lunes, 18 de noviembre de 2024

Apolonio de Rodas (c. 295-215 a. C.)




 Apolonio de Rodas (c. 295-215 a. C.), nacido en Alejandría, fue

preceptor de la familia real ptolomeica y director de la legendaria

Biblioteca de Alejandría. Su obra capital, la Argonáutica, en cuatro

libros, es el único de los numerosos poemas épicos narrativos

compuestos al principio del periodo helenístico que nos ha llegado.

Se trata de una epopeya protagonizada por Jasón y los argonautas

y la historia de su viaje con su barco Argos hasta los límites del

mundo conocido, el norte de la Cólquide, la obtención con la ayuda

de Medea del Vellocino de oro y el regreso a Tesalia por el Danubio,

el Po, el Ródano, el Mediterráneo y el norte de África. Es un viaje

heroico por espacios ignotos y pavorosos plagados de extraños

monstruos (gigantes, dragones) y seres maravillosos (amazonas,

hombres sembrados).

El público conocía ya los incidentes de esta historia, por lo que

Apolonio pudo concentrarse en aspectos como la geografía, la

etnografía, la antropología y la religión comparada. Esta obra épica,

compuesta a la manera tradicional —la remisión a Homero es

constante y explícita en cuanto a dicción, fraseología y vocabulario

—, pero no repetitiva ni imitativa, alcanzó gran fama. Tanta es su

riqueza temática y descriptiva que a veces se lee como un manual

de paradoxografía (relatos de maravillas), y los estudiosos la tienen

por predecesora de la novela romántica tardía.

Apolonio de Rodas

Argonáuticas

Biblioteca Clásica Gredos - 227

ePub r1.2

Titivillus 19.10.2023

Apolonio de Rodas, 215

Traducción: Mariano Valverde Sánchez

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

INTRODUCCIÓN

A. EL POETA

1. Vida

La vida de Apolonio de Rodas entraña para nosotros serias

incógnitas y oscuridades, como sucede con toda la cronología

literaria del s. III a. C.

Las principales fuentes para la biografía de Apolonio son dos

Vitae transmitidas en los manuscritos del poema[1], la noticia del

léxico bizantino Suda y un fragmento de papiro (P. Oxy. 1241) que

contiene una lista de los bibliotecarios de Alejandría.

1) Vida a:

Apolonio, el poeta de las Argonáuticas, era nativo de Alejandría,

de la tribu Tolemaica, hijo de Síleo o, según algunos, de Íleo. Vivió

en tiempo de los Tolomeos[2], y fue discípulo de Calímaco. Primero

frecuentaba a Calímaco, su maestro particular… finalmente se

dedicó a componer poemas.

De él se dice que, siendo aún efebo, recitó públicamente las

Argonáuticas y fracasó. No soportando la afrenta de los ciudadanos

y el reproche y la burla de los otros poetas, abandonó su patria y se

marchó a Rodas, donde pulió y corrigió el poema, y así lo recitó

públicamente y obtuvo gran celebridad. Por ello también se

denomina a sí mismo Rodio en sus poemas[3]. Allí enseñó

brillantemente y fue distinguido con la ciudadanía rodia y con

honores.

2) Vida b:

El poeta Apolonio era nativo de Alejandría, su padre Síleo o Íleo,

su madre Rode. Él fue discípulo de Calímaco, que era gramático en

Alejandría, y recitó públicamente estos poemas que había

compuesto. Completamente desacreditado y avergonzado, se

trasladó a Rodas, donde fue ciudadano y ejerció como maestro de

retórica[4], por lo que también prefieren llamarle Rodio. Allí vivió y

pulió sus poemas, luego los recitó públicamente y obtuvo tanta

celebridad que incluso fue distinguido con la ciudadanía rodia y con

honores. Algunos afirman que regresó a Alejandría y allí, tras

recitarlos de nuevo, alcanzó tan alta celebridad que incluso fue

estimado digno de la Biblioteca del Museo[5] y fue enterrado junto al

propio Calímaco.

3) Suda s.v. Apollónios:

Apolonio de Alejandría, poeta épico, que residió en Rodas, hijo

de Síleo, discípulo de Calímaco, contemporáneo de Eratóstenes,

Euforión y Timarco, vivió en tiempo de Tolomeo Evérgetes y fue

sucesor de Eratóstenes en la dirección de la Biblioteca de

Alejandría.

4) P. Oxy. 1241 (s. II d. C.), col. II:

Apolonio, hijo de Síleo, de Alejandría, llamado Rodio, discípulo

de Calímaco. Fue también maestro del tercer[6] rey. Le sucedió

Eratóstenes, y tras él Aristófanes de Bizancio, hijo de Apeles, y

Aristarco[7]. Luego Apolonio de Alejandría, llamado el Eidógrafo

[«Clasificador»], tras él Aristarco, hijo de Aristarco, de Alejandría,

pero originario de Samotracia. Éste fue también maestro de los hijos

de Filopátor.

Como puede apreciarse, las fuentes antiguas nos ofrecen una

maraña de contradicciones que resulta difícil esclarecer. Aquí

esbozaré las conclusiones que parecen más verosímiles[8].

Sobre algunos datos hay coincidencia. Apolonio era alejandrino

de nacimiento[9], de la tribu Tolemaica, su padre fue Síleo o Íleo.

Como discípulo de Calímaco (que aproximadamente vivió entre el

310/305 y el 240 a. C.), Apolonio sería algunos años más joven y

por tanto debió de nacer hacia el 300/295 a. C.

Además parecen seguros algunos hechos notables de su vida:

que en determinado momento abandonó Alejandría y marchó a

Rodas, que fue director de la Biblioteca y preceptor del heredero del

trono[10]. Pero a partir de aquí hay ciertas dudas que sólo pueden

salvarse con un análisis crítico y ponderado de las fuentes[11]. Si,

como atestigua el papiro, Apolonio precedió a Eratóstenes de Cirene

al frente de la gran Biblioteca regia, entonces debió ser en torno al

260 a. C. bajo el reinado de Tolomeo II Filadelfo, cuando

desempeñó su labor como bibliotecario y como preceptor del

heredero del trono, Tolomeo III Evérgetes (que reinó entre los años

246-222 a. C.).

Esta cronología obliga, no obstante, a suponer que Apolonio

tenía poco más de treinta años cuando fue encargado de dirigir la

Biblioteca y de la educación del príncipe, mientras que tales

funciones eran encomendadas normalmente a hombres de larga

experiencia[12].

En cuanto a la cronología de las Argonáuticas, un poema al que

subyace tanta erudición y tantas lecturas, sin duda habrá sido

compuesto en la madurez, y es razonable pensar que esa primera

recitación pública (epídeixis) tuviese lugar hacia el 250/240 a. C.,

antes de que el poeta marchara a Rodas donde haría correcciones a

la obra[13]. Los paralelos con la poesía calimaquea también apuntan

hacia esa cronología[14].

2. Apolonio y Calímaco

Las fuentes coinciden en calificar a Apolonio como discípulo de

Calímaco, aunque tal expresión entre los biógrafos significa a veces

dependencia en el sentido de imitación poética.

La relación posterior entre Apolonio y Calímaco es una de las

cuestiones más controvertidas de su biografía[15], y alcanza también

a los principios poéticos helenísticos. Durante siglos la tradición

filológica ha creído en la existencia de una querella literaria entre

ambos poetas, fundada en la idea de que las Argonáuticas

responden al tipo de epopeya cíclica contra la que el poeta de

Cirene expresa su rechazo en varios lugares[16]. Sin embargo, la

existencia de tal querella posee en realidad fundamentos muy

débiles, y bien puede haber sido una invención posterior de los

biógrafos, basada en interpretaciones erróneas de la poesía de

ambos autores[17].

Las referencias antiguas poseen escasa consistencia.

El único testimonio explícito es la Suda[18]: a propósito del Ibis,

un poema «oscuro e injurioso» que no conservamos, dice que

estaba dirigido «contra un tal Ibis, que fue enemigo de Calímaco;

éste era Apolonio, el autor de las Argonáuticas». Pero se trata de

una interpretación del biógrafo a partir de un texto poético de

carácter enigmático en el que no había referencia expresa a la

identidad del adversario[19].

En la Antología Palatina[20] conservamos un epigrama que

contiene un ataque burlón contra Calímaco:

Calímaco: basura, juguete, cabeza de serrín.

Motivo, Calímaco el autor de los Motivos (Aitia).

En su encabezamiento figura como autor Apolonio el Gramático,

y sólo una nota marginal le llama Rodio, mientras que en la

colección Planudea no consta el autor. Así, la atribución del

epigrama a nuestro poeta es más que dudosa[21].

Las indicaciones de las Vidas sobre el fracaso inicial de Apolonio

en Alejandría y sobre las críticas y reproches de otros poetas han

alimentado también la creencia en esa disputa. Pero las noticias

relativas al fracaso en la patria y al exilio constituyen un tópico en la

literatura biográfica sobre poetas y por lo general carecen de base

histórica[22].

El análisis de la poesía calimaquea y apoloniana tampoco

permite reconocer una evidencia clara de tal rivalidad. En algunos

pasajes donde Calímaco expresa sus principios poéticos se ha

querido ver un velado reflejo de la disputa.

El final del Himno a Apolo (vv. 105-113) ha de interpretarse, a la

luz de la tradición hímnica, homérica y pindárica, como un motivo de

cierre dramatizado[23]. Nada hay en estos versos que permita ver un

ataque a la poesía de Apolonio. Las expresiones paralelas entre el

final del himno y varios lugares de las Argonáuticas[24] se explican

perfectamente en el marco de la técnica alusiva.

El prólogo de los Aitia, la famosa Respuesta a los Telquines[25],

ofrece el programa poético de Calímaco: su preferencia por el

poema corto (oligostichíe), elaborado con refinamiento (leptótes) y

arte (téchne), que resulta más dulce; y su rechazo del «poema

unitario y continuo» (hèn áeisma dienekés), de tema solemne y

menos original. Los escolios señalan como adversarios de Calímaco

a los epigramatistas Asclepíades y Posidipo, al peripatético

Praxífanes, y además confirman las alusiones a la poesía de

Mimnermo y de Filetas[26]; pero nada relativo a Apolonio, como se

había pretendido.

Por lo demás, tales afirmaciones en defensa de la propia poesía

constituyen un motivo convencional en la tradición (Hesíodo,

Píndaro, Aristófanes, Teócrito), y han sido a veces mal interpretadas

por escoliastas y biógrafos, que trataban de identificar tras ellas a

adversarios poéticos específicos.

Los miembros del Museo formaban probablemente una

comunidad no muy pacífica, donde las rencillas y la rivalidad

parecen haber sido habituales[27]. En diversos lugares Calímaco se

manifiesta en tono polémico, vitupera a los poetas cíclicos, a

Creofilo de Samos o Antímaco, y alaba la poesía de Hesíodo, de

Arato o de Teócrito, entre otros[28]. Pero, al menos en la obra

conservada, no hay referencia a Apolonio.

El poema de Apolonio no puede ser identificado con el tipo de

epopeya cíclica rechazada por Calímaco. Para éste lo esencial en la

poesía es el estilo, el arte, que ha de ser puro y refinado, no su

magnitud: el carmen perpetuum no es reprobado por su extensión

(los Aitia constaban de varios miles de versos). Precisamente las

Argonáuticas siguen en muchos aspectos la nueva estética

propugnada por Calímaco (variedad episódica, humanización de los

héroes, gusto por la erudición y la etiología, estilo refinado y

conciso, apóstrofe al lector o a la Musa), aunque en otros

representen una mayor atención a la tradición épica y contengan

más reminiscencias homéricas. Además, Apolonio se revela fiel

imitador de la poesía calimaquea: conforme a la práctica del arte

allusiva, incorpora vocablos, expresiones, incluso versos enteros de

sus obras (Himnos, Aitia, Hécale). Esta imitatio o aemulatio ha de

entenderse como un signo de reconocimiento, no de hostilidad[29].

En definitiva, ni los testimonios antiguos ni las composiciones de

ambos poetas ofrecen pruebas seguras sobre la famosa querella. Si

entre Apolonio y Calímaco ha existido realmente alguna diferencia,

tal vez haya que pensar en recelos propios del ambiente cortesano.

Tal vez la marcha de Apolonio a Rodas deba relacionarse con su

relevo al frente de la Biblioteca[30]. Pero la imaginación no puede

sustituir a los datos.

3. Una «pre-edición» de las «Argonáuticas»

La noticia de una primera recitación pública (epídeixis) del

poema en Alejandría y de otra lectura definitiva en Rodas, después

de las oportunas correcciones, ha sido puesta en relación con la

existencia de una «edición preliminar» de las Argonáuticas. En

efecto, para seis lugares del canto I[31] los escolios citan un texto

diferente que atribuyen a una proékdosis o «edición previa».

Sobre la extensión y el carácter de esta proékdosis se han

emitido hipótesis diversas[32]. En todo caso conviene recordar que

hablamos de una «edición» antigua, manuscrita, y que entre los

alejandrinos «editar» (ekdidónai) una obra significaba simplemente

autorizar su copia. Lo único cierto es que los filólogos antiguos

disponían de dos copias diferentes del poema (o al menos de su

primera parte), una considerada preliminar y otra el texto definitivo.

Las variantes atribuidas a la proékdosis no sirven para apoyar la

tesis de un cambio de valoración del poema o de un cambio en la

relación de Apolonio con Calímaco, pues en este sentido resultan

poco significativas, mientras que las reminiscencias calimaqueas

son homogéneas a lo largo de todo el poema. Por el contrario sí

pueden servir para apreciar la evolución del arte poética de Apolonio

a través de sus autocorrecciones: frente a las variantes de la

proékdosis, el texto definitivo representa una tendencia a variar el

modelo temático-léxico de Homero y una mayor atención a la

literatura posthomérica, en especial a los trágicos[33].

4. Otras obras

Además de las Argonáuticas, Apolonio escribió varios poemas,

también en hexámetros, sobre fundaciones (Ktíseis) de ciudades.

En ellos narraba leyendas locales y curiosidades arqueológicas y

geográficas[34]. Los relatos histórico-legendarios sobre ciudades

gozaban ya de larga tradición, pero en época helenística el interés

por estos temas favoreció el cultivo del género. Así, Calímaco relata

la fundación de varias ciudades de Sicilia en el libro II de los Aitia y

escribió una obra sobre Fundaciones de islas y ciudades y cambios

de nombres.

Apolonio compuso una Fundación de Alejandría (frag. 4 Powell),

donde ofrecía la misma genealogía de las serpientes que en Arg. IV

1513-17, y una Fundación de Náucratis (frags. 7-9 Powell), que

contenía la historia de Pómpilo, un marinero milesio transformado en

pez por haber salvado a una ninfa de los amorosos brazos de Apolo.

En la Fundación de Rodas (frags. 10-11 Powell) trataba

seguramente la colonización tesalia de la isla, mientras que la

Fundación de Cnido (frag. 6 Powell) recogería la historia de Tríopas,

que emigró a Caria después que su hijo Erisictón sufriese la ira de

Deméter[35]. En fin, la Fundación de Cauno (frag. 5 Powell), también

situada en la costa de Caria, refería la historia de su fundador

epónimo, que abandonó Mileto para evitar el amor incestuoso de su

hermana Biblis[36], así como la leyenda de Lirco[37]. También suele

atribuirse a Apolonio una Fundación de Lesbos, de la que Partenio

nos ha conservado un amplio fragmento sin constancia de autor[38].

Un poema en versos coliámbicos (frags. 1-2 Powell) sobre

Canobo, la ciudad del delta del Nilo, contaba la historia de su héroe

epónimo, que fuera timonel de Menelao, y celebraba su templo de

Sérapis.

De los Epigramas[39] nada conservamos, salvo el dístico apócrifo

sobre Calímaco ya comentado.

Como Filetas o Calímaco, Apolonio responde también a la figura

del poeta doctus helenístico, del «poeta y filólogo a la vez» según la

emblemática expresión de Estrabón[40]. En el campo de la crítica[41]

destaca su labor como intérprete de Homero: en su Contra

Zenódoto expuso sus discrepancias con respecto a la edición del

texto homérico de Zenódoto (los escolios citan alguna de las

lecturas que defendía) y trató cuestiones de léxico e interpretación.

También escribió sobre Hesíodo (defendiendo la autenticidad del

Escudo) y sobre Arquíloco.

jueves, 14 de noviembre de 2024

APIANO DE ALEJANDRÍA LAS GUERRAS IBÉRICAS FRAGMENTO

 



APIANO DE ALEJANDRÍA

 
 LAS GUERRAS IBÉRICAS

LIBRO VI DE SU HISTORIA ROMANA,
 CON UN FRAGMENTO DEL LIBRO XIII

 

TRADUCCIÓN DE MIGUEL CORTÉS Y LÓPEZ

 

VALENCIA, 1832

 

 


 LIBRO VI DE LAS GUERRAS DE IBERIA

1. El monte Pirineo se extiende desde el mar Tirreno hasta el océano septentrional. La parte oriental la habitan los celtas, los cuáles el día de hoy se llaman gálatas y galos. La parte occidental la ocupan los íberos y celtíberos, comenzando desde el mar Tirreno, y dando la vuelta en redondo por las columnas de Hércules hasta el océano septentrional. Así es que la Iberia está circundada del mar, a excepción de la parte que toca con el Pirineo, casi el mayor y más elevado de todos los montes de Europa. De todos estos mares, los habitantes sólo frecuentan el mar Tirreno hasta las columnas de Hércules, y no pasan al océano occidental y septentrional sino cuando tienen que atravesar a la Bretaña, y esto llevados de los flujos del mar. Esta navegación la hacen en medio día. Más adelante ni los romanos ni los súbditos de los romanos navegaban el océano. La extensión de la Iberia (o de la Hispania como algunos la llaman ahora en vez de Iberia) es mayor de lo que se puede creer de una sola provincia, pues su latitud es de diez mil estadios, y a proporción su longitud. La habitan muchas naciones con diferentes nombres, y la riegan muchos ríos navegables.

2. No me parece del todo acertado, cuando sólo me propongo escribir la historia romana, meterme a investigar quiénes fueron sus primeros pobladores, ni quiénes la ocuparon después. No obstante creo que en otro tiempo los celtas, pasando el monte Pirineo, vinieron a habitar con los íberos, de donde provino el nombre de celtíberos. Me parece también que los fenicios, frecuentando de tiempos muy remotos el comercio con la Iberia, ocuparon algunas poblaciones de ella; y que igualmente algunos de los griegos que vinieron a Tarteso a comerciar con el rey Argantonio, se establecieron en aquellas partes, pues el reino de Argantonio estaba en la Iberia, y Tarteso era entonces a mi parecer una ciudad marítima, la misma que ahora se llama Carpésso. También me parece que el templo de Hércules que está en las columnas es fundación de fenicios, pues que hasta nuestros días se da culto a la moda fenicia; y el Hércules que adoran los naturales no es el Tebano sino el Tirio. Pero dejemos esto para los investigadores de antigüedades.

3. En este país fértil y abundante en todo género de bienes, antes que los romanos habían comenzado a negociar los cartagineses; y ya poseían estos una parte y estaban conquistando la otra, cuando los romanos los arrojaron y se apoderaron prontamente de lo que aquellos ocupaban. Tomada después la parte restante a costa de mucho tiempo y trabajo, y sujetada después de muchas rebeliones, dividieron la Iberia en tres provincias y enviaron allá otros tantos pretores. Cómo sujetaron cada una de estas provincias, y cómo pelearon por su adquisición, primero con los cartagineses y después con los íberos y celtíberos, lo declarará este libro, cuya primera parte contendrá las acciones de los cartagineses; porque como éstas se ejecutaban por conquistar la Iberia, me pareció preciso comprenderlas en la historia de esta nación, así como comprendí en la de Sicilia las que hicieron entre sí cartagineses y romanos, y dieron motivo a estos para pasar allá y

apoderarse de la isla.

 [LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN IBERIA]

4.1 Así como la primera guerra extranjera que tuvieron los romanos con los cartagineses fue por la Sicilia, y el teatro en la misma Sicilia, así la segunda fue por la Iberia, y la escena en la misma Iberia; en la cual, pasando los unos en las dominaciones de los otros con poderosos ejércitos, los cartagineses destruyeron la Italia y los romanos el África. Comenzóse esta guerra cabalmente en la olimpiada ciento cuarenta, con motivo de haber violado los cartagineses los tratados que habían ajustado en la guerra de Sicilia. Ve aquí el pretexto de romperlos. Amílcar, por sobrenombre Barca, en tiempo que mandaba las armas en la Sicilia había prometido grandes recompensas a los galos que a la sazón tenía a sueldo, y a los africanos que le auxiliaban; pero a su vuelta en África, no pudiendo cumplirlas por más instancias que le hacían los soldados, se originó la guerra de África, en la cual, a más de los muchos daños que los cartagineses sufrieron de sus mismos africanos, tuvieron que ceder la Cerdeña a los romanos en pena de lo que habían pecado contra sus comerciantes en esta guerra. Con este motivo, llamado a juicio Barca por sus contrarios como autor de tantos males ocasionados a la patria, supo hacer tan bien la corte a los magistrados (entre quienes era el más estimado del pueblo Asdrúbal su yerno), que no sólo evadió el juicio, sino que suscitada cierta conmoción por los númidas, consiguió que le nombrasen general de esta guerra, juntamente con Annón por sobrenombre el Grande, sin haber dado los descargos de su primera expedición.

5.2 Concluida esta guerra, Annón fue llamado a Cartago por ciertas acusaciones; y quedando él sólo en el ejército con Asdrúbal, su yerno y confidente, pasó a Gadira. Atravesado el estrecho talaba el país de los íberos, sin haberle dado estos motivo; pero esta expedición le servía para cohonestar su ausencia, estar ocupado y congraciarse con el pueblo. Así era, que todo lo que pillaba lo repartía una parte con el ejército para tenerlo más pronto a su inicuo proceder, otra la remitía a la misma Cartago, y otra la distribuía entre los magistrados de su bando, hasta que al fin coligados contra él diversos reyes y otros potentados de la Iberia, le quitaron la vida de este modo. Juntaron carros cargados de leña, a los cuales uncieron bueyes, y los íberos armados seguían detrás. Al ver esto los africanos, como que no penetraban la estratagema, prorrumpieron en carcajadas; pero lo mismo fue venir a las manos que poner fuego los íberos a sus carros e impeler a los bueyes contra los enemigos. El fuego toma cuerpo, los bueyes se desmandan por todas partes, los africanos se turban, su formación se rompe, y los íberos, atacándoles a este tiempo, matan al mismo Barca y una gran multitud que había venido en su ayuda.

6.3 Los cartagineses que ya habían tomado el gusto a las riquezas de la Iberia, enviaron allá otro nuevo ejército, y dieron el mando de él a Asdrúbal, yerno de Barca, que a la sazón se hallaba en ella. Éste eligió por su teniente a Aníbal, aquel que poco después se hizo tan famoso en las armas, hijo de Barca, y hermano de la mujer de Asdrúbal, con quien estaba en la Iberia, joven amante de la guerra y muy querido de la tropa. Así fue que Asdrúbal, valiéndose de la persuasión en que sobresalía para ganar mucha parle de la Iberia, y sirviéndose de este joven para las empresas que requerían valor, adelantó sus conquistas desde el mar occidental por lo interior del país hasta el río Ebro, el cual divide casi por medio la Iberia, dista cinco días de camino del monte Pirineo, y desemboca en el océano septentrional.

7. Con este motivo los saguntinos, colonia de los de Zacinto, que están entre medias del Pirineo y el Ebro, y todos los demás griegos que había en los alrededores de Emporio y otras partes de la Iberia, temiendo por sus personas enviaron legados a Roma. El senado que no quería se engrandeciesen los cartagineses, despachó embajadores a Cartago, y se convino entre ambas repúblicas: «en que el río Ebro fuese límite del imperio cartaginés en la Iberia, pasado el cual, ni los romanos llevasen sus armas contra los súbditos de Cartago, ni los cartagineses pasasen con las armas el río; pero que los saguntinos y demás griegos establecidos en la Iberia conservasen su libertad y derechos.» A esto se redujo el tratado entre romanos y cartagineses.

8.4 Durante el mando de Asdrúbal en la Iberia por los cartagineses, cierto siervo a cuyo señor había muerto aquel cruelmente, le quitó la vida a traición en una cacería; pero convencido después del delito, Aníbal le hizo quitar la vida con rigorosos tormentos. En consecuencia, el ejército como quería sobremanera a Aníbal, le nombró por su general, no obstante ser demasiado joven, y el senado aprobó su elección. En Cartago los del bando opuesto que habían temido el poder de Barca y Asdrúbal, así que supieron la muerte de estos, comenzaron a despreciar a Aníbal como joven; y con el pretexto de los delitos de aquellos, a perseguir a sus amigos y parciales. Al mismo tiempo el pueblo, apoyando a los acusadores, y acordándose de los males que había sufrido por la dureza de Barca y Asdrúbal, pedía que aquellos a quienes Asdrúbal y Barca habían hecho magníficos dones, los llevasen al erario como despojos que eran de enemigos. Pero estos dieron parte a Aníbal suplicándole les socorriese, y haciéndole ver que si abandonaba a los que en Cartago podían apoyar sus intentos, vendría a ser la mofa de los enemigos de su familia.

9. Aníbal, previendo todo esto, y conociendo que las calumnias que sufrían sus amigos eran asechanzas contra su persona, creyó no deber mirar con indiferencia aquella ojeriza por no vivir en un continuo sobresalto como su padre y cuñado, ni estar siempre pendiente de la veleidad de los de Cartago, que con tanta facilidad pagaban con ingratitud los beneficios. Añadíase a esto, que siendo aun niño, su padre le había hecho jurar sobre los holocaustos que sería enemigo irreconciliable de los romanos cuando llegase a entrar en el gobierno. Por estas causas creía que el modo de poner a cubierto su persona y las de sus amigos, era empeñar la patria en arduos y dilatados negocios, y tenerla siempre ocupada y con sobresalto. Para esto, viendo pacífica el África y la parte que Cartago poseía en la Iberia, le pareció que si volvía a suscitar la guerra contra los romanos, que era su principal deseo, metería a sus conciudadanos en graves cuidados y temores, y él si saliese con la empresa, ganaría gloria inmortal y haría a la patria señora de todo el orbe, pues no tendría quien la compitiese quitados de en medio los romanos; y si se le frustrase, por lo menos conseguiría gran fama con sólo haberlo intentado.

10.5 En este supuesto, creyendo que el principio más ruidoso de la guerra sería si pasase el Ebro, sobornó a las turboletas para que se quejasen ante él de que los saguntinos sus vecinos les corrían el país y les hacían otras mil extorsiones. Los turboletas obedecieron, y Aníbal envió de ellos embajadores a Cartago; pero secretamente escribió que los romanos inducían a los íberos de la dominación cartaginesa a sustraerse de Cartago, y para esto se servían de los saguntinos. Llevando siempre este ardid adelante, escribía de continuo semejantes engaños hasta que el senado le mandó que obrase con los saguntinos según le pareciese. Valido de este pretexto hizo que los turboletas se quejasen otra vez de los saguntinos, y envió a llamar los legados de estos. Ya que hubieron llegado mandó que cada uno de ellos expusiese ante él sus diferencias; pero los saguntinos respondieron que ellos expondrían su justicia ante los romanos. A estas palabras Aníbal los echó fuera de su campo; y atravesando el Ebro la noche siguiente con todo su ejército, comenzó a talarles el país y a asestar sus máquinas contra la ciudad; pero no pudiendo tomarla por fuerza, levantó todo alrededor foso y trinchera, y puestos frecuentes piquetes, los atacaba de tiempo en tiempo.

11. Los saguntinos, oprimidos con este repentino e inesperado accidente, enviaron legados a Roma. El senado los despachó acompañados de otros embajadores para que primero recordasen a Aníbal los tratados, y si no cedía marchasen a quejarse de él a Cartago. En efecto, arribaron a la Iberia los embajadores, y desde la plaza se dirigieron al campo; pero Aníbal prohibió que se acercasen, con lo cual hicieron vela para Cartago con los embajadores saguntinos, y representaron al senado los conciertos. Los de Cartago se quejaban de que los saguntinos habían ofendido de muchos modos a sus súbditos; y los legados saguntinos los emplazaban a juicio ante los jueces romanos. Al fin, los cartagineses respondieron que no era menester juicio cuando se podían vengar por las armas. Luego que se supo en Roma esta respuesta, unos opinaron que se enviase prontamente socorro a los saguntinos, otros que se suspendiese porque en los tratados no estaban comprendidos como aliados de los romanos sino como libres e independientes, y aun después de sitiados permanecieron libres. Este fue el parecer que prevaleció.

12. Los saguntinos, perdida la esperanza de ser socorridos por los romanos, y oprimidos del hambre porque Aníbal con la noticia de que la ciudad era poderosa y rica la estrechaba de continuo, y sin desistir del asedio; mandaron por un pregón que todo el oro y plata, bien público, bien de particulares, se llevase a la plaza y se mezclase con plomo y bronce para que no se aprovechase de ello Aníbal. Ellos, eligiendo acabar antes peleando que muertos de hambre, hacen una salida por la noche contra los piquetes de los africanos que estaban descansando y no se presumían tal cosa, y degüellan unos al levantarse de sus lechos, y sin dejarles apenas tomar las armas con el miedo, y a otros que ya se habían puesto en defensa. Bien que empeñado más y más el combate, de los africanos murieron muchos, pero de los saguntinos casi todos. Las mujeres, viendo desde la muralla el desastre de sus maridos, unas se arrojaron de los tejados, otras se ahorcaron degollando antes a sus hijos. Tal fue el éxito de Sagunto, ciudad opulenta y poderosa. Aníbal, así que supo lo que habían hecho con el dinero, llevado de la ira hizo quitar la vida a los jóvenes que restaban; y considerando que la ciudad era marítima, no lejos de Cartago, y situada en un suelo fértil, la volvió a poblar, la hizo colonia de cartagineses, y al presente me parece se llama Cartago Spartagena.

13.6 Los romanos despacharon legados a Cartago con orden de pedir se les entregase a Aníbal como infractor de los tratados, a no ser que hubiese obrado por orden del senado; y de no entregársele declararles al instante la guerra. Los legados lo ejecutaron así; y porque no les entregaban a Aníbal les intimaron la guerra. Dícese que la declararon de este modo. El más viejo, de quien se habían burlado los cartagineses, les dijo mostrándoles el seno «Aquí os traigo, cartagineses, la paz y la guerra; tomad lo que os agrade.» Ellos respondieron: «Danos lo que tú quieras.» Entonces sacando el romano la guerra clamaron todos: «La aceptamos,» y al instante dieron orden a Aníbal para que talase impunemente toda la Iberia, pues ya estaban rotos todos los tratados. Éste corrió todos los pueblos vecinos; y habiéndolos reducido a la obediencia, ya por halagos, ya por miedo, ya por fuerza, levantó un poderoso ejército, sin descubrir a nadie el proyecto que maquinaba de invadir la Italia. Despachó después legados a la Galia; hizo reconocer las travesías de los Alpes, por donde al fin pasó, dejando a su hermano Asdrúbal en la Iberia....

14. Los romanos, creyendo que la guerra sería en la Iberia y en el África (pues jamás se presumieron que los africanos invadiesen la Italia), enviaron a Tiberio Sempronio Longo al África con ciento sesenta naves y dos legiones. Todo lo que Longo y sus sucesores hicieron en el África, está comprendido en el libro De la Guerra púnica. Despacharon también a la Iberia a Publio Cornelio Escipión con sesenta naves, diez mil infantes y setecientos caballos, y le dieron por legado a Cneo Cornelio Escipión su hermano. De estos, Publio, con la noticia que tuvo por los comerciantes de Marsella de que Aníbal había atravesado los Alpes para Italia, temiendo no cogiese a los italianos desprevenidos, entregó a su hermano Cneo el ejército de la Iberia, y marchó en una quinquerreme a la Etruria. Pero todo lo que obraron tanto este como los demás sucesores en la guerra dentro de Italia, hasta que arrojaron a Aníbal de este país al cabo de diez y seis años, lo declara el libro siguiente, el cual por contener todos los hechos de Aníbal en Italia, se intitula De la Guerra anibálica.

15.7 Cneo no hizo cosa memorable en la Iberia hasta que tornó su hermano Publio. Los romanos, acabado el consulado de Publio, enviaron nuevos cónsules para la guerra de Italia contra Aníbal, y a él le despacharon otra vez para la Iberia en calidad de procónsul. Desde este tiempo los dos Escipiones mantuvieron la guerra en la Iberia contra Asdrúbal, hasta que los cartagineses, invadidos por Syphax, rey de los númidas, tuvieron que hacer venir a éste con una parte de su ejército. De allí adelante ya fue fácil a los Escipiones quedar superiores; y como tenían habilidad para mandar y conciliar los ánimos, atrajeron voluntariamente muchas ciudades a su partido.

16.8 Hecha la paz entre los cartagineses y Syphax, volvieron éstos a enviar a la Iberia a Asdrúbal con un ejército más poderoso, treinta elefantes, y por asociados otros dos capitanes, Magón y otro Asdrúbal, hijo de Giscón. Desde este punto ya fue más penosa la guerra a los Escipiones; bien que aun así consiguieron ventajas, matando muchos africanos y elefantes, hasta que venido el invierno los cartagineses se acuartelaron en la Turdetania, y de los dos Escipiones, el Cneo en Orson y el Publio en Cástulo. Aquí tuvo noticia Publio de que se acercaba Asdrúbal, y saliendo de la ciudad con pocos a reconocer su campo, tuvo la imprudencia de adelantarse tanto, que rodeado de la caballería cartaginesa perdió la vida él y cuantos le acompañaban. Entre tanto, Cneo, sin saber nada de este desastre, destacó una partida de sus soldados a su hermano para que le enviase trigo, los cuales tuvieron que venir a las manos con otros cartagineses que encontraron. Informado de esto Cneo, acudió al socorro con la infantería ligera que tenía; pero los cartagineses, que ya habían derrotado a los primeros, dan en perseguir a Cneo y le obligan a refugiarse en cierto castillo, al cual puesto fuego, él y los suyos quedaron abrasados.

17.9 Así acabaron los dos Escipiones, varones tenidos en todo por buenos, y cuya muerte lloraron cuantos íberos habían pasado al partido romano por su influjo. Sabida esta desgracia en Roma, se sintió infinito, y se despachó a la Iberia en una armada a Marcelo, que acababa de llegar de la Sicilia, y a Claudio, con mil caballos, diez mil infantes y las provisiones correspondientes. Nada de provecho hicieron estos; por lo cual el partido cartaginés se aumentó tanto, que casi se apoderó de toda la Iberia, y el romano vino a quedar casi encerrado dentro de los Pirineos. Vueltos a informar de esto en Roma, fue aun mayor el sobresalto, y se temió que los cartagineses no invadiesen la parte ulterior de la Italia, mientras que la anterior era talada por Aníbal. Así fue, que aunque por su parte hubieran renunciado con gusto la guerra de la Iberia, no pudieron, por temor de que también ésta se trasladase a la Italia.

18. En efecto, señalaron día para la elección de cónsul a la Iberia; pero creció la consternación y se apoderó de la asamblea un triste silencio, cuando vieron que nadie se presentaba. Al fin, Cornelio Escipión, hijo de aquel Publio Escipión que había muerto en la Iberia (demasiado joven por cierto, pues sólo contaba veinticuatro años, pero tenido por prudente y esforzado), salió al medio; y después de haber elogiado a su padre y tío, y haber llorado la muerte de ambos, dijo: «Que de toda su familia sólo quedaba él para vengar al padre, al tío y a la patria.» Añadió otras muchas razones con impetuosidad y vehemencia, y prometió, como si algún dios le inspirase: «Que no sólo sujetaría la Iberia, sino el África y Cartago.» No faltó quien reputase esto por ligereza de mozo; pero el pueblo, a quien había recobrado de su consternación (siempre los tímidos alientan con las promesas), le eligió por capitán para la Iberia, prometiéndose de su esfuerzo alguna cosa memorable. Los más viejos calificaban esto, no de magnanimidad sino de temeridad. Mas Escipión que lo supo, volvió a llamar a junta y les aseguró lo mismo, añadiendo: «Que aunque la edad no le debería servir de impedimento, con todo, convidaba con el mando, y voluntariamente lo renunciaba, si algún senador lo quería tomar»; pero no habiendo quien lo admitiese fue alabado y aplaudido con mayor motivo, y salió para su expedición solamente con diez mil infantes y quinientos caballos, por no haber disposición para sacar mayor ejército, estando como estaba Aníbal talando la Italia. Se le dio también dinero y demás pertrechos, y con veintiocho naves largas se hizo a la vela para la Iberia.

19.10 Tomado el ejército que aquí había, e incorporado con el que él traía, lo purificó, y habló con magníficas palabras. Al instante corrió la fama por toda la Iberia, que se hallaba oprimida por los cartagineses y echaba de menos la virtud de los Escipiones, de que les venía por capitán el hijo de Publio, enviado por los dioses; y aun el mismo Escipión, cuando lo supo, fingió que todo lo hacía inspirado de la divinidad. Informado después de que los enemigos campaban en cuatro parajes muy distantes unos de otros con veinticinco mil infantes, y dos mil y quinientos caballos, pero que los acopios del dinero, víveres, armas, dardos, navíos, prisioneros y rehenes de toda la Iberia estaban en la que antes se llamó Sagunto, y al presente Cartagena, y que por guarda de todo ello estaba Magón con diez mil cartagineses; resolvió primero atacar a éste, ya por la pequeñez de su ejército y magnitud de pertrechos, ya porque si tomaba una ciudad tan abundante en minas, campos y riquezas, y de la que distaba tan poco el África, ganaba un baluarte seguro por mar y tierra contra toda la Iberia.

20. Movido de estas razones, sin descubrir a nadie a dónde era la marcha, levantó el campo al ponerse el sol, y caminó toda la noche hacia Cartagena. Atemorizado el enemigo con su venida, Escipión al amanecer tiró un vallado todo al rededor, y al día siguiente se dispuso para atacarla, situando escalas y máquinas por todas partes, a excepción de una que por ser lo más bajo del muro, pero bañada por un estero y el mar, era por esto custodiada con abandono. Provistos durante la noche todos los puestos de dardos y piedras, y situada su escuadra a la boca del puerto para que ninguna nave enemiga se escapase (tanta era la confianza con que se prometía apoderarse de la ciudad), al amanecer acercó sus tropas a las máquinas con orden de que mientras la vanguardia atacaba al enemigo, la retaguardia llevase las máquinas hacia adelante. Magón situó a las puertas los diez mil soldados en ademán de hacer una salida a su tiempo con solas las espadas, pues no eran menester lanzas en un sitio tan estrecho: a los demás los hizo coronar las almenas, y él mientras, distribuyendo por todas partes máquinas, piedras, dardos y catapultas, cuidaba de la ejecución con vigilancia. En fin, se levantó un gran clamor y emulación entre ambas partes; a ninguna de ellas faltó arrojo y valentía; se dispararon piedras, dardos y saetas, unos con las manos, otros con las máquinas, otros con las hondas, y no hubo apresto o fuerza que no se hiciese obrar con eficacia.

21. Pero lo pasaba mal el ejército de Escipión, porque los diez mil cartagineses que estaban a las puertas habían hecho una salida con las espadas desenvainadas, y atacado a los que llevaban las máquinas. Aquí se dieron y recibieron muchas heridas; pero al fin venció la tolerancia y sufrimiento de los romanos. De allí adelante, cambiada la fortuna, comenzaron a ser trabajados los que coronaban el muro, y se aplicaron a él las escalas. Los cartagineses, armados de espada sólo, retrocedieron a la ciudad, y cerradas las puertas subieron al mur o, de lo cual sobrevino a los romanos un duro y penoso trabajo. Entre tanto, Escipión que todo lo recorría dando voces y exhortando, advirtió que a la mitad del día se retiraba el mar por aquella parte por donde era bajo el muro y estaba bañado del estero; que el recejo de las aguas era diario, y que en el flujo el agua llegaba hasta los pechos, y en el reflujo hasta media pierna. Advertido esto por Escipión, e informado de que la naturaleza del estero permanecía así lo restante del día hasta que volvía la marea según costumbre, exclamó diciendo: «Ahora es la ocasión, soldados; ahora sí que me asiste el numen divino: marchad hacia aquella parte del muro por donde nos dejan paso las aguas; llevad las escalas; yo iré delante.»

22. Dicho esto, coge el primero una escala, entra por el estero, e intenta subir antes que otro ninguno; pero sus escuderos y demás gentes que estaban al rededor le contuvieron, y ellos las aplicaron y tentaron la subida. Al instante se originó vocería y furor entre unos y otros; hubo de una y otra parte mucho estrago, pero al fin vencieron los romanos, y ocuparon algunas torres, en las cuales puso Escipión trompeteros y clarineros para dar a entender con su ruido y sonido de que ya la ciudad estaba tomada. Entre tanto los demás discurriendo por todas partes, todo lo llenaron de espanto, hasta que saltando algunos dentro abrieron las puertas a Escipión para que entrase con su ejército. Los ciudadanos se refugian dentro de las casas. Magón junta los diez mil en la plaza; pero derrotados estos al primer choque, se retiró con muy pocos a la ciudadela, adonde seguido de Escipión con diligencia, tuvo que rendirse, viendo que ya no había remedio, muertos y amedrentados sus soldados.

23. Escipión, apoderado por su esfuerzo y dicha de una ciudad rica y poderosa en un solo día, el cuarto después de su venida, concibió magníficas esperanzas, y se confirmó más en el concepto de que obraba con asistencia divina. Aun él mismo desde este tiempo lo llegó a sentir así, y lo anduvo desde entonces vociferando por todo el resto de su vida, pues muchas veces se quedaba sólo en el Capitolio después de cerradas las puertas para aparentar que conferenciaba con los dioses; y aun hoy día sólo se saca del Capitolio en los espectáculos la estatua de Escipión, cuando las de los demás se llevan desde la plaza. Tomada una ciudad que era el almacén de la paz y de la guerra, halló muchas armas, dardos, máquinas, pertrechos navales, con treinta y tres naves largas, trigo y todo género de comestibles, marfil, oro y plata, parte hecha alhajas, parte acuñada y parte en barras. Halló también los rehenes y prisioneros íberos, y cuantos romanos habían sido cogidos antes. Al día siguiente hizo sacrificios, celebró la victoria; y después de haber elogiado al ejército, hizo un discurso a los de la ciudad, en el cual recordándoles el nombre de los Escipiones dejó ir los prisioneros a sus casas para captar las ciudades. Distribuyó premios al valor; al primero que montó el muro, el mayor; al segundo la mitad menos; al tercero la tercera parte, y a proporción a los demás. Todo el restante oro, plata y marfil lo envió a Roma en las naves que había apresado. La ciudad hizo sacrificios por tres días por haber recobrado su antigua felicidad después de tantos trabajos. La Iberia y los cartagineses que en ella había, quedaron pasmados con la grandeza y prontitud de tal empresa.

24. Escipión, puesta guarnición en la ciudad y dada orden para que se levantase la parte de muro que bañaba la marea, discurrió en persona por lo restante de la Iberia; y despachando emisarios a cada una de las ciudades, a unas redujo de grado, y a las que resistieron las tomó por fuerza. De los dos capitanes cartagineses que quedaban, ambos llamados Asdrúbales, el uno, hijo de Amílcar, estaba muy distante levantando tropas en la Celtiberia, y el otro, hijo de Giscón, andaba recorriendo las ciudades que permanecían aun en su devoción, suplicándolas que subsistiesen firmes, pues pronto les vendría un inmenso ejército. Este mismo destacó después a un otro Magón al país inmediato para que enganchase tropas del modo que pudiese, y entre tanto él atacó al país de Lersa que le había abandonado; y ya se disponía a sitiar cierta ciudad de estos, cuando presentándose de repente Escipión, tuvo que retirarse a Bæcula, y campar delante de sus muros. Aquí fue vencido al día siguiente al primer choque, y Escipión se apoderó del real y de la ciudad.

25.11 Después de esto, Asdrúbal recogió en la ciudad de Carmona las tropas cartaginesas que había aun en la Iberia para oponerse con todas juntas a Escipión. En efecto, congregáronse aquí muchos íberos mandados por Magón, y muchos númidas conducidos por Masinisa. Asdrúbal campaba atrincherado con la infantería, y Masinisa y Magón que mandaban la caballería estaban situados delante de un campamento. Escipión dividió su caballería de tal modo, que Lelio con la una parte marchase contra Magón, y él con la otra atacase a Masinisa. Hasta cierto tiempo fue dudosa y pesada la acción a los romanos, porque los númidas, disparados sus dardos, se retiraban y volvían a la carga; pero así que mandó Escipión que los persiguiesen sin volver la cara, y puestas en ristre sus lanzas sin darles tiempo para tornar sus caballos, se refugiaron al campamento. Escipión acampó después a diez estadios de distancia, en el sitio que le pareció más seguro. El total del ejército cartaginés se componía de setenta mil infantes, cinco mil caballos y treinta y seis elefantes. El de Escipión no llegaba ni aun a la tercera parte. Por esta razón estuvo dudoso algún tiempo, y sin querer venir a una batalla se entretenía en solas escaramuzas.

26. Pero como llegasen ya a faltarle los víveres, y a sentirse el hambre en el ejército, teniendo por indecoroso levantar el campo, hizo sacrificios a los dioses, e inmediatamente llamando a junta el ejército, con un aspecto y porte al parecer divino, les dijo que la deidad se le había aparecido según costumbre, y le había exhortado a que atacase al enemigo; que era menester poner más confianza en Dios que en el número de las tropas, pues las anteriores victorias más se habían conseguido por su auxilio que por el número. En confirmación de lo que decía, mandó a los adivinos que presentasen en medio las víctimas. Estando diciendo esto, vio ciertas aves que pasaban volando; y vuelto a ellos con entusiasmo, y gritando: «Mirad, dijo, estos anuncios que los dioses nos envían también de la victoria»; y al mismo tiempo que marchaba hacia ellos con un furor divino, y gritando, todo el ejército que miraba los ademanes de su capitán, se movía de una parte a otra y se inflamaba como para una victoria segura. Ya que vio cumplidos sus deseos, sin detenerse ni dejar resfriar el ardor, como si le impeliese aun el numen divino, dijo: «con tan faustos indicios, a la batalla al instante.» Y mandando que comiesen y tomasen las armas, marchó de improviso contra el enemigo, entregando a Silano la caballería, y la infantería a Lelio y Marcio.

27. En efecto, como sólo había de por medio diez estadios de distancia, Escipión los acometió de repente, y Asdrúbal, Magón y Masinisa tuvieron que armar sus tropas en ayunas con precipitación, tumulto y sobresalto. Trabado a un tiempo el choque de infantería y de caballería, la de los romanos llevaba la ventaja, porque con la astucia anterior de disparar sin cesar, perseguían a los númidas acostumbrados a retroceder y volver a la carga, y a estos por la proximidad, de nada les servían los dardos. Pero la infantería romana era oprimida por la multitud de la africana, que hizo en ella estrago por todo el día, sin que bastase a recobrarla la venida y exhortaciones de Escipión, hasta que éste entregando a un joven su caballo, y tomando el escudo de un soldado, se arrojó sólo en medio de los dos ejércitos, diciendo a voces: «Romanos, socorred a vuestro Escipión que está en peligro.» Entonces los inmediatos viendo, y los distantes oyendo el peligro de su general, todos, o por vergüenza o por temor a su capitán, acometieron a un tiempo al enemigo con algazara y gritería. Los cartagineses, no pudiendo resistir este choque, ciaron por falta de fuerzas (como que habían estado en ayunas hasta por la tarde), y en poco tiempo se hizo en ellos gran carnicería. Tal fue el éxito de la batalla de Escipión alrededor de Carmona; batalla que por mucho tiempo estuvo indecisa. Murieron en ella ochocientos romanos y quince mil cartagineses.

28. De allí adelante los cartagineses siempre fueron retirándose con precipitación; y Escipión iba en su alcance, hiriendo y matando a cuantos encontraba. Pero habiendo ocupado aquellos un sitio fuerte que tenía agua y comestibles en abundancia, y era difícil de tomar a no ser por un largo cerco, Escipión, a quien llamaban otros cuidados, dejó a Silano para que los sitiase, y él discurrió por lo restante de la Iberia y la redujo a la obediencia. Los cartagineses que quedaron sitiados tuvieron también que retirarse hacia el estrecho para pasar a Gades; y Silano, después de haberlos incomodado cuanto pudo, movió el campo para Cartagena a juntarse con Escipión. Entre tanto Ardrúbal, hijo de Amílcar, que levantaba aun tropas hacia el océano septentrional, a instancias de su hermano Aníbal que le llamaba para que cuanto antes atacase la Italia, atravesó los Pirineos por la parte inmediata al océano septentrional, para ocultarse de Escipión, y metiéndose en la Galia con los celtíberos que había reclutado, se apresuraba por llegar allá antes que los italianos lo supiesen.

29.12 Vuelto de Roma Lucio, participó a Escipión cómo en Roma se pensaba enviarle al África con el mando. Él, que ya de mucho antes deseaba con ansia y esperaba esto mismo, envió por delante a Lelio al África con cinco naves para que llevase un regalo al rey Syphax; le recordase la amistad que había mediado entre él y los Escipiones, y le rogase que caso de pasar allá los romanos los ayudase con sus armas. Syphax prometió hacerlo así; recibió el presente, y remitió otro a Escipión. Sabedores de esto los cartagineses, solicitaron también la alianza de Syphax; pero informado de esto Escipión, estimó en tanto atraer a Syphax y afirmarle en su partido contra los cartagineses, que marchó allá en dos naves acompañado de Lelio.

30. Ya que estaba a vista de tierra, los embajadores cartagineses que estaban aun en la corte de Syphax, le salieron al encuentro sin noticia de este príncipe con unas naves largas que tenían; pero Escipión a fuerza de vela les ganó la delantera y aportó con felicidad. Syphax hospedó a unos y otros; pero ajustó en secreto un tratado con Escipión, y le volvió a enviar tomadas seguridades; y a los cartagineses, que le querían volver a armar asechanzas, los retuvo consigo hasta que el romano estuviese en salvo. Tales fueron los peligros que sufrió Escipión en la ida y en la vuelta. Cuentan que en un banquete que les dio Syphax, durmió Escipión la siesta con Asdrúbal; y que éste después de otras muchas preguntas, admirado de su gravedad había dicho a los suyos: «Este hombre no sólo es de temer en la guerra, sino en la mesa.»

31. Por el mismo tiempo sucedió que ciertos íberos y celtíberos, cuyas ciudades se habían pasado a los romanos, ganaban aun sueldo de Magón; y Marcio, habiéndolos atacado, mató mil y quinientos, y los demás se refugiaron a sus ciudades. Otro cuerpo de setecientos caballos y seis mil infantes, mandados por Annón,se recogió a una colina, de donde faltos de todo despacharon legados a Marcio para tratar de concierto. Este les intimó que le entregasen a Annón y a los desertores, y después viniesen a tratar de paces. Ellos echaron mano a su capitán que estaba oyendo esto y a los desertores, y se los entregaron. Marcio pidió después los prisioneros, y recibidos estos, mandó que le trajesen la suma estipulada a un paraje descampado o llano, pues no convenían los lugares ásperos a unos suplicantes. Ya que hubieron bajado al llano, dijo: «Merecéis la muerte, porque estando vuestras patrias bajo nuestra obediencia, unidos con los enemigos habéis llevado las armas contra ellas: no obstante, os permito marchar impunemente como entreguéis las armas.» Los celtíberos no pudieron sufrir esto, y clamaron todos a una voz que no rendirían las armas. Con esto se encendió una cruel batalla, en la que la mitad de ellos quedó sobre el campo después de muchos esfuerzos, y la otra mitad se refugió adonde estaba Magón. Éste se había hecho a la vela poco antes para el campo de Annón con sesenta naves largas; pero informado de su derrota había pasado a Gades, donde hostigado del hambre esperaba el éxito de la batalla.

32. En esta inacción estaba Magón cuando Silano fue destacado por Escipión a la ciudad de Castace para atraerla a su partido; pero recibido por los castáceos con las armas en la mano, sentó al frente su campo, y dio cuenta de ello a Escipión. Este envió por delante algunos aprestos para el asedio, y marchó detrás; pero de paso atacó a Ilurgia. Esta ciudad, confederada de los romanos en tiempo del primer Escipión, muerto éste había abandonado en secreto su partido; pues habiendo recibido con capa de amistad las reliquias del ejército romano, lo había entregado después a los cartagineses. Irritado Escipión con esta perfidia, la tomó en cuatro horas; y a pesar de una herida que recibió en el pescuezo, no desistió de la acción hasta que se apoderó de ella. Por la misma razón el ejército, sin necesidad de mandato, y sin hacer caso del saco, se entregó a la matanza de niños y mujeres sin distinción, y no cesó hasta que echó por tierra la ciudad. Llegado que hubo Escipión a Castace, dividió el ejército en tres trozos, y puso sitio a la ciudad; pero se abstenía de venir a una acción por dar tiempo de arrepentirse a los castáceos, de quienes ya había oído andaban en estos tratos. En efecto, muerta la guarnición que servía de obstáculo a su designio, y apoderados de la ciudad, la entregaron a Escipión; el cual, puesto en ella nuevo presidio, y encomendada a uno de sus ciudadanos de aprobada conducta, levantó el campo para Cartagena, destacando a Silano y Marcio para que talasen hasta el estrecho cuanto pudiesen.

33. Había sobre el tránsito una ciudad llamada Astapa que siempre había permanecido constante a los cartagineses. Sus moradores, viéndose entonces sitiados por Marcio, y conjeturando que si los romanos los conquistaban los reducirían a servidumbre, juntaron sus alhajas en la plaza, y cercándolas con leña, pusieron encima a sus hijos y mujeres. Después juramentaron a cincuenta ciudadanos, los más esforzados, para que en caso de tomarse la ciudad, quitasen la vida a los hijos y mujeres, pegasen fuego a la cima y se degollasen a sí mismos. Ellos después, puestos los dioses por testigos, hacen una salida contra Marcio cuando menos lo pensaba, y derrotan su caballería e infantería ligera; pero venida en su socorro la falange, no obstante el esfuerzo y la desesperación con que peleaban los astapenses, al cabo los vencieron los romanos, por ser más en número, no porque fuesen inferiores en valor. Muertos todos, los cincuenta degollaron los hijos y mujeres, prendieron el fuego y se arrojaron en el, haciendo infructuosa la victoria al enemigo. Marcio, admirado del valor de los astapenses, perdonó sus casas.

34. Después de esto cayó enfermo Escipión, y Marcio tomó el mando del ejército. Entonces todos aquellos soldados que habían disipado sus haberes en deleites, figurándose no haber hallado premio a sus trabajos, y que Escipión se apropiaba el lauro de sus fatigas, como gente que no tenía que perder abandonaron a Marcio y acamparon separados. Agregáronseles muchos de las guarniciones, y aun Magón destacó emisarios con dinero para persuadirles a pasarse a su partido; pero ellos, recibido el dinero, eligieron capitanes y centuriones entre sí, y arregladas las demás cosas se disciplinaron a sí mismos, y se tomaron juramento unos a otros. Informado de esto Escipión, envió separadamente una carta para los sediciosos, diciéndoles que no les había aun premiado, a causa de su enfermedad; otra a otros particulares para que persuadiesen al arrepentimiento a los que habían errado, y una tercera para todos en general tratándoles ya como a reconciliados, y que al instante los remuneraría; a cuyo efecto les mandaba que cuanto antes viniesen a Cartagena, por sus sueldos.

35. Leídas las cartas, unos las tuvieron por sospechosas, otros por fidedignas; pero al cabo se convinieron todos en venir juntos a Cartagena. Mientras venían los amotinados Escipión previno a los senadores que tenía consigo que cada uno convidase con su casa a uno de los cabezas de la sedición, y como que procedía de amistad le hospedase y le atase en secreto. Mandó después a los tribunos que con silencio tuviese cada uno armados con espadas al amanecer aquellos soldados más fieles, y ocupasen de trecho en trecho las avenidas de la asamblea, y si alguno se atumultuase le matasen y degollasen al instante, sin esperar más orden. Él, al rayar el día, marchó al tribunal y mandó a los trompetas tocar a junta. Los sediciosos, al oír un pregón tan inesperado, teniendo vergüenza de hacer esperar a su general, aun enfermo, y juzgando que se les llamaba para satisfacer sus pagas, concurrieron prontamente de todas partes, unos sin ceñirse las espadas, otros con solas las túnicas, no habiéndoles permitido la precipitación vestirse del todo.

36. Escipión, que ocultamente tenía distribuidas las guardias al rededor de su persona, ante todas cosas les afeó el hecho, y después dijo: «La pena recaerá sólo sobre los autores, a los cuales castigaré con vuestro auxilio.» Aun no había dicho esto, cuando los satélites, de su orden abren paso por la multitud: ésta se separa, y los senadores conducen por medio a los culpados. Estos comienzan a clamar y a implorar el auxilio de sus compañeros; pero los tribunos matan al instante a los que intentaban levantar la voz, y los demás, como ven rodeada de guarnición la asamblea, quedan en un triste silencio. Puestos en medio los autores, Escipión los manda azotar con varas, y, con más rigor a los que voceaban; después atados a unos palos fijos en tierra, les corta a todos las cabezas, y para los demás publica perdón. De este modo se aquietó el ejército de Escipión.

37. Durante la sedición del ejército romano, Indíbilis, uno de los potentados aliados de Escipión, taló una parte del país sujeto a éste; y habiendo marchado contra él Escipión, sostuvo el choque con valor, y mató mil y doscientos romanos; pero muertos de parte de Indíbilis veinte mil hombres, envió legados a Escipión para un convenio, y éste le recibió en su amistad después de haberle multado en dinero. Masinisa, habiendo pasado el estrecho sin que lo supiese Asdrúbal, se concertó con Escipión y le juró que le ayudaría con sus armas si pasaba al África. La causa de haber hecho esto este personaje tan adicto en todo a los cartagineses, fue ésta. La hija de Asdrúbal, con quien entonces militaba Masinisa, estaba prometida en casamiento a este príncipe, y el rey Syphax la amaba también tiernamente. Los cartagineses, creyendo que adelantarían sus intereses si tomaban a Syphax por aliado contra los romanos, le dieron la doncella, sin dar cuenta a su padre. Celebrados los desposorios, Asdrúbal se los ocultó a Masinisa por respeto a su persona; pero él, sabido el lance por otra parte, contrajo alianza con Escipión. En este estado estaban las cosas cuando el almirante Magón, desesperanzado de los negocios de la Iberia, se hizo a la vela a la Liguria y a la Galia para levantar tropas; y los gaditanos, viéndose abandonados de este general, se entregaron a los romanos.

38.13 Desde este tiempo, esto es, un poco antes de la olimpiada ciento cuarenta y cuatro, comenzaron los romanos a enviar a los pueblos vencidos de la Iberia magistrados anuales que presidiesen y gobernasen las provincias en tiempo de paz. Escipión, dejando aquí un pequeño ejército por estar sosegada la provincia, congregó los inválidos para poblar una ciudad, que del nombre de la Italia llamó Itálica, patria de Trajano y Adriano, los cuales en tiempo posterior obtuvieron el imperio romano. Él se hizo a la vela para Roma en una numerosa y bien equipada escuadra, cargada de cautivos, dinero, armas y diferentes despojos. La ciudad le recibió con magnificencia y con un aplauso extraordinario e increíble, ya por sus pocos años, ya por la brevedad con que había concluido tan grande empresa: de modo que aun sus émulos confesaban que había llevado a efecto lo que antes había prometido con ligereza. Por último, Escipión triunfó con admiración de todos. Al instante que partió Escipión volvióse a rebelar Indíbilis; pero los pretores que quedaron en la Iberia, atacándole con cuantas tropas pudieron juntar de las guarniciones y de los aliados, le quitaron la vida. Después llamaron a juicio a los autores de la rebelión, y los condenaron a muerte y confiscaron sus bienes; y a los pueblos que le habían ayudado los multaron en dinero, les quitaron las armas, les exigieron rehenes, y les pusieron guarniciones más fuertes. Éste era el estado de las cosas después de ido Escipión, y en esto vino a parar la primera tentativa de los romanos en la Iberia.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

ANTIFONTE INTRODUCCIÓN





ANTIFONTE

INTRODUCCIÓN

En los siglos de la helenidad universal que acompañó

al poder romano se organizó un estudio sistemático de la

monumental creación literaria de la Grecia clásica. Fruto

de esta ingente labor es la fijación de los cánones de autores;

de modo que tanto las escuelas como las bibliotecas,

públicas o privadas, dispusieran para cada género de un

cierto corpus. Así es como, desde los tiempos de Aristófanes

de Bizancio y de Aristarco !, quedó fijado el canon

de los diez oradores que hoy conocemos, a saber: Antifonte,

Andócides, Lisias, Isócrates, Iseo, Esquines, Demóstenes,

Licurgo, Hiperides y Dinarco. Se suele citar el nombre

de Cecilio de Caleacte como autor de esta selección,

tan arbitraria como se quiera 2, pero consagrada por la

exigüidad con la que la obra de todo otro orador nos ha

sido transmitida. A decir verdad, si Antifonte no hubiera

sido incluido en esta élite nos habría pesado mucho, pues

apenas hay noticia a él relativa que no sea capaz de despertar

interés. Su vida y su legado son igualmente contro1

Y aun acaso mucho antes, cf. R. P fe if f er , Historia de la filología

clásica I, Madrid, Gredos, 1981, pág. 365.

' 2 Cf. Quin til ia n o , De institutione oratoria X 1, 80 y XII 10, 22,

donde se cita a Demetrio de Falero y Aristogiton.

10 ANTIFONTE

vertidos, hasta el punto de dejar escaso margen a la indiferencia

ante ambos: tal fue y es el alcance de su personalidad.

N

ace Antifonte en el demo de Ramnunte, en el Ática,

hacia 480 a. C., como miembro de una familia aristocrática

de la tribu Ayante. Su padre era Sófilo, de quien nuestro

Antifonte aprendería el arte que había de hacerlo famoso

aun más allá de su propia ciudad, el de la retórica.

Por Tucídides, Platón y Jenofonte sabemos que el ramnusio

vivía entre la animadversión y el reconocimiento de la

mayoría, que le reprochaba su amor al dinero, pues obtenía

provecho de su saber mediante el ejercicio de la logografía

y la enseñanza de la retórica, y a la vez temía su

gran talento, siempre al servicio de las más radicales heterías

nobiliarias 3. Sus ideales políticos se vieron al fin plasmados

con la llegada al poder de los Cuatrocientos, como

se conoce al régimen aristocrático que tras el desastre de

Sicilia gobernó la ciudad por unos meses, en 411 a. C.

A la caída de los oligarcas, Antifonte, que había permanecido

en Atenas a despecho del peligro cierto que corría,

fue sentenciado a muerte en su calidad de responsable directo

del golpe de Estado producido. La condena por alta

traición trajo consigo la confiscación de bienes, el arrasamiento

de sus propiedades y la prohibición de enterrar el

cadáver en suelo ático. Además, la pérdida de los derechos

civiles era extensiva a los descendientes. ,

A pesar de tan señalada participación política, se alude

a Antifonte como a un ciudadano apartado, por propia

voluntad, de la tribuna pública. Parece ser que su carácter

altivo, unido a una inseparable fama de hombre profunda3

C f . T u c íd id e s , VIII 68, 1; P l a t ó n , Menéxeno 236a; J en o fo n t e ,

Memorabilia I 6, 1-5.

INTRODUCCIÓN 11

mente enemistado con la causa de los demócratas, que combatió

toda su vida con extraordinario ahínco, le obligó a

no dejarse ver mucho por los foros de la Asamblea y el

Consejo atenienses: ni él debía sentir ninguna emoción especial

que le hiciera buscar un auditorio para sus intervenciones

en política, justo al revés que un Alcibiades o un

Cleón, ni el común de los asistentes se habría dejado convencer

con facilidad por los argumentos de uno de los más

acérrimos partidarios de la liquidación del sistema democrático.

Muestra suprema de su orgullo es el discurso de

defensa que pronunció ante el tribunal especial que lo juzgaba,

pues en uno de los fragmentos conservados se niega

a implorar la conmiseración de los jueces, como esperaban

sus adversarios. Tal era el carácter de su personalidad.

Hemos mencionado la gran distancia que lo separa de

Alcibiades, al que atacó en una obra de propaganda política

y cuyo regreso vetó cuando pudo hacerlo. Ciertamente,

no son propias de Antifonte las habilidades del que a toda

costa tiene con el poder comercio y trato, a fin de obtener

siempre el mayor beneficio material y personal. Pero tampoco

estamos ante un héroe esquileo, comprometido con

un sino fatídico cuyas condiciones no es posible alterar.

Al contrario, Antifonte alcanzó varias veces la estrategia

y estuvo implicado en frecuentes procesos. Por citar uno,

destaquemos el que sostuvo contra Hipócrates, sobrino de

Pericles, al que hizo condenar en contumacia. Esta aparente

contradicción entre el conspirador en la sombra que

algunos se figuran y el ciudadano que abiertamente actúa,

compareciendo ante cualquier pleno, ha llevado a proponer

que sólo en sus últimos años optaría por una discreta

retirada a segundo plano 4. En realidad, sabemos por Tu-

■· 4 Cf. WrrrMANN, De uita Antiphontis Rhamnusii Commentationes,

Schweinfurth, 1835, pág. 11.

12 ANTIFONTE

cidides que Antifonte «no comparecía a presencia del pueblo

ni por propia voluntad en litigio alguno de otro tipo

» 5, lo que demostraría su propósito de no perjudicar

el éxito de sus acciones políticas por un protagonismo nunca

bien aceptado. Es probable que así fuera, si bien nuestro

orador pudo aún haber ocupado el cargo de arconte

en 418/17 a. C., a menos que se tratara de otro Antifonte.

Por último, hemos de recordar que, según recoge la tradición,

uno de los discípulos de su escuela de retórica fue

el historiador Tucídides. En las Historias podemos leer un

breve elogio fúnebre que, aun revestido del rigor cientifistá

con que Tucídides se expresó siempre, evidencia una inequívoca

emoción personal6.

La obra de Antifonte se compone de discursos pronunciados

ante la Asamblea 1, discursos judiciales de carácter

público —el de su defensa, p. e., a raíz del golpe de Estádo

de 411 a. C.— y privado, un manual de retórica y un

libro de Proemios y epílogos, y, por fin, los tratados Sobre

la verdad, Sobre la concordia y el Político, y las Invectivas

contra Alcibiades. Ahora bien, tan sólo este último texto

puede ser reivindicado a las claras como obra de Antifonte;

los tres anteriores suelen ser referidos al llamado «Antifonte

el Sofista», que buen número de estudiosos contraponen

a su homónimo «el Orador». Ésta es la cuestión

5 T u e ., ¡oe. cit.

6 T ue., VIII 68, 1-2.

7 F r. Blass, Die Attische Beredsamkeit von Gorgias bis Lysias, I,

Leipzig, 1877, pág. 103, reconoce !a imposibilidad de verificar este extremo,

exigido, sin embargo, por la naturaleza misma de los discursos, que

son dos, Sobre el tributo de los ¡indios y Sobre el tributo de los samotracios.

Además, también Tucídides asegura que Antifonte intervino en nombre

de sus defendidos «tanto ante el tribunal como ante el pueblo», cf.

T u e ., toc. cit.

INTRODUCCIÓN 13

antifontea, basada en una distinción estilística que se abrió

paso entre los siglos i y m d. C. y que dio por incontestable

el rétor Hermógenes de Tarso 8. Lo cierto es que poco

podemos aún decir respecto de los fragmentos pertenecientes

a los antedichos tratados, que además presentan un tratamiento

lingüístico diferente del resto del corpus. Sería

preciso conocer las características del ensayo ideológico,

como un género más entre los correspondientes a los diversos

tipos de tratado científico, para saber en qué medida

su autor estaba en deuda con una tradición. De ahí que

nos circunscribamos a los discursos y sus fragmentos 9.

Incluso entre los discursos conservados completos se ha

querido ver tan grandes diferencias que fuera necesario postular

la existencia de diversos autores. Así, tan sólo el discurso

Sobre el asesinato de Herodes no ha sido nunca señalado

como apócrifo. Sí lo han sido los discursos Contra

su madrastra, por envenenamiento 10, Sobre el coreuta 11

8 Hermóo., Id., ed. H. Rabe, Leipzig, 1913, págs. 399-401.

9 Incluimos también el fragmento conservado de las Invectivas contra

Alcibiades, a pesar de su carácter epidictico —véase la Introducción a

los Fragmentos—. porque ningún dato lingüístico ni extralingüfstico permite

abonar su adscripción a la obra del sofista.

10 Cf. L. Spen g e l , Synagoge technön, Stuttgart, 1828; G. F. Sch o e -

mann, Jahrbücher fü r Wissenschaftliche Kritik II, 1839, pág. 482; Schmitt,

De oratione in nouercam quae Antiphontis fertur dissertatio, Fulda, 1853;

P ahle, Die Rede des Antiphons. Eine Kritische Untersuchung, Jever, 1860,

pág. 12; contra, E. Maetznkr, Antiphontis Orationes, Berlín, 1838, págs.

125 ss., donde se apunta que el discurso sí es obra de Antifonte, aunque

destinado tan sólo a la enseñanza; parecida es la teoría de A. H o p p e ,

Antiphontearum specimen, Halle, 1874, pág. 15, que asigna la obra a

la juventud del orador.

n Cf. C. W agen er, «Étude sur l’authenticité du discours d’Antiphon

Περί του χορευτού», Revue d ’instruction Publique en Belgique, XVIIIIIi

Bruselas, 1884. Contra, B. Brinkhîann, De Antiphontis oratione De

'Choreuta Commentatio Philologa, Jena, 1888.

14 ANTIFONTE

y, sobre todo, las Tetralogías 12, discursos ficticios que todavía

hoy despiertan profundas controversias. Parte de es-

12 Junto a los ya citados Schoemann y Pahle, cf. G r u e n w a l d t , De

Antiphontis quae feruntur Tetralogiis disputatio, Dorpat, 1873; C. G .

C o b e t , «D e locis nonnullis apud Antiphontem», Mnemosyne 8 (1880),

págs. 269-291; H . v a n H e rw e r d e n , «Antiphontea», Mnemosyne 9 (1881),

págs. 203 ss.; E. V. H a r tm a n n , Studia Antiphontea, Lugduni Batauorum,

1882; F. J. B rü c k n e r , De Tetralogiis Antiphontis Rhamnusii adscriptis,

Bautzen, 1887 (Gruenwaldt y Brückner coinciden en atribuir las

Tetralogías a un discípulo de A ntifonte); H . J. P o lack, De enuntiatorum

interrogatiuorum apud Antiphontem usu, H a lle , 1886; W. D it t en b er -

g er, «Antiphons Tetralogien und das attische Criminalrecht», H 32 (1897),

págs. 1-41; K. W e n ig , «Contribution à l’histoire de l’art oratoire en Grèce

», LF (1921), págs. 16-22; L. G e r n e t , Antiphon, Discours, Paris, 1923;

F. S o lm sb n , Antiphonsstudien. Untersuchungen zu r Entstehung der attischen

Gerichtsrede, B erlin , 1931; P. von d e r M ü h l l , «Zur Unechtheät

der antiphontischen Tetralogien», M H 5 (1948), págs. 1-5; E. R. D o d d s ,

«The nationality o f Antiphon the Sophist», CR 4 (1954), pägs. 94-95;

K. J. M a idm e n t, Minor A ttic Orators, I, Londres-Cambridge (Massachusetts),

1960, y, por fin, F. C o r t é s G a b a u d a n , Fórmulas retóricas

de la oratoria judicial ática, Salamanca, 1987. Todos estos autores niegan

la autenticidad de las Tetralogías por diversas razones. A favor de ella

están P . O ttsen, Exponitur de rerum inuentione ac dispositione, quae

est in Lysiae atque Antiphontis orationibus, Flensburg, 1847, y De A n tiphontis

uerborum formarumque specie, Rendsburg, 1854; K. L. K a y -

ser, R hM 12 (1857), pág. 224 (entendía las Tetralogías cómo u n capítulo

de manual de retórica de Antifonte); L. S p e n o e i, «Antiphon», R hM 17

(1862), pág. 167, n. 3; F. H. B o th , De A ntiphontis et Thucydidis genere

dicendi, Marburg, 1875; H. S c h a e f e r , De nonnullarum particularum apud

Antiphontem usu, Göttingen, 1877; W e t z e l l , Beiträge zu dem Gebrauche

einiger Partikeln bei Antiphon, Frankfurt, 1879; F r . G ö l k e l , Beiträge

zur Syntaxe des Verbs und der Satzbildungs bei den Reden Antiphons,

Passau, 1883; J. Kohm, «Kritische-Hxegetische Studien zu Antiphon»,

fVS (1886), págs. 36-60, Ueber die Echtheit der Tetralogien des Redners

Antiphon, Arnau, 1886, y Die Tetralogien des Antiphons, Arnau, 1888;

Ch. C’u c u e l , Essai sur ¡a langue et le style de l ’orateur A ntiphon, Paris,

1886; F r . B la s s , Die attische Beredsamkeit von Gorgias bis Lysias, I,

Leipzig, 1887, págs. 149-152; J. B r a n d e n b u r g e r , De Tetralogiis AntiINTRODUCCIÓN

15

ta historia de la crítica de Antifonte se debe a errores de

los propios estudiosos, ya que es insostenible tanto la comparación

de estos discursos entre sí como la de cualquiera

de ellos y la obra de un Lisias o un Iseo. No es de recibo

un análisis de éstos o cualesquiera discursos si nos limitamos

a justipreciar en qué medida reproducen la estructura

canónica del discurso judicial ático, de la misma manera

que el arte de Thorvaldsen no puede, en su reconstrucción

winckelmaimiana de la estatuaria griega, ser proyectado sobre

las obras clásicas como recurso metodológico apto para

el perfecto conocimiento de éstas.

Además, tampoco el estilo de Antifonte es uniforme

o siquiera regular, sino que se adapta a registros muy diversos:

alterna pasajes de un sabor cuasi conversacional,

dominados por las repeticiones y los anacolutos, con otros

phontis Rhamnusii, Schneidemühli, 1888; F e . Schierlinokr, Die unterordnende

Satzverbindung bei dem Redner Antiphon, Schweinfurth, 1889;

O. N avakkb, Essai sur la rhétorique grecque avant Aristote, Paris, 1900;

J . H . L ips iu s , «Uebcr Antiphons Tetralogien», Berichte über die Verhandl.

der Koni, sächs. Gesellschaft d. Wissensch. zu. Leipz. Phil. Hist,

kl. 56 (1904), págs. 191-204; J. H. T h i e i , «Antiphons Erste Tetralogie»,

Mnemosyne 55 (1927), págs. 321 ss.; J . H. F inley, J r ., «The origins

of Thucydides’ style», HSPh 50 (1939), págs. 35-84, esp. págs. 63-64;

G. ZuNTZ, «Earliest Attic Prose Style (On Antiphon’s Second Tetralogy)»,

C&M 2 (1939), págs. 121-144, y «Once again the Antiphontean Tetralogies

», M H 6 (1949), págs. 100-103; J. S. M o r r is o w , «Antiphon», PCPhS

50 (1939), págs. 63-67; K. J. D o v e r , «The Chronology o f Antiphon's

Speeches», CQ 44 (1950), págs. 44-60 (tanto Zuntz como Dover exigen

una datación próxima a 444 a. C.); U. A lb in i, «Antifonte logografo»,

Maia 10 (1958), págs. 38-65 y 132-145; U. A lb in i, F . B o rnm a n n y M.

N a ld in i , Profila storico di letteratura greca, Florencia, 1982, pág. 189;

y, por fin, H. A v e r y , «One Antiphon or two?», Η 110 (1982), págs.

145-158. En nuestra opinión, no hay ya datos, ni lingüísticos ni ideológicos

ni de índole alguna, que permitan seguir dudando de la adscripción

de las Tetralogías al orador Antifonte.

16 ANTIFONTE

en que el autor se recrea en el empleo de figuras de alta

escuela e incluso construye períodos rítmicos. No faltan

el gusto por la acuñación de neologismos o la alusión a

pasajes y episodios de la literatura y la historia áticas. Pero

es en las Tetralogías donde la elaboración artística

alcanza en Antifonte cotas de auténtica experimentación

creadora mediante la introducción de rasgos lingüísticos y

estilísticos de extrema novedad, nunca empleados por la

oratoria judicial posterior. Tan sólo en el género epidictico

sería posible hallarlos. Evidentemente, el contraste con los

discursos realmente pronunciados se hace tan difícil de asumir,

si lo que se pretende es obtener lo antes posible una

imagen global del orador, que ésta resulta distorsionada

en más de un aspecto (pues las diferencias se dan también

en otros planos, como el jurídico, por ejemplo). Consideramos

sumamente acertada la opinión de Navarre en el

sentido de que Antifonte nunca tuvo la pretensión de editar

las Tetralogías junto a los demás discursos, sino que

les reservaba una difusión esotérica, para lectura de auténticos

iniciados en el arte de la retórica13.

Sabemos por Diodoro 14 que Antifonte fue el primer

orador que publicó sus discursos. Si las constantes de su

estilo pasan por ser la claridad y el verismo, a la vez que

una expresión adusta y poco condescendiente para con el

amante de placeres literarios inmediatos y palmarios, el ramnusio

tuvo en su alumno Tucídides un digno heredero:

maestro y discípulo comparten el gusto por las figuras de

pensamiento más que por las de dicción, la preponderan13

Cf. O. N a v a rre , Essai sur la rhétorique grecque avant Aristote,

Paris, 1900, pág. 151.

14 A p u d Clemente Al eja n d r in o , Strom. I (ed. O. Stä h l in , Leipzig,

1905), 365.

INTRODUCCIÓN 17

cia del estilo antitético y un cierto compromiso expresivo

entre verbosidad y temperancia. Éste es el llamado «estilo

severo», austerά lexis, cuyo mejor exponente entre los oradores

fue precisamente Antifonte, en título conferido nada

menos que por Dionisio de Halicarnaso I5.

Junto al magisterio ejercido sobre Tucídides, la influencia

de Antifonte se extiende a cuantos se han ocupado del

discurso judicial16. No en vano su triple condición de orador,

logógrafo y maestro de retórica le hizo merecer un

lugar señero en el desarrollo del género. No menos importancia

tiene su papel en la entronización del ático como

lengua literaria, primero, y de este ático literario, después,

cómo lengua común a todos los griegos, ya que el origen

de laKoiné está en el «ático antiguo», arkhafa Atthís, dialecto

utilizado por los primeros prosistas de Atenas. De

ahí el gran interés por la obra de Antifonte, situada como

está en los inicios de tres grandes creaciones, la oratoria,

la lengua de la prosa y el griego helenístico.

En cuanto a la transmisión del texto, dos son los códices

que la determinan, el Crippsianus o Burneianus 95 (A),

de mediado el siglo xm y procedente del monasterio de

Vatopedí, en el monte Athos, y el Oxoniensis (N), de fines

del siglo xm o principios del xrv, y acaso de igual procedencia.

Manuscritos descendientes, todos ellos muy posteriores,

son el Laurentianus (B), el Marcianus (L), el Burneianus

96 (M) y el Vratislauiensis (Z). Tanto N como A

han sido colacionados varias veces, N por Maetzner y Jernstedt

y A por Bekker, Dobson, Jernstedt y Sigg.

Las ediciones más antiguas son las de Aldo Manuzio

(Venecia, 1513) y Henri Estienne (París, 1575). Siguen las

- 15 D. H., Comp. 22.

16 Cf. P seudo P lutar co , Decent oratorum uitae I 5.

154. — 2

18 ANTIFONTE

de J. J. Reiske, Oratores Graeci VII (Leipzig, 1773), I.

Bekker, Oratores Attici, I (Oxford, 1822), W. S. Dobson,

Oratores Attici, I (Londres, 1829), E. Maetzner, Antiphontis

Orationes (Berlín, 1838), G. Baiter y H. Sauppe, Oratores

Attici (Zurich, 1839-1843), C. Müller, Orationes Attici

(París, 1847), V. Jernstedt, Antiphontis Orationes (San Petersburgo,

1880), Fr. Blass, Antiphontis Orationes et Fragmenta

(Leipzig, 1881), Fr. Blass y Th. Talheim, Antiphontis

Orationes et Fragmenta (Leipzig, 1914), L. Gernet,

Antiphon. Discours (Paris, 1923), y K. J. Maidment,

Minor Attic Orators I (Londres-Cambridge, Massachusetts,

1960). Ediciones fragmentarias son las de H. van Herwerden,

Antiphontis Orationes tres (Trajecti ad Rhenum* 1883),

J. Nicole (Ginebra-Basilea, 1907), J. H. Thiel, Antiphontis

Tetralogía prima (Groningen, 1932), G. Ammendola (Florencia,

1933), S. Wijnberg (Groningen, 1938), H. M. Ten

Berge (Groningen, 1948), A. Barigazzi (Florencia, 1955),

F. Decleva Caizzi (Milán-Varese, 1969), D. Ferrante (Nápoles,

1972) y R. C. Jebb (Nueva York, 1983). EI autor

de estas líneas tiene una edición dispuesta para la imprenta

de la Fundació Bernat Metge.

En lo que hace a las traducciones, disponemos de la

latina de Baiter-Sauppe, las francesas de Cucuel (Lyon,

1888) y Gernet y la inglesa de Maidment, todas completas.

En alemán las hay de W. Rosenthal para los discursos I

y VI (Fürstenwalde, 1908), de J. Kohm para las Tetralogías

(Arnau, 1888) y de A. Bohlmann para el discurso V

(Liegnitz, 1866). Por fin, reseñemos la de F. Decleva Caizzi

de las Tetralogías, en italiano (Milán-Varese, 1969). El

autor de estas líneas lo es también de la catalana, también

completa, que ha de aparecer en la CoMccció D’Escriptors

Grecs de la Fundació Bernat Metge.

INTRODUCCIÓN 19

Por fin dejemos constancia de que es ésta la primera

vez que Antifonte es traducido al español. Hemos contado

para la ocasión con la edición crítica que antes mencionábamos.

En cuanto a nuestro estilo, intenta presentar con

la mayor fidelidad el del original: un estilo a menudo arcaizante,

muy literario a veces, caracterizado por el uso

de la antítesis y de la variatio, pero marcado también por

las repeticiones y por el uso de fórmulas retóricas y legales.

BIBLIOGRAFÍA

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