ciencia cierta que el pegamento apestaba. Supongo que mamá me ayudó a encolarlo. Solía hacerlo. Debimos tardar un par de días. Puede que más. Creo que luego lo lijé hasta dejarlo impecable. Creo que era de aquellos pegamentos que tardaban mucho en secarse. Había que poner mucha atención en no equivocar la posición de las piezas una vez el pegamento comenzaba a secarse. Sip, había que dejarlo junto a una ventana abierta para que el pegamento se secara. Olía fatal. Supongo que lo del gris acorazado se me ocurrió a mí.
  O

  quizá venía en las instrucciones que había que pintarlo de gris.
  En fin. Eso sí, recuerdo ir a comprar la pintura. A la ferretería de enfrente. Venía en una latita que costaba sólo 10 centavos. Lo mismo que un sándwich de jamón con ensalada alemana en Delicatessen Kramers. Lo cierto es que una vez terminado no lucía tampoco gran cosa. No sé, puede que fuera por el gris. Le faltaba algo. Como las maquetas de aviones. Nunca lucen como debieran. No del todo. Pero era divertido armarlas y luego pegarles fuego. Ardían rápido. Ya sé que es una idiotez derramar tanto sudor en la construcción de aquellas putas maquetas. Te tiras todo ese tiempo y ¿cuál es el resultado?: la maqueta de un avión. Menuda mierda absurda.
  Al

  diablo con todo eso, y se concentró en las manchas del suelo tratando de establecer equivalencias entre sus distintas formas. Tiene gracia, pero es más fácil cuando juegas a esto con las nubes que cruzan el cielo. Examinó con cuidado el suelo, pero cuanto más miraba más parecía fundirse el suelo en una amorfa masa gris. Finalmente, tras repasar cada centímetro visible de suelo, sus ojos se posaron en la puerta. Alzó la vista hasta el ventanuco. Sip, ya sé: camisas, pantalones... toallas, sábanas. Hacia atrás, hacia adelante... atrás, adelante.

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