Nombre completo | François-Marie Arouet |
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Nacimiento | 21 de noviembre de 1694 París, Francia |
Defunción | 30 de mayo de 1778, 83 años París, Francia |
Seudónimo | Voltaire |
Ocupación | Escritor, poeta, dramaturgo, filósofo |
Nacionalidad | Francesa |
Período | Siglo XVIII |
Lengua de producción literaria | Francés |
Lengua materna | Francé |
Movimientos Fuente: Wikipedia. | Siglo de las Luces |
ABUSO. Vicio inherente a todos los usos, a todas las leyes y a todas las
instituciones humanas. El catálogo de los abusos no cabría en ninguna
biblioteca. Los abusos dirigen los Estados. Si preguntáramos a los chinos a los
japoneses o a los ingleses y les dijéramos: «Vuestro gobierno es todo un cúmulo
de abusos que nunca subsanáis», los chinos nos responderían: «Subsistimos como
nación hace más de cinco mil años y tal vez somos el pueblo menos desdichado
del mundo, porque somos el más apacible»; los japoneses nos arguirían poco más
o menos lo mismo, y los ingleses nos contestarían: «Somos muy poderosos en el
mar y vivimos muy bien en la tierra; puede que dentro de diez mil años
perfeccionemos nuestros hábitos. El gran secreto consiste en estar mejor que
los demás pueblos cometiendo enormes abusos».
En este artículo sólo vamos a
ocuparnos del recurso de alzada. Erraría quien creyera que Pierre de Cugnieres,
hombre de leyes y abogado del rey en el Parlamento de París, interpuso un
recurso de alzada en el año 1330, en la época de Felipe de Valois, ya que la
fórmula de dicho recurso no se introdujo hasta finales del reinado de Luis XII.
Pierre de Cugnieres hizo cuanto pudo para suprimir el abuso de las usurpaciones
eclesiales, del cual se quejaban los jueces seculares, los señores que poseían
jurisdicción y los Parlamentos, pero no lo consiguió. El clero, por su parte,
se quejaba también de los señores, que no eran sino tiranos ignorantes que
habían conculcado la justicia, y a los ojos de estos señores los eclesiásticos
eran otros tiranos que sabían leer y escribir. Felipe VI se vio obligado a
convocar a estos dos partidos, para que se reunieran en palacio ante él, no en
el tribunal del Parlamento como dice Pasquier. El rey presidió en su trono
rodeado de los pares, de los altos barones y de elevados dignatarios que
componían su Consejo, al que asistieron veinte prelados. El arzobispo de Sens y
el obispo de Autun hablaron en nombre del clero. No se dice quién fue el orador
por el Parlamento, ni por los señores. Es verosímil, sin embargo, que el
discurso del abogado del rey fuera un resumen de las alegaciones de las dos
partes, que éste hablara en nombre del Parlamento y de los señores, y que el
canciller resumiera las razones alegadas por ambas partes. Sea como fuere,
vamos a reseñar las quejas que expusieron los barones y el Parlamento,
redactadas por Pierre de Cugnieres:
1. Cuando un laico citaba ante
un juez real o señorial a un clérigo que no estuviera tonsurado, que sólo
hubiera recibido órdenes menores, el juez de la curia debía significar a los
jueces que no podían juzgarle, bajo pena de excomunión y multa.
2. La jurisdicción
eclesiástica obligaba a los laicos a comparecer ante ella en todos los litigios
que tuvieran con los clérigos en materia civil, por sucesión y por préstamo.
3. Los obispos y abades
establecerán notarios hasta en las mismas haciendas de los laicos.
4. Excomulgarán a los que no
pagan sus deudas a los clérigos, y si el juez civil no les obliga a pagar
excomulgarán también a dicho juez.
5. Cuando un ladrón pase a
manos del juez civil, éste debe remitir al juez eclesiástico los objetos
robados; si no lo hace, incurre en excomunión.
6. El excomulgado sólo podrá
ser absuelto mediante pago de una multa.
7. Los jueces civiles
denunciarán a los labradores y a los braceros que trabajen para algún
excomulgado.
8. Dichos jueces tendrán la
facultad de proceder a inventarios en los dominios del rey, prevalidos de que
saben escribir.
9. Cobrarán ciertos derechos
para conceder al recién casado autorización para acostarse con su mujer.
10. Se apoderarán de todos los
testamentos.
11. Declaran condenado a todo
aquel que muere sin testar, porque en ese caso la Iglesia nada hereda de él, y
para concederle al menos los honores del entierro harán testamento en nombre
suyo, en el que otorgaran mandas pías.
Parecidas a éstas, expusieron
unas setenta quejas. Para defenderlas tomó la palabra Pierre Roger, arzobispo
titular de Seás, que tenía fama de ser una notabilidad y había de ocupar la
Santa Sede con el nombre de Clemente XVI. Empezó puntualizando que no hablaba
para que le juzgaran, sino para juzgar a sus adversarios, y para aconsejar al
rey que cumpliese con su deber. Dijo que Jesucristo, siendo Dios y hombre, era
dueño del poder espiritual y del temporal y, por tanto, los ministros de la
Iglesia, que eran sus sucesores, eran jueces de todos los hombres sin
distinción.
Pierre Bertrandi, obispo
titular de Autun, al entrar en los detalles de la cuestión, aseguró que sólo se
incurría en excomunión por haber cometido algún pecado mortal, que el culpable
debía hacer penitencia y que la mejor penitencia que podía hacer era dar dinero
a la Iglesia. Trató de probar que los jueces eclesiásticos tenían más capacidad
que los jueces reales o señoriales para administrar justicia, porque habían
estudiado las Decretales, que los demás jueces desconocían. A esto podían
haberle replicado que se debía obligar a los bailíos y a los prebostes del
reino a leer las Decretales para no cumplirlas nunca.
La reunión de esta gran
asamblea no sirvió para nada. El rey necesitaba contemporizar con el Papa, que
había nacido en su reino, tenía la Santa Sede en Aviñón y era enemigo mortal
del emperador Luis de Baviera. En toda época la política conserva los abusos
que la justicia trata de evitar. De la mentada reunión tan sólo quedó en el
Parlamento el recuerdo imborrable del discurso que pronunció Pierre de
Cugnieres El Parlamento se opuso desde entonces sistemáticamente a las
pretensiones de los clérigos y se apeló siempre a él contra las sentencias
dictadas por los jueces eclesiásticos, cuyo procedimiento recibió la
denominación de recurso de alzada. Finalmente, todos los Parlamentos de Francia
acordaron que la Iglesia conociera únicamente en materia de ordenamiento
eclesiástico y en juzgar a todos los hombres indistintamente, con arreglo a las
leyes del Estado, conservando las normativas que prescriben las ordenanzas.
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