jueves, 20 de octubre de 2011

ARTURO USLAR PIETRI. ORGULLO PARA VENEZUELA Y TODA LATINOAMÉRICA.

Arturo Uslar Pietri.


link: para bajar la novela: LAS LANZAS COLORADAS
LAS LANZAS COLORADAS.
Si existe un gran escritor latinoamericano es Uslar Pietri y  por supuesto, no tiene nada que envidiarle a los otros grandes del boom. Cuando leí LAS LANZAS COLARADAS, hace varias décadas atrás, no pude de maravillarme del símil que inicia la narración: 

"¡Noche oscura! Venía chorreando el agua, chorreando, chorreando, como si ordeñaran el cielo". 

La narración de Ulsar Pietri es compacta, dinámica, llena de imágenes hermosas:

 "La luz era de lechuza y la gente del mentado Matías venía enchumbada hasta el cogollo y temblando arriba de las bestias. Los caballos planeaban, ¡zuaj! y se iban de boca por el pantanero. El frío puyaba la carne, y a cada rato se prendía un relámpago amarillo, como el pecho de un Cristofué. ¡Y tambor y tambor y el agua que chorreaba! El mentado Matías era un indio grande, mal encarado, gordo, que andaba alzado por los lados del Pao y tenía pacto con el Diablo, y por ese pacto nadie se la podía ganar. Mandinga le sujetaba la lanza. ¡Pacto con Mandinga!" 


El elemento que más me gustó de la novela de Uslar Pietri es la presencia del Libertador Simón Bolívar, que está allí, se respira en la narración y a la vez nunca está presente. Es una atmósfera que persigue a todos los personajes de la novela. Quizá el momento más dramático de la novela es su final: recuerdo estar sentado en la sala de mi casa  leyendo y esperando que el personaje "Presentación Campos" que está en la cárcel pueda mirar al libertador aunque sea una sola vez, sin embargo, esto no sucederá. El efecto de la narración es único, angustiante, estremecedor, son pasajes inolvidables de obras literarias que me han marcado de por vida. Transcribo para los amigos blogueros el último capítulo de las LANZAS COLORADAS: 


"XIII
Lo envolvía un ruido sordo y poderoso, como si estuviera a la orilla del mar. Como si viniera emergiendo desde el fondo del mar hacia la superficie.


El movimiento con que había sido transportado hasta entonces cambió de pronto. Empezaba a poder distinguir las voces, pero mezcladas en una niebla de ruido. Alguien, cerca había dicho algo que no entendía. Otro más próximo lo volvió a repetir; otro, aún más cerca. No podía entender.


Por último, como si se lo estuvieran diciendo bajo en el oído, se le reveló claro el sentido de las palabras.


—Bolívar viene.


Oía entre la marejada de ruido muchas voces.


—Vamos a acampar en la hacienda.




A fuerza de oírlas repetir, las palabras cobraban lentamente significación.


—No seguimos viaje.


—El general Bolívar viene.


—Bolívar viene.


—El Libertador viene.


Una palabra que sonaba más clara entre las otras: Bolívar. Con esfuerzo enorme, como para alzar un toro, abrió los ojos. La luz lo deslumbró.


Él era todavía Presentación Campos. Pero ya no estaba a caballo. ¿Y la lanza? Buscó la lanza, pero al moverse un dolor espantoso lo venció.


Estaba herido.


Iba en una hamaca como los heridos.


Más allá de la hamaca veía el hombro poderoso del soldado que cargaba el extremo delantero del palo, y más allá otros soldados, a caballo y a pie, con armas, y en medio de ellos, rodeados por ellos, hombres de cara feroz, desarmados. No veía a los que estaban hacia atrás, porque no podía volver la cabeza. Más allá de los soldados, el campo verde, y, en el fondo, unos cerros azules.


 No acertaba a saber dónde estaba, ni entre quiénes. Se recordaba a caballo en la batalla, cargando con la lanza; después aquella calle por la que se había precipitado sobre un grupo de hombres. Recordaba haberse caído. Más nada.


Aquellos hombres hablaban de Bolívar. No oía gritos, ni tiros, y estaba herido. Debía estar preso. La sola idea de estar herido y preso lo exasperó. Quiso gritar, levantarse, huir. Intentó moverse, pero el dolor de garras finas le hizo perder de nuevo el sentido.


Ahora era un olor desagradable.


Olor de trapo viejo, de cueva, de mal aire. Debajo de la mano sentía la tierra húmeda y fría. Abrió los ojos.


Estaba en la sombra. Por la ventana pequeña y enrejada entraba luz y se veía una rama. Estaba solo. Creía encontrarse todavía entre los hombres extraños, y estaba solo. Comenzaban a tornarle las rachas de recuerdo.


Él era Presentación Campos. Estaba echado en tierra sobre una cobija. En la tierra húmeda. "Carvajala", ¿estás ahí? Todo silencioso.


Aun cuando las heridas le dolían profundamente, lograba articular palabras. ¡"Carvajala"! Los rincones estaban cubiertos de sombra y olía muy mal. ¡"Carvajala"! Ella estaba siempre al pie de la cama. Era una mujer buena. La habría llamado el coronel Zambrano. ¡"Carvajala"!


¡Bolívar viene! ¿Quién lo ha dicho? Recordaba haberlo oído. Recordaba la hamaca, el camino. Viene:


Iba a verlo. El hombre por quien se hacía la guerra, contra quien hacía la guerra, a quien iba a derrotar. Tal vez lo habrían derrotado ya. Quizá venía preso. ¡Preso!


Él era el que estaba preso. Preso y herido, en aquella cueva. Lo habían hecho preso los insurgentes. Ahora lo matarían y más nunca podría volver a la guerra. El mal olor continuaba molestándolo. Era un hedor particularmente repugnante.


El olor del dormidero de los esclavos. Olor de carne floja y hedionda.


Recordaba "El Altar".


Cuando pasaba por la puerta del repartimiento en "El Altar". Olía lo mismo. Y era bajo, y grande, y oscuro, lo mismo. Y con un tragaluz pequeño. Tuvo la evidencia de estar en la hacienda. Aguzaba los ojos y reconocía la habitación. Eran las mismas paredes. El mismo techo. Estaba en el repartimiento de los esclavos de "El Altar". Estaba tirado en el suelo, como un esclavo. Se sintió lleno de desesperación


La misma luz que afuera iluminaba el trapiche y el campo, y las distancias verdes y solas, y la ruina negra de la casa incendiada.


— ¡Esclavo cobarde!


¿Quién hablaba? Estaba sobre la tierra como un esclavo. Se veía el brazo desnudo. La carne oscura como la sombra, como la tierra, la carne florecida de heridas. La cabeza llena de ruido. Todas las avispas, todas las abejas, todos los zancudos están en la sombra; todos los zancudos, todas las avispas, todas las moscas son la sombra; todas las mariposas que empalagan; las mariposas no son la sombra, ni el agua, ni los caballos, ni los relinchos de los caballos.


— ¡Esclavo cobarde!


¡Ah!, doña Inés. ¡Inés! Él tiene la carne oscura, pero Inés desnuda era toda blanca. Ellos creían que eran los amos, pero el amo era él.


Doña Inés que cantaba canciones de amor, don Fernando que hablaba de la República, el inglés que creía que la guerra era como sacar una cuenta. El amo era él. Podía violar las mujeres, incendiar las casas, matar los hombres. Era un macho. Yo haré real en la guerra, "Carvajala".


Los godos tienen una bandera colorada y gritan: "¡Viva el Rey!". Los insurgentes tienen bandera amarilla y gritan: "¡Viva la Libertad!". ¡Ah, Natividad! La patria es un puro suspiro. No hay que enamorarse, sino barajustarle a la mujer. Doña Inés lloraba. Después de tanto gritar, lloraba. "La Carvajala" lloraba.


Las mujeres no saben sino llorar.


Pero estaba herido y preso. Debía estar fuera, libre, con su lanza. Lo habían cogido los insurgentes. Debía estar cargando delante de La Victoria.


—Espíritu Santo, ensíllame el caballo. El caballo calabozo, zaino, grande.


Caballo de coraje, bien bañado, bien peinado; caballo lindo, como mujer bien peinada, como una mujer bien peinada, que llega linda en un caballo lindo.


Bolívar venía. Él también hubiera podido llegar a ser un gran jefe. Lo habían herido, lo tenían preso. Si estuviera sano, si tuviera tropa, si estuviera sobre su caballo, acabaría con Bolívar. Aquel hombre a quien no había visto nunca. Bolívar venía. Lo habían vencido, lo habían derrotado.


Se mordía las manos.


—Ustedes serán mis oficiales; yo soy el jefe.


Tan linda que subía la candela desde los ranchos de paja, en los pueblos enteros incendiados, sobre la casa de la hacienda. Banderas amarillas y rojas entre las llamaradas. Toda la tierra de Venezuela ardía en la guerra. En todas las sabanas los hombres cargaban a caballo con las lanzas cerradas, en todos los confines ardían los pueblos. Estaba en el suelo, herido. Desde el Orinoco, desde el mar, desde el Llano. Toda la tierra, todo el agua, todo el aire. Los hombres batallaban. La candela crece como cuando se quema una casa, y la casa crece con la candela como cuando se quema una montaña, y la montaña...


—Ahora van a ver cómo pelea un héroe.


La lanza fría en el brazo desnudo.


El caballo loco bajo las piernas cerradas. Ahora estaba tendido sobre la tierra húmeda. “! Carvajala"!


!"Carvajala"!


Los diez hombres desde el fondo de la calle se le metían por los ojos.


Todavía oía el cañón. En el ambiente lleno de voces, de ruidos, de recuerdos, se siente suavemente un son de tambor como una menuda lluvia, un son de tambor que entra por el ventanillo con el sol.


Sonido de tambor que se aproxima y estremece las cosas. Voces de mando, movimiento y trote de caballos. Todo refunde en el ruido del tambor.


Se siente desfallecer de debilidad.


Las heridas le producen un dolor exagerado. Si hubiera de morir. No; no quiere morir. No podría ir a la guerra, ni usar su fuerza, ni hacerse un jefe. Si quedara muerto como cualquier pobre soldadito cobarde en aquel sótano de esclavos. Estaba hecho para andar guerreando con sol. ¡"Carvajala"! En tres peleas yo me hago jefe.


— ¡Esclavo cobarde!


"La Carvajala" no le había contado la verdad. Había sido mujer de muchos hombres y se había ido con él por miedo. Ahora lo estaba esperando. Él se iba a morir. Ella lo esperaba.


¡Bolívar viene! Aquel hombre a quien odia tanto, por cuya causa está casi reducido a la muerte. Quería verlo. Si tuviera fuerzas, si pudiera fugarse y matarlo...


Afuera el tambor arrecia y domina todos los otros ruidos. Se oyen a lo lejos voces desaforadas. El movimiento de la tropa se hace más sensible.




Se siente como si desfilara caballería.


La guerra. Ya no puede ir a la guerra. Ahora está inutilizado. La guerra para ganar tierras y dominar ciudades. La guerra contra los insurgentes que hablan de cosas de locos y que serán destruidos. La guerra contra Bolívar. ¡Bolívar viene!


Allá, a lo lejos, se ve a caballo a Boves. Un hombre atrevido. Se ve a caballo a Bolívar. Él no lo ha visto nunca. Una caballería firme al frente. ¡Natividad! ¡Cirilo! ¡Nos fuimos! Éntrele al plomo, éntrele ligero. Los que tienen miedo se quedan, los muertos se quedan, y las manos de los muertos, y las caras de los muertos, y no le entran al plomo.


Unos pelean por el rey y otros por la Independencia. La patria es como las mujeres.


El tambor atruena en el espacio.


Son cuatro, son diez, son veinte tambores golpeados furiosamente. Aquel son estremece la carne y la sangre, enloquecida en el fondo de la carne.


La carne morena como la sombra, como la tierra. Hieden los esclavos, ¡puaj!, hieden a carne hedionda, a tierra hedionda, a animal hediondo, a agua hedionda, a tierra hedionda, de mata hedionda, de día hediondo, de guerra hedionda, de cosa hedionda, hedionda, hedionda, hedionda como los esclavos.


Se oyen voces claras que se despeñan por el hueco estrecho de la ventana y hacen resonar todo el interior.


— ¡Viva el Libertador!


Viene. Presentación Campos siente que está llegando. Que en algunos instantes va a pasar cerca de él, del otro lado de la pared. Un escalofrío le hace vibrar los nervios. Todas las voces, todos los tambores, todos los cascos de los caballos:


— ¡Viva el Libertador!


Viene. Aquel hombre que lo ha obsesionado. Que ha obsesionado toda la tierra de Venezuela. Está llegando. Va a pasar junto a él. Podrá verlo pasar a caballo. Haciendo un esfuerzo le verá la cara por entre las rejas del ventanillo.


El griterío inunda las paredes, el techo, la sombra, y fatiga el delirio del herido. Siente el hervor de la sangre, de la sombra, de la tierra.


Pasan como legiones de alas por el aire. Todo se estremece. Comprende que está llegando algo que no va a ver sino una sola vez en su vida. Afuera las voces llegan al paroxismo. Rueda, rueda y crece, crece como una rueda, y llega. Se aproxima inminentemente.


Resuenan junto a la pared. Llegan a la ventana. Estallan sobre ella.


— ¡Viva el Libertador!


Aquél es el momento. Lo siente llegar. Ha llegado. Está pasando junto a él en aquel instante. Con una fuerza como para llevarse diez hombres con la lanza, empieza a levantarse.


El dolor lo atraviesa. Se alza lentamente. Se va incorporando. Le parece flotar entre los gritos. Está llegando. Va a verlo. Va a verlo a él. Está llegando. Está llegando a él. Ya. Ahora. ¡Ya!


— ¡Viva el Libertador!


Ya los gritos resuenan como dentro de él mismo. Sus ojos lo verán.


¡Ahora van a ver cómo pelea un héroe!


Está en cuclillas en el suelo. Penosamente, lentamente, inacabablemente su mano ha ido remontando, como una cabeza de serpiente, hasta que los dedos verdosos de palidez se cerraron sobre el barrote. Aún falta. La tempestad de voces lo zarandea. El chorro de luz le baña la garra contraída sobre el hierro. Ya sus dedos lo están viendo. Continúa el esfuerzo con una infinita calma dolorosa.


Sube. Ya va a llegar. Falta apenas un tirón más. Todos los tambores giran en el espacio pintarrajeado. Los gritos socavan la tierra. Llega. Va a verlo. Todos los tambores y todos los gritos vuelan. Está allí. Ya sus ojos rozan el borde de la ventana.


¡Aún más! Un infinito frío le golpeó de pronto. El sótano se llena de colores vertiginosos. ¡Don Fernando!


¡Doña Inés! Los tambores han saltado dentro. ¡"Carvajala"! Va a llegar. Un gran frío le cala el dolor de las heridas. ¡A la carga todos! Todavía era Presentación Campos. ¡A la carga todos!


Suavemente dejó resbalar la mano de la reja, y fue a desplomarse sobre la tierra húmeda, la carne pesada de muerte".



Arturo Uslar Pietri
(Venezuela, 1906-2001) 
 Novelista venezolano cuyo interés por su país queda claramente reflejado en su obra narrativa y en su actividad política. Es Doctor en Ciencias Políticas y Económicas y ha sido ministro de Educación (1939-1941) y de Hacienda (1939-1941) y redactor de la Ley de Educación de su país conocida como `Ley Uslar Pietri` (1940). Con el derrocamiento del presidente Medina fue encarcelado y desterrado a Estados Unidos. A su regreso a Venezuela, en 1958, de nuevo es detenido por el dictador Pérez Jiménez. En 1963 fue candidato a presidente de la República. Es miembro numerario de diversas Academias, entre ellas la de Lengua, ha conseguido grandes premios entre ellos el Premio Nacional de su país en 1954 y el Príncipe de Asturias de las letras en 1990. La novela histórica Las lanzas coloradas (1931) representa a la perfección sus primeras obras. En ella, con el fondo de la guerra de independencia de Venezuela, describe los acontecimientos de ese periodo a través de las experiencias de un propietario agrícola simpatizante de Simón Bolívar y de un capataz que apoya la causa de los españoles. El rechazo del autor venezolano a transmitir mensajes sencillos y a estructurar su obra con fines didácticos, la hace especialmente poco convencional. Una novela posterior, Un retrato en la geografía (1962), es un original retrato a la sociedad venezolana que consigue transmitir al lector la alienación humana a través de las impresiones que un prisionero político recién liberado va haciendo del nuevo paisaje social que encuentra a su salida de la cárcel. Publicó también una colección de relatos breves, Treinta hombres y sus sombras, en 1949. Uslar Pietri ha cultivado también el ensayo literario como Breve historia de la novela hispanoamericana (1955). 


 (aporte de lajime)


RESEÑA:
La novela histórica Las lanzas coloradas (1931) representa a la perfección sus primeras obras. En ella, con el fondo de la guerra de independencia de Venezuela, describe los acontecimientos de ese periodo a través de las experiencias de un propietario agrícola simpatizante de Simón Bolívar y de un capataz que apoya la causa de los españoles. El rechazo del autor venezolano a transmitir mensajes sencillos y a estructurar su obra con fines didácticos, la hace especialmente poco convencional. Las Lanzas Coloradas son parte de la nueva forma de novelar que va a imponerse en nuestras Letras. Es la novela del Llano, de los llaneros, de la pampa venezolana. Pero es el Llano que se torna bandera, la caballada guerrera se vuelve cuartel... Un estremecimiento. La guerra a muerte. La guerra sin cuartel. El doloroso nacimiento de la República. El choque sangriento de esclavos y señores. Y todos los problemas en raíz, sociales y políticos... No hay personaje central, hay personajes.
Reseñado por PamiLibros 11/04/2007

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