martes, 26 de octubre de 2021

Serna Enrique - El Vendedor De Silencio. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA. NOVELA. AÑO: 2019. FRAGMENTO.

 



 Serna Enrique - El Vendedor De Silencio 

«No pedía mucho, carajo, sólo que lo dejaran prostituirse a su modo.»

A mediados del siglo XX, Carlos Denegri era el líder de opinión más influyente de México. Reportero estrella del diario Excélsior, tenía una red de contactos internacionales envidiada por todos los periodistas. Mimado por el poder, como columnista político sobresalió por su falta de escrúpulos, al grado de que Julio Scherer lo llamó “el mejor y el más vil de los reporteros”.

Industrializó el “chayote” cuando esa palabra todavía no se usaba en la jerga política. En su Fichero Político, donde fungía como vocero extraoficial de la Presidencia y cobraba todas las menciones, podía difamar a cualquiera con impunidad absoluta. Según Carlos Monsiváis, un coscorrón en esa columna representaba “una temporada en el infierno” para cualquier aspirante a un cargo público. Aunque ganaba millones por publicar alabanzas, se hizo más rico aún por medio de la extorsión, callándose lo que sabía de sus poderosos clientes.

La personalidad pública de Carlos Denegri es indisociable de las atroces vejaciones misóginas que cometió en su vida privada. Era tan prepotente y déspota en el trato con las mujeres como en el periodismo, de modo que su patología fue a la vez íntima y social.

Radiografía del machismo a la mexicana y epitafio de la dictadura perfecta, esta novela es un estudio de carácter incisivo y mordaz, sustentado en un arduo trabajo de investigación, que por momentos linda con la farsa trágica. Enrique Serna vuelve a una de sus vetas narrativas predilectas, la reconstrucción del pasado, para entregarnos un fresco histórico apasionante.

 


 A mi padre,

Ricardo Serna Rivera

 


I. El asedio

 

Una mañana fría, embadurnada de gris, Carlos Denegri llegó a trabajar con la voluntad reblandecida por una desazón de origen oscuro. La mala vida le pasaba factura, ¿o ese malestar indefinido tenía quizás otra causa, la soledad, por ejemplo? Por la ventana del auto, un Galaxie verde botella con vidrios polarizados, aspiró con melancolía el olor a tierra mojada del Parque Esparza Oteo, anegado por las lluvias de agosto, que en circunstancias normales hubiera debido reconfortarlo. Esta vez no fue así: la bocanada de oxígeno agravó su languidez. Eloy, un guarura con cuello de toro, ágil a pesar de su corpulencia, giró la cabeza como un periscopio y al comprobar que no había peligro en la calle le abrió la puerta trasera del carro. Lo había disfrazado de fotógrafo, con el estuche de una cámara Nokia colgado del hombro, para camuflar la escuadra 38 súper. Así llamaba menos la atención en los lugares públicos. Los alardes de poder estaban bien para los políticos y los magnates, no para un periodista que frente a ellos debía aparentar humildad.

—Le llevas el cheque a mi madre, luego te vas a pagar la luz y regresas antes de mediodía —ordenó a Bertoldo, su chofer, un joven circunspecto de ojos saltones, con una rala piocha de sacerdote mexica—. Ah, y de una vez échale gasolina.

Como el aguacero de la noche anterior había encharcado la banqueta, tuvo que dar un rodeo para llegar a la puerta del edificio con los zapatos secos. En el elevador se recetó una sobredosis de trabajo para vencer la flojedad del ánimo que arrastraba desde su regreso de Europa, dos semanas atrás. ¿Lo afectó la altura, la fealdad de México, una repentina falta de fe en sí mismo? Ojalá lo supiera. A sus 57 años, entre el otoño y el invierno de la vida, esa falta de entusiasmo quizá fuera simplemente un achaque de la vejez. Pero no debía caer en la introspección mórbida. Lo mejor en esos casos era levantar una barricada de indiferencia, sin pensar demasiado en sí mismo. Salió del elevador con un paso enérgico y saltarín, el paso del superhombre que le hubiera gustado ser, y dio los buenos días a Evelia, su secretaria, una coqueta profesional que hacía denodados esfuerzos por conquistarlo. No le sentaba mal el atrevido escote que llevaba esa mañana y sin embargo resistió estoicamente la tentación de mirarle las tetas. Estaba buena pero era inculta y vulgar, una peladita empeñosa con ideales de superación personal. Si cometiera el error de cogérsela, aunque sólo fuera una vez, trataría de iniciar un romance en regla y tendría que pararla en seco. Resultado: un ambiente de trabajo tenso, con fricciones y rencores a flor de piel. Ni pensarlo, demasiados líos por diez minutos de placer.

En su despacho, alegre y bien iluminado, con plantas de sombra que Evelia cuidaba con esmero, colgó el saco en una percha y se arrellanó en la silla giratoria, acariciando con suficiencia la superficie tersa de su escritorio, un magnífico mueble de palo de rosa, con las asas de los cajones chapadas en oro. Dos símbolos patrios engalanaban la pared del fondo: una Guadalupana del siglo XVII, atribuida a Cristóbal de Villalpando, y una bandera tricolor antigua, con el águila de frente, que le había regalado un ex secretario de la Defensa. Del lado derecho, junto a la puerta, un friso de fotos en blanco y negro, en el que departía con los últimos cinco presidentes de la República, desde Ávila Camacho hasta Díaz Ordaz, proclamaba su interlocución privilegiada con el poder y el carácter hasta cierto punto inmutable de su celebridad. Era lo primero que los visitantes veían al entrar y lo había colocado ahí justamente para enseñarles con quién estaban tratando. En la pared opuesta, junto al diploma de Doctor Honoris Causa que le había concedido la Universidad Autónoma de Baja California, una placa dorada de la Associated Press lo acreditaba como “uno de los diez periodistas más influyentes del mundo”. Al centro, entre las preseas que le habían otorgado los gobiernos de Bolivia, Francia, Indonesia y Guatemala (dos bandejas de plata, un busto en bronce de Simón Bolívar, una medalla de oro con la efigie del presidente Sukarno) refulgía la joya de la corona: una carta membretada con el escudo del gobierno yanqui en la que el mártir John F. Kennedy lo felicitaba “por su valiosa contribución a tender puentes de amistad entre México y Estados Unidos”.

Con un vaivén de caderas digno de mejor causa, Evelia vino a traerle una taza de café y su agenda del día: a las doce y media, entrevista con el secretario de Agricultura Juan Gil Preciado; a las tres, comida en el Prendes con su compadre Francisco Galindo Ochoa; a las cinco, junta en Los Pinos con el vocero presidencial Fernando M. Garza. Qué ganas de largarse a su rancho en Texcoco y mandarlo todo al carajo. Desde principios de mayo no había podido montar a caballo, tal vez por eso andaba tan chípil. La verdad era que ya podía jubilarse con la nada despreciable fortuna acumulada en sus treinta años de periodista. Ninguna necesidad tenía de andar en el tráfago de los aeropuertos, las conferencias de prensa, las fatigosas pesquisas en busca de exclusivas. Pero el retiro significaría inactividad, aislamiento, exceso de tiempo libre, borracheras sin freno, recapitulaciones inútiles del pasado. No, mejor seguirle chingando: para bien o para mal era un animal de trabajo.

Pidió a Evelia que no le pasara llamadas, colocó la silla giratoria frente a la mesita lateral, donde la Remington ya tenía enrolladas dos cuartillas con un papel carbón en medio, y se puso a escribir la columna Buenos Días, que publicaba cuatro veces a la semana en Excélsior. El tema del momento era la rebelión de Carlos Madrazo, el ex presidente del PRI, que tras su fallida lucha por democratizar el partido, ahora quería formar el suyo y se dedicaba a recorrer las universidades del país en giras de proselitismo.

La semana anterior había criticado el presidencialismo vertical y autoritario, una declaración que sacó ámpula en Los Pinos. El traidor ese ya le colmó el plato al señor presidente, dele un soplamocos, don Carlos, le había pedido Joaquín Cisneros, el secretario particular de Díaz Ordaz y ante una orden del mero mero, un periodista institucional como él sólo podía cuadrarse.

“El temerario intento de Madrazo por socavar las instituciones a las que debe su carrera política se topará indefectiblemente con el rechazo del pueblo, que reconoce a leguas a los aventureros de la política, a los falsos profetas movidos por ambiciones bastardas.” Olé, matador, un vaticinio tiene más autoridad que un comentario. Los lectores sagaces, los exégetas acostumbrados a leer entre líneas, sabrían que al pronosticar el fracaso de ese renegado estaba hablando a nombre del presidente. Era Díaz Ordaz, no el pueblo, quien haría fracasar “indefectiblemente” a Madrazo si porfiaba en su rebeldía. Su artículo encerraba, pues, una amenaza encubierta que haría temblar al interpelado. “No es lícito ni prudente que, por una mezcla de revanchismo y megalomanía, el licenciado Madrazo pretenda manipular a la juventud como un agitador de plazuela. Su campaña sólo puede beneficiar a los enemigos de México, a los profesionales del rencor que buscan provocar el derrumbe de las instituciones para medrar en el río revuelto de la anarquía.” Y ahora la patada en los huevos: “Quienes acuden a las conferencias de Madrazo, jóvenes confundidos por su demagogia, deberían tener presente que en 1942, cuando estaba vigente el Programa Bracero, ese demócrata impoluto perdió el fuero de diputado y estuvo en prisión por lucrar con los permisos concedidos a los trabajadores temporales que aspiraban a obtener empleo en Estados Unidos”.

Chipote con sangre, se vale sobar, cabrón. Y pensar que Madrazo, cuando era gobernador de Tabasco, lo había tratado a cuerpo de rey en la Quinta Grijalva y hasta le regaló una cabecita olmeca de obsidiana. Era un tipo bien intencionado, con más luces que el común de los políticos y la mera verdad, su tentativa democratizadora sería benéfica si contara con el apoyo del presidente. Él mismo había pedido una reforma como ésa en decenas de artículos, que por fortuna los lectores desmemoriados no recordaban ya. Pero Madrazo quería revolucionar el sistema desde sus bases y Díaz Ordaz le advirtió que no llegara tan lejos. ¿Quién le mandaba saltarse las trancas? Lo sentía mucho, pero él no era un quijotesco defensor de causas perdidas, y remató la columna con un exhorto a los jóvenes engañados por el falso mesías. “Bienvenidas sean las inquietudes políticas de los universitarios, siempre y cuando tengan un espíritu constructivo y sigan los cauces legales.

Pero los atolondrados que aplauden a ese agitador revanchista están cayendo en un peligroso garlito. Los ídolos de barro se desploman al primer soplo de viento. Vuelvan a sus libros y estudien con tesón, lejos de la grilla que todo lo corrompe.”

Al sacar el artículo del carrete vio por el ventanal a una guapa madre de familia que cuidaba a dos niños en una banca del parque, mientras ellos se columpiaban. Mamita chula, qué lindas piernas. Salió al balcón para verla mejor. Ya le había echado el ojo semanas atrás, pero esa mañana estaba irresistible. Ha de ser norteña, pensó, en Mesoamérica no se dan hembras tan bien plantadas, acá el mestizaje salió muy mal. Tal vez necesitara una mujer como ella para vencer el desasosiego, la ansiedad de sentirse huérfano en el umbral de la vejez. Los niños ya se habían bajado del columpio y ahora los tres cruzaban el parque rumbo a la esquina de Nueva York y Dakota. No te quedes aquí aplastado, pensó, si tanto te gusta corre a buscarla. Descolgó su saco, salió al pasillo y en vez de tomar el lento elevador, bajó las escaleras corriendo. En el parque ya no estaba, qué lástima, pero al mirar hacia la derecha la vio en la farmacia de la esquina, donde sus niños estaban sacando paletas heladas de una nevera. Corrió hacia allá, sin importarle mancharse los zapatos de lodo en los andadores del parque. De cerca la señora era más hermosa todavía, una odalisca de tez apiñonada y ojazos negros, con un porte distinguido que denotaba buena crianza. Las formas insinuadas por debajo de su vestido le amotinaron la sangre. En la vitrina de la farmacia había algunos juguetes en exhibición. Mientras los niños chupaban sus paletas se apresuró a comprarles un barquito y un avión Revell Lodela para armar.

—Se adelantó Santa Claus, chamacos, miren lo que les trajo —les entregó los juguetes con una mirada de soslayo dirigida a la mamá. Pero ella hizo una mueca recelosa, tomándolo quizá por un robachicos.

—Devuélvanle los regalos al señor.

El mayor obedeció, pero el menor, pecoso y con cara de pícaro, estaba fascinado con el regalo y se resistió a entregarlo.

—Que se lo devuelvas, te digo.

—No me lo tome a mal, señora —intervino Denegri—, me caen muy bien sus chamacos. Mi oficina queda enfrente del parque y a cada rato los veo jugar.

—Perdone usted, pero mis hijos no aceptan regalos de desconocidos.

—Si ese es el problema, enseguida me presento: Carlos Denegri, a sus órdenes —tendió la mano, pero la desconfiada mujer no se la estrechó.

—¿El Denegri de la televisión?

Asintió con la misma sonrisa de caramelo rancio que prodigaba en su programa.

—¿Y usted cómo se llama?

—Natalia Urrutia, mucho gusto.

Finalmente el bombón accedió a darle la mano. Bendita tele, cuántas puertas y cuántas piernas abría. No llevaba anillo de bodas, albricias. ¿Sería quizá una divorciada liberal y sin compromiso? Había acertado, entonces, en la táctica de ablandarla por el lado de los niños.

Debía comportarse como un pretendiente con vocación de padre.

—Usted es del norte, ¿verdad?

—De Chihuahua, ¿cómo lo supo?

—Por su acento y por su belleza. Yo tengo familia en Sonora y conozco bien a la gente de allá.

El piropo la puso a la defensiva y volvió a ordenarle al hijo pequeño que devolviera el juguete.

—No sea cruel, mire cómo lo abraza.

Natalia se lo tuvo que arrancar de las manos.

—Bueno, si usted insiste me quedo con los juguetes, pero me gustaría acompañarla a su casa, si no le importa.

Natalia no se pudo negar. Por el camino vieron pasar a un joven melenudo y Denegri le contó la anécdota de un reciente viaje a Nueva York, donde había confundido a un hippie con una mujer en un mingitorio, viéndolo de espaldas, y salió muy apenado, creyendo que estaba en el baño de damas.

—Como ellas también llevan pantalones, ahora es imposible distinguirlos. A este paso vamos a orinar todos en el mismo lugar.

La tímida sonrisa de Natalia le permitió admirar los lindos hoyuelos de sus mejillas.

Envalentonado por ese pequeño triunfo, cuando llegaron a su domicilio, en la esquina de Texas y Pensilvania, intentó coronar la faena con un pase de pecho.

—Me encantaría poder invitarla a comer un día de estos. ¿Por qué no me da su teléfono y…?

—Gracias, pero no puedo —lo interrumpió Natalia, tajante—. Estos condenados dan mucha lata y no tengo con quién dejarlos.

A pesar de la previsible negativa, claro indicador de que la señora se cotizaba muy alto, volvió a la oficina convencido de haberle causado buena impresión. Nada lo gratificaba más que medir el efecto de su nombre sobre las mujeres. Caería, sin duda caería, el halago de ser cortejada por un periodista famoso vencía cualquier resistencia. No es ningún pobre diablo el que anda detrás de tus huesos, mamita, se ufanó al verse en el espejo del ascensor.

El poder seduce, cómo chingados no. De vuelta en la oficina buscó en las páginas blancas del directorio el número telefónico de Natalia Urrutia. Mala suerte, no había ningún teléfono registrado con ese nombre.

—Dígale a Sóstenes que venga —ordenó a Evelia.

Sóstenes Aguilar era el más veterano de sus ayudantes, un reportero cuarentón que lo abastecía de chismes para la Miscelánea del Jueves, su columna de sociales. Tenía una cara cetrina de vampiro bohemio, el color de piel que predominaba en las redacciones de los diarios, donde la gente dormía mal, se asoleaba poco y bebía mucho. Con el saco raído y los zapatos raspados, el pobre Sóstenes habría podido recoger limosna en cualquier semáforo.

—Dígame, jefe.

Anotó la dirección de Natalia y le pidió que averiguara en Teléfonos de México cuál era el número asignado a esa dirección.

—Va a estar difícil. Esa información nomás se la dan a la policía.

—Llama a la secretaria del director. Dile que hablas de mi parte y si te pone trabas yo me comunico personalmente con su jefe.

Cuando Sóstenes iba de salida le pidió que se detuviera y se sacó de la cartera un billete de a quinientos.

—Toma, hermano, para que te compres un saco decente. Pero no te lo vayas a beber ¿eh?

Trémulo de gratitud, Sóstenes le aseguró que iría directo a una tienda de ropa. Como había perdido media hora en su intento de ligue, tuvo que salir disparado a la cita con el secretario de Agricultura y pidió a Bertoldo que pisara el acelerador a fondo. Total, si los paraba algún tamarindo le mostraría el tarjetón que lo acreditaba como colaborador de la Presidencia y hasta escolta llevaría en el camino. En menos de quince minutos llegaron al edificio de la secretaría en la Glorieta de Colón, en Paseo de la Reforma. Un solícito y atildado ayudante de Gil Preciado, el ingeniero Acuña, ya lo estaba esperando en la recepción.

—Es un honor recibirlo, señor Denegri, pásele por acá —dijo y lo escoltó, “por tratarse de usted”, al elevador privado del señor secretario.

La suntuosa oficina de Gil Preciado abarcaba todo el penthouse del edificio. En la antesala saludó efusivamente a Norma, su secretaria, tuteándola con una calidez paternal.

Cultivaba la amistad de todas las cancerberas que podían abrirle puertas en los altos círculos de la administración pública y se sabía sus nombres de memoria.

—Te veo más esbelta, pareces una modelo de Vogue.

—Sólo me quité los postres y las harinas. Gracias por tu detallazo —Norma le mostró el flamante reloj H. Steele con extensible dorado que llevaba puesto.

—En tu muñeca se ve más bonito.

Cien relojes baratones como ése, repartidos entre secretarias y ayudantes, le redituaban cada año una buena cantidad de exclusivas. Norma lo pasó rápidamente a la oficina de su jefe, que ya lo esperaba de pie con los brazos abiertos. Gil Preciado empezaba a quedarse calvo, tenía la nariz ganchuda y una mirada de viejo zorro curtido en las lides de la alta y la baja política.

—Qué gusto de verte, Carlitos —el secretario lo abrazó con un vigor campirano—.

¿Cómo te fue por las Europas? Leí tus entrevistas con U Thant y André Malraux.

Estupendas, como siempre.

Detrás de su escritorio, el retrato del presidente Díaz Ordaz, con la banda tricolor en el pecho, invitaba a rendirle pleitesía. Del lado izquierdo, la vista panorámica de la ciudad, con el Bosque de Chapultepec al fondo, infundía una sedante sensación de poderío. Cuando el secretario, cigarrillo en mano, se apoltronó en la silla giratoria, Denegri le disparó una serie de preguntas sin filo crítico, pulcramente calculadas para halagarlo: ¿Se han cumplido las metas de productividad fijadas por la Secretaría? ¿Cuáles son los obstáculos para financiar la pequeña propiedad agrícola? ¿Aumentarán los créditos a los ejidatarios? ¿Se han respetado los precios de garantía de los productos básicos? Con engolada voz de locutor, Gil Preciado presumió la exitosa regularización de ejidos emprendida durante su gestión y se ufanó de haber logrado, por segundo año consecutivo, la autosuficiencia de México en maíz, café, trigo, henequén y sorgo.

domingo, 24 de octubre de 2021

ISOCRATES DISCURSOS.



Argumento de u n gramático anónimo

Este discurso es uno de los mas tecnicos escritos por Isocrates,

si es que hay otro; porque en el marco los limites de casi

toda la retorica. Nos ensena como debe ser el discipulo y como

el maestro y divide en dos partes el discurso, dedicada una a la

5 filosofia de la dialectica, y otra a la virtud politica, esto es, a

la retorica. Porque Isocrates queria convencer a los que examinan

mal ambas cosas. Asi, habla primero de los dialecticos y despues

de los politicos; estas categorias las separa en dos: los que

10 prometen ensenar, sin saber, y los que escribieron sobre la tecnica

retorica, siendo tambien ellos ignorantes. Algunos buscaron

la razon por la que Isocrates, en este discurso, llego a atacar

tan claramente a estos. Y unos alegaron que el motivo al que

15 antes nos referimos fue que Aristoteles injurio a Isocrates al quitarle

un discipulo llamado Teodectes. No es dificil comprender

que esta razon es absurda. Porque Isocrates no hace el discurso

solo contra los filosofos, sino tambien contra los retoricos. .Cual

seria el autentico motivo, de no ser el antedicho? Pues que Iso-

20 crates veia en el momento de construir su discurso, que muchos

se lanzaban irreflexiblemente sobre las ciencias y prometian ensenar

lo que ignoraban, disfrazando la verdad. Por eso su discurso

se titula Contra los Sofistas, no solo contra los que ejer-

25 cian esta profesion, sino tambien contra los que disfrazaban la

verdad. Porque este termino tiene tres acepciones entre los antiguos:

asi llaman ásabioâ a lo veridico y a lo bello; por eso Platón

llama filosofo a la causa primera, que ama lo veridico y lo bello,

30 y por eso el hombre que participa de la filosofia toma de aqui

su nombre, porque imita a la divinidad como puede. Pero tambien

llaman sofista al maestro de retorica, al que ensena discursos

retoricos. Y asimismo tambien consideran sofista a quien

disfraza la verdad, que es precisamente al que se refiere Isocra-

35 tes. Algunos investigaron por que este discurso, si es uno de los

Cuatro Elogios, se titula Contra tos Sofistas y es en realidad,

un discurso de censura, ya que mas que hablar en favor de

alguien, cosa propia de un elogio, lo hace en contra. Sostenemos

que si uno examinara por que un discurso de critica y uno de

elogio llegan a un unico tipo, el panegirico, descubriria la causa.

CONTRA LOS SOFISTAS (XUl) 33

Pues el parentesco entre el elogio y la critica y el que ambos

esten divididos en los mismos capitulos hizo que la critica se

llamase elogio por antifrasis. Y si uno dijera: á.Por que no es

del genero forense este discurso, si utiliza el ataque?â, contestariamos:

áPorque ni se pronuncio en el tribunal ni determina

lo pena.â

Si todos los que intentan educar quisieran decir la i

verdad y no se comprometieran a mas de lo que pueden

cumplir, no les tendrian en mal concepto los ciudadanos

comunes, pero ahora, los que se atreven a fanfarronear

muy irreflexivamente, han hecho parecer que deciden

mas sensatamente quienes eligen la molicie que

quienes se ocupan de la filosofia3.

Porque .quien no odiaria y despreciaria, en primer

lugar, a los que pasan el tiempo en discusiones y pretenden

buscar la verdad4, pero nada mas comenzar su

proposito intentan mentir? Creo, en efecto, que esta 2

claro para todos que conocer de antemano el porvenir

no es propio de nuestra naturaleza; sino que estamos

tan lejos de esta capacidad que Homero, el que ha conseguido

mayor renombre por su sabiduria, ha hecho

que incluso los dioses deliberen sobre ello5, no porque

conociera su manera de pensar, sino con la intencion

de demostrarnos que esto es una de las cosas imposibles

para los hombres. Y estos individuos han llegado a tal 3

atrevimiento que intentan convencer a los jovenes de

3 Para Isocrates la filosofia comprende todas las ramas de la cultura y de la educacion, y no cimiento como la entendian Socurna tdese teyr mPliantaodno. metodo de conoto*

n , y Peastrea mJaaesc etra,r Pdea,i deeni ae..l. , Epuaigi.d e8m42o, ,I ssoec prareteosc uinpcalruay ed ea qeustia ab lPelacer

una distincion entre Socrates y los eristicos; igualmente en la Republica 499 A, Platon intenta separar al filosofo autentico del simple polemista,

s H om e r o , Iliada XVI 431 ss. y 652 ss.; XXII 168 ss.

34 DISCURSOS

que, si tienen trato con ellos, sabran lo que se debe

hacer y, por medio de esta ciencia, seran felices. Y establecidos

como maestros y duenos de bienes tan importantes,

no se averguenzan de pedir por ellos tres o cuatro

minas6: Si vendieran alguna otra riqueza por menos

de su valor, ni ellos mismos negarian que estan locos;

en cambio, tasando en tan poco toda la virtud y felicidad,

pretenden hacerse maestros de otros como poseedores

de la inteligencia. Y dicen que para nada necesitan

el dinero, llamando a la riqueza plata baja y oropel,

pero por una pequena ganancia prometen todo menos

la inmortalidad a los que estan con ellos. Y lo mas

ridiculo de todo es que desconfian de esos de quienes

tienen que cobrar y a quienes pretenden transmitirles

el sentido de justicia, y ademas exigen como fiadores

de sus discipulos a gente de la que nunca han sido maestros;

y deciden bien sobre su seguridad, pero hacen lo

contrario de lo que anuncian. Pues conviene que los

maestros de otras disciplinas cualesquiera examinen

con minuciosidad lo que se les debe, porque nada impide

que los que se han hecho expertos en algo, no sean

cumplidores de sus contratos; en cambio .como no va

a ser ilogico que los que hacen nacer la virtud y la prudencia

no confien al maximo en sus discipulos?7. Pues

si estos son buenos y justos con los demas, no dejarian

de serlo con esos gracias a los cuales llegaron a ser asi.

Cuando algunos de los ciudadanos comunes, tras reflexionar

sobre todo esto, se dan cuenta de que los que

ensenan la sabiduria y transmiten la felicidad, estan

faltos ellos mismos de muchas cosas, y exigen una cantidad

pequena a sus discipulos; de que observan las

6 Isocrates pedia diez minas; Socrates, en la platonica Apologia

20 B, habla de un sofista, Eveno, que pedia cinco minas; Gorgias, en cambio, habia estipulado cien minas por sus leccio7

neCs.f, Plat., Gorgias 519 C, 460 E. 

CONTRA LOS SOFISTAS (XIIl) 35

contradicciones entre las palabras, pero no examinan

las que hay en las obras; de que ademas se jactan de

saber el futuro, pero no son capaces de decir ni aconse- 8

jar nada de lo que es preciso para el presente; de que,

en cambio, los que utilizan su sentido comun se ponen

mas de acuerdo y mas cuenta se dan que los que proclaman

tener ciencia8, con razon, creo, desprecian estas

ocupaciones y las juzgan charlataneria y mezquindad de

espiritu, pero no cuidado del alma.

No solo hay que criticar a estos, sino tambien a los 9

que prometen ensenar discursos politicos; pues ellos

tampoco se interesan por la verdad, sino que piensan

que esto es arte: el atraer a los mas posibles por la pequenez

de sus salarios y la magnitud de sus proclamas,

y el recibir de ellos lo que puedan. Tan estupidos

son y han creido que lo son los demas, que, escribiendo

peores discursos que los que algunos particulares improvisarian,

sin embargo prometen que haran a los que

estan con ellos oradores de tal categoria que no pasaran

por alto nada de lo que haya en cada asunto9. Y de 10

esta habilidad en nada hacen participes ni a las experiencias

ni a la naturaleza del alumno, sino que afirman

que les transmitiran la ciencia de los discursos10 como

la de la escritura, sin haber examinado que son cosas

8 No se puede transmitir ácienciaâ (episteme), sino solo áopinion

â (doxa) sobre algo. En este punto, Isocrates se opone totalmente

a Platon, para quien doxa es pura apariencia, sin valor de conocimiento real. 9 Coinciden IsocrLaot ems isym Pol aetno nE l(ocgf.i oT dtme eHo ele19n aE 5) . en que los sofistas son incapaces de una politica practica. Segun W alberer, Isokrates und Alkidamas, disert., Hamburgo, 1938, pag. 4 ss., Isocrates se refiere aqui a Lisias.

10 Para J aeger, Paideia..., pag. 833, este pasaje demuestra que Isocrates concebia su filosofia como una tecnica (techne). B lass, pDriee siaotnti sctehceh.n..e, , IqI,u ipzaag .p a1r0a7, eyvai tanro tqou eq usee Ilseo ccroantfeusn drieehruai ac olan euxnescritor

exclusivamente tecnico y no creativo.

36 DISCURSOS

distintas y creyendo que, gracias a las exageraciones de

sus programas, seran admirados y parecera mas importante

su ensenanza retorica. Ignoran que hacen prosperar

las artes no los que se atreven a envanecerse de

ellas, sino quienes puedan descubrir que posibilidades

hay en cada una.

Yo estimaria mas que muchas riquezas que la filosofia

pudiera tanto como ellos dicen; pues quiza nosotros

no quedariamos atras del todo, ni habriamos gozado

de ella la parte mas pequena u. Pero, como no es asi,

querria que callasen los charlatanes. Pues veo que las

difamaciones no se producen solo contra los que se

equivocan, sino que tambien son acusados al mismo

tiempo todos los demas que se dedican a esta ocupacion.

Me maravillo cuando veo que son considerados dignos

de tener discipulos quienes, sin darse cuenta ellos mismos,

aportan una tecnica fija como ejemplo de una

actividad creadora n. Porque, .quien no sabe, salvo ellos,

que los signos graficos son invariables y permanecen

siempre igual, de forma que seguimos siempre usando

los mismos para lo mismo, y, en cambio, a las palabras

les ocurre todo lo contrario? Pues el discurso pronunciado

por uno no es igualmente util para el que habla

a continuacion. Antes bien, parece que es mas experto

el que habla de manera apropiada a los asuntos u, y pue-

11 La retorica y crates, piensa la filosofia son conceptos identicos en IsoA

. B u r k , Die Padagogik..., pag. 71, nota 2; lo mismo se dice en Nicocles 1 y Panegirico 10; lo que en Panegirico 47 se senala como tarea de la filosofia, se atribuye a los discursos en1 2 SoCborme pealr acra mcobnio de fortunas 254 ss. y Nicocles 5-9. tes va en la misma dPilraetc.,c iPonro qtaugeo rlaa sd 3e2 6 D. La critica de IsocraA

ristoteles, Refutaciones sofisticas 183 b, 36 ss., sobre la pragmateia de Gorgias y de los an1t3i guPoasr ar eHto. res. gel ihrer TermWineroslodgoiref, er19,,4 D0,i ep apgh.i l2o5s,o plah ifar adsees áIhsaobklraart edse imm aSnpeireaCONTRA

LOS SOFISTAS (XIIl) 37

de encontrar otros terminos y no los mismos. Y la 13

mayor prueba de su diferencia es lo siguiente: que los

discursos no pueden ser hermosos si no se dan en ellos

la oportunidad, lo adecuado y lo nuevo, y en cambio a

los signos graficos nada de esto les hace falta. Por eso

seria mucho mas justo que los que se sirven de ejemplos

semejantes pagaran dinero en lugar de recibirlo,

porque intentan educar a los demas cuando son ellos

mismos los que necesitan educarse con mucho cuidado.

Y si es preciso no solo criticar a los demas, sino acia- 14

rar mi propia manera de pensar, creo que todos los

bienintencionados diran conmigo que muchos de los que

dedican su tiempo a la filosofia acabaron siendo simples

aficionados, mientras que otros, sin tener nunca trato

con sofistas, han llegado a ser habiles en la oratoria y

en la politica. Pues la capacidad de hacer discursos y

de todas las demas empresas reside en los bien dotados

y en los que se han adiestrado mediante la practica;

y a los que son asi, la educacion los hizo mas expertos is

y habiles para la investigacion; pues ella les enseno a

comprender lo que encontraban en sus divagaciones a

partir de una mayor preparacion, y a los de inferiores

cualidades, no les haria buenos litigantes ni creadores

de discursos, pero si les hara avanzar y comportarse

con mayor prudencia en muchas cosasM. Quiero, ya i6

que llegue a este punto, hablar de ello con mas claridad

aun. Yo sostengo que no es muy dificil llegar a dominar

apropiada a los asuntosâ '(axios iegein damento de la retorica de Isocrates, ton pragmaton) es el fun14

Para la forma de ensenar de Isocrates, cf. R . J o h n s o n , áIsocrates' methods of teachingâ, American Journal of Philo- logy 80 (1959). La habilidad natural de los escolares se desarrolla con la practica y la teoria. Isocrates esta influenciado por los maestros sofistas como Gorgias. El desarrollo intelectual esta emparejado con la tecnica retorica, pero es peculiar de isocrates la insistencia en la conciencia moral.

38 DISCURSOS

la ciencia de los procedimientos con los que pronunciamos

y componemos todos los discursos, si uno se

confia, no a los que prometen con facilidad, sino a los

que saben algo sobre ello; pero elegir los procedimientos

que convienen a cada asunto, combinarlos entre si

y ordenarlos convenientemente, y ademas no errar la

oportunidad, sino esmaltar con habilidad los pensamientos

que van bien a todo el discurso y dar a las

17 palabras una disposicion ritmica y musical, eso requiere

mucho cuidado y es tarea de un espiritu valiente y capaz

de tener opinion propia15; es necesario que el discipulo,

ademas de tener una naturaleza adecuada, haya

aprendido las figuras retoricas y se haya ejercitado en

sus usos, y que el maestro explique esto de la manera

mas precisa posible y no omita nada de lo que debe

ensenar, y que, de lo restante, se presente a si mismo

18 como un ejemplo de tal calidad, que los formados por

el y capaces de imitarle, aparezcan pronto como oradores

mas floridos y gratos que los demas. Y si todo esto

llega a coincidirw, los que se dedican a la filosofia llegaran

a su meta; pero si quedara olvidado algo de lo

dicho, necesariamente en ese punto estarian peor los

que estudian.

19 Los sofistas que han aparecido recientemente y que

hace poco han caido en jactancias, aunque ahora exageren,

se bien que todos se dirigiran a estos principios11.

Nos quedan los que han nacido antes que nosotros y

que se atrevieron a escribir las llamadas áArtesâ 18: a

15 La misma expresion en Sobre el cambio de fortunas 11.

16 Tambien Platon habla de ácoincidenciaâ de poder y espiritu en Republica 473 D y Leyes 712 A.

17 Quiza puede ser una alusion a Alcidamante, contemporaneo de Isocrates, que tambien fistas. escribio un libro atacando a los so18

Puede referirse a los primeros maestros de retorica. Corax y Tisias, siracusanos.

CONTRA LOS SOFISTAS (XIIl) 39

esos no hay que dejarlos sin censura, pues prometian

ensenar a contender en los juicios escogiendo las expresiones

mas duras, cosa propia de la lengua de los envidiosos,

pero no de los maestros de esta ensenanza.

Ademas, esta disciplina, en cuanto que es ensenable,

no puede ayudar mas a la oratoria forense que a todos

los demas discursos. Y resultaron peores que los que se

ocupan de la dialectica en general, por cuanto que ellos,

aunque exponen unos discursitos con los que caeria en

todos los desastres quien persistiese en su practica, al

menos prometieron en ellos la virtud y la prudencia,

mientras que aquellos, invitando a hacer discursos politicos,

se olvidaron de todo lo bueno que hay en ellos

y se propusieron ser maestros de indiscrecion y codicia.

A los que quieran seguir los preceptos de una filosofia

asi, mucho mas les ayudarian estos a una formacion

equitativa que a la retorica. Y que nadie piense que yo

digo que la justicia es cosa ensenableh ; pues, en general,

creo que no existe ciencia alguna que inspire la

prudencia y la justicia a los que han nacido mal dispuestos

para la virtud. Pero no dejo de creer que el

estudio de los discursos politicos anima y ejercita muchisimo.

Para que no de la impresion de que refuto las promesas

de otros y exagero las posibilidades que hay,

aclarare facilmente, segun creo, a los demas, por que

he quedado convencido de que esto es asi.

19 La opinion de Isocrates es en este punto absolutamente opuesta al pensamiento de Socrates y Platon.

***

ISOCRATES

DISCURSOS

EGINETICO - A DEMONICO - CONTRA LOS SOFISTAS

ELOGIO DE HELENA - BUSIR1S - PANEGIRICO PLATEENSE - A NICOCLES - NICOCLES - EVAGORAS ARQUIDAMO - SOBRE LA PAZ - AREOPAGITICO SOBRE EL CAMBIO DE FORTUNAS - FILIPO

PANATENAICO

INTRODUCCION GENERAL DE

JUAN SIGNES CODONER

TRADUCCION Y NOTAS DE

JUAN MANUEL GUZMAN HERMIDA

& BIBLIOTECA GREDOS

c EDITORIAL GREDOS, S.A., Lopez de Hoyos, 141, Madrid, 1982,

para ia version espanola, www.editorialgredos.com

c 2007, RBA Coleccionares, S.A., para esta edicion

Perez Galdos, 36. 08012 Barcelona

Diseno: Brugalla

ISBN: 978-84-473-5414-6

Deposito legal: B.32622-2007

Impresion:

CAYFOSA-QUEBECOR

sábado, 23 de octubre de 2021

FRAGMENTO. NOVELA. PRINCIPIOS NOCTURNOS. PECADO DE LA ENVIDIA. (EL PECADO DE LA ENVIDIA. SAN JOSÉ, COSTA RICA)- 1979-1986.



 

"—Ah, ah, ah, hum, no se preocupe por mis hermanos; ellos no se van a enterar. Todo sigue su curso normal; en un nonasegundo, su sire y yo hablaremos. Podría alargar nuestra charla por veinticuatro horas terrenales sin que nadie se entere. Continúo, su señor. Entonces, ¿va entendiendo el juego? Pues, el juego está en: primero, el autobombo; todo es el juego del autobombo, aprovechar cualquier mecanismo publicitario para hacerse oír. Segundo, buscar promotores del autobombo: “Vos alabás lo que yo escribo y decís que soy un genio literario”.

(FRAGMENTO. NOVELA. PRINCIPIOS NOCTURNOS).


viernes, 22 de octubre de 2021

FRAGMENTO 1. NOVELA. PRINCIPIOS NOCTURNOS. EL PECADO DE LA ENVIDIA.

 



El pecado de la envidia

San José, Costa Rica, 1979-1986

Cuando Malfas llegó, como parte de nuestros rituales, a dejar los cafés negros que noche tras noche solicitábamos Belfegor y yo, nos encontró acomodando un grupo de papeles de mis últimas novelas no publicadas. Acomodar papeles en un orden establecido era señal inequívoca de que nos trasladaríamos de Rutland-Hall. Entonces, Malfas preguntó:

—¿A dónde iremos, señor?

Sin quitar la vista de los documentos que preparábamos para el viaje, Belfegor contestó antes que yo:

—A un minúsculo país donde la envidia es más grande que su territorio. El maestro Deford tendrá que dar unas charlas literarias y allá la envidia es una locura que embarga a todos los escritores.

—¿A todos? —preguntó con curiosidad Malfas, que se sentó en un taburete, para escuchar mejor la explicación.

—¡A todos! Primero, iremos a Nicaragua. Allí, el amo Deford será condecorado por su posición beligerante ante la problemática social centroamericana. Se reunirá con los presidentes de esta pobre región, que no posee nombre,

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que no existe para el resto del mundo, que no está en los mapas. Ahora, lo está por un asunto coyuntural y político –la revolución Sandinista y la caída de Somoza–; pero, una vez que pase el acontecimiento, cuando las celebraciones, los abrazos y el festejo termine, todo volverá a ser igual —dijo Belfegor, quien dejó de acomodar los folios para hacer un descanso y se sentó en uno de los taburetes. Continuó hablando—: es una región pobre, quizá la más tristemente olvidada por el mundo y por la misma Latinoamérica.

—¿Olvidada por los latinoamericanos? —preguntó Malfas.

—Es que es diminuta —comenté.

—Cierto. Por ejemplo, Costa Rica cabe en México treinta y ocho veces y Centroamérica entera cabe un poco más de tres veces... En realidad, es minúscula. Y con respecto a Argentina, Costa Rica es cincuenta y cuatro veces más pequeña y Centroamérica cabe en el territorio argentino cinco veces —dijo Belfegor.

—Ni que lo diga su señoría, ya me entero —dijo Malfas.

—¿Es un llamado internacional? Supongo, pero no sucederá nada, seguirá no contando para el resto de Latinoamérica —dijo Belfegor.

—Se reunirán políticos de todo el mundo, jefes de Estado y embajadores. Europa estará presente; pero, dentro de treinta o cuarenta años, todo será igual: miseria tras miseria —dijo el orgulloso Aamón, príncipe de la Soberbia, conocedor del pasado y el futuro de la humanidad. Al escuchar voces en el scriptorium, había aparecido en un ¡paf!, sin pedir permiso. Su ojo verde brillaba más de lo normal aquella noche –o eso me pareció– y su ojo café, que siempre había permanecido en la aquiescencia, empezó a brillar también. Continuó—: Los que derrocan al tirano, se volverán tiranos a su vez y nadie dirá nada. Los gobiernos de todo el mundo mirarán, se prestará aten323

ción; pero, después, todos se olvidarán de Centroamérica. Se justificará lo hecho por el nuevo dictador. Y la violencia ha de regresar... Ya me informé, su señoría: primero, tendrá que estar en Nicaragua; pero, luego, ¿irá a Costa Rica?

—Un país más pequeño que Nicaragua, pero gigante en la envidia.

No había terminado de decir Belfegor esto último, cuando Goodfellow apareció en un ¡paf!, como lo había hecho Aamón, minutos antes. Y, poco a poco, sin que se hubiera propuesto una reunión en el scriptorium esa noche, hablaron en asamblea sobre el nuevo viaje que nos esperaba.

—¿Envidia? ¡La envidia no posee tamaño riguroso o preciso! Es grande grande grande o es pequeña pequeña pequeña, más pequeña que un grano de arena; pero, puede ser grande grande grande como el monte Everest. ¡Y qué frío hace! —dijo Goodfellow. Luego, agregó, pensativo—: Espero, eminencias, que no haga tanto frío en la región centroamericana...

—Pues, no, no lo creo… Sé que no hará frío... No… —repetía Esfria, frotando sus mancuernillas de oro.

—Y ya tengo noticias: en efecto, la envidia corroe el alma de los escritores en ese país. ¡Todos se envidian! —dijo ahora Goodfellow.

—¿Todos se envidian? —preguntó Aamón, estirando el cuello como un ganso—. Pero, ¿cómo se puede envidiar al torpe y mediocre?

—Pues, todos se envidian. Es una enfermedad. El que posee talento, envidia al que no lo posee, pues, en ocasiones, los demás envidiosos adrede ensalzan al mediocre y este recibe más atención que el talentoso; entonces, el talentoso se siente humillado. Además, el mediocre hace toda esta fanfarria porque se sabe mediocre —justificó Goodfellow.

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—Pero, ¿existe talento en ese país? —preguntó Nergal, con tono preocupado.

—¡Muy poco! Según mis informes, muy poco, por no decir que no existe del todo —dijo Malfas, que se había retirado a la biblioteca para obtener más información al respecto—. Acá tengo este libraco.

—¿Y qué dice? —preguntó Belfegor.

—No mucho, no mucho. Dice tanto como la receta para hacer unas tostadas con café...

EDITORIAL

EUNED 2021

PREMIO DE NARRATIVA ALBERTO CAÑAS 2020

miércoles, 20 de octubre de 2021

La locura que viene de las ninfas Roberto Calasso. KAFKA.



 KAFKA ENTRE LOS NATURISTAS


Si Kafka, en el año decisivo de su vida (el 191?), eligió el Jungborn (Fuentejoven) como tercera etapa de un viaje estival con Max Brod, después de Lipsia (primer encuentro con un editor) y Weimar (la casa y la ciudad de Goethe), ese lugar debía de ejercer una fuerte atracción sobre él. Al igual que sobre un peluquero de Berlín con una esposa demasiado gorda para llevarla de viaje-, o sobre una joven viuda sueca de piel curtida, que se desplazaba con una pequeña mochila inadecuada para llevar «mucho más que un camisón» y un día estaba en Egipto, un día allí, mañana en Munich; o sobre el agrimensor Hitzer, que repartía propaganda religiosa; o sobre toda una población que vagaba, generalmente desnuda, por el parque. Pronto llamaron a Kafka «el hombre del traje de baño».

El Jungborn, instituto naturista y nudista («el más antiguo y el más grande en su género en Alemania» señalaba el papel membretado), promotor de todo tipo de salud, era un vasto parque entre las colinas del Harz. Kafka permaneció allí a solas en una cabaña llamada «Ruth» durante tres semanas. Sus compañeros eran L'éducation sentimentale y los capítulos aún por escribir del Desaparecido. Sobre la forma de ese libro misterioso anotó en los días del Jungborn palabras que nos pueden iluminar: «Está escrito en pequeños pasajes, más yuxtapuestos que entrelazados, y avanzará aún durante un tiempo en línea recta, antes de arquearse en el anhelado círculo». Pero, al empezar la forma a revelar su estructura circular, seguramente no se volvería todo «más simple». Al contrario, preveía el autor, en ese punto «probablemente perdería la cabeza». Nunca sabremos si Kafka interrumpió la redacción del Desaparecido antes o después de «haber perdido la cabeza»,

pero estos indicios bastan para dejar entrever el motivo por el cual esa novela sigue resultándonos tan enigmática.

En el Jungborn, de todos modos, la redacción avanzaba lentamente. La naturaleza era un obstáculo aun mayor que la vida de oficina. Pero ¿qué era la naturaleza? «Murmullos entre hierba, árboles, aire al cual no estoy todavía acostumbrado». Ratones, aves, conejos. Una vez, Kafka abrelapuertayveatres conejos que le miran. Por todas partes figuras desnudas se arrastraban, corrían, se agazapaban. «Avanzan sin ningún ruido. De repente uno está allí, de pie, no se sabe de dónde ha venido». Kafka puntualizaba: «Tampoco me gustan ciertos señores viejos que brincan desnudos sobre montones de heno». Si su mirada se topaba con aquellos cuerpos entre los árboles («por lo general sin embargo bastante retirados»), se sentía rozado por «leves náuseas». Que «no mejoraban» si le tocaba ver aquellos cuerpos echarse a correr inopinadamente. Una noche, saliendo de la cabaña para ir al retrete, vio a tres seres desnudos que dormían sobre el césped.

Pero en el Jungborn no reinaba sólo la naturaleza, arreciaba también el espíritu. Eran muchas las discusiones al aire libre, sobre todo acerca del cristianismo —y de cómo entenderlo correctamente—. El agrimensor Hitzer había puesto la mira en Kafka para su obra de proselitismo. Le proporcionó varios folletos relativos a parábolas evangélicas como «lectura dominical». Kafka, escrupuloso, los leyó durante un rato, luego regresó con el agrimensor para aclararle el siguiente punto: que «en este momento» no existía para él «ninguna perspectiva de gracia». Pero no bastaba. El otro aprovechó la ocasión para nuevos discursos edificantes, de hora y media de duración. A juzgar por la pura apariencia de Kafka, según él, se veía que estaba «próximo a la gracia». Hacia el final de aquellas pláticas se acercó a ellos «un viejo señor de cabello blanco, flaco, de nariz colorada» que intervenía con «observaciones no claras».

Una noche, en un sueño, Kafka tuvo la visión de la «compañía del baño de sol» que «se destruía en una riña». Se habían

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formado dos grupos que gritaban: «¡Lustrony Kastron!», como en las visiones del presidente Schreber. De la afabilidad ecológica a la masacre la distancia era mínima. Apesar de que insistía, escribiendo a Brod, que en el Jungborn se encontraba «realmente muy bien», Kafka lo sabía. El escritor se deja reconocer porque lo que escribe va siempre un poco más allá de lo que piensa. Sus descripciones de la vida en el Jungborn emanan un sutil horror mezclado con una desesperante comicidad. Eran los años fatales del descubrimiento del cuerpo, también en el sentido de exposición de la epidermis a los elementos atmosféricos. Supervisábanlas operaciones, así como todo lo demás, Bouvardy Pécuchet. «Como unabestia salvaje, un viejo repentinamente se precipita al prado y toma un baño de lluvia».

No era sólo el delirio naturista lo que atraía a Kafka a un lugar como el Jungborn. Era también la presencia de muchos desconocidos que llegaba a conocer. Observaba cada detalle: «Dos jóvenes suecos, bellos, de piernas largas, tan bien hechas y tensas que sólo se les podría pasar la lengua». Mostraba propensión sobre todo hacia esa clase de cuerpos: deportistas, nórdicos, elásticos. Como cierta «rubia de cabello corto desgreñado». Observa que es «flexible y delgada como una correa de cuero. Falda, blusa, suéter, y nada más. Y ¡qué andar!». De vez en cuando estaba obligado a presenciar apariciones: «Un viejo sueco juega con algunas jovencitas a perseguirse y está tan poseído por el juego que en un momento dado grita, mientras corre: "Esperen, les bloquearé estos Dardanelos”, refiriéndose al paso entre dos matas». Pero inmediatamente después, con improvisa gravedad, anotaba: «La necesidad constante, injustificada de abrirse con alguien. Mirar a cada persona para ver si es posible con ella y si estaría disponible». Hacia el final de la estancia en el Jungborn, en una carta cruel a Brod donde se acusa de escribir «en un baño tibio» y de no haber vivido todavía «el eterno infierno de los verdaderos escritores», Kafka vuelve al tema con una formulación definitiva, y una

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vez más con tono grave: «¡No digas nada en contra de estar en compañía! Vine aquí también por las personas y estoy contento de no haberme equivocado por lo menos en esto. ¡Si pienso en cómo vivo en Praga! Este deseo de personas, que tengo y que se convierte en angustia si es satisfecho, de una manera u otra puede aflorar sólo en las vacaciones; y ciertamente me he transformado un poco».

Es difícil admitirlo hoy, pero Kafka asociaba el Jungborn con la América «modernísima» que estaba evocando en el Desaparecido. Le escribió a Brod: «Un presagio de América es insuflado en estos pobres cuerpos». Otro elemento grato era el silencio nocturno: «Alas nueve se presenta una muchacha y cierra las ventanas». Aveces, Kafka tenía la impresión de haberse quedado durante una hora a la espera de ese «elemento femenino». Luego el silencio. Desde la cama, las pisadas de pies desnudos en el césped podían hacer pensar en la «carga de un búfalo». Claro, el instituto permitía, como alternativa al sueño, asistir a conferencias tres veces por semana. En una de éstas había sido explicado cómo «la respiración abdominal contribuía al crecimiento y a la estimulación de los órganos sexuales», lo que sería el motivo por el cual «las cantantes de ópera, que deben recurrir sobre todo a la respiración abdominal, se comportaban de manera tan indecorosa». Kafka prefería dormir.

Traducción de Valerio Negri Previo

ÍTULO ORIGINAL

La follia che viene dalle Ninfe

Copyright © 2005 Adelphi Edizioni S.P.A. Milano Primera edición en Sexto Piso España: 2008 Traducción

Teresa Ramírez Vadillo Valerio Negri Previo

Revisión y corrección Valerio Negri Previo

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2008 San Miguel# 36 Colonia Barrio San Lucas Coyoacán, 04030 México D.F., México.

Sexto Piso España, S. L. c/ Monte Esquinza i3, 4.0 Deha.

28010, Madrid, España.

martes, 19 de octubre de 2021

CÁTEDRA EN EL CAFÉ-



 ¿Cuánto influye la mala literatura y su lectura en los escritores para sus futuras creaciones literarias?

Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017. DAVID TOSCANA.


  


Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por la novela Olegaroy, David Toscana (Monterrey, 1961)

NOVELA OLEGAROY.

 

  Una novela no es para buscar al asesino; es para encontrar al hombre. Simon Berkovits


«El insomne le tiene miedo a la noche», escribió Olegaroy en un trozo de papel que acabó por perder. «El insomnio es peor que una pesadilla porque no existe la escapatoria de despertar», escribió Olegaroy en otro papel que también se perdió. Fueron tiempos en los que no había sospechado su propia grandeza, su cualidad de sabio universal o al menos local.

En un principio confundió sus máximas con ocurrencias. Así fue dejando sus escritos en cualquier sitio hasta olvidarlos como un recibo de tintorería o como un códice del siglo primero. Se cuenta que él mismo llegó a decir a sus colegas de la Academia Regiomontana de la Luna Llena que los historiadores del futuro compararían su muerte con la destrucción de la biblioteca de Alejandría; lo cual habría dicho en un arranque de excesivo amor propio y quizás bajo los efectos atolondrantes del insomnio. Sin embargo, lo más probable es que Olegaroy no supiera indicar dónde estaba Alejandría ni pudiera mencionar uno solo de los textos de aquella antigüedad; mas la idea de que en algún remoto pasado se había incendiado una gran biblioteca pertenecía al dominio de doctos e iletrados por igual.

Para las generaciones venideras será siempre difícil medir el impacto de Olegaroy en la cultura de Occidente, pues de sus escrituras sólo sobrevivió una obra inconclusa, inédita y de poco ingenio que tituló Enciclopedia de la desgracia humana. Aún hoy no se ha detectado que Olegaroy hubiese dejado huella siquiera en Monterrey, su ciudad natal de la que nunca salió por miedo de que el viaje en auto, tren o avión terminara en un accidente que le costara la vida. Ninguna idea tenía entonces de que cualquiera de las muertes que más temía hubiese sido preferible a la que le reservó el destino.

Mas antes de hablar del final, debemos tomar el relato en su origen.

La biografía de Olegaroy no comienza con su nacimiento sino cuando contaba con cincuentaitrés años, pues aun los grandes hombres salen animales del vientre materno y se dan a la luz sólo en el instante en que adviene una epifanía o se hace un descubrimiento o baja algún espíritu en forma de paloma o susurra el diablo al oído o simplemente cuando se topan con la historia a la vuelta de la esquina. Entre los estudiosos del legado de Olegaroy hay quienes aseguran que dicho momento coincidió con la llegada de la edición del 8 de abril de 1949 del periódico El Porvenir. Otros prefieren señalar el asesinato de Antonia Crespo como punto de partida. Unos más afirman que ambas cosas son lo mismo.

 


 Libro primero de Olegaroy El insomnio


1

Olegaroy comenzó aquella madrugada igual que de costumbre: revolviéndose en la cama. A ratos cerraba los ojos y a ratos los abría para intentar mirar el techo. Estaba seguro de que sus sábanas se gastaban más que las de otra gente, por eso un día escribió: «Las sábanas de un insomne se gastan más». La bajera solía rasgarse a la altura de los pies. Entonces la volteaba para que la almohada disimulara el desgarrón. «Es que tienes callos en los talones», le dijo su madre. ¿Pero ella qué sabía? Era una vieja que cada vez sabía menos.

Él también se estaba haciendo viejo. Quizás muy pronto. Pero ante el espejo estaba seguro de que representaba menor edad de la que tenía.

Estos detalles personales son superfluos, pero a los humanos comunes les gusta saber que la mujer de Sócrates era insufrible o que Kant tenía los hábitos de un reloj o que Heidegger apoyó a los nazis o que Nietzsche abrazó a un caballo, y poco esfuerzo hacen por comprender en qué consiste la mayéutica o el imperativo categórico o el Dasein o al menos por escribir Nietzsche correctamente.

Olegaroy bajó a la cocina. Se bebió lo que restaba de leche. Enjuagó la botella. Le metió un billete de a peso y la sacó al pórtico. A más tardar en dos horas pasaría el lechero.

Había acabado por detestar a quienes dormían cuando él se llenaba de espanto o fastidio o angustia o las tres cosas al mismo tiempo. No se daba oportunidad de pensar en empleados de hospitales ni en obreros de la fundidora ni en un ciclista que en ese momento estaba repartiendo periódicos con la noticia de una mujer asesinada de cuarenta cuchilladas. También detestaba que su madre despertara cuando él aún no había pegado los ojos y comenzara una conversación sobre los sueños mientras tomaba una taza de café. «Soñé que me perseguía un cerdo», le había dicho la vez anterior.

Olegaroy abrió la puerta. Se sentó en la escalinata. Pudo escuchar que se aproximaba el periodiquero en su bicicleta. Le asombraba el modo en que ese muchacho mantenía el equilibrio pese a la resma que apoyaba en el manubrio. Él no había aprendido a andar en bicicleta cuando niño. Una vez lo intentó. Se cayó. Se peló la rodilla.

El muchacho lanzó el periódico con regular puntería hacia la casa de enfrente. Olegaroy agradeció a los cielos. Fue allá a tomarlo.

El vecino había fallecido el día anterior. Un ataque de apoplejía o algo así y Olegaroy cruzaba los dedos porque hubiese renovado la suscripción justo el último día de su vida. Una suscripción anual.

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